PROEMIO

Si pareciere que soy algo más exacto y prolijo en procurar arrancar y extirpar las perversas y envejecidas opiniones contrarias a la verdadera religión; las cuales tenía arraigadas profunda y obstinadamente en los corazones meticulosos el error en que tanto  tiempo había estado el género humano; y si vieren dedicar mis tareas literarias, y según lo que alcanzan mil facultades intelectuales cooperar, con la gracia de aquel que como verdadero Dios es poderoso, para extirparlas, (aunque ingenios que son más vivos y superiores en la comprensión quedan ya suficientemente satisfechos con los libros que dejamos explicados), lo habrán de sufrir con paciencia; y por amor a la salud eterna de sus prójimos, entender no es superfluo lo que ya respecto de ellos echan de ver que no es necesario. Grande negocio, y muy interesante es el que se hace cuando se predica y enseña que se debe buscar y adorar la verdadera y realmente santa esencia divina, y aun cuando ella no nos deje suministrar los medios necesarios para sustentar la humana fragilidad de que al presente estamos vestidos; sin embargo, la causa final por que se debe buscar y adorar, no es él humo transitorio de esta vida mortal, sino la vida dichosa y bienaventurada, que no es otra sino la eterna.

CAPITULO PRIMERO
Si habiéndonos constado que no hay divinidad en la teología civil, debemos creer que la debemos hallar en los dioses que llaman selectos o escogidos

Que esta divinidad, o, por decirlo así, deidad (porque ya tampoco los nuestros se recelan de usar de esta palabra, por traducir, del idioma griego lo que ellos llaman Ceoteta), que esta divinidad o deidad, digo, no se halla en la teología  denominada civil (de la cual disputó Marco Varrón en 16 libros), es decir, que la felicidad de la vida eterna no se alcanza con el culto de semejantes dioses, cuales instituyeron las ciudades, y del modo que ellas establecieron fuesen adorados; a quien esta verdad no hubiera aún convencido con la doctrina propuesta en el libro VI que acabamos de concluir, en leyendo acaso éste, no tendrá que desear más para la averiguación de esta cuestión; porque es factible piense alguno que por la vida bienaventurada, que no es otra sino la eterna, se debe tributar adoración a los dioses selectos y principales que Varrón comprendió en el último libro, de los cuales tratamos ya sobre este punto no digo lo que indica Tertuliano, quizá con más donaire que verdad: «Que silos dioses se escogen como las cebollas, sin duda que los demás, se juzgan por impertinentes»; no digo esto porque observo que de los escogidos se eligen igualmente algunos para algún otro objeto mayor y más excelente; así como en la milicia luego que se ha levantado y escogido la gente bisoña, de ésta también se eligen para algún lance mayor y más importante de la guerra los más útiles, y cuando en la Iglesia se escogen y eligen los prepósitos y cabezas, no por eso reprueban a las demás, llamándose con razón todos los buenos fieles escogidos. Elígense para un edificio las piedras angulares, sin reprobar las demás, que sirven para  otros destinos y partes del edificio. Escógense las uvas para comer, sin reprobar las demás que dejamos para, beber, y no hay necesidad de discurrir o a los mismos dioses, antes se por otro ramos, siendo este asunto sumamente claro; por lo cual, no porque algunos dioses sean escogidos entre muchos, se debe menospreciar, o al que escribió sobre ellos, o a los que los adoran, o a los mismos dioses, antes se debe advertir quiénes sean y para qué efecto los escogieron.

CAPITULO II

Cuáles son los dioses elegidos y si se les excluye de los oficios de los dioses plebeyos

Varrón enumera y encarece en uno de sus libros estos dioses elegidos: Jano, Júpiter, Saturno, Genio, Mercurio, Apolo, Marte, Vulcano, Neptuno, Sol, Orco, el padre Libero, la Tierra, Ceres; Juno, la Luna, Diana, Minerva, Venus y Vesta. Poco más o menos, entre todos son veinte, doce machos y ocho hembras. Se pregunta si estos dioses llámanse elegidos por sus mayores administraciones en el mundo o porque son más conocidos por los pueblos y se les rinde mayor culto. Si es precisamente porque son de orden superior las obras que administran, no debíamos haberlos encontrado entre aquella turba de dioses casi plebeyos, destinados a trabajillos casi insignificantes. Comencemos por Jano. Este, cuando se concibe la prole, de donde toman principio todas las obras, distribuidas al por menor a los dioses pequeños, abre la puerta para recibir el semen. Allí se halla también Saturno por el semen mismo. Allí alienta también Libero, que, haciendo derramar el semen, libra al varón. Allí también L¡bera, que otros quieren que sea Venus a la vez, que presta a la hembra el mismo servicio, con el fin de que también ella, emitido el semen, quede libre. Todos éstos son de los llamados selectos. Pero también se halla allí la diosa Mena, que preside los menstruos al correr. Esta, aunque es hija de Júpiter, es plebeya. La provincia de los menstruos corrientes asígnala el mismo autor en el libro de los dioses selectos a Juno, que es la reina de los elegidos. Lucina, como Juno, con la susodicha Mena, su hijastra, preside la menstruación. Allí hacen acto de presencia también dos obscurísimas divinidades, Vitunno y Sentino, de los cuales uno da la vida a la criatura; y otro, los sentidos. En realidad, dan mucho más, siendo tan vulgares, que los otros próceres y selectos. Porque ¿qué es, sin vida y sin sentido, lo que la mujer lleva en su seno sino un no sé qué abyectisimo y comparable al cieno y al polvo?

CAPITULO III

Nulidad de la razón aducida para mostrar la elección de algunos dioses, siendo más excelente el cometido asignado a muchos inferiores

1. ¿Cuál fue la causa que compelió a tantos dioses elegidos a entregarse a las obras más insignificantes, cuando en la partición de esta munificencia son superados por Vitunno y por Sentino, que duermen en las sombras de una obscura fama? Da Jano, dios selecto, entrada al semen y le abre la puerta, por así decirlo. Confiere Saturno, también selecto, el semen mismo, y Libero, selecto, a su vez confiere la emisión del semen a los varones. Esto mismo confiere Libera, que es Ceres o Venus, a las hembras. Da Juno, la elegida, pero no sola, sino con Mena, hija de Júpiter, los menstruos corrientes para el crecimiento de lo concebido. Confiere el obscuro y plebeyo Vitunno la vida, y el obscuro y plebeyo Sentino el sentido, funciones ambas que sobrepujan las de los otros dioses en la misma proporción que la vida y, el sentido son superados por el entendimiento y la razón. Como los seres racionales y dotados de entendimiento son más poderosos, sin duda, que los que viven y sienten sin entendimiento y sin razón, como las bestias, así los seres dotados de vida y de sentido merecidamente llevan la preferencia a los que ni viven ni sienten. Se debió, pues, colocar entre los dioses selectos a Vitunno, vivificador, y a Sentino, sensificador, antes que a Jano, admisor del semen, y que a Saturno, dador o creador del mismo, y que a Libero y a Libera, movedores o emisores de él. Es monstruosa la sola imaginación de los sémenes sin vida y sin sentido. Estos dones escogidos no los dan los dioses selectos, sino ciertos dioses desconocidos y que están al margen de la dignidad de éstos.
Si encuentran respuesta adecuada para atribuir, y no sin razón, a Jano el poder de todos los principios, precisamente en que abre la puerta a la concepción, y para asignar, el de todos los sémenes a Saturno, en que no puede separarse la seminación del hombre de su propia operación; y asimismo, para imputar a Libero y a Libera el poder de emitir los sémenes todos, en que presiden también lo tocante a la sustitución de los hombres, y para decir que la facultad de purgar y dar a luz es privativa de Juno, precisamente en que no falta a las purgaciones de las mujeres y a los partos de los hombres, busquen respuesta para Vitunno y Sentino, si quieren que estos dioses presidan a todo lo que vive y siente. Si conceden esto, consideren la sublimidad del lugar en que han de colocarlos, porque nacen de semen se da en la tierra y sobre la tierra; en cambio, vivir y sentir, según opinan ellos, se da también en los dioses del cielo. Si dicen que éstas solas son las atribuciones de Vitunno y Sentino, vivir en la carne y adminicular a los sentidos, ¿por qué aquel Dios que hace vivir y sentir a todas las cosas no dará también vida y sentido a la carne, extendiendo con su operación universal este don a los partos? ¿Qué necesidad hay de Vitunno y de Sentino? Si Aquel que con su regencia universal preside la vida y los sentidos confió estas cosas carnales, como bajas y humildes, a éstos como a siervos suyos, ¿están los dioses  selectos tan faltos de domésticos, que no encuentren a quienes confiar estas cosas, sino que con toda su nobleza, causa aparente de su altivez, se ven obligados a desempeñar las mismas funciones que los plebeyos? Juno, elegida y reina, esposa y hermana de Júpiter, es Iterduca de los niños y ejerce su oficio con dos diosas de las más vulgares, con Abeona y con Adeona. Allí colocaron también a la diosa Mente encargada de dar buena mente a los niños, y no se la elevó al rango de los dioses selectos, como si pudiera proporcionarse algo mayor al hombre. En cambio, se elevó a ese rango a Juno, por ser Iterduca y Domiduca, como si fuera de algún provecho tomar el camino y ser conducido a casa si la mente no es buena. Los electores no tuvieron a bien enumerar la diosa que da este bien entre los dioses selectos. Sin duda que ésta debe ser antepuesta aun a Minerva, a la cual atribuyeron, entre tantas obras pequeñas, la memoria de los niños. ¿Quién pondrá en tela de juicio que es mucho mejor tener una buena mente que una memoria de las más prodigiosas? Nadie que tenga buena mente es malo, mientras que algunos pésimos tienen una memoria asombrosa. Estos son tanto peores cuanto menos pueden olvidar lo mal que imaginan. Con todo, Minerva está entre los dioses selectos, y la diosa Mente se halla arrinconada entre la canalla. ¿Qué diré de la Virtud? ¿Qué de la Felicidad? Ya he dicho mucho sobre ellas en el libro IV. Teniéndolas entre las diosas, no quisieron honrarlas con un puesto entre los dioses selectos, y honraron a Marte y a Orco, uno hacedor de muertes, y otro, receptor de las mismas.
2. Viendo, como vemos, a los dioses de la elite confundidos en sus mezquinas funciones con los dioses inferiores, como miembros del senado con el populacho, y hallando, como hallamos, que algunos de los dioses que no han creído dignos de ser elegidos tienen oficios mucho más importantes y nobles que los llamados selectos, no podemos menos de pensar que se les llama selectos y primates no por su más prestante gobierno del mundo, sino porque han tenido la fortuna de ser más conocidos por los pueblos. Por eso dice Varrón que a algunos dioses padres y a algunas diosas madres les sobrevino la plebeyez, igual que a los hombres. Si, pues, la Felicidad no cumplió que estuviera entre los dioses selectos justamente quizá porque alcanzaron tal nobleza no por sus méritos, sino fortuitamente, siquiera, colóquese entre ellos, o mejor, antes que ellos, a la Fortuna. Esta diosa, creen, confiere a cada uno sus bienes no por disposición racional, sino a la buena de Dios, a tontas y a locas. Esta debió ocupar el primer puesto entre los dioses selectos, ya que entre ellos hizo la principal ostentación de su poder. La razón es que los vemos escogidos, no por su destacada virtud, no por una felicidad racional, sino por el temerario poder de la Fortuna, según el sentir de sus adoradores. Tal vez el mismo disertísimo Salustio tiene la atención fija en aquellos dioses, cuando escribe: «En realidad de verdad, la Fortuna señorea todas las cosas. Ella lo enaltece y lo encubre todo, más por capricho que por verdad.» No puede hallarse el porqué de que se encomie a Venus y se encubra a la Virtud, siendo así que a una y a otra consagraron ellos por diosas y no hay cotejo posible en sus méritos. Y si mereció ser ennoblecida cabalmente por ser más apetecida, pues es indudable que aman muchos más a Venus que a la Virtud, ¿por qué se elogió a la diosa Minerva y se dejó en la penumbra a la diosa Pecunia, siendo así que entre los mortales halaga mucho más la avaricia que la pericia? Aun entre los mismos que cultivan el arte te verás negro para encontrar un hombre cuyo arte no sea venal a costa de dinero. Siempre se estima más el fin que mueve a la obra que la obra hecha. Si esta selección ha sido obra del juicio de la insensata chusma, ¿por qué no se ha preferido la diosa Pecunia a Minerva, pues que hay muchos artífices por el dinero? Y si esta distinción es obra de unos cuantos sabios, ¿por qué no han preferido la Virtud a Venus, cuando la razón la prefiere con mucho? Siquiera, como he dicho, la Fortuna, que, según el parecer de los que creen en sus muchas atribuciones, señorea todas las cosas y las enaltece y encubre más por capricho que por verdad, debiera ocupar el primer puesto entre los dioses elegidos, ya que goza de vara tan alta con los dioses, es verdad y que es tanto su valimiento, que, por su temerario juicio, ensalza a los que quiere y encubre a los que le place. ¿O es que no le fue posible colocarse allí, quizá no por otra razón que porque la Fortuna misma creyó tener fortuna adversa? Luego, se opuso a sí misma, puesto que, haciendo nobles a los otros, no se ennobleció a sí misma.

CAPITULO IV

Que mejor se portaron con los dioses inferiores, quienes no son infamados con oprobio alguno, que con los selectos, cuyas increíbles torpezas se celebran en sus funciones


Todo el que fuese deseoso de la humana gloria y alabanza celebraría a estos dioses selectos, y los llamaría afortunados si no los viese escogidos más para sufrir injurias que para obtener honores; porque su misma vileza tejió y formó aquella ínfima turba para no cubrirse de oprobios. Nosotros nos mofamos seguramente cuando los vemos distribuidos (repartidos entre sí sus respectivos encargos, con las ficciones de las opiniones humanas) como arrendadores de alcabalas, o como artífices de las obras de plata, donde para que salga perfecto un pequeño vaso pasa por las manos de muchos artífices, cuando podría perfeccionarse por un oficial instruido en su arte. Aunque no se opinó lo contrario, resolviendo que debía consultarse a la multitud de los artífices, pues se deliberó así para que cada uno de ellos aprendiese breve, y fácilmente cada una de las .partes de su oficio, y todos ellos. no fuesen obligados a perfeccionarse tardíamente y con dificultad en un arte sola. Con todo eso, apenas se halla uno de los dioses no selectos, que por algún crimen abominable no haya incurrido en mala fama; y apenas ninguno de los elegidos que no tuviese sobre su honor una singular nota de alguna insigne afrenta: éstos descendieron a los humildes ministerios de éstos, y aquéllos no llegaron a perpetrar los detestables y públicos crímenes de aquéllos. De Jano no me ocurre fácilmente acción alguna que pertenezca a su deshonor e infamia; y acaso fue tal, que observó una vida inocente, absteniéndose de los delitos y pecados obscenos que a los demás se acumulan; recibió, pues, con benignidad y cariño a Saturno cuando andaba huido vagando por todas partes: partió con su huésped el reino, fundando cada uno de éstos una ciudad, Jano a Janículo, y Saturno a Saturnia; pero los que en el culto de los dioses apetecen todo desdoro a aquel cuya vida hallaron menos torpe, deshonraron su estatua con una monstruosa deformidad, pintándole ya con dos caras, ya con cuatro, como gemelo; ¿por ventura, quisieron que porque muchos dioses escogidos, perpetrando los más horrendos crímenes, habían perdido la frente, siendo éste el más inocente, apareciese con mayor número de frentes?

CAPITULO V

De la doctrina secreta de los paganos, y de sus razones físicas

Pero mejor será oír sus propias interpretaciones físicas con que procuran, bajo el pretexto de exponer una doctrina más profunda, disimular la abominación y torpezas de sus miserables errores: primeramente Varrón exagera sobremanera estas interpretaciones, diciendo que los antiguos fingieron las estatuas, las insignias y ornamentos de los dioses, para que, viéndolos con los ojos corporales los que hubiesen penetrado y aprendido la misteriosa doctrina, pudiesen examinar con los del entendimiento el alma del mundo y sus partes, esto es, los verdaderos dioses; y que los que fabricaron sus estatuas en figura humana, parece lo hicieron así por cuanto el espíritu de los mortales, que reside en el cuerpo humano, es muy semejante al alma inmortal, como si para designar los dioses se pusiesen algunos vasos; y en el templo de Libero se colocase una vasija que sirva de traer vino, para significar el vino, tomando por lo que contiene lo contenido.
Esto supuesto, decimos que por la estatua que tiene forma humana se significa el alma racional, porque en ella, como en un vaso, suele existir esta naturaleza, la cual creen que es dios o los dioses. Esta es misteriosa doctrina que había penetrado el doctísimo Varrón, de donde pudo deducir y enseñar estas máximas. Pero ¡oh hombre ingeniosísimo!, por ventura, alucinado con los misterios de esta doctrina, ¿te has olvidado de aquella tu innata prudencia, con que con mucho juicio sentiste que las primeras estatuas que notaste en el pueblo no sólo quitaron el temor a sus ciudadanos, sino acrecentaron y añadieron errores condenables, y que más santamente reverenciaron a los dioses sin estatuas los antiguos romanos? Porque éstos te dieron autoridad para que te atrevieras a propalar tal injuria contra los romanos que después se siguieron. Pues aun concedido que los antiguos hubieran venerado las estatuas, no hubiera sido mejor entregarle al silencio por el temor popular de que te hallas poseído, que con la ocasión de exponer estas perniciosas y vanas ficciones. publicar y pregonar con una vanidad y arrogancia extraordinaria los misterios de tan detestable doctrina? Sin embargo, está tu alma, tan docta e ingeniosa (por lo que te tenemos mucha lástima) no obstante de hallarse ilustrada con los misterios de esta doctrina, de ningún modo pudo llegar a conocer al sumo Dios, esto es, a Aquel por quien fue hecha, no con quien fue formada el alma; no a aquel cuya porción es, sino cuya hechura y criatura es; no al que es el alma de todos, sino al que es el criador de todas las almas, por cuya ilustración llega a ser
el alma bienaventurada, si no corresponde ingrata a sus beneficios: pero qué tales sean y en cuánto se deben estimar los
misterios de esta doctrina, lo que se sigue lo manifestará.
Confiesa, con todo, el doctísimo Varrón que el alma del mundo y sus partes son verdaderos dioses; de este principio se deduce que toda su teología, que es, en efecto, la natural, a quien atribuye una singular autoridad, cuanto se pudo extender fue hasta la naturaleza del alma racional; porque de la natural muy poco dice en el prólogo de este libro, donde veremos si por las interpretaciones fisiológicas puede referir a esta teología natural la civil, que fue la última donde escribió de los dioses escogidos, que, si puede hacerlo, toda será natural. ¿Y qué necesidad había de distinguir con tanto cuidado la civil de ella? Y si la distinción fue buena, supuesto que ni la natural, que tanto le contenta, es verdadera, porque se extiende únicamente hasta el alma, y no hasta el verdadero Dios, que crió la misma alma, cuánto más despreciable será y falsa la civil, pues se ocupa principalmente en disertar acerca de la naturaleza de los cuerpos, como lo mostrarán sus mismas interpretaciones que con tanta exactitud y escrupulosidad han examinado y referido estos espíritus fanáticos, de los cuales necesariamente habré de referir alguna particularidad.

CAPITULO VI

De la opinión de Varrón, que pensó que Dios era el alma del mundo, y que, con todo, en sus partes tenía muchas almas, y que la naturaleza de éstas es divina

Dice, pues, el mismo Varrón, hablando en el prólogo todavía de la teología natural, que él es de opinión que Dios es el alma del mundo a quien los griegos llaman Kosmos, y que este mismo mundo, es dios; pero que así como el hombre sabio, constando de cuerpo y alma, se dice sabio por aquella parte del alma que le ennoblece, así el mundo se dice dios por la misma parte del alma, por cuanto consta de alma y cuerpo. Aquí parece confiesa, como quiera, un dios; mas por introducir también otros muchos, añade que el mundo se divide en dos partes: en cielo y tierra; y el cielo en otras dos: éter y aire; y la tierra en agua y tierra, de cuyos elementos asegura ser el supremo el éter; el segundo el aire; el tercero el agua, y el ínfimo la tierra; y que todas estas cuatro partes están pobladas de almas, esto es, que en la parte etérea y en el aire se hallan las dos de los mortales; en el agua y en la tierra las de los inmortales; que desde la suprema esfera del cielo hasta el círculo de la luna, las almas etéreas son los astros y las estrellas; que éstos, que son dioses celestiales, no sólo se ven con el entendimiento, sino que también se observan con los ojos, que entre el círculo de la luna y la última región de las nubes y vientos están las almas etéreas; pero que éstas se alcanzan a ver sólo con el entendimiento, y no con los ojos; y que se llaman Heroas, Lares y Genios. Esta es, en efecto, la teología natural que brevemente propone en este su preámbulo, la cual le contentó no sólo a él, sino también a muchos filósofos; de la cual trataremos más particularmente cuando, auxiliados del verdadero Dios, hubiéremos concluido con lo que resta de la civil, por lo que se refiere a los dioses escogidos.

CAPITULO VII

Si fue conforme a razón hacer dos dioses distintos a Jano y Término

Pregunto, pues, de Jano, por quien comenzó Varrón la genealogía de los dioses, ¿quién es? Responden que es el mundo. Breve sin duda y clara la respuesta. Mas ¿por qué dicen pertenecen a éste los principios de las cosas naturales, y los fines a otro, que llaman Término? Porque con respecto a los principios y fines, cuentan que dedicaron a estos dioses dos meses (además de los diez que empiezan desde marzo hasta diciembre), januario o enero a Jano, y febrero a Término; y por lo mismo, dicen que en el mismo mes de febrero se celebran las fiestas terminales, en las que practican la ceremonia de la purificación que llaman Februo, de que la misma deidad tomó su apellido; pero pregunto, ¿cómo los principios de las cosas naturales pertenecen acaso al mundo, que es Jano, y no le pertenecen los fines, de suerte que sea necesario acomodar y proveer  a los fines de otro dios? ¿Acaso todas las cosas que insinúan se hacen en este mundo, no confiesan también que se terminan en este mismo mundo? ¿Qué impertinencia es ésta; darle la mitad del poder en cuanto al ejercicio, y dos caras en las estatuas? ¿Por ventura no interpretaran con más propiedad a este dios de dos caras, si dijeran que Jano y Término eran una misma deidad y acomodaran, la una cara a los principios, y a los fines la otra, pues el que hace alguna cosa debe atender a lo uno y a lo otro; porque siempre que uno se mueve a producir cualquier acción que sea, si no mira al principio tampoco mira al fin? Y así es necesario que la memoria, cuando se pone a recordar alguna especie, tenga juntamente consigo la intención de mirar al fin; porque al que se le olvidare lo que comenzó, ¿cómo ha de poder concluirlo?
Y si entendieran que la vida bienaventurada principiaba en este mundo y que acababa fuera de él, y por lo mismo atribuyeran a Jano, esto es, al mundo, la potestad sola de los principios, sin duda que prefirieran y pusieran antes de él a Término, y a éste no le excluyeran del número de los dioses escogidos, aunque ahora, cuándo consideran igualmente en estos dioses los principios y fines de las cosas temporales, con todo, debía ser preferido y más honrado Término; porque es indecible el contento que experimenta cuando se pone fin a una obra, ,ya que los principios siempre están llenos de dificultades hasta que se conducen a buen fin, el cual, principalmente, atiende, procura, espera y sumamente desea el que empieza alguna cosa, y no se ve contento y satisfecho con lo comenzado si no lo acaba. 

CAPITULO VIII

Por qué razón los que adoran a Jano fingieron su imagen de dos caras, la cual, con todo, quieren también que la veamos de cuatro

Pero salga ya al público la interpretación de la estatua de Jano Bifronte, o de dos caras: dicen que tiene dos, una delante y otra a las espaldas, porque el hueco de nuestra boca, cuando la abrimos, parece semejante al mundo, y así al paladar los griegos le llamaron Uranon, y algunos poetas latinos le llamaron cielo.  Desde este hueco de la boca se ve una puerta o entrada, de la parte de afuera, hacia los dientes, y otra de la parte de adentro, hacia la garganta. Ved aquí en lo que ha parado el mundo, por adaptar el nombre griego o poético que significa nuestro paladar; pero esto ¿qué tiene que ver con el alma? ¿Qué con la vida eterna? Adórese a este dios por solas las salivas, supuesto que ambas puertas del paladar se abren delante del cielo, ya para tragarlas o ya para expelerlas. ¿Y qué mayor absurdo que no hallar en el mismo mundo dos puertas contrapuestas, una enfrente de otra, por las cuales pueda recibir algún alimento dentro o expelerlo afuera? Tampoco nuestra boca y garganta tienen semejante con el mundo, y menos el querer fingir, en Jano la imagen del mundo por solo el paladar, cuya  semejanza no tiene Jano; y cuando le hacen de cuatro caras y le llaman Jano Gémino, lo interpretan por las cuatro partes del mundo, como si el mundo tendiese la vista y mirase algún objeto de afuera, como Jano le observa por todas sus caras; además, si Jano es el mundo, y éste consta de cuatro partes, falsa es la estatua de Jano que tiene dos caras; o, si es verdadero, por que también en el nombre de Oriente y Occidente sabemos entender todo el mundo, pregunto: cuando nombramos las otras dos partes, del Septentrión y del Mediodía, ¿por qué llaman a aquel Jano de cuatro caras Gémino? ¿Hemos de llamar igualmente al mundo Gémino? Ciertamente, no tienen expresiones adecuadas para poder interpretar y acomodar las cuatro puertas que están abiertas para los que entran y salen, a semejanza del mundo, así como las tuvieron, por lo menos, para poderlo decir de Jano Brifonte, en boca del hombre si no es que los socorra Neptuno dándoles partes de un pez, que además de la abertura de la boca y de la garganta tengan también otras dos a la diestra y a la siniestra, y, sin embargo de tantas, puertas, no hay alma que se pueda escapar de tal ilusión, si no es la que oye a la misma verdad, que le dice: Ego sum Janus. Yo, soy la puerta.

CAPITULO IX

De la potestad de Júpiter y de la comparación de ésta con Jano

Declaramos, pues, quién es el que quieren entendamos por Jove, a quien llaman también Júpiter; es un dios, responden, que tiene dominio y potestad absoluta sobre las causas que obran en el mundo; y cuán grande sea esta excelencia o prerrogativa, lo declara el celebrado verso de Virgilio, «dichoso el que consigue saber las causas de las cosas»; pero la razón por que se prefiere Jano, nos la insinúa el ingenioso y docto Varrón, cuando dice: «Jano ejerce potestad sobre las cosas primeras, y Júpiter sobre las principales»; así que con razón Júpiter es tenido por rey o monarca de todos; porque lo sumo vence a lo primero, pues aunque lo primero preceda en tiempo, sin embargo, lo sumo se le aventaja en dignidad; pero esto estuviera bien dicho cuando en las cosas que se hacen se distinguieran las primeras y las sumas, así como el principio de una acción es el partir y lo sumo el llegar; el principio de ella es empezar a aprender, y lo sumo, alcanzar la ciencia; y así en todas las cosas lo primero es el principio, y lo sumo  el fin; mas este punto ya le tenemos averiguado entre Jano y Término; con todo, las causas que se atribuyen a Júpiter son las eficientes, y no los efectos a las cosas hechas, no siendo posible de modo alguno que ni aun en tiempo sean primero que ellas los efectos o cosas hechas, o los principios de las hechas, porque siempre es primero la causa eficiente y activa que la que es hecho o pasiva; por lo cual, si tocan y pertenecen a Jano los principios de las cosas que se hacen o están hechas, no por eso son primero que las causas eficientes que atribuyen a Júpiter, 'pues así como no se hace cosa alguna, así tampoco se empieza a hacer alguna a que no haya precedido su causa eficiente, y realmente si a este dios, en cuya suprema potestad, están todas las causas de todas las naturalezas hechas, y de las cosas naturales llaman los gentiles Júpiter, y le reverencian con tantas ignominias y tan abominables culpas, más sacrílegos son que si no le tuviesen por dios.
Y así, más acertadamente obrarían poniendo a otro que mereciera y le cuadrara aquella torpe y obscena veneración el nombre de Júpiter, colocando en su lugar algún objeto vano de que blasfemaran, como dicen que a Saturno le pusieron una piedra para que la comiese en lugar de su hijo, que no decir que este dios truena y adultera, gobierna todo el mundo y comete tantas maldades, y que tiene en su mano las causas sumas de todas las naturalezas y cosas naturales, y que las suyas no son buenas.
Asimismo pregunto: ¿qué lugar dan entre los dioses a Júpiter, si Jano es el mundo? Porque, según la doctrina de este autor, el alma del mundo y sus partes son los verdaderos dioses, y así, todo lo que esto no fuere, según éstos, sin duda no será el verdadero dios. ¿Dirán, por Ventura, que Júpiter es el alma del mundo y Jano su cuerpo; esto es, este mundo visible? Si así lo persuaden, no habrá motivo para poder decir que Jano es dios, porque el cuerpo del mundo no es dios, aun según su mismo sentir, sino el alma del mundo y sus partes.
Por, lo que el mismo Varrón dice claramente que su opinión es que Dios es el alma del mundo, y que este mismo mundo es Dios, pero que así como el hombre sabio, constando de alma y cuerpo, sin embargo, se dice sabio por el alma que le ennoblece, el mundo se dice dios por la misma alma, constando, como consta también, de alma y de cuerpo; de donde se infiere que el cuerpo solo del mundo no es dios, sino, o sola su alma, o juntamente el cuerpo y el alma; por la misma razón, si Jano es el mundo y dios es Jano, ¿querrán acaso decir que Júpiter, para que pueda ser dios, es necesario sea alguna parte de Jano? Antes, por el contrario, suelen atribuir el poder absoluto sobre todo el universo a Júpiter, y por eso dijo Virgilio «que todo el mundo estaba lleno de Júpiter» Así que Júpiter, para que sea dios, y especialmente rey y monarca de los dioses, no puede imaginar sea otro que el mundo, para que así reine sobre los demás dioses, que según éstos son sus partes. Conforme a esta opinión, el mismo Varrón, en el libro que compuso distinto de éstos, acerca del culto y reverencia de los dioses, declara unos versos de Valerio Sorano, que dicen así: «Júpiter todopoderoso es el progenitor de los reyes, de las cosas naturales y de todos los dioses, y el progenitor de los dioses es un dios y todos los dioses.»

CAPITULO X

Si es buena la distinción de Jano y de Júpiter

Siendo, pues, Jano y Júpiter el mundo, y siendo uno solo el mundo. ¿por qué son dos dioses Jano y Júpiter? ¿Por qué de por sí tienen sus templos, sus aras, diversos ritos y diferentes estatuas? Si es porque una es la virtud y naturaleza de los principios y otra la de las causas, y la primera tomó el nombre de Jano y la segunda de Júpiter, pregunto: si porque un juez tenga en diferentes negocios dos jurisdicciones o dos ciencias, ¿hemos de decir que por cuanto es distinta la, virtud y la, naturaleza de cada una de ésta, por eso son dos jueces o dos artífices? Y en iguales circunstancias, porque un mismo dios tenga potestad sobre los principios y él mismo la tenga sobre las causas, ¿acaso por eso es forzoso imaginemos dos dioses, porque los principios y las causas son dos cosas? Y si esto les parece que es conforme a razón, también dirán que el mismo Júpiter será tantos dioses cuantos son los sobrenombres que le han puesto con relación a tantas facultades como tiene y ejerce, ya que son muchas y diversas las causas por las cuales le pusieron tantos sobrenombres, de los cuales referiré algunos.

CAPITULO XI

De los sobrenombres de Júpiter que se refieren no a muchos dioses, sino a uno mismo

Llámanle vencedor, invicto, auxiliador, impulsador, estator, cien pies, Supinal, Tigilio, Almo, Rumino y de otras maneras que sería largo el referirlas. Todos estos sobrenombres pusieron a un solo dios con respecto a diferentes causas y potestades, y, con todo, no en atención a tantos objetos, le obligaron a que fuese otros tantos dioses, porque todo lo vencía y de nadie era vencido, pues socorría a los que lo habían menester, tenía poder para impeler, estar permanente, establecer, trastornar, sostenía y sustentaba el mundo con una viga o puntal, todo lo mantiene y sustenta, y, finalmente, con la ruma, esto es, los pechos, cría los animales. Entre estas prerrogativas como hemos visto, algunas son grandes y otras pequeñas, y con todo, dicen que uno es el que lo hace todo.
Pienso que las causas y principios, de las cosas, que es el motivo por que quisieron que un mundo fuese dos dioses, Júpiter y Jano, están entre sí más conexas que su opinión, mediante la cual aseguran que contiene en si al mundo, y que da la leche a los animales; y, no obstante, para desempeñar estos dos ministerios, tan distintos entre sí en virtud y en dignidad, no fue preciso que fuesen dos dioses, sino un Júpiter, que por el primero se llamó Tigilo, viga o puntal, que tiene y sustenta, y por el segundo, Rumino, que da el pecho; no quiero decir que por dar el pecho a los animales que maman, mejor se le pudo llamar Juno que Júpiter, mayormente habiendo también otra diosa Rumina, que en este cargo le podía ayudar a servir, porque imagino responderán que Juno no es otra que Júpiter, conforme a los versos de Valerio Sorano, donde dice: «Júpiter todopoderoso es el progenitor de los reyes, de las cosas naturales y de los dioses y progenitora de los dioses.» Pero pregunto ¿por qué se llamó también Rumino, pues es el mismo en el concepto de los que quizá con alguna más exactitud y curiosidad lo consideran, aquella diosa Rumina? Porque si con razón parecía impropio de la majestad de las diosas que en una sola espiga uno cuidase del nudo de la caña y otro del hollejo, ¿cuánto más indecoroso es que de un oficio tan ínfimo y bajo como es dar de mamar a los animales, cuide la autoridad de los dioses, que el uno de ellos sea Júpiter, que es el rey monarca de todos, y que esto no lo haga siquiera con su esposa, sino con una deidad humilde y desconocida, como es Rumina, y el propio Rumino; Rumino, acaso, por los machos que maman, y Rumina por las hembras?
Cómo diría yo que no quisieron poner nombre de mujer a Júpiter, si en aquellos versos no le llamaran asimismo progenitor y progenitora, y entre otros nombres suyos no leyera que también se llama Pecunia, a cuya diosa hallamos entre aquellos
oficiales munuscularios, como lo dijimos en, el libro IV; pero ya que la Pecunia la tienen los varones y las hembras, véanlo ellos por qué no se llamó igualmente Pecunia y Pecunio, como Rumina y Rumino.

CAPITULO XII

Que también Júpiter se llama Pecunia

¡Y con cuánto donaire y gracejo dieron razón de este nombre! «Llamábase también, dicen, Pecunia, porque todas las cosas son o dependen de la Pecunia.» ¡Oh, qué plausible razón de nombre del dios! Antes aquel cuyas son todas las cosas es envilecido e injuriado siempre que se le llama pecunia o dinero; porque, respecto de todo cuanto hay en el Cielo y en la tierra, ¿qué es el dinero, en general, con respecto a cuanto posee el hombre con nombre de dinero? Pero, en efecto, la codicia puso a Júpiter este nombre, para que el que ama el dinero le parezca que ama no a cualquiera dios, sino al mismo rey y monarca de todos; mas fuera otra cosa muy diferente si se llamara riquezas, porque una cosa es riqueza y otra el dinero; porque llamamos ricos a los sabios, virtuosos y buenos, quienes, o no tienen dinero, o muy poco, y, con todo, son, en realidad, más ricos en virtudes, cuyo ornamento les basta aun en las necesidades corporales, contentándose con lo que poseen; y llamamos pobres a los odiciosos que están siempre suspirando, deseando y anhelando por las riquezas del mundo, sin embargo en su mayor abundancia no es posible dejen de tener necesidad, y al mismo Dios verdadero, con razón, le llamamos rico no por el dinero, sino por su omnipotencia.
Llámense también ricos los adinerados, mas en el interior son pobres si son ambiciosos; asimismo se llaman pobres los que no tienen dinero; pero interiormente son ricos si son sabios. ¿En qué estimación debe tener, pues, el sabio la Teología en la cual el rey y monarca de los dioses toma el nombre de aquel objeto: «que ningún verdadero sabio, deseó», y cuanto más congruamente, si se aprendiera con esta, doctrina alguna máxima saludable que fuese útil para la vida eterna, llamaran a Dios, que es gobernador del mundo, no dinero, sino sabiduría, cuyo amor nos purifica de la inmundicia de la codicia, esto es, del afecto y deseo desordenado del dinero?

CAPITULO XIII

Que declarando qué cosa es Saturno y qué es Genio, enseñan que el uno y el otro es un solo Júpiter

Pero ¿qué necesidad hay de que hablemos más de este Júpiter a quien acaso se deben referir todas las otras deidades. sólo con el objeto de refutar la opinión que establece muchos dioses, supuesto que éste es el mismo que todos, ya sea teniéndolos por sus portes o potestades, ya sea que la virtud del alma, la cual imaginan difundida por todos los seres creados, haya tomado de Ias partes de esta máquina, de las cuales se compone este mundo visible, y de los diversos oficios y cargos de la naturaleza sus nombres, como si fuera de muchos dioses? Porque ¿qué es Saturno? «Es uno de los principales dioses, dice, en cuya potestad y dominio están todas las sementeras.» Por ventura, la exposición de los versos de Valerio Sorano ¿no nos persuade, claramente que Júpiter es el mundo, y que expele de sí todas las semillas, y que asimismo las recibe en si? Luego él es en cuya mano está el dominio de todas las sementeras ¿Qué cosa es Genio? Es un dios, dice, que preside y tiene potestad sobre todo cuanto se engendra.» ¿Y quién otro imaginan ellos tiene esta facultad, sino el mundo, de quien dice que Júpiter todopoderoso es progenitor y progenitora? Y cuando, en otro lugar, añade que el genio es el alma racional de cada uno, y que por eso cada uno tiene su genio particular, y que la tal alma del mundo es diosa, a esto mismo, sin duda, lo reduce, para que se crea que la misma alma del mundo es como un genio universal; luego éste es el mismo a quien llaman Júpiter; porque si todo genio es dios, y toda alma del hombre es genio, se sigue que toda alma del hombre sea dios; y si el mismo absurdo y desvarío nos compele a abominarlos, resta que llamen singularmente y como por excelencia dios a aquel genio de quien aseguran que es el alma del mundo, y, por consiguiente; Júpiter.

CAPITULO XIV

De los oficios de Mercurio y de Marte

Pero a Mercurio y a Marte, ya que no hallaron medio para referirlos y acomodarlos entre algunas partes del mundo y entre las obras de Dios que se observan en los elementos, pudieran acomodarlos siquiera entre las operaciones de los hombres, designándolos por presidentes y ministros del habla y de la guerra; y el uno de éstos, que es Mercurio, si tiene la potestad de infundir el habla igualmente a los dioses, tendrá dominio también sobre el mismo rey de los dioses, si es que Júpiter habla conforme a su voluntad y albedrío, o toma de él la virtud y facultad de hablar, lo cual ciertamente es un disparate.
Si dijeren que sólo se le atribuye la facultad de conceder el habla a los hombres, no es creíble quisiese Júpiter humillarse al oficio vil de dar de mamar no sólo a los niños, sino también a las bestias, por lo que se llamó Rumino, y se resistiese a que le tocase el cuidado y cargo de nuestra lengua, con que nos aventajamos a los irracionales. Conforme a esta doctrina, se deduce que uno mismo es Júpiter y Mercurio; y si la misma habla se llama Mercurio, como lo demuestran las interpretaciones que han escrito sobre la etimología y derivación de su nombre, por eso dicen se llamó Mercurio, como que corre por medio, por cuanto el habla, corre por medio entre los hombres; y por lo mismo se llamó Hermes en griego, porque el habla o la interpretación, que sin duda pertenece al habla, se llama Hermenia, por cuyo motivo preside sobre las mercaderías; porque entre los que venden y compran andan de por medio las palabras. Y ésta es la causa porque le ponen alas sobre la cabeza y en los pies, queriendo significar que vuela por los aires muy ligera la palabra, y que por eso se llamó mensajero, porque por medio de la palabra damos aviso y noticia de nuestros pensamientos y conceptos. Si Mercurio, pues, es la misma palabra, aun por confesión de ellos, no es dios. Pero como hacen dioses a los que son demonios, suplicando y adorando a los espíritus inmundos, vienen a caer en poder de los que no son dioses, sino demonios De la misma manera, como no pudieron hallar para Marte algún elemento o parte del mundo adonde como quiera ejercitara alguna obra natural, dijeron que era dios de la guerra, que es obra de los hombres y no de la codicia; luego si la felicidad nos diera una paz sólida y perpetua, Marte no tuviera en qué entender; y si Marte es la misma guerra, así como Mercurio la palabra, ojalá que cuán claro está que no es dios, así no haya tampoco guerra que ni aun fingidamente se llame dios.

CAPITULO XV

De algunas estrellas a las que los gentiles pusieron los nombres de sus dioses

Sino es que acaso estas estrellas sean los dioses cuyos nombres les pusieron, porque a una estrella llaman Mercurio, y asimismo a otra Marte; sin embargo, allí, esto es, en el globo celeste, está también la que llaman Júpiter, y, con todo, según éstos, el mundo es Júpiter; del mismo modo la que llaman Saturno, y, no obstante, además de ella le atribuyen otra no pequeña sustancia, es a saber: la de todas las simientes; allí también aquélla, que es la más clara y resplandeciente de todas, que llaman Venus, y, sin embargo, esta misma Venus quieren que sea también la Luna, aunque entre sí mismos sobre esta radiante y refulgente estrella sostienen una reñida controversia, así como sobre la manzana de oro la sustentaron Juno y Venus, porque el lucero unos dicen que es de Venus, y otros de Juno; pero, como acostumbra, vence Venus, pues son muchos mas los que atribuyen esta estrella a Venus, no hallándose apenas uno que sienta lo contrario. ¿Y quién podía dejar, de reírse al ver que dicen que Júpiter es rey y monarca de todos, observando, al mismo tiempo, que su estrella queda muy atrás en resplandor y claridad respecto de la mucha que tiene la estrella de Venus; pues tanto más refulgente y resplandeciente debía ser aquélla que las demás, cuanto es Júpiter más poderoso que todos? Responden que así parece, porque ésta que notamos menos resplandeciente está más elevada y mucho más distante de la tierra; luego si la dignidad mayor mereció lugar más alto, ¿por qué allí Saturno está más elevado que Júpiter? ¿Cómo no pudo la vanidad de la fábula que hizo rey a Júpiter llegar hasta las estrellas, antes, por el contrario, permitió consiguiese Saturno en el cielo la gloria y preeminencia que no pudo adquirir en su reino ni en el Capitolio? ¿Por qué razón a Jano no le cupo alguna estrella? Si es porque el mundo y todos están contenidos en él, también Júpiter es el mundo, y con todo eso la tiene. ¿O acaso éste negoció como pudo sus intereses, y en lugar de una estrella que no le cupo entre los astros se proveyó de tantas caras en la tierra? Asimismo, si por sólo las estrellas tienen a Mercurio y a Marte por partes del mundo para poderlos considerar como dioses supuestos, que, en realidad, la palabra y la guerra no son partes del mundo, sino actos y operaciones de los hombres, ¿por qué causa a Aries, a Tauro, Cáncer, a Escorpión y los demás semejantes a éstos, que reputan por signos celestes, y constan cada uno no de una sola estrella, sino de muchas, y dicen que están colocados más arriba en el supremo cielo, donde un movimiento más constante da a las estrellas un curso inalterable, por qué razón, digo, a éstos no les dedicaron aras, ni sacrificios, ni templos, ni los tuvieron por dioses, ni co\locaron no digo en el número de los escogidos, mas ni entre los humildes y casi plebeyos?

CAPITULO XVI

De Apolo y Diana y de los demás dioses escogidos, que quisieron fueran partes del mundo

A Apolo, aunque le tienen por adivino y médico, con todo, para poderle colocar en alguna parte del mundo, dicen que él es también el Sol, y asimismo su hermana Diana la Luna, que obtiene la intendencia de los caminos, queriendo sea doncella,
porque no pare o produce cosa alguna, y asegurando que ambos tienen saetas, porque estas dos estrellas llegan con sus rayos desde el cielo hasta la tierra. Vulcano quieren que sea el fuego del mundo; Neptuno, las aguas; el padre Plutón, esto es, el orco o infierno, la parte terrena e ínfima del mundo. Libero y Ceres hacen presidentes de las semillas, o al uno, de las masculinas, y a la otra, de las femeninas, o a él que presida a la humedad, y a ella la sequedad de las semillas; todas las cuales virtudes se refieren, en efecto, al mundo, esto es, a Júpiter; pues por lo mismo se dijo progenitor y progenitora, porque echa y produce de si todas las semillas y las recibe en sí. Igualmente quieren que la gran madre sea la misma, Ceres, de la cual dicen no ser otra que la tierra, a la cual llaman también Juno, y por eso la atribuyen las causas segundas de las cosas, con haber dicho de Júpiter que es progenitor y progenitora de los dioses, porque, según ellos, todo el mundo es el mismo Júpiter; a Minerva también, porque la designaron para que presidiese las artes humanas, y no hallaron estrella donde colocarla, dijeron que era, o la suprema parte etérea o la Luna; y de la misma Vesta creyeron era la mayor o más principal de todas las diosas, porque es la tierra; aunque al mismo tiempo imaginaron que se debía atribuir a ésta el fuego del mundo, más ligero, que pertenece y sirve para los usos ordinarios de los hombres, y no el violento, cual es el de Vulcano; y por eso quieren que todos estos dioses escogidos sean este mundo; algunos todo él generalmente, otros sus partes; todo generalmente, como Júpiter; sus partes, como el Genio, la gran Madre, el Sol, la Luna, o, por mejor decir, Apolo y Diana; y, a veces, a un dios hacen muchas cosas, y otras a una cosa designan muchos dioses, fundados en que un dios abraza muchas, con el mismo Júpiter, pues éste es todo el mundo, éste sólo el cielo, y éste es y se llama estrella. Asimismo, Juno, la señora dispensadora de las causas segundas, es también el aire, la tierra y, si venciera a Venus, del mismo modo la estrella. De la misma manera, Minerva es la suprema parte etérea y la misma Luna, la cual imaginan que está en el lugar más ínfimo de la región etérea; y una misma cosa la hacen muchos dioses en esta conformidad, pues el mundo es Jano y es Júpiter; asimismo, la tierra es Juno, es la gran Madre y, es
Ceres.

CAPITULO XVII

Que el mismo Varrón tuvo por dudosas sus opiniones acerca de los dioses

Y así como todo lo que he puesto por ejemplo no explica, antes oscurece, este punto, así es en todo lo demás, pues conforme los lleva y arroja el ímpetu de su opinión errónea, así se abalanzan a esto y dejan aquello, tanto, que el mismo Varrón, primero, quiso dudar de todo que afirmar cosa alguna.
Porque habiendo concluido el primer libro de los tres últimos que hablan de los dioses ciertos, empezando a tratar de los dioses inciertos, dice: «No porque en este libro tenga por dudosas las opiniones que hay acerca de los dioses debo ser reprendido, porque al que le pareciere que conviene y puede resolverse, lo podrá hacer cuando las hubiere leído; yo, respecto de mí, más fácilmente me persuadiré a que lo que dije en el primer libro lo tenga por dudoso, que no lo que hubiere de escribir en éste lo, resuelva todo como cierto e indudable.» Y así hizo incierto no sólo este libro de los dioses inciertos, sino también aquel de los ciertos; y en este tercero, relativo a los dioses escogidos, después que hizo su preámbulo, tomando para ello lo que le pareció de la teología natural, habiendo de comenzar a tratar de las vanidades y desarregladas ficciones de la teología civil, a cuyo examen imparcial no sólo no le dirigía ni encaminaba la verdad sencilla, sino que también le hacía grande fuerza y violencia la autoridad de sus antepasados: «De los dioses públicos, dice, del pueblo romano escribiré en este libro, a quienes dedicaron templos y los celebraron adornándolos con muchas estatuas; mas como escribe Xenófanes Colonio, pondré lo que imagino y no lo que como cierto defiendo; porque de hombres es el dudar sobre estas cosas, y de Dios el saberlas.»
Así que, habiendo de tratar de las instituciones hechas por los hombres con temor y recelo, promete exponer, no sucesos ignorados y que no les da crédito, sino máximas sobre las que hay opinión y razón para dudar; porque no del mismo modo que sabía que había mundo, que había, cielo y tierra, y veía al cielo resplandeciente y adornado de estrellas, y a la tierra fértil y poblada de semillas, y todo lo demás en esta conformidad, ni de la misma manera que creía cierta y firmemente que toda esta
máquina y naturaleza se regía y gobernaba por una cierta virtud invisible y muy poderosa, así en los propios términos podía afirmar de Jano que era el mundo, o averiguar de Saturno cómo era padre de Júpiter, cómo vino a ser su súbdito y vasallo reinando Júpiter, y todo lo demás correspondiente al asunto.

CAPITULO XVIII

Cual sea la causa más creíble de donde nació el error del paganismo

De todo lo cual la razón más verosímil y más creíble que se alega es cuando dicen que fueron hombres y que a cada uno de ellos le instituyeron su culto divino y peculiares solemnidades los mismos que por adulación y lisonja quisieron formar los dioses; conformándose en este punto con la condición de los dioses, con sus costumbres, con sus acciones y sucesos acaecidos, y cundiendo este culto paulatinamente por los ánimos de los hombres, semejantes a los demonios y amigos de estas sutilezas, se divulgó por todo el mundo su santificación, adornándola por su parte las ficciones y mentiras de los poetas, y encaminándolos e induciéndolos a su adoración los cautelosos espíritus; pero más fácilmente pudo suceder que el impío joven, temeroso de que su cruel padre le matase, y codicioso del reino, echase y despojase de él a su mismo padre, que es lo que Varrón interpreta cuando dice que Saturno, su padre, fue vencido por Júpiter, su hijo; porque primero es la causa que pertenece a Júpiter que la simiente que toca a Saturno, pues si esto fuera cierto, nunca Saturno fuera primero, ni sería padre de Júpiter, pues siempre la causa precede a la simiente y jamás precede o se engendra de la simiente; pero mientras procura adornar, como con interpretaciones naturales, fábulas vanas y algunos hechos particulares de los hombres, aun los hombres más ingeniosos se meten en un caos tan lleno de confusiones, que nos es forzoso dolernos y compadecemos de su vanidad.

CAPITULO XIX

De las interpretaciones de los que sacan razón para adorar a Saturno

«Refiere -dice- que Saturno acostumbraba a comer y devorar lo mismo que de él nacía (esto es, sus hijos), volviendo las semillas al mismo lugar donde eran procreadas, y el haberle puesto en lugar de Júpiter un terrón para se le tragase, significa - dice- que los hombres, en sus sementeras, comenzaron con sus manos a enterrar debajo de la tierra las mieses, antes que se inventase el arado.» Luego la tierra debió llamarse Saturno, y no las semillas, porque ella en algún modo es la que se traga lo que había engendrado, cuando las semillas, que habían nacido de ella, vuelven otra vez a su seno.
Sobre lo que añaden que porque Júpiter tomó y se comió un terrón, ¿qué importa esta necedad para lo que insinúan que los hombres con sus manos cubrieron la semilla en el terrón de la tierra? ¿Acaso no se lo tragó, como lo demás, porque se cubrió con un terrón de tierra? Esto se dice y suena del mismo modo, que si el que opuso el terrón quitara y escondiera la semilla, así como refieren que ofreciendo a Saturno el terrón, le quitaron de delante a Júpiter, y no como si cubriendo la semilla con el terrón, no hiciera que se le tragase mucho mejor. Y más que, entendido así, la semilla es Júpiter, y no causa de la semilla, como poco antes indicamos, ¿pero qué han de hacer unos hombres que, como interpretan necedades, no hallan qué poder decir con discreción? «Tiene una hoz, dicen, que alude a la agricultura.»
Y a la verdad, cuando él reinaba aún no se conocía la agricultura; y por eso añaden que fueron sus tiempos los primeros según que el mismo interpreta las fábulas y patrañas, porque los primeros hombres se sustentaban y vivían de las semillas que voluntariamente producía la tierra. ¿Por ventura, tomó la hoz luego que perdió el cetro, para que después de haber reinado en los primeros tiempos con descanso, reinando su hilo se diese a la labranza y al trabajo? «Después -dice- que por esta causa algunos le solían ofrecer en holocausto niños, como los cartagineses; y otras personas mayores, como los galos, porque la mejor de las semillas es el género humano.» De esta cruel superstición, ¿para qué hemos de hablar más? Antes debemos advertir y tener por indudable que todas estas interpretaciones no se refieren al verdadero Dios (que es una naturaleza viva, incorpórea e inmutable, a quien debe pedirse sinceramente la vida bienaventurada, que ha de durar siempre), sino que todos sus fines vienen a parar en cosas corporales, temporales, mudables y mortales. «Lo que refieren las fábulas -dice- que Saturno castró al cielo su padre, significa que la semilla divina está en la potestad de Saturno y no del cielo.» Esta proposición, la misma razón la convence de fabulosa, porque en el cielo no nace cosa alguna de la semilla; pero adviertan que si Saturno es hijo del cielo, es también hijo de Júpiter. Porque muchos afirman con toda aseveración que el cielo es el mismo Júpiter. Por eso estas reflexiones que no caminan por la senda de la verdad por la mayor parte, aunque ninguno las violente, ellas mismas se destruyen. Dice «que se llamó Cronón, que en griego significa el espacio de tiempo, sin el cual -añade- la semilla no puede fecundizar». Estas particularidades y otras infinitas se dicen de Saturno, y todas se refieren a la semilla; pero si Saturno es bastante por sí solo, ejerciendo un poder, absoluto, como figuran tiene sobre las semillas, ¿a qué para ellas buscan otros dioses, principalmente a Libero y Libera, que es Ceres, de quienes (por lo que se refiere a las semillas) vuelve a referir tantas virtudes especiales como si nada hubiera dicho de Saturno?

CAPITULO XX

De los sacramentos de Ceres Eleusina

Entre los ritos de Ceres, los más celebrados son los eleusinos, los cuales fueron muy famosos en Atenas. Acerca de los cuales, este autor nada interpreta, sino lo que toca al trigo descubierto por Ceres, y lo perteniente a Proserpina, a quien perdió llevándosela robada al Orco. «Esta -dice- significa la fecundidad de las semillas,  la cual, habiendo faltado por una temporada, y estando triste la tierra con su ausencia, de esta esterilidad nació una nueva opinión y fama, de que el Orco se había llevado a la hija de Ceres; esto es, a la fecundidad, que de Proserpendo se llamó Proserpina y que la detuvo por algún tiempo en los infiernos; lo cual, como lo celebrasen con tristeza y llanto público, y volviese nuevamente la misma fecundidad, restituida Proserpina, renació la alegría, por cuyo motivo se le instituyeron sus peculiares solemnidades.» Dice después «que se practican muchas ceremonias en sus sacrificios y festividades que no pertenecen sino precisamente a la invención de las mieses».

CAPITULO XXI

Torpeza de los sacrificios celebrados en honor de Libero

Los misterios de Libero, a quien hicieron presidir las semillas líquidas y, por tanto, no sólo los licores de los frutos, de entre los cuales ocupa el primer lugar, en cierto modo, el vino, sino también los sémenes de los animales; ruborízame decir a cuánta torpeza llegaron, y ruborízame por la prolijidad del discurso, pero no por su arrogante enervamiento. Entre las cosas que me veo precisado a silenciar, porque son muchas, una es ésta: En las encrucijadas de Italia se celebraban los misterios de Libero -dice Varrón-, y con tal libertinaje y torpeza, que en su honor se reverenciaban las vergüenzas de los hombres. Y esto se hacía no en privado, donde fuera más verecundo, sino en público, triunfando así la carnal torpeza. Este impúdico miembro, durante las festividades de Libero, era colocado con grande honor en carrozas y paseado primeramente del campo a las encrucijadas y luego hasta la ciudad. En la villa llamada Lavinio se dedicaba todo un mes a festejar a Libero. En estos días usaban todos las palabras más indecorosas, hasta que aquel miembro, en procesión por las calles, reposaba por fin en su lugar. A este miembro deshonesto era preciso que una honestísima madre de familia le impusiera públicamente la corona. De esta suerte debía amansarse al dios Libero para el mayor rendimiento de las cosechas. Así debía repelerse el hechizo de los campos, a fin de que la matrona se viera obligada a hacer en público lo que ni la meretriz, si fueran espectadoras las matronas, debió permitirse en las tablas. Sólo una razón fundó la creencia de que Saturno no era suficiente para las semillas. Esta era el que el alma inmunda hallara ocasión para multiplicar sus dioses, y privada, en premio de su inmundicia, del único y verdadero Dios y prostituida por muchos y falsos dioses, ávida de una mayor inmundicia, llamara a estos sacrilegios sacramentos y a sí misma se entregara a la canalla de sucios demonios para ser violada y mancillada.

CAPITULO XXII

De Neptuno, Salacia y Venilia

Supuesto que, en efecto, tenía ya Neptuno por socia en el poder a su mujer, Salacia, la cual dijeron era el agua de la parte más ínfima y profunda del mar, ¿por qué motivo juntaron también con ella a Venilia, sino para que sin justa causa que persuadiese el culto divino y una religión necesaria, sólo por la voluntariedad de un alma contaminada con los vicios más detestables, se multiplicara la invocación de los demonios? Pero salga a la luz la exposición de la famosa teología, que reprima con sus razones esta reprensión. «Venilia –dice- es la onda que viene a la orilla, y Salacia la que vuelve al mar», ¿por qué razón, pues, forman dos diosas siendo una la onda que va y viene? En efecto, esto es liviandad extremada que hierve por haber muchos dioses, pues aunque el agua que va, y viene no sean dos, con todo, con ocasión de esta ilusión, convidando a los demonios se profana más el alma que va a los infiernos y no vuelve.
Por vida vuestra, Varrón, o vosotros, que habéis leído los libros de estos hombres tan doctos presumís que habéis aprendido una doctrina admirable, interpretadme esto: no quiero decir conforme a aquella eterna e inmutable naturaleza, la cual es solamente Dios, sino siquiera según el alma del mundo y sus partes, que tenéis vosotros por verdaderos dioses. Como quiera que sea, es error más tolerable hicieseis que fuera vuestro dios Neptuno, aquella parte del alma del mundo que discurre por el mar; pero que sea posible que la onda que se dirige a la costa y la que vuelve al mar sean dos partes del mundo, ¿quién de vosotros está fuera de sí que se pueda persuadir de tan extraña ilusión? ¿Por qué os las designaron como diosas, sino porque proveyó la providencia de aquellos sabios, vuestros predecesores, no que os gobernasen más demonios, que son los que número de dioses, sino que os poseyeran y gustan de estas ficciones y vanidades lisonjeras? ¿Y por qué, pregunto, Salacia, según esta exposición, perdió la parte inferior del mar, donde estaba sujeta a su marido? ¿Por qué, diciendo ahora que es la onda que va y viene, me la venís a colocar en la superficie? ¿Es por ventura porque su esposo se enamoró de Venilia, y, enojada, ella le arrojó y desposeyó de la parte superior del mar?

CAPITULO XXIII

De la tierra, la cual confirma Varrón que es diosa, porque el alma del mundo, que él sostiene que es Dios, discurre también por esta ínfima parte de su cuerpo, y le comunica su virtud divina

Una es, sin duda, la tierra, la cual vemos poblada de animales distintos entre sí; pero ésta, que es un cuerpo grandioso entre los elementos y la ínfima parte del mundo, pregunto: ¿por qué motivo quieren que sea diosa? ¿Es acaso porque es fecunda? Y conforme a esta razón, ¿por qué causa no serán con mejor título dioses los hombres, que labrándola y cultivándola la hacen más frugal y fecunda, digo cuando la aran y no cuando la adoran? «La parte del alma del mundo -dicen- que discurre por ella, la hace diosa»; como, si no estuviera más ciertamente el alma en los hombres, la cual, si reside en éstos no hay cuestión; y, con todo, a los hombres no los tienen por dioses, antes, por el contrario (lo que es más lamentable), los sujetan con admirable y miserable error a éstos que no son dioses y son menos que ellos, reverenciándolos y tributándoles culto. Por lo menos, el mismo Varrón, en el citado libro de los dioses escogidos, dice: «que hay tres grados o clases de alma en cualquiera naturaleza, y generalmente en toda ella. El uno que pasa y discurre por todas las partes corporales que viven y no tienen sentido, sino solamente vigor para vivir, y supone que esta virtud en nuestro cuerpo se comunica y esparce por los huesos, uñas y cabellos, de la misma manera que en el mundo los árboles se sustentan y crecen, y en cierto modo viven. Llama segundo grado del alma aquel en que hay sentido, asegurando que esta virtud se comunica a los ojos, orejas, narices, boca y tacto. El tercer grado del alma dice que es el sumo y supremo, que se llama ánimo, en el cual preside la inteligencia, de la cual, a excepción del hombre, carecen todos los mortales; y esta parte del alma en el mundo dice que se llama dios, y en nosotros genio. Y añade que hay también piedras y esta tierra que vemos, a las cuales no se les comunica el sentido, que son como los huesos y uñas del dios; que el sol, la luna y las estrellas que contemplamos son los sentidos de que usa; que el éter es su alma, cuya fuerza, que llega hasta los astros, hace dioses a las mismas estrellas, y por su medio convierte a lo que llega a la tierra en diosa Tellus, y a lo que pasa al mar lo hace dios Neptuno.» Vuelva, pues, de esta que piensa ser teología natural, donde, como para tomar algún descanso y aliento, cansado y fatigado de tantos rodeos, se había acogido y divertido. Vuelva, digo, vuelva a la civil, aquí le tengo todavía, mientras discurro un rato acerca de ella; aún no me introduzco a disputar en si la tierra y las piedras son semejantes a nuestros huesos y uñas, ni tampoco en si así como carecen de sentido carecen también de inteligencia, o en si dicen que nuestros huesos y uñas tienen inteligencia porque están en el hombre, que tiene inteligencia; sin duda, tan necio es el que dice que éstos son los dioses en el mundo, como lo es el que asegura que en nosotros los huesos y las uñas son los hombres. Pero esta controversia acaso es asunto cuya investigación pertenece a los filósofos; por ahora todavía quiero sostener la cuestión con ese político; esto es, civil; porque, puede ser que aun cuando parece quiso levantar un poco la cabeza, acogiéndose a la libertad de la teología natural, con todo, andando aún vacilante aquél, desde éste también fijase la vista en ella y que esto lo dijo porque no se entienda y crea que sus antepasados u otras ciudades adoraron vanamente a la tierra y a Neptuno.
Mas lo que ahora pregunto es: ¿cómo la parte del alma del mundo que se difunde y comunica por la tierra, siendo, como es, una la tierra, no hizo igualmente una diosa, la que en su sentir es Tellus? Y si lo hizo así, ¿dónde estará el Orco, hermano de Júpiter y Neptuno, a quien llaman el padre Plutón? ¿Adónde Proserpina, su mujer, que según otra opinión que se hallaba en los mismos libros, dicen que es, no la fecundidad de la tierra, sino su parte inferior? Si dicen que la parte del alma del mundo, cuando se difunde y comunica por la parte superior de la tierra, hace dios al padre Plutón, y cuando por la inferior hace diosa a Proserpina, la Tellus, ¿qué será? Porque el todo, que era ella, está dividido de tal manera en estas dos partes y dioses, que no puede hallarse quién sea esta tercera y dónde esté, a no ser que diga alguno que juntos estos dioses, Orco y Proserpina, constituyen una diosa, Tellus, y que no son ya tres, sino una o dos; con todo, tres dicen que son, por tres se tienen, tres se adoran con sus aras, con sus templos, con sus sacramentos, con sus imágenes, con sus sacerdotes, y por medio de éstos, también con sus falsos y engañosos demonios, que profanan y abusan de la pobre alma del hombre; pero, respóndanme todavía: ¿por qué parte de la tierra se difunde y comunica la parte del alma del mundo para hacer al dios Tellumón? No da otra contestación, sino que una misma tierra contiene dos virtudes: una masculina, que produce las semillas, y otra femenina, que las recibe y cría, y por eso de la virtud de la femenina se llamó Tellus, y de la masculina, Tellumón; pero supuesta esta doctrina, ¿por qué motivo los pontífices como él lo insinúa, aumentando aún otros dos, sacrifican a cuatro: a Tellus, Tellumón, Altor y Rusor? Ya hemos hablado de la Tellus y de Tellumón, mas ¿por qué se ofrecen víctimas a Altor? Porque, dice, de la tierra se sustenta todo lo que nace. ¿Por qué a Rusor? Porque dice que de nuevo todo vuelve a la tierra.

CAPITULO XXIV

De los sobrenombres de la tierra y sus significaciones, las cuales, aunque demostraban muchas cosas, no por eso debían confirmar las opiniones de muchos dioses

Luego una misma tierra, por estas cuatro virtudes, debía tener cuatrosobrenombres, y no era el caso de crear cuatro dioses, ¿Cómo hay un Júpiter con tantos sobrenombres y un Juno con otros tantos, en todos los cuales, dicen, se hallan diferentes virtudes que pertenecen a un dios o a una diosa, y no muchos sobrenombres que constituyen asimismo muchos dioses? Pero verdaderamente que así como algunas veces aun a las más viles y prostituidas mujercillas les pesa, se cansan y avergüenzan de la canalla que con sus deshonestidades han traído tras sí, de la misma manera el alma que ha dado en ser obscena y se ha sometido al apetito de los espíritus inmundos, cuando al principio gustó más de sensualidad, tanto más en repetidas ocasiones se arrepintió de haber multiplicado dioses para rendírseles, y ser profanada de ellos; porque hasta el mismo Varrón, corrido y avergonzado de la multitud de los dioses, quiere que la tierra, o Tellus, no sea más que una diosa. <A la misma -dice- llaman la gran Madre, asegurando que el tener el tamboril significa que ella es el orbe de la tierra, y las torres en la cabeza, que tiene villas y lugares: que el fingir alrededor de ella asientos es porque moviéndose todas las cosas, ella permanece inmóvil; que el haber dispuesto sirviesen a esta diosa los galos, significa que los que carecen de simiente es menester sigan la tierra porque en ella se hallan todas las cosas; el andar saltando y brincando junto a ella, es una advertencia -dice- a los que labran la tierra para que no se sienten, porque siempre hay que hacer en su cultivo: el sonido de los tamboriles y el ruido que se hace sacudiendo la herramienta y las manos y  otras cosas de este jaez significa lo que pasa en la labranza del campo. Es de cobre, porque los antiguos, antes que descubriesen el hierro, la labraban con cobre. Acompáñanla -dice- con un león suelto y manso, para demostrar que no hay pedazo de tierra tan áspero y silvestre que no convenga ararlo y cultivarlo. Después añade y dice que el haber llamado a la madre Tellus con muchos nombres y sobrenombres ha dado ocasión de entender que son muchos dioses. La Tellus -dice- piensan que es Opis, porque obrando, opere, y trabajando en ella con el continuo cultivo se mejora; Madre, porque pare y produce muchas cosas; magna o grande, porque pare y produce el mantenimiento; Proserpina, porque de ella nacen y gracias a ella, como que trepan, Proserpere, las mieses; Vesta, porque se viste de hierbas, y de este modo -dice-, no fuera de propósito, reducen a ésta otras diosas.  Luego si es una sola diosa ésta, que, averiguada la verdad, tampoco lo es, ¿para qué la hacen muchas? Sean de una sola tantos nombres y no haya tantas diosas como nombres; pero la autoridad del error en que vivieron sus antepasados les hace mucha fuerza, y al mismo Varrón, después de haber dado este parecer, le hace titubear; porque, añade y dice: «Lo cual no se opone a la opinión de nuestros predecesores acerca de estas diosas, pensando que son muchas.» ¿Y cómo no ha de ser contradictorio, siendo absolutamente distinto tener una diosa muchos nombres o ser muchas diosas? «Con todo, puede ser -dice- que una misma cosa sea una, y en ella algunas cosas sean muchas.» Concedo que en un hombre haya muchas particularidades; ¿luego por esto también habrá muchos hombres? De la misma manera, porque en una misma diosa hay muchas cualidades, ¿acaso por eso ha de haber también muchas diosas? Pero dividan como quieran, junten, multipliquen y vuelvan a multiplicar y a enredarlo todo. Esto son, en efecto, los insignes misterios de Tellus y de la gran Madre, viniendo a reducirse todo su poder a las semillas mortales y corruptibles, y al cultivo de la tierra. ¡Y que sea posible que cuantas sandeces se refieren a éstas y paran en esta limitada potestad, el tamboril, las torres, los hombres castrados o galos, el furioso brincar y sacudir de miembros, el ruido de los cencerros, la ficción de los leones, puedan prometer a ninguno la vida eterna! ¡Y que sea posible que los galos castrados se dediquen al servicio de esa diosa magna, para significar que los que carecen del semen generativo han menester seguir la tierra, como sí, por el contrario, la misma servidumbre no les hiciese tener necesidad de simiente! ¿Por qué cuando sirviendo a esta diosa, o no teniendo simiente la adquieren, o sirviendo a esta diosa teniendo simiente la pierden? ¿Esto es interpretar o desatinar? Y no se advierte y considera lo que han prevalecido los malignos espíritus, que con no haber atrevido a ofrecer con estos ritos cosa ninguna grande, con todo, pudieron pedir cosas tan horribles y crueles. Si la tierra no fuera diosa trabajando los hombres, pusieran las manos en ella, para alcanzar por ella las semillas y no las pusieren cruelmente en sí para perder la simiente por amor a ella. Si no fuera diosa, de tal modo se hiciera fecunda con las manos ajenas, que no obligara a los hombres a hacerse estériles con las suyas propias.

CAPITULO XXV

Interpretación hallada por la ciencia de los sabios griegos sobre la mutilación de Atis

No menciona a Atis ni busca explicación para él. En memoria de su amor se castraba el galo. Pero los griegos doctos y sabios no pudieron callar causa tan santa y esclarecida. El célebre filósofo Porfirio dice que Atis simboliza las flores, por el aspecto primaveral de la tierra, más bello que en las demás estaciones, y que está castrado, porque la flor cae antes que el fruto. Luego no compararon la flor al hombre mismo o a aquella semejanza de hombre llamado Atis, sino a las partes viriles. Estas, en vida de él, cayeron, mejor diría, no cayeron ni se las cogieron, pero sí se las desgarraron. Y, perdida aquella flor, no se siguió fruto alguno, sino la esterilidad. ¿Qué significa este resto de él y qué lo que quedó en el emasculado? ¿A qué hace referencia? ¿Qué interpretación se da de ello? ¿Por ventura sus esfuerzos impotentes e inútiles no hacen ver que debe creerse sobre el hombre mutilado lo que corrió la fama y se dio al público? Con razón soslayó. Varrón este punto y no quiso tocarlo porque no se ocultó a varón tan sabio.

CAPITULO XXVI

Torpeza de los misterios de la gran Madre

Tampoco quiso decir nada Varrón, ni recuerdo haberlo leído en parte alguna, sobre los bardajes consagrados a la gran Madre, injuriosos para el pudor de uno y otro sexo. Aun hoy en día, con los cabellos perfumados, con color quebrado, miembros lánguidos y paso afeminado, andan pidiendo al pueblo por las calles y plazas de Cartago, y así pasan su vida torpemente. Faltó explicación, se ruborizó la razón, y la lengua guardó silencio. La grandeza, no de la divinidad, sino de la bellaquería de la gran Madre, superó a la de todos los dioses hijos. A este monstruo, ni la monstruosidad de Jano es comparable. Aquél tenía deformidad sólo en sus simulacros; ésta tiene en sus misterios deforme crueldad. Aquél tenía miembros añadidos en piedra; ésta los tiene perdidos en los hombres. Este descoco no es superado por tantos y tamaños estupros del propio Júpiter. Aquél, entre corruptelas femeninas, infamó el cielo con solo Ganímedes; ésta, con tantos bardajes de profesión y públicos, profanó la tierra e hizo injuria al cielo. Quizá podamos cotejar a ésta o anteponer a ella en este género de torpísima crueldad a Saturno, de quien se cuenta que castró a su padre. Pero, en los misterios de Saturno, a los hombres les fue hacedero morir a manos ajenos y no ser castrados por las propias. Devoró él a los hijos, según cantan los poetas. De ello los físicos dan la interpretación que quieren. La historia dice simplemente que los mató. Y si los cartagineses les sacrificaban sus hijos, es usanza que no admitieron los romanos. Sin embargo, esta gran Madre de los dioses introdujo en los templos romanos a los eunucos, y conservó esta cruel costumbre en la creencia de que ayudaba las fuerzas de los romanos extirpando la virilidad en los hombres. ¿Qué son, comparados con este mal, los robos de Mercurio, la lascivia de Venus, los estupros y las torpezas de los demás, que citara tomándolo de los libros si no se cantaran y se representaran diariamente en los teatros? ¿Qué son éstos comparados con la grandeza de tamaña bellaquería, sólo pertenencia de la gran Madre? Y esto con el agravante de decir que son ficciones de los poetas, como si los poetas fingieran también que son gratas y aceptas a los dioses. Demos por bueno que el que se canten o se escriba, sea audacia o petulancia de los poetas. Pero el que se añadan por mandato y extorsión de los dioses a las cosas divinas y a sus honras, ¿qué es sino culpa de los dioses, mas aún, confesión de demonios y decepción de miserables? En todo caso, aquello de que la Madre de los dioses mereció culto por la consagración de los eunucos, no lo fingieron los poetas, sino que ellos prefirieron horrorizarse a versificarlo. ¿Quién se ha de consagrar a estos dioses selectos para vivir después de la muerte felizmente, si, consagrado a ellos antes de morir, no puede vivir honestamente, sometido a tan feas supersticiones y rendido a tan inmundos demonios? Todo esto, dice, se refiere al mundo. Considere no sea más bien a lo inmundo. ¿Qué no puede referirse al mundo de lo que se prueba que está en el mundo? Nosotros, empero, buscamos un espíritu que, enclavado en la religión verdadera, no adore al mundo como a su Dios, sino que alabe al mundo como a obra de Dios por Dios, y, purificado de las humanas sordideces, llegue limpió a Dios, Hacedor del mundo.

CAPITULO XXVII

De las ficciones y quimeras de los fisiólogos o naturales, que ni adoran al verdadero Dios, ni con el culto y veneración con que se le debe adorar

Cuando considero las mismas fisiologías o exposiciones naturales con que los hombres doctos e ingeniosos procuran convertir las cosas humanas en divinas, advierto que no pudieron revocar o atribuir cosa alguna sino a obras temporales y terrenas y a la naturaleza corpórea que, aunque invisible, con todo es mudable, cuyo defecto no se halla en el verdadero Dios.
Y si esto lo aplicaran a la religión con significaciones siquiera convenientes (aunque fuera lastimoso, porque con ellas no se daría noticia exacta, ni publicaría el nombre de Dios verdadero), con todo en alguna manera fuera tolerable, viendo que no se hacían ni se prescribían preceptos tan abominables y torpes; pero ahora, siendo como es una acción impía y detestable que el alma adore por verdadero Dios (con que sólo morando él en ella es dichosa y bienaventurada) al cuerpo o alma, ¿cuánto más nefando será tributar culto a estas sustancias, para que el cuerpo y el alma del que si las adora no alcance salud ni gloria humana? Por lo cuál, cuando se adora con templo, sacerdote y sacrificio (honor que sólo se debe al verdadero Dios) algún elemento del mundo, o algún espíritu criado, aunque no sea inmundo y malo, no por eso es malo, porque son malas las ceremonias con que lo adoran, sino porque son tales que con ellas sólo se debe adorar a Aquel a quien se debe, tal culto y religión.
Y si alguno opinase que adora a un solo Dios verdadero, esto es, al creador de todas las almas y cuerpos con disparates y monstruosidades de imágenes, con sacrificios de homicidios, y con fiestas de juegos y espectáculos torpes y abominables, no por eso peca, por cuanto no debe adorarse al mismo que adora, sino porque tributa culto al que deben reverenciar, no como se debe venerar; y el que con semejantes obscenidades; esto es, con obras torpes y obscenas, adorare al verdadero Dios no peca precisamente porque no deba ser adorado aquel a quien adora, sino porque no le adora como debe; pero, en cambio, él, con tales torpezas, adora no al verdadero Dios, es decir, al autor del alma y del cuerpo, sino a la criatura (aunque no sea mala; ya ésta sea alma, ya sea cuerpo, ya sea juntamente alma y cuerpo), dos veces peca contra Dios; lo uno porque adora por Dios a lo que no es dios, y lo otro porque le adora con tales ritos con los que no se debe adorar ni a Dios ni a los que no es Dios; pero en qué términos, esto es, cuán torpemente hayan tributado adoración éstos a las mentidas deidades, fácil es conocerlo. Y qué hayan adorado, y a quienes, seria dificultoso indagarlo, si no dijeran sus historias cómo ofrecieron a sus dioses (pidiéndoselo ellos con amenazas y terrores) aquellos mismos holocaustos y ceremonias que confiesan por abominables y torpes; y así, quitados los rodeos, resulta que con toda esta teología civil, han convidado e introducido a los impíos demonios e inmundos espíritus en las necias y vistosas imágenes, y por ellos igualmente en los estúpidos corazones para que, los posean.

CAPITULO XXVIII

Que la doctrina que trae Varrón sobre la teología no es consecuente consigo misma

¿Qué utilidad se sigue de que el docto e ingenioso Varrón procure, y no pueda, con una sutil y delicada doctrina reducir todos estos dioses al cielo y a la tierra? Sin duda se le van de las manos, se le deslizan, se le escapan y caen; porque habiendo de tratar de las hembras, esto es, de las diosas, dice: ¿Cómo insinué en el primer libro de los lugares, donde hemos considerado dos principios y orígenes que traen los dioses del cielo y de la tierra, por lo que éstos unos se dicen celestes y otros terrestres, así como arriba principiamos por el cielo cuando tratamos de Jano, que unos dijeron era el cielo, otros el mundo, así, hablando de los hombres, empezaremos a escribir de la tierra.» Bien advierto cuán penosa molestia es la que padece tal y tan elevado ingenio, dejándose arrastrar de una razón verosímil, «mediante la cual sostiene que el cielo es el que hace, y la tierra la que padece»; y por eso atribuye al uno la virtud masculina y a la otra la femenina, sin reflexionar que el que hizo hados a ambos es el que desempeña todas estas funciones con su virtud propia.
Conforme a esta exposición, interpreta en el libro precedente los famosos misterios de los Samotraces, diciendo: «Declarará y escribirá algunas particularidades de que no tienen noticia ni aun los suyos, a quienes casi religiosamente promete enviárselas, porque insinúa allí que él ha deducido, por muchos indicios que ha visto en las estatuas, que una cosa significa el cielo, otra la tierra, otras los ejemplos o dechados de las cosas que Platón llamó ideas. Por el cielo quiere se entienda Júpiter, por la tierra Juno, por las ideas Minerva, estableciendo igualmente que el cielo es el que hace o el principal agente, la tierra de quien se forma la idea según la cual se hace.» Sobre este particular no quiere decir, como afirmó Platón, «que estas ideas tienen tanta virtud que el cielo, conforme a ellas, no sólo obró en la producción de otros seres, sino que fue hecho también el mismo cielo». Lo que digo es que este autor en el libro de los dioses selectos destruyó la razón relativa a los tres dioses con que había casi abarcado toda su idea, por cuanto al cielo atribuye los dioses masculinos, los femeninos a la tierra, entre los cuales puso a Minerva, a quien la había colocado anteriormente sobre el mismo cielo. Asimismo Neptuno, que es dios varón, reside en el mar, el cual pertenece más a la tierra que al cielo; finalmente, del padre Ditis, que en el lenguaje griego se llama Plutón, también varón, hermano de ambos, dicen es dios terrestre, que preside la parte superior de la tierra, y en la inferior tiene a su mujer, Proserpina. ¿Acaso no es un medio extraordinario y ridículo el que usa para reducir los dioses al cielo y las diosas a la tierra? ¿Qué tiene este discurso de sólido, qué de constante, de cordura, de resolución y certeza? En efecto: la Tellus o tierra es el principio y origen de las diosas, es a saber, la gran Madre con quien anda la turba de los espíritus abominables y torpes, los afeminados, bardajes castrados, los que se cortan y laceran los miembros, los que andan saltando y brincando alrededor de ella como dementes y atolondrados.
¿A qué viene decir que es cabeza de los dioses Jano, y de las diosas la tierra, si ni allá constituye una cabeza el error, ni acá la hace sana y cuerda el furor? ¿Para qué procuran en vano reducir estas supuestas cualidades al mundo como si se pudiera adorar al mundo por verdadero dios O a la criatura por su creador? Si una verdad manifiesta los deja plenamente convencidos de que nada pueden sobre este punto, refieran solamente tales patrañas a los hombres muertos y a los malvados demonios, y no habrá más pleitos.

CAPITULO XXIX

Que todo lo que los fisiólogos y filósofos naturales refieren al mundo y a sus partes lo debían referir a un solo Dios verdadero

Porque todo cuanto estos escritores insinúan de tales deidades, como fundados en razones físicas y naturales, lo refieren al mundo: seguramente que sin escrúpulo de sentir sacrílegamente lo podemos atribuir con más justa razón al verdadero Dios, que hizo el mundo y es el Criador de todas las almas y cuerpos, y se puede advertir mediante este raciocinio. Nosotros adoramos a Dios, no al cielo ni a la tierra, de los cuales consta este mundo, ni alma ni a las almas que se hallan repartidas entré todos y cualesquiera vivientes, sino a Dios, que hizo el cielo y la tierra y todo cuanto hay en ellos, el cual creó todas las almas, así las que viven y carecen de sentido y de razón, como las que sienten y usan también de la razón

CAPITULO XXX

Cómo se distingue el criador de la criatura para que no se adoren por uno tantos dioses cuantas son las obras de un mismo autor

Empezando a discurrir ya por los efectos, o por las obras admirables de Dios, que es uno solo y verdadero, por respeto de las cuales, mientras procuran éstos, como con cierta honestidad, interpretar ritos torpes y abominables, vienen a multiplicar y a establecer muchos dioses, y todos falsos; nosotros adoramos a aquel Dios que a las naturalezas que crió las dio los principios y fines de su sustancia y movimiento; a Aquel que tiene en su mano, conoce y dispone las causas de las cosas; a Aquel que crió la virtud de las semillas, formó el alma racional para que le sirviese a sus inescrutables designios; les dio el uso y facultad de hablar; repartió a los espíritus que fue su voluntad el singular don de vaticinar lo venidero, y por medio de quienes quiera ¿las dice, y por medio de las personas que son de su agrado destierra las enfermedades; a Aquel que preside también riguroso cuando conviene castigar y corregir el linaje humano, en los principios, progresos y fines de las mismas guerras; a Aquel que no sólo crió, sino que también gobierna el vehemente y violento fuego de este mundo conforme al temperamento de la inmensa naturaleza: que es criador y gobernador de todas las aguas: que hizo el sol, astro el más resplandeciente de todas las luces corpóreas que se ven en el hemisferio, comunicándole virtud y movimiento conforme a su esfera; que hasta a los mismos condenados al infierno no niega su dominio y potestad; que sustituye y concede a las cosas mortales y caducas sus simientes, alimentos, así secos como líquidos; que fundó la tierra y la fecunda; que reparte sus frutos a las bestias y a los hombres; que conoce y ordena las causas, no sólo principales, sino también las subsiguientes o accesorias; que dio a la luna su curso y movimiento; que suministra con las mutaciones de los lugares los caminos por el cielo y por la tierra; que a los entendimientos humanos que crió les concedió también para el auxilio y alivio de su vida y naturaleza una noticia exacta y conocimientos de varias ciencias y artes; que a las sociedades y familias de los hombres concedió para los usos ordinarios e indispensables el beneficio del fuego de la tierra, de que se pudiesen servir en los hogares y en las luces. Estos son, en efecto, los cargos que el ingenioso y erudito Varrón, fundado en ciertas interpretaciones físicas y naturales, o tomadas de otro, o halladas por su propia conjetura, anduvo indeciso y confuso para distribuirlos y repartirlos entre los dioses escogidos.
Y estas admirables obras son las que hace y en las que entiende Aquel que es un solo Dios verdadero; aunque este mismo Dios, así como está dondequiera, todo, sin estar encerrado en ningún lugar, ni atado o ceñido a una sola cosa, sin ser divisible en partes y de ninguna parte mudable, llena el cielo y la tierra con su presente omnipotencia. Y así, sin estar ausente su naturaleza, también administra todo lo que crió con tan particular sabiduría, que a cada cosa la deja ejercer libremente y ejecutar sus acciones propias; porque aun cuando no puede haber cosa alguna sin él, no obstante ninguna es lo que él. Hace también muchas cosas por medio de los ángeles; pero si no es consigo propio, no hace felices a los ángeles; por lo mismo, aunque por algunas causas ocultas envía ángeles a los hombres, con todo, no hace felices a los hombres con los ángeles, sino consigo propio, como a los ángeles. De este solo y verdadero Dios esperamos nosotros la vida eterna.

CAPITULO XXXI

De qué beneficios de Dios gozan propiamente los que siguen la verdad, además de los que a todos comunica la divina liberalidad

Por cuanto nosotros, además de estos beneficios comunes, que por medio de esta recta administración y gobierno del mundo (del cual ya hemos dicho algunas particularidades), distribuye este gran Dios a los buenos y a los malos, tenemos de su Divina Majestad un indicio seguro y propio de los justos, del grande amor que nos profesa; aunque no podamos darle las debidas gracias por el ser que tenemos, de que vivimos, de que vemos el cielo y la tierra, de que tenemos entendimiento y razón, con que podemos buscar a este mismo que crió todas las cosas, debemos, sin embargo, corresponderle agradecidos, observando exactamente su santa ley; pero de que estando nosotros cargados y sumergidos en horribles pecados, sin dedicarnos, como debiéramos, a la contemplación de su luz, ciegos de amor y afición a las tinieblas, esto es, al pecado, no nos haya desamparado y dejado del todo, antes más bien nos haya enviado a su Unigénito, para que haciéndose hombre por nosotros y padeciendo afrentosa muerte conociésemos cuánto estima Dios al hombre; nos purificásemos con aquel incruento sacrificio de todas nuestras culpas e infundiendo con su espíritu en nuestros corazones su inefable amor, superadas todas las dificultades, viniesen a conseguir el descanso eterno y a gozar de la inmensa dulzura de su contemplación y visión beatífica. ¿Qué corazones, qué lenguas pretenderán ser bastantes para darle las debidas gracias?

CAPITULO XXXII

Que el misterio de la redención de Jesucristo nunca faltó en los siglos pasados, y que siempre se predicó y manifestó con diversas figuras y significaciones

Este misterio de la vida eterna viene de atrás, y ya desde el principio de la creación del hombre se predicó por ministerio de los ángeles, a quienes convenía, por medio de ciertas señales y ritos acomodados, a aquellos tiempos. Después se juntó el pueblo hebreo bajo una cierta forma de República que prefiguró este oculto sacramento, donde parte por algunos que lo entendían y parte por otros que eran incapaces de comprenderlo, se anunció todo cuanto por la venida de Cristo hasta ahora ha sucedido y en adelante ha de suceder. Después se derramó esta nación entre los gentiles, mediante el incontrastable testimonio de las escrituras, donde estaba profetizada la salud eterna por medio de Jesucristo.
Porque no sólo las profecías que en el sagrado texto se escriben, ni tampoco solamente los preceptos que conforman la vida y la piedad, y se expresan en aquellos libros, sino también los sacramentos, los sacerdotes, el Tabernáculo o templo, los altares, los sacrificios, las ceremonias, los días festivos y todo lo demás perteneciente al culto que se debe a Dios, que en griego, propiamente, se llama latría, nos significaron y anunciaron todo aquello que para la vida eterna de los fieles creemos que se ha cumplido en Cristo, vemos que se cumple y esperamos que se ha de cumplir.

CAPITULO XXXIII

Que sólo por medio de la Religión cristiana se pudo descubrir el engaño de los malignos espíritus que gustan del error en los hombres

Por esta religión, verdadera y única, se pudo descubrir que los dioses de los gentiles eran sumamente impuros y unos obscenos demonios, que con ocasión de algunas personas difuntas, y so color de las criaturas humanas, procuraron los tuviesen por dioses, gustando con detestable y abominable soberbia de los honores casi divinos, que no eran otra cosa que un complejo de acciones criminales y nefandas, envidiando a los hombres la conversión a su verdadero Dios. De cuyo cruel e impío poder y dominio se libró el hombre, creyendo sinceramente en Aquel que para levantarnos nos dio un ejemplo de humildad tan especial, cuanto fue mayor la soberbia por la que ellos cayeron destronados.
Del número de éstos son no sólo aquellos de quienes hemos ya referido varias particularidades y otras semejantes que han infestado las demás naciones y provincias, sino también de que ahora tratamos, como escogidos para componer el Senado de los dioses, y a la verdad elegidos por la grandeza y publicidad de sus culpas no por la dignidad y méritos de sus virtudes, cuyos misterios, procurando Varrón reducirlos a razones naturales, buscando cómo dar un color honesto a las acciones torpes, no acaba de hallar cosa que le cuadre ni convenga, porque las causas que imagina, o, por mejor decir, quiere que se imaginen, no son causas de aquellos sacramentos. Porque si lo fuesen, no sólo éstas, sino también otras cualesquiera de esta especie, aunque no perteneciesen al verdadero Dios y a la vida eterna, que es la que en religión se debe buscar únicamente, con todo, dando cualquiera razón de la naturaleza de las cosas, mitigarían algún tanto la ofensa y escándalo que había causado su imponderable torpeza y desvarío, no entendido en la celebración de sus sacramentos, como lo procuró hacer el mismo Varrón en algunas fábulas teatrales o en los misterios de los templos, donde no con la semejanza de os templos dio por buenos los teatros, sino antes con la semejanza de los teatros condenó los templos; sin embargo, como quiera procuró aplacar el sentido ofendido y escandalizado con las obscenidades que le causaban horror, dando la razón a las causas naturales.

CAPITULO XXXIV

De los libros de Numa Pompilio, los cuales mandó quemar el Senado por que no se publicasen las causas que en ellos se contenían de los ritos

Con todo, por el contrario, descubrimos (como el mismo docto autor lo escribe, citando los libros de Numa Pompilio), que no se pudieron tolerar de ningún modo las causas que allí se dan de los misterios de sus dioses, y no sólo las tuvieron por dignas de que, leyéndolas, viniesen a noticia de personas religiosas, pero ni aun quisieron que escritas se guardasen en el archivo de las tinieblas; por lo mismo quiero ya decir lo que prometí explicar en su propio lugar, en el libro III de esta obra. Porque, según refiere el mismo Varrón en el libro del culto de los dioses: «Cierto hombre, llamado Terencio, poseía una heredad en el Janículo, y un quintero suyo, arando con sus bueyes junto a la sepultura de Numa Pompilio, extrajo con el arado, debajo de la tierra, los libros donde estaban escritas las causas de los ritos que había instituido este monarca; y trayéndolos a la ciudad los entregó al Pretor, el cual, leyendo los títulos, pareciéndole asunto de importancia, los remitió al Senado, donde habiéndose leído algunas causas principales porque cada rito se había establecido en la religión, el Senado siguió el parecer del muerto Numa, y, como buenos religiosos, los senadores decretaron que el Pretor mandase quemar aquellos libros. Crea cada uno lo que él imagina, o, por mejor decir, cualquier famoso defensor de tan grande impiedad diga lo que le impele a decir su furiosa obstinación. A mí me basta advertir que las causas de los ritos que escribió el rey Pompilio, fundador de los misterios y religión de los romanos, fueron tales, que no convino tuviesen noticia de ellas ni el pueblo, ni el Senado ni aun los mismos sacerdotes, como también que el mismo Numa Pompilio, con curiosidad ilícita y supersticiosa, llegó a saber y penetrar aquellos secretos de los demonios, los
cuales, aunque los escribió para avisarse a sí mismo con su lectura, sin embargo, con ser rey que a nadie temía, ni se atrevió a enseñarlos a sus vasallos, ni a destruirlos borrándolos o consumiéndolos del todo; de suerte que lo que quiso que ninguno lo supiese por no instruir a los hombres en máximas obscenas y nefandas, y lo que temió violar por no provocar contra sí la ira de los dioses, lo enterró y sepultó donde le pareció más seguro, no creyendo que podía llegar el arado a su sepultura; pero temiendo el Senado condenar la religión de sus antepasados, y hallándose por esto forzado a seguir el parecer de Numa, con todo, reputó aquellos libros por tan perniciosos, que no quiso mandar se volviesen a enterrar (porque la curiosidad humana no diese con más vehemencia en buscar lo que ya se había divulgado), sino que las llamas consumiesen tan abominables memorias, pareciéndole era ya necesario celebrar aquellos ritos, tuvo por más tolerable el error, todas las veces que se ignorasen sus causas, que no el permitir se supiese públicamente, lo cual era exponerse a que se alborotase y turbase la ciudad.

CAPITULO XXXV

De la hidromancia con que anduvo engañado Numa, viendo algunas imágenes de los demonios

Por cuanto aun al mismo Numa (como no tuvo ningún profeta de Dios, ningún ángel santo que le ilustrase) le fue preciso usar de la hidromancia para poder ver en el agua las imágenes de los dioses, o, por mejor decir, los engaños de los demonios, y así le instruyesen en lo que debía ordenar y observar acerca de la religión.
"Este modo de adivinar, dice el mismo Varrón, que vino de Persia, del cual usó Numa, y después el filósofo Pitágoras, donde no sin intervención de sangre dice que se hacen sus preguntas a las sombras infernales, y añade que en griego se llama Necromancia"; la cual, ya se llame hidromancia o necromancia, es lo mismo que adonde aparecen, o parece que adivinan los muertos. Con qué arte se ejecute, examinen lo ellos; porque no intento indicar que estas artes, aun antes de la venida de nuestro Salvador, entre los mismos gentiles se solían prohibir con leyes rigurosas y castigarlas con severísimas penas. No quiero, digo, indicarlo, porque acaso entonces se permitían y eran lícitas semejantes especulaciones; pero es indudable que con estas artes aprendió Pompilio aquellos ritos de la religión, cuyo ejercicio divulgó y cuyas causas enterró; por eso se receló él mismo de lo que aprendió, y el Senado quemó los libros en que se contenían estas necedades; en esta inteligencia, ¿para qué Varrón me quiere alegar no sé qué otras causas, al parecer físicas de aquellos ritos; que si los insinuados libros se hallaran, sin duda no los quemaran; ni acaso estos que escribió y dedicó Varrón al pontífice Cayo César y dio a luz tampoco los quemaran los senadores si realmente las contuvieran? Así que, por haber descubierto Numa Pompilio el agua con que hacía la hidromancia, por eso se dice que tuvo por mujer a la ninfa Egeria, como se declara en el libro de Varrón arriba citado.
De este modo, la verdad de las cosas, mezclándola con mentiras se suele convertir en fábulas. En aquella hidromancia, aquél curiosísimo rey romano aprendió los ritos que habían de conservar, los pontífices en sus libros y a las causas de ellos, las cuales, a excepción de él, quiso que ninguno las supiese; y, así, habiéndolas escrito separadamente, hizo en cierto modo que muriesen y acabasen consigo, cuando procuró desterrarlas del conocimiento de los hombres y sepultarlas. En dichos libros, o había tan abominables y perjudiciales máximas de que gustaban los demonios (que por ellas se advertía cómo toda la teología civil era maldita, aun en sentir de los que en los mismos misterios habían recibido tantas nociones vergonzosas y abominables), o se descubría que no era otra cosa que hombres muertos todos aquellos que casi todas las naciones, por una dilatada serie de siglos, habían creído eran dioses inmortales, supuesto que se complacían igualmente de semejantes ritos los mismos demonios, que con la vana apariencia de falsos portentos se suponían y entrometían allí para que los adorasen por los mismos muertos a quienes ellos habían procurado fuesen reputados por dioses.
Pero, por oculta providencia del verdadero Dios, sucedió que, estando en gracia y reconciliados con su amigo Pompilio, por medio de aquellas artes con que se pudo ejercer la hidromancia, se les permitiese que le confesasen con claridad todas,
aquellas patrañas, y, con todo, no se les permitió le advirtiesen que cuando muriese procurase antes quemarlas que enterrarlas, pues para que no se supiese no pudieron ni impedir al arado que las extrajo afuera, ni la pluma de Varrón, por cuyo medio llegó hasta nuestros tiempos la noticia circunstanciada de cuánto pasó sobre este asunto; siendo, como es, sabido que no pueden ejecutar lo que no se les permite, sin embargo, se les permite en muchas ocasiones, por alto y justo juicio del sumo Dios, por los pecados de aquellos respecto de quienes es conveniente que solamente los aflijan o también los sujeten y engañen; y cuán pernicioso y ajeno del culto del verdadero Dios pareció lo que se contenía en aquellos libros, se puede inferir de la providencia del Senado, que más quiso quemar lo que Pompilio había escondido que temer lo que temió él mismo, que no pudo atreverse a practicar una acción tan generosa. El que no desea tener en la vida futura vida feliz, ni en la presente una verdaderamente piadosa y religiosa, con tales misterios busque la muerte eterna; pero el que no quiere tener comunicación con los malignos demonios, no tema la perniciosa superstición con que son adorados, sino reconozca la verdadera religión con que se descubren y vencen.
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La Ciudad de Dios
por San Agustín

Libo Séptimo
Los Dioses Selectos de la Teología Civil