A OROSIO, CONTRA LOS PRISCILIANISTAS Y ORIGENISTAS
(Libro único)

por San Aurelio Agustín

Traductor: P. José María Ozaeta
El alma no es de la sustancia de Dios

I.1. Querídisimo hijo Orosio: Ni debo responder a todo lo que me preguntas en tu consulta ni debo abstenerme del todo, ya que pudiera parecerte que desprecio tu trabajo, sumamente grato para mí, y así te ofendería sin consideración. En varios de mis opúsculos, que has leído o puedes leer, hay mucho que sirve para rechazar la herejía de los priscilianistas. Y aunque no me propuse refutarlos, pues trataba otros asuntos, sin embargo, por lo que me dices que piensan, veo ahora que ya lo he hecho. Pues, al disputar contra los maniqueos, he tocado en muchos lugares el tema del alma, la cual, aunque en cierto modo sea inmortal, sus cambios a peor o mejor demuestran que es mudable, y, en consecuencia, aparece con claridad meridiana que no es de la sustancia de Dios. Así, también se refuta la opinión priscilianista. Puesto este sólido y verdadero principio, que cada uno advierte en sí mismo, se verá fácilmente que ni aquellos ni éstos encuentran base para tejer sus fábulas. ¿Para qué vamos a detenernos en podar las ramas de este error, plagado de vanas palabras, cuando resulta más práctico extraer y extirpar su raíz? Sobre todo, teniendo en cuenta que tú te sientes satisfecho de que esos delirios fantásticos ya han quedado al descubierto entre vosotros.

Aunque el alma haya sido hecha por Dios de la nada,
la voluntad de Dios no es la nada

II. 2. Pero acerca del alma aún hay que insistir. Si podemos sostener que Dios la ha creado de la nada, ya que consta que no es una partícula o emanación de Él, parece duro e impío decir que la voluntad de Dios es la nada, pues, porque Él quiso, el alma ha sido creada. Esto, sin embargo, no se refiere a la refutación de la vanidad sacrílega de Prisciliano. Pues el alma, o ha sido hecha de la nada, o esto no puede sostenerse, ya que ha sido hecha por voluntad de Dios, voluntad que con toda certeza no es la nada. Pero, puesto que ha sido hecha y no es de la naturaleza de Dios, sin duda alguna se desmiente aquella herejía que defiende por encima de todo que el alma es de la naturaleza de Dios, herejía que, para poder hacerse escuchar, añade todo lo contrario de la falsedad. Pero como no es conveniente desdeñar o dejar sin discutir esta cuestión, hay que preguntar a estos que no quieren creer que el alma ha sido hecha de la nada, para no afirmar que la voluntad de Dios, por la que ha sido hecha, es la nada; hay que preguntarles, repito, si confiesan que ninguna criatura ha sido hecha de la nada. Si esto opinan, es de temer que traten de introducir otra naturaleza, que ni sea Dios ni sea la nada, como una especie de materia prima que, si Dios no la tuviere, no hubiera podido tener de dónde hacer lo que hizo. Pues cuando se indaga de dónde hizo Dios su criatura, se busca cierta materia; lo mismo que el artesano es totalmente incapaz de hacer lo que se espera de su oficio si no dispone de madera u otro material. Y cuando se responde "de la nada", ¿qué otra cosa se responde sino que ninguna materia prima existió que Él no haya hecho, para que si algo quisiere hacer tuviera de dónde hacerlo, y si no lo tuviera nada podría hacer? Así, la materia del mundo, conocida siempre en lo mudable, ha sido hecha por Él, lo mismo que el mundo. En consecuencia, dado el caso de que Dios hizo o hace algo de una cosa cualquiera, no lo hizo ni lo hace de algo que Él no haya hecho. Por consiguiente, y prescindiendo de momento de la naturaleza del alma, si confiesan que Dios ha hecho algo de la nada, piensen y vean que, lo que esto sea, lo ha hecho por su voluntad; no ha hecho cosa alguna coaccionado ; ni tampoco puede sostenerse que esa voluntad sea la nada, ya que por ella ha hecho algo de la nada. ¿Por qué, pues, temen afirmar del alma lo que no dudan decir de otras cosas? Pero si sostienen que sólo el alma ha sido hecha por voluntad de Dios, y todo lo restante no ha sido hecho por esa voluntad, ¿se puede decir mayor absurdo o mayor necedad? Porque si todo lo que ha hecho, lo ha hecho ciertamente por su voluntad, sin embargo, cuando esto decimos, no afirmamos que esa voluntad sea la nada. Así, pues, que apliquen esto también al alma.

Prosigue el mismo tema

III. 3. Pero cuando se dice: "Dios ha hecho algo de la nada", no se dice otra cosa sino que no tenía materia de dónde hacerlo, y, sin embargo, lo hizo porque quiso; hasta tal punto, que en lo que Dios hizo de la nada resplandece precisamente la voluntad, que no es la nada. Pues al que se aplica: con sólo quererlo, lo puedes todo, ya tenga de dónde hacerlo o no lo tenga, le basta la voluntad, pues tiene sumo poder. Pero ¿cómo se asegura que al crear algo de la nada, la voluntad del Creador sea la nada, cuando precisamente algo puede ser creado de la nada, porque la voluntad del Creador es suficiente y no necesita materia alguna? Y aun en el caso de que quieran mantener que, no sólo el alma, sino ninguna criatura en absoluto, ha sido hecha de la nada, en razón de que Dios ha hecho algo, lo ha hecho por su voluntad, la cual no es la nada. Vean, en cuanto al cuerpo, de dónde ha sido hecho el hombre: según el testimonio de la Escritura, Dios lo hizo del barro o del polvo de la tierra 2, y sin la menor duda lo hizo por su voluntad; sin embargo, la voluntad de Dios ni es polvo ni es barro. Así como en lo que ha sido hecho del barro, aunque ha sido hecho por la voluntad, ésta no es barro, lo mismo en aquello que ha sido hecho de la nada, aunque hecho por la voluntad, ésta no es la nada.

Los libros de Orígenes, eficaces para refutar el sabelianismo de Prisciliano

IV. 4. Ahora bien: cuando añades con dolor que entre vosotros algunos han pasado de la herejía de Prisciliano al error de Orígenes, y que de aquella peste no han podido ser curados, a no ser que la misma medicina contuviera algo de tipo enfermizo, este dolor que sientes no puede ser reprobado. Pero la verdad, y no la falsedad, debió desterrar la falsedad; pues este cambio es malo, no el evitarlo. Sin embargo, porque sobre el mismo Dios, Creador de todas las criaturas, esto es, sobre la misma Trinidad coeterna e inmutable, dices que los que os trajeron los libros de Orígenes os comunicaron la verdad, contra la que Prisciliano había resucitado el antiguo dogma de Sabelio, según el cual el mismo es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, esto es peor que lo que opina del alma, no queriendo concederle naturaleza propia y atreviéndose a afirmar con los maniqueos que es una partícula que fluye del mismo Dios, que torpemente se ha manchado y se ha envilecido. No poco bien ha recibido vuestra nación de esos libros, máxime cuando se había equivocado en lo fundamental, a saber: en mantener sentencias tan falsas y tan impías sobre el Creador y no sobre la criatura. Pues es saludable que los que se habían desviado de la fe se hayan convertido, y que los que todavía la ignoraban la hayan aprendido por esas discusiones y se muestren satisfechos de haberla aprendido. Respecto a los errores, contenidos en esos libros, aunque compruebo que tú ya los has descubierto, sin embargo creo que donde mejor podrás aprender a disputar contra ellos es donde el error nació y no donde se ha propagado.

Rechaza la apocatástasis de los demonios

V. 5. En cuanto me es posible, te recomiendo también que no pretendas saber absolutamente nada sobre la conversión del diablo y sus ángeles y su retorno al estado anterior. No porque envidiemos al diablo y a los demonios, y de este modo casi nos asemejaríamos a su estado de malevolencia, pues sólo se mueven por los estímulos de la envidia, pretendiendo desviar nuestros caminos por los que tendemos a Dios, sino porque no debemos añadir nada que provenga de nuestra presunción, ya que la sentencia definitiva pertenece al sumo y veracísimo juez. Pues Él predijo que había de decir a los semejantes a los demonios: Id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Aquí no debemos cambiar el término eterno por prolongado, ya que en otro lugar está escrito: Para siempre y por los siglos de los siglos, pues el intérprete latino no quiso traducir: eternamente y por la eternidad de la eternidad. Y como la palabra griega  admite un doble significado, siglo y eternidad, otros intérpretes, por comodidad, tradujeron: "En los siglos y por los siglos de los siglos". Pero esto no se afirma en el lugar donde se dijo: Id al fuego eterno. No se lee  , sino . Si se derivase de siglo, en latín habría que decir secular y no eterno, lo cual ningún intérprete se ha atrevido jamás a decir. Por eso, aunque en latín no se acostumbre llamar siglo sino a lo que tiene fin, y eterno a lo que no lo tiene, sin embargo el término  unas veces significa eterno y otras siglo. Pero la palabra , que se deriva de ese nombre, en cuanto sé, ni siquiera los mismos griegos la emplean si no es para indicar lo que no tiene fin. Nosotros, sin embargo, acostumbramos traducir  y  por eterno; pero  también significa siglo, mientras que  sólo significa eterno. Hay algunos que se atreven a emplear el término eternal, para que no se piense que en latín no se tiene un derivado de ese nombre.

6. Posiblemente los origenistas, siguiendo el uso de la Escritura, encuentren algún texto en el que  exprese algo que no tenga fin. Así, Dios, en los libros del Antiguo Testamento, dice de modo continuo: Esto será para vosotros un decreto eterno. Y aunque en griego se emplea el término , mandaría frecuentemente ciertos sacramentos que habían de tener fin; pero, si prestamos mayor atención a esas expresiones, quizá se insinuaba que lo significado en aquellos sacramentos no tendría fin. Así, pues, y para no divagar más, llamamos a Dios eterno no porque estas dos brevísimas sílabas lo sean, sino por lo que ellas significan. El Apóstol dijo: tiempos eternos primeros y antiguos, que en griego se lee: ; y en la carta a Tito escribe: Dios, que no es mentiroso, prometió antes de los tiempos eternos la esperanza de la vida eterna. A la inversa, cuando desde la creación del mundo parece que el tiempo tiene principio, ¿cómo puede ser eterno sino porque llamó eterno a lo que antes de sí no tiene tiempo alguno?

Las penas del infierno son eternas

VI. 7. Sin embargo, el que advierte prudentemente que la afirmación Id al fuego eterno se refiere a lo que no tiene fin, prueba lo contrario por el mismo pasaje evangélico, a saber: que los justos recibirán la vida eterna, ya que tampoco ésta tiene fin. Por eso concluyó: Aquéllos irán al fuego eterno, pero los justos a la vida eterna . En ambos casos se emplea el término griego . Si, movidos por la compasión, creemos que el suplicio de los impíos tendrá fin, ¿qué hemos de creer del premio de los justos? Pues en ambas partes, en el mismo lugar, en la misma sentencia y con la misma palabra se dice eternidad. Afirmaremos que también los justos de su estado de santidad y de la posesión de la vida eterna pueden caer de nuevo en la inmundicia del pecado y en la muerte? ¡Lejos esto de la ortodoxia de la fe cristiana! Pues a esos dos estados sin fin se aplica el término eterno. Además, por compadecernos de las penas del diablo, no vamos a dudar del reino de Cristo. Por último, si eterno y eternal, es decir,  y , se emplean indistintamente en la Escritura para significar unas veces lo que no tiene fin y otras lo que tiene fin, ¿qué responderemos a las palabras del profeta Isaías, cuando escribió: Su gusano no morirá y su fuego no se apagará? Sea cual fuere la pena significada con los términos gusano y fuego, ciertamente, si no muere ni se apaga, ha sido predicha sin fin; no otra cosa pretendía el Profeta al decir esto sino predecir que esa pena no tendría fin.

Eternidad del reino de Cristo

VII. 8. También se dice esto mismo del reino de Cristo, no en cuanto que en el principio el Verbo Dios estaba con Dios, pues jamás nadie ha dudado que bajo este aspecto sea rey de todos los siglos, sino según la asunción del hombre y el misterio del mediador y la encarnación de la Virgen clarísimamente se afirma que su reino no tendrá fin. Así, el Ángel, dirigiéndose a María, futura madre y a la vez virgen perpetua, entre otras cosas le dice: Este será grande, y se llamará hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, y reinará eternamente en la casa de Jacob, y su reino no tendrá fin ¿Cómo su reino no tendrá fin sino porque reinará en la casa de Jacob? Pues cuando dijo eternamente, a causa de la ambigüedad de esta palabra, añadió que su reino no tendrá fin, para que nadie piense que eterno significa aquí lo mismo que siglo, el cual tendrá fin. ¿Por ventura el reino en la casa de Jacob y en el trono de David puede ser entendido si no es en la Iglesia y en aquel pueblo, que es su reino? A él se refiere el Apóstol: Cuando entregue a Dios y Padre el reino, a saber: cuando conduzca a sus santos a la contemplación del Padre y también a la suya, en cuanto que es Dios igual al Padre. Pues no entregó el reino de modo que él mismo lo perdiese; y, por cierto, no lo perdió, porque el Padre ha dado al Hijo tener la vida en sí mismo, la cual tampoco el Padre perdió. Por esto, si su reino no tendrá fin, en verdad sus santos, que son su reino, reinarán con Él sin fin. En cuanto al texto del Apóstol: Luego el fin, cuando entregue a Dios y Padre el reino, se ha de entender este fin en sentido perfectivo, no derogatorio. Así, se dijo: El fin de la ley es Cristo para la justificación de todo creyente esto es, para la perfección de la ley, no para su abolición; lo que también se expresa en aquel lugar: No he venido a abolir la ley, sino a perfeccionarla

El mundo no ha sido creado para purgar los pecados
cometidos anteriormente en otra vida

VIII. 9. No comprendo lo que dicen de las criaturas racionales, es decir, de los santos ángeles, de los demonios inmundos y de las almas de los hombres, que al de menor culpa correspondería un lugar más elevado. Con semejante insolencia pretenden convencer a la Iglesia de Cristo. Por el contrario, preferimos admitir que Dios no se ha determinado a crear el mundo a causa de los pecados de los espíritus racionales, a fin de que no se siga el absurdo de tener que poner dos soles, tres, o los que fueren necesarios, si con anterioridad gran número de espíritus hubiera cometido libremente una culpa a la que correspondería su inclusión en iguales cuerpos celestes del globo. Pero por la bondad de Dios el mundo ha sido hecho, grande y bueno, por el Bien sumo e increado; en el cual se hicieron todas las cosas, verdaderamente buenas según su naturaleza, unas mejores que otras, ordenadas en diversos grados, desde las criaturas superiores hasta las ínfimas, para que de este modo existiesen no sólo las de mayor dignidad, sino todas, y su multitud tuviera un límite, que había de ser establecido por Dios, el Creador de todas las naturalezas creadas, que las vio en sí mismo, pues no las conoció al ser hechas, sino que conocía que habían de ser hechas. Por consiguiente, se expresan inmoderadamente cuando dicen que todas las cosas, antes de manifestarse en sus formas y modos propios, antes de aparecer en sus respectivos órdenes, ya se encontraban hechas en la Sabiduría divina. Porque fueron hechas, ¿en el momento de hacerlas o antes de ser hechas? Pues las razones de todas las cosas que han de ser hechas pueden existir en la sabiduría de Dios, pero no las cosas hechas. Todas fueron hechas por ella, y ella no fue hecha, porque ella es el Verbo, del que se dice: Todo fue hecho por Él. Luego Dios conocía todo lo que hizo antes de hacerlo. No podemos afirmar que hizo lo que ignoraba y que lo conoció una vez hecho; que ignoraba lo que había de hacer y lo conoció después de haberlo hecho. Si dijéramos esto de cualquier artífice humano, diríamos un gran disparate. Así, pues, Dios conocía lo que había de hacer, no por ser hecho; conocía para hacerlo y no porque lo hizo. Por consiguiente, aunque ya fuesen conocidas, pues sólo el que las conoce puede hacerlas, sin embargo no comenzaron a ser hechas por ser conocidas para ser hechas, sino desde el instante en que fueron hechas, pues sencillamente para ser hechas tenían que ser conocidas antes de ser hechas.

10. Pero cuando la Verdad, que no puede pensarse que carezca de ciencia o engañe a alguno, ha prometido para después de la resurrección de los cuerpos espirituales nuestra purificación, más aún, nuestra futura perfección hasta equiparamos a los ángeles, ¿cómo se afirma que los mismos santos ángeles, a los que nos asemejaremos una vez limpísimos, aún han de ser purgados de sus pecados? Y cuando Dios ha prometido un cielo nuevo y una tierra nueva como morada de los santos y limpios de toda mancha de este siglo, ¿con qué atrevimiento afirman que el mundo no existiría, es decir, el cielo y la tierra, si no fuera por la necesidad de purificación que tienen los espíritus racionales, los cuales no estarían en el cielo o en la tierra si no fuera a causa de sus pecados? ¿Para qué necesitarían los que ya están purificados un cielo nuevo y una tierra nueva si han de volver a aquel estado en el que se encontraban antes del cielo y de la tierra, pero sin cielo ni tierra? En realidad, si esto fuera cierto, deberíamos tender esperanzados hasta lo que nos promete la Escritura. Y si después fuéramos trasladados a algo mejor, entonces sabríamos con mayor razón que ya habíamos estado allí; mientras que ahora no sólo lo creeríamos temerariamente, sino que también pretenderíamos enseñarlo con todo descaro. Pero ¿hay mayor absurdo que decir que el cielo y la tierra no existirían sino en cuanto estructura necesaria del mundo para los que se han de purificar, cuando la Escritura promete a los purificados otro cielo y otra tierra?

11. Finalmente, sabemos que el sol, la luna y los otros astros son cuerpos celestes, pero no sabemos que estén animados. Si nos lo dicen los Libros Sagrados, lo creeremos. Pues el testimonio de la Epístola del Apóstol, que copias, porque lo suelen citar, también puede aplicarse a solos los hombres, ya que en cada uno de ellos se encuentran todos los seres creados, no en su propia entidad, como son el cielo y la tierra y todo lo que en ellos existe, sino de algún modo en general. Porque en el hombre existe la criatura racional, que demuestran o creen que la poseen los ángeles, y, por así decirlo, la sensitiva, de la cual no carecen las bestias (pues usan los sentidos y los impulsos sensitivos para apetecer lo útil y evitar su contrario), y la vegetativa, que está privada de sentidos, como puede apreciarse en los árboles, y también en nosotros crece el cuerpo sin que lo sintamos, y los cabellos no sienten cuando los cortamos y, sin embargo, crecen. Pero la misma criatura corporal aparece con mayor claridad en nosotros, y aunque hecha y formada de la tierra, se encuentra en ella algunas partículas de todos los elementos de este modo corpóreo para el equilibrio de la salud. Pues los miembros se vigorizan a causa del calor, que procede del fuego, del cual también procede de la luz, que brilla por los ojos; y se llena de aire el recorrido de las venas, llamadas arterias, y las aberturas del pulmón; y sin la humedad no saldrían los esputos, y la sequedad agostaría la vida; también la misma sangre, llenando otras venas con su húmedo curso, se esparce como los arroyos y los ríos por todas las partes del cuerpo. Así, no existe género alguno de criatura que no pueda encontrarse en el hombre; y, por eso, toda criatura gime y se aflige en él, esperando la revelación de los hijos de Dios. También por la resurrección del cuerpo, aunque no en todos los hombres, toda criatura será liberada de la servidumbre de la corrupción, pues toda está en cada uno. Y aunque otra interpretación explique mejor este pasaje de la Carta apostólica, no por eso podemos concluir de dichas palabras que el sol, la luna y los astros giman hasta que al final de los siglos sean liberados de la servidumbre de la corrupción.

La exégesis de un texto de Job es válida para otros de la Escritura

IX. 12. Ciertamente dije que si se encontrara en los Libros Sagrados, lo creeríamos. Pero no vayan a engañarte los que esto sostienen, pues suelen citar el pasaje del libro del santo Job, donde está escrito: ¿Cómo será justo el hombre ante Dios o cómo se limpiará el nacido de mujer? Si manda a la luna y no luce, ni las estrellas son puras ante Él, ¿cuánto menos el hombre, que es podredumbre, y el hijo del hombre, que es un gusano? De aquí, pues, pretenden deducir que las estrellas tienen un espíritu racional y no están limpias de pecado, y están en los cielos porque les corresponde un lugar mayor o mejor a causa de su menor culpa. Creo que esta opinión no se ha de admitir como si estuviera basada en la autoridad divina. Pues no pronunció la frase el mismo Job, del que se da en cierto modo un singular testimonio divino, según el cual no pecó con sus labios ante el Señor , sino que la pronunció uno de sus amigos, llamados los consoladores de todos los males y reprobados por la sentencia de Dios. Así como en el Evangelio, aunque sea totalmente verdadero todo lo que se dice, sin embargo no todo lo que se dice creemos que sea verdadero, ya que la escritura veraz del Evangelio atestigua muchos dichos de los judíos que son falsos e impíos; así también, en este libro, en el que se nos dice que han hablado muchas personas, hay que tener en cuenta no sólo lo que se dice, sino también quien lo dice, no sea que admitamos indistintamente como verdadero todo lo que está escrito en este santo libro y tengamos que confesar, ¡no lo permita Dios!, que lo que sugería a su santo marido aquella mujer insensata era verdadero y justo, esto es, que maldijera a Dios y, muriendo, se librara de aquel tormento insoportable. No por eso dije que aquellos amigos de Job, reprobados por Dios y culpados con razón por el mismo santo siervo de Dios, no pudieron decir algo verdadero; aunque lo que dijeron contra Job no era verdadero, sin embargo, el que sepa interpretar sabiamente esas afirmaciones, también puede sacar de sus palabras alguna sentencia correcta en favor de la verdad. Pero, si al investigar, queremos probar algo por el testimonio de los dichos sagrados, no se nos diga que también hay que creer lo que está escrito en el Evangelio, pues es posible que el evangelista refiera un dicho al que debemos dar crédito. Por ejemplo, allí se lee que los judíos afirmaron de Cristo el Señor: ¿Acaso no decimos con verdad que eres samaritano y estás endemoniado? Cuanto más amamos a Cristo, con mayor energía rechazamos este insulto; con todo, los que tenemos por verdadera la narración evangélica no podemos dudar que fue proferido por los judíos; así, detestamos la blasfemia de los judíos sin negar la fe al evangelista que escribió esto. No sólo no creemos en virtud de la autoridad canónica a los impíos y nefandos, tampoco a los mismos pequeños en la fe, ni a los que aún son rudos e indoctos, que tal vez se les cita allí diciendo algo. Así, no debemos admitir por la autoridad evangélica la opinión del ciego de nacimiento, a quien el Señor abrió los ojos: Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, no vayamos a oponernos a las mismas palabras del Señor, recogidas en el Evangelio, que con su divina voz aseguró de aquel que suplicaba: Señor, apiádate de mí, que soy pecador, que bajó del templo justificado, y no el fariseo, que recordaba sus méritos y se vanagloriaba de ellos. No se irrite éste, recientemente iluminado en la carne, si decimos que estaba en el noviciado de su fe, cuando aún ignoraba quién era el que le había sanado, y pronunció una sentencia poco sensata: Dios no escucha a los pecadores. También hallamos que los mismos apóstoles, elegidos entre todos los demás, en contacto directo con el Señor, y pendientes de sus labios, dijeron muchas cosas vituperables, que sería prolijo recordar, de tal modo que el bienaventurado Pedro, a causa de ciertas palabras suyas, no sólo mereció ser reprendido, sino también ser llamado Satanás.

La justicia de los ángeles no es justicia comparada con la de Dios

X. 13. No me parece una sentencia impertinente sostener que, en comparación de la justicia de Dios, ni siquiera los santos ángeles en el cielo puedan ser llamados justos. No han perdido la justicia por ser de este modo; sino, porque fueron hechos y no son Dios, no pueden tener tanta luz espiritual cuanta tiene Aquel que los ha hecho. Pues donde hay suma justicia, allí hay suma sabiduría. Y esto es Dios, de quien se dice: A Dios, el único sabio Sin embargo, es otra cuestión la de saber cuánta justicia tengan los ángeles y cuánta no tengan. Los que son justos por participación, en comparación de Él ni siquiera son justos.

Agustín ignora en qué se diferencian los seres celestes

XI. 14. Pero, como ya dije, una es esta cuestión y otra la de saber si los astros, el sol y la luna tienen espíritus racionales en sus cuerpos insignes y lúcidos. El que duda que sean cuerpos, ignora por completo qué es un cuerpo. Esto no nos interesa tanto que procuremos investigarlo con esmerado estudio, pues no sólo está alejado de nuestros sentidos y de la débil inteligencia humana, tampoco la misma Escritura habla de ello, como si su conocimiento nos estuviera preceptuado. Es más, para que no caigamos en fábulas sacrílegas por una imprudente opinión, la Sagrada Escritura advierte: No busques lo que te sobrepasa y no trates de escrutar lo que excede tus fuerzas, pero lo que te ha mandado el Señor, medítalo siempre, para que se vea que en esto es más culpable la presunción temeraria que la prudente ignorancia. Ciertamente dice el Apóstol: Ya sean los tronos, ya las dominaciones ya los principados, ya las potestades. Así, pues, creo firmísimamente que en la organización celeste existen los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades, y sostengo con inquebrantable fe que difieren algo entre sí. Pero para que me bajes del pedestal, pues piensas que soy un gran doctor, te diré que ignoro qué sean y en qué se diferencian entre sí. En verdad, creo que por esta ignorancia no peligro, como peligraría por la desobediencia si desdeñara los preceptos del Señor. Y por eso opino que nuestros autores, que escribieron los Libros Sagrados bajo el influjo de Dios, no expusieron del todo estas cosas, sino que las tocaron y rozaron como de paso, para que si por ventura a alguno de nuestra misma condición le fuere mostrado, por una revelación más detallada, algo sobre esto no se crea superior a los que nos han transmitido los dichos sagrados de las Escrituras canónicas. Cuanto más se perfecciona uno por su saber tanto más se ha de someter a aquellas Letras, que Dios puso como firmamento sobre todos los corazones humanos. Así, no es necesario saber más, sino saber sobriamente, como a cada uno Dios le ha otorgado según la medida de su fe. Acaso otros más doctos te enseñarán estas cosas si les manifiestas tanto deseo de aprender cuanto afán de saber tienes. No opines de lo desconocido por lo conocido; tampoco vayas a creer lo que no hay que creer, o no vayas a no creer lo que hay que creer. Es más, el único y verdadero Maestro, que ve en tu interior cómo trabajas por su Iglesia y Él mismo puso en ti esto, te instruirá por medio de esas personas doctas o del modo que quisiere; Él, que conoce perfectamente al que llama y se ha dignado otorgar la caridad, manifestará con mayor amplitud la verdad.

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