El Peregrino
Por Juan Bunyan Capitulos 1-8
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JUAN BUNYAN

EL
PEREGRINO

Viaje de Cristiano a la Ciudad Celestial bajo el símil de un sueño


VIDA DE JUAN BUNYAN

JUAN BUNYAN, hijo de un calderero, nació en Elstow., cerca de Bedford, el año 1628, en una época en la cual prevalecían las malas costumbres por todo el país de Inglaterra. Su educación fue la que los pobres podían dar a sus hijos en aquellos días. Asistió a la escuela primaria, y aprendió a leer y escribir; pero era un muchacho desaplicado, y muy pocos de su edad le aventajaban en maldecir, jurar, mentir y blasfemar. En sus días juveniles el terror era lo único que parecía tener alguna fuerza para sujetarle. Durante el día tenía frecuentes y tenebrosos presentimientos de la ira venidera, y de noche le sobresaltaban sueños horribles. Su imaginación concebía apariciones de malos espíritus que venían a llevárselo consigo, o le hacía pensar que había llegado el último día con todas sus terribles realidades.
Tales eran los temores de su juventud. Conforme fue creciendo se fue endureciendo su conciencia, sin que bastaran a despertarle ni a conmoverle los extraordinarios y providenciales acontecimientos que le ocurrieron. Dos veces estuvo a punto de morir ahogado. Durante la guerra civil fue obligado a servir en el ejército. En una ocasión, un compañero suyo que había pedido y obtenido permiso para sustituirle en una guardia, recibió un tiro en la cabeza y murió en aquel puesto.
Su matrimonio ejerció cierta influencia en su porvenir. La joven que tomó por esposa era muy pobre, y lo más valioso que tenía eran dos libros que su padre, hombre muy piadoso, le había dejado: El camino sencillo al cielo y la práctica de la piedad. La señora Bunyan leía con frecuencia estos libros en compañía de su marido, y le refería la vida santa que su padre había llevado. El resultado fue que Bunyan sintió un vivo deseo de reformarse, y así lo hizo; pero solamente en lo exterior. Su corazón no experimentó cambio alguno, y su vida siguió por el misino camino de pecado que hasta entonces había seguido. Un sermón que oyó acerca del pecado de no santificar el día de reposo, le impresionó fuertemente. La tarde del mismo día, estaba ocupado en diversiones, como era su costumbre hacerlo, cuando de pronto se agolparon en su mente pensamientos acerca del juicio venidero. Quedó aterrado, imaginó oír una voz del cielo que le decía: "¿Quieres dejar tus pecados e ir al cielo, o prefieres retenerlos e ir al infierno?" Entonces cruzó por su conciencia, como un rayo, la convicción de que era un gran pecador; pero ó que era ya tarde para buscar el perdón o el cielo, y vio desesperado a sus pasatiempos. Algún tiempo después trabó amistad con un cristiano, cuya piadosa conversación tocó de tal manera su corazón, que comenzó a leer la Biblia. Encontró en el libro las cosas que le alarmaron, y emprendió la reforma de palabras y de su vida; pero confiado solamente en sus propias fuerzas e ignorando el amor y la gracia de Jesucristo. Un día atrajeron su atención la conversación que sostenían tres mujeres piadosas, que se hallaban sentadas a la puerta de una casa en una de las calles de Bedford. Se acerco, y oyéndolas hablar de las cosas de Dios, de su obra en los corazones y de la paz de la reconciliación, vio que había en la religión algo que él no había conocido ni experimentado aún. Las palabras de aquellas mujeres no las olvidó nunca, y desde entonces abandonó la compañía de viciosos y buscó la sociedad de los que, al menos, tenían cierta reputación de piadosos.
Bunyan había ya emprendido su camino saliendo de la ciudad de Destrucción; pero cayó en muchos peligros y errores; apenas hay un temor de los muchos que pueden asaltar al espíritu ansioso de salvación que no inquietara alguna u otra vez su mente. Por largo tiempo fue como el hombre que él mismo describe en su libro, encerrado en una jaula de hierro, privado del gozo de las promesas divinas y esperando aterrado una segura condenación. Su lucha con el Maligno nos recuerda también el combate de Cristiano y Apollyón. Pero, según su propia y hermosa expresión, una mano misteriosa le alargó algunas hojas del árbol de la vida, que aplicó a las heridas que había recibido en la batalla, y fue curado al instante. La fe le llevó a la cruz de Cristo, y vino a ser más que vencedor por medio de Aquél que le amó. Poco después de esto hizo pública profesión de su fe y comenzó a predicar a otros el Salvador que él había encontrado.
Pronto tuvo que sufrir por causa de su religión. Entre los años 1655 y 1660 predicó a menudo en la vecindad de Bedford. En el año último fue arrestado y metido en la cárcel de Bedford, en la cual pasó doce años, exceptuando únicamente un breve intervalo de pocas semanas. Se ha dicho con frecuencia que Bunyan escribió EL PEREGRINO durante este encarcelamiento. Pero algunos eruditos han demostrado que fue en otro posterior y más breve encarcelamiento, en el año 1676, cuando escribió la primera parte de su obra inmortal, la cual se publicó en los primeros meses del año 1678. La segunda parte no apareció hasta el año 1685.
La obra de Bunyan ha sido elogiada por los literatos más eminentes. Ha sido traducida a numerosos idiomas, algunos de los cuales eran desconocidos para Europa en los días de Bunyan. Los misioneros han llevado este libro a casi todos los países del mundo, y ahora el Peregrino cuenta la historia de su viaje a los chinos en el Oriente, a los negros en el Occidente, o los groenlandeses en el Norte y a los isleños del Pacífico del Sur. La Sociedad de Tratados Religiosos, de Londres, ha ayudado a la impresión de esta obra en más de cien idiomas.
Bunyan fue autor de otra alegoría, La Guerra Santa, publicada en 1682, que sigue a EL PEREGRINO en mérito literario y religioso. Refirió también, de una manera inimitable, la historia de su vida y de sus experiencias religiosas en su libro Gracia que abundó para el mayor de los pecadores, digno de figurar al lado de las Confesiones, de Agustín, y de las Conversaciones de sobremesa, de Lutero. Además de estas grandes obras, escribió muchos tratados, algunos de los cuales se leen todavía con placer provecho.
En la cárcel aprendió Bunyan el arte de hacer encaje de flecos largos, con lo cual ayudaba a mantener a su familia. Después de su libertad vivió una vida muy útil a la obra de Cristo, como pastor de la Congregación independiente de Bedford, y como predicador y escritor. Murió en 1658, en una casa que tenía una tienda con la muestra “La Estrella”, y fue enterrado en Bunhill Fields.


***






PROLOGO APOLOGÉTICO DEL AUTOR

No fue mi plan, cuando tomé la pluma
Para empezar la obra que te ofrezco,
Hacer un libro tal; no, me propuse
Escribir una cosa de otro género,
La cual, estando casi concluida,
Esta empezaba, sin fijarme en ello.

Y era que al escribir sobre el camino
Por donde van los santos de este tiempo
Empleé con frecuencia alegorías
Sobre la senda que conduce al cielo,
En más de veinte cosas que narraba,
Y otras tantas después se me ocurrieron.
Brotaban de mi mente estas figuras
Como chispas sinnúmero del fuego,
Y dije: Si tan pronto aparecéis,
En orden os pondré con justo método,
No vayáis a llegar a lo infinito,
Y a consumir el libro ya compuesto.
Lo hice así; mas no me proponía
Mostrar al mundo mis escritos nuevos;
Lo que pensaba yo, no lo sabía;
Sólo sé que no tuve por objeto
Buscar de mis vecinos los aplausos,
Sino dejar mi gusto satisfecho.

En componer el libro mencionado
Sólo empleé de vacación el tiempo,
Por apartar mi mente, al escribirlo,
De importunos, ingratos pensamientos.

Así con gran placer tomé la pluma,
Y pronto consignaba en blanco y negro
Las ideas venidas a mi mente,
Sujetas todas al fijado método,
Hasta tener la obrita, como veis,
Su longitud, su anchura y su grueso.

Cuando estaba mi libro terminado,
A varios lo mostré, con el intento
De ver de qué manera lo juzgaban:
Unos, Viva; otros, Muera, me dijeron.
Unos me dicen: "Juan, imprime el libro."
Otros me dicen: "No." Según criterio
De varios, puede hacer un beneficio;
Otros opinan con distinto acuerdo.

En esta variedad de pareceres,
Yo me encontraba como en un estrecho,
Y pensé: Pues están tan divididos,
Lo imprimiré, y asunto ya resuelto.

Porque —pensaba yo— si unos lo aprueban
Aunque otros avancen en canal opuesto,
Con publicarlo se somete a prueba
Y se verá quién tiene más acierto.
Y pensaba también: Si a los que quieren
Tener mi libro, a complacer me niego,
No haré más que impedirles lo que puede
Ser un placer muy grande para ellos.
A los que no aprobaban su lectura
Les dije: Al publicarlo no les ofendo;
Pues hay hermanos a los cuales gusta,
Aplazad vuestros juicios para luego.

¿No lo quieres leer? Déjalo: algunos
Comen carne, mas otros roen el hueso,
Y por si puedo contentar a todos,
A todos hablo en los siguientes términos:

¿No conviene escribir en tal estilo?
¿Por escribir en él, acaso dejo 
De hacerte bien cual yo me proponía?
¿Por qué tal obra publicar no debo?
Negras nubes dan lluvia, no las blancas.
Más si unas y otras a la vez llovieron,
La tierra con sus plantas las bendice,
Sin lanzar a ninguna vituperio,
Y recoge los frutos que dan ambas
Sin distinguir de dónde procedieron.
Ambas convienen, cuando está la tierra
Estéril por falta de alimento;
Más si está bien nutrida, las rechaza
Porque ya no le sirve de provecho.

Mirad al pescador cómo trabaja
Para coger los peces; qué aparejos
Dispone con astucia; cómo emplea
Redes, cuerdas, triángulos y anzuelos;
Mas aun habiendo peces, no lograra
Pescarlos con sus varios instrumentos,
Si no los busca, los atrae, los junta
Y les enseña el codiciado cebo.

¿Y quién dirá las tretas y posturas
Que tiene que adoptar el pajarero,
Si quiere coger caza? Necesita
Red, escopeta, luz, trampa, cencerro,
Según las aves que coger pretenda,
Y son innumerables sus rodeos.
Más no le bastan; con silbido o toque
Atraerá tal pájaro a su cepo;
Pero si toca o silba, se le escapa,
Tal otro, que se coge con silencio.
Suele hallarse una perla en una ostra
O quizá en la cabeza de un escuerzo.
Pues si cosas que nada prometían,
Cosa mejor que el oro contuvieron,
¿Quién desdeña un escrito, que pudiera
Ayudarnos a buen descubrimiento?
Mi libro (aun desprovisto de pinturas
Juzgadas por algunos como mérito)
No carece de cosas que superan
A otras muchas tenidas en aprecio.

“Bien juzgado ese libro — dice alguno —
Yo desconfío de su buen suceso."
¿Por qué? "Porque es oscuro." ¿Qué más tiene?
"Es ficticio." ¿Qué importa? Yo sostengo
Que algunos, con ficciones y con frases
Oscuras, cual las mías, consiguieron
Hacer que la verdad resplandeciese
Con hermosos y fúlgidos destellos.
"Pero le falta solidez." Explícate.
"Esas frases, al corto de talento
Le turban, y a nosotros las metáforas,
En vez de iluminar, nos dejan ciegos."

Solidez necesita quien escribe
De las cosas divinas, es muy cierto;
¿Pero me falta solidez porque uso
Metáforas? ¿Acaso no sabemos
Que con tipos, metáforas y sombras
Vino la ley de Dios y su Evangelio?
En estas cosas el varón prudente
No encuentra  repugnancia ni  defectos;
Los halla sólo el que asaltar pretende
La excelsa cima del saber supremo.
El prudente se inclina, reconoce
Que Dios habló por diferente? medios
Con ovejas, con vacas, con palomas,
Con efusión de sangre de corderos,
Y es feliz al hallar la luz y gracia
Que puso Dios en símbolos diversos.

No seáis presurosos en juzgarme
Falto de solidez, rudo en exceso:
Lo que parece sólido, no siempre
Tiene la solidez que nos creemos,
No despreciamos cosas en parábolas;
A veces recibimos lo funesto,
Y privamos al alma de las cosas
Que le pueden hacer grande provecho.
Mi frase oscura la verdad contiene,
Como el oro la caja del banquero.

Solían los profetas por metáforas
Enseñar la verdad: sí, quien atento
A Cristo y sus apóstoles estudie,
Verá que la verdad así vistieron.
¿Temeré yo decir que la Escritura,
Libro que a todos vence por su mérito,
Está lleno doquier de analogías,
De figuras, parábolas y ejemplos?
Pues ese libro irradia los fulgores
Que nuestra noche en día convirtieron.

Vamos, que mi censor mire sus obras,
Y hallará más oscuros pensamientos
Que en este libro; sí, sepa que tiene
En sus mejores cosas más defectos.

Si apelamos ante hombres imparciales,
Por uno a su favor, yo diez espero
Que prefieran lo dicho en estas líneas
A sus mentiras en brillante arreo.
Ven, Verdad, aun cubierta de mantillas,
Tú informas el juicio, das consejo,
Agradas a la mente y haces dócil
La voluntad a tu divino imperio;
Tú la memoria llenas con las cosas,
Que la imaginación ve con recreo
Y a la vez dan al ánimo turbado
Preciosa paz y bienhechor consuelo.

Sanas frases, no fábulas de viejas,
Manda San Pablo usar a Timoteo;
Más en ninguna parte le prohíbe
El uso de parábolas y ejemplos,
Que encierran oro, perlas y diamantes,
Dignos de ser buscados con empeño.

Una palabra más. Hombre piadoso
¿Te ofendes? ¿Era acaso tu deseo
Que yo diese otro traje a mis ideas,
O que fuese más claro, más expreso?
Déjame proponer estas tres cosas,
Y al fallo de .mis jueces me someto.
¡Hallo que puedo usar, nadie lo niega,
Mi sistema, si abuso no cometo,
Con palabras, con cosas, con lectores;
Si en el uso de símiles soy diestro
Y en aplicarlos, procurando sólo
De la verdad el rápido progreso.
¿Negar he dicho? No; tengo licencia
(Y también de hombres santos el ejemplo,
Que agradaron a Dios en dichos y obras
Más que cualquiera del presente tiempo)
Para expresar las cosas excelentes
En sumo grado que pensadas tengo.

Hallo que hombres de talla cual los árboles
En diálogos escriben, y por eso
Nadie los menosprecia; quien merece
Maldición es quien usa su talento
En abusar de la verdad, que debe
Llegar a ti y a mí, según los medios
Que Dios quiera emplear; porque, ¿quién sabe
Mejor que Dios, el que enseñó primero
El uso del arado, cómo debe
Dirigir nuestra pluma, y pensamiento?
El es quien hace que las cosas bajas
Suban a lo divino en raudo vuelo.

Hallo que la Escritura en muchas partes
Presenta semejanza con mi método
Pues nombrando una cosa, indica otra;
Se me permite, pues, sin detrimento
De la verdad, que con sus rayos de oro
Lucirá comió el sol en día espléndido.

Y ahora, antes de soltar la pluma,
De este mi libro mostraré el provecho,
Y él y tú quedan en la mano que alza
A los humildes y hunde a los soberbios.

Este libro a tu vista pone al hombre
Que va buscando incorruptible premio:
Muestra de dónde viene, a dónde marcha,
Lo que deja de hacer y deja hecho;
Muestra cómo camina paso a paso,
Hasta que llega vencedor al cielo.

Muestra, además, a los que van con brío
Esa corona, al parecer, queriendo;
Más veréis la razón por la cual pierden
Sus trabajos y mueren como necios.

Mi libro hará de ti fiel peregrino,
Si te quieres guiar por sus consejos;
El te dirigirá a la Santa Tierra,
Si de su dirección haces aprecio;
El hará ser activos a los flojos,
Y hará ver cosas bellas a los ciegos.

¿Eres algo sutil y aprovechado?
¿Quieres una verdad dentro de un cuento?
¿Eres olvidadizo? ¿Desearas
En todo el año conservar recuerdos?
Pues lee mis ficciones, que se fijan
En la mente, y al triste dan consuelo.
Para afectar al hombre indiferente
Está escrito este libro en tal dialecto;
Parece novedad, y sólo encierra
Sana y pura verdad del Evangelio.

¿Quieres quitar de ti  melancolía?
¿Quieres tú, sin locura, estar contento?
¿Quieres leer enigmas explicados,
O contemplar absorto y en silencio?
¿Quieres manjar sabroso? ¿Ver quisieras
Un hombre que te habla en nube envuelto?
¿Quieres soñar, mas sin estar dormido?
¿Quieres llorar y reír al mismo tiempo?

¿Quieres perderte sin que sufras daño,
Y encontrarte después sin embeleso?
¿Quieres leer tu vida, sin que sepas
Que la estás en mis páginas leyendo,
Y ver si eres bendito, o todavía
No has alcanzado  bendición  del cielo?
Oh, ven acá, coge mi libro y ponlo
Junto a tu corazón y a tu cerebro.

JUAN BUNYAN
Versión métrica de C. Araujo.
PRÓLOGO

Al sacar a luz una nueva edición de EL PEREGRINO, creemos innecesario describir los méritos y hacer el elogio de un libro inmortalizado ya por el juicio de dos siglos y por la admiración de millones de lectores. En opinión de muchos críticos y pensadores, la alegoría de Bunyan es el libro religioso más grande que se ha escrito en el mundo después de la Biblia, en la cual encontró el autor inglés la inspiración que guió su pluma.
Como libro de edificación espiritual EL PEREGRINO contiene un caudal de enseñanzas y estímulos que lo hace de inestimable valor para cuantos han emprendido la carrera celeste. Como literatura, pocos pueden igualarle en la sencillez y naturalidad del estilo, en el interés de su argumento y en la admirable descripción de personajes, arrancados a la viviente realidad.
En dos ediciones anteriores a la que ahora se ofrece al público, han sido incluidas las traducciones métricas de los prólogos en verso que Bunyan escribió en defensa de su obra, así como varios cánticos que el autor puso en boca de sus personajes, las que, hechas por el conocido pastor y poeta evangélico Don Carlos Araujo, que ahora goza del descanso y de las glorias de la Ciudad Celestial, han servido para completar esta versión española de la célebre obra. Los que la conocen en el original podrán juzgar del acierto y fidelidad con que se han hecho tales versiones.

***

EL PEREGRINO

VIAJE DE CRISTIANO A LA CIUDAD CELESTIAL

CAPITULO  PRIMERO

Principia el sueño del autor. —Cristiano, convencido de pecado,
huye de la ira venidera, y es dirigido por Evangelista a Cristo.

Caminando iba yo por el desierto de este mundo, cuando me encontré en un paraje donde había una cueva; busqué refugio en ella fatigado, y habiéndome quedado dormido, tuve el siguiente sueño: Vi un hombre en pie, cubierto de andrajos, vuelto de espaldas a su casa, con una pesada carga sobre sus hombros y un libro en sus manos. Fijando en él mi atención, vi que abrió el libro y leía en él, y según iba leyendo, lloraba y se estremecía, hasta que, no pudiendo ya contenerse más, lanzó un doloroso quejido y exclamó: — ¿Qué es lo que debo hacer?.
En este estado regresó a su casa, procurando reprimirse todo lo posible para que su mujer y sus hijos no se apercibiesen de su dolor. Mas no pudiendo por más tiempo disimularlo, porque su mal iba en aumento, se descubrió a ellos y les dijo: —Queridísima esposa mía, y vosotros, hijos de mi corazón; yo, vuestro amante amigo, me veo perdido por razón de esta carga que me abruma. Además, sé ciertamente que nuestra ciudad va a ser abrasada por el fuego del cielo, y todos seremos envueltos en catástrofe tan terrible si no hallamos un remedio para escapar, lo que hasta ahora no he encontrado.
Grande fue la sorpresa que estas palabras produjeron en todos sus parientes, no porque las creyesen verdaderas, sino porque las miraban como resultado de algún delirio. Y como la noche estaba ya muy próxima, se apresuraron a llevarle a su cama, en la esperanza de que el sueño y el reposo calmarían su cerebro. Pero la noche le era tan molesta como el día; sus párpados no se cerraron para el descanso, y la pasó en lágrimas y suspiros.
Interrogado por la mañana de cómo se encontraba, —Me siento peor—contestó—y mi mal crece a cada instante. — Y como principiase de nuevo a repetir las lamentaciones de la tarde anterior, se endurecieron contra él, en lugar de compadecerle. Intentaron entonces recabar con aspereza lo que los medios de la dulzura no habían conseguido; se burlaban unas veces, le reñían otras, y otras le dejaban completamente abandonado. No le quedaba, pues, otro recurso que encerrarse en su cuarto para orar y llorar, tanto, por ellos como por su propia desventura, o salirse al campo y desahogar en su espaciosa soledad la pena de su corazón.
En una de estas salidas le vi muy decaído de ánimo y sobremanera desconsolado, leyendo en su libro, según su costumbre; y según leía le oí de nuevo exclamar: — ¿Qué he de hacer para ser salvo? — Sus miradas inquietas se dirigían a una y otra parte, como buscando un camino por donde huir; mas permanecía inmóvil, porque no le hallaba, a tiempo que vi venir hacia él un hombre llamado Evangelista, y oí el siguiente diálogo:

EVANGELISTA. — ¿Por qué lloras?
CRISTIANO (tal era su nombre). — Este libro me dice que estoy condenado a morir; y que después he de ser juzgado, y yo no quiero morir ni estoy dispuesto para el juicio.
EVANG. — ¿Por qué no has de querer morir, cuando tu vida está llena de tantos males?
CRIST. — Porque temo que esta carga que sobre mí llevo me ha de sumir más hondo que el sepulcro, y que he de caer en Tofet (lugar de fuego). Y si no estoy dispuesto para ir a la cárcel, lo estoy menos para el juicio, y muchísimo menos para el suplicio. ¿No quieres, pues, que llore y que me estremezca?
EVANG. — «Entonces, ¿por qué no tomas una resolución? Toma, lee.
CRIST. (Recibiendo un rollo de pergamino y leyendo.) — "¡Huye de la ira venidera!". ¿Adonde y por dónde he de huir?
EVANG. (Señalando a un campo muy espacioso.) — ¿Ves esa puerta angosta?.
CRIST. — No.
EVANG. — ¿Ves allá, lejos, el resplandor de una luz?.
CRIST. — ¡Ah!, sí.
EVANG. — No la pierdas de vista; ve derecho hacia ella, y hallarás la puerta; llama, y allí te dirán lo que has de hacer.

CAPITULO II

Prosigue Cristiano su peregrinación, viéndose abandonado por Obstinado y Flexible.

Cristiano echó a correr en la dirección que se le había marcado; mas no se había alejado aún mucho de su casa cuando, se dieron cuenta su mujer e hijos, empezaron a dar voces tras él, rogándole que volviese. Cristiano, sin detenerse y tapando sus oídos, gritaba desaforadamente: — ¡ Vida!, ¡vida!, ¡vida eterna! — Y sin volver la vista atrás, siguió corriendo hacia la llanura.
A las voces acudieron también los vecinos. Unos se burlaban de verle correr; otros le amenazaban, y muchos le daban voces para que volviese. Dos de ellos, Obstinado y Flexible, pretendieron alcanzarle para obligarle a retroceder, y aunque era ya mucha la distancia que los separaba, no pararon hasta que le dieron alcance. — Vecinos míos— les dijo el fugitivo—, ¿a qué habéis venido? —A persuadirte a volver con nosotros— dijeron. —Imposible —contestó él— la ciudad donde viven y donde yo también he nacido, es la Ciudad de Destrucción; me consta que es así, y los que en ella moran, más tarde o más temprano, se hundirán más bajo que el sepulcro, en un lugar que arde con fuego y azufre. Es, pues, vecinos, ánimo y vengan conmigo.
OBSTINADO. — Pero, ¿y hemos de dejar nuestros amigos y todas nuestras comodidades?
CRIST. — Sí, porque todo lo que tengan que abandonar es nada al lado de lo que yo busco gozar. Si me acompañan, también ustedes gozarán conmigo, porque allí hay cabida para todos. Vamos, pues, y por ustedes mismos infórmense de la verdad de cuanto les digo.
OBST. — ¿Pues qué cosas son esas que tú buscas, por las cuales lo dejas todo?
CRIST. — Busco una herencia incorruptible, que no puede contaminarse ni marchitarse, reservada con seguridad en el cielo, para ser dada a su tiempo a los que la buscan con diligencia. Esto dice mi libro, léanlo si gustan, y se convencerán de la verdad.
OBST. — Necedades. Déjanos de tal libro. ¿Quieres o no volver con nosotros?
CRIST. — ¡Oh!, nunca, nunca. He puesto ya mi mano al arado.
OBST. — Vámonos, pues, vecino Flexible, y abandonémosle. Hay una clase de entes, tontos como éste, que cuando se les mete una cosa en la cabeza, se creen más sabios que los siete famosos de Grecia.
FLEX. — Nada de insultos, amigo. ¿Quién sabe si será verdad lo que Cristiano dice? Y entonces vale mucho más lo que él busca que todo lo que nosotros poseemos; me voy inclinando a seguirle.
OBST. — ¡Cómo! ¿Más necios aún? No seas loco, y vuelve conmigo. ¡Sabe Dios adonde te llevará ese mentecato! Vámonos, no seas tonto.
CRIST. — No hagas caso, amigo Flexible; acompáñame, y tendrás no sólo cuanto te he dicho, sino muchas cosas más. Si a mí no me crees, lee este libro, que está sellado con la sangre del que lo compuso.
FLEX. — Amigo Obstinado, estoy decidido; voy a seguir a este hombre y unir mi suerte con la suya. Pero (dirigiéndose a Cristiano), ¿sabes tú el camino que nos ha de llevar al lugar que deseamos?
CRIST. — Me ha dado la dirección un hombre llamado "Evangelista"; debemos ir en busca de la puerta angosta que está más adelante, y en ella se nos darán informes sobre nuestro camino.
FLEX. — Adelante, pues; marchemos.
Y emprendieron juntos la marcha. Obstinado se volvió solo a la ciudad, lamentándose del fanatismo de sus dos vecinos. Estos continuaron su camino, hablando amistosamente de la necia terquedad de Obstinado, que no había podido sentir el poder y terrores de lo invisible, y la grandeza de las cosas que esperaban: —Las concibo—decía Cristiano—; pero no hallo palabras bastantes para explicarlas. Abramos el libro y leámoslas en él.
FLEX. — Pero, ¿y tienes convencimiento de que sea verdad lo que el libro dice?
CRIST. — Sí, porque lo ha compuesto Aquel que ni puede engañarse ni engañarnos.
FLEX. — Léeme, pues.
CRIST. — Se nos dará la posesión de un reino que no tendrá fin, y se nos dotará de vida eterna para que podamos poseerle para siempre. Se nos darán coronas de gloria y unas vestiduras resplandecientes como el sol en el firmamento. Allí no habrá llanto ni dolor, porque e1 Señor del reino limpiará toda lágrima de nuestros ojos.
FLEX. — ¡Qué bello y magnífico es esto! ¿Y cuál será allí nuestra compañía?
CRIST. — Estaremos con los serafines y querubines, criaturas cuyo brillo nos deslumbrará: encontraremos también allí a millares que nos han precedido, todos inocentes, amables y santos, que andan con aceptación en la presencia de Dios para siempre. Allí veremos los ancianos con sus coronas de oro, vírgenes y santos cantando dulcemente con sus arpas de oro, tantos hombres a quienes el mundo descuartizó, que fueron abrasados en las hogueras, despedazados por las bestias feroces, arrojados a las aguas, y todo por amor al Señor de ese reino, todos felices vestidos todos de inmortalidad.
FLEX. — La simple relación de esto arrebata de entusiasmo mi alma. ¿Pero es verdad que hemos de gozar de todas estas cosas? ¿Y qué hemos de hacer para conseguirlo?
CRIST. — El Señor del reino lo ha consignado en este libro, y, en suma, es lo siguiente: "Si verdaderamente lo deseamos, El no los concederá de balde."
FLEX. — Bien, buen amigo. Mi corazón salta de alegría; sigamos adelante, y apresuremos nuestra llegada.
CRIST. — ¡Ay de mí! No puedo ir tan de prisa como quisiera, porque esta carga me abruma.
En tal conversación iban agradablemente entretenidos cuando los vi llegar a la orilla de un cenagoso pantano que había en la mitad de la llanura, y descuidados se precipitaron en él. Se llamaba el Pantano del Desaliento. ¡Pobres! Los vi revolcarse en su fango, llenándose de inmundicia, y cristiano, por su parte, hundiéndose en el cieno a causa e su pesada carga. —¿Dónde nos hemos metido? — exclamó Flexible. —No lo sé —respondió Cristiano. — ¿Es ésta —repuso aquél muy enfadado— la dicha que hace poco ha tú me ponderabas tanto? Si tan mal lo pasamos al principio de nuestro viaje, ¿qué no podemos esperar antes de concluirlo? Salga yo bien de ésta, y podrás tú gozar sólo la plena posesión del país tan magnífico.
Hizo después un supremo esfuerzo, y de dos o tres saltos se puso en la orilla que estaba más inmediata a su casa. Se marchó, y Cristiano no le volvió a ver ya más. Este, por su parte, seguía revolcándose en el fango, cayendo unas veces y levantándose, y volviendo a caer; pero siempre adelantando algo en la dirección contraria a la de su casa, aproximándose a la de la puerta angosta; pero la pesada carga que llevaba sobre sí le impedía mucho, hasta que llegó una persona, llamada Auxilio, quien dirigiéndose a él, le dijo:
AUXILIO. — Desgraciado, ¿cómo has venido a parar aquí?
CRIST. — Señor, un hombre, llamado Evangelista, me señaló esta dirección, y me añadió que por esa puerta angosta yo me vería libre de la ira venidera. Seguí su consejo, y he venido adonde me ves.
AUXILIO. — Sí; pero ¿por qué no buscaste las, piedras colocadas para pasarlo?
CRIST. — Era tanto el miedo que de mí se apoderó que, sin reparar en nada, eché por el camino más corto, y caí en este lodazal.
AUXILIO. — Vamos, dame la mano. Cristiano vio los cielos abiertos; se asió de la mano de Auxilio, salió de su mal paso, y ya en terreno firme, prosiguió su camino, como su libertador le había dicho.
Entonces yo me acerqué a Auxilio y le pregunté: — ¿Por qué siendo éste el camino directo entre la ciudad de Destrucción y esa portezuela, no se manda componer este sitio en bien de los pobres viajeros? —Es imposible —me respondió—: es el lodazal adonde afluyen todas las heces e inmundicias que siguen a la convicción de pecado; por eso se llama el Pantano del Desaliento. Cuando el pecador se despierta al conocimiento de sus culpas y de su estado de perdición, se levantan en su alma dudas, temores, aprensiones desconsoladoras, que se juntan y se estancan en este lugar. ¿Comprendes ya por qué es tan malo e incapaz de composición?
No era seguramente la voluntad del Rey que quedase tan malo; sus obreros han estado por espacio de muchos siglos, y bajo la dirección de los ingenieros de S. M., haciendo cuanto estaba en su poder para componerlo. ¡Cuántos miles de carros y cuantos millones de enseñanzas saludables se han hecho venir aquí de todas partes y dominios de S. M.! Y a pesar de que los inteligentes dicen que estos son los mejores materiales para componerlo, ni se ha podido lograr hasta hoy, ni se logrará en adelante. El Pantano subsiste y subsistirá.
Lo único que se ha podido hacer, está hecho. Se han colocado en medio de él, por orden del Legislador, unas piedras buenas, sólidas, por donde se podría pasar; pero cuando el lodazal se agita, y esto sucede siempre que hay variación de tiempo, despide unos miasmas que exhalan a los pasajeros, y éstos no ven las piedras y caen en el fango. Por fortuna, cuando logran llegar a la puerta, ya tienen terreno sólido y bueno.
Después de esto vi que, habiendo llegado Flexible a su casa, sus vecinos fueron en tropel a visitarle. Unos alababan su prudencia, porque se había retirado a tiempo de la empresa; otros le censuraban, porque se había dejado engañar de Cristiano, y algunos le calificaban de cobarde, porque, puesto una vez su pie en el camino, algunas pequeñas dificultades no debieran haber sido bastante para hacerle retroceder. Flexible se sintió abatido y avergonzado; pero se repuso muy pronto, y entonces todos a coro se burlaban de Cristiano en su ausencia. Con esto ya no pienso volver a ocuparme más de Flexible.

***

CAPITULO III

Cristiano abandona su camino engañado por Sabio-según-el-mundo; pero Evangelista le sale al encuentro, y le pone otra vez en el mismo camino.

Cristiano, aunque solo ya, emprendió con buen ánimo su marcha, y vio venir hacia sí, por medio de la llanura a uno que al poco trecho se encontró con él en el punto en que se cruzaban sus respectivas direcciones. Se llamaba Sabio-según-el-mundo, y habitaba en una ciudad llamada Prudencia-carnal, ciudad de importancia, a poca distancia de la ciudad de Destrucción. Había oído hablar de Cristiano, pues su salida de la ciudad había hecho mucho ruido por todas partes, y viéndole ahora caminar tan fatigado por su carga, y oyendo sus gemidos y suspiros, trabó con él la siguiente conversación:
SABIO. — Bien hallado seas, buen amigo; ¿adonde se va con esa pesada carga?
CRIST. — En verdad que es pesada; tanto, que, en mi sentir, nadie jamás la ha llevado igual. Me dirijo a la puerta angosta, que está allá delante, pues se me ha informado que allí me comunicarán el modo de deshacerme de ella.
SAB. — ¿Tienes mujer e hijos?
CRIST. — Sí, los tengo; pero esta carga me preocupa y me abruma tanto, que no siento ya en ellos el placer que antes tenía, y apenas tengo conciencia de tenerlos.
SAB. — Vamos, escúchame, que creo poder darte muy buenos consejos sobre la materia.
CRIST. — Con mucho gusto, pues estoy muy necesitado de ellos.
SAB. — Mi primer consejo es que cuanto antes te deshagas de esa carga; mientras así no lo hagas, tu espíritu carecerá de tranquilidad, y no te será posible gozar, como corresponde, de las bendiciones que te ha concedido el Señor.
CRIST. — Eso es precisamente lo que voy buscando, pues ni yo puedo hacerlo por mí mismo, ni se encuentra en nuestro país quien pueda; he aquí lo que me ha movido emprender este camino en busca de tanta ventura.
SAB. — ¿Quién te lo ha aconsejado?
CRIST. — Una persona al parecer muy respetable y digna de consideración. Recuerdo que se llamaba Evangelista.
SAB. — Maldición sobre él por tal consejo. Precisamente este camino es el más molesto y peligroso del mundo. ¿No has empezado ya a experimentarlo? Te veo ya lleno del lodo del Pantano del Desaliento, y cuenta que eso no es más que el primer eslabón de la cadena de males que por tal camino te esperan. Soy más viejo que tú, y he oído a muchos dar testimonio en sus personas de que en él encuentran cansancio, penalidades, hambre, peligros, cuchillo, desnudez, leones, dragones, tinieblas, en una palabra: muerte con todos sus horrores. Créeme: ¿por qué se ha e perder un hombre por dar oídos a un extraño?
CRIST. — Señor mío: de muy buen grado sufriría yo cuanto usted acaba de decirme a cambio de verme libre de esta carga, más pesada y más terrible para mí que todo eso.
SAB. — ¿Y cómo vino sobre ti esa carga?
CRIST. — Leyendo este libro que tengo en mis manos.
SAB. — Ya me lo figuraba yo así. Uno de tantos imbéciles, que por meterse en cosas para ustedes demasiado elevadas, vienen a dar en tales dificultades, que les trastornan el seso, y los arrastran a aventuras desesperadas para lograr una cosa que ni aun saben lo que es.
CRIST. — Pues yo por mi parte sé muy bien lo que quiero, es echar de mí tan pesada carga.
SAB. — Lo comprendo, sí; pero, ¿por qué has de buscarlo por un camino tan peligroso, cuando yo puedo enseñarte otro sin ninguna de tales dificultades? Ten un poquito de paciencia y óyeme: mi remedio está a la mano, y en él, en lugar de peligros, hallarás seguridad, amigos y satisfacciones.
CRIST. — Háblame, pues, pronto, señor, que se lo pido con mucha necesidad.
SAB. — Mira: en ese pueblo próximo que se llama Moralidadad, vive un caballero de mucho juicio y grande reputación, llamado Legalidad, muy hábil para ayudar a personas como tú, habilidad que tiene acreditada con muchos; sobre esto tiene también suerte para curar a personas tocadas en su cerebro. Ve a él, te aseguro un pronto y fácil alivio. Su casa dista escasamente un cuarto de legua, y si el no estuviese, tiene un hijo, joven muy aventajado, cuyo nombre es Urbanidad, y que podrá servirte tan bien como su mismo padre. No dudes en ir allá. Y si no estás dispuesto como no debes estarlo, a volver a tu ciudad, puedes hacer venir a tu mujer y tus hijos, pues hay en ese pueblo las casas vacías, y puedes tomar una de ellas a precio muy barato. Otra cosa muy buena encontrarás ahí: vecinos honrados, de buen tono y de finos modales. La vida también muy barata.
Cristiano, al oír esto, estuvo por algunos instantes, indeciso, mas pronto le vino este pensamiento: si es verdad lo que se me acaba de decir, la prudencia manda seguir los consejos de este caballero. Dijo, pues, a Sabio-según-mundo:
CRIST. — ¿Cuál es el camino que lleva a la casa de ese hombre?
SAB. — Mira, tendrás que pasar por esa montaña alta, y la primera casa que encuentres es la suya. Cristiano torció inmediatamente su camino para ir a la del Sr. Legalidad en busca de auxilio. Nunca lo hubiera hecho. Cuando llegó al pie de la montaña, le pareció tan alta y tan pendiente, que tuvo miedo en avanzar, no fuese que se desplomase sobre su cabeza; se paró sin saber que partido tomar. Entonces también sintió más que nunca lo pesado de su carga, a la vez que vio salir de la montaña relámpagos y llamas de fuego, que amenazaban devorarle. Le asaltaron, pues, grandes temores y se estremeció de terror. — ¡Ay de mí!—exclamaba—. ¿Por qué habré hecho caso de los consejos de Sabio-según-el-mundo-. Y cuando era presa de estos temores y remordimientos vio a Evangelista que se le acercaba. ¡Qué vergüenza! ¡Qué estremecimiento sintió en todo su ser, al ver la severa mirada de Evangelista!, quien le interpeló así:
EVANG. — ¿Qué haces aquí, Cristiano?
Cristiano no supo contestar; la vergüenza le tenía atada lengua.
EVANG. — ¿No eres tú el hombre que encontré llorando fuera de los muros de la ciudad de Destrucción?
CRIST. — Sí, señor; yo soy.
EVANG. — ¿Cómo, pues, tan pronto te has extraviado del camino que yo te señalé?
CRIST. — Así que hube pasado el Pantano del Desaliento me encontré con uno, que me persuadió de que en la aldea de enfrente hallaría un hombre que me quitaría mi carga. Parecía muy caballero, y tantas cosas me dijo, que me hizo ceder, y me vine acá; mas cuando llegué al pie de la montaña y la vi tan elevada y tan pendiente sobre el camino, de repente me detuve, temiendo que se desploma sobre mi Ese caballero me preguntó adonde iba, y se lo dije; también quiso saber si tenía yo familia, y le respondí afirmativamente; pero añadiéndole que esta tan pesada carga me impedía tener en ella el gozo que antes disfrutaba. A toda prisa, pues —me dijo—, es preciso que te deshagas de esa carga; y en lugar de ir en dirección de esa portezuela, donde esperas obtener instrucciones para ello, yo te indicaré un camino mejor y más derecho, y sin las dificultades con que tropezarías en el otro. Este camino añadió —te llevará a la casa de un hombre hábil en eso de quitar cargas. —Yo le creí, dejé el camino que usted me había marcado, y tomé éste; mas habiendo llegado aquí, tuve miedo al ver estas cosas, y no sé qué hacer.
EVANG. — Detente un poco y oye las palabras del Señor. (Cristiano, en pie y temblando, escuchaba.)
"Mirad que no desechéis al que habla; porque si aquéllos no escaparon, que desecharon al que hablaba en la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si desecháramos al que nos habla desde los cielos." "El justo vivirá por la fe; mas si se retirare, no agradará a mi alma." Y haciendo aplicación de estas palabras a Cristiano, dijo: —Tú eres ese hombre que vas precipitándote en tal miseria; has empezado a rechazar el consejo del Altísimo y a retirar tu pie del camino de la paz, hasta el punto de exponerte a la perdición.
Cristiano cayó entonces casi exánime a sus plantas, exclamando: — ¡Ay de mí, que soy muerto! — Al ver esto, Evangelista le asió de la mano, diciendo: —Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres. No seas incrédulo, sino fiel.
Repuesto algún tanto Cristiano, se levantó; pero siempre avergonzado y tembloroso delante de Evangelista, el cual añadió:
—Pon más atención a lo que voy a decirte: yo te mostraré quién era el que te engañó, y aquél a quien ibas dirigido. El primero se llama Sabio-según-el-mundo, y con mucha razón, porque, en primer lugar, sólo gusta de la doctrina de este mundo, por lo cual va siempre a la iglesia de la villa de la Moralidad, y gusta de esa doctrina porque le libra de la Cruz, y en segundo lugar, porque siendo de este temperamento carnal, procura pervertir mis caminos, aunque rectos. Por eso, tres cosas hay en el consejo de ese hombre, que debes aborrecer con todo tu corazón:

1º El haberte desviado del camino.
2º El haber procurado hacerte repugnante la Cruz.
3º El haberte encaminado por esa senda, que conduce a la muerte.

1° Debes odiar el que te haya extraviado del camino, y que tú hayas consentido en ello, porque eso era rechazar el consejo de Dios por el consejo del hombre. El Señor dice: "Procurad entrar por la puerta angosta". Era la puerta hacia donde yo te dirigí. "Porque estrecha es la puerta que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan". De esa puerta y del camino que a ella conduce te ha desviado ese malvado para llevarte al borde de tu ruina. Debes, pues, odiar su conducta, y odiarte también a ti mismo por haberle prestado oído.
2° Debes aborrecer el que haya procurado hacerte repugnante la Cruz, cuando debes preferirla a todos los tesoros de Egipto. Además, te ha dicho el Rey de la Gloria que "aquel que quiera salvar su vida, la perderá", y si "alguno quiere venir en pos de mí, y no aborrece a su padre y a su madre, a sus hijos y hermanos y hermanas, y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo". Por esto te digo que un hombre que procura persuadirte de que es muerte aquello sin lo cual ha dicho la Verdad que no se puede obtener la vida eterna, debe ser para ti abominable.
3° Debes también aborrecer el que te haya encaminado a la senda que conduce al ministerio de muerte. Calcula, pues, si la persona a quien ibas dirigido sería capaz de librarte de tu carga.
Esa persona se llama Legalidad, y es hijo de la esclava que actualmente lo es y se halla en esclavitud con sus hijos; y que misteriosamente es ese monte Sinaí que tú has temido cayese sobre tu cabeza. Si, pues, ella y sus hijos están en servidumbre, ¿cómo puedes esperar que puedan ellos darte la libertad? ¡Ah!, nunca: no es quién Legalidad para librarte de tu carga. Ni ha librado hasta hoy a nadie, ni podrá nunca librarlo. No puedes ser justificado por las Obras de la Ley, porque por ellas ningún ser viviente puede ser librado de su carga. Debes saber que el Sr. Sabio-según-el-mundo es un embustero, y el Sr. Legalidad otro semejante; y en cuanto a su hijo Urbanidad, a pesar de su afectada sonrisa, no es más que un hipócrita, incapaz de darte ayuda. Créeme, todo cuanto has oído a este insensato no es más que una asechanza para apartarte de la salvación, desviándote del camino en el que yo te había puesto.
Esto dijo Evangelista, y clamando en alta voz a los cielos, les pidió una confirmación de cuanto había dicho, y en el mismo momento salieron palabras y fuego de llamas de fuego del monte que pendía sobre Cristiano, de manera que se le erizaron los cabellos de espanto.
Las palabras decían. "Todos los que son de las obras de la ley, están bajo la maldición. Porque escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas que están escritas en el libro de la ley para hacerlas".
Al oír esto, Cristiano sólo esperaba la muerte y comenzó a gritar do dolorosamente: hasta maldecía la hora en que se encontró con Sabio-según-el-mundo; llamándose mil veces loco; por haberle hecho caso. Se avergonzó también al pensar que los argumentos tan carnales de aquel hombre hubiesen prevalecido contra él, hasta el punto de hacerle abandonar el camino verdadero.
CRIS. — Señor, ¿hay todavía esperanza? ¿Puedo ahora retroceder, y dirigirme a la puerta angosta? ¿No seré abandonado por esto, y rechazado de allí con vergüenza? Me arrepiento de haber tomado el consejo de aquel hombre. ¿Podré obtener el perdón de mi pecado?
EVAN. — Tu pecado es muy grande porque has hecho dos cosas malas. Has abandonado el buen camino y has andado en veredas prohibidas. Sin embargo, el que está a la puerta te recibirá, porque tiene buena voluntad para con todos. Solamente ten cuidado de no extraviarte de nuevo, no sea que el Señor se enoje y perezcas en el camino cuando se encendiere su furor.
Entonces Cristiano empezó a separarse para retroceder; y Evangelista, sonriendo lo besó y lo despidió, diciendo:
—El Señor te guíe.
Con esto Cristiano echó a andar a buen paso, sin hablar a nadie, ni contestar las preguntas que se le hacían en el camino. Iba como uno que anda por terreno vedado, sin creerse seguro hasta llegar al camino que había dejado por el consejo de Sabio-según-el-mundo.

CAPITULO IV

Después de algún tiempo Cristiano llegó a la puerta, sobre la cual estaba escrito: "Llamad y se os abrirá". Llamó, pues, varias veces diciendo:
—¿Se me permitirá entrar? ¡Abrid a un miserable pecador, aunque he sido un rebelde y soy indigno! ¡Abrid y no dejaré de cantar sus eternas alabanzas en las alturas!
AI fin vino a la puerta una persona seria, llamada Buena Voluntad, le preguntó:
—¿Quién está allí? ¿de dónde viene? ¿qué quiere?
CRIS. — Soy un pecador abrumado. Vengo de la Ciudad de Destrucción, mas voy al monte de Sión para ser librado de la ira venidera; y teniendo noticia de que el camino pasa por esta puerta, quisiera saber si me permitirán entrar.
BUENA VOLUNTAD. — Con mucho gusto.
Diciendo esto, le abrió la puerta y cuando Cristiano estaba entrando Buena Voluntad le dio un tirón hacia sí. Entonces preguntó Cristiano:
— ¿Qué significa esto?
El otro le contestó:
—A poca distancia de esa puerta hay un castillo fuerte del cual Belcebú es el capitán: él y los suyos tiran de flechazos a los que llegan a esta puerta, para ver si por casualidad pueden matarlos antes de que estén dentro.
Entonces dijo Cristiano:
—Me alegro y tiemblo a la vez.
Tan luego que estuvo dentro, el hombre le preguntó quién lo había dirigido allí.
CRIS. — Evangelista me mandó venir aquí, y llamar, como hice: y me dijo que usted me diría lo que debía yo hacer.
BUENA VOL. — Una puerta abierta está delante de ti, y nadie la puede cerrar.
CRIS. — ¡Qué ventura! Ahora empiezo a recoger el fruto de mis peligros.
BUENA VOL. — Pero, ¿cómo es que viniste solo?
CRIS. — Porque ninguno de mis vecinos vio su peligro como yo vi el mío.
BUENA VOL. — ¿Ninguno de ellos supo de tu venida?
CRIS. — Sí, señor; mi mujer y mis hijos fueron los primeros que me vieron salir, y me gritaron para que volviese. También varios de mis vecinos hicieron lo mismo, pero me tapé los oídos y seguí mi camino.
BUENA VOL. — Y ¿ninguno de ellos te siguió para persuadirte?
CRIS. — Sí, señor; Obstinado y Flexible; mas cuando vieron que no podían lograrlo, Obstinado se volvió enojado; pero Flexible vino conmigo un poco más en el camino.
BUENA VOL. — ¿Pero por qué no siguió hasta aquí?
CRIS. — Vinimos juntos hasta llegar al Pantano de la Desconfianza en el que ambos caímos de repente. Entonces mi vecino Flexible se desanimó, y no quiso pasar delante. Saliendo pues del pantano por el lado más próximo a su casa, me dijo que me dejaba poseer solo el dichoso país: así se fue él por su camino y yo me vine por el mío: él siguió a Obstinado y yo seguir hacia esta puerta.
BUENA VOL. — ¡Ah pobre hombre! ¿Es la gloria celestial de tan poca estima para él, que no la considera digna de correr unas pocas dificultades para obtenerla?
CRIS. — Ciertamente le he dicho a usted la verdad con respecto a Flexible, pero si dijese yo también la verdad con respecto a mi, poca diferencia vería usted entre los dos. Flexible, es verdad, volvió a su casa, pero yo dejé el camino bueno para irme en el de la muerte, porque así me persuadió un tal señor Sabio-según-el-mundo, con sus argumentos carnales.
BUENA VOL. — Conque, ¿te encontraste con él? Y quería hacerte buscar alivio de las manos del señor Legalidad sin duda. Ambos son embusteros. Pero ¿seguiste su consejo?
CRIS. — Sí, hasta donde tuve valor, fui en busca del señor Legalidad. Cuando estuve cerca de su casa creí que se me venía encima el cerro que estaba allí: y esto me hizo parar.
BUENA VOL. — Aquel monte ha causado la muerte de muchos, y causará todavía la muerte de muchos más. Bien, escapaste de ser aplastado.
CRIS. — Por cierto no sé lo que hubiera sido de mí en mi perplejidad si Evangelista por fortuna no me hubiera encontrado otra vez, pero por la misericordia de Dios él llegó a mí, de otra manera no hubiera llegado acá. Mas he venido tal como soy, que merezco más ser aplastado por aquel cerro, que estar hablando con mi Señor. ¡Oh! ¡Cuan grande es la no merecida honra de ser admitido aquí!
BUENA VOL. — Aquí no se ponen dificultades a nadie, quienquiera que haya sido; ninguno es echado fuera. Por tanto, buen Cristiano, ven conmigo un poco y te enseñaré el camino que debes seguir. Mira adelante: ¿Ves ese camino angosto? Pues por ese camino has de ir. Fue compuesto por los patriarcas, profetas, Cristo y sus apóstoles; y es tan recto como una regla. Este es el camino que tienes que seguir.
CRIS. — ¿No hay vueltas o rodeos que le hagan a un forastero perder la dirección del camino?
BUENA VOL. — Sí, hay muchos caminos que cruzan con éste, y son tortuosos y anchos: más en una cosa puedes distinguir el bueno del malo, porque el bueno es el único recto y angosto.
Entonces vi en mi sueño, que Cristiano le preguntó si no podía aliviarlo de su carga; porque todavía llevaba ese peso, y no podía de ninguna manera quitárselo.
Buena Voluntad le contestó:
—Con respecto a, tu carga, debes conformarte a llevarla hasta que llegues al lugar de alivio; pues se caerá de tus hombros por sí misma.
Cristiano ahora ciñó sus lomos y se preparó para el camino. El otro le dijo que a poca distancia de la puerta, llegaría a la casa del Intérprete y que allí debía llamar para que le enseñaran cosas notables y buenas. Con esto Cristiano se despidió de su amigo el cual le deseó buen viaje y la compañía del Señor.

CAPITULO V

Cristiano siguió su camino hasta que llegó a la casa del Intérprete, donde llamó varias veces. Al fin alguien acudió al llamamiento y le preguntó quién era.
CRIS. — Soy un viajero enviado acá por un conocido del buen dueño de la casa.
Llamaron, pues, al señor de la casa, el cual en poco tiempo vino a Cristiano, y le preguntó qué cosa quería.
CRIS. — Señor he venido de la Ciudad de Destrucción, y voy caminando al Monte de Sión. El hombre que está de portero a la puerta que da entrada a este camino, me dijo que si pasaba yo por aquí, usted me enseñaría cosas buenas y provechosas para mi viaje.
INTERPRETE. — Pasa adentro; y te mostraré lo que te será de provecho.
Mandó a su mozo encender una luz e invité a Cristiano a que le siguiese. Conduciéndole a un cuarto privado, el Intérprete mandó al criado que abriese la puerta, lo cual hecho, Cristiano vio colgado en la pared un cuadro que representaba una persona venerable, con los ojos levantados al cielo, el mejor de los libros en sus manos, la ley de la verdad escrita en sus labios, y la espalda vuelta al mundo. Se hallaba de pie, en el ademán de razonar con los hombres, y una corona de oro se veía en su cabeza.
CRIS. — ¿Qué significa esto?
ÍNTER. — El hombre representado en esta pintura es uno entre mil. Uno que puede decir en las palabras del apóstol: "Aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tenéis muchos padres; porque en Cristo Jesús yo os engendré por el Evangelio". Y como lo ve» con los ojos mirando al cielo, el mejor de los libros en sus manos, y la ley de la verdad escrita en sus labios, es para enseñarle que su misión es saber y explicar las cosas profundas a los pecadores: está en pie como para suplicar a los hombres. El tener la espada vuelta al mundo y una corona en la cabeza, es para hacerte entender que con despreciar y hacer poco caso de las cosas presentes, por amor al servicio de su Señor tendrá la corona como premio en el mundo venidero.
Te he enseñado este cuadro primero —añadió el Intérprete—, porque el hombre en él representado, es el único autorizado por el Señor del lugar que buscas, para que sea tu guía en todos los lugares difíciles que has de encontrar: por lo tanto pon cuidado a lo que has visto, no sea que en el camino te encuentres con alguno que con pretexto de dirigirte bien, te encamine a la muerte.
En seguida el intérprete tomó a Cristiano de la mano y lo condujo a una sala grande, llena de polvo, porque nunca había sido barrida. Después de que la hubieron examinado un poco de tiempo el intérprete mandó a uno que la barriese. Luego que comenzó a barrer, el polvo se levantó en nubes tan densas que Cristiano estuvo a punto de sofocarse. Entonces el intérprete llamó a una criada que estaba cerca:
—Trae agua y rocía la sala.
Hecho esto ya fue barrido sin dificultad.
CRIS. — ¿Qué significa esto?
ÍNTER. — Esta sala es como el corazón del hombre que nunca fue santificado por la dulce gracia del Evangelio. El polvo es su pecado original y su corrupción interior que ha contaminado todo el hombre. El que comenzó a barrer al principio es la ley; pero aquella que trajo el agua y roció la sala, es el Evangelio. —Y como viste que tan pronto como el primero comenzó a barrer, el polvo se levantó de tal manera que era imposible limpiar la sala y estuviste a punto de. sofocarte; esto es para enseñarte que la Ley en lugar, de limpiar el corazón de pecado, lo hace revivir, le da más fuerza y lo aumenta en el alma, por la razón de que la Ley descubre el pecado y lo prohíbe sin poder vencerlo. Y como viste que la moza roció la sala con agua y así se facilitó el barrerla; es para demostrarte que cuando el Evangelio entre en el corazón con sus influencias tan dulces y preciosas, el pecado es vencido y subyugado, y el alma queda limpia por la fe, por tanto, apta para que habite en ella el Rey de Gloria.
Vi también en mi sueño que el Intérprete tomó a Cristiano de la mano, y le condujo a un pequeño cuarto donde estaban dos niños, sentados cada uno en su silla. El nombre de uno era Pasión, y el del otro Paciencia. Pasión parecía estar muy descontento, mas Paciencia estaba muy tranquilo. Entonces preguntó Cristiano:
— ¿Por qué está descontento Pasión?
El Intérprete contestó diciendo:
—El ayo quiere que Pasión espere hasta el principio del año venidero para recibir sus mejores cosas; mas Pasión todo lo quiere al momento. Paciencia al contrario, está resignado a esperar.
Luego vi que vino un hombre a Pasión y le trajo un saco de tesoros y lo vació a sus pies, y el niño los recogió con gusto y se divirtió con ellos, haciendo burla al propio tiempo de Paciencia. Más vi que en poco tiempo todo lo había desperdiciado y no le quedaron más que andrajos.
CRIS. — Explíqueme usted, señor Intérprete, el significado de esto.
ÍNTER. — Estos dos muchachos son figuras: Pasión, de los hombres de este mundo, y Paciencia de los del venidero; porque como has visto que Pasión todo lo quiere en este mismo año, es decir, en este mundo, así son los hombres mundanales; quieren gozar de todas sus cosas buenas en esta vida y no pueden esperar hasta la vida venidera. Aquel dicho: "un pájaro en la mano vale más que cien volando", les es de más autoridad que todo el testimonio Divino sobre los bienes del mundo venidero. Mas como viste que él pronto malgastó todo, y nada le quedó sino andrajos, lo mismo sucederá con tales hombres en el fin de este mundo.
CRIS — Veo que Paciencia tiene la mejor sabiduría, y eso por dos razones: primero, porque espera para recibir sus cosas buenas; y segundo, porque él recibirá sus tesoros cuando el otro no tendrá más que andrajos, por haber malgastado lo que tenía.
ÍNTER. — Y bien puedes agregar otra razón, a saber, la gloria del mundo venidero nunca se acabará; mientras que los bienes de este mundo se desvanecerán pronto. Por lo tanto Pasión, aunque recibió sus buenas —cosas desde luego, tenía menos razón de reírse que Paciencia, puesto que este recibirá sus tesoros al fin. Así el primero tiene que ceder paso a lo que viene después, cuando llegue la hora; mas lo que es último no cede paso a nada; porque nada hay que le siga. Por esta razón el que recibe su parte al último de todos, lo tendrá para siempre. El que tiene su porción al presente, con el tiempo la va gastando hasta que no le queda nada; el que tiene al fin, la tendrá para siempre, porque no habrá más tiempo que se la gaste. Así se dijo al rico avariento: "Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; mas ahora él es consolado aquí y tú atormentado."
CRIST. — Según esto no es lo mejor afanarse por las cosas presentes, sino poner la esperanza en las venideras.
INTÉRP. — Esa es la verdad: "Las cosas que se ven son temporales; mas las que no se ven son eternas". Pero sucede, desgraciadamente, que teniendo tanta conexión entre sí las cosas presentes y nuestros apetitos carnales, se hacen muy pronto amigos; lo cual no pasa con las cosas venideras, que están a tanta distancia del sentido de la carne.
Después de esto, tomando Intérprete de la mano a Cristiano, lo introdujo en un lugar donde había fuego encendido junto a la pared, y uno echando agua sin cesar con intento de apagarle; mas el fuego continuaba cada vez más vivo y con mayor intensidad. Sorprendido de esto nuestro hombre, preguntó su significado, y entonces Intérprete respondió: —Ese fuego representa la obra de la gracia en el corazón, y ese que ves echando agua es Satanás; pero su intento es vano. Ven conmigo y comprenderás por qué en lugar de extinguirse el fuego se hace cada vez más vivo. ¿Ves esa otra persona? Continuamente está echando aceite en el fuego, aunque secretamente, y de esa manera le da cada vez más cuerpo. Esa persona es Cristo, que con el óleo de su gracia mantiene la obra comenzada en el corazón, a pesar de los esfuerzos del Demonio. Y el estar detrás de la pared te enseña que es difícil para los tentados ver cómo esta obra de la gracia se mantiene en el alma.
En seguida llevó a Cristiano a un sitio muy delicioso, donde había un soberbio y bellísimo palacio, en cuya azotea había algunas personas vestidas de oro y a cuya puerta vio una gran muchedumbre de hombres, muy deseosos, al parecer, de entrar; pero que no se atrevían. Vio también a poca distancia de la puerta un hombre sentado a una mesa, con un libro y recado de escribir, y tenía el encargo de ir apuntando los nombres de los que entraban. Además vio en el portal muchos hombres armados para guardar la entrada, resueltos a hacer todo el daño posible a los que intentasen entrar. Mucho sorprendió esto a Cristiano; pero su asombro subió de punto al observar que mientras todos retrocedían, por miedo a los hombres armados, uno que llevaba retratada en su semblante la intrepidez se acercó al que estaba sentado a la mesa, diciéndole: "Apunte usted mi nombre", y luego desenvainando su espada y con la cabeza resguardada por un yelmo acometió por medio de los que estaban puestos en armas, y a pesar de la furia infernal con que se lanzaron sobre él, empezó a repartir denodadamente tajos y golpes. Su intrepidez fue tal que, aunque herido y habiendo derribado a muchos que se esforzaban desesperadamente por detenerle, se abrió paso y penetró en e! palacio, a tiempo que los que habían presentado la lucha desde la azotea, le vitoreaban, diciéndole: "Entrad, entrad y lograréis la gloria eterna." Después de lo cual le recibieron gozosos en su compañía y le vistieron con vestiduras resplandecientes, semejantes a las suyas.
—Todo esto lo comprendo—dijo entonces Cristiano sonriéndose—: dame ahora permiso para continuar mi camino.
—No —le respondió Intérprete—; aún tengo que mostrarte algunas cosas.—Y tomándole de la mano le llevó a un cuarto oscuro, donde había un hombre encerrado en tina jaula de hierro. Su semblante revelaba profunda tristeza; sus ojos estaban fijos en la tierra; sus manos cruzadas, al mismo tiempo que profundos suspiros y gemidos indicaban la tortura de su corazón.
— ¿Qué es esto?—dijo asombrado Cristiano.
— Pegúntaselo a él mismo —le respondió Intérprete.
CRIST. — ¿Quién eres tú?
ENJAULADO. — ¡Ah! En otro tiempo hice profesión de cristiano, y prosperaba y florecía a mis propios ojos y a los ojos de los demás. Me creía destinado a la Ciudad Celestial, y esta idea me llenaba de grande regocijo. Pero ahora soy una criatura de desesperación; encerrado en esta jaula de hierro, no puedo salir, ¡ay de mí!, no puedo salir.
CRIST. — Pero ¿cómo has llegado a este estado tan miserable?
ENJ. — Dejé de velar y de ser sobrio, solté la rienda a mis pasiones, pequé contra lo que clara y expresamente manda la palabra y bondad del Señor; entristecí al Espíritu Santo, y éste se ha retirado; tenté al Diablo, y vino a mí; provoqué la ira de Dios, y el Señor me ha abandonado; mi corazón se ha endurecido de tal manera, que ya no puedo arrepentirme.
CRIST. — ¿Pero no hay remedio ni esperanza para ti? ¿Habrás de estar encerrado siempre en esa férrea jaula de desesperación? ¿No es infinitamente misericordioso el Hijo bendito del Señor?
ENJ. — He perdido toda esperanza. He crucificado de nuevo en mí mismo al Hijo de Dios, he aborrecido su persona, he despreciado su justicia, he profanado su sangre, he ultrajado al Espíritu de gracia; he aquí por qué me considero destituido de toda esperanza, y no me restan sino las amenazas terribles de un juicio cierto y seguro, y la perspectiva de un fuego abrasador, de cuyas llamas he de ser pasto. A este estado me han traído mis pasiones, los placeres e intereses mundanos, en cuyo goce me prometí en otro tiempo muchos deleites, pero que ahora me atormentan y me corroen como un gusano de fuego.
INTÉRP. — Pero, ¿no puedes aún al presente volverte a Dios y arrepentirte?
ENJ. — Dios me ha negado el arrepentimiento; en su palabra no encuentro ya estímulo para creer; es el mismo Dios el que me ha encerrado en esta jaula, y todos los hombres del mundo juntos no me podrán sacar de ella. ¡Oh, eternidad, eternidad! ¿Cómo podré yo luchar con la miseria que me espera en la eternidad?
INTÉRP. — Cristiano, nunca eches en olvido la miseria de este hombre; que te sirva siempre de escarmiento y de aviso.
CRIST. — ¡Terrible es esto! Concédame el Señor su auxilio para velar y ser sobrio, y pedirle que no permita el que yo llegue algún día a ser presa de tamaña miseria. Pero, Señor, ¿no le parece a usted que ya es tiempo de que yo me marche?
INTÉRP. — Aún no. Tengo una cosa más que mostrarte.
Y tomándole de la mano lo pasó a una habitación, donde se veía a uno, en el acto de levantarse de la cama, y que, según se iba vistiendo, se estremecía y temblaba. Intérprete no quiso explicar por sí mismo el significado de esto, sino que mandó al que se vestía que la diese, el cual dijo así:
— Esta noche he soñado que tinieblas espantosas se difundían por todo el cielo, al mismo tiempo que se sucedían tales y tan terribles relámpagos y truenos, que me pusieron en la mayor agonía. Vi también que las nubes chocaban violentamente unas contra otras, agitadas por un impetuoso huracán. Vi un hombre, sentado en una nube, acompañado de millares y millares de seres celestiales, todos en llamas de fuego; los cielos parecía que estaban ardiendo como un horno, y al mismo tiempo oí la voz de una terrible trompeta, que decía: "Levantaos, muertos, y venid a juicio"; en el mismo momento vi que las rocas se hendían, se abrieron los sepulcros y salieron los muertos en ellos encerrados, unos levantando muy contentos los ojos al cielo, y otros, avergonzados, buscando esconderse debajo de las montañas. Entonces vi al hombre de la nube abriendo el libro y mandando que todos se aproximasen a él; pero a una respetuosa distancia, cual suele haber entre el juez y los reos que por él van a ser juzgados, pues de la nube salía fuego que no permitía a ninguno acercarse a ella. En seguida oí al hombre de la nube que intimaba a sus servidores: "Recoged la cizaña, la paja y la hojarasca, y arrojadlo todo al lago ardiendo". Y en el mismo instante, precisamente cerca de donde yo me hallaba, se abrió el abismo, de cuya boca salían con horrible ruido nubes espantosas de humo y carbones encendidos. Luego volvió a decir: "Allegad mi trigo en el alfolí"; y entonces muchos fueron arrebatados por las nubes, pero yo quedé donde estaba. En esto yo buscaba donde esconderme; pero no me era posible, porque los ojos del hombre de la nube estaban fijos en mí; entonces mis pecados se amontonaron en mi memoria y mi conciencia me acusaba por todas partes, y con esto me desperté.
CRIST. — Pero, ¿y por qué tanto temor a la vista de todo esto?
HOMBRE. — Porque creí que el día del juicio había llegado, y yo no estaba preparado para él; pero más aún: porque al ver a los ángeles recoger a muchos, me dejaron a mí, y precisamente a la boca del abismo; al mismo tiempo mi conciencia me atormentaba, pareciéndome que el Juez tenía en mí fijos sus ojos y su rostro lleno de indignación.
Entonces dijo Intérprete a Cristiano: — ¿Has considerado bien todas estas cosas?
CRIST. — Sí, y me infunden temor al par que esperanza.
INTÉRP. — Grábalas, pues, en tu memoria, y sean ellas un estímulo para que continúes avanzando en el camino que debes seguir. Marcha ya; el Consolador te acompañe, y sea él siempre el que dirija tus pasos hacia la ciudad.
Cristiano marchó, y por el camino repetía sin cesar estas palabras: —Cosas muy grandes y muy provechosas acabo de ver; al par que terribles, son también para mí de mucho aliento. Quiero pensar siempre en ellas, que no en balde se me han enseñado. Gracias al buen Intérprete, que ha sido tan bondadoso conmigo.

CAPITULO VI

Cristiano llega a la Cruz. Se le cae la carga de sus hombros, es justificado y recibe una investidura y un diploma de adopción en la familia de Dios.

Después, en mi sueño, vi a Cristiano ir por un camino resguardado a uno y otro lado por dos murallas llamadas salvación. Marchaba, sí, con mucha dificultad, por razón de la carga que llevaba en sus espaldas; pero marchaba apresurado y sin detenerse, 'hasta que lo vi llegar a una montaña, y en cuya cima había una cruz, y un poco más abajo un sepulcro. Al llegar a la cruz, instantáneamente la carga se soltó de sus hombros, y rodando fue a caer en el sepulcro, y ya no la vi más.
¡Cuál no sería entonces la agilidad y el gozo de Cristiano! "¡Bendito El —le oí exclamar—, que con sus penas me ha dado descanso, y con su muerte me ha dado vida!" Por algunos instantes se quedó como extático mirando y adorando, porque le era muy sorprendente que la vista de la Cruz así hiciese caer su carga; continuó contemplándola, pues, hasta que su corazón rompió en abundantes lágrimas. Llorando estaba, cuando tres Seres resplandecientes se pusieron delante de él, saludándole con la 'Paz". Luego, el primero le dijo: —Perdonados te son tus pecados. Entonces el segundo le despojó de sus harapos y le vistió de un nuevo ropaje, y el tercero le puso una señal en su frente; le entregó un rollo sellado, el cual debía estudiar en el camino, y entregar a su llegada, a la puerta celestial. Cristiano, al ver todo esto, dio tres altos de alegría, y continuó cantando:

Vine cargado con la culpa mía
De lejos, sin alivio a mi dolor;
Mas en este lugar, ¡oh, qué alegría!,
Mi solaz y mi dicha comenzó.
Aquí cayó mi carga, y su atadura
En este sitio rota, yo sentí.
¡Bendita cruz! ¡Bendita sepultura!
¡Y más bendito quien murió por mí!


CAPITULO VII

Cristiano encuentra a Simplicidad, Pereza y Presunción entregados
a un profundo sueño; es despreciado por Formalista e Hipocresía;
sube por el collado Dificultad; pierde el rollo y le halla otra vez.

Pasada esta escena, vi en mi sueño que Cristiano continuó su camino, y llegando a una hondonada, vio algún tanto desviados del camino, entregados a un profundo sueño y con grillos en sus pies, a tres sujetos que se llamaban simplicidad, Pereza y Presunción. Se acercó a ellos, con objeto de despertarlos, y les dio voces diciendo: —Desepertad, que sois como los que duermen en lo alto de un mástil, que tienen debajo de sus pies el mar muerto, que es un abismo sin fondo. Levantaos y venid conmigo; yo os ayudaré también a quitaros esos grillos, porque si pasa por aquí el león rugiente, indudablemente caeréis en sus terribles garras. Los tres se despertaron, fijaron sus miradas en Cristiano, empezando a contestarle del modo que sigue. Simplicidad dijo: —Yo no veo aquí peligro alguno. —Pereza añadió a su vez: Aún un poco más de dormir. —Y Presunción se quejó por —meterse en lo que nada le importaba; y con esto se entregaron de nuevo al sueño, dejando a Cristiano que siguiese su camino. Así lo hizo éste, aunque profundamente entristecido y lastimado de ver aquellos hombres, puestos en riesgo tan inminente, rehusar testarudos al que generosamente se había brindado, después de despertarlos de su funesto sueño y darles saludables consejos, a ayudarles a deshacerse de sus ligaduras.
Absorto en estos pensamientos marchaba nuestro buen hombre, cuando, con gran sorpresa, vio saltar la muralla que guardaba el camino angosto dos seres que a pasos muy apresurados se dirigían hacia él: sus nombres eran Formalista e Hipocresía. Llegados al encuentro de Cristiano, se trabó entre ellos la siguiente conversación:
CRIST. — Señores, ¿de dónde venís y adonde vais?
FORMALISTA e HIPOCRESÍA. — Somos naturales de la tierra de Vanagloria, y nos dirigimos en busca de alabanzas al monte Sión.
CRIST. — Pero, ¿cómo no habéis entrado por la puerta que está al principio del camino? ¿No sabéis que está escrito: "El que no entra por la puerta, mas sube por otra parte, el tal es ladrón y robador?".
FORM. e HIP. — Los naturales de nuestro país consideran, y con razón, que para buscar la puerta necesitan dar un gran rodeo, y les es más corto y más fácil saltar por la pared. Es verdad que con esto traspasan la voluntad revelada del Señor; pero han adquirido ya esa costumbre, que data de más de mil años, y que tiene, por tanto, los derechos de prescripción. Seguramente, llevada la cuestión a un tribunal, un juez imparcial fallaría a nuestro favor. Además, la cuestión es entrar en el camino; el por dónde es lo de menos; usted ha entrado por la puerta, nosotros lo hemos hecho por la pared; pero uno y otros estamos en el camino, y no vemos en usted ventaja alguna sobre nosotros.
CRIST. — No puedo en manera alguna ser de vuestro parecer. Yo sigo la regla del Maestro, al mismo tiempo que vosotros seguís nada más que el tosco impulso de vuestros caprichos, y sois, con razón, mirados como salteadores por el Señor del camino. Estoy cierto que al fin de vuestro viaje no seréis mirados como hombres de verdad y de fe. Habéis entrado sin la anuencia del Señor, y saldréis sin su misericordia.
FORM. e HIP. — Será lo que dices todo lo verdad que quieras suponer; pero cuídese cada uno de sí mismo y deje en paz a los demás. Sabe que las leyes y ordenanzas las guardaremos tan escrupulosamente como tú; nada, pues, nos distingue de ti sino ese vestido, que, sin duda, te ha dado algún vecino para cubrir la vergüenza de tu desnudez.
CRIST. — En grande equivocación estáis, creyendo que os salvarán las leyes y ordenanzas, pues no habéis entrado por la puerta angosta. Este vestido que llama vuestra atención me fue dado por el Señor para cubrir así la vergüenza de mi desnudez, y lo tengo por gran señal de su bondad, pues antes no tenía más que andrajos. Cuando yo llegue a la puerta de la ciudad, El me reconocerá como bueno y merecedor de ser en ella admitido por este vestido que de su voluntad me dio el día que me limpió de mi miseria. Además, llevo en mi frente una señal, que sin duda no habéis visto, puesta sobre mí por uno de los socios más íntimos del Señor el día en que se cayó de mis hombros la carga que me tenía tan abrumado. Después de esto, tengo también un rollo, que entonces mismo se me dio, con el doble objeto de que su lectura me consolase durante mi viaje y su presentación me facilitase la entrada a la puerta celestial. Sospecho que todas estas cosas os han de hacer falta, y carecéis de ellas porque no habéis entrado por la puerta.
Nada respondieron los dos a estas observaciones de Cristiano; únicamente se miraron uno a otro y se sonrieron. Los vi después a todos tres siguiendo su carrera. Cristiano iba delante de ellos hablando consigo mismo, unas veces triste, consolado y alegre otras, y muchas leyendo el rollo que se le había dado y que le proporcionaba mucho aliento.
De esta manera llegaron al pie de un collado, llamado Dificultad, en el que había una fuente, y además del camino que venía desde la puerta, había otros dos, uno hacia la izquierda y el otro hacia la derecha, por el llano, llamados el primero Peligro y el segundo Destrucción. El camino angosto subía derecho por el collado Dificultad. Cristiano se acercó a la fuente, bebió y se refrigeró. Emprendió después collado arriba por el camino angosto, cantando:
Llegar quiero a la cima del collado, Aunque tenga que subir dificultad; El camino de vida aquí trazado, Seguiré sin temor ni desmayar.
Arriba, pues, valor, corazón mío; La senda dura y áspera es mejor Que la llana, que lleva en extravío A la muerte y eterna perdición.
Los otros dos caminantes llegaron también al pie del collado; pero cuando vieron su elevación y su gran pendiente, y que había otros dos caminos mucho más fáciles y que probablemente llevarían al mismo término que el que había tomado Cristiano para ir a la otra parte del collado, se resolvieron a ir por uno de ellos. El primero tomó el camino Peligro, y fue a parar a un gran bosque; el otro tomó el de Destrucción, que le condujo a un anchuroso campo lleno de oscuras montañas, donde tropezó y cayó para no levantarse más.
Volví mis ojos a Cristiano para presenciar su subida a la cumbre. ¡Cuánto trabajo y cuánta fatiga! No podía correr, y algunas veces casi ni andar; trepaba nada más ayudándose con sus manos. Afortunadamente, a la mitad de la subida había un agradable cobertizo, puesto allí por el Señor del camino para descanso y refrigerio de los fatigados viajeros. Entró en él Cristiano y se sentó a descansar. Sacó del seno su rollo para recrearse y consolarse con su lectura, y lo mismo hizo mirando al vestido que se le había regalado al pie de la Cruz. Mas, mientras así se recreaba, le sobrevino el sueño, del cual no despertó casi hasta la noche, y durante el cual el rollo cayó de sus manos. Mientras dormía se le acercó uno, que le dijo: "Perezoso, ve a la hormiga, y considera sus caminos y aprende sabiduría". A esta advertencia despertó y, levantándose al instante, emprendió de nuevo su marcha con toda prisa hasta vencer la cumbre.
Ya en ella, le salieron al encuentro Temeroso y Desconfianza, que retrocedían corriendo: — ¿Por qué retrocedéis?—les dijo. —Caminábamos—respondió Temeroso— hacia la ciudad de Sión; ya habíamos superado las dificultades de este collado; pero cuanto más avanzábamos hemos encontrado dificultades mayores; así que nos ha parecido más prudente retroceder y abandonar esta empresa. —Dice bien mi compañero—añadió Desconfianza—; a poco trecho de aquí hay a los dos lados del camino dos leones; si despiertos o dormidos, no lo sabemos; pero sí temíamos, con razón, que si llegábamos a ellos nos harían pedazos. —Me infundís miedo—respondió Cristiano— con lo que decís; pero, ¿adonde huiré para tener seguridad? Si vuelvo a mi país, fuego y azufre están preparados contra él, y allí mi perdición es segura; pero si logro llegar a la ciudad celestial estoy ya asegurado para siempre. Animo, pues, y adelante; tengamos confianza. Volver es buscar la muerte segura; en el avanzar hay, sí, temor de muerte; pero también la vida eterna en perspectiva; adelante, adelante.— Y diciendo y haciendo, echó a andar, mientras Temeroso y Desconfianza retrocedían corriendo collado abajo.
Mas el dicho de aquéllos le traía un poco pensativo, y para animarse y consolarse buscó en su seno el rollo. ¡Ay de él! No lo encontró. Grande fue entonces su aflicción e indecisión, pues se hallaba falto de lo que tanto le ayudaba y era su salvoconducto para entrar en la Ciudad Celestial. En tan críticos momentos se acordó de que se había quedado dormido en el cobertizo, e hincando sus rodillas en tierra pidió perdón al Señor y volvió atrás en busca de lo que había perdido. ¡Pobre Cristiano! ¿Quién podrá expresar con palabras su pesadumbre y sentimiento? Unas veces lanzaba tristes suspiros, otras derramaba abundantes lágrimas, y sin cesar se reprendía a sí mismo por la necedad de haberse dejado apoderar del sueño en un lugar que estaba destinado solamente para un pequeño refrigerio y descanso. Miraba a un lado y otro del camino cuidadosamente, buscando su diploma, hasta que llegó al cobertizo. Allí su dolor se hizo más intenso, y más profunda la llaga de su pesar, a la vista de un sitio que le recordaba una desgracia tan sensible, y le hizo prorrumpir en los siguientes lamentos: "¡Miserable y desgraciado de mí! ¡Dormirme durante el día! ¡Dormirme en medio de tantas dificultades! ¡Condescender así con la carne y darle ese descanso en un sitio destinado solamente para el alivio del espíritu de los peregrinos! ¡Cuántos pasos he dado en vano! ¡Así les sucedió a los Israelitas, que por sus pecados se les hizo volver por el camino del Mar Rojo! ¡Triste de mí, que me veo precisado a dar con sentimientos estos pasos, que pudiera haber andado con placer a no haber sido por pecaminoso sueño! ¡Cuan adelantado no estaría yo ahora en mi camino! Me veo precisado a andar tres veces lo que con una me hubiera bastado, siendo lo peor del caso que probablemente me va a sorprender la noche, pues el día está ya casi pereciendo. ¡Cuánto más me hubiera valido haber resistido el ataque del sueño!"
Así, absorto en estos pensamientos, llegó al cobertizo, donde se sentó algunos momentos para dar rienda, suelta a sus lágrimas, hasta que por fin quiso la Providencia que mirase debajo del banco donde se había sentado y descubriese su rollo; inmediatamente lo recogió azorado y lo metió en su seno.
Imposible me sería describir la alegría de este hombre al tomar de nuevo posesión de su rollo, que era la garantía de su vida y el pase para el puerto que suspiraba. Lo metió cuidadosamente en su seno, dio gracias al Señor, que le hizo dirigir sus miradas al sitio donde lo había perdido, y, llorando de alegría, emprendió de nuevo su marcha.
Muy ligero y muy alegre andaba, pero no tanto que no se le pusiese el sol antes de llegar a la cima. —¡Oh sueño funesto!— decía en medio de su dolor—; tú has sido la causa de que tenga ahora que hacer mi jornada de noche; el sol ya no me alumbra; mis pies no sabrán ya el camino por donde dirigirse y mis oídos no percibirán más que el rugido de los animales nocturnos. ¡Ay de mí! Los leones que Temeroso y Desconfianza vieron en el camino, precisamente de noche van en busca de su presa; si en la oscuridad doy con ellos, ¿quién me salvará de sus garras?
Tan lúgubres eran sus pensamientos mientras caminaba, cuando, levantando su vista, vio cerca un palacio magnífico, llamado Hermoso, que estaba situado frente al camino.

CAPITULO VIII

Cristiano pasa en salvo entre los dos leones, y llega al palacio llamado Hermoso,
donde le admiten con afabilidad y le tratan con atención y cariño.

A la vista del palacio, Cristiano apresuró su marcha, esperando encontrar en él alojamiento. Mas antes de llegar tropezó con un desfiladero, distante nada más que unos cien pasos del palacio, y a cuyos dos lados vio dos terribles leones. —Este es, sin duda, el peligro—dijo para sí—que ha hecho retroceder a Temeroso y Desconfianza. (Ni aquéllos ni él habían visto que los leones estaban atados con cadenas.) —Yo, pues, también debo retroceder, porque veo que no me espera más que la muerte. Mas a este tiempo, observando el portero del palacio, cuyo nombre era Vigilante, la indecisión y peligro de Cristiano, le gritó: — ¿Tan pocas fuerzas tienes? No tengas miedo a los leones, pues están encadenados y puestos ahí solamente para prueba de la fe en unos y descubrimiento de la falta de ella en otros; sigue, pues, por medio del camino, y ningún daño te sobrevendrá.
Entonces Cristiano pasó, aunque lleno de temor a los leones; siguió cuidadosamente las instrucciones de Vigilante, y oyó, sí, los rugidos de aquellas fieras, pero ningún daño recibió. Batió palmas, y en cuatro saltos llegó a la portería del palacio, y preguntó a Vigilante:
CRIST. — ¿De quién es este palacio? ¿Me será permitido pasar en él la noche?
PORTERO. — Este palacio pertenece al Señor del Collado, y ha sido construido para servir de descanso y seguridad a los viajeros. Y tú, ¿de dónde vienes? ¿Y adonde vas?
CRIST. — Vengo de la ciudad de Destrucción y me dirijo al Monte Sión; mas la noche me ha sorprendido en el camino y desearía, si en ello no hubiese inconveniente, pasarla aquí.
PORT. — ¿Cuál es tu nombre?
CRIST. — Ahora me llamo Cristiano; mi nombre anterior era Singracia. Desciendo de la raza de Japhet, a la cual Dios persuadirá a morar en los tabernáculos de Seiri.
PORT. — ¿Cómo has llegado tan tarde? El sol se ha puesto ya.
CRIST. — He tenido dos grandes desgracias. Primeramente me dejé rendir del sueño en el cenador de la cuesta del Collado; y como si con esto no hubiese perdido bastante tiempo, durmiendo se me cayó el rollo, cuya falta no noté hasta que estaba en la cima, por cuya razón tuve que volver atrás, y gracias al Señor, lo encontré. Estas han sido las causas de mi tardanza.
PORT. — Bien está. Voy a llamar a una de las vírgenes para que hable contigo, y si le parece bien tu conversación, entonces te introducirá al resto de la familia, según las reglas de esta casa.
Hizo, pues, sonar una campanilla, a cuyo eco acudió una doncella, dotada de gravedad y hermosura, cuyo nombre era Discreción, la cual preguntó la causa por que la habían llamado.
PORT.—Este hombre es un peregrino, que va desde la ciudad de Destrucción al Monte Sión; la noche le ha cogido en el camino, y está además muy fatigado; pregunta si se le podrá dar hospedaje aquí.
Entonces Discreción le interrogó sobre su viaje y los sucesos que en él habían tenido lugar, y habiendo obtenido respuestas satisfactorias a todo, prosiguió preguntando:
DISCRECIÓN. — ¿Cómo te llamas?
CRIST. — Mi nombre es Cristiano; y sabiendo que este edificio ha sido precisamente levantado para seguridad y albergue de los peregrinos, quisiera me admitieseis en él a pasar la noche.
Discreción sonrió, al mismo tiempo que algunas lágrimas se deslizaban por sus mejillas, y añadió: —Deja que llame a dos o tres de mi familia.—Y llamó a Prudencia, Piedad y Caridad, quienes, después de haber hablado un i ato con él, le introdujeron a la casa, muchos de cuyos moradores salieron a recibirle cantando: —Entra, bendito del Señor, pues para peregrinos como tú ha sido edificado este palacio.—Cristiano les hizo una reverencia, pasó adelante y, luego que hubo tomado asiento, le sirvieron un pequeño refrigerio mientras se le preparaba la cena. Y para que el tiempo no fuese perdido, entablaron con él el siguiente diálogo:
PIEDAD. — Vamos, buen Cristiano, tú has visto nuestro cariño y la benevolencia con que te hemos hospedado; cuéntanos, para nuestra edificación, algo de lo que en el viaje te ha sucedido.
CRIST. — Con mucho gusto, pues veo con placer vuestra buena disposición.
PIEDAD. — ¿Qué fue lo que te movió a emprender esta vida de peregrino?
CRIST. — Un eco tremendo que me estaba siempre diciendo al oído "si no sales de aquí, inevitablemente perecerás", me obligó a abandonar mi patria.
PIEDAD. — ¿ Y por qué tomaste este camino y no otro ?
CRIST. — Porque así lo quiso el Señor. Yo estaba tembloroso y llorando, sin saber adonde huir, cuando me salió al encuentro un hombre llamado Evangelista, que me dirigió hacia la puerta angosta, que por mí solo, yo nunca hubiera encontrado, y me puso en el camino que me ha traído derechamente hasta aquí.
PIEDAD. — ¿Y no pasaste por la casa de Intérprete?
CRIST. — ¡Ah!, sí, y por cierto que mientras viva nunca olvidaré las cosas que allí me fueron enseñadas, especialmente tres: primera, cómo Cristo mantiene en el corazón la obra de la gracia a despecho de Satanás; segunda, cómo el hombre, por su mucho y grave pecar, llega a desesperar de la misericordia de Dios, y tercera, la visión del que soñando presenciaba el juicio universal.
PIEDAD. — ¿Le oíste contar su sueño?
CRIST. — Sí, y en verdad era terrible, tanto que afligió mi corazón en gran manera; pero ahora me alegro mucho de haberlo oído.
PIEDAD. — ¿No viste más en casa de Intérprete?
CRIST. — ¡Oh!, sí; di un magnífico palacio, cuyos habitantes estaban vestidos de oro, y a su entrada vi un atrevido que, abriéndose camino por entre la gente armada que trataba de impedírselo, logró entrar, al mismo tiempo que oí las voces de los de dentro que le animaban a conquistar la gloria eterna. De buena gana me hubiera estado un año entero en aquella casa; pero me restaba aún mucho camino que andar; así que dejé el palacio y emprendí otra vez mi marcha.
PIEDAD. — ¿Y qué te ocurrió luego en el camino?
CRIST. — Muy poco llevaba andado, cuando vi a uno, al parecer colgado de un madero, lleno todo Él de heridas —y de sangre, a cuya vista se cayó de mis hombros un peso muy molesto, bajo el cual iba yo gimiendo. Mi sorpresa fue muy grande, pues nunca había visto cosa semejante. Mirábale yo como embelesado, cuando se me acercaron tres Resplandecientes: el uno me aseguraba que mis pecados eran perdonados; el otro me quitó el vestido de andrajos que llevaba y me dio éste nuevo y hermoso que ves, y el tercero me selló en la frente y me dio este rollo.
PIEDAD. — Sigue, Cristiano; cuéntame, que algo más has —debido de ver.
CRIST. — He contado ya lo principal y lo mejor. También vi a tres, Simplicidad, Pereza y Presunción, durmiendo a la parte afuera del camino y con grillos en sus pies y por más que hice no los pude despertar. Después vi a Formalista e Hipocresía, que saltaron por encima de la pared y pretendían ir a Sión; pero muy luego se perdieron por no haberme creído. También hallé muy penosa la subida a este collado, y muy terrible el paso por entre las bocas de los leones; ciertamente, sin el buen portero, que con sus palabras me animó, tal vez me hubiera vuelto atrás. Pero, gracias a Dios, estoy aquí, y las doy también a ustedes por haberme recibido.
Después de este diálogo, Prudencia tomó la palabra y preguntó:
PRUDENCIA. — ¿No piensas alguna vez en el país de donde vienes?
CRIST. — Sí, señora; aunque no sin mucha vergüenza y repugnancia. Si yo lo hubiera deseado, tiempo he tenido y oportunidades de volver atrás; pero aspiro a otra patria mejor: la celestial.
PRUD. — ¿No llevas todavía contigo algunas de las cosas con que estabas más familiarizado antes de ponerte en camino?
CRIST. — Sí, señora; aunque bien contra mi voluntad, especialmente mis propios pensamientos carnales, que tanto nos complacían a mi y a mis paisanos; pero ahora todas estas cosas me pesan tanto, que, a estar en mí sólo la elección, nunca más pensaría en ellas; mas cuando quiero hacer lo que es mejor, entonces lo que es peor está en mí.
PRUD. — ¿Y no sientes algunas veces casi vencidas ya estas cosas, que en otras ocasiones te llenaban de confusión?
CRIST. — Sí; pero es pocas veces; sin embargo, esas horas en que esto me sucede son para mí de oro.
PRUD. — ¿Te acuerdas cuáles son los medios por los cuales en esas ocasiones vences tales molestias?
CRIST. — ¡Qh, sí! Cuando medito en lo que vi y me pasó al pie de la cruz; cuando contemplo este vestido bordado; cuando me recreo en mirar este rollo, y cuando me enardece el pensamiento de lo que me espera, si felizmente llego al lugar adonde voy, entonces parece como que desaparecen esas cosas que tanto me molestan.
PRUD. — ¿Y por qué ansias tanto llegar al Monte Sión?
CRIST. — ¡Ah! Porque allí espero ver vivo al que hace poco vi colgado en el madero; allí confío verme completamente libre de lo que ahora me molesta tanto; allí se asegura que no tiene ya cabida la muerte; y, por último, tendré allí la compañía que más me agrada. Y amo mucho al que con su muerte me quitó mi carga; mis enfermedades interiores me tienen muy molestado; deseo llegar al país donde ya no habrá muerte, y ansío tener por compañeros a los que sin cesar están cantando: "Santo, santo, santo."
Tomó entonces la palabra Caridad, y dijo a Cristiano:
CARIDAD. — ¿Tienes familia? ¿Estás casado?
CRIST. — Señora, tengo mujer y cuatro hijitos.
CAR. — ¿Por qué no los has traído contigo?
CRIST. (Llorando}. —Con muchísimo gusto lo hubiera hecho; pero, desgraciadamente, todos los cinco reprobaron mi viaje y se opusieron a él con todas sus fuerzas.
CAR. — Pero tu deber era haberles hablado y esforzarte por persuadirles del peligro que corrían con quedarse.
CRIST. — Así lo hice, manifestándoles también lo que Dios me había declarado sobre la ruina de nuestra ciudad. Pero lo consideraron como un delirio y no me creyeron; advirtiendo, además, que éste mi consejo lo acompañé de fervorosas oraciones al Señor, porque quería mucho a mi mujer y a mis hijos.
CAR. — ¿Supongo que les hablarías con energía de tu dolor y de tus temores de destrucción, porque creo que tú hablarías con bastante claridad lo inminente de tu ruina?
CRIST. — Lo hice, en verdad, no una, sino muchas veces, y además tenían muy patentes a la vista mis temores y mi semblante, en mis lágrimas y en el temblor que me sobrecogió por el temor del juicio que pesaba sobre nuestras cabezas. Pero nada fue bastante para inducirlos a que me siguiesen.
CAR. — ¿Pues qué razones pudieron alegar para no seguirte?
CRIST. — Mi esposa temía perder este mundo, y mis hijos estaban de lleno entregados a los vanos placeres de la juventud; y así fue que, por lo uno y por lo otro, me dejaron emprender solo este viaje, como veis.
CAR. — ¿Pero no pudo muy bien suceder, que con la vanidad de tu vida inutilizases los consejos que les dabas para que te siguiesen?
CRIST. — Es verdad que nada puedo decir en recomendación de mi vida, porque conozco las muchas imperfecciones de ella, y sé también que un hombre puede hacer nulo con su conducta lo que procura inculcar a otros con la palabra para bien de ellos. Una cosa, sin embargo, puedo decir: que me guardaba muy bien de darles ocasión, con cualquiera acción inconveniente, para que se retrajesen de acompañarme en mi peregrinación, tanto, que solían decir que era demasiado difuso, y que me privaba por causa de ellos de cosas en las que no veían mal alguno; aún más puedo decir: que si lo que veían en mí les indisponía, sólo era mi gran delicadeza en no pecar contra Dios y no hacer daño a mi prójimo.
CAR. — En verdad, Caín aborreció a su hermano, porque las obras de éste eran buenas y las suyas malas; y esa ha sido la causa por que tu mujer e hijos se han indispuesto contigo, se han mostrado implacables para con lo bueno, y tú has librado tu alma de su sangre.
Así continuaron hablando, hasta que estuvo preparada la cena, y entonces se sentaron a la mesa, que estaba provista de ricos y sustanciosos manjares y excelentes vinos, y toda su conversación durante la cena giró sobre el Señor del Collado, sobre lo que había hecho y el por qué y la razón que había tenido para edificar aquella casa. Yo, por lo que oí, pude comprender que había sido un gran guerrero, y que había combatido y muerto al que tenía el poder de la muerte; pero esto no sin gran peligro por su parte, lo cual le hacía acreedor a ser tanto más amado. Porque, como ellos decían, y yo creo oí decir a Cristiano, el Señor hizo esto con pérdida de mucha sangre; siendo lo más glorioso de esta gracia el haberlo hecho por puro amor a su país. Y entre los mismos de la familia oí decir que le habían visto y hablado después de su muerte en la Cruz; también atestiguaron haber oído de sus mismos labios que su amor hacia los pobres peregrinos era tan grande, que no era posible hallar otro igual desde Oriente hasta Occidente; prueba de ello que se había despojado de su gloria para poder hacer lo que hizo, y sus deseos eran tener muchos que con él habitasen en el Monte Sión, para lo cual había hecho príncipes a los que por naturaleza eran mendigos nacidos en el estiércol.
En tan agradables discursos estuvieron hasta hora muy avanzada de la noche, y entonces, después de encomendarse a la protección del Señor, se retiraron a descansar. La habitación que destinaron a Cristiano estaba en el piso superior; se llamaba la sala de Paz, y su ventana miraba al Oriente. Allí durmió tranquilamente nuestro peregrino hasta el amanecer, y habiendo despertado a esa hora, cantó:

¿Dónde me encuentro ahora? El amor y cuidado
Que por sus peregrinos tiene mi Salvador,
Concede estas moradas a los que ha perdonado,
Para que ya perciban del cielo el esplendor.

Levantados ya todos del sueño de la noche, y después de cambiados los saludos de la mañana, Cristiano iba a partir; pero no lo permitieron sin enseñarle antes algunas cosas extraordinarias que en la casa había. Lleváronle primero al Archivo, donde le pusieron de manifiesto el árbol genealógico del Señor del Collado, según el cual era hijo nada menos que del Anciano de días, engendrado entre resplandores eternos y antes del lucero de la mañana. Allí vio también escritas, con caracteres de luz, su vida y sus acciones todas, así como los nombres de muchos cientos de servidores, colocados después por él en unas moradas que ni el tiempo ni el influjo de la Naturaleza podían disolver ni deteriorar. Le leyeron después las hazañas más valientes de algunos siervos que habían ganado reinos, obrado justicia, alcanzado promesas, tapado las bocas de los leones, apagado fuegos impetuosos, evitado el filo de la espada; habían convalecido de enfermedades, habían sido fuertes en la guerra y trastornado campos de ejércitos enemigos.
Enseñáronle después otra parte del Archivo, donde vio cuan bien dispuesto estaba el Señor a recibir a su favor a cualquiera, sí, a cualquiera, aunque en tiempos pasados hubiese sido enemigo de su persona y proceder. Se le mostraron también otras varias historias de hechos ilustres, Ya de la antigüedad, ya de tiempos modernos, así como predicciones y profecías, que a su debido tiempo se han cumplido; todo esto ya para confusión y terror de los enemigos, como para recreo y solaz de los amigos.
Al día siguiente le hicieron entrar en la Armería, donde le mostraron toda clase de armaduras que su Señor tenía provistas para los peregrinos: espadas, escudos, yelmos, corazas y calzados que no se gastaban. Y eran en tanta abundancia, que bastaban para armar en el servicio de su Señor tantos hombres como estrellas hay en el firmamento.
Le mostraron también algunas de las máquinas con las cuales muchos de estos siervos habían hecho tantas maravillas: la vara de Moisés; el martillo y el clavo con que Jael mató a Sisara; los cántaros, bocinas y teas con que Gedeón puso en fuga a los ejércitos de Madián; la aijada con que Sangar mató a seiscientos hombres; la quijada con que Sansón hizo grandes hazañas; también la honda y el guijarro con que David mató a Goliath de Gath, y la espada con que su Señor matará al hombre de pecado el día en que se levante para la presa; en fin, le enseñaron muchas otras cosas excelentes, cuya vista llenó de inefable alegría a Cristiano; después de esto se retiraron otra vez a descansar.
Al día siguiente Cristiano quiso marchar; pero le rogaron que permaneciese un día más para mostrarle, si el día estaba claro, las montañas de las Delicias, cuya vista contribuiría mucho para consolarle, pues estaban más cerca del deseado puerto que del sitio donde se encontraban; Cristiano accedió a ello. Subiéronle, pues, a la mañana siguiente a la azotea del palacio que mira hacia el Mediodía, y de aquí a una gran distancia percibió un país montañoso y agradabilísimo, hermoseado con bosques, viñedos, frutas de todas clases, flores, manantiales y surtidores de belleza singular. Ese país —le dijeron— se llama el país de Emmanuel; y añadían: —Es tan libre como este Collado para todos los peregrinos. Desde allí podrás ver la puerta ae la Ciudad Celestial; los pastores que moran allí se encargarán de enseñártela.

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