PRIMER SERMON SOBRE LA ASCENCION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Por Juan Calvino
"En el primer tratado, oh Teófilo, hablé acerca de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba, después de haber dado mandamientos por el Espíritu Santo a los apóstoles que había escogido; a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios. Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí" (Hechos 1:14).
Puesto que nuestra fe tiene que estar fundada en Dios y en su verdad, San Lucas declara aquí que Jesucristo no envió a sus apóstoles a enseñar lo que bien les parecía; en cambio puso su palabra en boca de ellos, y les dio ciertas instrucciones en ella, para que pudieran llevar un mensaje fructífero; en efecto, un mensaje del cual no tendríamos motivos para dudar. Por lo tanto, cuando el Evangelio nos es predicado en el día de hoy, debemos estar seguros de que es la misión encomendada por Dios a sus apóstoles, y que debemos recibirlo todo como procedente de él; puesto que, en efecto, procede de él. Sin embargo, para que tengamos mayor reverencia por el Evangelio, no solamente dice que Jesucristo lo dio, sino que fue por medio del Espíritu Santo. Porque si bien Jesucristo es el verdadero Hijo de Dios, por naturaleza, él también es hombre y ha adoptado nuestra carne y nuestra naturaleza. Ahora bien, a la sombra de esto (puesto que el mundo es malvado) ellos trataron de hallar pretextos para despreciar esta doctrina o no considerarla como tan importante. Es por eso que San Lucas declara que lo que los apóstoles tienen para enseñar no solamente procede de Jesucristo, sino que también ha procedido del Espíritu Santo. Ahora vemos que la misión de predicar el Evangelio es divina, y que no es algo que provino de los hombres, sino de Dios quien la estableció.
Por otra parte, también tenemos que notar que el resumen del Evangelio está comprendido en estas dos palabras, esto es, en lo que Jesucristo enseñó y en lo que hizo, de manera que para ser cristianos tenemos que ser instruidos en esta doctrina que nos fue traída por Jesucristo, y también tenemos que estar completamente confirmados en ella. Porque no se ha limitado a hablar, sino que ha cumplido con todas las cosas necesarias para nuestra salvación. Además, puesto que la obra principal hecha por él para nuestra salvación es su muerte y su resurrección, es de ellas que se habla. Entonces San Lucas dice que Jesucristo: habiendo padecido se presentó vivo a sus discípulos," en efecto, con muchas Pruebas. Y no sin motivos; porque cuando nos han sido declaradas las promesas de Dios, nuestra fe siempre seguirá en suspenso hasta que hayamos sido asegurados de su gracia. Por lo tanto, no podemos estar sin la garantía que nos da, es decir, que Jesucristo sufrió por nuestra redención, llevando el dolor causado Por nuestros pecados. Vemos entonces, que San Lucas no habla en vano aquí de Pruebas que fueron dadas para que tengamos la certeza de que Jesucristo resucitó de la muerte. Porque esto es lo que dice San Pablo en 1 Corintios 15: "Si Jesucristo no resucitó, nuestra fe es inútil, el evangelio es predicado en vano, no tenemos más esperanza que las bestias." Mediante esto vemos que el fin de nuestra esperanza es que Jesucristo fue resucitado de la muerte. En efecto, esa es la victoria que ha adquirido. Sí, para mostrarnos que él es Señor tanto sobre la vida como sobre la muerte. San Pablo dice que Jesucristo murió por nuestros pecados, y si hubiera seguido muerto, ¿qué esperanza podríamos tener en él? Pero he aquí su resurrección que es triunfo logrado por él sobre la muerte, para que nosotros pudiéramos tener esperanza en él. San Pedro, para mostrarnos la confianza que tendríamos que tener en Jesucristo, no afirma otra cosa sino su resurrección. Notemos entonces, que cuando San Lucas dice que Jesucristo se presentó vivo, habla de algo que era necesario para la certeza de nuestra salvación. Por eso, si queremos tener el elemento principal del cristianismo, tenemos que aceptar esta resurrección mediante la cual ha adquirido vida y salvación para nosotros, y mediante la cual se presentó a sí mismo como el verdadero Hijo de Dios.
Además aprendamos también, puesto que San Lucas afirma que Jesucristo ofreció esas pruebas de haber resucitado, a no dudar absolutamente de lo que ha sido tan bien probado por Dios. Entonces, si ahora no estamos totalmente persuadidos de la resurrección de Jesucristo, ello se debe a nuestra ingratitud. Porque su intención no fue que su resurrección no fuese suficientemente indicada para nosotros. Además San Lucas usa una palabra que significa un argumento Conducente a una prueba tan grande. En efecto, vemos cómo los evangelistas han trabajado sobre esto. Porque cuando se trata de relatar la resurrección, presentan todas las circunstancias, y luego cuentan tantos testimonios, de cómo habló, cómo fue tocado; y declararon que no fue una aparición o visión, que luego podría haberles causado problemas. Esto es, entonces lo que tenemos que reconocer, que habiendo desarrollado tanto este punto, no tenemos que tener ninguna duda al respecto, sino que lo adecuado para nosotros es considerar totalmente cierto su relator, puesto que tienen una prueba tan grande. No obstante, incluso en este punto respecto del cual San Lucas dice que Jesucristo se presentó vivo después de haber sufrido la muerte, y para el cual se presentaron pruebas tan veraces, aprendamos que necesitamos tener un fundamento que jamás pueda ser sacudido. Que además, habiendo tenido victoria mediante su muerte, ahora extiende su mano para conducirnos a la salvación. Y cada vez que queramos tener certeza en nuestra fe, no tenemos que acercarnos a criatura alguna, sino que debemos contemplar, como en un espejo, que así como Jesucristo resucitó y conquistó la muerte, él también abrió el cielo para que nosotros podamos entrar, guiados por él.
Aquí agrega que presentándose a sí mismo les expuso el reino de Dios. Por medio de esto debemos notar que la misión, encomendada a aquellos de quienes tenemos la doctrina del Evangelio, no fue por una sola palabra ni durante un minuto, sino que fueron instruidos prolongadamente, tal como correspondía. Y, habiendo recibido una enseñanza completa, y una autoridad para esparcirla, nos la han anunciado fielmente. Eso es lo que tiene que ser notado en su palabra. Ahora dice que Jesucristo se presentó a sí mismo ante sus apóstoles, y que presentándose les expuso el reino de Dios. Pero uno tiene que entender lo que San Lucas quiere decir con Reino de Dios. Con este Reino de Dios no quiere significar la vida eterna, como normalmente se interpreta, y como se podría deducir superficialmente de aquí, es decir, que el Reino de Dios es lo que esperamos mediante la esperanza. Pero San Lucas lo interpreta como el gobierno espiritual mediante el cual Jesucristo nos mantiene en su obediencia, hasta habernos reformado totalmente a la imagen suya y, habiéndonos despojado de este cuerpo mortal nos coloca en el cielo. Eso es lo que San Lucas quiere decir. Pero para verlo con mayor claridad consideremos lo opuesto al Reino de Dios, es decir, la vida de los hombres que están dados a su naturaleza corrompida. En efecto, si Jesús se apartara de nosotros, dejándonos ir a donde queramos, estaríamos fuera del Reino de Dios. Porque el Reino de Dios presupone una reforma. Pero en este mundo solamente llevamos miserias y corrupciones. En resumen, somos bestias andantes, y el diablo nos gobierna y nos sujeta como él quiere. Eso es el hombre hasta tanto no es reformado por Dios. De manera que, estemos informados de lo que somos hasta que Jesucristo nos haya reformado. ¿Entonces, qué? ¿Acaso anhelamos un mal mayor que este, que Satanás nos posea de tal manera y sea nuestro señor? Así vemos (digo) lo que somos hasta que Dios, conforme a su infinita bondad, nos haya extendido su mano, en efecto, para introducirnos a su reino, y para que estemos sujetos a él y a su justicia. No obstante, también vemos cómo deberíamos estimar esta gracia que nos es dada a nosotros; y cuando Jesucristo nos atrae a su presencia. Esta es la felicidad de los hombres: que Dios sea su Rey. Es cierto, aunque los reyes anhelan reinos para obtener gloria, no obstante, cuando existe un príncipe investido con gracias excelentes, cada uno se considerará feliz de estar bajo su sujeción. Pero cuando Jesucristo gobierna sobre nosotros, tenemos a un Rey que no solamente está investido de muchas y excelentes gracias, sino que gobierna sobre nosotros para nuestro propio beneficio. En efecto, ¿acaso le producimos algún beneficio de nuestra parte? Porque no podemos agregarle nada ni despojarle de nada. Así podemos ver que lo que he dicho es muy cierto, que somos muy bendecidos cuando Dios establece su trono real entre nosotros a efectos de gobernarnos.
Esto, entonces, es lo que se nos enseña en segundo lugar, es decir, de apreciar v estimar semejante beneficio cuando Dios nos lo concede. Ahora bien, es por Medio de su Evangelio. También es por eso que Cristo habló con tanta frecuencia del Evangelio, llamándolo el reino de Dios. Porque si no nos adherimos a él, somos rebeldes contra Dios y somos excluidos de todos sus beneficios. Porque no podemos ser partícipes de él hasta no ser reformados. Eso es lo que el Evangelio hace llamándonos a Jesucristo, y mostrándonos cómo debemos ser regenerados por medio de su Espíritu Santo. Puesto que es así, cuando el Evangelio nos es predicado es a efectos de que seamos reformados a semejanza de Jesucristo; y que todo lo que es nuestro sea abatido, y que Jesucristo nos levante por su gracia. Entonces, no es sin causa que el evangelio sea llamado "el Reino de Dios." En efecto, así como sin el evangelio el diablo tiene dominio, por el cual también es llamado "rey de este mundo," así también, cuando Jesucristo hace que Su Evangelio sea predicado en un país es como si dijera, "Yo quiero tener dominio sobre ustedes y ser su rey." Pero eso no significa que todos los que están en el país donde está el Evangelio, están sujetos a Dios. Porque también vemos cómo se levantan algunos de ellos y muestran la iniquidad que antes estaba oculta en su interior; otros desprecian la doctrina y el Reino no tiene absolutamente ningún fruto en ellos. Pero aun así, Jesucristo siempre tiene alguna compañía dondequiera que el Evangelio sea predicado. ¿Por qué es así? Porque no es Rey sin súbditos. De modo que podemos concluir diciendo que es un beneficio inestimable cuando Dios nos presenta Su Evangelio. Porque, ¿qué más quisiéramos nosotros sino que Jesucristo nos diga, "Aquí estoy. Me hago cargo de ustedes, para que puedan estar bajo mis alas y bajo mi protección"? ¿Qué más queremos que eso? Ahora bien, por medio del Evangelio tenemos testimonio de que todo eso nos es dado. De modo entonces, es cierto que cuando Jesucristo nos introduce así en su Reino, y nos recibe en su presencia, es para vestirnos luego con inmortalidad e incorrupción, a efectos de que entremos a esta gloria la cual él nos ha prometido. Entonces, cuando recibimos este Evangelio, es para que entremos en este Reino de Dios.
¿Pero qué? ¡Es solamente una entrada! Luego debemos andar en él. Es lo que él hace cuando nos aparta de esta cautividad desgraciada del pecado; y entonces tenemos la libertad que él nos ha prometido. De manera entonces, no es todo el haber entrado, sino que debemos seguir hasta que seamos plenamente unidos a Jesucristo. En efecto, vemos que, si bien Dios nos ha iluminado por su Santo Espíritu, y aunque anhelemos andar en el temor suyo, y de conocer su bondad para poner nuestra confianza en ella, aun así queda tanta miserable debilidad en nosotros, que nos es necesario luchar contra muchas tentaciones; y muchas veces somos vencidos. Entonces, ¿qué? ¿Es suficiente el haber entrado? De ninguna manera; más bien tenemos que reconocer que nuestra vida es un camino en el cual debemos marchar siempre hasta venir a nuestro Señor Jesucristo. Así el Reno de Dios tiene que aumentar más y más hasta que quedemos despojados de pecado. Porque cada día experimentamos suficientemente cuán necesario es que estemos unidos a Dios como corresponde. Ello es entonces, una señal de que ,aquí Dios no reina como debiera. Porque si él reinara aquí no habría un solo detalle que no nos uniría a él. Al contrario, vemos tanta rebelión cuando queremos hacer lo que Dios nos enseña. Viendo entonces, que todavía hay tanta resistencia en nosotros contra Dios y su justicia, ello es una señal de que todavía no domina en paz sobre nosotros. Porque cuanto tenemos, en efecto, hasta el extremo de nuestras uñas, debiera guiarnos a esto: que la gloria de nuestro Dios aparezca y resplandezca por doquier. Pero contrariamente, vemos que en nosotros todo es, desde la cabeza hasta los pies, resistencia. Así es cómo podemos ver que el Reino de Dios no está plenamente realizado. No obstante, somos amonestados a seguir adelante, hasta que Dios sea todo en todo para nosotros, es decir, que nos llena de tal manera con su presencia, que nosotros somos vaciados de nosotros mismos, que incluso somos despojados de este cuerpo y resucitados a esta gloria que nos ha sido prometida.
Entonces, las palabras que Jesucristo habló a sus apóstoles acerca del reino de Dios, nos llevan a esto: que renunciemos a nosotros mismos y a todo lo nuestro, para que Jesucristo levante su trono allí, para que nos guíe, que seamos enteramente conformados a su justicia, y que solamente busquemos de seguirle a él como a nuestro Rey soberano. Ahora digo que todo esto está dirigido a nosotros. ¿Por qué? Porque los apóstoles no fueron enseñados únicamente para ellos mismos, sino para nosotros. Notemos entonces, que si el Evangelio nos es anunciado, es para que podamos dejar este mundo; es decir, todos los sentimientos malvados que tenemos en nosotros, y todas las vanidades que nos mantienen aquí abajo. Tenemos que ser cambiados totalmente, y Dios tiene que darnos una vida nueva. Es así como deberíamos beneficiarnos por medio del Evangelio, para que sea verdaderamente el reino de Dios, y para que tenga sobre nosotros la autoridad que le corresponde. Sin embargo, reconozcamos que Dios no nos llama a su presencia para mantenernos en una condición estática, sino para animarnos siempre a avanzar, hasta habernos guiado a la perfección, haciéndonos comprender que la vida presente es, realmente, un mar lleno de toda miseria. Así es cómo Jesús trata de conducirnos al reino celestial una vez que hayamos entrado en este mundo al Reino de Dios.
San Lucas agrega que les prohibió irse de Jerusalén hasta haber recibido la promesa de Dios. Todo esto es relatado para la edificación de nuestra fe. Porque vemos cuán necesario es que este punto sea afirmado y ratificado a nosotros, es decir, que la doctrina del Evangelio no fue inventada por hombres, sino que Dios la envió del cielo. Esto entonces, tiene que ser puesto fuera de toda duda. ¿Y cómo podrá ser excepto que se nos muestre claramente y se nos asegure perfectamente bien, que Jesucristo envió de tal manera a sus apóstoles que éstos de ninguna manera fueron guiados por sus propios impulsos, por su consejo, o por su voluntad; si no que Dios los envió, y les dedicó su lección, y que tuvieron inteligencia para esta doctrina, no por sus sentidos, sino por el Espíritu Santo? Si no tiene que notar entonces, que San Lucas dice aquí que Jesús les expuso frecuentemente esta doctrina, a efectos de que pudieran estar tanto mejor informados en ella y para que no se extraviasen. Además dice que tenían que ser iluminados por el Espíritu Santo, a efectos de poder ser vaciados de toda sabiduría humana, y que pudiera ser sabido que su doctrina era una obra de Dios. Notemos entonces, a efectos de que nuestra fe siempre esté fijada en Dios, como un ancla, que debemos estar firmes. Porque entre las criaturas no hallaremos nada que no se escurra como el agua, y allí el fundamento de nuestra fe sería muy pobre. Pero cuando nuestra fe esté depositada en Dios ya no estaremos de ninguna manera sujetos a los altibajos, sino que estaremos firmes. Por ese motivo se les prohibió a los apóstoles salir de Jerusalén antes de haber recibido la promesa. Y en esto vemos la obediencia de ellos, porque de acuerdo al razonamiento de los hombres podrían haber respondido diciendo: "Cómo es esto? ¿Acaso no somos apóstoles de Dios? ¿No tenemos nosotros autoridad para predicar su palabra? “¿Acaso no sabemos cómo cumplir con nuestro oficio?" Tenían cierta razón para hablar así. ¿Con qué propósito los había instituido Dios en este oficio si no era para que lo cumplan? Pero ellos sabían que era a él a quien debían obedecer. ¡Ay de aquel hombre que quiere avanzar y salir a trabajar antes que Dios lo impulse a ello! A1 contrario, cuando Dios lo envía no debe contender de ninguna manera, sino decir: "Señor, aquí estoy, úsame." Es así como San Lucas muestra a los apóstoles; cuando les prohibió dejar a Jerusalén hasta haber recibido la promesa de Dios, ellos estaban entregados en obediencia a Jesucristo. A través de ello vemos que la gracia del Espíritu Santo ya había obrado en ellos. Porque un poco antes habían estado abrumados, habían dejado a su Maestro, ya no sabían lo que era la ayuda de Dios y su protección. Se dejaron esparcir por Satanás. ¿Pero por qué? Luego Dios les concede la gracia de oír la voz de Jesús, y entonces solamente tiene que hacer un gesto con el dedo, y ellos obedecen. Si él les prohíbe algo ellos no intentan hacerlo. Y, por el contrario, cuando les ordena marchar, no hay resistencia ni dificultad que los retenga.
De manera entonces, vemos que Dios tiene que obrar en nosotros para llevarnos a semejante sujeción. Porque, de otra manera, cuando él diga: “Permanezcan quietos” nosotros intentaremos marchar, y cuando él quiera que comencemos a avanzar, nosotros retrocederemos. Por naturaleza somos así. En los judíos tenemos un ejemplo tan claro de esto. Porque si leemos cómo se comportaron, aun después de haber sido librados de Egipto, hallamos que había una gran ingratitud en ellos. Porque cuando Dios les ordena marchar contra sus enemigos, y promete que les dará victoria, ellos no están dispuestos a marchar, sino que murmuran contra Dios; "Realmente, ¿adónde estamos yendo? Aparentemente quiere destruirnos, y nos manda como ovejas al matadero." Esta es su rebelión. Por otra parte, cuando Dios les dice: "No se muevan," ellos quieren marchar, y ninguno puede ser retenido. "Y ¿por qué?" dicen, "Estamos perdiendo el tiempo. ¿No hemos de marchar?" Así es cómo los hombres quieren marchar cuando Dios se lo prohíbe; y cuando dice: "Marchen," no hay uno solo que quiera dar un paso. En resumen, aparentemente los hombres quieren luchar reciamente contra Dios. Así son. Su osadía es como una locura, al extremo de matarse ellos mismos y a otros. Porque cuando Dios quiere refrenarlos se enfurecen y quieren matar a cada uno. Contrariamente, cuando Dios los incita a marchar, ellos son tan cobardes que no les puede mover un solo dedo. De manera, entonces, que tenemos que orar a Dios que él quiera manifestarnos gracia, para que, igual que los apóstoles, nos detengamos cuando él lo manda, y marchemos cuando él habla.
Es por eso que le ha dado a cada uno su oficio y su misión. Cuando instituyó las familias, declaró qué autoridad tiene el hombre sobre la mujer y sobre su familiar, y cuál es la obediencia que la mujer debe a su esposo, y los hijos a sus padres. De manera que a cada uno le dio la ley. Así también es cuando instituyó al gobierno. A los magistrados les muestra su oficio, y cómo deberían usar la autoridad que les es dada. Igualmente a los ministros de su palabra, a ellos les ha dado su lección en forma escrita. Así es cómo Jesucristo nos ha regulado perfectamente bien, a efectos de que si miramos a él no intentemos sino aquello que él nos manda. Vemos que San Pablo afirma que todo aquello que es hecho sin fe es pecado. Ahora bien, si Dios nos hubiera dejado en dudas en cuanto a lo que tenemos que hacer, no podríamos hacer otra cosa sino pecar continuamente. Pero él nos ha dado las reglas respecto de lo que tenemos que hacer, y de lo que tenemos que dejar sin hacer. Consideremos entonces, cómo debemos conducirnos por medio de él, sin intentar nada basados en la necedad de nuestras cabezas.
Además vemos que los apóstoles permanecieron en Jerusalén, puesto que Jesucristo les había dado esa orden, en efecto, lo hicieron aunque sabían que Dios los había ordenado a este llamamiento. Y aunque Jesucristo les había dado el Espíritu Santo al soplar sobre ellos, no obstante sabían que todavía no estaban equipados como necesitaban estar, y entonces esperan por la promesa del Padre. Esta promesa (como veremos después) era el Espíritu Santo. ¿Por qué lo esperaban? Es para nosotros. Entonces aquí vemos que Jesucristo, habiendo ascendido al cielo siempre tiene cuidado de nosotros, y que desde allí nos ayuda; y no es apartado de nosotros para no dejar de acompañarnos por su gracia a efectos de gobernarnos. Es por eso que San Lucas afirma que fue recibido arriba después de dar, por medio del Espíritu Santo, mandamiento o los apóstoles que había elegido. Entonces, no es que se haya ido sin pensar en nosotros. ¿Entonces qué? Encargó la misión a sus apóstoles y les mostró cómo debían conducirse después de recibir el Espíritu Santo. Ahora, aquí tenemos una garantía de que nunca oremos desprovistos de su ayuda, siempre y cuando nos aferremos a él. Además, es un gran consuelo para nosotros que Jesucristo, habiendo ascendido al cielo, tiene toda autoridad en sus manos, y está encima de todas las criaturas, habiendo sido establecido como lugarteniente de Dios para gobernar todo, tanto arriba como abajo. Ahora, para mayor beneficio de esto, notemos que Jesucristo, siendo exaltado por Dios al extremo de que todas las criaturas están sujetas a él, no obstante nuestra Cabeza, y que este gran dominio e imperio que él tiene nos beneficia a nosotros ciertamente si somos miembros suyos. Pero él no puede ser nuestra Cabeza si no tenemos auténtica unión con él. En esto entonces consiste toda la seguridad de nuestra salvación. Es decir que Jesús, habiendo ascendido a lo alto, tiene dominio sobre todo de manera que aun los ángeles están sujetos a él, y por eso ellos y todas las criaturas nos servirán a nosotros. Contrariamente mantiene encerrados a los diablos, de manera que nada pueden hacer sin que él los deje. Entonces, tenemos la seguridad de que no pueden hacer nada contra nosotros. ¿Por qué no? Porque no pueden hacer nada contra él. Además es necesario unir este glorioso poder al conocimiento de que él está aquí con nosotros. No es que este poder estuvo por un tiempo aquí, sino que se extiende hacia nosotros, así como se esparce a través del cielo y de la tierra. Ahora bien, él nos da testimonio de que está con nosotros cuando escuchamos su palabra. Porque él lo ha prometido y de ninguna manera es como el hombre que dice mentira. Así también es como tenemos la certeza de su presencia, y que por su Espíritu Santo él nos mantendrá. De otra forma, ¿qué ocurriría? No podríamos sino fallar, porque somos demasiado frágiles para hacer otra cosa. Por otra parte vemos al diablo que está armado con toda clase de munición contra nosotros. Entonces es sumamente necesario que Dios nos dé fuerzas por medio de su Espíritu Santo a efectos de que podamos resistirle. Así es cómo, estando lejos de Jesucristo, en lo que respecta a su cuerpo, estamos cerca de él con respecto a su poder.
Y esto es lo que nos muestra en la Cena; y tenemos que aplicar esta doctrina. Y para ello no tenemos que acercárnoslo como muchos que vienen aquí como bestias, sepamos, en cambio, lo que aquí se nos da. Cuando vemos que Dios nos da alimento para nuestros cuerpos eso ya es una bendición. Pero no venimos aquí para llenarnos de comida y bebida. Entonces, ¿para qué? Para significamos que no deberíamos buscar aquí nuestra vida física. Porque, como dice San Pablo, tenemos casas donde comer y beber, de manera que no venimos aquí para alimentar nuestros cuerpos. ¿Qué entonces? Tenemos testimonio de que Jesucristo quiere alimentar aquí nuestras almas. Y nuestras almas, ¿acaso serán alimentadas con pan y vino? De ninguna manera. No hay nada con lo cual puedan ser alimentadas sino por medio de Jesucristo. Porque ellas tienen que ser preservadas para la vida inmortal, la cual ni aun los ángeles nos pueden dar. Porque, puesto que no han existido siempre, pueden llegar a tener un fin. Arribemos entonces a la conclusión de que solamente hay un Padre de vida, es decir Jesucristo. Ahora venimos para buscarlo en la Cena, y cada uno, al venir tiene que detenerse ante esta meta para decir: "Vengo aquí buscando testimonio de que Jesucristo es mi vida, y que estando incorporado a él viviré eternamente." Pero, ¿cómo hemos de venir para buscarlo en la Cena? Si venimos aquí de la misma manera en que vienen los papistas, buscando el cuerpo de Dios, estamos equivocados. Porque pensar que este pan que tomamos aquí es el cuerpo de Jesucristo sería la idolatría más execrable que uno pueda imaginar. En consecuencia, entonces, tenemos que buscarlo en las alturas, y sabiendo que él está en los cielos, no por eso dudemos que por medio de su gracia está en los cielos, no por eso dudemos que por medio de su gracia está con nosotros, de modo que así como vemos y tocamos los símbolos, así también Jesucristo cumple cabalmente en nosotros lo que los símbolos significan: es decir, que habita en nuestra alma. Aunque por naturaleza y debido a nuestros pecados, en el alma estamos muertos, él quiere hacernos partícipes de esta vida eterna. Entonces, así como él nos dice: "Para ustedes este pan significa mi cuerpo," así también es algo que él cumple cabalmente en nuestras almas. Y así como nuestros cuerpos son alimentados por medio de pan, así también nuestras almas, teniendo a Jesucristo por alimento espiritual, son mantenidas por el poder de Dios; y por gracia él habita en nosotros. Pero no es suficiente con tener este entendimiento. Porque nuestros sentimientos tienen que ascender al cielo, porque de lo contrario no estaremos de ninguna manera unidos a Jesucristo. Existen muchas personas que saben perfectamente bien que Jesucristo no está aquí en el interior de este pan y vino, no obstante, ¿dónde está el corazón de ellos? El corazón de algunos estará sumergido en la codicia, otros estarán embriagados de ambición, y el corazón de otros estará enredado en todo tipo de vileza. Hay payasos que no pensarán sino en su viveza. Otros estarán embriagados, y otros tendrán su corazón solamente en la cocina. Otros estarán llenos de blasfemias, murmuraciones y de toda clase de vilezas. Estos son lo que San Pablo, escribiendo a los colosenses, (lama miembros terrenales. "Si ustedes quieren (dice San Pablo) acercarse a Jesucristo, tienen que dejar sus miembros terrenales." ¿Qué? ¿Acaso tenemos que dejar nuestros pies y manos? De ninguna manera, pero sí nuestras fornicaciones, glotonerías, envidias, malicias, y todas las demás poluciones. Entonces, ¿queremos buscar a Jesucristo en las alturas? Tenemos que despojarnos de todos estos miembros terrenales. ;,Porque, qué relación habría entre nosotros y Jesucristo? De ninguna manera podemos mezclarlo con todas nuestras poluciones; en cambio, tenemos que acercarnos a él para que nos aparte de ellas. De esa manera, entonces, es cómo no solamente tenemos que saber que él está en cielo, sino que también tenemos que abandonar a nuestros miembros terrenales, que nos separan de él, y tenemos que ser puestos en alto. ¿Cómo? En verdadera castidad, en sobriedad, en auténtica caridad, en temperancia, en diligencia, en paciencia, y en toda otra virtud. Estas son las alas para elevarnos al cielo, aunque, hablando correctamente, no necesitamos alas para volar allí, ni escaleras para trepar; si no que Jesucristo nos guíe allí, y nos eleve por las gracias que él distribuye, como las gracias que he mencionado. Es así como tenemos que aplicar esta doctrina a la Cena, de modo que cuando nos son presentados el pan y el vino tengamos que aprender a buscar todo el bien en Jesucristo, a efectos de que seamos unidos; también que cada uno tenga que dejar sus propios deseos. Si yo siento que por alguna cosa soy apartado de Jesucristo, tengo que arrancar y arrojar eso de mí, para poder ser levantado cabalmente a Jesucristo; no es que podamos ser levantados en perfección a él, pero tenemos que tratar de acercarnos más y más a él. En efecto, a este fin nos ha sido dada la Cena; y la recibimos no solamente en nuestras vidas, sino frecuentemente, para indicarnos que tenemos que andar en este mundo hasta que nos haya llevado a su presencia, y librado de este cuerpo.
Después de esta santa enseñanza vamos a inclinarnos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.
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