Comentario de la
Primera Epístola de San Juan

Por Juan Calvino

CAPÍTULOS 1 y 2
CAPÍTULOS 3 y 4
CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 5
                
1 JUAN 5:1-5
1.  Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él.
2.  En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.
3.  Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos.
4.  Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.
5.  ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

1.  “Todo aquel que cree.” Él confirma por otra razón, que fe y amor fraternal son unidos; porque en cuanto que Dios nos regenera por fe él tiene que ser amado necesariamente por nosotros como un Padre; y este amor abraza a todos sus hijos. Entonces la fe no puede estar separada del amor.

La primera verdad es, que todos, los nacidos de Dios, creen eso, que Jesús es el Cristo; donde, otra vez, se ve que Cristo solo es expuesto como el objeto de fe, como en él se encuentra la rectitud, la vida, y cada bendición que puede ser deseada, y Dios en todo de lo que él es.  Por eso, la única manera verdadera de creer es cuando dirigimos nuestras mentes a él. Además, para creer que él es el Cristo, es de esperar de él todo esas cosas que han sido prometidas en cuanto al Mesías.

Ni es el título, Cristo, dado a él aquí sin razón, porque designa el oficio a que él fue designado por el Padre. Como, bajo la Ley, la restauración completa de todas las cosas, la rectitud y la felicidad, fueron prometidas por el Mesías; por eso en este día todo esto está expuesto más claramente en el evangelio. Entonces Jesús no puede ser recibido como el Cristo, a menos que la salvación sea buscada de él, en cuanto que para este fin fue enviado por el Padre, y es ofrecido diariamente a nosotros.

Por eso, el Apóstol declara que todos los que realmente creen han sido nacidos de Dios; porque la fe es muy alta del alcance de la mente humana, para que tengamos que ser traídos a Cristo por nuestro Padre celestial; porque ninguno de nosotros puede llegar a él por su propia fuerza. Y esto es lo que el Apóstol nos enseña en su Evangelio, cuando dice, que los que creen en el nombre del unigénito, no nacieron de sangre ni de la carne. (Juan 1:13). Y Pablo dice, que somos dotados, no con el espíritu de este mundo, sino con el Espíritu que es de Dios, para que podamos saber las cosas dadas a nosotros por él. (1 Corintios 2:12). Porque el ojo no vio, ni oído oyó, ni la mente concibió, las que Dios ha preparado para los que le aman; Pero solo el Espíritu escudriña a este misterio. Y además, como Cristo es dado a nosotros para la santificación, y trae con la misma el Espíritu de regeneración, en resumen, como él nos une a su propio cuerpo, es también otra razón por qué nadie puede tener fe, a menos que sea nacido de Dios.

“Ama también al que ha sido engendrado por él.” Agustín y algunos otros de los antiguos lo han aplicado a Cristo, pero no correctamente. Porque aunque el Apóstol utiliza el número singular, mas incluye todos los fieles; y el contexto claramente muestra que su propósito no fue ningún otro que trazar el amor fraternal a la fe como su fuente. Es, verdaderamente, un argumento traído del curso común de la naturaleza; pero lo que es visto entre los hombres es transferido a Dios.

Pero tenemos que observar, que el Apóstol no habla así solamente de los fieles, y pasar por alto a los que están afuera, como si solamente los primeros serían amados, y ningún cuidado y ninguna cuenta para los últimos; mas nos enseña como si estuviera por este primer ejercicio de amar a todos sin excepción, cuando nos llama que comencemos con los piadosos.

2. “En esto conocemos.” El muestra brevemente en estas palabras lo que el amor verdadero es, aún lo que es hacia a Dios. Hasta ahora nos ha enseñado que nunca hay un amor verdadero a Dios, a menos cuando nuestros hermanos son amados también; porque esto es siempre su efecto. Pero ahora nos enseña que los hombres están correcta y debidamente amados, cuando Dios tiene la primacía. Y es una definición necesaria; porque como a menudo sucede, que amamos a los hombres aparte de Dios, como amistades impías y carnales consideran solamente ventajas privadas o algunos otros objetos que desvanecen. Como entonces que se había referido primero al efecto, así que ahora se refiere a la causa; porque su propósito es mostrar que el amor mutuo debía ser cultivado de tal manera que Dios pueda ser honorado.

Al amor de Dios él une el guardar la ley, y justamente así es; porque cuando amamos a Dios como nuestro Padre y Señor, la reverencia tiene que estar conectada necesariamente con el amor. Además, Dios no puede estar separado de él mismo. Como entonces él es la fuente de toda rectitud y equidad, el que lo ama tiene que tener necesariamente el corazón preparado para rendir obediencia a la rectitud. El amor de Dios, entonces, no es frívolo o inactivo.

Pero de este pasaje también aprendemos lo que es guardar la ley. Porque si, cuando contenidos sólo por temor, obedecemos a Dios en guardar sus mandamientos, estamos muy lejos de la obediencia verdadera. Entonces, la primera cosa es, que nuestros corazones estén dedicados a Dios en la reverencia voluntaria, y entonces, que nuestra vida sea formada según la regla de la ley. Esto es lo que Moisés querría decir cuando, al dar un resumen de la ley, dijo,

“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que le ames, y le sirvas a Él?” (Deuteronomio 10:12.)

3. “Sus mandamientos no son gravosos.” Esto ha sido agregado, por temor a que dificultades, como es generalmente el caso, bajen o disminuyen nuestro entusiasmo. Porque los que con una mente alegre y con gran ardor han seguido una vida piadosa y santa, se cansen después, al encontrar sus fuerzas insuficientes. Por lo tanto Juan, para despertar nuestros esfuerzos, dice que los mandamientos de Dios no son gravosos.

Pero, por otro lado, es opuesto y es dicho que lo hemos encontrado muy diferente de otro modo por experiencia, y que la Escritura misma testifica que el yugo de la ley es insoportable. (Hechos 15:2). La razón también es evidente, porque como la negación del ser es, como si fuera, un preludio al guardar la ley, ¿podemos decir que es fácil para un hombre negarse? No, en cuanto que la ley es espiritual, como Pablo, en Romanos 7:14, nos enseña, y somos nada más que carne, tiene que ser una gran discordia entre nosotros y la ley de Dios. A esto contesto, que esta dificultad no surge de la naturaleza de la ley, sino de nuestra carne corrupta; y esto es lo que Pablo declara expresamente; porque después de haber dicho que fue imposible para la Ley acreditar la rectitud en nosotros, inmediatamente echa la culpa a la carne.

Esta explicación reconcilia completamente lo que es dicho por Pablo y por David, que parece aparente y enteramente contradictorio. Pablo hace a la ley el maestro de la muerte, declara que no realiza nada sino para causarnos la ira de Dios, que si, fue dado para aumentar pecado, que vive para matarnos. David, por otro lado, dice que es más dulce que miel, y más deseable que el oro; y entre otras recomendaciones menciona las siguientes -- que alegra los corazones, convierte hacia el Señor, y da vida. Pero Pablo compara la ley con la naturaleza corrupta del hombre; por eso surge el conflicto: pero David muestra cómo piensan y se sienten aquellos a quienes Dios por su Espíritu ha renovado; por eso el dulzor y delicia de lo cual la carne no sabe nada. Y Juan no ha omitido esta diferencia; porque limita a los hijos de Dios con estas palabras, “los mandamientos de Dios no son gravosos”, por temor a que alguien las tome literalmente; y él da a entender que viene por el poder del Espíritu, que no es gravoso ni fatigoso a nosotros obedecer a Dios.

Sin embargo, la cuestión todavía parece no estar completamente contestada; porque los fieles, aunque estén gobernados por el Espíritu de Dios, todavía continúan una lucha dura con su propia carne; y a pesar de todo que pueden trabajar, apenas ni realizan la mitad de su deber; no, casi fallan bajo su carga, como si se pararon, como se dice, entre el santuario y el precipicio. Vemos cómo Pablo gimió como un cautivo, y exclamó que fue despreciable, porque no podría servir completamente a Dios. Mi respuesta a esto es, que la ley se dice ser fácil, en cuanto que seamos dotados con el poder celestial, y vencemos las lujurias de la carne. Porque no importa que pueda resistir la carne, mas los fieles descubran que no hay placeres verdaderos aparte de seguir a Dios.

Debe ser observado aún más, que Juan no habla solamente de la ley, que contiene nada más que mandamientos, pero conecta con lo mismo la indulgencia paternal de Dios, por lo cual el rigor de la ley es mitigado. Entonces como sabemos que somos perdonados gratuitamente por el Señor, cuando nuestras obras no vienen hasta la ley, esto nos rinde mucho más pronto en obedecer, según lo que encontramos en el Salmo 130:4,

“Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado.”

Por eso, entonces, es la facilidad de guardar la ley, porque los fieles, sostenidos por el perdón, no se desaniman cuando hacen menos de lo que debían ser. El Apóstol, mientras tanto, nos recuerda que tenemos que luchar, para que podamos servir al Señor; porque el mundo entero nos dificulta para ir donde el Señor nos llame. Entonces, sólo guarda la ley el que resiste valientemente al mundo.

4. “Esta es la victoria.” Como él había dicho que todos los que nacen de Dios vencen al mundo, también expone la manera de vencerlo. Porque todavía puede preguntarse, ¿de dónde viene esta victoria? Entonces hace la victoria sobre el mundo el depender en la fe.

Este pasaje es notable porque aunque Satanás repite continuamente sus asaltos espantosos y horribles, mas el Espíritu de Dios, declara que estamos más allá del alcance del peligro, quita el temor, y nos anima para luchar con valor. Y el tiempo pasado es más enfático que el presente o el futuro; porque dice, “que ha vencido”, para que nos sintamos seguros, como si el enemigo ya había sido puesto al vuelo. Es, en efecto, verdad, que nuestra guerra continúa a través de toda la vida y, que nuestros conflictos son diarios, no, ciertamente que batallas nuevas y varias son cada momento en cada lado alrededor contra nosotros por el enemigo; pero como Dios no nos arma sólo por un día, y como la fe no es solamente para un día, sino es la obra perpetua del Espíritu Santo, entonces ya somos participantes de la victoria, como si ya lo hubiéramos conquistado.

Sin embargo, esta confianza no introduce indiferencia, sino nos pide estar siempre ansiosamente atentos en luchar. Porque el Señor así manda a su pueblo de estar seguros, mientras que él no los tenga para estar seguros; pero al contrario, declara que ellos ya han vencidos, para que puedan luchar más valientemente y más arduamente.

El término “mundo” tiene aquí un significado amplio, porque incluye cualquier cosa que está opuesta al Espíritu de Dios: por eso, la corrupción de nuestra naturaleza es una parte del mundo; todas las lujurias, todos los ardides de Satanás, en resumen, cualquier cosa que nos lleva lejos de Dios. Con tal fuerza para contender, tenemos una guerra inmensa para continuar, y ya debemos haber sido conquistados antes que venir al concurso, y debemos estar conquistados unas cien veces diario, si  Dios no nos hubiera prometido la victoria. Pero Dios nos anima a luchar en prometernos la victoria. Pero como esta promesa nos asegura perpetuamente el poder invencible de Dios, así, por otro lado, aniquila toda la fuerza de los hombres. Porque el Apóstol no nos enseña aquí que Dios solamente nos trae alguna ayuda a nosotros, para que sea ayudado por él, podemos estar suficientemente poderosos para resistir; sino que hace la victoria para depender solamente de la fe; y la fe recibe de otro lo que por medio del que vence. Ellos entonces quitan de Dios lo que es su propiedad, que canta triunfo a su propio poder.

5. “Quién es el que vence al mundo.” Esta es una razón para la oración anterior; eso es, conquistamos por fe, porque derivamos fuerza de Cristo; como Pablo también dice,

“Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Filipenses 4:13)

El sólo entonces puede conquistar a Satanás y al mundo, y no sucumbir a su propia carne, que, falta confianza en cuanto a él mismo, descanse en el poder de Cristo sólo. Para por “fe” significa una aprensión verdadera de Cristo, o de un asidero eficaz que coloca en él, por lo que aplicamos su poder a nosotros mismos.

1 JUAN 5:6-9
6. Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad.    
7. Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. 
8. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan.
9. Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo.

6. “Este es Jesucristo, que vino.” Que nuestra fe pueda descansar con seguridad en Cristo, dice que la sustancia verdadera de las sombras de la ley aparece en él. Porque no dudo que alude por las palabras “agua y sangre” a los antiguos ritos de la ley. La comparación, además, está dirigida a este propósito, no sólo que podemos saber que la Ley de Moisés fue abolida por el advenimiento de Cristo, pero que también podemos buscar en él el cumplimiento de esas cosas que las ceremonias representaron anteriormente. Y aunque fueron de varias clases, mas bajo estos dos el Apóstol denota la perfección entera de santidad y rectitud, porque por el agua fue todo lo sucio quitado, para que los hombres vengan ante Dios puros y limpios, y por sangre fue hecha la expiación, y una promesa dada de una reconciliación completa con Dios; pero la ley sólo presagió por símbolos externos lo que fue verdaderamente y completamente realizado por el Mesías.

Juan entonces muestra en una manera apropiada que Jesús es el Cristo que el Señor prometió anteriormente, porque él trajo con él lo que nos santifica enteramente.

Y de verdad, en cuanto a la sangre por la cual Cristo nos reconcilió a Dios, no cabe duda, pero cómo él vino por agua puede ser cuestionado. Pero que la referencia es al bautismo no es probable. Yo ciertamente pienso que Juan expone aquí el fruto y el efecto de lo que él hizo constar en la historia del Evangelio; porque lo que dice allí, que el agua y la sangre fluyeron del costado de Cristo, es considerado sin duda un milagro. Sé que tal cosa sucede naturalmente a los muertos; pero sucedió por el propósito de Dios, que el costado de Cristo llegó a ser la fuente de sangre y agua, para que los fieles puedan saber que la limpieza (de que los antiguos bautismos fueron tipos) es encontrada en él, y que sepan que todo lo que él roció de sangre anteriormente presignificó fue cumplido. Sobre este asunto insistimos más ampliamente en los capítulos 9 y 10 de la Epístola a los Hebreos.

“Y el Espíritu es el que da testimonio.” El muestra en esta cláusula cómo los fieles saben y sienten el poder de Cristo, precisamente porque el Espíritu los rinde con seguridad; y para que su fe no vacile,  agrega, que una firmeza completa y verdadera o estabilidad es producida por el testimonio al Espíritu. Y llama el Espíritu “verdad” porque su autoridad es indudable, y debía ser abundantemente suficiente para nosotros.

7. “Tres son los que dan testimonio en el cielo.” Todo este verso ha sido omitido por algunos. Jerónimo piensa que esto ha sucedido por designio antes que por error, y por eso verdaderamente sólo en la parte de los latinos. Pero como las copias griegas no concuerdan, yo no me atrevo a afirmar ninguna cosa en el asunto. Sin embargo, en cuanto que fluye mejor el pasaje cuando esta cláusula es agregada, y como veo que se encuentra en los mejores y la mayoría de las copias aprobadas, estoy inclinado a recibirlo como la lectura verdadera. Y el significado sería, que Dios, para confirmar más abundantemente nuestra fe en Cristo, testifica en tres maneras que debemos asentir en él. Porque como nuestra fe reconoce a tres personas en una misma esencia divina, por eso es como Cristo es presentado y reconocido en tantas maneras se puede descansar en él.

Cuándo él dice, “y estos tres concuerdan”, se refiere no a la esencia, sino al contrario a consentir; como si hubiera dicho que el Padre y su Palabra eternal y el Espíritu testifican armoniosamente a la misma verdad con respeto a Cristo. Por eso algunas copias tienen ειs εν, "para uno". Pero aunque se lee εν εισιν como en otras copias, mas no cabe duda sino que el Padre, la Palabra y el Espíritu están declarados de ser uno, en el mismo sentido en el que después la sangre y el agua y el Espíritu están declarados de concordar en uno.

Pero como el Espíritu, que es un testigo, es mencionado dos veces, parece ser una repetición innecesaria. A esto contesto, que en cuanto que testifica de Cristo en varias maneras, un testimonio doble es atribuido convenientemente a él. Porque el Padre, junto con su Sabiduría y Espíritu eternal, declara que Jesús es el Cristo como si fuera autoritariamente, entonces, en esta facilidad, la única majestad de la deidad es de ser considerada por nosotros. Pero como el Espíritu, habitando en nuestros corazones, es una prenda, una promesa, y un sello, para confirmar dicho decreto, porque así otra vez habla en la tierra por su gracia.

Pero puesto que no todos reciben esta lectura, por lo tanto expondré lo que sigue, como si el Apóstol se refiriera a los testigos sólo en la tierra.

8. “Y tres son.” El aplica lo que había sido dicho de agua y sangre a su propio propósito, para que los que rechacen a Cristo no tengan ninguna excusa; porque por testimonios abundantemente fuertes y claros, demuestra que es él quien había sido prometido anteriormente, por agua y sangre, siendo las promesas y los efectos de salvación, testifica realmente que había sido enviado por Dios. El agrega a un tercer testigo, el Espíritu Santo, que todavía tiene el primer lugar, porque sin él la hostia y la sangre hubiera fluido sin ningún beneficio; porque es él quien sella en nuestros corazones el testimonio del agua y la sangre; es él quien por su poder hace el fruto de la muerte de Cristo venir a nosotros; si, él hace la sangre vertida para nuestra redención penetrar en los corazones, o, para decir todo en una palabra, él hace a Cristo con todas sus bendiciones llegar a ser nuestro. Entonces Pablo, en Romanos 1:4, después de decir que Cristo por su resurrección se manifestó para ser el Hijo de Dios, agrega inmediatamente,  "Según el Espíritu de santidad". Porque cualquiera de los signos de gloria divina puede brillar en Cristo, todavía serían oscuros a nosotros y escapar a nuestra visión, si el Espíritu Santo no abriera  para nosotros los ojos de fe.

Los lectores ahora pueden comprender porque Juan hizo alusión al Espíritu como un testigo junto con el agua y la sangre, precisamente porque es el oficio peculiar del Espíritu, para limpiar nuestras conciencias por la sangre de Cristo, para causar que la purificación realizada por Él que sea eficaz. Sobre estas materias algunas observaciones están hechas al principio de la Segunda Epístola de Pedro, donde él utiliza casi el mismo modo de hablar, eso es, que el Espíritu Santo limpia los corazones por el rociamiento de la sangre de Cristo.

Pero de estas palabras podemos aprender, que la fe no echa mano en un Cristo vacío y despojado, sino, que su poder es al mismo tiempo vivificante Porque ¿a qué propósito fue Cristo enviado a la tierra, pues únicamente a reconciliarnos con Dios por el sacrificio de su muerte? ¿Y precisamente a usar el oficio de lavamiento que había sido asignado a Él por el Padre?

Sin embargo se puede objetar, que la distinción que está mencionado aquí es superflua, porque Cristo nos limpió por expiar nuestros pecados; entonces el Apóstol menciona la misma cosa dos veces. En efecto admito que la purificación está incluida en la expiación; por eso no hago ninguna distinción entre el agua y la sangre, como si fueron diferentes; pero si alguno de nosotros considera su propia debilidad, reconocerá fácilmente que no es en vano ni sin razón que la sangre es distinguida del agua. Además, el Apóstol, como ha sido indicado, aluda a los ritos de la ley; y Dios, por motivo de la debilidad humana, lo había designado anteriormente, no sólo sacrificios, sino también lavamientos. Y el Apóstol querría mostrar claramente que la realidad de los dos ha sido expuesta en Cristo, y por eso había dicho antes, " no mediante agua solamente," porque significa, que no sólo se encuentra una parte de nuestra salvación en Cristo, sino todo, para que nada sea buscado en otra parte.

9. “Si recibimos el testimonio,” o evidencia, “de los hombres.” El muestra, razonando de lo menos a lo más grande, cuán desagradecidos son los hombres cuando rechazan a Cristo, que ha sido probado y relacionado por Dios; porque si en asuntos materiales aceptemos las palabras de los hombres, que pueden mentir y engañar, cuán poco razonable es que a Dios se le dé menos crédito, cuando él está sentado en su propio trono, donde Él es el Juez Supremo. Entonces solamente nuestra propia corrupción nos previene para recibir a Cristo, en cuanto que nos da prueba abundante para creer en su poder. Además, no solamente lo demanda que es el testimonio de Dios y que el Espíritu lo imprime en nuestros corazones, sino también lo que derivamos del agua y la sangre. Porque ese poder de la purificación y expiación no fue terrenal, sino celestial. Por eso la sangre de Cristo no debe ser estimada según la manera común de los hombres; sino tenemos que mirar más bien al designio de Dios, que lo ordenó para borrar los pecados, y también a esa eficacia divina que fluye del mismo.

1 JUAN 5:9-12
9.  Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo.
10. El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo.
11. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.
12. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida.

9. “Porque este es el testimonio”, o evidencia, “con que Dios.” La partícula οτι no significa aquí la causa, sino que debe ser tomado como explicativo; porque el Apóstol, después que había recordado que Dios merece ser creído mucho más que los hombres, ahora añade, que no podemos tener fe en Dios, a menos de creer en Cristo, porque Dios solamente lo pone ante nosotros y nos hace permanecer en él. Por eso infiere que creemos sin peligro y con mentes tranquilas en Cristo, porque Dios por su autoridad merece nuestra fe. No dice que Dios habla por fuera, sino que cada uno de los piadosos se siente dentro de sí mismo porque Dios es el autor de su fe. Por eso vemos cuán diferente de la fe es una opinión que desvanece y que depende en algo más.

10. “El que no cree.” Como los fieles poseen este beneficio, que saben por sí mismos que están más allá del peligro de errar, porque tienen a Dios como su base; así también hacen los impíos para ser culpables de blasfemia extrema, porque acusan a Dios con mentira. Indudablemente nada es más valorado por Dios que su propia verdad, por lo tanto ninguna injusticia más atroz puede ser hecha a él, que robarle de este honor. Entonces para inducirnos a creer, él toma un argumento del lado del contrario; porque si hacer a Dios un mentiroso es una impiedad horrible y execrable, porque lo que pertenece especialmente a él es quitado, ¿quién no temería por no tener fe del evangelio, en lo que Dios se tendría para ser contado singularmente verdadero y fiel? Esto debía ser observado con cuidado.

Algunos se preguntan a sí mismos por qué Dios encomienda tanto la fe, y por qué es condenada la incredulidad tan severamente. Pero la gloria de Dios está implicada en esto; porque en cuanto que diseñó a mostrar un caso especial de su verdad en el evangelio, todo los que rechazan a Cristo ofrecidos a ellos, no dejan nada a él. Por lo tanto, aunque podemos conceder que un hombre en otras partes de su vida es como un ángel, mas su santidad es diabólica mientras rechaza a Cristo. Así vemos algunos bajo el Papado vastamente contentos de la mera máscara de la santidad, mientras todavía resisten obstinadamente el evangelio. Entonces comprendamos, que es el principio de la religión verdadera, en abrazar obedientemente esa doctrina, que ha confirmado totalmente por su testimonio.

11. “Que Dios nos ha dado vida eterna.” Ahora habiendo presentado el beneficio, nos invita a creer. Es, verdaderamente, una reverencia debida a Dios, a recibir inmediatamente, como más allá de la controversia, cualquier cosa que declara a nosotros. Pero en cuanto que libremente nos ofrece la vida a nosotros, nuestra ingratitud será intolerable, a menos que con una fe pronta recibamos una doctrina tan dulce y tan hermosa. E indudablemente, las palabras del Apóstol están proyectadas a mostrar, que debemos, no sólo obedecer reverentemente el evangelio, por temor que nosotros debamos afrentar a Dios; pero, que debíamos amarlo, porque nos trae a nosotros la vida eterna. Por eso también aprendemos lo que es de estar buscado especialmente en el evangelio, aún el obsequio de la salvación; porque así Dios nos exhorta al arrepentimiento y al temor, no deben estar separados de la gracia de Cristo.

Mas el Apóstol, para mantenernos unidos en Cristo, repite de nuevo que se encuentra la vida en él; como si él hubiera dicho, que ninguna otra manera de obtener la vida ha sido designada para nosotros por Dios el Padre. Y el Apóstol, verdaderamente, incluye brevemente aquí tres cosas: que todos nosotros estábamos abandonados a la muerte hasta que Dios en su favor gratuito nos restaure a la vida; porque declara simplemente que esa vida es un regalo de Dios: y por eso también sigue que somos indigentes de ello, y lo robamos, y no puede ser adquirido por méritos; en segundo lugar, nos enseña que esta vida es derramada en nosotros por el evangelio porque allá  la bondad y el amor paternal de Dios están revelados a nosotros; por último, dice que no podemos llegar a ser de otro modo participantes de esta vida más por que creer en Cristo.

12. “Él que no tiene al Hijo de Dios.” Esta es una confirmación de la última oración. Debe, verdaderamente, haber sido suficiente, que Dios hizo la vida de estar en ninguno salvo en Cristo, para que sea buscado en él; pero para que nadie siga a otro, él excluye todo de la esperanza de la vida a quien no la busquen en Cristo. Sabemos lo que es tener a Cristo, porque él es poseído por fe. El entonces muestra que todos los que están separados del cuerpo de Cristo está sin la vida.

Pero esto parece contradictorio con razón; porque la historia muestra que han sido hombres grandes, dotados con virtudes heroicas pero que todavía desconocieron enteramente a Cristo; y parece sin razón que hombres de eminencia tan grande no tuvieron éste honor. A esto contesto, que nos equivocamos mucho si pensamos que cualquiera que es eminente en la vista sea aprobado por Dios; porque, como está dicho en Lucas, “porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.” (San Lucas 16:15)

Porque como lo sucio del corazón está oculto para nosotros, estamos satisfechos con la apariencia externa; más Dios ve que bajo esto este oculto está la suciedad más asquerosa. Es, por lo tanto, no extraño si virtudes vistosas, o aparentes estén fluyendo de un corazón impuro, y de tender a ningún fin correcto, tiene un olor enfermizo a él. Además, ¿de dónde viene la pureza, de dónde viene una verdadera consideración para la religión, salvo del Espíritu de Cristo? Hay, entonces, nada digno de elogio salvo en Cristo.

Hay, además, otra razón que quita cada duda; porque la rectitud de los hombres está en la remisión de los pecados. Si se quita esto, la maldición segura de Dios y la muerte eterna esperan a todos. Solamente Cristo es él que reconcilia el Padre a nosotros, porque una sola vez lo pacificó por el sacrificio de la cruz. Por eso sigue, que Dios es propicio a ninguno salvo en Cristo, ni hay rectitud sino en él.

Si alguien se opone y decir, que Cornelio, como está mencionado por San Lucas, (Hechos 10:2,) fue aceptado de Dios antes de ser llamado a la fe del evangelio: a esto contesto brevemente, que Dios a veces trata así con nosotros, que la semilla de fe nace inmediatamente en el primer día. Cornelio no tenía un conocimiento claro y distinto de Cristo; pero como tuvo alguna percepción de la misericordia de Dios, tenía que comprender al mismo tiempo algo acerca de un Mediador. Pero como Dios actúa en maneras ocultas y maravillosas, desatendamos esas especulaciones que no edifican nada, y guardemos solamente esa manera sencilla de la salvación, que él nos reveló a nosotros.

1 JUAN 5:13-15
13. Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.
14. Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.
15. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.

13. “Estas cosas os he escrito a vosotros.” Como debía de haber progreso diario en la fe, así que dice que escribió a los que ya habían creído, para que crean más firmemente y con certeza más grande, y así disfruten de una confianza más completa en cuanto a vida eterna. Entonces el uso de doctrina es, no sólo iniciar a los ignorantes en el conocimiento de Cristo, pero también confirmarles más y más en lo que ya había sido enseñado. Por lo tanto es apropiado ocuparnos diligentemente en el deber de aprender, para que nuestra fe pueda aumentar por el curso entero de nuestra vida. Porque hay todavía en nosotros muchos remanentes de incredulidad, y así que débil es nuestra fe que lo que creemos es todavía no realmente creído a menos que haya una confirmación más completa.

Pero debíamos observar la manera en que la fe es confirmada, aún en explicar el oficio y el poder de Cristo hacia nosotros. Porque el Apóstol dice que escribió estas cosas, eso es, que la vida eterna ha de ser buscada en ninguna otra parte salvo en Cristo, para que los que ya fueran creyentes crean, eso es, hacer progreso en creer. Es por lo tanto el deber de un maestro piadoso, confirmar a sus discípulos en la fe, y ensalzar tanto como sea posible la gracia de Cristo, para que estando satisfechos con eso, no busquemos nada más.

Como los Papistas oscurecen esta verdad en varias maneras, y la atenúan, ellos muestran suficientemente por ésta única cosa que a ellos no les importa nada la doctrina correcta de fe; sí, en éste asunto, sus escuelas debían más ser recatadas que todas las Escilas y Caribdis en el mundo; porque apenas alguno puede entrar sin un naufragio seguro a su fe.

El Apóstol enseña adicionalmente en este pasaje, que Cristo es el objeto particular de fe, y a la fe que tenemos en su nombre está unida la esperanza de la salvación. Para en este caso el fin de creer es, que llegamos a ser los niños y los herederos de Dios.

14. “Y esta es la confianza.” El encomienda la fe que él mencionó por su fruto, o el muestra aquello en lo cual está especialmente puesta nuestra confianza, esto es, que los piadosos se atreven a llamar con confianza a Dios; como también Pablo dice en Efesios 3:12, “en quien tenemos seguridad y acceso con confianza”; y también en Romanos 8:15, que  por el Espíritu clamamos: ¡Abba, Padre!  E indudablemente, si fuéramos impedidos de un acceso a Dios, nada nos podría hacer más miserables; pero, por otro lado, en cuanto que este refugio está abierto a nosotros, debemos estar felices aún en males extremos; no, ésta única cosa hace nuestros problemas bendecidos, porque sabemos seguramente que Dios será nuestro libertador, y dependiendo de su amor paternal hacia nosotros, nosotros acudimos a él.

Entonces, tengamos en cuenta esta declaración del Apóstol, que clamar a Dios es la prueba principal de nuestra fe, y que Dios no es correctamente ni en la fe llamado a menos que estemos persuadidos completamente que nuestras oraciones no serán en vano. Porque el Apóstol niega que los que duden y vacilan, son dotados con fe.

Por eso parece que la doctrina de fe es sepultada y casi extinta bajo el Papado, porque toda certeza es quitada. Verdaderamente murmuran muchas oraciones, y charlan mucho acerca de rezar a Dios; pero rezan con corazones que dudan y fluctúan, y nos mandan que recemos; mas condenan aún esta confianza que el Apóstol requiere como necesaria.

“Conforme a su voluntad.” Por esta expresión significó la manera de recordarnos lo que es la manera correcta o la regla de orar, aún cuándo los hombres sujetan sus propios deseos a Dios. Porque aunque Dios ha prometido hacer cualquier cosa que su pueblo le pida, mas no lo permite una libertad desenfrenada para pedir cualquier cosa que puede venir a sus mentes; mas al mismo tiempo prescribió para ellos una ley según la cual ellos deben de orar. E indudablemente nada es mejor para nosotros que esta restricción; porque sí fuera permitido a cada uno de nosotros pedir lo que le complazca, y si Dios consiente en nuestros deseos, sería como proporcionar un mal para nosotros. Porque lo que puede ser conveniente para nosotros no sabemos; no, nosotros ardemos con deseos corruptos y dañosos. Pero Dios suministra un remedio doble, para que no oremos de otro modo aparte de lo que su propia voluntad habría prescrito; porque él nos enseña por su palabra lo que él nos tendría para pedir, y él también ha puesto sobre nosotros su Espíritu como nuestra guía y gobernador para refrenar nuestros sentimientos, para no dejarlos vagar más allá de sus límites correctos. “Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos”, dice Pablo, “pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. . .” (Romanos 8:26). Debemos también pedir la boca del Señor para dirigir y guiar nuestras oraciones; porque Dios en sus promesas ha fijado para nosotros, como ha sido dicho, la manera correcta de orar.

15. “Y si sabemos.” Esto no es una repetición superflua, como parece ser; porque lo que el Apóstol declaró en general con respecto al éxito de la oración, ahora afirma en una manera especial que los piadosos no oren o pidan nada de Dios sino de lo que obtienen. Pero cuando dice que todas las peticiones del los fieles son oídas, habla de las peticiones rectas y humildes, y las que son consistentes con la regla de obediencia. Porque los fieles no dan rienda suelta a sus deseos, ni consienten en nada que los puede complacer, sino siempre consideran en sus oraciones lo que Dios ordena.

Esto, entonces, es una aplicación de la doctrina general al beneficio especial y privado de cada uno, para que los fieles no duden de  que Dios es propicio a las oraciones de cada individuo, para que con mentes tranquilas puedan esperar hasta que el Señor realice lo que piden en oración, y así estando aliviados de todo problema y ansiedad, puedan depositar en Dios la carga de sus cuidados. Sin embargo esta facilidad y seguridad no deben disminuir en ellos su seriedad en la oración, porque él que está cierto de un acontecimiento feliz no debe de abstenerse de orar a Dios. Porque la certeza de fe no engendra de ninguna manera indiferencia o pereza. El Apóstol querría decir que cada uno debe estar tranquilo en estas necesidades cuando ha depositado sus anhelos en el seno de Dios.

1 JUAN 5:16-18
16.  Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida.
17. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado no de muerte.
18. Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.

16.  “Si alguno.” El Apóstol extiende aún más lejos los beneficios de esa fe que ha mencionado, para que nuestras oraciones también puedan servir para nuestros hermanos. Es una gran cosa, que tan pronto como estamos oprimidos, Dios en su bondad nos invita a ir a él mismo, y está listo para darnos ayuda; pero cuando nos oye pidiendo por otros, no es pequeña confirmación a nuestra fe para que podamos estar asegurados completamente que nunca nos encontraremos con una repulsión en nuestro propio caso.

Mientras tanto el Apóstol nos exhorta que seamos mutuamente solícitos para la salvación del uno al otro; y también quiere que  consideremos las caídas de los hermanos como estimulantes a la oración. Y seguramente es una dureza como de hierro al no ser tomadas en cuenta sin ninguna compasión, cuando vemos las almas redimidas por la sangre de Cristo yendo para la ruina. Pero él muestra que hay un remedio a la mano, por el cual a los hermanos pueden ayudar a los hermanos. Él que ora por el que perece, va, él dice, a restaurarle la vida; aunque las palabras, "le dará," pueden estar aplicados a Dios, como si hubiera dicho que Dios otorgará a sus oraciones la vida de un hermano. Pero el sentido todavía es el mismo, que las oraciones sean de tal utilidad para rescatar a los fieles como rescatar a un hermano de la muerte. Si comprendemos que habla del hombre, que él le dará la vida a un hermano, es una expresión hiperbólica; sin embargo no contiene nada contradictorio; porque lo que es dado a nosotros por la bondad gratuita de Dios, si, lo que es dado a otros para nuestra consideración, está dicho que lo damos a otros. Tan gran beneficio debe estimularnos no un poco para pedir para nuestros hermanos el perdón de pecados. Y cuando el Apóstol recomienda simpatía a nosotros, al mismo tiempo nos recuerda cuánto debemos evitar la crueldad de condenar a nuestros hermanos, o un rigor extremo a desesperar de su salvación.

“Pecado que no sea de muerte.” Que no descartemos toda esperanza de la salvación de los que pecan, él muestra que Dios no castiga gravemente sus caídas para repudiarlos. Por eso sigue que los  consideremos hermanos, porque Dios los retiene en el número de sus hijos. Porque  niega que los pecados son a la muerte, no solamente aquellos con los cuales los santos ofenden diariamente, sino aún cuando sucede que la ira de Dios sea provocada gravemente por ellos. Porque mientras hay campo para el perdón, la muerte no retiene enteramente su dominio.

Sin embargo, el Apóstol aquí no distingue entre el pecado venial y el pecado mortal, como después fue hecho comúnmente. Porque enteramente insensato es esa distinción que prevalece bajo el Papado. Los Sorbornos casi no reconocen que haya un pecado mortal, a menos que haya la bajeza más grosera, como si fuera, palpable. Así en los pecados veniales piensan que sea posible que haya la suciedad más grande, si esté oculto en el alma. En resumen, suponen que todos los frutos de pecado original, a menos que no parecen por afuera, ¡son quitados por el mero rociamiento del agua bendita! ¿Y qué maravilla es, en cuanto que no consideran como pecados blasfemos, las dudas con respeto a la gracia de Dios, ni cualquier deseo de lujuria ni mal, a menos que se consienta a los mismos? Si el alma del hombre es asaltado por incredulidad, si la impaciencia lo tienta a protestar furiosamente contra Dios, cualquier lujuria monstruosa lo pueden atraer, todos éstos están considerados por los Papistas de ser más livianos de los pecados, por lo menos después de bautismo. Entonces no es extraño, que hacen ofensas veniales de los crímenes más grandes; porque ellos los pesan en su propia balanza y no en la de Dios.

Pero entre los fieles esto debe ser una verdad indudable, que cualquier que está al contrario de la ley de Dios es pecado, y en su naturaleza mortal; porque donde hay una transgresión de la ley, hay pecado y muerte.

¿Qué, entonces, es el significado del Apóstol? El niega que los pecados son mortales, que, aunque dignos de la muerte, todavía no están castigado así por Dios. Por lo tanto no estima pecados por sí mismos, sino forma un juicio de ellos según la bondad paternal de Dios, que perdona la culpa, donde todavía hay el defecto. En resumen, Dios no da a la muerte a aquellos a quienes ha restaurado a la vida, aunque no depende en ellos que no son ajenos de la vida.

“Hay pecado de muerte.” Ya he dicho que el pecado del cual no hay esperanza de perdón, así es llamado. Pero puede ser preguntado, lo que es esto; porque tiene que ser muy atroz, cuando Dios así tan severamente lo castiga. Puede ser entendido del contexto, que no es, como se dicen, una caída parcial, o una transgresión de un solo mandamiento, sino de la apostasía, por la cual los hombres se enajenan enteramente a ellos mismos de Dios. Porque el Apóstol agrega después, que los hijos de Dios no pecan, eso es, que no abandonan a Dios, y se rinden a sí mismos enteramente a Satanás, para ser sus esclavos. Tal deserción, no es extraño que sea mortal; porque Dios nunca priva así a su propia gente de la gracia del Espíritu; pero siempre retiene alguna chispa de religión verdadera. Entonces tienen que ser malvados y abandonarse a la destrucción, los que así caen tan lejos para no tener temor de Dios.

Si alguien hiciera la pregunta, si la puerta de salvación es cerrada contra su arrepentimiento; la respuesta es obvia, que como ellos son abandonados a una mente reprobada, y son destituidos del Espíritu Santo, no pueden hacer nada más, que con mentes obstinadas, llegar a ser peor y peor, y agregar pecados a pecados. Además, como el pecado y la blasfemia contra el Espíritu siempre trae una deserción de esta clase, no cabe duda sino que lo que está indicado aquí.

Pero se puede preguntar otra vez, por cuál evidencia podemos saber que la caída de un hombre es fatal; porque a menos que el conocimiento de esto fue cierto, en vano Apóstol haya hecho esta excepción, que no debería orar para un pecado de esta clase. Es entonces correcto determinar a veces, si el caído está sin esperanza, o si hay todavía hay campo para un remedio. Esto, verdaderamente, es lo que permito, y lo que es indiscutiblemente evidente de este pasaje; pero como esto sucede muy pocas veces, y como Dios pone ante nosotros la riqueza infinita de su gracia, y nos manda que seamos misericordiosos según su propio ejemplo, no debemos concluir temerariamente que alguien ha traído sobre él mismo el juicio de la muerte eterna; al contrario, el amor nos debe disponer para esperar el bien. Pero si la impiedad de algunos nos parece no ser de otro modo sino algo inútil, como si el Señor lo indicara con el dedo, no debemos contender con el juicio justo de Dios, ni procurar ser más misericordiosos de lo que Él es.

17. “Toda injusticia.” Este pasaje puede ser explicado de forma diversa. Si se toma en forma de adversidad, el sentido no sería inapropiado, "Aunque todo injusticia es pecado, mas cada pecado no es a la muerte". E igualmente apropiado es el otro significado, "Como el pecado es cada injusticia, por eso sigue que cada pecado no es a la muerte". Algunos toman toda injusticia para la injusticia completa, como si el Apóstol hubiera dicho, que el pecado de que habló fue la cumbre de injusticia. Sin embargo estoy más dispuesto para abrazar la primera o la segunda explicación; y como el resultado es casi el mismo, yo se lo dejo al juicio de lectores para determinar cuál de las dos es la más apropiada.

18. “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios.” Si usted supone que los hijos de Dios son enteramente puros y libres de todo pecado, como los fanáticos contienden, entonces el Apóstol es contradictorio consigo; porque él así llevaría el deber de oración mutua entre hermanos. Entonces él dice que ésos no pecan que no caen enteramente de la gracia de Dios; y por eso infirió que la oración debía ser hecha por todos los hijos de Dios, porque no pecaron hasta la muerte. Una prueba es agregada, que cada uno, nacido de Dios, se mantiene, eso es, se mantiene en el temor de Dios; ni deja de ser llevado tan lejos, como perder todo sentido de religión, y para rendirse enteramente al diablo y la carne.

Porque  cuando dice, que “el maligno no le toca”, la referencia es hecha a una herida mortal; porque los hijos de Dios no se quedan sin ser tocados por los asaltos de Satanás, pero desvían sus golpes por el escudo de la fe, para que no penetren en el corazón. Por eso la vida espiritual nunca es extinguida en ellos. Esto es de no pecar. Aunque los fieles verdaderamente caen por la debilidad de la carne, mas gimen bajo la carga de pecado, aborrecen a sí mismos, y no dejan de temer a Dios.

“Le guarda.” Lo qué pertenece apropiadamente a Dios Él transfiere a nosotros; porque si alguno de nosotros fuera el guardia de su propia salvación, sería una protección miserable. Por lo tanto Cristo pide al Padre que nos guarde, indicando que no lo logramos por nuestra propia fuerza. Los partidarios de libre albedrío agarran esta expresión, para que puedan demostrar, que somos preservados del pecado, en parte por la gracia de Dios, y en parte por nuestro propio poder. Pero no perciben que los fieles no tienen de sí mismos el poder de conservación de que el Apóstol habla. Ni tampoco, verdaderamente, habla de su poder, como si pudieran mantenerse a sí mismos por su propia fuerza; mas él solamente muestra que debían resistir a Satanás, para que nunca puedan ser heridos fatalmente por sus dardos. Y sabemos que luchamos con ningún otra arma  salvo las de Dios. Por eso los fieles se sostienen a sí mismos libres del pecado, mientras que sean sostenidos por Dios. (Juan 17:11).

1 JUAN 5:19-21
19. Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.
20. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.
21. Hijitos, guardaos de los ídolos. Amén.

19. “Somos de Dios.” El deduce una exhortación de su doctrina anterior; por lo que él había declarado en común en cuanto a los hijos de Dios, él ahora aplica a ellos lo que había escrito y esto lo hizo, para estimularlos a tener cuidado con el pecado, y para animarlos repeler los embates de Satanás.

Los lectores observen, que es solamente la fe verdadera, que nos aplica, es decir, la gracia de Dios; porque el Apóstol no reconoce a ninguno como fiel, salvo los que tienen la dignidad de ser los hijos de Dios. Ni tampoco de verdad puso conjetura probable, como los Sofistas hablan, para la confianza; porque dice que “sabemos”. El significado es, que como hemos sido nacidos de Dios, debiéramos esforzarnos para demostrar por nuestra separación del mundo, y por la santidad de nuestra vida, que no hemos sido llamados en vano a tan gran honor.

Ahora, esta es una amonestación muy necesaria para todos los santos; porque dondequiera que miran sus ojos, Satanás tiene sus seducciones preparadas, por las cuales procura atraerles lejos de Dios. Entonces sería difícil para ellos sostenerse en su rumbo, si no valoran su llamamiento como indiferencia a todos los estorbos del mundo. Entonces, para estar bien preparados para el concurso, estas dos cosas tienen que ser tomados en cuenta, que el mundo es malvado, y que nuestro llamamiento es de Dios.

Bajo el término “mundo”, el Apóstol incluye sin duda la raza humana entera. Por decir que “está bajo el maligno”,  lo representa como estar bajo el dominio de Satanás. No hay entonces razón por qué nosotros debamos vacilar en rehusar al mundo, que condena a Dios y se rinde a sí mismo a la esclavitud de Satanás: ni hay una razón por qué debemos temer su enemistad, porque es ajeno a Dios. En resumen, en cuanto que la corrupción se extiende por toda la humanidad, los fieles deberían mostrar abnegación; y en cuanto que no se ve nada en el mundo sino la maldad y la corrupción, deben rechazar necesariamente carne y sangre para que puedan seguir a Dios. A la misma vez otra cosa debe ser agregada es que Dios es él quien los ha llamado y que bajo esta protección pueden oponerse a todas las maquinaciones del mundo y Satanás.

20. “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido.” Como los hijos de Dios son asaltados por todos lados, él, como hemos dicho, los anima y los exhorta a perseverar a resistir a sus enemigos, y por esta razón, porque luchan bajo la bandera de Dios, y ciertamente saben que son gobernados por su Espíritu; pero él ahora los recuerda donde este conocimiento se centra especialmente.

Entonces dice que Dios ha sido dado a conocer a nosotros en una manera, que ahora no hay razón para dudar. El Apóstol no sin razón medita en este punto; porque a menos que nuestra fe esté fundada realmente en Dios, nunca nos mantendremos firme en esta lucha. Para este fin el Apóstol muestra que hemos obtenido por Cristo una seguridad absoluta del Dios verdadero, para que no podamos fluctuar en la incertidumbre.

Por Dios “verdadero” no significa uno que dice la verdad, sino él quien es realmente Dios; y lo llama así para distinguirlo de todos los ídolos. Así “verdadero” está en oposición a lo que es ficticio; porque es ἀληθινός no ἀληθής. Un pasaje semejante está en Juan “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3)

Y él atribuye justamente a Cristo este oficio de iluminar nuestras mentes en cuanto al conocimiento de Dios. Porque, como él es la única imagen verdadera del Dios invisible, como él es el único intérprete del Padre, como él es la única guía de la vida, si, como él es la vida y la luz del mundo y la verdad, tan pronto que partimos de él, llegamos a ser necesariamente vanos en nuestras propias estratagemas.

Y está declarado sobre Cristo que él “nos ha dado entendimiento”, no sólo porque él nos muestra en el evangelio que clase de ser es el Dios verdadero, y también nos ilumina por su Espíritu; pero en cuanto que en Cristo mismo tenemos a Dios manifestado en persona, como Pablo dice, “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad,”  (Colosenses 2:9) y “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.” (Colosenses 2:3) Así es que la cara de Dios en una manera parece a nosotros en Cristo; no que no había conocimiento, ni un conocimiento dudoso de Dios, antes del advenimiento de Cristo, pero ahora se manifiesta más completamente y más claramente. Y esto es lo que Pablo dice en 2 Corintios 4:6, “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.”

Y hay que observar, que este regalo es algo particular a los elegidos. Cristo, verdaderamente, enciende para todos indiscriminadamente la antorcha de su evangelio; pero no todos tienen no los ojos de sus mentes abiertos para verlo, sino al contrario Satanás esparce el velo de la ceguera sobre muchos. Entonces el Apóstol significa la luz que Cristo enciende dentro en los corazones de su pueblo, y que cuando una vez encendida, nunca es extinguida, aunque en algunos puede por un tiempo estar sofocada.

“Estamos en el verdadero.” Por estas palabras él nos recuerda cuán eficaz es ese conocimiento que menciona, aún porque por lo mismo estamos unidos a Cristo; y llegamos a ser uno con Dios; porque tiene una raíz viva, fija en el corazón, por lo que de ahí viene que Dios vive en nosotros y nosotros en él. Como él dice, sin un copulativo, que: “estamos en él que es verdad, en su Hijo,” él parece expresar la manera de nuestra unión con Dios, como si él hubiera dicho, que estamos en Dios por Cristo.

“Este es el verdadero Dios.” Aunque los arrianos han procurado eludir este pasaje, y algunos concuerdan con ellos en este día, mas tenemos aquí un testimonio notable con respecto a la divinidad de Cristo. Los arrianos aplican este pasaje al Padre, como si el Apóstol repitiera otra vez que él es el Dios verdadero. Pero nada podría ser más frío que tal repetición. Ya ha testificado dos veces que el Dios verdadero es él quien ha sido hecho conocido a nosotros en Cristo, ¿por qué otra vez agregar, "Esto es el Dios verdadero"? Aplica, verdaderamente, más apropiadamente a Cristo; porque después habiendo enseñadonos que Cristo es el guía, la mano de quien somos llevados a Dios, él ahora, por manera de ampliar, afirma que Cristo es tal Dios, para que no pensemos que debemos buscar a alguien más; y confirma este punto de vista por lo que es agregado, “y la vida eterna.” Es indudablemente el mismo de que está hablado, como el Dios verdadero y la vida eterna. Paso esto, que el relativo  οὖτος se refiere generalmente a la última persona. Digo, entonces, que Cristo es llamado apropiadamente la vida eterna; y que este modo de hablar ocurre perpetuamente en Juan, nadie puede negar.

El significado es, que cuando tenemos a Cristo, disfrutamos del Dios verdadero y eterno, porque no se puede buscar en ninguna otra parte; y, en segundo lugar, que llegamos a ser así participantes de la vida eterna, porque está ofrecido a nosotros en Cristo aunque oculto en el Padre. El origen de vida es, verdaderamente, el Padre; pero la fuente de que debemos sacarlo es Cristo.

21. “Guardaos de los ídolos.” Aunque esto es una oración separada, mas es como si fuera un apéndice a la doctrina anterior. Porque  la luz vivificante del Evangelio debía dispersar y disipar, no sólo la oscuridad, mas también todas las nieblas, de las mentes de los santos. El Apóstol no sólo condena la idolatría, y además nos ordena tener cuidado con todas las imágenes e ídolos; porque él implica, que el culto de Dios no puede continuar incorrupto y puro cuando los hombres comiencen a estar enamorados de ídolos o imágenes. Porque tan innata en nosotros es la superstición, que en lo menor ocasión nos infecta con su contagio. La madera seca quemará más fácilmente cuando el carbón está puesto bajo ella, así también como idolatría penetra, se afianzara y absorberá las mentes de los hombres, cuando una ocasión es dada a ellos. ¿Y quién no ve que las imágenes son las chispas? ¿Qué chispas digo yo? No, más bien antorchas, que son suficientes para poner el mundo entero en el fuego.

El Apóstol al mismo tiempo no sólo habla de estatuas, pero también de altares, e incluye todos los instrumentos de supersticiones. Además, los Papistas son ridículos, que pervierten este pasaje y lo aplican a las estatuas de Júpiter y de Mercurio y cosas por el estilo, como si el Apóstol no enseñó generalmente, que hay una corrupción de religión siempre cuando una forma corpórea sea atribuida a Dios, o cuando las estatuas e imágenes formen una parte de su culto. Entonces recordemos que debemos continuar con cuidado en el culto espiritual de Dios, para desterrar lejos de nosotros todo lo que puede girarnos  a supersticiones brutales y carnales.



Traducción por Josué I. Balderas y Esteban Larsón Macías
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