CAPÍTULO XIV

LA ESCRITURA, POR LA CREACIÓN DEL MUNDO Y DE TODAV LAS
COSAS, DIFERENCIA CON CIERTAS NOTAS AL VERDADERO DIOS
DE LOS FALSOS DIOSES

1. Del Dios creador
    Aunque Isaías con toda razón echa en cara a los idólatras su negligencia porque no habían aprendido de los fundamentos de la Úr;4éé. y del grandioso circuito de los cielos a c6nocer al verdadero Dios (Is 40,21), sin embargo, como quiera que nuestro entendimiento es muy lento y torpe, ha sido necesario, para que los fieles no se dejasen llevar por la vanidad de los gentiles, pintarles más a lo vivo al verdadero Dios. Pues, dado que la manera más aceptable usada por los filósofos para explicar lo que es Dios, a saber: que es el alma del mundo, no es más que una sombra vana, es muy conveniente que nosotros le conozcamos mucho más íntimamente, a fin de que no andemos siempre vacilando entre dudas. Por eso ha querido Dios que se escribiese la historia de la creación, para que apoyándose en ella la Iglesia, no buscase más Dios que el que en ella Moisés describió como autor y creador del mundo.
    La primera cosa que en ella se señaló fue el tiempo, para que los fieles, por la sucesión continua de los años, llegasen al origen primero del género humano y de todas las cosas. Este conocimiento es muy necesario, no solamente para destruir las fábulas fantásticas que antiguamente en Egipto y en otros países se inventaron, sino también para que, conociendo el principio, del mundo conozcamos además más claramente la eternidad de Dios y ella nos trasporte de admiración por Él.
    Y no hemos de turbarnos por las burlas de los maliciosos, que se maravillan de que Dios no haya creado antes el cielo y la tierra, sino que haya dejado pasar ocioso un espacio tan grande de tiempo, en el cual pudieran haber existido una infinidad de generaciones; pues no han pasado más que seis mil años, y no completos, desde la creación del mundo, y ya está declinando hacia su fin y nos deja ver lo poco que durará. Porque no nos es lícito, ni siquiera conveniente, investigar la causa por la cual Dios lo ha diferido tanto, pues si el entendimiento humano se empeña en subir tan alto desfallecerá cien veces en el camino; ni tampoco nos servirá de provecho conocer lo que Dios, no sin razón sino a propósito, quiso que nos quedase oculto, para probar la modestia de nuestra fe. Por lo cual un buen anciano respondió muy atinadamente a uno de esos burlones, el cual le preguntaba con sorna de qué se ocupaba Dios antes de crear el mundo: en hacer los infiernos para los curiosos. Esta observación, no menos grave que severa, debe refrenar nuestro inmoderado apetito, que incita a muchos a especulaciones nocivas y perjudiciales.
    Finalmente, tengamos presente que aquel Dios invisible, cuya sabiduría, virtud y justicia son incomprensibles, pone ante nuestros ojos, como un espejo, la historia de Moisés, en la cual se refleja claramente Su imagen. Porque así como los ojos, sea agravados por la vejez, sea entorpecidos con otro obstáculo o enfermedad cualquiera, no son capaces de ver clara y distintamente las cosas sin ayuda de lentes, de la misma manera nuestra debilidad es tanta, que si la Escritura no nos pone en el recto camino del conocimiento de Dios, al momento nos extraviamos. Mas los que se toman la licencia de hablar sin pudor ni reparo alguno, por el hecho de que en este mundo no son amonestados, sentirán demasiado tarde, en su horrible castigo, cuánto mejor les hubiera sido adorar con toda reverencia los secretos designios de Dios, que andar profiriendo blasfemias para oscurecer el cielo.
    Con mucha razón se queja san Agustín de que se hace gran ofensa a Dios, cuando se busca la causa de las cosas contra su voluntad'. Y en otro lugar amonesta prudentemente que no es menor error suscitar cuestiones sobre la infinitud del tiempo, que preguntar por qué la magnitud de los lugares no es también infinitO. Ciertamente que por muy grande que sea el circuito de los cielos no son infinitos, sino que tienen una medida. Y si alguno se quejase de Dios porque el espacio vacío es cien veces mayor, ¿no parecería detestable a los fieles tan desvergonzado atrevimiento?
    En la misma locura y desvarío caen los que murmuran y hablan mal de Dios por haber estado ocioso y no haber creado el mundo, según el deseo de ellos, una infinidad de siglos antes. Y para satisfacer su curiosidad se salen fuera del mundo en sus elucubraciones. ¡Como si en el inmenso espacio del cielo y de la tierra no se nos ofreciesen infinidad de cosas, que en su inestimable resplandor cautivan todos nuestros sentidos! ¡Como si después de seis mil años no hubiera mostrado Dios suficientes testimonios, en cuya consideración nuestro entendimiento puede ejercitarse sin fin!
    Por lo tanto, permanezcamos dentro de los límites en que Dios nos quiso encerrar y mantener nuestro entendimiento, para que no se extraviase con la excesiva licencia de andar errando de continuo.

2. Los seis días de la creación
     A este mismo fin se dirige lo que cuenta Moisés, que Dios terminó su obra, no en un momento, sino después de seis días. Pues con esta circunstancia, dejando a un lado todas las falsas imaginaciones, somos atraídos al único Dios, que repartió su obra en seis días, a fin de que no nos resultase molesto ocuparnos en su meditación todo el curso de nuestra vida. Pues, aunque nuestros ojos a cualquier parte que miren tienen por fuerza que ver las obras de Dios, sin embargo nuestra atención es muy ligera y voluble, y nuestros pensamientos muy fugaces, cuando alguno bueno surge en nosotros.
    También sobre este punto se queja la razón humana, como si el construir el mundo un día después de otro no fuera conveniente a la potencia divina. ¡A tanto llega nuestra presunción, hasta que, sumisa a la obediencia de la fe, aprende a prestar atención a aquel reposo al que nos convida la santificación del séptimo día!
    Ahora bien; en el orden de la creación de las cosas hay que considerar diligentemente el amor paterno de Dios hacia el linaje humano por no haber creado a Adán mientras no hubo enriquecido el mundo con toda clase de riquezas. Pues si lo hubiese colocado en la tierra cuando ésta era aún estéril, y si le hubiese otorgado la vida antes de existir la luz, hubiera parecido que Dios no tenía en cuenta las necesidades de Adán. Mas, al disponer, ya antes de crearlo, los movimientos del sol y de las estrellas para el servicio del hombre; al llenar la tierra, las aguas y el aire, de animales; y al producir toda clase de frutos, que le sirviesen de alimento, tomándose el cuidado de un padre de familia buer,) y previsor, ha demostrado una bondad maravillosa para con nosotros.
    Si alguno se detiene a considerar atentamente consigo mismo lo que aquí de paso he expuesto, verá con toda evidencia que Moisés fue un testigo veraz y un mensajero auténtico al manifestar quién es el verdadero creador del mundo.
    No quiero volver a tratar lo que ya antes he expuesto, o sea, que allí no se habla solamente de la esencia de Dios, sino que además se nos enseña su eterna sabiduría y su Espíritu, para que no nos forjemos más Dios sino Aquel que quiere ser conocido a través de esta imagen tan clara y viva.

3. De la creación de los ángeles
    Pero antes de comenzar a tratar más por extenso de la naturaleza del hombre, es necesario intercalar algunas consideraciones sobre los ángeles. Pues, aunque Moisés, en la historia de la creación, por acomodarse al vulgo, no hace mención de otras obras que las que vemos con nuestros ojos, no obstante, al introducir después a los ángeles como ministros de Dios, fácilmente se puede concluir que también los ha creado, puesto que se ocupan en servirle y hacen lo que les manda. Y así, si bien Moisés en gracia a la rudeza del vulgo no nombró al principio a los ángeles, nada nos impide, sin embargo, que tratemos aquí claramente lo que la Escritura en muchos lugares cuenta de ellos. Porque si deseamos conocer a Dios por sus obras, de ninguna manera hemos de pasar por alto tan maravillosa y excelente muestra. Y además, esta doctrina es muy útil para refutar muchos errores.
    La excelencia de la dignidad angélica ciega de tal manera el entendimiento de muchos, que creen hacerles un agravio si los rebajan a cumplir lo que Dios les manda; y por ello llegaron a atribuirles cierta divinidad. Surgió también Maniqueo, con sus secuaces, que concibió dos principios: Dios y el Diablo. A Dios le atribuía el origen de las cosas buenas, y al Diablo le hacía autor de las malas.
    Si nuestro entendimiento se encuentra embrollado con tales fantasías, no podrá dar a Dios la gloria que merece por haber creado el mundo. Pues, no habiendo nada más propio de Dios que la eternidad y el existir por sí mismo, los que atribuyen esto al Diablo, ¿cómo es posible que no lo conviertan en Dios? Y además, ¿dónde queda la omnipotencia de Dios, si se le concede al Diablo tal autoridad que pueda hacer cuanto quiera por más que Dios se oponga?
    En cuanto al fundamento en que estos herejes se apoyan, a saber: que es impiedad atribuir a la bondad de Dios el haber creado alguna cosa mala, esto nada tiene que ver con nuestra fe, que no admite en absoluto que exista en todo cuanto ha sido creado criatura alguna que por su naturaleza sea mala. Porque ni la maldad y perversidad del hombre, ni la del Diablo, ni los pecados que de ella proceden, son de la naturaleza misma, sino de la corrupción de la naturaleza; ni hubo cosa alguna desde el principio en la cual Dios no haya mostrado su sabiduría y su justicia.
    A fin, pues, de desterrar del mundo tan perversas opiniones, es necesario que levantemos nuestro espíritu muy por encima de cuanto nuestros ojos pueden contemplar. Es probable que por esta causa, cuando en el Símbolo niceno se dice que Dios es creador de todas las cosas, expresamente se nombren las invisibles.
    No obstante, al hablar de los ángeles procuraré mantener la mesura que Dios nos ordena, y no especular más altamente de lo que conviene, para evitar que los lectores, dejando a un lado la sencillez de la fe, anden vagando de un lado para otro. Porque, siendo así que el Espíritu Santo siempre nos enseña lo que nos conviene, y las cosas que hacen poco al caso para nuestra edificación, o bien las omite del todo, o bien las toca brevemente y como de paso, es también deber nuestro ignorar voluntariamente las cosas que no nos procuran provecho alguno.

4. En esta cuestión debemos buscarla humildad, la modestia y la edificación
    Ciertamente que, siendo los ángeles ministros de Dios, ordenados para hacer lo que Él les mande, tampoco puede haber duda alguna de que son también "sus criaturas" (Sal. 103). Suscitar cuestiones sobre el tiempo o el orden en que fueron creados, ¿no sería más bien obstinación que diligencia? Refiere Moisés que “Fueron acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos." (Gn. 2, 1). ¿De qué sirve, entonces, atormentarnos por saber cuándo fueron creados los ángeles, y otras cosas secretas que hay en los cielos más allá de las estrellas y de los planetas? Para no ser, pues, más prolijos, recordemos también aquí - como en toda la doctrina cristiana -, que debemos tener como regla la modestia y la sobriedad para no hablar de cosas oscuras, ni sentir, ni incluso desear saber más que lo que la Palabra de Dios nos enseña; y luego, que al leer la Escritura busquemos y meditemos continuamente aquello que sirve para edificación, y no demos lugar a nuestra curiosidad, ni nos entreguemos al estudio de cosas inútiles. Y ya que el Señor nos quiso instruir, no en cosas vanas, sino en la verdadera piedad, que consiste en el temor de su nombre, en la perfecta confianza en Él, y en la santidad de vida, démonos por satisfechos con esta ciencia.
    Por lo tanto, si queremos que nuestro saber sea ordenado, debemos dejar estas vanas cuestiones acerca de la naturaleza de los ángeles, de sus órdenes y número, en las que se ocupan los espíritus ociosos, sin la Palabra de Dios. Bien sé que hay muchos a quienes les gustan más estas cosas que las que nosotros traemos entre manos; pero, si no nos pesa ser discípulos de Jesucristo, no nos dé pena seguir el método y orden que nos propuso. Y así, satisfechos con sus enseñanzas, no solamente debemos abstenernos de las vanas especulaciones, sino también aborrecerlas. Nadie negará que quien escribió el libro titulado Jerarquía celeste, atribuido a san Dionisio, ha disputado sutil y agudamente de muchas cosas. Pero si alguno lo considera más de cerca hallará que en su mayor parte no hay en él sino pura charlatanería. Ahora bien, el fin de un teólogo no puede ser deleitar el oído, sino confirmar las conciencias enseñando la verdad y lo que es cierto y provechoso. Si alguno leyere aquel libro pensará que un hombre caído del cielo cuenta no lo que le enseñaron, sino lo que vio con sus propios ojos. Pero san Pablo, que fue arrebatado hasta el tercer cielo, no solamente no contó nada semejante, sino que declaró que "oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar" (2 Cor. 12,4). Por tanto, dejando a un lado toda esta vana sabiduría, consideremos solamente, según la sencilla doctrina de la Escritura, lo que Dios ha querido que sepamos de sus ángeles.

5. Los ángeles son espíritus al servicio de Dios
    En muchos lugares de la Escritura leemos que los ángeles son espíritus celestiales, de cuyo ministerio y servicio usa Dios para llevar a cabo todo cuanto Él ha determinado; y de ahí se les ha puesto el nombre de ángeles, porque Dios los hace sus mensajeros para manifestarse a los hombres. E igualmente otros nombres con los que también son llamados proceden de la misma razón. Se les llama ejércitos (Lc. 2,13), porque como gente de su guardia están en torno de su Príncipe y Capitán, y realzan su majestad y la hacen ilustre; y, así como los soldados siempre están atentos a la señal de su jefe, así ellos están también preparados para ejecutar lo que les ordenare, o por mejor decir, tienen ya puesta la mano a la obra. Muchos profetas describen esta imagen del trono de Dios, para dar a entender su magnificencia, pero principalmente Daniel, cuando dice que Dios, estando sentado en su trono real, tenía en torno de sí millones que le servían y un sinnúmero de ángeles (Dan. 7, 10). Y, porque Dios ejecuta y manifiesta maravillosamente por ellos la virtud y fortaleza de su mano, de ahí que sean llamados virtudes. Y porque ejerce y administra por ellos su dominio, unas veces se les llama principados, otras potestades, y otras dominios (Ef. 1, 21). Finalmente, porque en cierta manera reside en ellos la gloria de Dios, se les llama también tronos (Col. 1,16); aunque respecto a este último nombre no me atrevería a afirmar nada, pues la interpretación contraria les viene tan bien o mejor. Pero, dejando este nombre de tronos, el Espíritu Santo usa muchas veces los otros expuestos, para ensalzar la dignidad del ministerio de los ángeles. Pues no es justo que las criaturas de las que el Señor se sirve como de instrumentos para manifestar de modo particular su presencia, no sean tenidas en gran estima. Y por esta razón, no una, sino muchas veces, son llamados dioses, porque de. alguna manera nos muestran en su ministerio, como en un espejo, una cierta divinidad. Y, aunque no me desagrada la interpretación de los doctores antiguos, los cuales, cuando la Escritura narra que el ángel de Dios se apareció a Abraham, a Jacob, a Moisés, y a otros, interpretan que aquel ángel fue Cristo (Gn. 18, 1 ; 32,1. 28; Jos. 5,14; Jue. 6,14; 13,22), sin embargo, muchas veces, cuando se hace mención de los ángeles en común, se les da este nombre de dioses. Y no nos debe maravillar; porque si esta misma honra se da a los príncipes y los magistrados, porque en sus oficios tienen el lugar de Dios, supremo Rey y Juez, mucha mayor existe para dársela a los ángeles, en los que resplandece mucho más la claridad de la gloria divina.

6. Los ángeles velan de continuo por nuestra salvación
La Escritura insiste sobremanera en enseñar aquello que principalmente importa para consuelo nuestro y confirmación de nuestra fe; a saber, que los ángeles son dispensadores y ministros de la liberalidad de Dios para con nosotros. Por ello cuenta que velan por nuestra salvación, que toman a su cargo nuestra defensa y el dirigirnos por el buen camino, que tienen cuidado de nosotros para que no nos acontezca mal alguno. Todas las citas que siguen son generales; principalmente sr refieren a Cristo, Cabeza de la Iglesia, y después de Él a todos los fieles: "Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra" (Sal. 91, 11-12). Y: "El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende." (Sal.34,7). Con estas sentencias muestra Dios que ha confiado a sus ángeles el cuidado de los que quiere defender. Conforme a esto el ángel del Señor consuela a Agar cuando huía, y le manda que se reconcilie con su señora (Gn. 16,9). Abraham promete a su siervo que el ángel será el gula de su camino (Gn. 24,7). Jacob, en la bendición de Efraim y Manasés, pide que el ángel del Señor, que le había librado de todo mal, haga que todas las cosas les sucedan bien (Gn.48,16). Igualmente, el ángel "iba delante del campamento de Israel" (Éx. 14,19). Y siempre que el Señor quiso librar a su pueblo de las manos de sus enemigos, se sirvió de s ' us ángeles para hacerlo (Jue. 2, 1 ; 6, 11 ; 13, 10). Y así, en fin, por no ser más prolijo, los ángeles sirvieron a Cristo, después de ser tentado en el desierto (Mt. 4, 11), le acompañaron en sus angustias durante su pasión (Lc. 22,43), anunciaron su resurrección a las mujeres, y a sus discípulos su gloriosa venida (Mt. 28,5.7; Lc. 24,4-5; Hch. 1, 10). Y por eso, a fin de cumplir con el oficio que se les ha encargado de ser nuestros defensores, combaten contra el Diablo y todos nuestros enemigos, y ejecutan la ira de Dios contra todos los que nos tienen odio, como cuando leemos que el ángel del Señor mató en una noche ciento ochenta y cinco mil hombres en el campamento de los asirlos para librar a Jetusalem del cerco con que la tenían cercada (2 Re. 19,35; Is. 37,36).

7. Los ángeles custodios
En cuanto a si a cada uno de los fieles se le ha dado un ángel propio que le defienda o no, no me atrevo a afirmarlo como cosa cierta. Sin duda cuando Daniel nos presenta al ángel de los persas y al ángel de los griegos (Dan. 10, 13.20; 12,5), quiere dar a entender que ciertos ángeles son designados como gobernadores de los reinos y provincias. También cuando Jesucristo dice que los ángeles de los niños ven siempre el rostro de Su Padre (Mt. 18, 10), da a entender que hay ciertos ángeles a los cuales se les confía el cuidado de los niños. Pero yo no sé si de aquí se debe deducir que a cada uno se le ha asignado el suyo particular. Desde luego debemos tener como absolutamente cierto que no sólo un ángel tiene cuidado de nosotros, sino que todos ellos velan de continuo por nuestro bien. Porque de todos los ángeles en conjunto se ha dicho que tienen más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que han perseverado en la justicia (Lc. 15,7). También se dice que muchos ángeles llevaron el alma de Lázaro al seno de Abraham (Luc. 16,23). Como tampoco en vano Eliseo muestra a su criado tantos carros de fuego que habían sido puestos expresamente para guardarlo (2 Re. 6,17).
    Hay un lugar que parece más apropiado que los otros para confirmar esta opinión; y es que, cuando san Pedro, después de haber sido milagrosamente librado de la cárcel, llamó a la puerta de la casa donde estaban congregados los hermanos, como ellos no podían creer que fuese él, decían que era su ángel (Hch. 12,15). Parece que les vino esto a la memoria por la opinión que entonces comúnmente se tenía de que cada uno de los fieles tenía su ángel particular. Aunque también se puede responder que nada impide que ellos entendieran ser alguno de los ángeles, al cual Dios en aquella ocasión hubiera encargado el cuidado de Pedro, y en ese caso no se podría deducir que fuese su guardián permanente aquel ángel, conforme a la opinión común de que cada uno de nosotros tiene siempre dos. ángeles consigo, uno bueno y el otro malo. Sea lo que quiera, no es preciso preocuparse excesivamente por lo que no tiene mayor importancia para nuestra salvación. Porque si a cada uno no le basta el que todo el ejército celestial esté velando por nosotros, no veo de qué le puede servir sostener que tiene un ángel custodio particular. Y los que restringen a un ángel sólo el cuidado que Dios tiene de cada uno de nosotros, hacen gran injuria a sí mismos y a todos los miembros de la Iglesia, como si fuera en vano el habernos prometido Dios el socorro de aquellas numerosas huestes, para que fortalecidos de todas partes, combatamos con mucho mayor esfuerzo.

8. Nombre, número y forma de los ángeles
Respecto a la muchedumbre y a los órdenes de los ángeles, los que se atreven a determinar algo, consideren bien en qué fundamento se apoyan. Confieso que Miguel es llamado en Daniel "el gran príncipe" (Dan. 12, l), y en san Judas se le llama arcángel (Jds. 9), y san Pablo atestigua que será un arcángel quien con una trompeta convocará a los hombres a juicio (1 Tes.4,16). Pero, ¿quién podrá de aquí determinar los grados honoríficos entre los ángeles, distinguir las notas de cada uno de ellos, y asignarles su lugar y mansión? Porque, aun los nombres de Miguel y Gabriel, que se encuentran en la Escritura - y si os parece añadid el tercero de la historia de Tobías, Rafael -, por el significado parece que fueron puestos a los ángeles estos nombres a causa de nuestra flaqueza. Sin embargo, prefiero no decidir sobre este asunto.
    En cuanto al número, por boca de, Jesucristo sabemos que hay muchas legiones (Mt. 26,53). Daniel enumera infinidad de millones (Dan. 7, 10); el criado de Elíseo vio carros llenos (2 Re. 6,17); y cuando se dice que acampan en torno de los que temen a Dios (Sal. 34,7) se alude a una gran multitud.
Es cosa certísima que los espíritus no tienen forma como las cosas corporales; sin embargo, la Escritura, conforme a la capacidad de nuestro entendimiento, no sin razón nos pinta a los ángeles con alas, con nombres de querubines y serafines, a fin de que no dudemos de que siempre están dispuestos a socorrernos con una prontitud grandísima cuantas veces fuere preciso, como vemos que los rayos surcan el cielo con una rapidez superior a toda imaginación.
    Todo cuanto, además de esto, se pudiera preguntar referente al número y jerarquías de los ángeles, pensemos que pertenece a aquella clase de misterios cuya perfecta revelación se difiere hasta el último día. Por tanto, guardémonos de la excesiva curiosidad en el investigar, y de la osadía en hablar de lo que no sabemos.

9. Personalidad de los ángeles
Lo que sí hay que tener como inconcuso - aunque algunos espíritus inquietos duden de ello - es que los ángeles son espíritus al servicio de Dios, de cuyo ministerio se sirve para defensa de los suyos, y por los cuales dispensa sus beneficios a los hombres y hace las demás obras (Heb. 1, 14). Los saduceos fueron de la opinión que con este vocablo de ángeles no se quería significar más que los movimientos que Dios inspira a los hombres o las señales que Él da de su virtud y potencia (Hch. 23,8). Pero hay tantos testimonios en la Escritura que contradicen este error, que resulta inconcebible que existiera tan grande ignorancia en el pueblo de Israel. Porque, aun dejando a un lado todos los textos que arriba he citado, donde se dice que hay legiones y millones de ángeles, que se alegran, que sostienen a los fieles en sus manos, que llevan sus almas al reposo, que ven el rostro del Padre, y otros semejantes, existen también otros muchos con los que evidentísimamente se prueba que los ángeles son verdaderos espíritus y que tienen tal naturaleza. Porque lo que dicen san Esteban y san Pablo, que la ley ha sido dada por mano de los ángeles (Hch. 7,53; Gál. 3,19); y lo que Cristo declara, que los elegidos serán después de la resurrección semejantes a los ángeles (Mt.22,30), que ni aun los ángeles conocen cuándo será el día del juicio (Mt. 24,36), y que Él entonces vendrá con los santos ángeles (Mt.25,31; Lc.9,26), por mucho que estas sentencias se retuerzan no se podrán entender de otra manera. Asimismo, cuando san Pablo conjura a Timoteo, delante de Jesucristo y de sus ángeles elegidos, a que guarde sus preceptos (1 Tim. 5,21), no se refiere a cualidades o inspiraciones sin esencia, sino a verdaderos espíritus. Ni pudiera ser verdad en caso contrario lo que está escrito en la epístola a los Hebreos ﷓ que Cristo ha sido exaltado por encima de los ángeles, que a ellos no les está sometida la redondez de la tierra, que Cristo no ha tomado la naturaleza angélica, sino la humana (Heb. 1,4; 2,16) ﷓, si no entendemos que ellos son espíritus bienaventurados, a los que corresponden estas comparaciones. Y el mismo autor de esa epístola lo declara luego, cuando coloca en el reino de Dios a las almas de los fieles y a los santos ángeles (Heb. 12,22). Y además, lo que ya hemos citado: que los ángeles de los niños ven siempre el rostro de Dios, que somos defendidos con su ayuda, que se alegran de nuestra salvación, que se maravillan de la infinita gracia de Dios en su Iglesia, y que están sometidos a la Cabeza, que es Cristo. Esto mismo se confirma por el hecho de haberse ellos aparecido tantas veces a los patriarcas en figura humana, que hayan hablado y hayan aceptado hospitalidad. Y Cristo mismo por el primado que tiene por Mediador es llamado ángel.
    Me ha parecido conveniente tratar brevemente este punto, para armar y prevenir a las almas sencillas contra las necias y fantásticas opiniones que, suscitadas por el Diablo desde el principio de la Iglesia, no han dejado de renovarse hasta nuestros días.

10. Contra la adoración de los ángeles
Queda por salir al encuentro de la superstición que con frecuencia se suele introducir cuando se dice que los ángeles son ministros y dispensadores de todos los bienes que se nos conceden. Porque al momento nuestra razón humana se inclina a pensar que se les debe dar todo el honor posible. Y así sucede que lo que pertenece únicamente a Dios, lo transferimos a los ángeles. Y vemos que la gloria de Cristo ha sido sobremanera oscurecida en el pasado, porque ensalzaban a los ángeles sin medida, atribuyéndoles honores y títulos que no se hallaban en la Escritura. Y apenas hay vicio más antiguo entre cuantos censuramos actualmente. Pues consta que san Pablo tuvo que luchar mucho con algunos que de tal manera ensalzaban a los ángeles, que casi los igualaban a Cristo. Y de aquí que el Apóstol con toda energía sostiene en la epístola a los Colosenses, que Cristo debe ser antepuesto a todos los ángeles; y aún más, que de El es de quien reciben todo el bien que tienen (Col. 1, 16.20), para que no nos volvamos, dejando a un lado a Cristo, a aquellos que ni siquiera para sí mismos tienen lo que necesitan, pues lo sacan de la misma fuente que nosotros. Ciertamente, que como la gloria de Dios resplandece tan claramente en ellos, nada hay más fácil que hacernos caer en el disparate de adorarlos y atribuirles lo que solamente a Dios pertenece. Es lo que san Juan confiesa en el Apocalipsis que le aconteció; pero también dice que el ángel le respondió: "Mira, no lo hagas, yo soy consiervo tuyo ... Adora a Dios" (Ap. 19, 10).

11. Por qué se sirve Dios del ministerio de los ángeles
Ciertamente evitaremos este peligro, si consideramos por qué suele Dios mostrar su potencia usando el ministerio de los ángeles, en vez de hacerlo por sí mismo, para cuidar de la salvación de los fieles y comunicarles los dones de su liberalidad. Ciertamente que no lo hace por necesidad, como si no pudiese prescindir de ellos, pues siempre que le agrada hace sus obras con solo quererlo así, sin darles a ellos parte alguna. ¡Tan lejos está de necesitar su ayuda para aligerar su trabajo! Hace, pues, esto, para alivio de nuestra flaqueza, a fin de que no nos falte nada de cuanto puede darnos alguna esperanza o asegurar nuestros corazones. Sin duda debería más que bastarnos la promesa del Señor de ser nuestro defensor. Pero cuando nos vemos cercados de tantos peligros, de tantos males, de tanta clase de enemigos, según es de grande nuestra debilidad y flaqueza, podría suceder que algunas veces nos paralizara el temor o que desmayáramos desesperados, si el Señor no procurase que sintamos su presencia, conforme a nuestra capacidad. Por esto no solamente promete que se preocupará de nosotros, sino que tiene una infinidad de ministros a quienes ha encargado que se cuiden de nuestra salvación, diciéndonos que mientras estemos debajo de la tutela y amparo de ellos, estaremos seguros y fuera de todo peligro. Yo confieso que es una perversidad por nuestra parte que, habiendo recibido la promesa de que Dios será nuestro protector, sigamos aún mirando a un lado y a otro para ver dónde podremos hallar ayuda. Mas ya que el Señor, según su inmensa clemencia y bondad, quiere poner remedio a este mal, no hay razón para menospreciar tan gran beneficio. Ejemplo de esto lo tenemos en el criado de Elíseo, quien viendo que el monte estaba cercado por él ejército de los sirios y que no había por dónde escapar, pensaba que tanto él como su señor estaban ya perdidos. Entonces Elíseo rogó a Dios que le abriese los ojos, y al momento vio que el monte estaba cubierto de caballos y de carros de fuego, y del ejército celeste, o sea, de infinidad de ángeles, que habían sido enviados para guardarle a él y al profeta (2 Re. 6,17). Entonces el servidor, animado con esta visión, se sintió lleno de valor y no hizo caso de los enemigos cuya sola vista al principio le había de tal manera aterrado.

12. Los ángeles no deben alejarnos de Dios
Así pues, todo cuanto se dice del servicio de los ángeles, hagámoslo servir al fin de que, vencida toda infidelidad, se fortalezca más nuestra confianza en Dios. Porque ésta es la causa por la que Dios envía a sus ángeles a que nos defiendan, para que no nos asombremos con la multitud de enemigos, como si ellos fuesen más fuertes; sino,' al contrario, que nos acojamos siempre a aquella sentencia de Elíseo: que hay más en nuestro favor que en contra nuestra. ¡Cuán enorme despropósito es, pues, que los ángeles nos aparten de Dios, cuando precisamente están colocados para que sintamos más de cerca su favor! Y si no nos llevan directamente a Él, a que fijemos nuestros ojos en Él, le invoquemos y alabemos como a nuestro único defensor, reconociendo que todo bien viene de Él; si no consideramos que son como sus manos, y que no hacen nada sin su voluntad y disposición; y si, finalmente, no nos conducen a Jesucristo y nos mantienen en Él, para que le tengamos como único Mediador, dependiendo enteramente de Él, y encontrando en Él nuestro reposo, entonces en verdad que nos apartan. Porque debemos tener impreso y bien fijo en la memoria lo que se cuenta en la visión de Jacob, que los ángeles descendían a la tierra, y que subían de los hombres al cielo por una escalera, en cuyo extremo estaba sentado el Señor de los ejércitos (Gn. 28,12). Con lo cual se indica que por la sola intercesión de Jesucristo se verifica el que los ángeles se comuniquen con nosotros y nos sirvan, como El mismo afirma: “De aquí en adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre" (Jn. 1, 51). Y así el criado de Abraham, habiendo sido encomendado a la guarda del ángel, no por esto le invoca para que le asista, sino que se dirige a Dios, pidiéndole que se muestre misericordioso con Abraham, su señor (Gn.24,7). Porque así como Dios no los hace ministros de su potencia y bondad para repartir su gloria con ellos, de la misma manera tampoco promete ayudarnos por su medio, para que no dividamos nuestra confianza entre ellos y Él. Por eso debemos rechazar la filosofía de Platón 1, que enseña a llegar a Dios por medio de los ángeles y a honrarlos para tenerlos más propicios a darnos acceso a Él. Esta falsa doctrina han pretendido algunos hombres supersticiosos introducirla en nuestra religión desde el principio, y aun en el día de hoy hay quien quiere introducirla.

13. Los diablos
Todo cuanto la Escritura nos enseña de los diablos viene a parar a esto: que tengamos cuidado para guardarnos de sus astucias y maquinaciones, y para que nos armemos con armas tales que basten para hacer huir a enemigos tan poderosísimos. Porque cuando Satanás es llamado dios y príncipe de este siglo y fuerte armado, espíritu que tiene poder en el aire y león que brama, todas estas descripciones no nos quieren dar a entender sino que seamos cautos y diligentes en velar, y nos aprestemos a combatir; lo cual a veces se dice con palabras bien claras. Porque san Pedro, después de afirmar que el Diablo anda dando vueltas como un león que brama, buscando a quien devorar, luego añade esta exhortación: que le resistamos fuertemente con la fe (I Pe. 5,9). Y san Pablo, después de advertirnos de que "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad" (Ef. 6,12), manda que nos armemos de tal manera que podamos defendernos en batalla tan grande y peligrosa.
    Así pues, hemos de concluir de todo esto que debemos estar sobre aviso, ya que continuamente tenemos al enemigo encima de nosotros, y un enemigo muy atrevido, robusto en fuerzas, astuto en engaños, que nunca se cansa de perseguir sus propósitos, muy pertrechado de cuantas cosas son necesarias para la guerra, muy experimentado en el arte militar; y no consintamos que la pereza y el descuido se enseñoreen de nosotros, sino, por el contrario, con buen ánimo estemos prestos para resistirle.

14. Número de los diablos
Y para animarnos más a hacerlo así, la Escritura nos dice que no es uno o dos o unos. pocos los diablos que nos hacen la guerra, sino una infinidad de ellos. De María Magdalena se refiere que fue librada de siete demonios que la poseían (Mc. 16,9); y Jesucristo afirma que ordinariamente sucede que habiendo echado una vez fuera al demonio, si le abrimos otra vez la puerta, toma consigo siete espíritus peores que él, y vuelve a la casa que estaba vacía (Mt. 12,45). Y también leemos que toda una legión poseyó a un hombre (Lc.8,30). Por esto se nos enseña que hemos de luchar contra una multitud innumerable de enemigos; para que no nos hagamos negligentes creyendo que son pocos, y que no nos descuidemos, creyendo que alguna vez se nos concede tiempo para descansar.
    En cuanto a que alguna vez se habla de Satanás o del Diablo en singular, con esto se nos da a entender el señorío de la iniquidad, contrario al reino de la justicia. Porque, así como la Iglesia y la compañía de los santos tiene a Jesucristo por cabeza, del mismo modo el bando de los malvados y la misma impiedad nos son pintados con su príncipe, que ejerce allí el sumo imperio y poderío. A lo cual se refiere aquella sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles" (Mt. 25,41).

15. El adversario
También debe incitarnos a combatir perpetuamente contra el Diablo, que siempre es llamado "adversario" de Dios y nuestro. Porque si nos preocupamos de la gloria de Dios, como es justo que hagamos, debemos emplear todas nuestras fuerzas en resistir a aquel que procura extinguirla. Si tenemos interés, como debemos, en mantener el Reino de Cristo, es necesario que mantengamos una guerra continua contra quien lo pretende arruinar. Asimismo, si nos preocupamos de nuestra salvación, no debemos tener paz ni hacer treguas con aquel que de continuo está acechando para destruirla. Tal es el Diablo de que se habla en el capítulo tercero del Génesis, cuando hace que el hombre se rebele contra la obediencia de Dios, para despojar a Dios de la gloria que se le debe y precipitar al hombre en la ruina. Así también es descrito por los evangelistas, cuando es llamado "enemigo", y el que siembra cizaña para echar a perder la semilla de la vida eterna (Mt. 13,28).
    En conclusión, experimentamos en todo cuanto hace, lo que dice de él Cristo: que desde el principio fue homicida y mentiroso (Jn.8,44). Porque él con sus mentiras hace la guerra a Dios; con sus tinieblas oscurece la luz; con sus errores enreda el entendimiento de los hombres; levanta odios; aviva luchas y revueltas; y todo esto, a fin de destruir el reino de Dios y de sepultar consigo a los hombres en condenación perpetua. Por donde se ve claramente que es por su naturaleza perverso, maligno y vicioso. Pues es preciso que se encierre una perversidad extrema en una naturaleza que se consagra por completo a destruir la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Es lo que dice también san Juan en su epístola: que desde el principio peca (1 Jn. 3,8). Pues por estas palabras entiende que el Diablo es autor, jefe e inventor de toda la  malicia e iniquidad.

16. La caída de Satanás
Sin embargo, advirtamos que, siendo el Diablo criatura de Dios, no tiene la malicia que hemos dicho de manera connatural, en virtud de su creación, sino por depravación. Porque todo el mal que tiene él se lo buscó al apartarse de Dios. Y la Escritura nos advierte de ello, para que no pensemos que Dios lo ha creado tal cual ahora es, y no atribuyamos a Dios lo que Dios nunca hizo ni hará. Por esta causa dice Cristo que cuando Satanás miente habla de lo que hay en él; y da como razón que no permanece en la verdad (Jn.8,44). Es evidente que cuando Cristo niega que el Diablo haya permanecido en la verdad, indica por lo mismo que algún tiempo estuvo en ella; y cuando lo hace padre de la mentira, le quita toda excusa, para que no impute a Dios aquello de que él es causa. Aunque todo esto ha sido tratado brevemente y con no mucha claridad, basta, sin embargo, para tapar la boca a los calumniadores de la majestad divina. Y ¿de qué nos serviría saber más sobre los diablos?
    Se irritan algunos porque la Escritura no cuenta más por extenso y ordenadamente la caída de los ángeles, la causa, la manera, el tiempo y la especie, y aun porque no lo cuenta en diversos lugares. Mas como todo esto no tiene que ver con nosotros, ha parecido lo mejor, o no decir nada, 0 tocarlo brevemente, pues no parecía bien al Espíritu Santo satisfacer nuestra curiosidad contando historias vanas y de las que no sacásemos ningún provecho. Y vemos que el intento del Señor ha sido no enseñarnos en su Santa Escritura más que lo que pudiera servirnos de edificación. Así que, para no detenernos en cosas superfluas, contentémonos con saber, sobre la naturaleza de los diablos, que fueron, al ser creados, ángeles de Dios; pero que al degenerar de su origen se echaron a perder a sí mismos y se convirtieron en instrumentos de la perdición de otros. Esto, como era útil saberlo, nos ha sido claramente dicho por san Pedro y san Judas (2 Pe. 2,4; Jds. 6). Y san Pablo, cuando hace mención de ángeles elegidos, sin duda los opone a los réprobos.

17. Satanás no puede hacer nada sin el permiso de Dios
    En cuanto al combate y disputa que, según hemos dicho, Satanás sostiene contra Dios, es preciso entenderlo como sigue; o sea, debemos estar seguros de que no puede hacer nada sin que Dios lo quiera y le dé permiso para hacerlo. Y así leemos en la historia de Job, que se presenta delante de Dios para oír lo que le mandaba, y que no se atreve a hacer cosa alguna sin haber obtenido primeramente la licencia (Job 1, 6; 2, l). De la misma manera, cuando el rey Acab había de ser engañado, promete que él será espíritu de mentira en la boca de todos los profetas y, habiendo sido enviado por Dios, así lo hace (I Re. 22,20-23). Por esta causa es llamado espíritu malo del Señor el que atormentaba a Saúl, porque con él, como con un azote, eran castigados los pecados de aquel impío rey (1 Sm. 16,14; 18, 10). Y en otro lugar se dice que Dios castigó a los, egipcios con las plagas por medio de sus ángeles malos (Sal. 78,49). Siguiendo san Pablo estos ejemplos particulares enuncia la afirmación general de que la obcecación de los incrédulos es obra de Dios, después de haberla atribuido a Satanás (2 Tes. 2,9. 11). Por tanto, es evidente que Satanás está sujeto a la potencia de Dios, y es de tal manera gobernado por su voluntad, que se ve obligado a obedecerle y a cumplir lo que le manda.
    Cuando decimos que Satanás resiste a Dios y que sus obras son contrarias a las de Él, entendemos que tal resistencia y oposición no tienen lugar sin el permiso de Dios. No me refiero aquí a la mala voluntad de Satanás y de sus intentos, sino solamente a sus efectos. Porque, siendo el Diablo perverso por naturaleza, está de más decir que no se siente inclinado a obedecer la voluntad de Dios, y que todos sus propósitos e intentos consisten en ser rebelde y contumaz contra Él. Mas, como Dios lo tiene atado y encadenado con el freno de su potencia, solamente ejecuta aquello que Dios le permite hacer; y por eso, mal de su grado, quiera o no, obedece a su Creador, pues se ve impulsado a emplearse en lo que a Dios le agrada.

18. Lucha de losfieles contra Satanás
Ahora bien; como quiera que Dios conduce a los espíritus malignos como bien le parece, de tal manera modera este gobierno, que batallando ejercitan a los fieles, los acometen con asechanzas, les atormentan con sus asaltos, los acosan peleando, y muchas veces los fatigan y espantan, e incluso a veces los hieren, pero nunca jamás los vencen ni oprimen del todo; por el contrario, tienen sometida el alma de los impíos y ejercitan su tiranía en sus alma y en sus cuerpo: sírvense de ellos como de esclavos para hacer cuantas abominaciones les parece.
    En cuanto a los fieles, como tienen que enfrentarse con tales enemigos, se les dirigen estas exhortaciones: "Ni deis lugar al diablo" (Ef.4,27). Y: “Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar, al cual resistid firmes en la fe" (I Pe. 5,8-9). Y otras semejantes.
    El mismo san Pablo confiesa que no se vio libre de tal género de lucha, cuando escribe que, para dominar la soberbia, se le había dado un ángel de Satanás para que le humillara (2 Cor. 12,7). Así que este ejercicio lo experimentan todos los hijos de Dios. Mas como la promesa de quebrantar la cabeza de Satanás pertenece en común a Cristo y a todos sus miembros (Gn. 3,15), por eso afirmo que los fieles nunca jamás podrán ser vencidos ni oprimidos por él. Es verdad que muchas veces desmayan, pero no se desaniman de tal manera que no vuelvan en sí; caen por la fuerza de los golpes, pero no con heridas mortales. Finalmente, luchan de tal manera durante su vida, que al final logran la victoria. Y esto no lo limito a cada acto en particular, pues sabemos que, por justo castigo de Dios, David fue entregado durante algún tiempo a Satanás, para que por su incitación hiciese el censo del pueblo (2 Sm. 24, 1). Y no en vano san Pablo deja la esperanza del perdón a los que se han quedado enredados en las redes de Satanás (2 Tim. 2,26). Y en otro lugar prueba que la promesa de que hemos hablado, se comienza a cumplir en nosotros ya en esta vida, en la que tenemos que pelear, pero que se cumplirá del todo, cuando cese la batalla, al decir él: "El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies" (Rom. 16,20).
    En cuanto a nuestra Cabeza, es evidente que siempre gozó por completo de esta victoria, porque el príncipe de este mundo nunca puede nada contra Él (Jn. 14,30); pero en nosotros, sus miembros, aún no se ve más que en parte; y no será perfecta sino cuando, despojados de esta carne que nos tiene sujetos a miserias, seamos llenos del Espíritu Santo.
    De este modo, cuando el reino de Cristo es levantado, Satanás con todo su poder cae, como el mismo Señor dice: "Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc. 10, 18), confirmando con estas palabras lo que los apóstoles le habían contado de la potencia de su predicación. Y también: "Cuando el hombre fuerte armado guarda su palacio, en paz está lo que posee. Pero cuando viene otro más fuerte que él, y le vence, le quita todas sus armas (Le. 11,21-22). Y por este fin Cristo, al morir, venció a Satanás, que tenía el señorío de la muerte, y triunfó de todas sus huestes, para que no hagan daño a la Iglesia; pues de otra manera la destruiría a cada momento. Porque según es de grande nuestra flaqueza, y, de otra parte, con el furor de la fuerza de Satanás, ¿cómo podríamos resistir lo más mínimo contra tan continuos asaltos, si no confiásemos en la victoria de nuestro Capitán? Por lo tanto, Dios no permite a Satanás que reine sobre las almas de los fieles, sino que le entrega únicarnente a los impíos e incrédulos, a los cuales no se digna tenerlos como ovejas de su aprisco. Porque está escrito que Satanás tiene sin disputa alguna la posesión de este mundo, hasta que Cristo lo eche de su sitio. Y también, que ciega a todos los que no creen en el Evangelio (2 Cor. 4,4); y que hace su obra entre los hijos rebeldes; y con toda razón, porque los impíos son “hijos de ira” (Ef.2,2). Por ello está muy puesto en razón que los entregue en manos de aquel que es ministro de Su venganza. Finalmente, se dice de todos los réprobos que son "hijos del Diablo" (Jn.8,44; 1 Jn. 3,8), porque así como los hijos de Dios se conocen en que llevan la imagen de Dios, del mismo modo los otros, por llevar la imagen de Satanás, son a justo titulo considerados como hijos de éste.

19. Personalidad de los demonios
Arriba hemos refutado aquella vana filosofía de algunos que decían que los ángeles no son más que ciertas inspiraciones o buenos movimientos que Dios inspira a los hombres. Igualmente hay ahora que combatir el error de los que se imaginan que los diablos no son más que ciertos malos afectos y perturbaciones que nuestra carne suscita. Esto será muy fácil de hacer, porque hay innumerables testimonios de la Escritura harto claros y evidentes.
    En primer lugar, cuando son llamados "espíritus inmundos" y "ángeles apóstatas" que han degenerado del primer estado en que fueron creados Luc.11,24;2 Pe.2,4;Jds. 6), los mismos nombres declaran suficientemente que no son movimientos ni afectos del corazón, sino precisamente lo que son llamados: espíritus dotados de inteligencia. Asimismo cuando Jesucristo y san Juan comparan a los hijos de Dios con los hijos del Diablo, ¿no sería una comparación sin sentido, si el nombre de Diablo no significase más que las malas inspiraciones? Y san Juan habla aún más claramente, cuando dice que el Diablo peca desde el principio (1 Jn. 3,8). Y, cuando san Judas presenta al arcángel san Miguel peleando con el Diablo por el cuerpo de Moisés, ciertamente opone el ángel malo y apóstata al bueno (Jds. 9). Con lo cual está de acuerdo lo que se lee en la historia de Job, que "apareció Satanás delante de Dios juntamente con los ángeles santos" (Job 1, 6; 2, 1).
    Sin embargo, los testimonios más claros son aquéllos en que se hace mención del castigo que comienzan ya a sentir, y que sentirán mucho más después de la resurrección. "¿Qué tienes con nosotros Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?” (Mt. 8,29). Y: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles" (Mt. 25,41). Igualmente: "Si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno, los entregará a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio..."(2 Pe. 2,4). ¿No sería hablar sin sentido decir que los diablos sufrirán el juicio de Dios, que les está preparado el fuego eterno, que son ya atormentados por la gloria de Cristo, si no existiesen?
    Mas como no es necesario tratar más por extenso esta materia, para los que dan crédito a la Palabra de Dios, y, por otra parte, a estos espíritus amigos de fantasías no les gustan sino las novedades, y los testimonios de la Escritura casi no les sirven de nada, me parece que ya he logrado lo que pretendía; a saber, armar las conciencias de los fieles contra tamaños desvaríos, con los cuales los espíritus inquietos se turban a si mismos y a los ignorantes. Y fue también necesario tocar este punto, para advertir a las personas sencillas, que tienen enemigos contra los cuales necesitan luchar, no sea que por negligencia fuesen sorprendidos.

20. Lo que nos enseña la creación del mundo
Entretanto, no desdeñemos deleitarnos con las obras de Dios, que se ofrecen a nuestros ojos en tan excelente teatro como es el mundo. Porque, como hemos dicho al principio de este libro, es la primera enseñanza de nuestra fe, según el orden de la naturaleza - aunque no sea la principal -, comprender que cuantas cosas vemos en el mundo son obras de Dios, y contemplar con reverencia el fin para el que Dios las ha creado. Por eso, para aprender lo que necesitamos saber de Dios, conviene que conozcamos ante todo la historia de la creación del mundo, como brevemente la cuenta Moisés y después la expusieron más por extenso otros santos varones, especialmente san Basilio y san Ambrosio. De ella aprenderemos que Dios, con la potencia de su Palabra y de su Espíritu, creó el cielo y la tierra de la nada; que de ellos produjo toda suerte de cosas animadas e inanimadas; que distinguió con un orden admirable esta infinita variedad de cosas; que dio a cada especie su naturaleza, le señaló su oficio y le indicó el lugar de su morada; y que, estando todas las criaturas sujetas a la muerte, proveyó, sin embargo, para que cada una de las especies conserve su ser hasta el día del juicio. Por tanto, Él conserva a unas por medios a nosotros ocultos, y les infunde a cada momento nuevas fuerzas, y a otras da virtud para que se multipliquen por generación y no perezcan totalmente con la muerte. Igualmente adornó el cielo y la tierra con una abundancia perfectísima, y con diversidad y hermosura de todo, como si fuera un grande y magnífico palacio admirablemente amueblado. Y, finalmente, al crear al hombre, dotándolo de tan maravillosa hermosura y de tales gracias, ha realizado una obra maestra, muy superior en perfección al resto de la creación del mundo. Mas, como no es mi intento hacer la historia de la creación del mundo, baste haber vuelto a tocar de paso estas cosas; pues es preferible, como he advertido antes, que el que deseare instruirse más ampliamente en esto, lea a Moisés y a los demás que han escrito fiel y diligentemente la historia del mundo.

21. La meditación de la creación debe conducirnos a la adoración
No es necesario emplear muchas palabras para exponer el fin y el blanco que debe perseguir la consideración de las obras de Dios. En otro lugar se ha expuesto ya esto en su mayor parte, y se puede ahora resumir en pocas palabras cuanto es necesario saber para lo que al presente tratamos.
    Ciertamente, si quisiéramos exponer, según se debe, cuán inestimable sabiduría, potencia, justicia y bondad divinas resplandecen en la formación y ornato del mundo, no habría lengua humana, ni elocuencia capaz de expresar tal excelencia. Y no hay duda de que el Señor quiere que nos ocupemos continuamente en meditar estas cosas; que, cuando contemplemos en todas sus criaturas la infinita riqueza de su sabiduría, su justicia, bondad y potencia, como en un espejo, no solamente no las miremos de pasada y a la ligera para olvidarlas al momento, sino que nos detengamos de veras en esta consideración, pensemos en ella a propósito, y una y otra vez le demos vueltas en nuestra mente. Mas, como este libro está hecho para enseñar brevemente, es preciso no entrar en asuntos que requieren largas explicaciones. Así que, para ser breve, sepan los lectores que sabrán de verdad lo que significa que Dios es creador del cielo y de la tierra cuando, en primer lugar, sigan esta regla universal de no pasar a la ligera, por olvido o por negligencia ingrata, sobre las manifiestas virtudes que Dios muestra en las criaturas; y, en segundo lugar, que apliquen a sí mismos la consideración de las obras de Dios de tal manera, que su corazón quede vivamente afectado y conmovido. Expondré el primer punto con ejemplos.
    Reconocemos las virtudes de Dios en sus criaturas, cuando consideramos cuán grande y cuán excelente ha sido el artífice que ha dispuesto y ordenado tanta multitud de estrellas como hay en el cielo, con un orden y concierto tan maravillosos que nada se puede imaginar más hermoso y precioso; que ha asignado a algunas - como las estrellas del firmamento - el lugar en que permanezcan fijas, de suerte que en modo alguno se pueden mover de él; a otras - como los planetas - les ha ordenado que vayan de un lado a otro, siempre que en su errar no pasen los límites que se les ha asignado; y de tal manera dirige el movimiento y curso de cada una de ellas, que miden el tiempo, dividiéndolo en días, noches, meses, y años y sus estaciones. E incluso la desigualdad de los días la ha dispuesto con tal orden que no hay desconcierto alguno en ella. De la misma manera, cuando consideramos su potencia al sostener tan enorme peso, al gobernar la revolución tan rápida de la máquina del orbe celeste, que se verifica en veinticuatro horas, y en otras cosas semejantes. Estos pocos ejemplos declaran suficientemente en qué consiste el conocer las virtudes de Dios en la creación del mundo. Pues si quisiéramos tratar este asunto como se merece, nunca acabaríamos, según ya he dicho; pues son tantos los milagros de su potencia, tantas las muestras de su bondad, tantas las enseñanzas de su sabiduría, cuantas clases de criaturas hay en el mundo; y aún digo más, cuantas son en número las cosas, ya grandes, ya pequeñas.

22. Dios ha creado todas las cosas por causa del hombre
Queda la segunda parte, que con mayor propiedad pertenece a la fe, y consiste en comprender que Dios ha ordenado todas las cosas para nuestro provecho y salvación; y también para que contemplemos su potencia y su gracia en nosotros mismos y en los beneficios que nos ha hecho, y de este modo movernos a confiar en Él, a invocarle, alabarle y amarle. Y que ha creado todas las cosas por causa del hombre, el mismo Señor lo ha demostrado por el orden con que las ha creado, según queda ya notado. Pues no sin causa dividió la creación de las cosas en seis días (Gn. 1, 3 l), bien que no le hubiera sido más difícil hacerlo todo en un momento, que proceder como lo hizo. Mas quiso con ello mostrar su providencia y el cuidado de padre que tiene con nosotros, de modo que, antes de crear al hombre, le preparó cuanto había de serle útil y provechoso. ¡Cuánta, pues, sería nuestra ingratitud, si nos atreviéramos a dudar de que este tan excelente Padre tiene cuidado de nosotros, cuando vemos que antes de que naciésemos estaba solícito y cuidadoso de proveernos de lo que era necesario! ¡Qué impiedad mostrar desconfianza, temiendo que nos faltase su benignidad en la necesidad, cuando vemos que fa ha derramado con tanta abundancia aun antes de que viniéramos al mundo! Además, por boca de Moisés sabemos que todas las criaturas del mundo están sometidas a nosotros por su liberalidad (Gn. 1,28; 9,2). Ciertamente, no ha obrado así para burlarse de nosotros con un vano título de donación que de nada valiese. Por tanto, no hay que temer que nos pueda faltar algo de cuanto conviene para nuestra salvación.
    Finalmente, para concluir en pocas palabras, siempre que nombramos a Dios creador del cielo y de la tierra, nos debe también venir a la memoria que cuantas cosas creó las tiene en su mano, y las dispone como le place, y que nosotros somos sus hijos, a los cuales Él ha tomado a su cargo para mantenerlos y gobernarlos; para que esperemos de Él solo todo bien, y confiemos plenamente en que nunca permitirá que nos falten las cosas necesarias a nuestra salvación, y así nuestra esperanza no dependa de otro; y que cuanto deseáremos, lo pidamos a Él; y que reconozcamos que cualquier bien que tuviéremos, El nos lo ha concedido y así lo confesemos agradecidos; y que, atraídos con la suma suavidad de su bondad y liberalidad, procuremos amarlo y servirle con todo nuestro corazón.

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INSTITUCIÓN

DE LA

RELIGIÓN CRISTIANA

POR JUAN CALVINO

LIBRO PRIMERO
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