La Santificación
Por A. A. Hodge (Revisado por B. B. Warfield)
La santificación (del Latín sanctificatio [deriv. de sanctificare, santificar; sanctus, santo; facere, hacer], traducción del Griego agiazein, consagrar, hacer santo, deriv. De àgios, santo) es la obra de la gracia de Dios por la cual aquellos que creen en Cristo son liberados del pecado y fortalecidos, edificados, en santidad. En la teología Protestante se distingue de la justificación y de la regeneración, las cuales yacen ambas en su raíz, y que no es
separable, de hecho, de ninguna de las dos; en tanto que el término justificación quede confinado al acto o sentencia judicial por parte de Dios, por el cual el pecador recibe el favor de Dios, en consideración de lo que Cristo ha hecho a su favor, y del que la santificación es la ejecución eficiente; y el término regeneración se limite al acto eficiente inicial por el cual se imparte la nueva vida, de la cual la santificación es el desarrollo progresivo. Tanto la regeneración como la justificación son actos momentáneos, y actos de Dios en los que el pecador permanece pasivo; la santificación, por otro lado, es una obra
progresiva de Dios, en la que el pecador coopera.
La naturaleza de la santificación, lo mismo que su método y la relación de los factores divinos y humanos en su prosecución, ha sido concebido de maneras diferentes por los varios tipos de teología.
1. La visión Pelagiana y la Racionalista excluyen totalmente la acción del
Espíritu Santo; y hace que la santificación sea nada más que la continua
acción correcta, en los poderes innatos del agente moral libre, por el cual
gradualmente conquista las tendencias de maldad y edifica un carácter santo.
2. La visión Medieval y Romana rehúsa hacer una distinción entre justificación
y santificación; y hace de ambas, de la justificación y la santificación, el
proceso de limpiado del pecado, y la infusión de hábitos de gracia por parte del
Espíritu Santo a causa de Cristo por medio del instrumento del bautismo, por el
cual se condicionan los cambios subjetivos de la remoción de la culpa y la
recepción del favor divino.1 Por tanto, se sostiene que es progresivo, y que se
fomenta por medio de las buenas obras, las cuales poseen mérito real, y
merecen y aseguran el incremento de la gracia;2 lo mismo que por penitencias,
oraciones, ayunos, etc., que satisfacen la justicia de Dios y purifican el alma.3 Si
el creyente muere antes que se complete el proceso de liberación del pecado,
lo debe completar en el purgatorio, cuyos dolores son expiatorios y
purificadores; y allí puede ser ayudado por las oraciones, las misas y el poder
dispensador de la Iglesia en la tierra.4 Pero es posible, incluso antes de la
muerte, que un creyente se conforme perfectamente a todas las demandas de
la ley de Dios en lo que se ajusta a esta vida;5 y es incluso posible, a causa del
amor, realizar un servicio supererogatorio6 por obediencia a los consejos de
Cristo, que tienen carácter de consejo pero que no son obligatorios hasta que
se asumen voluntariamente. Estos son la pobreza voluntaria, el celibato
voluntario y la obediencia a las normas monásticas; y ameritan más que la
mera salvación de la persona, y contribuyen al “tesoro de méritos” a
disposición de la Iglesia, que es imputable a discreción de aquellos que
ostentan la jurisdicción a los creyentes en la tierra o en el purgatorio que aún
no han sido plenamente justificados.7
3. La visión Mística de la santificación, aunque nunca expresada en algún
credo eclesiástico, ha existido como una doctrina y como una tendencia en
todas las edades y entre todas las denominaciones Cristianas. El misticismo
Cristiano deprecia más o menos la dependencia del alma en la revelación
objetiva de la palabra de Dios, y la necesidad de los medios de gracia y el
esfuerzo humano, y enfatiza la intuición espiritual, el valor regulativo del
sentimiento religioso, la comunión física del alma con la sustancia de Dios,
condicionada por la quietud y la pasividad de la mente. Tales enfoques se
difundieron grandemente en la Iglesia a través de los escritos del Seudo-
Dionisio, que fueron publicados en Griego en el siglo sexto, y traducidos al
latín por John Scotus Erigena en el siglo noveno. Estos influyeron en la
enseñanza de muchos eminentes eruditos evangélicos, tales como Bernardo
de Clairvaux, Hugo y Ricardo de St. Victor, y por consiguiente Tomás de
Kempis. Fueron enseñados con gran influencia entre los primeros Protestantes
por Schwenckfeld (1490-1561), Paracelso (1493-1541), Weigel (1533-1588), y
Jacobo Bohme (1575-1620); y entre los Católicos Romanos por San Francisco
de Sales (1567-1622), Molinos (1640-1697), Madame Guyón (1648-1717), y el
Arzobispo Fenelon (1651-1715). Los Cuáqueros originales sostenían enfoques
similares, como se ve en los escritos de George Fox (d. 1691), William Penn (c.
1718), y Robert Barclay (1648-1690). Una concepción mística está presente
cada vez que la santificación se concibe, no como la meta del esfuerzo, sino
como un don inmediato al alma que espera.
4. La doctrina evangélica de la santificación, común a las Iglesias Luteranas y
Reformadas, incluye los siguientes puntos: (1) El alma, después de la
regeneración, continúa dependiendo de las constantes operaciones de gracia
del Espíritu Santo, pero es, por medio de la gracia, capaz de cooperar con ellas.
(2) Las operaciones santificadoras del Espíritu son sobrenaturales, y no
obstante efectuados en conexión con, y a través de, la instrumentalidad de los
medios: siendo los medios de la santificación ya sea internos, tales como la fe
y la cooperación de la voluntad regenerada con la gracia, o externos,
tales como la palabra de Dios, los sacramentos, la oración, el compañerismo
Cristiano y la disciplina providencial de nuestro Padre celestial. (3) En este
proceso el Espíritu completa gradualmente la obra de purificación moral
comenzada en la regeneración. La obra tiene dos obras: (a) la limpieza del alma
del pecado y la emancipación de su poder, y (b) el desarrollo del principio
implantado de vida espiritual y los hábitos infundidos de racia, hasta que el
individuo llegue a la estatura del varón perfecto en Cristo. Su efecto es la
transformación, espiritual y moral, del hombre total, el intelecto, los afectos, la
voluntad, el alma y el cuerpo. (4) La obra continúa con varios grados de
rigurosidad durante la vida, pero nunca se consuma en la absoluta perfección
moral hasta que el sujeto pasa a la gloria.
En oposición a esta doctrina se ha enseñado una teoría de la santificación perfecta en esta vida desde varios puntos de vista distintos, e.g.:
1. Según los principios del Pelagianismo, es perfecto un hombre que obedece
las leyes de Dios hasta la medida de su habilidad natural presente, dado que la
ley moral es una escalera levadiza, ajustando sus demandas a las variadas
habilidades de su sujeto; y esto es posible para cada hombre.
2. Según la idea Mística, la perfección consiste en la absorción en la esencia
divina, o, en una forma menos extrema, en la absorción de los deseos y la
voluntad humana en la voluntad divina, en un amor desinteresado; y esto
puede ser alcanzado por cualquiera a través de un persistente
desprendimiento del yo y la meditación en Dios.
3. Según la teoría Romana o Ritualista, la perfección consiste en la perfecta
conformidad a la ley de Dios, ajustada – por la gracia misericordiosa de Cristo –
a las capacidades del hombre regenerado en esta vida; y esta perfección se
alcanza por medio de las obras meritorias y las penitencias, las oraciones, los
ayunos, los actos voluntarios de autonegación, y la obediencia eclesiástica.
Esto no solamente se halla al alcance de los hombres, pero es así incluso en el
rendimiento de un servicio supererogatorio en la forma de una auto-negación
extra legal a partir de un principio de amor evangélico.
4. La teoría Wesleyana de la perfección concibe que la satisfacción y el mérito
de Cristo han hecho que sea consistente con la justicia divina el ofrecerles
salvación a los hombres en términos más fáciles que la antigua ley Adámica de
perfección absoluta; y esa perfección se alcanza cuando se ha cumplido con
estos términos aminorados. “El carácter Cristiano se valora por las
condiciones del evangelio; la perfección Cristiana implica el desempeño
perfecto de estas condiciones, y nada más.”8
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1 Concilio de Trento, sesión 6, can. 7.
2 Concilio de Trento, sesión 6, can. 32.
3 Concilio de Trento, sesión 14, cap. viii; sesión. 6, cans. 29 y 30.
4 Bellarmin, El Purgatorio., ii. 9.
5 Concilio de Trento, sesión 6, cap. xvi, can. 25.
6 SUPEREROGACIÓN: f. Acción ejecutada sobre o además de los términos de la obligación. Diccionario de la Real Academia Española, versión electrónica.
7 Bellarmin, De Monachiis, chs. vi y vii.
8 Tratado de Wesley, La Perfección Cristiana: Tratados Doctrinales Metodistas; La Doctrina Cristiana de la Perfección, por el Dr. George Peck.