PARTE III
CAPÍTULO IX
TEORÍAS SOBRE LA EXPIACIÓN
LA historia de esta doctrina se divide comunmente en tres períodos: El Patrístico, el Escolástico, y la época de la Reforma y desde aquel acontecimiento hasta nuestros días. El método que los escritores acerca de esta cuestión han adoptado generalmente es pasar revista en orden cronológico a los distinguidos teólogos que vivieron durante estos varios períodos, y presentar un bosquejo general de la enseñanza de cada uno de ellos.
Los dos grandes objetos que debían ser alcanzados mediante la obra de Cristo son: la eliminación de la maldición bajo la que gemía la humanidad
debido al pecado; y la restauración de ellos a la imagen y comunión de Dios. Ambas cosas son esenciales para la salvación. Tenemos una culpa que debe ser quitada, y almas muertas en delitos y pecados que han de ser vivificadas con un nuevo principio de vida divina. Se provee para estos dos objetivos en la doctrina de la redención tal como se presenta en las Escrituras y se sustenta en la Iglesia. En las teorías contradictorias diseñadas por los teólogos, cada uno de estos objetos es ignorado, o se subordina indebidamente uno de ellos al otro. Fue una característica de la antigua iglesia Griega exaltar lo último, mientras que la Latina hizo lo primero más prominente. Al revisar la historia de la doctrina, se verá que hay cinco teorías generales que comprenden todas las numerosas formas en que se ha sustentado.
§1. La posición ortodoxa.
La primera es la que durante siglos ha sido considerada la doctrina ortodoxa; en sus rasgos esenciales es común a las iglesias Latina, Luterana y Reformada. Esta es la doctrina que el escritor ha tratado de exponer y vindicar en las páginas precedentes. Según esta doctrina, la obra de Cristo es una verdadera satisfacción, de un mérito inherente infinito, para la justicia vindicadora de Dios; de manera que El salva a Su pueblo haciendo por ellos y en su lugar aquello que ellos eran incapaces de hacer por sí mismos: la satisfacción de las demandas de la ley en favor de ellos, y llevando la pena de la misma en lugar de ellos; es mediante esto que son reconciliados con Dios, que reciben el Espíritu Santo, y que son hechos partícipes de la vida de Cristo para su santificación presente y salvación eterna.
Esta doctrina provee para los dos grandes objetos anteriormente mencionados. Muestra cómo es quitada la maldición de la ley gracias a que Cristo fue hecho por nosotros maldición, y cómo en virtud de esta reconciliación con Dios llegamos a ser, mediante el Espíritu, partícipes de la vida de Cristo. El nos es hecho no sólo justicia, sino también santificación. Somos limpiados de la culpa por Su sangre, y renovados por Su Espíritu según la imagen de Dios. Habiendo muerto en El, vivimos en El. La participación en Su muerte asegura la participación en Su vida.
§2. La doctrina de algunos de los Padres.
La segunda teoría es la que prevaleció extensamente entre los Padres. Fue dada sólo como solución a la pregunta de cómo Cristo nos libera del poder de Satanás. No contemplaba ni la eliminación de la culpa ni la restauración de la vida divina, sino sólo nuestra liberación del poder de Satanás. Estaba basada en aquellos pasajes de las Escrituras que desatiben al hombre desde la caída en esclavitud al príncipe de las tinieblas. E objeto de la redención era el de liberar a la humanidad de esta esclavitud. Esto sólo podía a llevarse a cabo mediante el logro de alguna manera de la derrota de Satanás y de la destrucción de su derecho o poder de tener a los hombres como sus esclavos. Esto Cristo lo ha llevado a cabo, y El así llega a ser el Redentor de los hombres. Esta teoría general es presentada de tres formas distintas. La primera apela al antiguo principio de los derechos de guerra, según el que los conquistados venían a ser esclavos del conquistador. Satanás conquistó a Adán, y así llegó a ser su legítimo dueño y de su posteridad. Por ello, se le llama el dios y príncipe de este mundo. Para librar a los hombres de esta terrible esclavitud, Cristo se ofreció a Sí mismo como rescate a Satanás. Satanás aceptó el ofrecimiento, y renunció a su derecho a retener a la humanidad como sus esclavos. Sin embargo, Cristo rompió las ataduras de Satanás, cuyo poder estaba basado en la pecaminosidad de sus súbditos. En respuesta a la pregunta de cómo pudo aceptar Satanás a Cristo como rescate por los hombres si sabía que era una persona divina, se dijo que él no sabía que él era divino, porque Su divinidad estaba velada por Su humanidad. Y luego, en respuesta a la pregunta de cómo pudo aceptarle a El como rescate si lo consideraba como un mero hombre, se dice que vio que Cristo era inconmensurablemente superior a los otros hombres, y quizá uno de los más altos órdenes de ángeles, a quien podía tener la esperanza de poder retener con seguridad. La segunda forma de esta teoría no considera a Cristo como rescate pagado a Satanás, sino como conquistador. Así como Satanás conquistó a la humanidad, haciendo de ella sus esclavos, así Cristo se hizo hombre, y, en nuestra naturaleza, venció a Satanás; así alcanzó el derecho de libramos de nuestra esclavitud y de consignar al mismo Satanás a cadenas y a las tinieblas.
La tercera forma de la teoría es que por cuanto el derecho y poder de Satanás está basado sobre el pecado, se excedió en su autoridad cuando provocó la muerte de Cristo, que estaba exento de pecado; y con ello perdió del todo su autoridad sobre los hombres. Esta teoría general de que la gran obra de Cristo, como Redentor, fue librar al hombre de la esclavitud a Satanás. y de que el rescate le fue pagado a El y no a Dios; o de que la dificultad que se interponía en el camino de nuestra salvación era el derecho que Satanás había adquirido sobre nosotros como esclavos, derecho que Cristo de alguna manera canceló, fue muy dominante durante largo tiempo en la Iglesia. Se halla en Ireneo, Orígenes, Teodoreto, Basilio, Cirilo de Jerusalén, Agustín, Jerónimo, Hilario, León Magno, y otros.1 La base escrituraria para esta perspectiva de la obra de Cristo es muy endeble. Es cierto que los hombres son cautivos de Satanás, y que están bajo su dominio. Es cierto que Cristo se entregó a Sí mismo como rescate; y que por el pago de este rescate somos librados de la esclavitud al príncipe de las tinieblas. Pero no sigue de esto que el rescate fuera pagado a Satanás, ni que él tuviera ningún justo derecho a su autoridad sobre los hijos de los hombres. Lo que las Escrituras enseñan acerca de este respecto es:
1. Que el hombre, por el pecado, quedó bajo la pena de la ley divina.
2. Que Satanás tiene el oficio de infligir esta pena hasta el punto en que se le permite atormentar y degradar a los hijos de los hombres.
3. Que Cristo, habiendo dado satisfacción por Su muerte a la pena de la ley, naturalmente nos ha liberado del poder de Satanás. Véase especialmente Hebreos 2:14. Pero esto no da pie a la doctrina de que Satanás tuviera derecho alguno en justicia a retener a la humanidad como esclavos; ni que Cristo se ofreciera como rescate al príncipe de este mundo. Esta doctrina fue enérgicamente resistida en la iglesia primitiva por Gregorio Niazanceno, y hace ya mucho tiempo que reposa en el olvido. El único interés que tiene actualmente es como asunto histórico. Naturalmente, no se debe suponer que las grandes lumbreras de la Iglesia arriba mencionadas creían que toda la obra de Cristo como Salvador de los hombres consistiera en libramos del poder de Satanás; que ignoraran Su oficio como sumo sacerdote ante Dios, o que negaran el efecto de Su muerte como expiación por el pecado, o que olvidaran que El es para nosotros la fuente de la vida espiritual. Estas doctrinas están tan claramente enunciadas por ellos periódicamente como sus posturas peculiares acerca de nuestra liberación de la esclavitud a Satanás. Incluso Orígenes, tan desenfrenado en su pensamiento, y tan dispuesto a explicar las verdades cristianas en sentido filosófico, enseña la doctrina católica con perfecta claridad. ... En todas las edades de la Iglesia, por parte de los primeros Padres así como en los posteriores períodos, se retiene el lenguaje del Nuevo Testamento con referencia a Cristo y a Su obra.
1. Los pasajes de prueba son dados en mayor o menor extensión en todas las historias modernas de la doctrina, como en Hagenbach, Dogmengeschichte, traducida por el Dr. B. H. Smith; Münscher y Neander, Dogmengeschichte, y especialmente en la elaborada obra de Baur de Tubínga, Die Lehre von der Versühnung.
§3. La teoría moral.
Una tercera teoría general acerca de la obra de Cristo es la que rechaza la idea de la expiación, o de la satisfacción de la justicia mediante el castigo vicario, y atribuye toda la eficacia de Su obra al efecto moral producido en los corazones humanos por Su carácter, enseñanza y acciones. Por estas razones se designa generalmente como «la perspectiva moral de la expiación». Se presupone que Dios no posee el atributo de justicia, esto es, que no posee la perfección que haga necesario, o moralmente obligatorio, que el pecado sea castigado. Si es así, no hay necesidad de expiación para alcanzar el perdón. Todo lo necesario para la restauración de los pecadores al favor de Dios es que dejen de ser pecadores. La relación de Dios con Sus criaturas racionales queda determinada por el carácter moral de las mismas. Si ellas están moralmente corrompidas, son echadas de Su presencia; si son restauradas a la santidad, devienen los objetos de Su amor y receptores de Sus favores. Así, todo lo que Cristo como Salvador de los hombres vino a cumplir fue esta reforma moral en el carácter de los hombres. Aquí, como sucede tan frecuentemente, los errores son verdades a medias. Es cierto que la relación de Dios con Sus criaturas racionales queda determinada por el carácter de las mismas. Es cierto que El repele a los pecadores y que tiene comunión con los santos. Es cierto que Cristo vino a restaurar a los hombres a la santidad, y con ello al favor y a la comunión con Dios. Pero también es cierto que para hacer posible la restauración de los pecadores a la santidad fue necesario que fuera expiada la culpa de sus pecados, o que la justicia quedara satisfecha. Hasta que esto no se haga están bajo la ira y maldición de Dios. Y estar bajo la maldición de Dios es estar excluido de la fuente de toda santidad.
Algunos de los proponentes de esta postura de la obra de Cristo hablan desde luego de la justicia de Dios. Lo reconocen como un Ser justo que en todas partes y siempre castiga el pecado. Pero esto tiene lugar sólo mediante la operación de leyes eternas. La santidad, por su naturaleza, produce dicha; y ésta es su recompensa. El pecado, por su naturaleza, produce desgracia, y esto es su castigo. Elimínese el pecado, y se elimina el castigo.
[Sin embargo] las Escrituras enseñan que esta expiación de la culpa es absolutamente necesaria antes que las almas de los culpables puedan ser sujetos de la gracia renovadora y santificadora. Antes de esta expiación están espiritualmente muertos bajo la pena de la ley, que es muerte en todas sus formas. Y por ello, mientras están bajo la maldición, todas las influencias del mundo serían tan inútiles como la luz del mediodía para dar la vista a un ciego, o medidas sanitarias para resucitar a un muerto. Así, al rechazar la doctrina de la expiación o de la satisfacción a la justicia, esta teoría rechaza la misma esencia de la doctrina escrituraria de la expiación.
. . . Somos pecadores; somos culpables además de contaminados. La conciencia de nuestra responsabilidad ante la justicia, y de la necesidad de dar satisfacción a sus demandas, es tan innegable y tan indestructible como nuestra conciencia de estar contaminados. La expiación es tan necesario para lo primero como la santificación para lo segundo. Por ello, ninguna forma de religión que excluya la idea de la expiación, o que deje de proveer para la eliminación de la culpa de una forma que dé satisfacción a la razón y a la conciencia, puede ser idónea para nuestras necesidades. ... Es por cuanto el Señor Jesucristo ha sido revelado como propiciación por nuestros pecados, y como habiendo llevado en nuestro lugar la pena que nosotros merecíamos, que Su sangre nos purifica de todo pecado, y que nos da una paz que sobrepasa a todo entendimiento.
La idea de que en Dios no hay perdón; que por leyes inexorables trata con Sus criaturas en base del estado subjetivo y carácter de las mismas, y que consiguientemente la única salvación necesaria o posible es la santificación es repulsiva. Nadie en la tierra está en tal estado interior, ni durante la vida ni en la muerte, que pueda estar de pie ante Dios para ser tratado en conformidad a tal estado. Su única esperanza es que dios tratará, y trata, con Su pueblo no según son en sí mismos, sino como son en Cristo, y por causa de Cristo; que El nos ama y tiene comunión con nosotros aunque estemos contaminados y manchados, como un padre ama y se deleita en un hijo deforme y no atractivo. Deberíamos estar ahora y para siempre en el infierno si fuera cierta la doctrina del doctor Young de que la justicia surte efecto por una ley inexorable, y que el pecado es siempre castigado allí donde existe, tan pronto como se manifiesta, y mientras continúa. Dios es algo más que el orden moral del universo; El no administra Su gobierno moral mediante leyes inexorables sobre las que no tenga control alguno. El puede tener misericordia de quien quiera tener misericordia, y compasión de quien quiera tener compasión. El puede hacer felices a los pecadores, a pesar de sus pecados, por causa de Cristo, remitiéndoles la pena de su pecado mientras que su poder está sólo parcialmente quebrantado; alentándoles, y regocijándose sobre ellos hasta que quede consumada su restauración a la salud espiritual. Todo lo que dirija la consciencia del pecador hacia dentro de sí mismo como base de esperanza, en lugar de llevarlo a mirar a Cristo, tiene que hundirlo en la desesperación, y la desesperación es el portal de la muerte eterna.
§4. La teoría gubernamental.
Esta teoría fue introducida en la Iglesia por Grocio, en el siglo diecisiete. Escribió en oposición a los Socinianos, y por ello su libro se titula:
«Defensio fidel catholic de satisfactione Christi.». . . El designio con el que fue escrito el libro, y las fórmulas de expresión universalmente recibidas que prevalecían en aquel tiempo, y a cuyo uso se adhiere Grocio, le dan a su libro un aspecto de ortodoxia. Habla de satisfacción a la justicia, de propiciación, del carácter penal de los padecimientos de nuestro Señor, de Su muerte como un sacrificio vicario, y de que llevó la culpa por nuestros pecados. En resumen, que por lo que respecta al uso de los términos, apenas si hay divergencia de la doctrina de la Iglesia Reformada, de la que era entonces miembro. Pero unos principios diferentes subyacían a toda su teoría, y por ello se debía asignar un sentido diferente a los términos que él empleaba. No hubo, después de todo, una verdadera satisfacción de la justicia, ninguna verdadera sustitución, y ningún padecimiento real de la pena de la ley. Sus oponentes socinianos, cuando pasaron a responder a su libro, dijeron que Grocio había abandonado los principales puntos en discusión. Grocio era jurista además de teólogo, y contempló toda la cuestión desde un punto de vista jurídico. Los principales elementos de su teoría son:
1. Que en el perdón de los pecados Dios no debe ser considerado como parte ofendida, ni como acreedor ni como amo, sino como gobernante moral. Un acreedor puede remitir la deuda que se le debe si es su beneplácito. Un amo puede castigar o no según lo considere oportuno; pero un gobernante tiene que actuar no en base de sus sentimientos o capricho, sino en base de los mejores intereses de los que están bajo su autoridad.
2. El fin del castigo es la prevención del crimen, o la preservación del orden y la promoción de los mejores intereses de la comunidad.
3. Así como un buen gobernante no puede admitir que se cometa un pecado con inmunidad, tampoco Dios puede perdonar los pecados de los hombres sin una adecuada, exhibición de Su desagrado, y de Su determinación de castigarlo. Este fue el designio de los padecimientos y muerte de Cristo. Dios castigó el pecado en Él como ejemplo. Este ejemplo fue tanto más impresionante debido a la dignidad de la persona de Cristo, y por ello, en vista de Su muerte, Dios puede, consecuentemente con los mejores intereses de Su gobierno, remitir la pena de la ley en el caso de creyentes arrepentidos.
4. . . . El castigo . . . no tiene por que ser impuesto debido al demérito personal del que lo padece; ni con el designio de dar satisfacción a la justicia, en el sentido ordinario y propio de la palabra. Fue suficiente con que fuera debido al pecado. Por cuanto los padecimientos de Cristo fueron causados por nuestros pecados, en aquella medida en que fueron designados para hacer consecuente su remisión con el interés del gobierno moral de Dios, entran dentro de la definición inclusiva de la palabra castigo. Por ello, Grocio pudo decir que Cristo padeció el castigo de nuestros pecados, por cuanto Sus sufrimientos fueron un ejemplo de lo que merecía el pecado.
5. Por lo tanto, la esencia de la expiación, según Grocio, consistió en esto, que los padecimientos y la muerte de Cristo fueron ordenados como una exhibición del desagrado de Dios contra el pecado. Tenían la intención de enseñar que en la estimación de Dios el pecado merece ser castigado, y que por ello mismo los no arrepentidos no pueden esperar escapar a la pena debida a sus delitos. ... Así, es evidente que en base de esta teoría la obra de Cristo fue puramente didáctica. Tenía el designio de enseñar, por vía de ejemplo, el aborrecimiento de Dios contra el pecado. La cruz fue sólo un símbolo.
Objeciones a la teoría.
1. La primera y más evidente objeción a esta teoría es que se basa en una idea errónea de la naturaleza del castigo. Presupone que el designio especial del castigo es el bien de la sociedad. Si los mejores intereses de una comunidad, humana o divina, una república humana o el gobierno moral de Dios, pueden ser alcanzados sin el castigo del crimen, entonces no debiera infligirse tal castigo. Pero el sufrimiento infligido por el bien de otros no es más castigo que el sufrimiento infligido por el bien del que sufre. La amputación de un miembro aplastado no es de la naturaleza de un castigo; ni los de los mártires, aunque tuvieran la intención de redundar para bien de la Iglesia y del mundo.
Ningún mal tiene la naturaleza de castigo a no ser que sea infligido en satisfacción de la justicia y en ejecución de la pena de la ley.
2. La teoría contradice los juicios morales intuitivos de los hombres. El testimonio de la conciencia de cada individuo a la vista de sus propios pecados es que merece el castigo, no para bien de los demás, sino por su propio demérito. Si no es culpable, no puede ser castigado en justicia; y si es culpable no puede ser perdonado en justicia sin una satisfacción a la justicia. Y tal como éste es el testimonio de la conciencia con respecto a nuestros propios, pecados, es asimismo el testimonio de la conciencia de todos los hombres con respecto a los pecados de otros. Cuando se comete un gran crimen, el juicio instintivo de los hombres es que los que lo han perpetrado deben ser castigados. Ningún análisis de la conciencia humana puede resolver este sentimiento de justicia en una convicción de que el interés de la sociedad demanda el castigo del crimen. Esto último es desde luego cierto. Es uno de los beneficios incidentales, pero no el designio especial ni el fin del castigo. En realidad, todo el efecto moral del castigo depende de la presuposición de que es infligido sobre la base de su merecimiento, y no por el bien público. Si este último objeto se hace prominente, el castigo pierde su naturaleza, y naturalmente su apropiado efecto moral. Una teoría que pase por alto estas convicciones intuitivas de la mente no es apropiada para nuestro estado, y nunca puede dar satisfacción a la consciencia. Sabemos que debiéramos ser castigados, y por ello que el castigo es inevitable bajo el gobierno de un Dios justo. Si no es sufrido por un sustituto en nuestro lugar, tenemos que sufrirlo nosotros mismos. Donde no hay expiación por el pecado hay inevitablemente una horrenda expectativa de juicio.
3. Todos los argumentos que hasta ahora se han apremiado como prueba de que la justicia de Dios no puede ser resuelta en benevolencia son argumentos válidos contra la teoría gubernamental de la expiación.
4. Un cuarto argumento en contra de la teoría gubernamental es que es antiescrituraria. La Biblia describe constantemente a Cristo como sacerdote, como sacrificio, como propiciación, como expiación, como el sustituto y representante de los pecadores; como asumiendo su puesto y sufriendo la maldición o pena de la ley en lugar de ellos. Todas estas descripciones son o bien pasadas por alto o racionalizadas por los proponentes de esta teoría.
5. Esta teoría, al igual que la perspectiva moral de la expiación, es falsa por cuanto es defectiva. Así como es cierto que la obra de Cristo está designada y adaptada para ejercer la más poderosa influencia moral sobre los pecadores para inducirlos a volver a Dios, también es cierto que su obra fue designada y adaptada para producir la más intensa impresión posible sobre las mentes de todas las criaturas inteligentes sobre el mal del pecado, y así refrenarlas de su comisión, pero ni lo uno ni lo otro fueron sus propósitos primarios. Ejerce esta impresión moral sobre el pecador y sobre el universo inteligente porque fue una satisfacción a la justicia de Dios, y es la más grande de las pruebas posibles de que el pecado no puede ser perdonado sin expiación adecuada.
§5. La teoría mística.
La quinta teoría acerca de este tema es la mística. Concuerda con la perspectiva moral (bajo la que se podría incluir) en cuanto a que representa que el designio de la obra de Cristo fue producir un efecto subjetivo en el pecador. Produce en cambio en él. Vence el mal de su naturaleza y lo restaura a un estado de santidad. Pero los dos sistemas difieren acerca de los medios con los que se logra este cambio interno. Según el primero, es por el poder moral operando según las leyes de la mente por la exhibición de la verdad y el ejercicio de la influencia moral. Según el segundo, es por la misteriosa unión de Dios y el hombre, de la naturaleza divina con la humana, esto es, de la divinidad con la humanidad, obrada por la encamación.
Esta idea general se presenta en varias formas. A veces, los escritores citados en favor de esta postura mística no enseñan nada más que lo que siempre ha sido sustentado en la Iglesia, y lo que es claramente enseñado en las Escrituras. Es cierto que hay una unión moral y espiritual entre Dios y el hombre efectuada por la encarnación del Hijo de Dios y por la morada del Espíritu Santo. El y Su pueblo son uno. Nuestro Señor ora al Padre, Juan 17:22, 23, que aquellos dados a él «sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos, y tú en mí». Y el Apóstol Pedro no duda en decir que somos hechos «partícipes de la naturaleza divina». Esto, y nada más que esto, se implica necesariamente en el lenguaje tantas veces citado de Atanasio con referencia a Cristo, autos enëthröpesen, hina hëmeis theopoiëhömen. Pero además de esta doctrina escrituraria ha prevalecido una concepción mística de la unión de Dios y del hombre a la que se atribuye la redención de nuestra raza, haciendo algunos de sus proponentes que consista de manera exclusiva en esta unión. Por lo que a los Padres respecta, se hizo una clara distinción entre la redención y la reconciliación; entre la obra objetiva de Cristo al librarnos de la maldición de la ley y del poder de Satanás, y la aplicación subjetiva de esta obra. Ambas se atribuyeron a Cristo. La primera (nuestra redención), fue lograda llevando El nuestros pecados, siendo hecho El maldición por nosotros, dándose a Sí mismo en rescate, y siendo El, por Su obediencia, tomado como sustituto por la obediencia que nosotros habíamos dejado de rendir. Nuestra reconciliación con Dios, incluyendo la restauración a Su imagen y a Su comunión, fue lograda, no como siempre lo ha enseñado la Iglesia, mediante la obra del Espíritu Santo, sino según la teoría mística, mediante la unión de la naturaleza divina con nuestra naturaleza caída, conseguida por la encarnación. En todas las eras de la Iglesia ha habido mentes desinclinadas a reposar en las sencillas declaraciones de la Biblia, y dispuestas a ir en pos de algo más filosófico y profundo.
En el actual período de la historia de la Iglesia, esta teoría mística de la persona y obra de Cristo es probablemente más influyente que jamás en el pasado. Toda la escuela de teólogos especulativos alemanes, con sus seguidores en Inglaterra y América, están sobre esta base. De estos teólogos hay dos clases, . . . los panteístas y los teístas. Según los primeros, la naturaleza del hombre fue al principio una manifestación imperfecta del Ser absoluto, y en el desarrollo de la raza esta manifestación es hecha completa; pero completa sólo como un progreso eterno. Según la otra, el hombre tiene una existencia y personalidad, en un sentido, fuera de Dios. Sin embargo, Dios y el hombre son esencialmente lo mismo. Esta identidad se muestra perfectamente en Cristo, y por medio de El se lleva a cabo más y más perfectamente en la Iglesia, como algunos enseñan, o, como otros, en toda la raza.
§ 6. Observaciones finales.
Al revisar estas varias teorías acerca del método de salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, es importante observar:
1. Que no se debe inferir que porque algunos escritores sean citados como exponiendo una teoría particular, que no reconocieran la veracidad de ninguna otra perspectiva de la obra de Cristo. Esta observación es de especial aplicación al período patrístico. Mientras que algunos de los Padres hablan a veces de Cristo salvando al mundo como maestro, y otros de ellos dicen que se ofreció en rescate a Satanás, y otros también que llevan a los hombres de vuelta a la imagen de Dios, esto no demuestra que ignoraran el hecho de que El fue una ofrenda por el pecado, haciendo la expiación por la culpa del mundo. Es característico del primer período de la Iglesia, antes que unas doctrinas específicas llegaran a ser cuestión de controversia, que la gente y los teólogos retuvieran el lenguaje común y las descripciones de la Biblia, mientras que estos últimos, de manera especial, trataran a veces de manera desproporcionada un modo de descripción escrituraria, y a veces de manera desproporcionada otro distinto. Los Padres se refieren constantemente a Cristo como sacrificio, y como rescate. Atribuyen nuestra salvación a Su sangre y a Su cruz. Las ideas de expiación y de propiciación fueron introducidas en todos los servicios de la Iglesia primitiva. Estas ideas escriturarias sustentaron la vida del pueblo de Dios de manera totalmente independiente de las especulaciones de los teólogos filosóficos.
2. La segunda observación que sugiere la anterior reseña es que las teorías antagonistas a la común doctrina de la Iglesia son puramente filosofías. Orígenes presupuso que en el hombre hay tres principios constitutivos: cuerpo, alma y espíritu; y que en analogía con ello, hay tres sentidos de la Escritura: el histórico, el moral y el espiritual. El primero es el sentido llano de las palabras que se sugiere a sí mismo a todo lector ordinario inteligente. El segundo es la aplicación alegórica del sentido histórico para la instrucción moral. Por ejemplo, lo que Moisés manda acerca de no poner bozal al buey que trilla puede ser entendido como enseñando el principio general de que el trabajo debe recibir recompensa, y, por ello, puede ser aplicado, corno lo es por el Apóstol, para poner en vigor el deber de sustentar a los ministros del Evangelio. El tercer sentido, el espiritual, es la verdad filosófica general, que se presupone que subyace a las doctrinas de las Escrituras; verdades de las que las doctrinas escriturarias son sólo las formas temporales. Así, Orígenes hizo que la Biblia enseñara Platonismo. El objeto de la mayoría de los primeros apologistas era mostrar que el cristianismo tenía una filosofía, como el paganismo; y que la filosofía del cristianismo es idéntica con la del paganismo hasta allá donde ésta puede ser demostrada verdadera. El problema ha sido siempre que, fuera cual fuera la filosofía aceptada como verdadera, las doctrinas de la Escritura eran llevadas a la conformidad con la misma, o eran sublimadas a ella. Los sentidos histórico y moral de la Escritura constituyen el objeto de la fe; el sentido espiritual es el objeto de la gnosis, o del conocimiento. Lo primero está muy bien en su sitio y para el común de la gente; pero lo último es algo de un orden superior a lo que sólo pueden llegar los filosóficamente cultivados. Y es evidente que la teoría mística de la persona y obra de Cristo, en especial, es producto de la especulación filosófica: (1) Por el expreso reconocimiento de sus más distinguidos proponentes. (2) Por la naturaleza de la teoría misma, que se revela como una filosofía, esto es, una doctrina especulativa acerca de la naturaleza del ser, de la de Dios, de la del hombre; y de la relación de Dios con el mundo, etc. (3) Por el hecho de que ha cambiado con los variantes sistemas filosóficos. Mientras el Platonismo estaba en boga, se suponía que el sentido espiritual de las Escrituras era el Platónico; descartado este sistema, los escolásticos adoptaron la filosofía de Aristóteles, y entonces la Biblia enseñaba las doctrinas de los Peripatéticos. Los Aristotélicos que siguieron a Escoto Erigena descubrieron Panteísmo en las Escrituras. Cuando la filosofía de Leibnitz y Wolf dominó las escuelas, esta filosofía pasó a determinar la forma de toda la doctrina escrituraria. Y desde el surgimiento de la nueva filosofía especulativa, todo lo que las Escrituras enseñan es moldeado en sus formas de pensamiento. Nadie puede ser tan ciego que no pueda ver que todo lo peculiar en lo que enseña la moderna teología acerca de la persona y obra de Cristo no es más ni menos que la aplicación de la moderna especulación filosófica a las doctrinas de la Biblia. Y, desde luego, esto es generalmente admitido y reconocido. Siendo éste el caso, todas las especulaciones carecen de autoridad. No forman parte de la verdad revelada como objeto de la fr. Estamos obligados a comprender las Escrituras en su sentido histórico llano, y a no admitir que ninguna filosofía explique o modifique este sentido, excepto la filosofía de la Biblia misma; esto es, aquellos hechos y principios acerca de la naturaleza de Dios, de la naturaleza del hombre, del mundo, y de la relación entre Dios y el mundo, que o bien son declaradas o dadas por supuestas en la Escritura. Apartarse de este principio es abandonar la Biblia como regla de fe, y poner en su lugar las enseñanzas de la filosofía. Aquella forma de Racionalismo que consiste en dar una explicación filosófica a las verdades de la revelación, o en resolverlas en verdades de la razón, acabará con tanta certidumbre en enseñar en lugar de doctrinas las especulaciones de los hombres, como el escepticismo más confeso. . . .