Gozo en medio de las tribulaciones
por D. Martyn Lloyd-Jones
Fe y temor
«Oí, y se conmovieron mis entrañas; a la voz temblaron mis labios; pudrición entró en mis huesos, y dentro de mí me estremecí; si bien estaré quieto en el día de la angustia, cuando suba al pueblo el que lo invadirá con sus tropas» (v. 16). El profeta ya no tiene problemas filosóficos ni teológicos. Ve todo con suma claridad pero siendo humano y viendo los juicios que han de venir, se llena de temor. ¿Cómo puede tener paz interior cuando todo esto está por ocurrir? ¿Cómo hará para enfrentar estos juicios? Es un gran consuelo saber que estos profetas de Dios eran hombres como nosotros, sujetos a las mismas debilidades que nos aquejan. Tendemos a pensar que eran hombres especiales debido a la grandeza de su entendimiento. Sin embargo, si así lo hacemos, perderemos muchos beneficios al considerar sus escritos. Este pasaje nos ofrece un vistazo del carácter del hombre. Habacuc es lo suficientemente honesto como para decir que cuando oyó los planes de Dios, tembló como una hoja. El Señor reconoció esta debilidad humana cuando dijo: «El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Mr 14.38). Debemos agradecerle al Señor por hacer esta distinción entre falta de fe y debilidad de la carne. Los grandes hombres de fe con frecuencia temblaron físicamente ante ciertas perspectivas que se cernían sobre ellos. Ver la verdad y entender las doctrinas es muy importante, pero a pesar de ello podemos aun temblar físicamente. El hacerlo bajo ciertas condiciones no significa necesariamente que exista una falta de fe, si bien el diablo tratará de convencernos que es así. Si alguna vez eres tentado de esta forma, ¡recuerda a Habacuc! Él entendió perfectamente y sin embargo, tembló como una hoja por la propia debilidad de su carne.
La provisión de Dios para el profeta temeroso
El ejemplo del siervo de Dios
Dios «conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo» (Sal 103.14). Él entiende nuestra debilidad humana y ha hecho maravillosa provisión para nosotros. En primer lugar nos dice que aun sus grandes siervos han experimentado temor físico, combinado con fe en su Palabra. Hemos visto que así fue con Habacuc. El mismo Abraham, el gran hombre de fe, supo en ciertas ocasiones lo que era el ser débil en la carne. David también admitió que su carne fracasaba a pesar de su fe. A Jeremías le fue dada una tenebrosa profecía, para darla a conocer al pueblo, y a veces sentía que no podría enfrentar la odisea. El mensaje era tan terrible que a pesar de estar dispuesto en su espíritu, su carne se retraía de hacerlo. Tenemos una fugaz descripción de Juan el Bautista, languideciendo en la cárcel, cansado, sufriendo físicamente, y todas estas circunstancias reflejadas sobre su espíritu. Observamos este problema también en el gran apóstol Pablo. Nos dice en su segunda carta a los Corintios que ningún reposo tenía en su cuerpo y que «en todo fuimos atribulados; de fuera, conflictos; de dentro, temores» (2 Co 7.5). Cuando predicó por primera vez en Corinto lo hizo «con debilidad, y mucho temor y temblor» (1 Co 2.3). Tales ejemplos nos aseguran que Dios nos entiende y que en su misericordia nos mostrará una salida de nuestras dificultades.
El don del gozo, no del auto-control
¿Qué puede hacer un hombre en tal estado de debilidad humana? ¿Qué podría sustentar a un hombre como Habacuc cuando llegara el ejército caldeo y comenzara a destruir la ciudad? ¿Qué fue lo que sostuvo al remanente fiel del pueblo de Dios cuando aparentemente todo estaba perdido? No fue el resignarse ni decir: Bueno, no vale la pena afligirse, ni inquietarse, ni alarmarse, porque nada podemos hacer para evitarlo. Tampoco aplicar el principio psicológico de desconectarse. No fue el tratar de convencerse a sí mismo y decir: Lo mejor es no pensar en ello. Vayamos al cine, leamos novelas, pero dejemos de pensar —una especie de escape. Tampoco era cuestión de hacer un esfuerzo y juntar coraje. En este pasaje no encontramos ninguna exhortación a tener coraje. Hay algo infinitamente más importante que el realizar un gran esfuerzo de voluntad y decir: No voy a lloriquear, me voy a comportar como un hombre. Habacuc admite que sus entrañas se conmovieron y sus labios temblaron a la voz, y la pudrición entró en sus huesos.
El tratamiento psicológico difiere fundamentalmente del método de las Escrituras. A veces es una crueldad decirle a un hombre que se encuentra en un estado de temor descontrolado, que trate de «rearmarse» y enfrentar con coraje su situación. Si pudiera hacerlo lo haría, y el temblor cesaría. Sin embargo, el profeta está en un estado tal que es incapaz de controlar sus reacciones físicas. Por más que trate, no puede dejar de temblar. Los métodos que el mundo ofrece en estas circunstancias, sólo funcionan en algunas personas y en un momento cuando su ayuda es casi innecesaria. No tienen valor alguno cuando una persona está en este grado de extrema alarma física.
En lugar de resignarnos o tratar de juntar coraje, la Escritura demuestra que es posible vivir en un estado de regocijo, aun en tales circunstancias. «Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación» (vs. 17 y 18). El cristiano no pretende menos que esto. El hombre del mundo, si está en un buen estado físico, podrá quizá llegar a una actitud de resignación. Podrá quizá vestirse de un aire de coraje como lo han hecho muchos en tiempos de guerra y de agudas circunstancias adversas, y sin duda tal actitud debe ser admirada. No obstante, al cristiano se le ha asegurado que a pesar de ser una persona físicamente propensa a alarmarse, puede experimentar no sólo fuerzas sino también un positivo regocijo en medio del peligro. Él puede «gozarse en la tribulación», y resultar victorioso en medio de las peores situaciones. Este es el desafío de la posición cristiana. Es aquí donde los creyentes nos diferenciamos del mundo, cuando el infierno está desatado y llega lo peor de lo peor, tenemos que hacer mucho más que aguantar y resistir. Hemos de experimentar un gozo santo, y manifestar un espíritu de regocijo. En lugar de ejercitar el control de nosotros mismos con una voluntad de acero, hemos de ser «más que vencedores» (Ro 8.37). Debemos regocijarnos en el Señor y gozarnos en el Dios de nuestra salvación. Estos períodos son la prueba de nuestra profesión cristiana. Si no demostramos ser «más que vencedores», estamos fracasando como cristianos.
El estímulo de la historia
¿Qué hace que esto sea posible? El profeta encuentra su consuelo en una correcta interpretación de la historia. Cada vez que el salmista se enfrenta con situaciones como las que nosotros estamos considerando, invariablemente se torna a la historia pasada y al proceder de Dios con los hombres. De esta manera lo encontramos alabando a Dios y regocijándose. De igual forma, el profeta aquí recuerda los grandes hechos en la historia de los hijos de Israel. El profeta se concentra en particular en la liberación de la esclavitud en Egipto, su paso por el Mar Rojo, su viaje a través del desierto, la derrota de sus enemigos y la ocupación de Canaán.
Nosotros también debemos aprender a utilizar este método. Puede ser que esto sea lo único que nos sostenga en los días que están por delante. Al observar el mundo de hoy, ¿existe algún motivo para regocijarnos? Si alguna vez nos encontramos en el terrible estado tan gráficamente relatado por el profeta, lo que tendremos que hacer es mirar hacia atrás, a la historia.
En primer lugar, debemos concentrarnos sobre los hechos y reconocer que son hechos. El profeta entra en muchos detalles diciéndonos lo que Dios ha hecho; cómo dividió el Mar Rojo, cómo detuvo el sol, y cómo controló los elementos. No hay duda alguna de que los hechos del relato bíblico deben ser enfatizados más que cualquier otra cosa en estos días. Hay quienes dicen que lo más necesario es volver a la teología bíblica y a un nuevo entendimiento de la enseñanza de la Biblia. Se habla mucho acerca del maravilloso re-descubrimiento en los años recientes del mensaje esencial de la Palabra. Este es el énfasis de lo que se conoce por la «neo-ortodoxia». Muchos de ellos utilizan la palabra «mito» para describir muchos de los hechos históricos, y dicen que la historia en sí no es realmente importante. Los acontecimientos relatados no son lo que en última instancia importa. Lo que sí importa es la enseñanza que está encerrada en los supuestos hechos. Ellos sugieren que los detalles históricos del Antiguo Testamento no son los que revisten mayor importancia y que no es realmente esencial creer en los hechos. Lo que sí importa es creer en el mensaje presentado de esa forma. En consecuencia, muchos de ellos no creen que los israelitas realmente pasaron a pie por el Mar Rojo. Dicen que es científicamente imposible. Sin embargo, admiten que hay un principio importante presente en la historia, y lo principal es entender ese principio. El «mito», término que se usa corrientemente, sugiere que la «cáscara» de la historia no tiene importancia y que es el corazón de la verdad lo que realmente cuenta. Los hechos que se presentan pueden no ser verdaderos, pero lo que representan sí es verdadero.
Ahora bien, debemos reconocer que si esta opinión es correcta, no tenemos consolación alguna. Si Dios en realidad no ejecutó los hechos relatados en el Antiguo Testamento a favor de Israel, entonces toda la Biblia se puede reducir a una pieza de psicología dirigida a mantenernos contentos. Sin embargo, la Biblia misma demuestra con suma claridad que mi consuelo descansa en hechos; en el hecho de que Dios ha ejecutado ciertos eventos que han ocurrido tal cual se describen. El Dios en quien yo creo es el Dios que pudo dividir el Mar Rojo y el río Jordán y que lo hizo. Al recordarse a sí mismo y a nosotros de estas cosas, Habacuc no está simplemente consolándose por jugar con ciertas ideas, sino que está hablando acerca de cosas que Dios efectivamente ha hecho. La fe cristiana está sólidamente basada en hechos y no en ideas. Si los hechos registrados en la Biblia no son hechos reales, entonces no queda consuelo ni esperanza para nosotros. No somos salvos por ideas, sino por hechos, por eventos. La fe cristiana se distingue de toda otra religión porque sus doctrinas están basadas sobre hechos contundentes de la historia. El budismo, el hinduismo, y otras religiones están basadas sobre teorías e ideas, sólo en la fe cristiana procedemos en base a hechos. Se debe rechazar esta moderna teoría acerca de «mitos» como algo del diablo. Los hechos creídos y aceptados como tales por nuestro Señor, son absolutamente esenciales.
Después de haber establecido los hechos, debemos contar con la grandeza del poder de Dios. El profeta recuerda los milagros que Dios realizó en Egipto: «Y el resplandor fue como la luz; rayos brillantes salían de su mano, y allí estaba escondido su poder. Delante de su rostro iba mortandad» (vs. 4 y 5). Luego habla de la división del Mar Rojo: «¿Te airaste, oh Jehová, contra los ríos? ¿Contra los ríos te airaste? ¿Fue tu ira contra el mar cuando montaste en tus caballos, y en tus carros de victoria?» (v. 8). Es importante reconocer el hecho que Faraón y sus huestes fueron realmente ahogados en el mar. La historia no es una alegoría de liberación sino un evento que realmente tuvo lugar y por medio del cual Dios desplegó su poder.
Siguen referencias al Monte Sinaí, a la división de las aguas del Jordán, y luego viene esa llamativa frase: «El sol y la luna se pararon en su lugar» (v. 11). Dios detuvo al sol para que los hijos de Israel pudieran triunfar. El Dios en quien creemos puede actuar y actúa, cuando le place. Habacuc medita en la grandeza y el poder de Dios, y el elemento sobrenatural del proceder de Dios con su pueblo. Si la sustancia de estos elementos no es verdadera, ¿dónde está nuestro consuelo? Los hechos son importantes porque revelan la grandeza, el poder y el elemento sobrenatural del proceder de Dios con su pueblo.
La tercera verdad es que el Dios con quien tenemos que tratar es un Dios que es fiel a su Palabra y que guarda sus promesas. «Se descubrió enteramente tu arco; los juramentos a las tribus fueron palabra segura. Hendiste la tierra con ríos» (v. 9). Al recordar los hechos y el poder de Dios, el profeta se asegura a sí mismo que, en estos eventos, Dios estaba cumpliendo los juramentos dados a Abraham, y repetidos a Isaac y Jacob. Dios había dicho que ellos eran su pueblo y que tenía ciertos propósitos para ellos y, a pesar de que estaban sometidos y parecía que iban a desaparecer en Egipto, él los sacó y los sustentó en todas sus aflicciones.
Ahora vemos la provisión divina para contrarrestar el temor que nosotros mismos no podemos controlar. Miramos hacia atrás y pensamos en Dios. Cuando el profeta hizo esto, comenzó a sentirse mejor. Olvidó su nerviosismo y al contemplar al Poderoso, Dios de los milagros, quedó tan lleno de asombro que comenzó a regocijarse. Entonces sintió que podría enfrentar cualquier situación, y que a pesar de todo se regocijaría en el Señor. Él sabía que tal Dios no lo olvidaría, y que tal Dios con toda certeza le daría la victoria.
La multiplicada provisión de Dios para su iglesia temerosa
Estos fueron los hechos que Habacuc recordó para su consuelo, pero hoy nosotros estamos en una posición más maravillosa que Habacuc. Podemos agregar a la historia, podemos suplementar los hechos aducidos por el profeta. Estamos en una posición desde la cual se puede ver como todo lo que Dios le reveló, se cumplió al pie de la letra. Es cierto que los caldeos fueron levantados; destruyeron a los israelitas y los llevaron cautivos a Babilonia. A su tiempo Dios vino sobre los caldeos, los destruyó y trajo al remanente de Israel de vuelta a Jerusalén. La ciudad fue restablecida y el templo reedificado.
Podemos ir más allá y meditar en los hechos de la poderosa salvación que Dios ha obrado en Cristo. Podemos regocijarnos especialmente en el hecho de la resurrección. Si alguna vez se presentó una situación realmente desesperada fue cuando el Hijo de Dios fue crucificado en un madero y sepultado en una tumba. Los discípulos estaban deprimidos pues todas sus esperanzas se habían desvanecido, pero Dios actuó en el milagro de la resurrección. Demostró que todavía seguía siendo Dios, y que con él nada era imposible. La resurrección de Jesucristo no es una idea, sino un hecho real de la historia. De lo contrario, no hay evangelio. No creemos meramente en la persistencia de una vida después de la tumba. No decimos meramente que Jesús todavía vive. Declaramos que él literalmente se levantó del sepulcro con su cuerpo. Todo depende de esta verdad.
Consideremos otros hechos. El liderazgo de los judíos persiguió a los cristianos cruelmente, aunque se les advirtió que si perseveraban en esa actitud, ellos mismos serían destruidos. Ya habían sido advertidos en el Antiguo Testamento, pero Juan el Bautista y Jesucristo, ambos volvieron a advertírselos. Al persistir en su odio maligno, Dios destruyó su ciudad en el año 70 d.C. El templo fue derribado y el pueblo fue dispersado entre las naciones, donde todavía permanece la mayoría. Jamás se deben olvidar estos hechos del año 70. Tampoco olvidemos lo que le ocurrió al Imperio Romano por perseguir a la Iglesia de Cristo y tratar de destruirla. En el libro de Apocalipsis y en otros lugares se había revelado claramente que les vendría un terrible desastre y que serían destruidos.
Ocurrió al pie de la letra como cualquiera lo puede leer en la historia del Imperio Romano. Estos eventos podrían ser complementados por muchos otros a través de los siglos. La historia de la Iglesia en la Edad Media, la historia de la Reforma Protestante y la persecución de los primeros protestantes ilustran el mismo principio. En las grandes historias de los Pactantes y de los Puritanos encontramos más referencias al mismo gran principio. Al releer estos hechos nosotros, al igual que Habacuc, podremos regocijarnos en el Señor a pesar de las circunstancias.
Por sobre todos estos eventos está el hecho más glorioso de todos, el de Jesucristo mismo. Tenemos los detalles de su vida terrenal en los evangelios para que tengamos consuelo en días de turbación. Por sobre todo, recordemos que el mismo Hijo de Dios ha pasado por este mundo. Él sabe todo acerca de la contradicción de pecadores, por haberlo sufrido él mismo. Aunque era el Hijo de Dios, supo lo que era estar cansado, abrumado, debilitado físicamente, y hasta transpirar gotas de sangre en agonía. Supo lo que fue enfrentar a todo el mundo y el poder de Satanás y del infierno amalgamados contra él. «No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (He 4.15). Sabe todo acerca de nuestra debilidad. La encarnación no es una mera idea, sino un hecho. «El Verbo fue hecho carne». En nuestra agonía y debilidad, siempre podemos acudir a él con confianza, sabiendo que él entiende, sabe y puede socorrernos. El Hijo de Dios se hizo hombre para que pudiese ser nuestro perfecto Sumo Sacerdote y para poder conducirnos a Dios.
Tomado y adaptado del libro Del temor a la fe, D. Martyn Lloyd-Jones, Editorial DCI - Hebrón.