EL HOGAR
Efesios 6:1-4
por Martyn Lloyd-Jones
Parte 2
UNA DISCIPLINA EQUILIBRADA
Efesios 6:1-4
Llegamos ahora al tema de cómo administrar la disciplina. El apóstol trata este tema particularmente en el cuarto versículo. No hay ninguna duda sobre la necesidad de la disciplina y que la misma necesariamente debe ser ejecutada. ¿Pero, cómo se hace esto? Es aquí donde se ha originado mucha confusión. Ya hemos reconocido que más allá de toda duda nuestros antepasados Victorianos fueron culpables del error en lo que respecta a este punto. Reconocemos que con frecuencia no ejercieron la disciplina en forma correcta y bíblica. También vemos que la situación actual es en gran medida una violenta reacción contra aquello. No es algo que justifique la condición de nuestros días pero, sin embargo, nos ayuda a entenderla. Ahora lo importante es no caer en el error de volver de la situación actual a aquel otro extremo que fue igualmente equivocado. Con tal que sigamos las Escrituras, tendremos un punto de vista equilibrado. La disciplina es esencial y debe ser aplicada; pero el apóstol nos exhorta a ser sumamente cuidadosos en la forma de ejercerla, porque corremos el peligro de causar más daño que bien si no lo hacemos de la manera correcta.
Por supuesto, en términos generales, en la actualidad no se necesita mucho de esta enseñanza, porque, según he estado indicando, el problema principal es que la gente ni siquiera cree en la disciplina. Por eso apenas es necesario decirles que no se equivoquen en la forma de abstenerse de la disciplina. Tenemos que exhortar al hombre moderno a reconocer la necesidad de la disciplina y la necesidad de ponerla en práctica. Sin embargo, es en el reino de la iglesia—y tal vez particularmente en el ámbito de los cristianos evangélicos, especialmente en los Estados Unidos—donde en forma creciente existe la necesidad expresada por el apóstol aquí en este cuarto versículo. Esa necesidad nace de la siguiente manera. El peligro siempre presente, consiste en reaccionar con demasiada violencia. Estamos equivocados cada vez que nuestra actitud es determinada por otra que consideramos errónea. Nuestro punto de vista nunca debe resultar de una reacción meramente negativa. Este principio no sólo se aplica al tema particular que estamos considerando, sino a muchas esferas y áreas de la vida. Con demasiada frecuencia permitimos que nuestra actitud sea gobernada y determinada por algo que es equivocado. Permítanme darles una ilustración actual de esta tendencia. En nuestros días, en ciertas partes del mundo, existen cristianos que reaccionan con tanta violencia hacia un tipo equivocado de fundamentalismo que prácticamente pierde la esencia de la doctrina cristiana. Es su fastidio ante algo que es equivocado lo que determina su posición. Eso siempre está mal. Nuestra posición siempre debe ser determinada positivamente por las Escrituras. No debemos limitarnos a ser reaccionarios. Y en cuanto a este tema particular de la disciplina en el hogar y de los hijos, existe un peligro muy presente de que buenos cristianos evangélicos, habiendo visto claramente que la actitud moderna es total y completamente equivocada, y decididos a no aceptarla, puedan ir al otro extremo y volver al concepto Victoriano. Por lo tanto, ellos son quienes necesitan la exhortación que encontramos en estos versículos de nuestra epístola.
El apóstol divide su enseñanza en dos secciones, la negativa y la positiva. Este problema, dice el apóstol no está confinado a los hijos; los padres también tienen que ser cuidadosos. Desde el punto de vista negativo él les dice: 'No provoquéis a ira a vuestros hijos'. Positivamente les dice: 'sino criadlos en la disciplina y amonestación del Señor'. Mientras recordemos estos dos aspectos, todo irá bien.
Comenzaremos con lo negativo, 'No provoquéis a ira a vuestros hijos'. Estas palabras también pueden ser traducidas de la siguiente manera: "No exasperen a sus hijos, no irriten a sus hijos, no provoquen en sus hijos una actitud de resentimiento". Al ejercer la disciplina siempre nos encontramos en forma muy real ante ese peligro. Y si incurrimos en esa culpa, el daño que estaremos haciendo será mayor que el bien. En tal caso no habremos tenido éxito en la aplicación de la disciplina a nuestros hijos, simplemente habremos producido en ellos una reacción tan violenta, tanta ira y resentimiento, que nuestro comportamiento casi habrá sido peor que si no hubiésemos ejercido ninguna disciplina. Pero como hemos visto, ambos extremos son del todo equivocados. En otras palabras, debemos ejercer esta disciplina de tal manera que no irritemos a nuestros hijos o provoquemos en ellos un resentimiento pecaminoso. Este es el equilibrio que se requiere de nosotros.
¿Cómo se logra esto? ¿Cómo pueden los padres ejercer esa clase de disciplina? Y no solamente los padres, sino también los maestros de escuela, o cualquier otra persona que está en posición de autoridad y control sobre aquellos que son menores que ellos mismos. Una vez más debemos volver al 5:18: 'No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu'. En todos casos, allí está el secreto. Cuando estudiábamos ese versículo vimos que la vida vivida en el Espíritu, la vida de una persona que está llena del Espíritu, se caracteriza por dos cosas principales: poder y control. Se trata de un poder disciplinado. Recuerden como Pablo lo expresa al escribir a Timoteo: "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (disciplina)" (2 Ti. 1:8). No se trata de un poder descontrolado, sino de un poder controlado por el amor y por una mente sana, ¡por disciplina! En todos los casos ésta es siempre la característica de la vida de una persona 'llena del Espíritu'.
En otras palabras, el cristiano es totalmente diferente al hombre que vive bajo la influencia del vino, al hombre que está embriagado de vino. En ese hombre siempre hay disolución, ese hombre siempre reacciona con violencia. Se puede irritar fácilmente a una persona ebria y provocarla a una reacción violenta. Esa persona carece de equilibrio, carece de juicio; cualquier trivialidad le ofende en gran manera y por otra parte, cualquier trivialidad es capaz de agradarle en demasía. En todos los casos e invariablemente es culpable de reaccionar excesivamente. Pero el cristiano, dice el apóstol, siempre manifiesta la antítesis de ese tipo de conducta.
¿Cómo entonces debo ejercer esta disciplina? 'No provoquéis a ira a vuestros hijos'. Ese debe ser el primer principio que gobierne nuestra actitud. En tanto no seamos capaces de ejercer autocontrol y disciplina sobre nuestro propio temperamento, seremos incapaces de ejercer auténtica disciplina sobre ellos. El problema de una persona que está 'embriagada de vino' es que no puede controlarse a sí misma; esa persona está siendo controlada por sus instintos y pasiones, por su naturaleza inferior. El alcohol pone fuera de operación los centros más elevados del cerebro incluyendo el sentido de control. El alcohol es una de esas drogas deprimentes que eliminan esa fina capacidad de discriminar las cosas del cerebro, ese centro altísimo, con el resultado de dar lugar a los elementos instintivos y elementales. Eso es lo que ocurre con la persona que se embriaga con vino resultando de allí la disolución y falta de control. Pero los cristianos deben estar llenos del Espíritu y las personas que están llenas del Espíritu siempre se caracterizan por su dominio sobre sí mismas. Cuando uno disciplina a un niño, debe haberse controlado primero a sí mismo. Si trata de disciplinar a su hijo estando lleno de cólera, con toda seguridad será mayor el daño que el bien que hará. ¿Qué derecho tiene de decir a su hijo que necesita disciplina cuando obviamente usted mismo la necesita? El autocontrol, el control del propio carácter, es un requisito esencial en el control que se ejerce sobre otras personas. Pero precisamente allí está el problema, ¿no es cierto? Lo vemos en las calles, lo vemos en todas partes. Vemos a los padres airados administrando castigo, muchas vece temblando de cólera. Carecen de autocontrol, y como resultado exasperan al niño. De manera entonces que el primer principio es que debemos comenzar con nosotros mismos. Debemos asegurarnos de estar totalmente controlados, de tener la mente fresca. No importa lo que haya ocurrido, sea cual fuere la provocación, nosotros no debemos reaccionar con la violencia de aquella persona que está ebria; siempre debe existir esta disciplina personal, este autocontrol que capacita a una persona a mirar objetivamente la situación y reaccionar ante ella en una forma controlada y equilibrada. ¡Qué importante es esto! Incluso las naciones deben aprender esta lección. Sus conferencias fracasan porque los hombres se comportan como niños o peor; no pueden controlarse a sí mismos y reaccionan violentamente. Esta forma 'ebria' de comportarse, estas reacciones violentas son causa de guerra. Esas reacciones son las causas principales de todas las crisis en la vida—en el matrimonio, en el hogar, en cada una de las esferas de la vida. Pero en ninguna parte tiene mayor importancia esta lección que en lo referido a la disciplina de nuestros hijos.
En cierto sentido el segundo principio surge del primero. Si un padre va a ejercer esta disciplina en forma correcta, nunca debe ser caprichoso. No hay nada más irritante para aquel que es sometido a la disciplina que la sensación de que la otra persona es caprichosa y carente de firmeza. No hay nada más irritante para un niño que un padre cuya conducta y cuyas acciones nunca pueden ser predichas, que son volubles, y cuya actitud siempre es incierta. No hay peores padres que aquellos que un día en tono muy amable, son indulgentes y permiten que el niño haga prácticamente lo que quiera, pero que al día siguiente estalla en un ataque si el niño hace algo que no tiene mucha importancia. Tal conducta vuelve imposible la vida del niño. Una actitud caprichosa de parte del padre nuevamente indica que está como 'ebrio con vino'. Las reacciones de una persona ebria son imposibles de predecir; no se puede decir si esa persona va a estar de buen talante o de mal carácter; esa persona no es gobernada por la razón, carece de control, carece de equilibrio. Esa clase de padre, vuelvo a decirlo, fracasa en el ejercicio de una disciplina positiva y correcta, y la condición del niño se vuelve imposible. El niño es irritado y provocado a la ira, y consecuentemente carece de respecto por semejante padre.
No me refiero solamente a reacciones temperamentales, sino también a la conducta. El padre que es inconsistente en su conducta realmente no puede ejercer la disciplina sobre su hijo. Un padre que un día hace algo y al día siguiente lo contrario, no es capaz de ejercer sana disciplina. Debe haber una consistencia no sólo en la reacción, sino también en la conducta y el comportamiento del padre; el padre debe tener una norma de vida, porque el hijo siempre está observando y mirando. Pero si ve que el padre es errático y que él mismo hace precisamente aquello que prohíbe al hijo, nuevamente no se puede esperar que ese hijo se beneficie de la disciplina administrada por su padre. Para que los padres ejerzan la disciplina, es preciso que no haya nada errático, caprichoso, incierto o cambiadizo en ellos.
Otro principio de suprema importancia es que los padres nunca deben ser carentes de razonamiento o indispuestos a escuchar el caso del hijo. No existe nada más irritante para aquel que es sometido a la disciplina que la sensación de que todo el procedimiento es totalmente irrazonable. En otras palabras, es un padre totalmente deficiente aquel que no considera ninguna circunstancia o que no escucha ninguna posible explicación. Algunos padres y algunas madres en su deseo de ejercer la disciplina, corren el peligro de volverse totalmente irrazonables y de esa manera ellos mismos se hacen culpa-les de error. El informe que han recibido acerca del hijo puede estar equivocado o bien pudo haber circunstancias peculiares que ellos ignoran; pero ni siquiera permiten que el hijo exponga su posición u ofrezca algún tipo de explicación. Por supuesto, uno comprende que el hijo puede aprovecharse de esto. Solamente quiero decir que nunca debemos ser irrazonables. Permita que el hijo ofrezca su explicación y si no es una explicación auténtica se puede castigarlo también por ella tanto como por el hecho particular que constituye la ofensa. Pero rehusarse a escuchar, prohibir cualquier tipo de respuesta es una actitud inexcusable.
Todos tenemos un claro concepto sobre este principio cuando vemos que el estado se comporta equivocadamente. No queremos un estado policial y estamos orgullosos del habeos corpus en este país, según el cual mantener a una persona en prisión sin llevarlo a juicio constituye un grave daño. Somos muy elocuentes en esto pero muchas veces en nuestros hogares es precisamente eso lo que hacemos. El niño no tiene la menor oportunidad de presentar su caso, en ningún momento se permite que prevalezca la razón en la situación, nos rehusamos a reconocer siquiera que existe una posible explicación a lo que hemos escuchado hasta el momento. Semejante conducta siempre es errónea; es una conducta que provoca la ira en nuestros hijos. Sin duda los exaspera e irrita y los lleva a un estado de rebelión y antagonismo.
Sin embargo, existe otro principio que debe ser tomado en consideración: El padre nunca debe ser egoísta. 'No provoquéis a ira a vuestros hijos'. A veces eso ocurre porque los padres son culpables de un innegable egoísmo. Mi denuncia va dirigida a aquellas personas que no reconocen que el hijo tiene su propia vida y su propia personalidad y que aparentemente piensan que los hijos son totalmente para sus propios placeres y para su propio uso. En el fondo su concepto de paternidad y de lo que ello significa es equivocado. Ellos no alcanzan a comprender que nosotros no somos sino guardianes y custodios de estas vidas que nos han sido dadas, que en realidad no los poseemos a ellos, que no nos 'pertenecen', que no son 'bienes' o efectos personales, y que no tenemos derechos absolutos sobre ellos. Sin embargo existen muchos padres que se comportan como si tuviesen tal derecho de propiedad; y en ese caso la personalidad del hijo no recibe reconocimiento alguno. No hay nada más deplorable o reprensible que un padre dominante. Me refiero al tipo de padre que impone su propia personalidad sobre el hijo y que siempre aplasta la personalidad del hijo; es el tipo de padre que lo demanda todo y que lo espera todo del hijo. Generalmente se conoce esta actitud como posesividad. Es una actitud por demás cruel y lamentablemente puede extenderse aun hasta la vida adulta del hijo.
Algunas de las mayores tragedias que he encontrado en mi experiencia pastoral se han debido precisamente a este motivo. Conozco a muchas personas cuyas vidas han sido totalmente arruinadas por padres egoístas, posesivos, dominantes. Conozco a muchos hombres y mujeres que nunca han contraído matrimonio por esta causa. Se les hizo sentir que eran poco menos que criminales por el solo hecho de pensar en dejar a papá y mamá; debían vivir sus vidas enteras para los padres. ¿Para qué otra cosa había venido al mundo sino para esto? No se les permitía tener una vida independiente, una vida propia, o desarrollar su propia personalidad; un padre o una madre dominante habían aplastado la vida e individualidad del hijo o de la hija. Eso no es disciplina; es tiranía del peor tipo, y una contradicción de las claras enseñanzas de la Escritura. Es algo totalmente inexcusable, y mientras aplasta la personalidad del niño éste incuba resentimiento. ¿De qué otra manera podría ser? Estemos completamente seguros de ser totalmente libres de tal actitud. 'No os embriaguéis con vino en lo cual hay disolución'. El ebrio no piensa sino en sí mismo, su única preocupación es la propia satisfacción. Si pensara en los demás nunca se embriagaría, porque sabe que al hacerlo les causa sufrimiento. La ebriedad es una manifestación de egoísmo, es una forma clara e innegable de ser indulgente consigo mismo. De ninguna manera debemos ser culpables de tal clase de espíritu, y particularmente no debemos serlo en esta relación por demás delicada de padres e hijos.
Con todo esto reitero que el castigo y la disciplina nunca deben ser administrados en forma mecánica. Hay gente que cree en la disciplina por amor a la disciplina misma. Esa no es la enseñanza bíblica sino la filosofía del sargento mayor. No hay nada que se pueda decir en favor de ello, ¡es una actitud carente de inteligencia! Eso es lo horrible de esta clase de disciplina. En el ejército y en otras fuerzas armadas la disciplina carece de inteligencia; es ejecutada por meros números, la personalidad no recibe consideración alguna. Allí tal vez pueda ser necesaria. Pero cuando llegamos al ámbito del hogar, es una actitud totalmente inexcusable. En otras palabras, para administrar la disciplina en forma correcta y auténtica, siempre debe existir una razón para hacerlo; no se la debe aplicar en forma mecánica. En todos los casos debe ser una conducta inteligente; siempre debe tener una razón de ser, y esa razón siempre debe ser totalmente aclarada. Nunca se la debe considerar en términos de oprimir un botón y esperar un resultado inevitable. Eso no es auténtica disciplina; eso ni siquiera es humano. Eso pertenece a reino de la mecánica. En cambio la verdadera disciplina siempre se basa en el entendimiento; la disciplina puede hablar por sí misma; siempre tiene una explicación que ofrecer.
Nótense que a lo largo de todo este estudio descubrimos la necesidad de trazar un equilibrio. Al criticar el concepto moderno que de ninguna manera reconoce la necesidad de disciplina, hemos notado que su punto de partida consiste en creer que lo único que hay que hacer es ofrecer explicaciones, hacer apelaciones y por resultado, todo saldrá bien. Hemos visto claramente que eso no es cierto, ni en teoría ni en práctica. Pero es igualmente erróneo lanzarse al otro extremo y decir: "Esto debe ser hecho por qué yo lo digo así. No hay lugar para preguntas y tampoco habrá explicaciones". Una disciplina cristiana equilibrada, nunca será mecánica; siempre es algo viviente, algo personal, siempre implicará el entendimiento, y sobre todas las cosas siempre será en gran manera inteligente. Esta clase de disciplina sabe lo que está haciendo y nunca se hace culpable de excesos. Siempre está en el control de sí misma, lejos de ser una especie de catarata cuyo torrente salta en forma incontrolada y violenta. En el corazón y centro de la disciplina correcta siempre existe este elemento de inteligencia y comprensión.
Esto nos lleva inevitablemente al sexto principio. La disciplina nunca debe ser demasiado severa. Aquí tal vez se encuentra el peligro que en la actualidad encaran muchos buenos padres al ver el completo desorden de sus hijos y justificadamente lamentan y condenan esa realidad. Corren el peligro de ser afectados tan profundamente por su repulsión que en consecuencia, irán a este otro extremo de ser demasiado severos. El término opuesto a la ausencia total de disciplina no es la crueldad, sino una disciplina equilibrada, una disciplina controlada. Un antiguo refrán nos suple aquí con la regla y ley fundamental sobre este asunto. El refrán dice que "el castigo debe ser conforme al crimen". En otras palabras, debemos cuidarnos de no administrar el castigo máximo por todas las ofensas, grandes o pequeñas. Esto es reiterar simplemente que no debe ser algo mecánico; porque si el castigo ejecutado es desproporcional a la trasgresión, al crimen, o lo que sea, pierde toda su posibilidad de hacer bien. En ese caso será inevitable que el castigado aliente un sentimiento de injusticia, una sensación de que el castigo es demasiado severo, desproporcionado a la trasgresión y que en consecuencia constituye un acto de violencia y no un sano castigo. Inevitablemente ello produce la 'ira' que menciona el apóstol. El hijo se irrita, y siente que se trata de algo irrazonable. Aunque tal vez esté preparado a admitir cierta medida de culpa, también está totalmente seguro de que el asunto no fue tan grave. Para expresarlo de otra manera, nunca debemos humillar a otra persona. Si al castigar o administrar disciplina o corrección somos culpables de humillar al hijo, demostramos evidentemente que somos nosotros mismos quienes necesitamos ser disciplinados. ¡Nunca humille a otros! Ejecute el castigo cuando es castigo lo que se requiere, pero que sea un castigo razonable basado en la comprensión. Sin embargo, no lo haga nunca de modo que el hijo se sienta pisoteado y totalmente humillado en su presencia y, lo que sería peor, en presencia de otros, con la violencia de aquella persona que está ebria; siempre debe existir esta disciplina personal, este autocontrol que capacita a una persona a mirar objetivamente la situación y reaccionar ante ella en una forma controlada v equilibrada. ¡Qué importante es esto! Incluso las naciones deben aprender esta lección. Sus conferencias fracasan porque los hombres se comportan como niños o peor; no pueden controlarse a sí mismos y reaccionan violentamente. Esta forma 'ebria' de comportarse, estas reacciones violentas son causa de guerra. Esas reacciones son las causas principales de todas las crisis en la vida—en el matrimonio, en el hogar, en cada una de las esferas de la vida. Pero en ninguna parte tiene mayor importancia esta lección que en lo referido a la disciplina de nuestros hijos.
En cierto sentido el segundo principio surge del primero. Si un padre va a ejercer esta disciplina en forma correcta, nunca debe ser caprichoso. No hay nada más irritante para aquel que es sometido a la disciplina que la sensación de que la otra persona es caprichosa y carente de firmeza. No hay nada más irritante para un niño que un padre cuya conducta y cuyas acciones nunca pueden ser predichas, que son volubles, y cuya actitud siempre es incierta. No hay peores padres que aquellos que un día en tono muy amable, son indulgentes y permiten que el niño haga prácticamente lo que quiera, pero que al día siguiente estalla en un ataque si el niño hace algo que no tiene mucha importancia. Tal conducta vuelve imposible la vida del niño. Una actitud caprichosa de parte del padre nuevamente indica que está como 'ebrio con vino'. Las reacciones de una persona ebria son imposibles de predecir; no se puede decir si esa persona va a estar de buen talante o de mal carácter; esa persona no es gobernada por la razón, carece de control, carece de equilibrio. Esa clase de padre, vuelvo a decirlo, fracasa en el ejercicio de una disciplina positiva y correcta, y la condición del niño se vuelve imposible. El niño es irritado y provocado a la ira, y consecuentemente carece de respecto por semejante padre.
No me refiero solamente a reacciones temperamentales, sino también a la conducta. El padre que es inconsistente en su conducta realmente no puede ejercer la disciplina sobre su hijo. Un padre que un día hace algo y al día siguiente lo contrario, no es capaz de ejercer sana disciplina. Debe haber una consistencia no sólo en la reacción, sino también en la conducta y el comportamiento del padre; el padre debe tener una norma de vida, porque el hijo siempre está observando y mirando. Pero si ve que el padre es errático y que él mismo hace precisamente aquello que prohíbe al hijo, nuevamente no se puede esperar que ese hijo se beneficie de la disciplina administrada por su padre. Para que los padres ejerzan la disciplina, es preciso que no hay nada errático, caprichoso, incierto o cambiadizo en ellos.
Otro principio de suprema importancia es que los padres nunca deben ser carentes de razonamiento o indispuestos a escuchar el caso del hijo. No existe nada más irritante para aquel que es sometido a la disciplina que la sensación de que todo el procedimiento es totalmente irrazonable. En otras palabras, es un padre totalmente deficiente aquel que no considera ninguna circunstancia o que no escucha ninguna posible explicación. Algunos padres y algunas madres en su deseo de ejercer la disciplina, corren el peligro de volverse totalmente irrazonables y de esa manera ellos mismos se hacen culpables de error. El informe que han recibido acerca del hijo puede estar equivocado o bien pudo haber circunstancias peculiares que ellos ignoran; pero ni siquiera permiten que el hijo exponga su posición u ofrezca algún tipo de explicación. Por supuesto, uno comprende que el hijo puede aprovecharse de esto. Solamente quiero decir que nunca debemos ser irrazonables. Permita que el hijo ofrezca su explicación y si no es una explicación auténtica se puede castigarlo también por ella tanto como por el hecho particular que constituye la ofensa. Pero rehusarse a escuchar, prohibir cualquier tipo de respuesta es una actitud inexcusable.
Todos tenemos un claro concepto sobre este principio cuando vemos que el estado se comporta equivocadamente. No queremos un estado policial y estamos orgullosos del habeos corpus en este país, según el cual mantener a una persona en prisión sin llevarlo a juicio constituye un grave daño. Somos muy elocuentes en esto pero muchas veces en nuestros hogares es precisamente eso lo que hacemos. El niño no tiene la menor oportunidad de presentar su caso, en ningún momento se permite que prevalezca la razón en la situación, nos rehusamos a reconocer siquiera que existe una posible explicación a lo que hemos escuchado hasta el momento. Semejante conducta siempre es errónea; es una conducta que provoca la ira en nuestros hijos. Sin duda los exaspera e irrita y los lleva a un estado de rebelión y antagonismo.
Sin embargo, existe otro principio que debe ser tomado en consideración: El padre nunca debe ser egoísta. 'No provoquéis a ira a vuestros hijos'. A veces eso ocurre porque los padres son culpables de un innegable egoísmo. Mi denuncia va dirigida a aquellas personas que no reconocen que el hijo tiene su propia vida y su propia personalidad y que aparentemente piensan que los hijos son totalmente para sus propios placeres y para su propio uso. En el fondo su concepto de paternidad y de lo que ello significa es equivocado. Ellos no alcanzan a comprender que nosotros no somos sino guardianes y custodios de estas vidas que nos han sido dadas, que en realidad no los poseemos a ellos, que no nos 'pertenecen', que no son 'bienes' o efectos personales, y que no tenemos derechos absolutos sobre ellos. Sin embargo existen muchos padres que se comportan como si tuviesen tal derecho de propiedad; y en ese caso la personalidad del hijo no recibe reconocimiento alguno. No hay nada más deplorable o reprensible que un padre dominante. Me refiero al tipo de padre que impone su propia personalidad sobre el hijo y que siempre aplasta la personalidad del hijo; es el tipo de padre que lo demanda todo y que lo espera todo del hijo. Generalmente se conoce esta actitud como posesividad. Es una actitud por demás cruel y lamentablemente puede extenderse aun hasta la vida adulta del hijo.
Algunas de las mayores tragedias que he encontrado en mi experiencia pastoral se han debido precisamente a este motivo. Conozco a muchas personas cuyas vidas han sido totalmente arruinadas por padres egoístas, posesivos, dominantes. Conozco a muchos hombres y mujeres que nunca han contraído matrimonio por esta causa. Se les hizo sentir que eran poco menos que criminales por el solo hecho de pensar en dejar a papá y mamá; debían vivir sus vidas enteras para los padres. ¿Para qué otra cosa había venido al mundo sino para esto? No se les permitía tener una vida independiente, una vida propia, o desarrollar su propia personalidad; un padre o una madre dominante habían aplastado la vida e individualidad del hijo o de la hija. Eso no es disciplina; es tiranía del peor tipo, y una contradicción de las claras enseñanzas de la Escritura. Es algo totalmente inexcusable, y mientras aplasta la personalidad del niño éste incuba resentimiento. ¿De qué otra manera podría ser? Estemos completamente seguros de ser totalmente libres de tal actitud. 'No os embriaguéis con vino en lo cual hay disolución'. El ebrio no piensa sino en sí mismo, su única preocupación es la propia satisfacción. Si pensara en los demás nunca se embriagaría, porque sabe que al hacerlo les causa sufrimiento. La ebriedad es una manifestación de egoísmo, es una forma clara e innegable de ser indulgente consigo mismo. De ninguna manera debemos ser culpables de tal clase de espíritu, y particularmente no debemos serlo en esta relación por demás delicada de padres e hijos.
Con todo esto reitero que el castigo y la disciplina nunca deben ser administrados en forma mecánica. Hay gente que cree en la disciplina por amor a la disciplina misma. Esa no es la enseñanza bíblica sino la filosofía del sargento mayor. No hay nada que se pueda decir en favor de ello, ¡es una actitud carente de inteligencia! Eso es lo horrible de esta clase de disciplina. En el ejército y en otras fuerzas armadas la disciplina carece de inteligencia; es ejecutada por meros números, la personalidad no recibe consideración alguna. Allí tal vez pueda ser necesaria. Pero cuando llegamos al ámbito del hogar, es una actitud totalmente inexcusable. En otras palabras, para administrar la disciplina en forma correcta y auténtica, siempre debe existir una razón para hacerlo; no se la debe aplicar en forma mecánica. En todos los casos debe ser una conducta inteligente; siempre debe tener una razón de ser, y esa razón siempre debe ser totalmente aclarada. Nunca se la debe considerar en términos de oprimir un botón y esperar un resultado inevitable. Eso no es auténtica disciplina; eso ni siquiera es humano. Eso pertenece al reino de la mecánica. En cambio la verdadera disciplina siempre se basa en el entendimiento; la disciplina puede hablar por sí misma; siempre tiene una explicación que ofrecer.
Nótense que a lo largo de todo este estudio descubrimos la necesidad de trazar un equilibrio. Al criticar el concepto moderno que de ninguna manera reconoce la necesidad de disciplina, hemos notado que su punto de partida consiste en creer que lo único que hay que hacer es ofrecer explicaciones, hacer apelaciones y por resultado, todo saldrá bien. Hemos visto claramente que eso no es cierto, ni en teoría ni en práctica. Pero es igualmente erróneo lanzarse al otro extremo y decir: "Esto debe ser hecho por qué yo lo digo así. No hay lugar para preguntas y tampoco habrá explicaciones". Una disciplina cristiana equilibrada, nunca será mecánica; siempre es algo viviente, algo personal, siempre implicará el entendimiento, y sobre todas las cosas siempre será en gran manera inteligente. Esta clase de disciplina sabe lo que está haciendo y nunca se hace culpable de excesos. Siempre está en el control de sí misma, lejos de ser una especie de catarata cuyo torrente salta en forma incontrolada y violenta. En el corazón y centro de la disciplina correcta siempre existe este elemento de inteligencia y comprensión.
Esto nos lleva inevitablemente al sexto principio. La disciplina nunca debe ser demasiado severa. Aquí tal vez se encuentra el peligro que en la actualidad encaran muchos buenos padres al ver el completo desorden de sus hijos y justificadamente lamentan y condenan esa realidad. Corren el peligro de ser afectados tan profundamente por su repulsión que en consecuencia, irán a este otro extremo de ser demasiado severos. El término opuesto a la ausencia total de disciplina no es la crueldad, sino una disciplina equilibrada, una disciplina controlada. Un antiguo refrán nos suple aquí con la regla y ley fundamental sobre este asunto. El refrán dice que "el castigo debe ser conforme al crimen". En otras palabras, debemos cuidarnos de no administrar el castigo máximo por todas las ofensas, grandes o pequeñas. Esto es reiterar simplemente que no debe ser algo mecánico; porque si el castigo ejecutado es desproporcional a la trasgresión, al crimen, o lo que sea, pierde toda su posibilidad de hacer bien. En ese caso será inevitable que el castigado aliente un sentimiento de injusticia, una sensación de que el castigo es demasiado severo, desproporcionado a la trasgresión y que en consecuencia constituye un acto de violencia y no un sano castigo. Inevitablemente ello produce la 'ira' que menciona el apóstol. El hijo se irrita, y siente que se trata de algo irrazonable. Aunque tal vez esté preparado a admitir cierta medida de culpa, también está totalmente seguro de que el asunto no fue tan grave. Para expresarlo de otra manera, nunca debemos humillar a otra persona. Si al castigar o administrar disciplina o corrección somos culpables de humillar al hijo, demostramos evidentemente que somos nosotros mismos quienes necesitamos ser disciplinados. ¡Nunca humille a otros! Ejecute el castigo cuando es castigo lo que se requiere, pero que sea un castigo razonable basado en la comprensión. Sin embargo, no lo haga nunca de modo que el hijo se sienta pisoteado y totalmente humillado en su presencia y, lo que sería peor, en presencia de otros.
Yo sé que todo esto puede resultar muy difícil; pero si somos 'llenos del Espíritu' tendremos un sano juicio en estos asuntos. En ese caso aprenderemos que nuestra administración de disciplina nunca debe ser una simple forma de desahogar nuestros propios sentimientos. En todos los casos eso está mal; además, nunca debemos permitir que al ejecutar el castigo seamos gobernados por un sentimiento de deleite; nunca debemos, según ya lo he subrayado, pisotear la personalidad y vida del individuo con quien estamos tratando. El Espíritu nos advierte que en este sentido debemos ser extremadamente cuidadosos. Tan pronto desconsideramos la personalidad e introducimos este concepto rígido, duro y áspero del castigo, nos hacemos culpables de la conducta contra la cual Pablo nos exhorta aquí. En tal caso estaremos provocando e irritando a nuestros hijos a ira y convirtiéndolos en rebeldes. Estaremos perdiendo su respeto y despertando en ellos la sensación de que somos difíciles de tratar; en ellos se enciende un sentimiento de injusticia y comienzan a tenernos por crueles. Esto no beneficia, ni a una parte ni a la otra, de modo que nunca debemos intentar la disciplina de esa manera.
Así pues llegamos a lo que en muchos sentidos es nuestro último aspecto negativo. Nunca debemos dejar de reconocer el crecimiento y desarrollo en el hijo. Este es otro defecto alarmante y propio a los padres pero que, gracias a Dios, ya no es tan frecuente como solía serlo. Sin embargo, todavía existen algunos padres que siguen considerando a los hijos por el resto de sus vidas, como si nunca hubiesen dejado de ser niños. Los hijos pueden tener veinticinco años, pero ellos aún los tratan como si tuviesen cinco. No reconocen que esta persona, este individuo, este hijo que Dios les ha dado en su gracia, está creciendo y desarrollándose para alcanzar la madurez. No reconocen que la personalidad del hijo está floreciendo, que su conocimiento está creciendo, que su experiencia se está ampliando, y que el niño se está desarrollando como ellos mismos un día se desarrollaron. En la etapa de la adolescencia esto es de particular importancia; en consecuencia, uno de los mayores problemas sociales de la actualidad es el manejo y tratamiento de los adolescentes. Ese es tanto el problema de la escuela dominical como el de las escuelas diurnas. Los maestros de la escuela dominical afirman que prácticamente no tienen dificultades hasta que los niños llegan a la adolescencia, pero luego existe la tendencia de perderlos. Los padres descubren lo mismo. Este período de la adolescencia tiene la fama de ser la edad más difícil que todos debemos atravesar y, en consecuencia, necesita de gracia y entendimiento especial; necesita del más delicado de los cuidados.
Como padres jamás debemos ser culpables de no reconocer este factor; pero además es preciso ajustamos a él. El hecho de que pueda dominar a su hijo, digamos hasta la edad de nueve o diez años, no debe impulsarle a decir: "Voy a seguir de esta manera, venga lo que viniere. Su voluntad debe someterse a la mía. No me importa lo que él pueda sentir o lo que entienda, es poco lo que los hijos entienden y, por lo tanto, he de seguir imponiendo mi voluntad a la suya". Pensar y actuar de esa manera significa que con toda seguridad estará provocando la ira de su hijo y de esa manera causándole gran daño. Causará daño psicológico a su hijo y quizás también físico, este tipo de comportamiento de parte de los padres produce prolíficamente esos efectos y resultados. Nunca debemos ser culpables de ello.
"¿Cómo evito todos estos males?" Una buena regla consiste en nunca forzar nuestros puntos de vista sobre nuestros hijos. Hasta cierta edad será correcto y sano enseñarles ciertas cosas e insistir en ellas, y si esto es hecho apropiadamente no causará dificultad alguna. A ellos incluso les gusta. Pero poco tiempo después ellos llegan a una edad cuando comienzan a oír otras voces e ideas de sus amigos, probablemente en la escuela u otros lugares de reunión. Entonces comienza a desatollarse una crisis. El instinto de los padres tiende, y con mucha razón, a proteger al hijo; sin embargo, puede hacerlo de tal manera que, repito, el daño causado sea mayor que el beneficio. Si da a su hijo la impresión de que debe creer estas cosas por el solo hecho de que usted las cree, y porque sus padres las creyeron, inevitablemente causará una reacción. Es contrario a las Escrituras. Y no solamente es contrario a las Escrituras, sino que exhibirá una lamentable falta de comprensión de la doctrina neotestamentaria de la regeneración.
En este punto surge un importante principio que no sólo se aplica a este aspecto sino, a muchas otras áreas de la vida. Constantemente tengo que decir a las personas que se han convertido en cristianas en tanto sus seres queridos no lo han hecho, a tener cuidado. Ellas sí han llegado a ver la verdad cristiana, pero no pueden entender por qué aquel otro miembro de la familia —esposo, esposa, padre, madre, o hijo—no puede hacerlo también. Toda su tendencia es de ser impacientes con ellos y forzarlos hacia la fe cristiana, a imponerles su creencia. De ninguna manera debe hacerse esto. Si la persona en cuestión no ha sido regenerada, él o ella no pueden ejercer la fe. Antes de poder creer debemos ser 'avivados'. Cuando uno está 'muerto en transgresiones y pecados' uno no puede creer; de manera que uno no puede imponer la fe sobre otros. Ellos no lo ven, ellos no lo entienden. "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1Co. 2:14). Es precisamente aquí donde muchos padres han caído en el error. Trataron de forzar a sus hijos adolescentes a aceptar la fe cristiana; trataron de imponerles sus puntos de vista, trataron de obligarlos a decir cosas que ellos en realidad no creían. Este método siempre es equivocado.
"¿Muy bien, qué se puede hacer entonces?", se me preguntará. Nuestra responsabilidad consiste en tratar de ganarlos, en tratar de mostrarles la excelencia y la razón de lo que somos y de lo que creemos. Debemos ser muy Pacientes con ellos y aceptar sus dificultades. Ellos tienen sus dificultades aunque a usted le parezcan nada. Sin embargo, para ellos son muy reales.
Todo el arte de ejercer disciplina consiste en reconocer constantemente a esa otra personalidad. Debe, por así decirlo, ponerse en su lugar y, con auténtica simpatía y amor y entendimiento, tratar de ayudarle. Si los hijos rehúsan y rechazan sus esfuerzos, no reaccione violentamente, sino déles la impresión de que lo lamenta profundamente, que está muy apenado por amor a ellos, y que tiene la impresión que ellos están perdiendo algo sumamente precioso. Al mismo tiempo tiene que hacer tantas concesiones como les sea posible. No debe ser duro o rígido, no debe rechazar todas las cosas automáticamente, sin ninguna razón, simplemente porque es el padre y este es su método y su manera. Al contrario, debe preocuparse por hacer toda concesión legitima que esté a su alcance, debe ir tan lejos como le sea posible en el asunto de las concesiones, y así demostrar que respeta a la personalidad y a la individualidad de su hijo. Eso en sí, y por sí solo siempre es bueno y correcto y siempre tendrá buenos resultados.
Permítanme resumir mi argumento. La disciplina siempre debe ser ejercida en amor, y si no puede ejercerla en amor ni siquiera trate de usarla. En ese caso debe tratar primero consigo mismo. El apóstol ya nos ha dicho, en un sentido más general, que debemos hablar la verdad en amor. Sin embargo, exactamente lo mismo se aplica acá. Hable la verdad, pero en amor. Es exactamente lo mismo con la disciplina; la disciplina siempre debe ser gobernada y controlada por el amor. 'No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu'. ¿Cuál es 'el fruto del Espíritu?' 'Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza'. Si como padres estamos 'llenos del Espíritu' y producimos este fruto, la disciplina no será problema en lo que a nosotros concierne. 'Amor, gozo, paz, paciencia'—siempre en amor, siempre por el bien del hijo. El objeto de la disciplina no es mantener su propia opinión, o decir, "yo he decidido que es así como esto debe ser, y por lo tanto debe ser así". No debe pensar primeramente en sí mismo sino en el hijo. El bien del hijo será el motivo que lo gobierne. Debe tener un concepto correcto de la paternidad y considerar a su hijo como una vida que le ha sido concedida por Dios. ¿Para qué? ¿Acaso será para adueñarse de él, para formarlo según su propio patrón, para imponer sobre él la personalidad suya? ¡De ninguna manera! El hijo ha sido colocado bajo su cuidado y responsabilidad para que, al final, su alma pueda llegar a conocer a Dios y al Señor Jesucristo. El hijo es una persona en sí, tal como lo es usted, dado y enviado por Dios a este mundo tal como ocurrió con usted. De manera que debe considerar a sus hijos principalmente como almas, y no como a animales que por casualidad están en su posesión, o como ciertos bienes que posee. Se trata de un alma que le ha sido encomendada por Dios y debe actuar como su guardián y custodio.
Finalmente, la disciplina siempre debe ser ejercida de tal manera que los hijos lleguen a respetar a sus padres. Ellos no siempre entenderán y probablemente a veces sentirán que no merecen el castigo. Pero, si nosotros estarnos 'llenos del Espíritu' el efecto de nuestra disciplina será que nos amen y respeten; y entonces llegará el día cuando nos agradecerán por haber actuado de esa manera. Aun en aquellos casos cuando quieran defenderse a sí mismos, habrá algo en su interior diciéndoles que nosotros tenemos razón. En el fondo tendrán respeto por nuestro carácter. Ellos observan nuestras vidas; ven la disciplina y el control que ejercemos sobre nosotros mismos, y verán que nuestra conducta no es resultado de caprichos, que no estemos desahogando simplemente nuestros propios sentimientos y así encontrando alivio. Siempre sabrán que nosotros los amamos, que nos preocupa su bienestar y su beneficio en este mundo pecaminoso y malo. En consecuencia nacerá este respecto subyacente, esta admiración y cariño, este amor.
'Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos'. ¡Qué cosa tan tremenda es la vida! Qué maravillosas son todas estas relaciones— ¡marido, mujer; padres, hijos! En el mundo que nos rodea vemos que la gente se apresura para entrar al matrimonio y también se apresura para salir de él. En cuanto a tener hijos, ¡no tienen idea alguna de lo que significa la paternidad! Para muchos los hijos no son sino una molestia, a veces mimados en exceso, y otras veces castigados severamente; con frecuencia se los deja solos en el hogar mientras los padres salen a 'divertirse'; ¡muchas veces son enviados a internados para que sus padres puedan tener su propia libertad! Qué poca consideración se tiene del hijo, de su sufrimiento, de la tensión que se impone a su naturaleza sensible. La tragedia de todo ello consiste en que las vidas de tales personas no son gobernadas por la enseñanza del Nuevo Testamento; no están 'llenas del Espíritu'; y no tratan a sus hijos como Dios en su infinito amor, bondad y compasión nos ha tratado a nosotros. ¡Qué sería de nosotros si Dios nos tratara como nosotros tratamos a nuestros hijos! ¡Oh, cuan paciente es Dios! ¡Oh, cuan grande la longanimidad de Dios! ¡Oh, cuan asombrosa la forma de sobrellevar nuestro comportamiento malo tal como lo hizo con aquellos hijos de Israel en la antigüedad! Para mí no existe nada más asombroso que la paciencia de Dios, su longanimidad hacia nosotros. Dirigiéndome a personas cristianas y a todos los que de alguna forma son responsables por disciplinar a los hijos y a la gente joven, digo: 'Haya pues en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús'. Y haya también en nosotros el mismo amor para que 'no provoquemos a nuestros hijos a ira' lo cual significaría tener que llevar todas las funestas consecuencias de nuestro fracaso.
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CRIAR HIJOS SEGÚN LA VOLUNTAD DE DIOS
Efesios 6:1-4
Hemos visto que la exhortación del apóstol a los padres tiene dos aspectos. Hay un lado negativo según el cual no debemos hacer nada que exaspere a nuestros hijos, nada que los irrite; no debemos provocarlos; y luego hay un lado positivo: 'Criadlos en disciplina y amonestación del Señor'. Así que ahora debemos prestar atención a este lado positivo del mandato del apóstol.
La forma misma en que el apóstol expresa su exhortación es interesante: 'criadlos', dice Pablo, lo cual no es sino otra forma de decir, 'educadlos, conducidlos a la madurez'. En otras palabras, lo primero que deben hacer es comprender su responsabilidad por los hijos. Como ya hemos subrayado, ellos no son nuestra propiedad, al fin de cuentas no nos pertenecen, sino que nos han sido dados temporalmente por Dios. ¿Con qué propósito? No para obtener lo que queramos de ellos, y simplemente usarlos para nuestro propio placer, o para gratificar nuestros propios deseos. No, nuestra responsabilidad es comprender que ellos deben ser 'criados', 'educados', 'sustentados', 'preparados' no sólo para vivir su vida en este mundo, sino esencialmente para establecer una correcta relación entre sus almas y Dios. Estos preceptos nos recuerdan la grandeza de la vida; y no existe nada más triste y trágico en el mundo actual que el fracaso de las multitudes de gente en lo que respecta a la comprensión de esta grandeza.
¡Qué cosa tan tremenda es el hecho de existir y vivir como individuos! Y si consideramos el reino del hogar y de la familia, esto se hace aun más maravilloso. ¡Qué concepto tan grande nos ofrece la enseñanza del apóstol respecto de la paternidad y su función! El nos dice que estos hijos nos han sido concedidos para que los criemos, y eduquemos, y entrenemos en la forma de vivir. Los periódicos nos recuerdan constantemente del cuidado y 1a atención que la gente da a la crianza de diferentes tipos de animales. No es nada fácil entrenar a un animal, sea que se trate de un caballo o de un perro o de algún otro animal. Es algo que demanda tiempo y atención. Se debe tener en cuenta la dieta, los ejercicios deben ser planificados, se debe proveer un lugar adecuado donde dormir; el animal debe ser protegido de diferentes peligros, y tantas otras cosas. La gente paga grandes sumas de dinero y dedica considerable tiempo y presta mucha atención a la crianza y educación de un animal para hacer de él el ganador del premio en una exhibición. Y a veces uno tiene la impresión de que se dedica muy poco tiempo y cuidado, muy poca atención y consideración a la crianza de los hijos. Ese es un motivo por el cual el mundo está en las condiciones en que está y porque en la actualidad nos vemos confrontados a graves problemas sociales. Si la gente tan sólo diera tanta consideración a la crianza de sus hijos como le da a la crianza de animales y al cultivo de flores, la situación sería bastante distinta. La gente lee libros y escucha conferencias sobre estos otros asuntos y quiere saber con exactitud qué debe hacer. ¿Pero, cuánto tiempo se dedica a la consideración de este gran tema de la crianza de los hijos? Esto es algo que se da por sentado, que se hace de cualquier manera, y las consecuencias son lamentablemente obvios.
Por eso, si vamos a cumplir con el mandato del apóstol, debemos detenernos por un momento y considerar qué debemos hacer. Con la llegada del hijo debemos decirnos a nosotros mismos, "nosotros somos los guardianes y custodios de esta alma". ¡Qué tremenda responsabilidad! En los negocios y en las diferentes profesiones los hombres son totalmente conscientes de la gran responsabilidad que cae sobre ellos en las decisiones que deben tomar. ¿Pero acaso son conscientes de la responsabilidad infinitamente superior que llevan respecto a sus propios hijos? ¿Acaso le dedican tanta consideración y atención y tiempo, por no mencionar otras cosas? ¿Acaso es éste un asunto que les pesa tanto como la responsabilidad que sienten en aquellos otros ámbitos de la vida? El apóstol nos ruega a considerar esto como el mayor negocio de la vida, el mayor de los asuntos que jamás habremos de manejar y cumplir.
El apóstol no se detiene allí: '... criadlos en la disciplina y amonestación del Señor'. Las dos palabras que utiliza son de gran interés. La diferencia entre ambas es que la primera, 'disciplina', es más general que la segunda. Implica la totalidad del acto de formar, criar, educar a un hijo. Por lo tanto incluye la disciplina en general. Y según lo señalan todas las autoridades, el énfasis está sobre las acciones. La segunda palabra, 'amonestación', hace más bien referencia a palabras que se dicen. 'Disciplina' es el término más bien general que incluye todo lo que hacemos por los hijos. Incluye en general todo el proceso de cultivar la mente y el espíritu, la moral y el comportamiento moral, toda la personalidad del niño. Esa es nuestra tarea. Se trata de velar por el niño, cuidarlo y guardarlo. Antes ya hemos visto este mismo término cuando considerábamos la relación de los maridos y sus esposas y donde se nos decía que el Señor mismo 'sustenta y cuida' a la iglesia. "Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia". Aquí se nos manda hacer lo mismo con nuestros hijos.
El significado de la palabra 'amonestación' es prácticamente el mismo excepto que pone mayor énfasis sobre las palabras dichas. De esta manera entonces hay dos aspectos en este asunto. En primer lugar debemos tratar con la conducta y comportamiento general, con las cosas que debemos hacer mediante nuestras acciones. Luego, además, hay ciertas amonestaciones que deben ser dirigidas al hijo, palabras de exhortación, palabras de aliento, palabras de reproche, palabras de culpa. El término de Pablo incluye a todas éstas, realmente incluye todo lo que decimos a los hijos mediante palabras, cada vez que estarnos definiendo posiciones e indicando lo que es recto y lo que es erróneo, cada vez que decimos palabras de aliento, exhortación y cosas por el estilo. Este es el significado de la palabra 'amonestación'.
Los hijos han de ser criados en 'disciplina y amonestación'—luego se añade lo más importante de todo—'del Señor'. 'En disciplina y amonestación del Señor'. Es en esto donde padres cristianos, entregados a sus deberes para con sus hijos, se encuentran en una categoría totalmente distinta a la de otros padres. En otras palabras, esta apelación dirigida a padres cristianos no simplemente les exhorta a criar a sus hijos en términos de moralidad general y buena conducta o de comportamiento recomendable en general. Eso, por supuesto, está incluido; es algo que todos deben hacer; también los padres no cristianos deben hacerlo. Ellos también deben estar preocupados por los buenos modales, el buen comportamiento en general, en evitar el mal; deben enseñar a sus hijos a ser honestos, responsables, respetuosos y todas estas cosas. Pero eso no es sino moralidad común y no cristianismo todavía. Incluso los escritores paganos, interesados en un buen ordenamiento de la sociedad, siempre han exhortado a sus compatriotas a enseñar estos principios. La sociedad no puede sobrevivir sin un mínimo de disciplina, ley y orden en cada nivel y en cada edad. Pero el apóstol no se refiere solamente a esto; afirma que los hijos de cristianos deben ser criados 'en disciplina y amonestación del Señor'.
Es aquí donde se introducen la enseñanza y el pensamiento peculiar y específicamente cristiano. Los padres cristianos siempre deben tener en mente, como suprema prioridad, que los hijos deben ser criados en el conocimiento del Señor Jesucristo como Salvador y Señor. Esa es la tarea peculiar a la que sólo los padres cristianos son llamados. No sólo es esta su tarea suprema, también debe ser su mayor deseo y ambición que esos hijos llegaran a conocer al Señor Jesucristo como Salvador y Señor. ¿Es esa la principal ambición para nuestros hijos? ¿Está esto en primer lugar? ¿Es lo más importante para nosotros que ellos lleguen a "conocer al Señor, lo cual significa alcanzar vida eterna"; que ellos puedan llegar a conocerle como su Salvador, que puedan seguirle como su Señor? ¡'En disciplina y amonestación del Señor!' Estos son entonces los términos utilizados por el apóstol.
Llegamos ahora a la sección práctica de cómo se hace esto. Aquí nuevamente estamos ante un asunto que requiere nuestra más urgente atención. La Biblia en si pone mucho énfasis en la educación de los hijos. Tómese por ejemplo, las palabras que se encuentran en Deuteronomio 6, Moisés ha llegado al final de su vida y los hijos de Israel están a punto de entrar a la tierra prometida. El les recuerda la ley de Dios y les dice cómo vivir una vez que hayan entrado a la tierra de su heredad. Y, entre otras cosas, tiene gran cuidado de decirles que deben enseñar la ley a sus hijos. No es suficiente con que ellos mismos la conozcan y la observen, además deben transmitirles sus conocimientos. Los niños deben ser enseñados en ella de modo de no olvidarla nunca. Por lo tanto repite dos veces el mandato en un mismo capítulo. Luego vuelve a ocurrir en el capítulo 11 de Deuteronomio y luego frecuentemente en diversas partes del Antiguo Testamento. Del mismo modo se lo encuentra en el Nuevo Testamento.
Es muy interesante observar que en la larga historia de la iglesia cristiana siempre vuelve a reaparecer este tema, recibiendo gran prominencia en cada una de las épocas de avivamiento y despertar. Los reformadores protestantes se preocuparon por este asunto. De modo que se asignó una gran importancia a la instrucción de los hijos en asuntos morales y espirituales. Los puritanos le dieron aun más prominencia, y los líderes del avivamiento evangélico de hace 200 años hicieron lo mismo. Se han escrito libros sobre este asunto y se han predicado muchos sermones.
Por supuesto, esto sucede porque cuando las personas se convierten al cristianismo la experiencia afecta todas sus vidas. No es sólo algo individual y personal, sino algo que afecta las relaciones matrimoniales y, en consecuencia, es mucho más reducido el número de divorcios entre personas cristianas que entre personas no cristianas. Afecta también a la vida familiar; afecta a los niños, afecta al hogar; afecta también a cada aspecto de la vida humana. Las mejores épocas en la historia de este país y de otros han sido aquellos años que siguieron inmediatamente a un despertar religioso, a un avivamiento de verdadera religión. El tono moral de toda una sociedad fue elevado; y aun aquellos que no se convirtieron en cristianos fueron influenciados y afectados por ello.
En otras palabras, no hay esperanza de tratar con los problemas morales de la sociedad excepto en términos del evangelio de Cristo. Nunca se establecerá auténtica justicia aparte de la verdadera fe en Dios; pero cuando la gente se vuelve a Dios, comienza a aplicar sus principios a la vida entera y entonces la justicia se ve en la nación entera. Pero desafortunadamente, por alguna razón, este aspecto del asunto ha sido lamentablemente descuidado durante el presente siglo. Es un hecho que debemos reconocer. Es una parte de la crisis que hemos estado considerando y que afecta a la vida, a la moralidad, al hogar, y a otros aspectos de la vida. Es una parte de la enloquecida carrera en la que todos vivimos y por la cual estamos afectados en tan gran manera. Por un motivo u otro, la familia no tiene la importancia que solía tener. Ya no es el centro ni la unidad que solía ser antes. En cierta manera todo el concepto de la vida familiar ha ido declinando; y, por cierto, se ve algo de ello en esferas cristianas. La importancia central de la familia, tal como se encuentra en la Biblia y en las grandes épocas a las que nos hemos referido, parece haber desaparecido. Ya no se le da la atención y la prominencia de antes. Por todo ello es tanto más importante para nosotros descubrir los principios que deben gobernarnos en este asunto.
En primer lugar, y sobre todo, la crianza de los hijos 'en disciplina y amonestación del Señor' es algo que debe ser hecho en el hogar y por los padres. Este es el énfasis a través de toda la Biblia. No es esto algo que pueda ser delegado a la escuela, por muy buena que ella sea. Esta es una tarea que corresponde a los padres, es su tarea principal y más importante. Esta es su responsabilidad y no deben delegarla a otros. Estoy subrayando este asunto, porque todos somos conscientes de lo que ha estado sucediendo en forma creciente durante el presente siglo. Más y más los padres han ido transfiriendo sus responsabilidades y sus deberes a las escuelas.
Considero esto como un asunto de la más grave importancia. No hay influencia más grande en la vida de un niño, que la del hogar. El hogar es la unidad fundamental de la sociedad y los hijos nacen en un hogar, en una familia. Es el círculo que ha de ser la principal influencia en sus vidas. No hay dudas al respecto. Esa es, en todas partes, la enseñanza de la Biblia. Y son en las así llamadas civilizaciones donde comienzan a deteriorarse los conceptos referidos al hogar, que la sociedad termina por desintegrarse. De modo que llega a ser una responsabilidad de los cristianos considerar y reconsiderar muy cuidadosamente todo el tema de las escuelas con internado. Los padres deben considerar si es correcto enviar a su hijo a algún tipo de vida institucional donde pasan la mitad del año lejos del hogar y de su influencia tan especial y peculiar. ¿Es esto algo que pueda ser reconciliado con la enseñanza bíblica? Esta es una cuestión de carácter urgente, porque ha llegado a ser más o menos la costumbre y práctica de prácticamente todos los cristianos evangélicos que están en condiciones de hacerlo.
La enseñanza de las Escrituras es que el bienestar del niño, el alma del niño, siempre debe ser la primera consideración; todos los demás asuntos de prestigio—por no usar otro término—y todos los motivos de ambición, deben decididamente desecharse. Todo aquello que milite contra el alma del niño y su conocimiento de Dios y del Señor Jesucristo debe ser rechazado. Invariablemente, la primera consideración debe ser el alma y su relación con Dios. No importa cuan buena sea la educación ofrecida por una escuela con internado, si milita contra el bienestar del alma debe ser desechada. La promoción de ese bienestar es el factor esencial en la 'disciplina y amonestación del Señor'; ello constituye el deber y la tarea principal de los padres.
Es completamente obvio que en el Antiguo Testamento el padre era una especie de sacerdote en su hogar y familia; representaba a Dios. Era responsable no solamente de la moral y el comportamiento sino también de la instrucción de sus hijos. En todas partes el énfasis de la Biblia es que esa es la tarea y el deber principal de los padres. Y así lo sigue siendo en la actualidad. Si realmente somos cristianos, debemos comprender que ese gran énfasis está basado en las instituciones fundamentales establecidas por Dios: matrimonio, familia y hogar. Con ellas no se puede jugar. Es en vano decir, como lo hace la mayoría de aquellos que envían a sus hijos a escuelas con internado: "Es algo que todos hacen, además provee un maravilloso sistema de educación". La pregunta suprema es ésta: ¿Es bíblico? ¿Es cristiano? ¿Es ésta realmente la forma de ministrar los intereses presentes y eternos del alma del niño?
Me atrevo a profetizar que la recuperación de la espiritualidad y moralidad en Gran Bretaña va a ocurrir conforme a este lineamiento. Una vez más los cristianos tendrán que pensar por sí mismos. Una vez más se requiere que seamos pioneros así como lo fue el pueblo de Dios en tiempos pasados; entonces los demás nos seguirán. Debemos considerar hasta qué punto el sistema de las escuelas con internos que mantiene a los hijos lejos del hogar, son responsables de la crisis moral de este país. No me limito a pensar en pecados particulares, sino en toda la actitud de los hijos hacia sus propios hogares. El hogar no debe ser un lugar donde los niños pasan los días de fiesta. Sin embargo, hay muchos niños para quienes el hogar no es sino un lugar donde pasar los días festivos, y sus padres, en vez de tratarlos como corresponde, tienden a ser indulgentes con ellos porque están solamente por unos pocos días en casa. En ese caso toda la idea de la disciplina y crianza del niño 'en disciplina y amonestación del Señor' se pierde de vista. Pero, se podrá objetar, existen muchas circunstancias especiales. Si las circunstancias especiales pueden ser comprobadas estoy de acuerdo. Pero si no existen, la regla debe ser el principio que he expuesto; en realidad hay muy pocas circunstancias especiales. La tarea principal del hogar y de los padres es totalmente clara.
¿Qué es lo que deben hacer los padres? Los padres deben complementar la enseñanza de la iglesia y deben aplicar la enseñanza de la iglesia. Es tan poco lo que se puede hacer mediante un sermón. El sermón debe ser aplicado, debe ser explicado, entendido y suplementado. Es allí donde los padres deben hacer su parte. Y si esto siempre fue importante y correcto, ¡cuánto más ahora que antes! Pregunto a los padres cristianos: ¿Alguna vez han considerado seriamente este asunto? La tarea que ustedes encaran es más grande que la tarea hecha por los padres hasta ahora, y esto por la siguiente razón. Consideren lo que se enseña a los hijos en la escuela. Se les enseña como un hecho la teoría e hipótesis de la evolución orgánica. El asunto no les es presentado como una mera teoría que no ha sido comprobada, sino les da la impresión de tratarse de un hecho absoluto y que todos los científicos y estudiosos lo creen. La impresión es que si no la aceptan se los considera como necios. Es una situación que debemos encarar. También se está enseñando la alta crítica de la Biblia con sus supuestos 'resultados seguros'. Conozco personalmente a maestros de escuela que están usando textos que fueron publicados treinta o cuarenta años atrás. Pocos de ellos conocen los cambios que han tenido lugar, aun entre los de la alta crítica. Se enseñan perversidades a los niños, tanto en las escuelas como en la radio y también en las pantallas de TV. Todo el énfasis es puesto en formas de pensar opuestas a Dios, a la Biblia, al verdadero cristianismo, a los milagros, a lo sobrenatural. ¿Quién va a contrarrestar estas tendencias? Esa es precisamente la responsabilidad de los padres. 'Criadlos en la disciplina y amonestación del Señor'. Puesto que las fuerzas contrarias a nosotros hoy día son muchas, se demanda un inmenso esfuerzo por parte de los padres. Hoy los padres cristianos tienen la tarea particularmente difícil de proteger a sus hijos contra estas fuerzas poderosas y adversas que tratan de introducirse en sus vidas.
¡Esta es pues la situación! Para ser práctico, quisiera, en segundo lugar, demostrar la forma en que esto no debe hacerse. Hay una forma de querer combatir esta situación que es totalmente desastrosa, y que causa más daño que beneficio. ¿Cuál es la forma incorrecta de hacerlo? Nunca debe hacerse en forma mecánica y abstracta, casi 'por números', como si se tratara de algún tipo de ejercicio que debe aprenderse de memoria. En este sentido recuerdo una experiencia propia, ocurrida aproximadamente hace diez años. Mientras predicaba en cierto lugar me hospedé en casa de unos amigos, y descubrí que la esposa y madre de la familia estaba en un estado de aguda aflicción. En la conversación descubrí la causa de su angustia. Esa misma semana cierta dama había estado allí dando conferencias sobre el tema "Cómo criar a todos sus hijos como buenos cristianos". ¡Aquello era maravilloso! Ella tenía cinco o seis hijos, y había organizado su hogar y su vida de tal manera de terminar todas las tareas domésticas a las nueve de la mañana. Luego se dedicaba a diversas actividades cristianas. Todos sus hijos eran buenos cristianos, y daba la impresión de ser todo tan fácil, tan maravilloso. La madre que estaba hablando conmigo y que tenía dos hijos estaba en un estado de verdadera aflicción, porque se sentía completa y totalmente fracasada. ¿Qué tenía por decirle yo? Le dije esto: "Un momento, ¿qué edad tienen los hijos de aquella dama?" Por casualidad yo conocía la respuesta y también la conocía la señora que hablaba conmigo. En aquel momento ninguno de los hijos tenía más que dieciséis años. Entonces proseguí, "Espere y vea. Esta dama dice que todos sus hijos son cristianos, y que solo se necesita un esquema que luego pueda ejecutar regularmente. Espere un poco; en unos pocos años la historia puede ser diferente". Y en efecto, la historia resultó ser muy diferente. Es dudable que más de uno de aquellos hijos sea cristiano. Varios de ellos son abiertamente contrarios a la fe cristiana, habiendo dado sus espaldas a todo esto. No era esa la forma de criar a los hijos como cristianos. No se trata de un proceso mecánico y en todo caso todo era demasiado frío y analítico. En otro lugar, tuve noticias de que aquella misma dama volvía a dar su conferencia. Pero en aquel auditorio hubo alguien con cierto entendimiento y discernimiento del asunto. Escuchando el discurso, dicha persona, una dama, hizo lo que considero un comentario muy adecuado. A la salida se dirigió a algunos amigos para decir: "¡Gracias a Dios que ella no fue mi madre!" Pareció un chiste, pero al mismo tiempo había algo trágico en ello. Lo que quiso decir con aquel comentario es que allí no había amor, no había calor de hogar. He aquí una mujer, orgullosa de sí misma; lo hacía todo 'por números', mecánicamente. ¡Qué maravillosa era como madre! Esta otra mujer detectó la falta de amor allí, la falta de auténtico entendimiento; no había nada allí que alentara el corazón de un niño. Un hijo no es una máquina; por lo tanto, esta tarea no se puede hacer mecánicamente.
Por otra parte, esta tarea tampoco debe hacerse en forma totalmente negativa o represiva. Si da a sus hijos la impresión de que el hecho de ser religioso es ser miserable y que la fe consiste de prohibiciones y constantes represiones, bien podrá estarlos impulsando a los brazos del diablo y al mundo. Nunca sea totalmente negativo o represivo. Esto es una tragedia que encuentro alrededor. La gente me habla al final de un culto y dice: "Hace veinte años que he entrado en un templo". Yo pregunto, "¿Cómo es posible?" Entonces me cuenta que había reaccionado contra la dureza y el carácter represivo de la religión en la cual fueron criados. No tenían ningún concepto del cristianismo. Lo que veían no era el cristianismo, sino una religión severa, hecha por el hombre, un falso puritanismo. Por cierto, todavía existen personas que solamente presentan una caricatura del verdadero puritanismo. Son personas que nunca han entendido su verdadera enseñanza. Personas que han visto el aspecto negativo pero nunca el positivo. Es algo que causa mucho daño.
En tercer lugar, al criar a nuestros hijos en la 'disciplina y amonestación del Señor' debemos hacerlo de tal manera de no convertirlos en pequeños mojigatos o hipócritas. También he visto muchos casos de esto. Me apena mucho, en realidad me repugna escuchar a niños utilizando frases piadosas que realmente no entienden. Pero sus padres están orgullosos de ellos y dicen: "Escúchelos, ¿acaso no es maravilloso cómo hablan?". Los hijos son demasiado jóvenes para entender esas cosas. Yo sé que a muchos niños les gusta jugar a la predicación. Ese comportamiento infantil puede ser excusable, pero cuando los padres comienzan a pensar que es maravilloso e impulsan a los niños a hacerlo ante la mirada asombrada de los adultos creo que en ese caso es poco menos que una blasfemia. Por cierto, es algo que daña a los niños. Es algo que los convierte en pequeños mojigatos, en pequeños hipócritas.
Mi última negativa referida a este punto es que nunca debemos forzar a un niño a tomar una decisión. Cuántos problemas y fracasos han surgido por esta causa. "¿No es acaso maravilloso?", dicen los padres, "mi pequeño fulano de tal, que todavía es un niño, tomó su decisión por Cristo". En la reunión se había ejercido cierta presión. Pero eso es algo que jamás debe hacerse; está violando la personalidad del niño. Además, por supuesto, está exhibiendo una profunda ignorancia en cuanto al camino de la salvación. Puede llevar a un niño a que decida cualquier cosa. Cuenta con el poder y la capacidad de hacerlo; sin embargo, es erróneo, es algo ajeno al cristianismo, no es espiritual. En otras palabras, nunca debemos ser demasiado directos en este asunto, especialmente con un niño; nunca debemos ser demasiado emocionantes. Si su hijo se siente molesto cuando le habla de los asuntos espirituales, o si está hablando al hijo de otra persona y se siente molesto, su método obviamente es equivocado. El hijo nunca debe sentirse molesto. Si se siente así, es porque usted es demasiado directo, o demasiado emocionante, o está ejerciendo cierta presión. No es esa la forma de hacer este trabajo.
En este sentido también he visto algunas tragedias. Recuerdo el caso particular de dos jóvenes que aún no habían cumplido los quince o dieciséis años. Los padres los estaban presionando constantemente. En uno de los casos los padres solían escribir acerca de sus hijos dando la impresión de que eran cristianos sobresalientes. Actualmente ambos jóvenes han repudiado completamente la fe cristiana de modo que la tienen por algo inútil. Los padres cristianos siempre deben recordar que están tratando con una vida, una personalidad, un alma. Mi consejo es: No utilizar presión para con sus hijos. No los fuerce a tomar una decisión. Conozco la ansiedad que sienten los padres. Es algo muy natural; pero si somos espirituales, si estamos 'llenos del Espíritu' nunca hemos de violar una personalidad, nunca hemos de ejercer una presión injusta sobre un niño. De manera que nuestra enseñanza nunca debe ser demasiado directa, o demasiado emocionante. Es algo que nunca debe hacerse de manera que los niños se sientan desleales hacia nosotros si no profesan la fe. Hacerlo será imperdonable.
¿Cuál es entonces la forma correcta? Permítanme darles algunas sugerencias. Tiempo atrás solía haber en las casas un pequeño cuadro en la pared con la siguiente oración: 'Cristo es la cabeza de este hogar'; en algunos hogares todavía lo veo. No estoy abogando por el uso de tales cuadros o textos; sin embargo, había algo positivo en la idea. En el Antiguo Testamento leemos que los hijos de Israel recibían instrucciones de 'escribirlas (las palabras del Señor) sobre los postes de las puertas'. El motivo es que somos criaturas muy olvidadizas. Movidos parcialmente por el mismo motivo, los primeros protestantes solían pintar los Diez Mandamientos en las paredes de sus templos. Pero, sea que use un cuadro o no, lo importante es siempre dar la impresión de que Cristo es la cabeza de la casa o del hogar.
¿Cómo se logra dar esa impresión? ¡Primeramente a través de su conducta y ejemplo general! Los padres siempre deben vivir de tal manera que los hijos tengan la sensación de que ellos están bajo Cristo, que Cristo es su cabeza. Es un hecho que debe ser obvio a través de su conducta y comportamiento. Sobre todas las cosas debe haber una atmósfera de amor. 'No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu'. Ese es nuestro texto dominante en todo esto como en cada una de las aplicaciones particulares. El fruto del Espíritu es amor, y si el hogar está lleno de una atmósfera de amor producido por el Espíritu, la mayoría de sus problemas estarán solucionados. Ese es el elemento que hace la obra, no es la presión directa ni las apelaciones, sino una atmósfera de amor.
¿Que más? ¡La conversación en general! En la mesa o donde quiera que se encuentran, es de suma importancia la conversación general. Quizás estemos escuchando las noticias en la radio y la conversación comience referida a ellas. Entonces se hace mención de los grandes asuntos—conflictos internacionales, política, problemas industriales, etc. Una parte de nuestra tarea de criar a los hijos en la disciplina y amonestación del Señor es lograr que aun esa conversación general siempre sea conducida en términos cristianos. Siempre debemos introducir el punto de vista cristiano. Los niños oirán a otras personas hablando sobre los mismos temas. Quizás al andar por el camino escuchen a dos hombres discutiendo sobre el mismo asunto que antes habían oído discutir en el hogar. Inmediatamente notarán una gran diferencia; en el hogar todo el enfoque fue diferente.
En otras partes, el punto de vista cristiano debe ser introducido a toda la vida. Ya sea que esté discutiendo asuntos internacionales o problemas locales, asuntos personales o asuntos de negocios—sea lo que fuere—todo tema debe ser considerado bajo este encabezamiento general del cristianismo. Este punto es de suprema importancia, porque al hacerlo así los niños inconscientemente se dan cuenta que las vidas de sus padres son gobernadas por un principio; su forma de pensar y todo lo demás referido a ellos es diferente a todo lo que ven y escuchan en el mundo incrédulo. Toda la atmósfera es diferente. De esa manera los hijos llegan a darse cuenta gradualmente y casi inconscientemente de que existe tal cosa como un punto de vista cristiano. Ese es el verdadero triunfo. Una vez que ellos son conscientes de tal hecho el problema se hace mucho más fácil.
El asunto que sigue es el de las respuestas que damos a sus preguntas. Allí el padre cristiano tiene una gran oportunidad. Yo sé que a veces es extremadamente difícil; pero al responder a sus preguntas, se le ofrece una ocasión especial. Me gusta la forma en que el asunto es introducido en Deuteronomio 6:20: "Mañana cuando te preguntare tu hijo, diciendo: ¿Qué significan los testimonios y estatutos y decretos que Jehová nuestro Dios os mandó? Entonces dirás a tu hijo: Nosotros éramos siervos de Faraón en Egipto, y Jehová nos sacó de Egipto con mano poderosa". En otras palabras, vendrá el día cuando los hijos hagan preguntas como estas: "¿Por qué hacen ustedes esto o aquello? El padre y la madre de mi amiguito hacen esto, ¿Por qué no lo hacen ustedes?" Allí ha recibido una oportunidad de criar a su hijo 'en la disciplina y amonestación del Señor'. Pero para aprovechar la oportunidad debemos saber la respuesta correcta y estar capacitados para darla. No puede 'dar razón de la esperanza que hay en usted', no puede criar a sus hijos en la disciplina y amonestación del Señor a menos que conozca su Biblia y su enseñanza. "¿Por qué no hacen ustedes esto, por qué no hacen aquello? Los padres de mis amigos pasan las noches en casas públicas; pero tú no lo haces. Ellos pasan las noches en clubes, pasan las noches bailando; pero tú no; ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia?" Cuando sea interrogado de esa manera, no aleje su niño ni diga: "Bien, como ves, nosotros somos completamente diferentes, y así es como nosotros preferimos hacerlo". No; en cambio querrá decir a su hijo: "Para comenzar, diremos que en el interior todos somos iguales; y no nos comportamos de esta forma diferente por ser naturalmente mejores que otros. No es esa la explicación. No es que yo tenga un temperamento y los otros padres tengan uno diferente. Todos nosotros somos 'nacidos en pecado', por naturaleza todos somos esclavos de diferentes cosas. Dentro de todos nosotros hay algo que está mal; hay un principio del mal en todos nosotros y ninguno conoce verdaderamente a Dios. Ahora bien, la diferencia es ésta, que Dios me ha hecho ver cuan equivocadas son ciertas cosas. Pero yo todavía sería como los padres de tus amigos si no fuera que crea y sepa que Dios ha enviado a su único Hijo, al Señor Jesús, de quien ya has oído, a este mundo para rescatarnos, y librarnos". De esa manera introduce el evangelio; pero uno mismo debe decidir cuánto va a introducir. Ello depende de la edad del niño. Pero conteste sus preguntas, hágale saber, hágale saber exactamente cuando él hace sus preguntas por qué vive como vive. No se lo debe imponer, no debe predicarle; pero si él hace sus preguntas, entonces dígaselo, explíqueselo con toda sencillez. A medida que va creciendo, profundice sus enseñanzas; pero esté siempre dispuesto a contestar sus preguntas. Conozca sus propios argumentos, entienda su evangelio, edifíquese a sí mismo, para que pueda enseñarlo a otros y transmitirlo. De esa manera será capaz de criar a sus hijos en la 'disciplina y amonestación del Señor'.
Luego puede guiar sus lecturas. Hágale leer buenas biografías. Las biografías le interesarán. Guíe sus lecturas en diferentes maneras; guíe sus mentes en dirección correcta, y hágales conocer la gloria de la fe cristiana puesta en acción.
¿Qué más? Cada vez que coman juntos tenga el cuidado de dar gracias a Dios por ello y de pedir su bendición sobre los alimentos. En la actualidad es raro que se haga esto, excepto en aquellos que son cristianos. Si sus hijos se acostumbran a oírle dando gracias a Dios, a hacer oraciones de gratitud, y a pedir una bendición, ello resultará de beneficio para sus vidas. Extiéndase aun más. Tenga lo que se llama un altar familiar. Esto significa que por lo menos una vez al día se reúne toda la familia alrededor de la Palabra de Dios. El padre como cabeza de la casa debe leer un pasaje de las Escrituras y elevar una sencilla oración. No es preciso que sea muy extenso, sino que haya este reconocimiento de Dios y esta gratitud hacia Dios por el Señor Jesucristo. Que los hijos escuchen regularmente la palabra de Dios. Si hacen preguntas al respecto, contéstelas. En la medida de su capacidad instrúyalos en la Palabra de Dios. Sea sabio, sea juicioso. No haga de ello algo insípido, algo odioso o aburrido. Conviértalo en algo que ellos esperen, algo que ellos quieran y en lo cual se deleiten.
En otras palabras, para resumirlo todo, lo que debemos hacer es que el cristianismo sea atractivo. Debemos dar la impresión a nuestros niños de que lo más maravilloso del mundo es el cristianismo; y que no hay nada en la vida comparable al hecho de ser cristianos. Debemos crear en el interior de ellos el deseo de ser como nosotros. Ellos nos ven a nosotros y ven el gozo que encontramos en esta fe, y la forma en que nos maravillamos y asombramos ante ella. Ellos deben decirse a sí mismos, "quisiera tener la edad de ellos para poder disfrutarlo como obviamente ellos lo disfrutan". Nuestro método nunca debe ser mecánico, legal o represivo. Nuestro testimonio nunca debe ser forzado, sino que en todo lo que somos, hacemos y decimos ellos deben ver que 'somos esclavos de Jesucristo', que Dios en su gracia nos ha abierto los ojos y nos ha despertado a lo más glorioso que existe en el mundo, y que nuestro mayor deseo para ellos es que puedan tener el mismo conocimiento y el mismo gozo, y que también tengan ellos el mayor de los privilegios de este mundo, cual es el de servir al Señor y vivir para la alabanza de la gloria de su gracia. Sea cual fuere su trabajo, sea hombre de negocios o profesional o trabajador manual o predicador, haga todas las cosas para la gloria de Dios, y de esa manera estará criando a sus hijos 'en la disciplina y amonestación del Señor'.
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