Cómo orar en medio de la crisis 

por D. Martyn Lloyd-Jones


El carácter de la verdadera oración
Habacuc expresa en forma de oración la revelación que Dios le dio. No obstante, esta oración es al mismo tiempo una maravillosa pieza de poesía titulada: «Oración del profeta Habacuc, sobre Sigionot». Fue una oración acompañada de música, ni triste ni alegre, sino expresiva de una profunda emoción. No hay duda de que el profeta fue movido hasta las fibras más profundas de su ser con emociones conflictivas, pero predominaron aquellas de triunfo y victoria.


Todo el capítulo es un registro de la oración del profeta. La oración es más que una simple petición, e incluye alabanza, agradecimiento, reminiscencia y adoración. El recuento de la historia tal como lo hace el profeta es, con frecuencia, una parte esencial de la oración. Las grandes oraciones de la Biblia, son aquellas que los hombres han efectuado, recordándole a Dios lo que él ha hecho en el pasado. Basaron sus peticiones sobre esos hechos, de manera que todo este capítulo constituye una gran oración.



El segundo verso de este capítulo es un modelo de lo que debe ser la actitud de un cristiano en un tiempo de crisis o adversidad. Hoy nos enfrentamos a una situación mundial que bien puede conducir a los creyentes de mente espiritual a pensar en este libro de Habacuc. Nuestro problema vuelve a ser: ¿Por qué no interviene Dios? ¿Por qué permite Dios estas cosas? ¿Por qué es que los impíos tienen tanto éxito? ¿Por qué no desciende Dios para avivar a su Iglesia? Ante estas situaciones nuestra actitud debe ser la misma del profeta. ¿Lo es en verdad? ¿Lo fue durante los oscuros días de guerra? Hay ciertos peligros sutiles que siempre amenazan al creyente de la misma manera que lo hicieron con el profeta Habacuc. El diablo como «un ángel de luz», procura sacar ventaja de cualquier perplejidad nuestra, y nos hace mirar a lo que no corresponde y torcer de esta manera, nuestra actitud hacia Dios. Aquí tenemos delante nuestro la actitud que debe caracterizar al cristiano en un tiempo de adversidad y de prueba.


Elementos esenciales en la oración verdadera


Humillación


En primer lugar notamos cómo el profeta se humilló a sí mismo, o sea, su actitud de humillación. «Oh, Jehová, he oído tu palabra, y temí. Oh, Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer». Ya no es la actitud de alguien que alterca con Dios o de quien lo cuestiona acerca de lo que permitió que ocurriera como puede apreciarse en los primeros capítulos. Ni siquiera protesta por lo que Dios le ha dicho. De la perplejidad intelectual ha progresado a una convicción espiritual. Tampoco apela a Dios para que invierta su propósito de juicio. Menos aún existe un pedido para que Dios detenga su mano del juicio y perdone a Israel. Sí, observamos en el profeta un reconocimiento de que la decisión de Dios para con su pueblo, es perfecta; que Dios es absolutamente justo y que el castigo para Israel está bien merecido; todo esto refleja una completa sumisión a la voluntad de Dios (1). No hay ningún esfuerzo por defender a Israel o a sí mismo, sino una franca confesión de pecado y un reconocimiento de la justicia, santidad y rectitud de Dios. Como Daniel dice: «Nuestra es la confusión de rostro». No queda un solo vestigio de justicia propia, sino un completo reconocimiento de pecado y total sumisión al juicio de Dios que se avecina sobre la nación.


¿Cómo llegó Habacuc a esta posición? Al parecer, ocurrió cuando dejó de pensar en su propia nación, o en los caldeos, y contempló sólo la santidad y la justicia de Dios contra el oscuro fondo del pecado en el mundo. Nuestros problemas con frecuencia se pueden rastrear en nuestra insistencia en mirar al problema inmediato según nuestra propia óptica, en lugar de observarlo a la luz de Dios. Mientras Habacuc estaba mirando a Israel y a los caldeos, estuvo turbado. Ahora los ha dejado de lado y sus ojos se han fijado en Dios. Ha vuelto a la esfera espiritual de la verdad, de la santidad de Dios, del pecado en el hombre y el mundo, de manera que puede ver los eventos en una perspectiva completamente nueva. Ahora se ocupa de la gloria de Dios y no de otra cosa. Tuvo que olvidar que los caldeos eran peores pecadores que los judíos, y reconocer que Dios los iba a utilizar a pesar de plantear un problema tan complejo. Esa actitud le había hecho olvidar el pecado de su propia nación, por eso se concentró en los pecados de otros, los cuales aparentaban ser más graves. Mientras permanecía en esta actitud, quedó en la perplejidad, descontento en su mente y corazón. Sin embargo, el profeta fue levantado completamente de ese estado para ver la maravillosa visión de Dios en su santo templo, y la humanidad pecaminosa y todo el universo debajo de él. Al ver los hechos de esta manera, la distinción entre israelitas y caldeos se tornó en algo sin importancia. Ya no era posible considerar la exaltación ya sea como nación o como individuo. Cuando las circunstancias se observan desde un punto de vista espiritual, sólo puede haber un reconocimiento de que «todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios» y que «el mundo entero está bajo el maligno» (Ro 3.23; 1 Jn 5.17). La santidad de Dios y el pecado del hombre son lo único que cuenta.


Aquí está la clave de la situación actual. ¿Vemos nuestra necesidad de humillarnos? ¿Vemos esta necesidad como miembros de la Iglesia? ¿La vemos como ciudadanos de nuestra nación? Nos enfrentamos con una situación mundial, sin saber qué es lo que va a ocurrir. ¿Habrá otra guerra? Si nuestra actitud todavía es: ¿por qué Dios permite esto?, ¿qué hemos hecho para merecer todo esto?, quedará al descubierto que aún no hemos aprendido la lección que aprendió Habacuc. No nos hemos humillado lo suficiente. Hemos pasado por alto que las dos grandes guerras mundiales fueron consecuencia inevitable de la impiedad de los últimos cien años, y todo por la arrogancia y el orgullo del hombre. ¿Ha reconocido la Iglesia que su condición actual y mucho de su sufrimiento se debe al castigo de Dios por la infidelidad y apostasía en que la misma Iglesia ha caído? Por mucho tiempo la propia Iglesia ha negado lo sobrenatural y milagroso, y ha puesto en duda la deidad de Dios y exaltado a la filosofía por encima de la revelación. ¿Tiene la Iglesia derecho a protestar si es que ahora está pasando por tiempos difíciles?, ¿se ha humillado en polvo y en ceniza?, ¿ha reconocido y confesado su pecado?, ¿tiene acaso el mundo derecho a protestar? A pesar de los juicios de Dios sobre nosotros, ¿ha habido humillación?, ¿existe un espíritu de arrepentimiento? Si lo hay, ¿dónde está?


No es bíblico ni tampoco espiritual mirar sólo a lo que es evidentemente impío. Cristianos y aun sus líderes tienden a dar la impresión de que el único problema es la posmodernidad. Han caído en el error en que Habacuc estuvo atrapado por un tiempo. Con frecuencia oímos decir: La Iglesia cristiana no es perfecta, pero la cultura posmoderna es peor, o: La Iglesia no es todo lo que debería ser, pero ¡miren tal o cual posición! Por tanto, no vemos la verdadera necesidad de la humillación. Muchos solo ven un problema —los caldeos o la cultura posmoderna— y mientras permanecen mirando ese problema no sienten ninguna necesidad de humillarse. La lección que aprendió el profeta Habacuc fue que el problema no tenía que ver con el nacionalismo o el antagonismo entre naciones. Se trataba de la santidad de Dios y el pecado. No nos queda más que humillarnos delante de Dios. Nada podría ser tan desastroso, o tan antibíblico como que la Iglesia considere que su primer deber es combatir al comunismo y, menos aún, el ser conducido a tal campaña por la iglesia romana. No hay tal cosa como la unión de la Iglesia y el Estado. Estos problemas no deben ser considerados políticamente, sino espiritualmente. Nuestra principal preocupación deber estar en la santidad de Dios y el pecado del hombre; ya sea en la Iglesia, en el Estado o en el mundo. A pesar de todo lo que se pueda decir de lo que se oponga a Cristo, lo primero que debemos preguntar es: ¿Qué de mí mismo? El hecho de que haya otros peores que yo, ¿significa que yo estoy bien? ¡Daniel y Habacuc no lo vieron así! Todos nosotros, al igual que Habacuc, debemos confesarle a Dios: ¡Hemos pecado contra ti y no tenemos derecho alguno de rogar en tu presencia que mitigues la sentencia! Se requiere con urgencia tal auto-humillación.


Adoración


Existe un segundo elemento en la oración y es el de la adoración. «Oh Jehová, he oído tu palabra y temí». Temor no significa en este caso que Habacuc sintiera temor por las situaciones que habían de venir, según la revelación que Dios le dio. No se trataba del temor por el sufrimiento que había de venir. La expresión sugiere más bien estar embargado por el asombro en la presencia de un Dios tan grande; la de una profunda adoración y respeto por Dios y sus caminos. Dios le había hablado acerca de su plan histórico. Por eso, el profeta, meditando sobre el hecho de que Dios está en su santo templo y todo el mundo a sus pies, quedó maravillado y asombrado. Cuando reconoció la santidad y el poder de Dios, dijo: «Temí». La actitud de «temor reverente» de la que se habla en Hebreos 5.7, es una actitud que no vemos entre cristianos, ni siquiera entre evangélicos. Existe un exceso de liviana familiaridad con el Dios Altísimo. Gracias a él, podemos entrar en su presencia confiadamente por medio de la sangre de Jesucristo. Sin embargo, esto jamás debería reducir nuestra reverencia y temor piadoso. El antiguo pueblo de Dios, en particular los más espirituales, vivían tan conscientes de la santidad y grandeza de Dios que aún temblaban al invocar su nombre. La santidad y el poder de Dios les hacía temblar y quedaban prácticamente estupefactos. Debemos acercarnos al Señor «agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor» (He 12.28,29).


Esto es esencial para un buen entendimiento de los tiempos en que vivimos. Debemos aprender a ver a Dios en su santo templo, por encima del flujo de la historia y de las cambiantes escenas del tiempo. En la presencia del Señor lo más sobresaliente es la naturaleza santa de Dios y nuestro propio pecado. Nos humillamos y con reverencia le adoramos.


Petición


Finalmente llegamos al aspecto de la petición. El apóstol Pablo dice: «Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego». La verdadera oración siempre incluye estos tres elementos: humillación, adoración y petición. ¿Cuál es la petición en el caso de Habacuc? No es liberación o alivio, ni tampoco que Dios tenga misericordia de su pueblo, ni que impida la guerra con los caldeos. No pide que se evite el sufrimiento, el saqueo de Jerusalén y la destrucción del templo. No efectuó tal petición porque había comprendido que estos eventos eran inevitables y estaban bien merecidos. No le pide a Dios que cambie su plan. La única carga que pesa sobre el profeta ahora es su preocupación por la causa, la obra, y el propósito de Dios en su propia nación y en el mundo entero. Su único deseo es que las cosas estén bien hechas. Había llegado al punto en que, en efecto, podía decir: ¡Lo que yo y mis compatriotas tengamos que sufrir, no importa, con tal de que tu obra sea avivada y mantenida en pureza! Su gran ruego es que Dios avive su obra en medio de los tiempos. «Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos hazla conocer». La expresión «en medio de los tiempos», o «en medio de los años» (2) se refiere a esos eventos terribles y que estaban profetizados para ser cumplidos en esos tiempos. Una paráfrasis adecuada podría ser: «En medio de los tiempos de sufrimiento y calamidad que tú has predicho, aun en medio de ellos, oh Señor, aviva tu obra.» Esta es una oración sumamente apropiada para la Iglesia en el día de hoy. Si nos preocupamos más por el riesgo que significa afrontar otra guerra mundial que por la pureza y bienestar espiritual de la Iglesia, esto representa una seria reflexión sobre nuestro cristianismo. ¿Qué es lo que principalmente nos preocupa como creyentes? ¿Son los eventos del mundo que nos rodea? ¿O es el nombre y la gloria de nuestro Dios Todopoderoso, la salud y condición espiritual de su Iglesia, la prosperidad y el futuro de su causa entre los hombres? Para Habacuc solo había una preocupación. A pesar de saber lo que iba a ocurrir rogó por un avivamiento de la causa de Dios en Israel.


La palabra hebrea utilizada para «aviva», tiene el significado básico de «preservar» o «mantener vivo». El gran temor de Habacuc era que el pueblo de Dios fuera completamente destruido, de manera que oró pidiendo: Preserva, oh Dios, mantén en vida, no permitas que sea abatido. Además, avivar no sólo significa mantener en vida o preservar sino también purificar, corregir, y eliminar lo malo. Esta es siempre una acción esencial en la obra de avivamiento que Dios hace. En cada una de las historias de avivamiento leemos que Dios ha purificado, eliminando el pecado, la escoria y las demás cosas que frenaban su causa.


Hay otro factor importante y es que mientras la Iglesia es preservada, purificada y corregida, está siendo preparada para la liberación. El profeta observa la calamidad que se aproxima y dice: «Oh Señor, mientras somos castigados, prepáranos para la liberación que ha de venir. Haz que todo tu pueblo sea digno de la bendición que has de derramar.» Parece decir: Recuerda tu obra, y haz que sea lo que siempre quisiste que sea; que la Iglesia funcione como debe funcionar. Esta oración, al igual que la de Daniel, fue respondida en forma concluyente cuando estaban en cautividad en Babilonia, en manos de los caldeos. Dios contestó el pedido de un avivamiento por medio del castigo, y precisamente durante el tiempo en que el castigo se ejecutaba.


La apelación final de Habacuc es conmovedora. «En la ira, acuérdate de la misericordia». Matthew Henry señala en su comentario que Habacuc no pide a Dios: «Oh, Señor, comprendo que este castigo era necesario, pero recuerda que hemos procurado ser buenos, y que han habido peores períodos en nuestra historia.» No le pide a Dios que los recuerde por algún mérito, sino que ruega para que en medio de su ira se acuerde de la misericordia. «Ira» significa la perfecta justicia y rectitud de Dios. Todo lo que hace es recordarle a Dios su propia naturaleza y de ese otro aspecto de su divina persona, que es la misericordia. Pareciera decir: «Mitiga la ira con misericordia. No podemos pedir más que tú actúes como eres, y que en medio de la ira, tengas misericordia de nosotros.»


Aquí tenemos una oración modelo para el tiempo en que nos toca vivir. En los días de oración nacional durante la segunda guerra mundial, parecía predominar el criterio que nosotros estábamos bien. Además, creíamos que todo lo que debíamos hacer era pedir que Dios derrotara a nuestros enemigos, quienes eran los únicos que estaban mal (3). No se dio lugar a una verdadera humillación ni a la confesión de pecado, ni lamento por nuestra pecaminosidad y separación de Dios. El mensaje del libro de Habacuc es que nos humillemos en verdad, olvidando a los demás y aquellos que son peores que nosotros. Debemos vernos tal como somos en la presencia del Señor y confesar nuestros pecados y encomendarnos en sus manos todopoderosas. Hasta que no hagamos todo eso, no tenemos derecho a disfrutar de la paz y la felicidad.


Mientras el mundo no aprenda estas tremendas lecciones de la Palabra de Dios, no hay esperanza para él. Habrá guerras y más guerras. Que Dios nos dé la gracia para aceptar este mensaje de la Biblia y aprender a ver las situaciones no desde el punto de vista político, sino del espiritual.


Este principio tiene aplicación personal. Debemos enfrentar nuestra situación personal de la misma manera, preguntándonos: ¿Hay algo en mi vida que está mereciendo el castigo de Dios? Examinémonos y humillémonos bajo la poderosa mano de Dios y preocupémonos principalmente por el estado de nuestras almas. El problema es que siempre miramos a la situación y al problema, en lugar de procurar descubrir si hay algo en nuestra vida que conduce a Dios a proceder de esta manera. En el momento en que yo me preocupo realmente del estado de mi corazón, en lugar de mi aflicción, estoy ya transitando por la avenida de la bendición de Dios. La epístola a los Hebreos declara que la disciplina es una prueba de que somos hijos de Dios. «El Señor al que ama disciplina» (He 12.6). Si no sabemos lo que significa la disciplina, deberíamos alarmarnos pues si somos hijos de Dios, él se interesa por nosotros y se ha propuesto llevarnos a la perfección. Si no escuchamos su voz, buscará otra forma para llevarnos al fin propuesto. «El Señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo». Cuando las circunstancias son aparentemente adversas no debemos analizar la situación y formular preguntas, sino mirarnos a nosotros mismos y preguntar: ¿Cómo está mi corazón? ¿Qué me está diciendo el Señor por medio de esto? ¿Qué es lo que hay en mí que merece esta acción por parte de Dios? Después de examinarnos y humillarnos deberíamos colocarnos en las manos de Dios y decir: Tu camino y no el mío, Señor, no importa cuán duro sea. Mi única preocupación es que mi corazón esté bien contigo. Sólo pido que en la ira recuerdes la misericordia, pero sobre todo, continúa con tu obra para que mi alma sea avivada y que sea agradable a tus ojos.


Esa fue la actitud de Habacuc. Fue la actitud de todos los verdaderos profetas de Dios. Es siempre la actitud de la Iglesia en todo tiempo de despertar espiritualmente y experimentar un avivamiento. Es la única actitud correcta, bíblica y espiritual para la Iglesia y para cada creyente en lo individual en esta hora presente. Deberíamos pensar menos en la amenaza de cualquier situación que ponga en peligro a la Iglesia. Deberíamos preocuparnos más por su salud y su pureza, y por sobre todo esto, mostrar preocupación por la santidad de Dios y dolor por el pecado humano.


Tomado y adaptado del libro Del temor a la fe, D. Martyn Lloyd-Jones, Desarrollo Cristiano Internacional-Hebrón.


Notas del autor:

1. Compárese con la oración de Daniel, en Daniel capítulo 9.

2. Compárese la Biblia de Jerusalén que traduce: «En medio de los años» y comenta: «es decir, en nuestro tiempo».

3. Nota del traductor: El autor, siendo de nacionalidad británica, habla en primera persona plural, refiriéndose a sus connacionales.


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