IMPRESIONES PASAJERAS
por R.M. McCheyne
“¿Qué haré a ti, Efraím? ¿Qué haré a ti, oh Judá?.La piedad vuestra es como la nube de la mañana y como el rocío que de madrugada vienes” (Oseas 6:4).
Con estas palabras Dios manifiesta que no sabe qué hacer con Israel, porque las impresiones que recibe su pueblo le son bien poco duraderas, son impresiones que pronto se desvanecen. Dios dice (v. 5) que por eso les había cortado, que los había herido con la espada por medio de sus profetas, que los había matado por medio de la palabra de su boca, y que todos los juicios, al cumplirse sobre ellos, son como la luz que sale, o sea van a ser bien claros y manifiestos, tan evidentes como la luz. Hubo ocasiones cuando Dios les envió severos mensajes para despertarles hablándoles de la ira que vendría; más adelante dice que les envió mensajes de amor y gracia perdonadora, tan radiantes como los claros rayos del sol. Y la impresión que los mensajes produjeron fue bien ligera; la nube de la congoja empezaba a formarse sobre su cabeza, la escarcha de la pesadumbre parecía afectar sus rostros, pero pronto se desvanecía. Lo mismo está ocurriendo con las personas no convertidas de esta congregación, las cuales finalmente perecerán. Dios ha enviado a sus corazones mensajes que las despertasen, las ha lacerado por medio de sus profetas y las ha muerto con las palabras de su boca. También les ha hecho llevar mensajes de aliento y de esperanza; los juicios de la palabra de Dios han sido tan claros y significativos cómo la misma "luz que sale". Entonces los no convertidos piensan, consideran en todo ello y son impresionados por breves momentos, pero pronto toda impresión se desvanece. "¿Qué haré a ti, Ephraím ?"
I. CONSIDEREMOS EL HECHO DE CÓMO LAS IMPRESIONES SE DESVANECEN EN EL HOMBRE NATURAL.
1. EL hecho probado por las mismas Escrituras.
Abundan ejemplos de ello en la Biblia.
Primero: la mujer de Lot. Ella fue bastante despertada. Los rostros ansiosos de los dos varones angélicos y sus terribles palabras y manos misericordiosas hicieron una profunda impresión en ella. La ansiedad de su marido, también, y sus exhortaciones a sus yernos penetraron en su corazón. Así huyó con pasos veloces, pero cuando brilló la mañana del nuevo día, sus inquietos pensamientos empezaron a destruir y borrar aquellas impresiones. Miró atrás y se convirtió en una estatua de sal.
Segundo: Israel en el mar Rojo. Cuando el pueblo fue conducido a salvo a través de lo profundo de la mar en seco y vio a sus enemigos engullidos tras sí, elevó un cántico de alabanza a Dios. Los corazones de los israelitas quedaron muy impresionados por tan magnífica liberación. Su cántico era: "El Señor es mi fortaleza y mi canción y hame sido por salud". Cantaron su alabanza, pero pronto echaron en olvido sus obras. Tres días después murmuraron contra Dios en Mara por causa de haber hallado aguas amargas.
Tercero: en una ocasión un joven acudió a Jesús corriendo, y postrándose le dijo: "Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la vida eterna?" Un rayo de convicción de su necesidad iluminó su conciencia y hénoslo ahora aquí, arrodillado a los pies de Cristo, pero, por lo que sabemos, nunca más volvió a arrodillarse ante É1. "Fuese entristecido". Lo bueno que había en él, sus buenos deseos e intenciones, eran como una nube matutina que a los primeros rayos solares desaparece.
Cuarto: Pablo estuvo una vez predicando a Félix, el gobernador romano, y como Pablo disertase "de la justicia y de la continencia y del juicio venidero", Félix se espantó. La predicación del evangelio sacudió al orgulloso gobernador haciéndole tambalear en su trono, pero ¿salvó su alma? ¡Ah, no!"Ahora vete dijo, mas en teniendo ocasión te llamaré".Aquella impresión, fruto de las serias amonestaciones de Pablo, fruto de aquel mensaje, era solamente come nube de estío.
Quinto: en otra ocasión posterior a la citada, Pablo predicó delante del rey Agripa y su hermosa mujer Berenice, con todos sus capitanes y principales hombres de la ciudad. La palabra de Pablo turbó el corazón del rey, las lágrimas casi asomaron a sus ojos reales y por un momento pensó abandonarlo todo por Cristo. "Por poco me persuades a ser cristiano", exclamó. Pero, ¡ah, que su buen intento era como una ligera nubecilla y como el fino rocío matinal! En todas estas ocasiones las nubes empezaron a formarse, por unos momentos el rocío humedeció sus ojos, pero pronto se enjuagó y quedaron secos como antes.
2. La experiencia también pruebes el mismo hecho.
La mayoría de las personas experimentan un tiempo de despertamiento al recibir el impacto del evangelio. Si las impresiones en el corazón natural fuesen permanentes, la mayoría serían salvos, pero el fruto bien sabemos cuán diferente es. En pocos se produce el fruto apetecido. Quizá no me equivocaré mucho si digo que es posible que en esta congregación no llegue a diez el número de personas que oyendo este evangelio no han sentido ningún. interés por su alma, que puede contarse con los dedos de las manos el número de personas en quienes este evangelio no haya hecho ningún impacto y, sin embargo, me temo que puede contarse por centenares quienes, a pesar de todo, se perderán.
Primero: ¡cuántos han sentido en su juventud un tiempo de inquietud cuando les exhortaba su madre creyente, o su fiel padre les enseñaba, o le adoctrinaba un fiel instructor de la escuela dominical! ¡A cuántos ha hecho profundas impresiones la enseñanza bíblica! pero han pasado rápidamente como "la nube de la mañana y como el rocío que de madrugada viene".
Segundo: ¡cuantísimos que han sido religiosos en los períodos de sus primeros pasos en el cumplimiento de sus preceptos, cuando iban a participar por primera vez de la cena del Señor, o en su primera comunión (según el pala en que habiten), cuando conversaron con su ministro y director espiritual y oyeron sus preguntas penetrantes y sus fieles amonestaciones y avisos, cuando sintieron el toque de su mano sobre sus hombros o sus cabezas, cuando tuvo lugar todo ello, temblaron y quedaron como embargados; las lágrimas hicieron su aparición y volvieron a sus hogares con un espíritu de oración. Sin embargo, ¡cuán pronto pasó y se borró la impresión! E1 mundo sus placeres y cuidados envolvió sus mentes y todo vino a ser como la nube y el rocío matutinos.
Tercero: una primera enfermedad de carácter grave. ¡Cuántos, cuando yacieron en el lecho de la enfermedad y se vieron al borde de la muerte, temblaron al darse cuenta de cuán poco preparados estaban para enfrentarse con la muerte! Al momento hicieron la firme resolución de cambiar de conducta. "Si el Señor me libra pensaron evitaré las malas compañías, oraré y leeré la Biblia, y cumpliré con mis deberes religiosos, tan descuidados hasta ahora". Pero, tan pronto sanaron, las mejores resoluciones fueron echadas en saco roto y nada quedó de ello como nada queda de la nube y del rocío tempranos.
Cuarto: la primera muerte en la familia. ¡Qué profunda impresión produce en un corazón sensible! E1 círculo amable y familiar se rompe y queda incompleto para siempre. Entonces empieza a orar y a volverse a Aquel que les hirió, a él y a los suyos. Quizás arrodillados ante el cuerpo inerte, hacen votos de no volver a pecar ni seguir viviendo en la vanidad de sus sentidos y concupiscencias. Q también puede ser que, en el trayecto del fúnebre cortejo, en tanto gruesas lágrimas se deslizan por sus ojos, prometen enterrar todas sus locuras y pecados en memoria del ser perdido y amado. Sin embargo, pronto se produce el cambio; se enjugan las lágrimas y la oración se olvida. E1 mundo vuelve a ocupar su lugar y vuelve a reinar como si nada hubiese ocurrido, como si no se hubiese hecho ninguna decisión. Todos los buenos intentos se asemejan a la nubecilla de la mañana.
Quinto: cuando se produce este despertamiento en las almas, muchos reciben impresiones profundas. Algunos incluso se alarman al ver alarmados a otros que no son peores que ellos. Algunos han sido removidos íntimamente en lo más profundo de sus sentimientos. Muchos otros se sienten impulsados a desear ser convertidos y a llorar y a orar. Jonathán Edwards menciona que era difícil, cuando en su tiempo hubo un gran avivamiento, encontrar un individuo en toda la ciudad que fuese indiferente. Existía dice una gran sensación de la presencia de Dios en todo lugar. Así pasa aquí y, en cambio, una vez transcurrido el tiempo, ¡cuán fácilmente se sumergen en la misma indiferencia de antes! Su impresión ha sido bien poco duradera.
Queridos amigos, vosotros sois testigos de cuanto digo. No sé, pero creo que, y no me equivoco mucho en cuanto os estoy declarando la inmensa mayoría de vosotros habéis experimentado el remordimiento por vuestra conducta en un tiempo o en otro y sólo Dios y vuestras conciencias saben cuán superficiales y ligeras os han resultado estas impresiones; su acción bien pronto ha desaparecido. Del mismo modo que las nubes de la mañana se deshacen a su contacto con la superficie de las montañas y el rocío se seca dejando al descubierto nuevamente la inmóvil e inanimada roca, así se pasan vuestras impresiones y queda sólo vuestro corazón duro e insensible. Tal sucede con aquellos que se perderán. E1 camino del infierno está pavimentado de buenas intenciones y el infierno está lleno de personas que en algunas o en muchas ocasiones lloraron y oraron por sus almas. "¡Oh Efraím! ¿qué haré a ti?"
3. Mostremos ahora los pasos que dan estas impresiones tan poco duraderas. Cuando el hombre natural es guiado a tomar interés en todo lo concerniente a su alma, empieza a hacer un uso muy diligente de los medios de la gracia.
Primeramente ora. Cuando el temor del infierno pesa sobre su conciencia, empieza a tener cierta vida de oración y a menudo experimenta tiernas y dulces sensaciones en la oración. En tanto permanecen estas impresiones, se mantiene constante en sus obligaciones. Pero ¿invocará siempre el nombre del Señor? Cuando cesa este interés, su oración cesa gradualmente también. No de golpe, pero sí por grados, abandona su vida de oración secreta. Algunas veces ha tenido una compañía que le ha molestado y le ha estorbado para orar, otras veces se ha dormido y así poco a poco ha abandonado totalmente la oración. "¡Oh Efraím! ¿Qué haré a ti?"
En segundo lugar oye la Palabra de Dios. Cuando un hombre es despertado, acude a escuchar la predicación de la Palabra de Dios. Sabe que Dios bendice especialmente por medio de la predicación de la palabra, porque a Él la place salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Y se convierte en un asiduo oyente; se mantiene pendiente escuchando las palabras del ministro; su atención es vivísima al escuchar la palabra. Si tiene lugar algún culto especial entre semana, acude presuroso, aun a costa de tener que darle cabida en medio de dificultades propias de sus ocupaciones. Pero cuando su interés empieza a decaer, nota que los servicios entre semana le molestan, después ya le estorban también los cultos del domingo; entonces quizá busca otro ministro menos ferviente, en cuyos cultos él pueda echar en olvido la muerte y el juicio. ¡ Ah, éste ha sido el camino que muchos han seguido de los miles que han pasado por aquí! "¿Qué haré a ti, oh Efraím?"
En tercer lugar, oyendo el consejo de sus pastores.
Cuando las almas sienten la inquietud del remordimiento, a menudo buscan el consejo de los ministros de Cristo. "Andando y llorando buscarán a Jehová, su Dios. Preguntarán por el camino de Sión" (Jeremías, 50:45). Acuden a los llamados atalayas, y les dicen: "¿ Habéis visto a aquel a quien ama mi alma?" Ésta es una de las obligaciones del pastor, porque "los labios de los sacerdotes han de guardar la sabiduría, y de su boca buscarán la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos" (Malaquías, 2:7). Pero cuando el interés se pasa no tarda en desaparecer totalmente esta actitud. Muchos hay que vinieron un tiempo, los cuales nunca más volverán. "¡ Oh, Efraím.!"
En último lugar, evitando el pecado. Cuando un hombre siente la convicción de su pecado, trata de evitarlo siempre, huye de él con todo su poder. Entonces reforma su vida, su alma es limpiada, barrida, adornada. Pero cuando su interés declina, sus pasiones reviven y vuelve, cual puerco lavado, a su vómito, y como la puerca que ha sido lavada se revuelca nuevamente en el cieno. Si hubiese alguna cosa capaz de salvar en las impresiones que se producen en el hombre natural, él se tornaría más santo, pero, por el contrario, se vuelve aún peor. Siete demonios entraron en aquel hombre, cuyo final fue mucho peor que el principio. "¿Qué haré a ti, oh Efraím?"
II. POR QUÉ DESAPARECEN LAS IMPRESIONES EN EL HOMBRE NATURAL
1. Ellos nunca se han visto abocados a sentirse verdaderamente perdidos. Las heridas del hombre natural son generalmente muy superficiales. Hay ocasiones en que vislumbran un ligero resplandor de terror que los alarma. A menudo sienten algún gran pecado cometido como lo que les hace abrigar ciertos temores. En otras ocasiones es solamente un sentimiento de solidaridad con otros, que huyen de la ira, lo que les lleva a escapar a ellos también, pero sólo por simpatía o por una sensación ligera de compañerismo. A menudo dicen: "Yo soy un gran pecador; m e temo que no hay misericordia para mí". Pero no experimentan su propia incapacidad, su boca no se cerrará, ni cubrirán su labios como el leproso. Piensan que con un poco de oración, o de pena, o arrepentimiento, o enmienda, tendrán suficiente. "Solamente se requiere piensan que cambie de conducta". No llegan a comprender que todo cuanto hagan no es nada, que no tiene valor alguno para justificarles. Si comprendiesen su situación terriblemente desesperada y la absoluta necesidad de que otro les aplique sus méritos y justicia, nunca más hallarían reposo en el mundo, no volverían a él, habrían de buscar desesperadamente su salvación verdadera v no descansarían hasta que hallasen el verdadero descanso que da Cristo.
2. Fallos nunca han visto la belleza y atractivo que tiene Cristo.. Un rayo de terror puede llevar a un hombre a caer sobre sus rodillas, pero no le llevará a Cristo.¡Ah, no! ha de ser el amor lo que impulse a las almas a Cristo. E1 hombre natural, aun en una condición de interés no encuentra belleza ni atractivo en Cristo. No se siente movido a contemplar al que traspasó con sus transgresiones y llorar sobre ÉL Cuando el hombre obtiene una visión de la suprema excelencia y dulzura de Cristo, cuando descubre el abundante perdón, paz y santidad que Él ofrece, nunca vuelve atrás. Podrá hallarse en penas y tinieblas, pero abandonará la ciudad de destrucción en que se halla para buscar a aquel a quien su alma ama. El corazón que ha tenido una visión de Cristo queda constreñido por su amor, nunca más hallará descanso, ni llenará su vacío con otra cosa que no sea ÉL.
3. EL hombre natural nunca ha tenido un corazón que odie el pecado. Las impresiones del hombre natural son generalmente producidas por el terror. Comprende el peligro del pecado, pero no su inmundicia. Se da cuenta de que Dios es justo y verdadero, que la ley debe ser satisfecha; vislumbra también la ira de Dios que ha de venir. Ve que hay un infierno por causa de sus pecados, pero no ve que sus pecados, ellos mismos, son el infierno. Y por esto sigue, sin embargo, amando el pecado; no ha cambiado de naturaleza. E1 Espíritu de Dios no habita en ellos y por esto las impresiones de la Palabra de Dios son tan endebles, son como palabras escritas sobre la arena, que pronto la leve brisa borra. Quienes son conducidos a Cristo son llevados a comprender también lo vil e infame del pecado. No son impulsados a exclamar: "He aquí, soy imperfecto e injusto", sino:"Ay de mí, que soy un vil y miserable". Tan pronto como el pecado aparece tan repugnante en su seno, acuden, escapan prestamente a refugiarse en la cruz de Cristo.
4. EL hombre natural no cuenta con ninguna promesa de que sus impresiones le sean perdurables. Quienes están en Cristo tienen dulces promesas. "Pondré mi temor en el corazón de ellos" (Jeremías 32:40). "Estando confiado en esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6). Pero el hombre natural no tiene interés en estas promesas y así, en el tiempo de la tentación, sus ansiedades e inquietudes fácilmente se esfuman y desaparecen.
III. LO GRAVE DE SU SITUACIÓN
1. Dios se lamenta, se conduele de quienes se hallan en tal estado: "¡Oh Efraím !". Debe de ser una situación realmente desgraciada cuando Dios se aflige por ella. Cuando Cristo lloró sobre Jerusalén, mostró que su caso era un caso desesperado, porque aquel ojo inundado por las lágrimas tenía una visión clara de su futuro. Y de acuerdo con aquella visión breves años después, aquella ciudad, amada y reverenciada, se veía convertida en un montón de ruinas. Multitudes de aquellos que vivieron en su tiempo se hallaban ya acontecido el desastre de Jerusalén en el infierno y sus hijos que habían quedado vivos andaban vagabundos. Cuando Cristo contemplaba y observaba a los fariseos quede rodeaban, se lamentaba y los censuraba por la dureza de sus corazones conociendo que eran un caso desesperado; no se lamentaba porque sí. Del mismo modo vosotros hoy podéis conocer de esa queja de Dios:"¡Oh Efraím!" que el caso del hombre natural, no realmente regenerado, es un caso desesperado y grave de verdad.
2. Dios no dispone de ningún otro medio para despertarle. Dios habla de una manera que expresa su incapacidad para encontrar otra forma de actuar con el hombre para salvarlo: "¿Qué, qué haré?" Dios está como diciendo: "Decidme, sugeridme qué puedo hacer", mostrándonos así que no tiene ningún otro sacrificio por el pecado. Vosotros habéis oído todas las verdades que podían conduciros al despertamiento, se os han enseñado todas las verdades persuasivas y alentadoras que encierra su Palabra. Habéis estado al pie del Sinaí, y del Getsemaní y del Gólgota y ahora os pregunta: "¿qué más puedo haceros?" Todas estas verdades se os han ido imprimiendo en vuestros corazones por su divina providencia cuando habéis pasado por aflicciones, o por el lecho de muerte, y también en épocas en que se ha producido algún gran despertamiento en otros que os rodean. Habéis pasado también por algún período cuando era para vosotros diez veces más a propósito el tiempo para vuestra verdadera conversión que quizá lo es ahora, y en cambio os habéis hundido más profundamente en vuestra triste condición. ¡Ah, que la siega ya ha pasado, el verano ya ha transcurrido y vosotros no habéis sido salvos! Dios no dispone, amigos, de más saetas en su aljaba, no cuenta con nuevos argumentos, no tiene otro infierno, ni tampoco otro Cristo.
3. El hombre natural no puede esperar nada bueno de sus impresiones ya pasadas. Cuando la nube se desvanece a su contacto con la montaña y se deshace el rocío de sobre la peña, la montaña continúa siendo tan grande como grande era antes y la roca sigue siendo igual de dura que antes. Pero amigos, cuando las impresiones de la palabra de Dios desaparecen y dejan de ejercer su acción sobre e1 corazón del hombre natural, la montaña de sus pecados y culpas queda enormemente agigantada y su duro corazón se endurece mucho más. Cuando es tal la situación del hombre, es bien poco probable que algún día llegue a ser salvo. Como el hierro que se endurece cuando al ser fundido rápidamente se introduce en agua fría, como la persona que habiéndose recuperado de una enfermedad luego recae y se halla en una situación más difícil que la que tuvo durante la primera fase de su enfermedad, así es con el hombre natural una vez el Espíritu Santo deja de contender y luchar con él para salvarle.
Primero: hoy vosotros sois más viejos que cualquier día pasado, y cada día que pasa es menos probable que lleguéis a ser salvos; vuestros corazones cada día se van acostumbrando más y más a su propia manera de pensar y de sentir; vuestra rodilla hallará cada vez más difícil doblegarse delante de Dios.
Segundo: vosotros habéis ofendido el Espíritu, habéis desperdiciado vuestra oportunidad, habéis afrentado al Espíritu Santo; las convicciones no están a vuestro alcance, no sois vosotros quienes la podéis producir ni provocar; en tal caso acontecerá aquello de que "tendrá misericordia del que tendrá misericordia".
Tercero: vosotros habéis echado fuera (aún con duros esfuerzos) las convicciones que pugnaban por entrar en vosotros. E1 párpado se cierra instintiva y rápidamente cuando algún objeto trata de introducirse en el ojo del mismo modo que se ha cerrado violenta y duramente vuestro corazón amante de toda práctica, conducta y placer mundanos, arrojando fuera y cerrando el paso a las convicciones que del cielo os venían.
Cuarto: cuando os halléis en el infierno desearéis vivamente si pudiese ser no haber tenido ni sentido el asedio fuerte que las convicciones tuvieron tratando de imponerse a vuestra propia manera de pensar, porque ellas harán que vuestra condenación adquiera más terribles grados de sufrimiento.
Quisiera ahora suplicar, quisiera conseguir a fuerza de ruegos y súplicas, quisiera rogaros a todos los que habéis sentido en vuestro corazón alguna impresión de la Palabra de Dios, que no la echéis en saco roto, que no permitáis que se desvanezca. Constituye u n gran privilegio vivir a la luz de un ministerio evangélico, aún lo es más grande vivir en un período de avivamiento, aún mayor sentir cómo se derrama sobre vuestros corazones el Espíritu de Dios despertando vuestra alma y despertando saludables inquietudes en vosotros. No seáis negligentes dejando que ellas no hagan mayor mella en vuestras almas, no os volváis a ellas de espaldas; "acordaos de la mujer de Lot". "Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura, escapa al monte, no sea que perezcas".