SERMÓN DE ORDENACIÓN
por R.M. McCheyne
«Requiero yo, pues, delante de Dios y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra: que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (II Timoteo, 4:1-2).
No existe situación más terriblemente cuajada de responsabilidad en todo el mundo que aquella en que se halla un fiel ministro de Dios.
I. DÓNDE SE HALLA EL FIEL MINISTRO.
1. Delante de Dios. - Esto es verdad en dos sentidos: Como un pecador salvado por la gracia, - Hubo un tiempo en que estaba lejos, pero ahora ha sido hecho cercano por la sangre de Jesucristo. "Teniendo libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesucristo' por el camino que nos consagró nuevo y vivo, por el velo, esto es, por su carne" (Heb. 10:19,20), ha sido hecho cercano. Él se halla en el interior del velo, en el lugar santísimo, en el amor de Dios. Está justificado delante de Dios. Un ministro fiel es un ejemplo para su rebaño de un pecador salvado. Tal como dijo Dios a Abraham, también le dice a él: "Anda delante de mí y sé perfecto". Por su parte, el ministro puede decir como Pablo: "Habiendo sido antes blasfemo y perseguidor e injuriador, fui recibido a misericordia". Un fiel ministro es como la vara de Aarón, que fue dejada delante del arca de Dios y allí rebrotó.
Como un siervo. - En el Oriente, los siervos siempre permanecen en la presencia de su Señor atentos a su mano. La reina de Saba dijo a Salomón: "Bienaventurados tus varones, dichosos éstos tus siervos, que están continuamente delante de ti y oyen tu sabiduría". Del mismo modo también se dice de los ángeles que ellos "siempre ven la faz de mi Padre que está en los cielos---. Aun cuando muy ocupados en el servicio de los santos, se sienten bajo su omnisciente y santa mirada. Esto es lo que debe sentir como fiel ministro de Dios. Debe sentir constantemente la presencia de Dios, debe sentirse siempre bajo su penetrante mirada, guiándole cuidadosamente con su mirada santa y escrutadora. "Te guiaré con mi ojo." "Los ojos del Señor están sobre los justos." ¡Ah, cuán, a menudo sentimos que estamos delante de los hombres! Entonces todo el poder se desmorona, y venimos a ser débiles como los demás hombres. Y por el contrario, ¡cuán dulce sentirnos en la presencia de Dios de forma tal como si sobre nosotros no hubiese ojo alguno, excepto el de Dios! En la oración, ¡cuán dulce sentirnos delante de Él! Arrodillarnos a sus pies, en su estrado, y poner nuestras manos sobre su trono de misericordia, sin cortina, ni velo, ni nube alguna entre nuestra alma y Dios. En la predicación, ¡cuán glorioso decir como Elías delante de Achab: "He aquí, estoy delante del Señor Dios de Israel"! Encontrarnos a sus pies, como siendo de la familia, en su pabellón, oh creyentes, es entonces cuando podemos mantenernos firmemente a pesar de las grandes olas que nos amenazan. El aplauso de los hombres, la ira o amenazas de ellos, pasan entonces delante de nosotros como la brisa que no nos es posible verla, que nos pasa inadvertida. En tal caso un ministro es como una roca en el océano; las olas que amenazan anegarnos, ven frustrado su intento y siempre resurge firme y erguida y hasta parece que con nueva solidez.
2. Delante de Jesucristo. - Esto es verdad también en dos aspectos:
Primero: El fiel ministro tiene constantemente una Visión de Cristo como su justicia. Como Juan el Bautista que "viendo venir a2l a Jesús, dijo: He aquí el Cordero de Dios".. 0 como Isaías, que "vio su gloria y habló de Él". Su propia alma está siempre atenta al Getsemaní y al Gólgota. ¡Oh, hermanos, solamente así podemos hablar siempre con sentimiento y convicción, o con poder y con verdad de las inescrutables riquezas de Cristo! Debemos probar el maná con nuestra misma boca, "miel y leche en nuestra lengua" ya que si no, no nos será posible hablar de su dulzura. Debemos beber constantemente del agua de vida de la roca herida, o no podremos hablar de su poder vivificador. Debemos refugiar nuestras almas culpables en las heridas de Jesús, pues, de lo contrario, no podremos hablar con gozo de la paz y descanso que allí se encuentran.
Ésta es la razón por la que los ministros no fieles están fríos y son infecundos en sus trabajos. Hablan, como Balam. de un Salvador cuya gracia no sienten. Hablan, como Caifás, de la sangre de Cristo, sí, pero sin haber sentido su poder para hablar de la paz que da el corazón contrito. Es ésta la razón por que muchos buenos hombres tienen un ministerio infructífero. Hablan con un claro conocimiento de las verdades bíblicas, o de su experiencia pasada, pero no de una profunda experiencia actual de la verdad, no de una visión presente del Cordero de Dios. De aquí que sus palabras caen como descienden los copos de nieve, hermosos y bellos, pero fríos y sin calor vivificante. Que el Señor nos conceda estar en la presencia de Jesucristo.
Segundo: El fiel ministro debe sentir la presencia de su Salvador resucitado y vivo. Un ministro debe estar como la esposa en'e1 Cantar de los Cantares: "apoyada sobre su amado". Ésta fue la fortaleza de Jeremías (1:8): "No temas delante de ellos, porque yo soy contigo para librarte". También la de Pablo (Hechos,, 18:9, 10) : "No temas, sino habla y no calles, porque yo estoy contigo y ninguno te podrá hacer mal; porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad". El Señor Jesús así lo dijo a todos sus discípulos: "Aún un poquito y el mundo no me verá; pero vosotros me veréis; porque yo vivo y vosotros también viviréis" Y nuevamente, de forma muy especial, dice: "He aquí, yo con vosotros siempre, hasta el fin del mundo". SI, hermanos, Cristo está tan realmente andando entre los siete candeleros de oro, como lo está aquí hoy, como si vosotros le vieseis con vuestros propios ojos corporales. Su humanidad está sentada a la diestra de Dios, en representación de todos nosotros. Su divinidad, en; cambio, lo llena todo en todos.
Así está Él con nosotros, en pie a nuestro lado, pero de manera que no podemos ver sus movimientos. Es dulce conocer y sentir esto. Es la única manera de sentirse sostenido en medio de todas las pruebas del ministerio. ¿Nos cansamos? Nos es dado, como a Juan, apoyarnos sobre su seno. ¿Nos sentimos sobrecargados con un sentimiento de pecado? Podemos refugiarnos en las hendeduras de la roca de los siglos. ¿Estamos vacíos? Podemos mirar a Él y suplirá inmediatamente cuanto nos es necesario. ¿Nos odian los hombres? Se nos concede cobijarnos al amparo de sus alas. Permaneced ante el Señor Jesucristo y podréis sonreír ante la ira de Satanás y enfrentaros al mundo amenazador.
Aprended aquí también la culpabilidad de desechar el ministerio evangélico. "Quien a vosotros rechaza, a mí rechaza, y el que me rechaza, rechaza al que me envió."
3. Visión íntima del juicio - "Que ha de juzgar a los vivos y a los muertos." Los ministros y sus rebaños habrán de encontrarse juntos ante el trono del Señor Jesús. ¡Qué día tan solemne será aquel! Hay reuniones muy solemnes en la tierra; un día de ordenación es un día solemne; las reuniones que cada día de descanso se celebran son también reuniones solemnes; los días de la santa Cena o Bautizo son asimismo días de solemnidad. Pero aquella reunión ante el trono del juicio será mucho más solemne que todas las demás.
Primero, el pastor dará cuenta de sí mismo, sea con gozo o con pena. Aquel día no intercederá en favor de su pueblo ni orará por él; su misión, después de haber rendido cuentas de sí mismo, se reducirá a testificar acerca de cómo recibieron la palabra sus oyentes. De algunos dará cuenta lleno de alegría, de quienes recibieron la palabra con toda prontitud de mente, de aquellos que se convirtieron y vinieron a ser como pequeños hijos: éstos serán su gozo y corona. De la mayoría testificará con pena: de aquellos a quienes llevó el mensaje, pero no quisieron acudir, de quienes fueron iluminados o quizá incluso oyeron por algún tiempo, pero luego cayeron en perdición. Será como un testigo irrefutable contra ellos aquel día. "Apartaos de mí, malditos."
Segundo, entonces los creyentes darán su testimonio de su ministro. Si él fue fiel, si hizo su comida y su bebida el hacer la voluntad de Dios, si predicó fiel y enteramente la palabra de Dios con seriedad, urgencia, amor, si se comportó santamente, si predicó públicamente y por las casas. En tal caso el ministro brillará como las estrellas. En cambio, si fue infiel, si buscó su propio alimento más que el de su rebaño, si, no buscó la conversión de las almas, si no trabajó con miras a producir el nuevo nacimiento de los inconversos, si miró a sólo sus propios intereses, su propia salud o su alabanza y no la de sus almas, entonces maldecirán los no convertidos en su ruina al hombre miserable que les engañó y Dios dirá: "Tomad al siervo infiel y atado, de pies y manos, echadlo en las tinieblas de afuera". Oh, creyentes, es la obligación de los ministros predicar con la visión siempre presente de tan solemne día. Debemos permanecer, como Abraham, mirando hacia el humo de Sodoma; como Juan, oyendo la nueva canción y el nuevo cántico que acompañan las arpas de oro en la nueva Jerusalén. ¿No hace huir el temor del hombre el tener tal visión? ¿No hace ello que tengamos premura en predicar? Debéis lograr que las almas realmente se refugien en Cristo o, de otro modo, las veréis cómo son arrojadas al fuego de la eternidad. ¡Oh hermanos! ¿No digo yo con razón que el lugar en que se halla el ministro es el más solemne del mundo?
II. LA GRAN OCUPACIÓN DEL FIEL MINISTRO
Es descrita de dos maneras: primero -de modo general- predicar la palabra; segundo -entrando en detalle redargüir, reprender, exhortar.
1. Predicar la palabra, - La gran obra del ministro, en la que debe radicar su fortaleza de cuerpo y mente, es la predicación. Por flaco y despreciable, o loco (en el mismo sentido en que llamaron a Pablo loco) que pueda parecer, es el gran instrumento que Dios tiene en sus manos por el que los pecadores serán salvos y los santos serán hechos aptos para la gloria. Plugo a Dios, por la locura de la predicación, salvar a los que creen. Fue para ello que nuestro bendito Señor dedicó los años de su propio ministerio. ¡Oh, cuánta honra ha dado Jesús a la obra de la predicación, al predicar Él en las sinagogas, o en el templo, o bien sobre las quietas aguas del mar de Galilea! ¿No hizo Él a este mundo como el campo de su predicación? Ésta fue la gran obra de Pablo y de todos los apóstoles. Por esto dio el Señor el mandamiento: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio". ¡Oh, hermanos, ésta es nuestra gran obra! Buena obra es visitar a los enfermos, y enseñar a los niños, y vestir a los desnudos. Bueno es también atender el ministerio del diaconado; también lo es escribir o leer libros. Pero la principal y más grande misión es predicar la palabra. "El púlpito -como dijo Jorge Herbertes nuestro gozo y trono." Es nuestra torre de alerta. Desde aquí hemos de avisar al pueblo. La trompeta de plata nos ha sido concedida. El enemigo nos alcanzará si no predicamos el evangelio.
El asunto. La palabra. - En vano predicamos al no predicamos la palabra, la verdad tal como es en Cristo Jesús..
Primero: No otro tema nos ha de ocupar. "Vosotros sois mís testigos." "Juan vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz." No podemos hablar de nada, sino sólo de lo que hemos visto y oído de Dios. No es obra del ministro aclarar temas de sabiduría humana o exponer sus propias ideas o teorías, sino sólo hablar de la gloria y hechos del evangelio. Debemos hablar lo que se halle contenido en la Palabra de Dios.
Segundo: Predicar la palabra, especialmente las partes más importantes. Si vosotros estuvieseis con un moribundo y supieseis que sólo le queda media hora de vida, ¿de qué le hablaríais? ¿Le explicaríais cosas concernientes a alguna curiosidad de la Palabra? ¿La hablaríais de los mandamientos de Dios? ¿No le hablaríais más bien de su condición perdida en que se halla por naturaleza y de su estado de enemistad con Dios urgiéndole a arrepentirse? ¿No le contaríais algo acerca del amor y de la muerte del Señor Jesucristo? ¿No le diríais nada del poder del Espíritu Santo? Son éstas las cosas vitales que el hombre debe recibir, sin las cuales perecerá. Éstos son los grandes asuntos objeto de la predicación. ¿No debemos predicar, tal como hizo Jesús a los discípulos de Emaús, empezando desde Moisés y por todos los profetas, de las cosas relativas a Él mismo? "Haya mucho de Cristo en vuestro ministerio" dice Eliot. Rawland Hill acostumbraba a decir: "Míra que no tengas ningún sermón sin las tres R.: la Ruina de la caída, la Justicia (en inglés Righteousness) por Cristo y la Regeneración por el Espíritu". Predicad a Cristo para despertar a las almas, a Cristo para confortarlas y a Cristo para santificarlas. "Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo."
Tercero: predicar como lo hace la misma Palabra. Quisiera sugerir humildemente a la consideración de todos los ministros, si no es nuestra obligación predicar la Palabra de Dios en la forma en que se halla contenida en las mismas páginas sagradas. ¿No es la palabra la espada del Espíritu? ¿No debiera ser nuestra gran obra tomarla de su misma vaina, limpiarla de todo el moho que la empañe y aplicar su penetrante filo a las conciencias de los hombres? Ciertamente nuestros antepasados en el ministerio acostumbraban a predicar de esta manera. Brown de Haddington acostumbraba a predicar como si él no hubiese leído otro libro más que la Biblia. La verdad de Dios en su desnuda simplicidad es lo que el Espíritu querrá honrar y bendecir grandemente. "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad."
2. Redargüir, reprender, exhortar. La primera obra del Espíritu sobre el corazón natural es redargüirlo de pecado. Aunque Él es el Espíritu de amor y la paloma es su símbolo, aunque sea comparado al dulce viento y a la suave brisa, a pesar de todo,. su primera obra es convencer de pecado. Si los ministros están llenos del mismo Espíritu, empezarán la obra de la misma manera. Es el método que usualmente emplea Dios: despertar a los hombres y llevarlos a desesperar de su propia justicia antes de revelarles a Cristo. As! fue con el carcelero de Filipos. Sucedió igual con Pablo, que quedó ciego durante tres días. Todo fiel ministro debe esforzarse en todo esto. Introducir el arado sobre el terreno y no sembrar entre cardos y espinos. Los hombres deben ser humillados por las obras de la ley para ver su culpabilidad y miseria, o toda nuestra predicación es como herir el aire. ¡Oh, hermanos! ¿Es éste nuestro ministerio? Cumplámoslo sencilla y claramente. Me temo que la mayoría de nuestras congregaciones tienen numerosos miembros siguiendo un rumbo equivocado, navegando a favor de la corriente, estando a punto de introducirse en la eternidad no convertida, no nacida de nuevo. Hermanos, no nos agradecerán nuestras congregaciones en la eternidad el haberles hablado de coma dulces a sus oídos carnales.
No, hermanos, quizá pueden alabarnos ahora, pero nos maldecirán con todo su odio en la eternidad. ¡Oh, por las entrañas de Jesucristo, que cada uno de nosotros sea ahora hallado fiel!
Exhortar. La palabra original significa consolar, hablar como lo hace el Consolador. Ésta es la segunda parte de 14 obra del Espíritu, -guiar al alma a Cristo para hablarle luego de las buenas nuevas. Ésta es la obra más difícil, o la parte más difícil del ministerio cristiano. Juan el Bautista hizo también esta obra: "He aquí el Cordero de Dios!'. También Isaías "Consolaos, consolaos". Tal fue la orden de nuestro Señor: "Id y predicad el evangelio a toda criatura". Tal nueva tan buena hace verdaderamente hermosos sobre las montañas los pies de sus anunciadores. El ministro tiene que predicar acerca de un todopoderoso, completo y libre Salvador divino.
Y aquí yo quisiera hacer notar lo que a mí me parece ¡in defecto en la predicación en mi amada Escocia. Muchos ministros están acostumbrados a mostrar a Jesucristo delante del pueblo. Exponen clara y bellamente el evangelio, pero no urgen a los hombres a entrar en el reino. Ahora Dios dice: "Exhortad" -rogad a los hombres-, persuadid a los hombres. No solamente señalad la puerta abierta, sino compelid a los hombres a que entren por ella. ¡Oh, seamos más misericordiosos para con las almas, para que podamos poner nuestras manos sobre los hombres y los guiemos con suave y dulce contacto al Señor Jesús!
III. LA FORMA
1. Con toda paciencia. - No hay gracia ni virtud que se necesite más que ésta en el ministerio cristiano. Radica fuertemente para con los pecadores en el mismo corazón de Dios el Padre: "Es paciente para con cada uno de nosotros, no queriendo que ninguno perezca". También abunda en el corazón del Señor Jesús. Cuán tiernamente clamó ¡Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise juntarte... y no quisiste!". Y así mismo el Espíritu Santo también la tiene en su trato con los hombres, pero ¡oh, cuánto tiempo lucha ahora, cuánto tiempo contiende con ellos! Queridos creyentes, si no hubiese luchado mucho tiempo con nosotros, hoy seríamos como la mujer de Lot, monumentos de la gracia resistida. Y ahora, los ministros han de ser también pacientes. Todos los hombres necesitamos del amor "que todo lo sufre y soporta y es amable". A veces, cuando los pecadores son obstinados y de corazón endurecido, somos tentados a desesperar y abandonarlos, o a reprenderlos y regañarles fuertemente, como los discípulos que querían clamar que descendiese fuego del cielo. Pero, hermanos, hemos de ser de otro espíritu. La ira del hombre no obra la justicia de Dios. Necesitamos ser llenos del Espíritu de Cristo y nos hará pacientes para con todos. Ese Espíritu nos hará clamar: "Cuántas veces quise".
2. Con doctrina. - Algunos hombres predican "huid, huid" sin mostrar al pecador de qué tiene que huir, y también a veces predican "venid, venid" pero sin mostrar claramente el camino del perdón y de la paz. Estos hombres obran como lo haría uno que clamase corriendo alocadamente por la calle: "Fuego, fuego", pero sin decir en qué lugar se halla. En la predicación de los apóstoles observad la simple y clara declaración de la verdad precedida de una exhortación ardorosa y patética. Esto ha sido siempre imitado por los ministros más juiciosos y que han logrado más verdadero éxito.
Conviene que los ministros unan en sí mismos en su ministerio el carácter del querubín y el del serafin, es decir, el ángel del conocimiento y el del celo ardiente. Si deseamos ganar almas, hemos de señalar claramente el camino del cielo en tanto clamamos: "Huid de la ira que vendrá". Creo que no podemos describir la culpabilidad del hombre, su depravación total y el glorioso evangelio de Cristo demasiado claramente, que no podemos insistir con demasiada ansiedad a los hombres para que huyan y se zafen del lazo del diablo; siempre, siempre quedaremos cortos, nunca nos excederemos en esto. ¡Oh si los pastores reuniesen el profundo conocimiento bíblico de Edwards, la sencilla claridad de Owen y los vehementes llamamientos y exhortaciones de Richard Baxter!
3. Con urgencia. - Si se quemase la casa de un vecino, ¿no clamaríamos fuertemente usando urgentes imperativos? Si algún amigo nuestro se estuviese ahogando, ¿nos avergonzaríamos de esforzarnos hasta el máximo con tal de salvarle? Y ¡ay! que las almas de nuestros vecinos están aún ahora en su camino de perdición eterna están preparadas y a punto de hundirse en las profundidades de la perdición. ¡Oh!, estaremos menos prestos para salvar sus almas inmortales de lo que lo estamos para salvar sus cuerpos? ¡Cuán ansioso estuvo Jesús en su ministerio salvador! Cuando llegó a Jerusalén y la tuvo frente a sí, lloró sobre ella. También Pablo ¡cuán dispuesto estuvo siempre! "Velad, acordándoos que por tires años de noche y de día no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno". También fue as! Whitefield; aquel gran predicador casi nunca predicó sino deshecho en lágrimas. Hermanos, hoy en día es necesaria la misma urgencia. El infierno es ahora tan amenazador y trágico como siempre lo ha sido. Los inconversos se abalanzan hacia él irremisiblemente. Y Cristo y su perdón son tan libres y tan al alcance de todos como siempre. ¡Oh, cómo nos espantará y nos admirará nuestra tremenda tibíeza cuando estemos en el cielo!
4. En todo tiempo. - "Nuestro Señor anduvo haciendo siempre bien": su comida y su bebida era el hacer el bien.
Así debemos ser nosotros. Satanás siempre está ocupado. No se anda con chiquitas, ni se distrae en ceremonias: va al grano. Para él no hay días especiales en que obrar, porque todos los ocupa tan plenamente como puede. La muerte también está ocupada. Los hombres mueren en tanto nosotros dormimos. Mueren unos 50 cada minuto; aproximadamente uno por segundo entra al reino de los muertos. Pero también el Espíritu de Dios está ocupado. ¡Bendito sea Dios! Nos ha puesto en este mundo en un tiempo en que el poderoso Espíritu Santo todavía se mueve entre los huesos, secos. ¿Deben, pues, los ministros ser perezosos o entretenerse en cumplidos? ¡Oh, que Dios nos bautice hoy con su Santo Espíritu y con fuego, predicando y construyendo así el edificio de la Iglesia* de Cristo, hasta nuestra última hora, la hora de la muerte!
CARGA AL MINISTRO
Mi amado hermano, no hace aún muchos años desde que tú y yo jugábamos juntos en nuestros juegos infantiles Y ahora, gracias a la maravillosa providencia de Dios, se me ha designado a mí para que presida tu ordenación como ministro de tan santo ministerio. Ciertamente su camino se halla en la mar y su senda en lo profundo de las aguas. No creas, por tanto, que yo asumo una autoridad que no tengo. No puedo en modo alguno hablarte como un padre, sino como un hermano muy amado en el Señor. Por tanto, como a tal, recibe mis breves palabras, recibelas como unos consejos, dedicados a ti.
1. Gracias a Dios que se dign6 ponerte en el ministerio. - "Doy gracias a Dios que me tuvo por fiel poniéndome en el ministerio" "A mí que soy menos que el más pequeño de todos los santos". ¡Oh, hermano! Gracias a Dios porque te salvé, por haber enviado su Espíritu a tu corazón y conducídote a Cristo. Pero hoy hay una nueva ocasión y causa de gratitud con motivo de haberte puesto en el ministerio. ¡Es el más grande honor que se puede alcanzar en este mundo! "Si tuviese mil vidas, diligentemente las dedicaría al mismo, y si tuviese mil hijos, gozosamente los dedicaría a tan glorioso ministerio". Ciertamente es de una responsabilidad tremenda. La eternidad de miles depende de tu fidelidad. Pero ¡ah, hermano! la gracia para sobrellevarlo ¡es tan plena! y el premio ¡tan glorioso! "Sí" decía Payson ya moribundo, "si los ministros descubriesen la hermosura de Cristo, no podrían evitar el prorrumpir en aplausos de gozo y exclamar: Yo soy un ministro de Cristo, soy un ministro de Cristo".
Procura, pues, amado hermano, que en medio de los compungidos acentos de confesión que broten de tu corazón quebrantado, brote asimismo una canción de gratitud. Gracias sean dadas a Dios por mi parte, por los breves años que he sido ministro. Puedo decir que ciertamente no deseo otro honor sobre la tierra, que el que me sea permitido hablar del Evangelio eterno. Gracias a Dios por su don inefable.
2. Busca la unción del Espíritu Santo. - Cuanto mayor sea la unción que tengas del Espíritu Santo, más bienaventurado, feliz y fructífero será tu ministerio. Recuerda los dos olivos que crecían junto al candelabro de oro y directamente de sus ramas vertían el dorado aceite en el mismo. Representan los. ministros victoriosos, los ministros ungidos que permanecen junto al Señor de toda la tierra. Que el Señor te haga como uno de ellos. Recuerda lo que se dijo de Juan el Bautista: "Será lleno del Espíritu Santo... y a muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor Dios de ellos». Que el Señor te llene a ti del mismo modo y seas así un ministro que ganes muchas almas para Cristo. Acuérdate de los apóstoles. Antes del día de Pentecostés eran como árboles secos y sin savia, de escaso fruto. Pero cuando el Espíritu descendió sobre ellos como un poderoso viento, a su predicación tres mil personas fueron aguijoneadas y compungidas en sus corazones.
¡Oh, hermano, clama a Dios para que te llene con su Espíritu, para que puedas estar en su consejo y hagas que la gente oiga su Palabra y muchos se vuelvan de sus malos caminos! Tú sabes que el hierro candente puede ser atravesado fácilmente por donde un muy afilado instrumento no lo haría de estar frío. Orá para que seas lleno con el fuego del Espíritu, para que puedas penetrar en los duros corazones de los pecadores no convertidos.
3. No te des reposo si no tienes fruto en tu ministerio. - En un ministerio fiel y vivo el éxito es la regla general; el fracaso, o mejor la falta de fruto, es la excepción. "La falta de fruto dentro del ministerio es -decía Robinson- una circunstancia tan tremenda que ha de ser considerada con horror". Tu grey será de dos maneras:
Primero: El pueblo de Dios, es decir, aquellos que ya están en Cristo. Busca el progreso en ellos. Dios dio a unos ciertamente pastores y a otros maestros para la perfección de los santos. No olvides las palabras de Cristo: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas". Como Bernabé, sé un hijo de consolación. Exhórtales a seguir al Señor. Nunca digas: "Ya son salvos, ya puedo dejarles solos". Es un grave error hacerlo. Considera cómo Pablo trabajó más allá de sus fuerzas confirmando a los discípulos. Por tanto, sé un ayudador a su gozo. No descanses hasta que no les hayas llevado a vivir conforme a las reglas puras y santas del Evangelio.
Segundo: Verás como la -gran mayoría son no convertidos. Ve, hermano, dejadas las 99, ve tras la perdida. Deja tu hogar, tus comodidades, tu descanso, tu cama, tu todo para nutrir a las almas perdidas. El Señor de gloria dejó el cielo para cumplir tal misión. Basta con que el discípulo sea como su Señor. Se dice de Alleine que "era infinita e insaciablemente apasionado por la conversión de las almas". Rutherford escribió dirigiéndose a su grey: "Dios es testigo de que vuestro, cielo tiene para mí el valor de dos cielos y vuestra salvación para mí es como dos salvaciones". El Señor te dé tal compasión celestial por los tuyos. No te des por satisfecho sin conversiones. A menudo encontrarás que hay un temblor, un movimiento entre los huesos secos, que los irá uniendo uno a uno, y que la piel y la carne los cubrirán, pero no habrá aliento, no habrá vida en ellos. ¡Oh, hermano, clama entonces por el aliento de vida, por el hálito celestial del Espíritu Santo! No olvides que un pecador muy moral por fuera, se halla en la misma condenación que el más vil de los pecadores.
4. Compórtate santamente. - Creo, hermano, que tú has nacido de nuevo y por esto confío en Dios tocante a ti que te guardará del mal. Pero, afánate por una completa santidad de vida. Tu utilidad depende completamente de ello. Tu sermón dominical durará sólo una o dos horas; tu vida predicará durante toda la semana. Recuerda que los ministros son portaestandartes del Evangelio. Satanás tira sus dardos a menudo sobre ellos. Si pudiese hacer de ti un ministro codicioso, o amante del placer, o de la alabanza, o de los manjares deliciosos, arruinaría tu ministerio para siempre. Aunque llegaras a predicar por más de cincuenta años, con todo, tu ministerio sería nulo. ¡Ah, hermano, humíllate a los pies de Cristo, e implora su Espíritu para qué te haga santo! "Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina."
5. Y, por último, sé un hombre de oraci6n. - Date a la oración y al ministerio de la Palabra. Si no oras, probablemente Dios te quitará de la predicación, como hizo conmigo, para enseñarte a orar. Recibe tus textos de Dios, tus pensamientos, tus palabras, todo de Dios. En oración lleva los nombres de tu pequeña manada en tu corazón, como el sumo sacerdote del antiguo pacto; esfuérzate en favor de los no convertidos. Lutero se pasaba sus tres mejores horas en la oración. Juan Welsh oraba 7 u 8 horas al día. Acostumbraba a tener sobre su lecho una capa, a fin de poder cubrirse con ella si se levantaba durante la noche. Hubo ocasiones en que su esposa le halló echado en el suelo durmiendo. Cuando ella se quejaba de ello, le respondía: "¡Oh, mujer! Tengo la responsabilidad de 3.000 almas y no sé cuál es la situación de muchas de ellas". ¡Oh, que Dios derramase un espíritu tal de oración en ti y en mi, y sobre todos los ministros de nuestra bien amada iglesia! Entonces veríamos los mejores días de Escocia. Te encomiendo fervorosamente a Dios.
CARGA A LOS CREYENTES
Queridos hermanos, confío que esto ha de ser el principio de muchos días -bienaventurados para vosotros en este lugar. Los dones que recibimos en respuesta a la oración son los más dulces. Creo que vuestro querido pastor os ha sido concedido en respuesta a vuestras oraciones, porque no creo que vuestra maravillosa unanimidad proceda de otra fuente.
1. Amad a vuestro pastor. - Por lo que yo sé de él creo que es digno de vuestro amor. Creo que es uno con quien el Señor ha sido muy misericordioso y a quien Dios ya ha recompensado sus labores, y confío continuará haciéndolo. Apreciadle en alto grado con amor por causa de su obra. Conocéis las ansiedades, tentaciones, penas, esfuerzos a que es llamado por vosotros. Pocas personas conocen los profundos abismos de ansiedad que se hallan en el seno de un pastor fiel. Amadle y reverenciadle tanto como podáis. No os hagáis de él un ídolo; esto destruiría su utilidad. Se llegó a decir de los Erskines, que los hombres no podían ver a Cristo más allá de sus cabezas. Recordad que debéis mirar más allá de él y por encima de él. Aquellos que habían adorado a Pablo fueron quienes después le apedrearon. No habéis piedra de tropiezo en sus flaquezas. Aun el sol contiene manchas; y hay flaquezas y debilidades en el mejor de los hombres. Cubridlas con caridad, no tropecéis en ellas. ¿Rehusaríais el oro por el hecho de que se os hubiese traído en un monedero andrajoso? ¿Rehusaríais el agua pura porque se os diese en una taza rota? El tesoro está depositado en un vaso de barro terreno.
2. Haced uso de vuestro pastor. - Él ha venido c¿n buenas nuevas de tierras lejanas. Venid y oíd.
Primero: Acatad con sumisión su ministerio. No viene en su propio nombre. El Señor es con él. Si le rehusáis, rehusáis a Cristo, porque él es el mensajero del Señor de los ejércitos.
Segundo: Recibidle de buen ánimo en vuestros hogares. Viene, como su Maestro, para buscar lo que se ha perdido, para vendar la perniquebrada, para dar fortaleza al flaco y para volver al descarriado. Todos vosotros le necesitáis, seáis o no convertidos. No olvidéis que pesa una terrible maldición sobre quienes no reciben los mensajes del Evangelio. En tal caso sacudirá aún el polvo de sus - pies y ese polvo se levantará contra vosotros en el juicio.
Tercero: No le turbéis llevándole asuntos mundanos, terrenales, pues su gran ocupación consiste en la salvación Y santificación de vuestra alma. No es un hombre de negocios, sino un hombre de oración. Él se ha dado a si mismo a la oración y al ministerio de la predicación de la palabra.
Cuarto: Acudid con entera libertad cuando se trate de problemas relativos a vuestras almas. "La casa -del pastor estuvo más concurrida que lo que lo había acostumbrado a estar la taberna" comenta una historia que relata un avivamiento. Fueron felices tales días. No existe otro comercio en este lugar que deseara más ardientemente fuese a la quiebra que éste, el del tabernero. Es un comercio que destruye muchas almas. ¡Cuánto me agradaría ver las tabernas vacías y la casa del pastor concurridísima! No dudéis nunca de acudir a él. Es vuestro deber y vuestro privilegio. Es vuestro deber. Le alentará que lo hagáis y le mostrará cómo predicaros. Es vuestro privilegio. Sé de muchos que fueron más bendecidos con una breve conversación que con muchos sermones.
Quinto: Sed breves. Contadle vuestro caso. Oíd su palabra y marchad. No olvidéis que su cuerpo es flaco y su tiempo precioso. Si prolongáis innecesariamente la visita, le robáis el tiempo o a otros o a Dios. Es difícil describir cuán gran bendición le significaría si hicieseis consultas breves.
3. Hijos de Dios, orad por él. - Orad por su cuerpo, que sea guardado sano y que su vida se prolongue muchos días. Orad por su alma, que pueda ser guardado humilde y santo, luz encendida que brille y que progrese espiritualmente. Orad por su ministerio, que pueda ser abundantemente bendecido, que sea ungido para anunciar las buenas nuevas. No haya oración vuestra elevada particularmente, o en el círculo de la familia, en que su nombre no sea presentado a Dios. Sostened sus manos alzadas a fin de que Israel prevalezca sobre Amalec.
4. Almas no convertidas, no despreciéis esta oportunidad. - Considero esta ordenación como una sonrisa del cielo para vosotros. Dios podía haber quitado ministros de esta ciudad en lugar de haberos concedido otros más. Creo que el Señor Jesús está diciendo: "Tengo mucho pueblo en esta ciudad". La puerta ha empezado a abrirse hoy. El Espíritu está empezando a brillar. j0li, que conocieseis el día de vuestra visitación! Éste es el día de mercado (llamémosle así), el día de la gracia en este rincón extremo de la ciudad y vosotros debéis venir a comprar. ¡Oh, que conocieseis el día de vuestra visitación!
Vuestro pastor viene con la trompeta de plata de la misericordia. ¿Por qué la habéis de convertir en trompeta de juicio? Él viene con alegres nuevas de gran gozo; ¿por qué las habréis de volver en tristes nuevas de destrucción sin fin? Él viene predicando el día acepto, agradable del Señor; ¿por qué haréis que se torne en el día de la venganza del Señor?