Un Nuevo Pacto
Hebreos
por Gabriel Otero
Esta carta es de una gran embergadura teológica. El autor de la misma es realmente incierto, diríamos que es anónimo. Algunas personas dicen que el apóstol Pablo la escribió, otros que Bernabé, otros que Lucas y otros dicen que Apolos. Indudablemente no sabemos quien la escribió, pero al leerla podemos familiarizarnos en su vocabulario con uno de los apóstoles. En nuestra preferencia nos inclinamos a decir que la carta a los Hebreos fue escrita por Pablo.
¿Cuál fue el propósito de la carta? Aparentemente fue escrita primeramente para aquellos que eran cristianos pero de origen hebreo. Estas eran personas que se habían convertido y que estaban constantemente en peligro de confundir la doctrina cristiana por su relación con el judaísmo o que quizás todavía tenían dentro de sus costumbres algunas de las leyes ceremoniales del judaísmo. Por eso el autor de esta carta se propone hablar al cristiano y mostrarle que ahora está en una nueva dispensación, que ahora está en una nueva etapa de su vida, que él no vive ya más bajo las normas establecidas en el Antiguo Testamento, sino que ahora vive en el Nuevo Testamento o Nuevo Pacto. Por eso vamos a titular al estudio que hemos de realizar en esta carta: "Un nuevo pacto".
Y ahora sí con esta idea principal en mente de un Nuevo Pacto, vamos a ver a través de las Escrituras y muy particularmente de esta carta a los Hebreos, la importancia de este Nuevo Pacto. No sabemos si el lector está viviendo por leyes ceremoniales o trata de alcanzar el cielo y alcanzar a Dios a través de conductas ceremoniales, realmente no lo sabemos, pero una cosa sí sabemos y es que estamos frente a un Nuevo Pacto, frente a una nueva era en la vida de relación del hombre para con Dios. Y esta carta o este libro dirigido a los Hebreos, nos presenta una buena síntesis para comparar el Antiguo Testamento con la obra de Cristo Jesús.
En primer lugar, el autor nos habla de la preeminencia de Cristo en este Nuevo Pacto. Cap.1:1-3; Cristo es mayor que los profetas. Dice así: "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,..." En el Vr.1, la Escritura dice que Dios nos habló en el tiempo pasado por los profetas, pero en estos postreros días, es decir, cuando llegó Jesús (estos son los postreros días), nos ha hablado por el Hijo a quien constituyó heredero de todo. El autor comienza esta epístola haciéndonos notar la preeminencia de Cristo sobre todas las cosas creadas. Cristo es preeminente a aquellos hombres que hablaron en nombre de Dios, los profetas. Luego en el Vr.4 nos dice que también es preeminente a los ángeles: "...hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos." De manera que en este Nuevo Pacto encontramos que Cristo es preeminente a los profetas del Antiguo Testamento y sobre los ángeles que intervinieron para actuar en beneficio del hombre.
En segundo lugar, esta carta nos habla de la preeminencia del sacerdocio de Cristo. Fijémonos en el Cap.3:1-2: "Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús; el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios." Así como en el Antiguo Testamento encontramos profetas y ángeles sobre los cuales Cristo es superior, también lo es sobre los sacerdotes. Asimismo Jesús tiene mayor gloria que Moisés. La Escritura así lo dice en el Vr.3: "Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo." Jesús es en su orden, en sus relación, un sacerdote de mucha más preeminencia que Moisés, o sea el sacerdocio que comenzó con Aarón el hermano de éste.
En el Cap.4:1, encontramos cierta advertencia: "Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado." Es decir, nos habla que debemos tener cuidado en lo que creemos. Hay un Nuevo Pacto entre Dios y el hombre. Se basa en que Dios en el Antiguo Testamento usó símbolos y caracteres para mostrar la realidad del pacto final. Y ahora en esta carta a los Hebreos el autor nos hace conocer esa realidad y nos dice en el Cap.1 que hay una preeminencia de Cristo por encima de los profetas y de los ángeles. En el Cap.3 nos dice que hay una preeminencia en el trabajo sacerdotal de Cristo por encima del de Moisés. Y así lo testifica completando esta afirmación con las palabras del Cap.4:14-16: "Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro." Notamos entonces que Jesús como sumo sacerdote es mayor que el sacerdote del Antiguo Testamento. ¿Por qué? Porque traspasó los cielos, por lo tanto dice, tenemos un sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades. Aunque fue tentado en todo, venció el pecado.
Y luego el autor de esta carta nos invita a acercarnos a ese Sacerdote. Recordemos que en el Antiguo Pacto nadie podía acercarse al lugar santo donde el sacerdote iba a penetrar, y menos al lugar santísimo donde solamente el sumo sacerdote podía hacerlo una vez al año para presentar ofrenda por los pecados del pueblo. Vemos que la palabra de Dios nos habla ahora de algo muy importante y de sumo gozo, o sea de que en este Nuevo Pacto Dios ha expandido su misericordia, Dios ha expandido toda su obra, y Dios ha hecho una nueva creación, una nueva relación con cada uno de aquellos con quienes él se comunica. En primer lugar, ha levantado a un Cristo, ha levantado a un Redentor por encima de los profetas y de los ángeles. En segundo lugar ha levantado un Sacerdote por encima de todo otro sacerdote. Y si nosotros permanecemos en la ley ceremonial y buscamos la paz por intermedio de un sacerdote humano, estamos viviendo no en el Nuevo Pacto, sino en el antiguo. Si buscamos tener una relación con Dios a través de la oración por intermedio de un sacerdote humano, simplemente estamos haciendo algo que solamente se relaciona humanamente. El sumo sacerdote aquí es Cristo que está por encima del otro sacerdote y consecuentemente él invalida la ley del orden sacerdotal. Encontramos entonces con gran alegría que la epístola a los Hebreos nos presenta buenas nuevas de un Nuevo Pacto: Ya no hay más profetas que nos hablan de Dios, Jesucristo lo hace. Ya no hay más ángeles que intervienen para ayudarnos, sino que la palabra de Dios, escrita por Jesucristo, dictada por él mismo, es la que nos ayuda a salir de todas nuestras dificultades. Tengamos pues en cuenta esta maravillosa y grandiosa confianza, que Cristo Jesús es nuestro sacerdote por excelencia.
Más aun, el libro de Hebreos nos habla también que no solo tenemos la preeminencia del sacerdocio de Cristo, sino que tenemos la preeminencia de la obra de Cristo Jesús. Y esto lo notamos en el Cap.9:11-14. Este es el tercer punto que nos enseña esta espístola: "Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?" Vemos que la preeminencia de la obra de Cristo está por encima de los sacrificios de animales a favor del ser humano. Machos cabríos limpios, selectos, pero por encima de la sangre de dichos animales está la sangre de Cristo. Esos sacrificios tenían un valor limitado. El sacrificio del cordero debía ser repetido cada año por el sumo sacerdote. Pero aquí encontramos en las Escrituras que el valor de la muerte de Cristo fue hecha una vez y para siempre. Leamos el Cap.10:10: "En esta voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre." Cristo no muere cada viernes y resucita cada domingo, no por cierto que no. Cristo no tiene un valor temporal sino eterno, porque él es Dios. Y consecuentemente decir que Cristo muere y que resucita en cada oportunidad que celebramos la Cena del Señor, por ejemplo, sería una blasfemia delante de Dios, sería negar las Escrituras. Por eso el cristiano verdadero al celebrar la Cena del Señor, establece una relación importante: Está recordando la muerte pasada, la resurrección pasada, y anunciando la llegada futura del Señor Jesucristo. Ese valor de la obra de Cristo es permanente. Tan permanente que estamos esperando su venida, no su muerte y resurrección nuevamente, sino su venida para rescatarnos de este mundo en permanente conflicto y llevarnos a vivir con el Padre para siempre. Deducimos entonces que la carta a los Hebreos nos habla de tres puntos básicos en lo que respecta a la doctrina cristiana del Nuevo Pacto. No sabemos cuánto conoce el lector de esta doctrina, pero quisiéramos repasarla para que juntos podamos aplicar estos principios bíblicos que hemos aprendido a lo menos así a vuelo de pájaro en este breve estudio. Empezamos diciendo que el propósito del libro de Hebreos fue escribir a aquellos cristianos que tenían un origen hebreo, es decir, que eran judíos ortodoxos que seguían la tradición judía, pero que ahora habían encontrado el evangelio. El autor cuidadosamente hace una delineación de los hechos judaicos y los compara con la doctrina cristiana para que el judío pueda asentarse en la base de la ley mosaica y tener las alas de la libertad en la gracia de Jesucristo. Y entonces comienza por decirles de la preeminencia de Cristo; que Cristo está por encima de los profetas, que Cristo está por encima de los ángeles. No hay profetas en estos días en el sentido como los hubo en las Escrituras. No hay profeta que venga y nos declare algo futuro que no conocemos, no puede haberlo porque la Escritura, la palabra de Dios fue completada y porque Cristo vino y reveló completamente toda la doctrina de Dios. Como hemos leído en el Cap.1:1-2, que en estos postreros días Dios no nos habla por intermedio de profetas, sino por intermedio de Jesucristo y su palabra está escrita. En segundo lugar, nos da a conocer la preeminencia del sacerdocio de Cristo. No existe un sacerdote hoy. No necesitamos ir a un sacerdote para que presente sacrificio por nosotros. ¿Por qué? Porque simplemente Cristo ha tomado ese lugar, como lo hemos leído en los Caps.2,3 y 4. Ese sacerdote que es Jesucristo tiene mayor poder, tiene la honra y tiene un valor completo con relación a aquel que representaba Moisés y su hermano Aarón.
Y finalmente esta carta nos habló de la preeminencia de la obra de Cristo. Lo hemos visto en el Cap.9, por encima de los sacrificios que se ofrecían por intermedio de animales puros. Y en el Cap.10, por encima del valor temporal del Antiguo Pacto. La muerte de Cristo, el sacrificio de Cristo, tiene un valor perpetuo. ¡Qué hermoso! ¿verdad? Ahora vivimos en una época en la cual no creemos en cosas temporales, no tenemos símbolos que se asemejan a la realidad, sino que simplemente creemos en un Dios que nos ha enviado a un Jesucristo para que a través de su obra lleguemos directamente a la persona de Dios.