Romanos 4:20-21
Sin embargo, respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, 21y estando plenamente convencidode que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo.
Hoy quiero hacer en el día de sentar las bases para una serie de mensajes llamada Combatiendo La Incredulidad. Con este mensaje tengo la esperanza de aclarar por qué existimos como iglesia; y dejar claro qué significa, en la práctica, vivir por la fe en la promesa de Dios.
La convicción tras esta serie, es que todos los pecados vienen por no creer en las promesas de Dios. Todas las sensaciones de pecados que experimentan nuestros corazones son por no creer en la sobreabundante voluntad y habilidad de Dios para obrar por nosotros en cada situación de la vida, a fin de que todo coopere para nuestro bien. La ansiedad, la vergüenza fuera de lugar, la indiferencia, el remordimiento, la codicia, la envidia, la lujuria, la amargura, el desaliento, el orgullo —todos son brotes, cuya raíz común es la incredulidad a las promesas de Dios. Permítanme ilustrárselo desde un texto familiar que tiende a desconcertarnos.
Cuando Pablo dijo en 1ra a Timoteo 6:10, “Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero” ¿Qué quiso decir Pablo? Él no se refería a una relación entre cada actitud pecaminosa y el dinero —a que siempre se está pensando en el dinero cuando se peca. Creo que Pablo quiso decir que todos los males que hay en el mundo provienen de una especie de corazón, o sea, del corazón que ama el dinero.
Ahora bien, ¿qué significa amar el dinero? Amar el dinero no es admirar ese pedazo de papel verde o esas monedas doradas. Para comprender qué significa amar el dinero primero tenemos que preguntar, ¿qué es el dinero? Yo respondería así: El dinero es simplemente un símbolo que representa a los recursos humanos. Existe para representar aquello que podemos obtener del hombre (¡No de Dios! “Todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed” Isaías 55:1). El dinero es la divisa de los recursos humanos.
De modo que el corazón que ama el dinero, cifra sus esperanzas, busca sus placeres, y deposita su confianza en lo que pueden ofrecerle los recursos humanos. Así que el amor al dinero viene a ser virtualmente, lo mismo que tener fe en el dinero —creer (confiar, tener la seguridad, o la certeza) de que el dinero suplirá nuestras necesidades y nos hará felices.
Por lo tanto, el amor al dinero, o creer en el dinero, es la otra cara del NO CREER EN LAS PROMESAS DE DIOS. No se puede confiar, o creer en Dios y en el dinero. Creer en uno significa no creer en el otro. El corazón que ama al dinero —que cuenta con el dinero para garantizar su felicidad, cree en el dinero—está dejando de contar con las promesas de Dios para garantizar la felicidad.
Así que cuando Pablo dice que el amor al dinero es la raíz de todos los males, implica que no creer en las promesas de Dios es la raíz principal de cada acto pecaminoso de nuestros corazones.
Todos los mensajes de este otoño tendrán como objetivo ilustrar y confirmar esta verdad; y proveer ayuda práctica para combatir esa raíz de incredulidad que amenaza con crecer en nuestros corazones una y otra ves, día a día. En cierto sentido, el tema principal de cada mensaje será el mismo: Luchar contra el pecado combatiendo la incredulidad en las promesas de Dios. O para expresarlo positivamente: Luchar para obtener justicia y amor en nuestras vidas batallando por mantener la fe en las promesas de Dios.
Esa es la idea general de esta serie de sermones. Pero hoy quería hacer establecer los fundamentos para estos mensajes, y mostrar cómo se relacionan estos fundamentos con la esencia de nuestra existencia cómo iglesia. Permítanme intentar hacerlo en los minutos que nos quedan.
La Iglesia Bautista Betlehem existe para la gloria de Dios. Él nos creó para su gloria (Isaías 43:7). Él nos predestinó ser sus hijos para su gloria (Efesios 1:6). Él nos hizo vivir para su gloria (Efesios. 1:12). Cualquier cosa que usted coma o beba, o cualquier cosa que haga, hágalo todo para la gloria de Dios (1ra a los Corintios 10:31).
Ya sea que hablemos de los cultos de adoración en Bethlehem, de cómoBethlehem edifica el cuerpo de creyentes, o de cómo Betlehem lleva el evangelio a los incrédulos, la meta final es la misma en cada empresa —que Dios sea glorificado.Betlehem es una visión de un Dios Grandioso, Santo, Libre y amablemente Soberano -una visión de Dios para deleitarnos en la adoración, una visión de Dios para fortalecernos y nutrirnos en la enseñanza, y una visión de Dios para expandir su gloria en la evangelización y en las misiones. “Porque de El, por El y para El son todas las cosas. A Elsea la gloria para siempre. Amén” (Romano 11:36).
¡Vayamos ahora al texto de esta mañana! Romanos 4. Si la meta de todo lo que hacemos es glorificar a Dios -exaltar su valor, resaltar su belleza, exaltar su excelencia, reflejar sus perfecciones- si esta es nuestra meta, entonces Romanos 4:19-21 nos da una visión esencial para poder cumplir nuestra meta.
Abraham, cuando tenía 100 años, obtuvo la promesa de Dios de que tendría un hijo, y Sara era vieja y estéril. Su respuesta, según Pablo, glorificó a Dios.
Y sin debilitarse en la fe contempló su propio cuerpo, que ya estaba como muertopuesto que tenía como cien años, y la esterilidad de la matriz de Sara; 20sin embargo, respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, 21y estando plenamente convencidode que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo.
Yo espero que usted esté de acuerdo en algo que este texto enseña: glorificamos a Dios al creer en sus promesas. Escuchen a Martín Lutero, quien consiguió sostenerse firmemente en esta verdad.
La fe. . .honra a aquel en quien se confía con la más reverente y alta consideración pues lo considera verdadero y fidedigno. No hay ninguna otra honra igual en estimación de veracidad y rectitud, con que honrar a aquel en quien confiamos... Por otro lado, no hay manera en que podamos mostrar mayor desprecio por un hombre, que considerarlo como falso y malo, y tener sospechas de él, como hacemos cuando no confiamos en alguien. (Selections [Selecciones], pág. 59).
Confiar en las promesas de Dios es la manera fundamental en la que se puede glorificar conscientemente a Dios. Cuando usted cree en una promesa de Dios, honra la habilidad de Dios para hacer lo que prometió, y honra su buena voluntad para hacer lo que prometió, y honra su sabiduría para saber cumplirla.
Anoche tuve que batallar contra la ansiedad de no creer que este sermón tomaría forma a tiempo para el servicio de esta mañana, porque comencé a trabajar muy tarde. Batallé creyendo en la promesa de 2da a los Corintios 12:9 (“Te basta mi gracia, pues mi poderse perfecciona en la debilidad”). Y cuando creí en la promesa, fueron glorificadas la habilidad de Dios, su sabiduría, y su buena voluntad para ayudarme. Cuando usted confía en alguien, lo honra al nivel más profundo.
Por consiguiente, si la meta de nuestra iglesia es glorificar a Dios en todo lo que hacemos, debemos hacer que nuestro objetivo sea pelear contra la incredulidad en todo lo que hagamos. Porque nada deshonra más a Dios que no creer en lo que él dice. O para decirlo positivamente, si nuestra meta es glorificar Dios en todo lo que hacemos, entonces en todo lo que hagamos debemos proponernos creer en las promesas de Dios. Porque Dios fue glorificado cuando Abraham creyó en la promesa de Dios.
Así que espero que ustedes puedan ver por qué pienso que ésta serie de mensajes es tan importante. Sino aprendemos a vivir por la fe en las promesas de Dios, no lograremos nuestra meta como iglesia. Sino aprendemos a batallar contra la incredulidad que ataca constantemente a nuestros corazones, entonces no lograremos glorificar a Dios. Y habría razón para que existamos.
Ahora bien, para establecer las bases para el resto de los mensajes permítanme decir tres aclaraciones sobre la fe que glorifica a Dios. Si les parece demasiado breve, por favor, sepan que cada una de estas tres verdades será abordada en cada sermón este otoño. Ahora solo quiero introducirlas y empezar a moldear la mentalidad de nuestra iglesia según la dirección Bíblica. Y así tengo la esperanza de motivarnos a encontrar nuevas formas de confiar en Dios.
1. Esto es lo primero que quiero decir acerca de esta fe: la fe que honra a Dios es la que pone sus esperanzas en las promesas de Dios para obtener la felicidad. En otras palabras, esta fe está orientada al futuro, confía en Dios por algo que él hará en el futuro, ya sea en ocho horas o en 8 000 años. La función de los eventos pasados, por ejemplo (la muerte y resurrección de Jesucristo por nuestros pecados) es apoyar la fe en las promesas, lo cual tiene que ver con nuestro futuro. Para ser salvos es absolutamente esencial creer que Cristo murió por nuestros pecados de una vez por todas, y que resucitó. Pero es crucial por que la muerte y resurrección de Cristo son la garantía de las promesas de Dios. Los que dicen, «Yo creo que Cristo murió por mis pecados, y que resucitó de la muerte», pero luego no ponen diariamente sus esperanzas en las promesas de Dios, no tienen una fe que honra al Dios que justifica a los pecadores.
Esto puede verse en nuestro texto de hoy. Justo después de exaltar a Abraham por creer las promesas de Dios en los versículos 19-21, Pablo dice, “Por lo cual también su fe le fue contada por justicia”. Entonces, ¿cómo fue que Abraham fue justificado ante Dios? Respuesta: Porque creyó en las promesas de Dios. La fe de Abraham era una fe orientada hacia el futuro, una fe que sí justificaba.
Leamos cómo se nos aplica esta enseñanza. Versos 23-24:
Y no sólo por él fue escritoque le fue contada, 24sino también por nosotros, a quienes será contada:como los que creen en aquel que levantó de los muertos a Jesús nuestro Señor.
¡Nótenlo! El versículo no dice, «La fe le será contada como justicia a los que crean en el pasado hecho histórico de que Jesús resucitó de los muertos» ¡Aunque esto es crucial! ¡El versículo dice, que seremos considerados como justos si creemos en Dios! ¡Como Abraham quien creyó en Dios! ¡Y este Dios es el mismo Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos para que pudiéramos confiar en él! ¡A fin de que sepamos que su Hijo vive para siempre para interceder por nosotros! Para que sepamos que Cristo reina victorioso por encima de todos sus enemigos. Para que sepamos, como dice el versículo 17, que Dios da vida a los muertos y hace que exista lo que no existe ¡Él lo puede todo! Nada es imposible para Dios. Por lo tanto él es absolutamente fidedigno.
No somos justificados por creer que Jesús murió por los pecadores y resucitó de nuevo. Somos justificados por poner nuestras esperanzas en las promesas que Dios aseguró y garantizó mediante la muerte y la resurrección de su Hijo. Dios nos justifica, perdona nuestros pecados, nos acredita la justicia, por medio de la fe que se satisface sabiendo que Dios vendrá por nosotros de acuerdo con todas sus promesas.
Esto es lo primero que quería decir acerca de la fe: la fe está orientada hacia el futuro: significa poner nuestras esperanzas en las promesas de Dios para conseguir la felicidad, creyendo que esas promesas están aseguradas por la muerte y la resurrección de Jesús.
2. Lo segundo que quiero decir acerca de la fe en las promesas de Dios es que la fe produce lo que Pablo llama dos veces “obra de fe”, una en 1ra a los Tesalonicenses 1:3 y otra en 2da a los Tesalonicenses 1.11. Cuando Pablo hace referencia a “la obra de fe”, quiere decir que cuando se tiene esta clase de fe, hay una dinámica que siempre cambiará el corazón (Hechos 15:9) y producirá las obras del amor.
En Gálatas 5:6 es donde mejor se aprecia este principio:
Porque en Cristo Jesúsni la circuncisión ni la incircuncisión significan nada, sino la fe que obra por amor.
La fe es poder. La fe nunca deja de hacer cambios en nuestra vida. Y no puede dejar de cambiar nuestra vida, porque aquello en lo que ciframos nuestras esperanzas siempre gobernará nuestra vida. Ya sea que pongamos nuestras esperanzas en el dinero, o en el prestigio, o en el ocio y la comodidad, o en el poder y el éxito; aquello en lo que depositemos nuestras esperanzas determinará las decisiones que tomemos y los actos que realicemos. Y por eso cada día depositamos nuestras esperanzas en las promesas de Dios. La fe en las promesas de Dios es la raíz principal de toda justicia y amor.
Anteriormente, en Gálatas 2:20 Pablo dijo,
Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amóy se entregó a sí mismo por mí.
Pablo vivió cada día de su vida por la fe. Jesús lo había amado lo suficiente como para morir por él, y ahora Pablo sabía que podía confiar en Jesús, podía creer en él para que lo cuidase y supliera todas sus necesidades (Filipenses 1:19). Cuando usted deposita sus esperanzas en las promesas de Dios y en la presencia de Jesús, vive de un modo diferente, lleva el fruto de la justicia (Filipenses 1:11).
Bendito es el hombre que confía en el Señor,
Cuya confianza es el Señor.
Será como árbol plantado junto al agua,
Que extiende sus raíces junto a la corriente;
No temerá cuando venga el calor,
Y sus hojas estarán verdes;
En año de sequíano se angustiará
Ni cesará de dar fruto
Esto es lo segundo que tengo que decir acerca de la fe: la fe produce frutos en nuestras vidas. Creer en las promesas de Dios no es algo muerto que no da fruto. Aquello en lo que depositamos nuestras esperanzas para alcanzar la felicidad, controlará nuestras vidas.
3. Lo último que tengo que decir por ahora es solo una oración. Para seguir creyendo en las promesas de Dios y llevar el fruto de la fe, tenemos que combatir cada día a la incredulidad. Convertirnos en cristiano es el principio de la batalla, no el fin. Pablo le dijo a Timoteo en 1ra a Timoteo 6:12, “Pelea la buena batallade la fe; echa mano de la vida eternaa la cual fuiste llamado”
Para perseverar a la vida eterna debemos pelear la buena batalla de la fe (1ra a los Corintios 15:12; Colosenses 1:23; Hebreos 3:14). Esta es la batalla que estudiaremos durante las siguientes 14 semanas.
Y creo que Dios nos ha dado este estudio porque nos ama y porque su objetivo es traer algunas grandes victorias a nuestras vidas y a nuestra iglesia. Y lo creo así por la promesa en 1ra de Juan 5:4: “esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe”.
Inclinémonos para orar. Todos en esta habitación luchamos contra algún pecado. Quizás, aceptar que este pecado tiene sus raíces en la incredulidad sea algo nuevo. Pero es así. Y quiero que oremos en silencio rogándole a Dios que nos ayude a ver la relación entre la incredulidad y el pecado, y que nos conceda la fuerza necesaria para dedicarnos a aprender a pelear contra esta incredulidad y poder vencer al pecado.