Romanos 6:1-11
¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado. Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él. Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive. Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
Quisiera comenzar confesándoles algo en esta mañana. Aquí les va mi confesión: siento una atracción profundamente nostálgica por la palabra “existencialismo”.
Y hablo de una atracción nostálgica porque era parte del aire que respirábamos los adolescentes de los sesenta; también se respiraban Viet Nam, los Beatles, Sony, Cher, Peter Paul, Mary, The mamas and the Papas, Dylan Thomas, John F. Kennedy, los Derechos Civiles, Martin Luther King, John Steinbeck, Ernest Hemingway, Robert Frost, Carl Sandberg, Neil Armstrong, los hippies, Jesus People, Hait Ashbury, LSD y Cassius Clay.
Cumplí 14 anos en 1960 y 24 en 1970. De 14 a 24, estos son anos bastante turbulentos en la vida de cualquier joven. Pubertad, acné, pre-universitario, universidad, matrimonio, seminario, todo ocurrió en los sesenta para mí. Y permeando el aire que respirábamos, allí estaba aquello casi indefinible llamado “existencialismo”.
Descrito a grandes razgos, el existencialismo no ofrecía ni Dios ni esperanza. Albert Camus lo reflejó en su drama del absurdo; Jean Paul Sartre, en sus novelas y Martin Heidegger, en volúmenes inmensos de filosofía: NO HAY DIOS. No hay propósito final para la vida o el universo. No hay valores absolutos ni reglas por las que vivir. Sólo una cruda existencia y una libertad radical y vacía. La vida es un absurdo.
El verdadero significado de la vida no parte de ninguna esencia en la tierra o en el espacio: se crea de la nada y de manera individual; momento a momento, a través de cada acto de nuestra existencia, de ahí el nombre de “existencialismo” Lo real y verdadero lo determinas tú mismo por el uso que hagas de tu existencia.
Sin embargo, en los sesenta, aquella hueca visión del mundo aun no había producido las grandes orgías de desenfreno sexual de los setenta ni la avalancha de “yo-ismo” que marcó los ochenta. En los sesenta, podían sentirse los aun fuertes vientos de lo moral. Todavía podíamos cantar: “La respuesta, amigo mío, la tiene el viento. La tiene el viento”.
Sin embargo, para miles de los que creíamos, la respuesta estaba en el evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios, quien vivió y amó como nadie lo ha hecho ni lo hará jamás; quien escogió el sufrimiento y la muerte cargando el pecado de otros; quien se levantó de los muertos para regalarnos una esperanza eterna, más allá de toda la futilidad de esta vida; y quien aun hoy llena a su pueblo con su Espíritu para que puedan vivir como El vivió y llevarlos a una eternidad de vida y gozo.
Muchos de nosotros oímos esta respuesta en los escritos de C.S. Lewis, algunos, en los ecos de Soren Kierkegaard, otros a través de Dietrich Bonhoeffer o en la voz de Martin Luther King, e incluso, muchos la oyeron de miles de jóvenes desconocidos, con cabello largo, collares de cuentas, sandalias y una Biblia, en algun lugar entre San Francisco y Kabul, Afganistán.
Una cosa tenían en común estos mensajeros y era el espíritu del existencialismo, no aquella visión del mundo vacía y sin esperanza, sino el espíritu de la existencia radical y apasionada; el espíritu de que una vida sin pasión, ni riesgo, ni compromiso es totalmente fingida. Poco importa cuan real, cuan demostrable y acertada o cuan ordenada sea, la vida es fingida si no la enfrentamos con pasión y arrojo.
Kierkegaard lanzó toda su carga existencial contra la inerte ortodoxia de la iglesia de Dinamarca, donde la fe era sólo un “sí” aburrido, un mismo sí a los credos y bautismos, a las confirmaciones y ceremonias. Recuerdo haber leído su libro “La pureza del corazón es querer”, y haberme sentido como si estuviera en la cumbre de una montana sin nubes. Chad Walsh lo definió como “terapia de choque”.
Bonhoeffer desafió a la iglesia confesa en Alemania contra sus compromisos con el Tercer Reich y lo pagó con su vida. Es por eso que miles de los que leemos sus libros “El costo de ser discípulo” y “ Cartas desde prisión”, lo hacemos con un sentido de pasión existencial tan profundo que sólo pudiera encontrarse en unos pocos libros en el mundo.
Incluso en C.S. Lewis, al hablar desde un centro literario tan importante como Cambridge, ya se percibía el aroma del existencialismo cuando dijo cosas como: “La salvación de una sola alma es más importante que la producción y preservación de todas las obras épicas y trágicas del mundo.”[1]
Mi confesión es que pasé de niño a hombre en una atmósfera de existencialismo, en una atmósfera que nos decía constantemente: “Si vas a jugar a ser un religioso o un académico, no lo hagas cerca de mí, porque la única fe que yo admiro es aquella que es auténtica, genuina, apasionada, arriesgada, que transforma la vida, existencial. Y los únicos esfuerzos académicos que realmente admiro son los que son movidos por la pasión por la verdad y el amor, por Dios y la vida eterna”.
Les digo con toda intención que se trata de una confesión, porque estoy al menos parcialmente consciente de cuánta exposición a lo pecaminoso puede haber en el hecho de crecer en un ambiente de existencialismo. Y tengo un motivo: no soy muy paciente con el Cristianismo que trata de mantener su status quo, según el cual la gente, en el nombre de Cristo, usa su dinero, sus vocaciones y tiempo libre de manera muy parecida al resto del mundo. Pero la impaciencia no es una virtud. La aversión que siento hacia el fingimiento y la hipocresía tiende a sobrepasar mi compasión por el débil y mi paciencia con aquellos que están en el proceso. Y no tiene sentido que un pastor oculte estas cosas. Ahí está mi lucha y ahí es donde ustedes necesitan orar. Todavía hay cicatrices, al igual que fortalezas, que me dejaron los sesenta.
Pero ustedes se preguntarán: ¿Qué tiene que ver todo esto con el Domingo de Resurrección y la resurrección de Jesús de entre los muertos? Trataré de explicárselo.
Puedo reconocer en este texto cuatro hechos extraordinarios sobre la resurrección de Jesús. Y no estamos hablando aquí de reencarnación, vida fuera del cuerpo, fantasmas, espíritus o cosas así. Estamos hablando del cuerpo, el alma y el espíritu de Cristo como el todo unificado de alguien que sale de la tumba para siempre y cuyo pueblo le seguirá algún día exactamente de la misma manera.
He aquí los cuatro hechos:
Versículo 4: “Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre”
Versículo 9: “Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él.”
Versículo 8: “…morimos con Cristo”. Aquellos que confían en Cristo están unidos a El (Col. 2:12; Gal. 3:26). Al confiar en Cristo, nos identificamos de tal manera con El, que lo que le sucedió a El nos pasa a nosotros también. Nuestra fe se expresa en el bautismo: somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo (v. 2); o sea, morimos con El.
Versículo 5: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” Nosotros también resucitaremos exactamente como El lo hizo, para no morir jamás. La muerte ya no reina sobre nosotros.
Cristo resucitó de los muertos.
Cristo ya no morirá más, reina triunfante sobre la muerte.
Por la fe no unimos a Cristo y morimos en El.
Nosotros resucitaremos como El resucitó y viviremos con El para siempre.
Leí estos hechos sorprendentes por semanas, y mientras los leía, el Realista Bíblico en mí decía: “Hay tantos buenos argumentos que pudieran usarse en la mañana del Domingo de Resurrección, ¿por qué hacerles creer estos cuatro?”.
Pero entonces el existencialista me decía: “Es verdad, pero ¿Qué tal si ellos dijeran: Esa religión es interesante. Gracias por regalarnos un sermón tan inspirador. Ahora, pasemos al almuerzo de Resurrección?”
Es por eso que he sentido un profundo deseo en mi corazón de que en esta mañana ustedes experimenten un encuentro existencial con estas realidades y no sólo una mera conciencia intelectual de su existencia. He aquí la misma palabra y el porqué es tan pertinente en esta mañana.
Esta es la diferencia. Imagine que está sentado en la cocina de su casa escuchando las noticias antes de la cena, y usted oye en la radio que el año pasado, en Minnesota, 30 niños que jugaban cerca de la calle, fueron atropellados por unos motoristas. Usted escucha la noticia y mientras se reclina en su silla piensa: “Qué tragedia. Debe haber sido duro para esos padres.” Luego, sigue escuchando otras noticias.
Pero de pronto, la puerta del frente de su casa se abre estrepitosamente y entra su hijo de 12 años, llorando y con la noticia de que su otro niño, el de nueve años, acaba de ser atropellado por un carro que, tratando de esquivar una curva, terminó por golpear al niño en la acera. Esta noticia es diferente.
La primera noticia era real. Usted no tuvo dudas de eso. Había buena evidencia para ello. Podía incluso ser comprobada. Pero he aquí una segunda noticia que va justo al centro de su ser y lo estremece. Todo en su ser tiembla ante la realidad de que es su hijo el que acaba de ser atropellado. Esto toca su existencia. Y cambiará todo en su vida destrozando su corazón por completo. Esto lo trastornará como nunca antes.
Mientras leo estos cuatro grandes hechos una y otra vez (Cristo resucitó de los muertos; Cristo ya no morirá más, reina triunfante sobre la muerte; por la fe no unimos a Cristo y morimos en El; nosotros resucitaremos como El resucitó y viviremos con El para siempre) deseo que ustedes que me acompañan hoy los escuchen, no como meros reportes demostrable de ciertas interpretaciones religiosas, sino el llanto de su hijo al entrar por la puerta de su casa. “Esto tiene que ver con usted! Estamos hablando de SU vida, muerte y esperanza.”
Recuerdo una historia que leí recientemente sobre un rabí ucraniano de nombre Levi-Yitzhak y que en cierta ocasión fue confrontado por un filósofo ateo, quien desplegaba toda una lista de argumentos contra la existencia de Dios pensando que el rabí aceptaría tal reto intelectual y que hubiera podido hacer perfectamente. Sin embargo, el rabí actuó de manera totalmente diferente a lo que el filósofo esperaba. Mirándole directamente a los ojos el rabí le dijo suavemente: “?Qué tal si Dios fuera real después de todo? Dígame, ¿que tal si fuera verdad?”
Por la gracia de Dios, aquel llegó a ser un momento existencial para el filósofo. Se estremeció. Estas palabras lo perturbaron más que todos los argumentos que él había escuchado antes. Por primera vez llegó a sentir cuán vulnerable y débil era ante el Dios viviente. Y justamente ahí terminó su juego intelectual. Todo su mundo fue trastornado, sus ojos vieron la verdad y se convirtió en un creyente en el Señor.
Así que es eso lo que quisiera preguntarles en esta mañana: ¿Qué tal si fuera verdad que Cristo resucitó de los muertos; que Cristo ya no morirá más sino que reina triunfante sobre la muerte como Rey del universo; que por la fe nos unimos a Cristo y morimos en El y que resucitaremos como El resucitó y viviremos con El para siempre? ¿Qué tal si todo esto fuera verdad y no sólo como algunas de las noticias que oímos en la radio sino como la verdad inmediata y palpitante en los labios de un niño que entra llorando y que en un pestañear nos cambia la vida?
Comencemos sólo por la Biblia:
Si todo esto es verdad…
…el poder de la muerte se rompe, la raíz de esclavitud y el miedo a la muerte son sometidos y podemos ser libertados.
…usted no tiene que llegar a la cima para alcanzar el éxito.
…usted no necesita huir de los problemas y vivir con el miedo de que quien tiene más gana.
…usted puede gozarse cuando es perseguido por causa de la justicia, porque su galardón es grande en los cielos.
…cada pérdida sufrida por el Reino le será mil veces multiplicada.
…no hay riesgo final si lucha por la verdad y el amor, nada lo puede derrotar.
…el deterioro de su cuerpo es un preludio de la gloria.
…usted será perfeccionado, sin mancha y ya no habrá más lucha, ni lascivia, ni ambición, ni complejos de inferioridad, ni envidia, ni cobardía, ni recuerdos dolorosos o vergüenza que lo paralice.
…no habrá más llanto ni dolor porque las primeras cosas habrán pasado.
…volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces, no alzará espada nación contra nación.
…toda injusticia será rectificada y toda maldad castigada y todo lo torcido enderezado.
…y los que están en Cristo resucitarán con El y nunca perecerán, y Dios será nuestro Dios y nosotros seremos su pueblo, y la gloria del Señor será nuestra luz y nuestro gozo para siempre.
La Escritura es testigo y también todos los mártires y el pueblo de Dios en dos mil años de que estas cosas son ciertas.[2] Dios permita que nuestra respuesta sea una vida de fe, amor y gloria a su nombre.
↑ C. S. Lewis, Reflexiones cristianas, Grand Rapids: William B. Eerdmans Publishing Co., 1967, p. 10
↑ Sobre mi esfuerzo por apoyar con buenas razones estos argumentos ver el Apéndice 2, "?Es la Biblia una guía confiable para un gozo perdurable?" en Desiring God: Meditations of a Christian Hedonist, Portland: Multnomah Press, 1986, pp. 239-250.