Mensaje pascual: ¡Resucitó el Señor, aleluya!
por José Luis Podestá
¡Resucitó el Señor, Aleluya!,Con estas palabras iniciamos el día de hoy, palabras que nos llenan de gozo y de esperanzas.
Este anuncio es el fundamento de la esperanza de la humanidad. En efecto, si Cristo no hubiera resucitado, no sólo sería vana nuestra fe (1 Co 15,14), sino también nuestra esperanza, porque el mal y la muerte nos tendrían a todos como rehenes."Como dice San Pablo -Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que han muerto" (1 Co 15,20).Con su muerte, Jesús ha quebrantado y vencido la férrea ley de la muerte, extirpando para siempre su raíz ponzoñosa.
"¡Paz a vosotros!",Éste es el primer saludo del Resucitado a sus discípulos; saludo que hoy repite a sus hijos predilectos en el mundo entero. ¡Oh Buena Noticia tan esperada y deseada!¡Oh anuncio consolador para quien está oprimido bajo el peso del pecado y de sus múltiples estructuras! Para todos, especialmente para los pequeños y los pobres, proclamamos hoy la esperanza de la paz, de la paz verdadera, basada en los sólidos pilares del amor y de la justicia, de la verdad y de la libertad.
Nosotros recibimos la fe pascual como una gracia. Creemos por el testimonio de los testigos, de quienes vieron al Señor resucitado; nuestra es aquella bienaventuranza ¡bienaventurados los que no vieron y creyeron! (Juan 20, 29). Cada año, en el Santo Día de Pascua, resuena más melodioso y vibrante ese testimonio que la Iglesia custodia y transmite con fidelidad a través de los siglos: Ha resucitado, no está aquí, (Marcos 16, 6). En este día que hizo el Señor, se nos convoca a un nuevo encuentro con el Resucitado, que nos ratifique y fortalezca en su seguimiento y amor.
Al afirmar el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, se nos propone un mensaje de gozo y de esperanza; su contenido se refiere, ante todo, a nuestra relación con Dios y al misterio de la salvación. Nos recuerda que nuestro destino es pertenecer a Cristo, vivir como quienes han muerto al pecado y, participando ya de las energías de la resurrección que obedecen a las leyes de una patria celestial.
Cuando el Apóstol de los gentiles nos dijo estas palabras “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.” (Colosenses 3, 1-2).
Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3,3), tiene que expresarse en la fidelidad al Evangelio y en el servicio del amor cristiano.
No constituye una superestructura religiosa o pietista que barniza y camufla una existencia en la cual se imponen los criterios mundanos, porque nos ha sido transformada hondamente por un encuentro real con el Resucitado, ese encuentro que se verifica en el claroscuro de la fe, enriquecido con la ferviente certeza que el Espíritu del Señor, proporciona a los corazones disponibles, abiertos y sencillos, que ansían la coherencia de la verdad.
La esperanza pascual no resuelve mágicamente nuestros problemas, no proyecta ilusiones, no nos sumerge y aliena en una atmósfera de indiferencia beata ante la dureza de la vida, sus amarguras, dolores y fracasos. Por el contrario, nos pertrecha para el trabajo y el combate, nos incita a la acción. Como es obvio, esta indicación vale no sólo para los misteriosos senderos de la vida espiritual y de la santificación personal, sino también para afrontar nuestra tarea y nuestro compromiso en el mundo, aquí y ahora. Ambas dimensiones, por otra parte, están inextricablemente ligadas: la búsqueda de Dios y de la intimidad con él, halla su contexto y sus posibilidades de verificación en el lugar y tiempo concretos, que nos ha deparado la Providencia.
Enseña San Pablo a los filipenses “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros. (Fil 4, 8-9). En esto consiste, después de todo, la santidad cristiana.
Lo que necesitamos en este mundo y este país, es una grande y unánime conversión de sus hijos, que la conduzca a un nuevo encuentro con Jesucristo, a una nueva aceptación de Jesucristo, a un reconocimiento real no discursivo, de su soberanía, de su señorío de amor y de servicio. Él nos dará la fe necesaria para afrontar nuestra vida, nuestro compromiso, el no abandona a sus hijos llamados por la sangre vertida en la cruz, no niega la mano cálida de su soberanía amorosa y absoluta a sus predestinados a la salvación desde siempre.
Recordemos que ese suplicio e infamia que paso el Señor por nosotros en la cruz fue por nuestra salvación, entregándose una vez para siempre para remisión de los pecados de sus hijos amados, debemos pues ser agradecidos y también compartir vivamente la alegría de la resurrección, Cristo se hizo víctima por nosotros y resucito al tercer día como lo predijo.
Que en esta pascua nos invada la alegría de llevar el evangelio al mundo, a ser heraldos de la fe en Cristo muerto y resucitado.
¡Felices pascua de resurrección!.
Domingo de pascua, del 2006
Iglesia Presbiteriana Ortodoxa-Misión Argentina
José Luis Podestá – Misionero