Mensaje para el domingo de Pentecostés: “Y sopló sobre ellos”

por José Luis Podestá

En este día  de Pentecostés se cierra la Pascua. Pentecostés es la cima de la Pascua. Cristo murió, resucitó y nos dio su Espíritu. Es Jesús quien “envía” el Espíritu sobre el grupo de los “suyos” y popularmente se dice que es el Comienzo del tiempo de su Iglesia.
El Espíritu Santo nos hace testigos. Un testigo es  alguien que ha tenido experiencia  de Jesús, y de la presencia del Espíritu de Dios, la tercera persona de la Tríada.
Esta experiencia no es un arrebatamiento fantástico y de insondables manifestaciones, sino una intima  familiaridad connatural con el Creador y con su   Evangelio.
Ser testigo no es ser  un fanático, ni un desequilibrado, ni tampoco es un cristiano perfecto digno de vitrinas y aplausos ya que en  cada caminar diario existen tropezones y desfallecimientos. Sabe por experiencia de que es ser pecador y que solo por la infinita gracia de Dios, es apartado, predestinado para salvación, sin ningún merecimiento de su parte, solo por gracia y mediante la fe en Jesucristo.
Pero es digno marcar que un discreto destello se desprende de sus palabras y comportamientos. No se avergüenza de ser creyente de ser cristiano reformado, lo muestra a las claras, con humilde discreción no sólo en medios propicios de grupos de Iglesia. También en ambientes impasibles y discrepantes, sobre todo en nuestro entorno marcado con una  profunda secularización  y descreimiento de toda verdad Divina.
Es necesario leer y releer el libro de los Hechos de los Apóstoles, ¿Por qué merece la pena hacer esa lectura en este momento?, Porque aquí  se habla  de la Iglesia y muestra los rasgos de las primeras comunidades cristianas, rasgos que todo Presbiteriano Ortodoxo debe tener muy en claro y hacerlo carne.
Lucas su autor  asevera que la comunidad primigenia era persistente “en la enseñanza de los Apóstoles y en la comunión de vida, en la fracción del pan y en las oraciones”. Exterioriza así lo que fue y debe ser  la Iglesia, mostrando cómo ha de existir su trayectoria en la historia.
Este camino se inicia con el envío del Paráclito prometido por Jesús, dándose  en una comunidad que está aglutinada en oración y  cuyo centro es el mismo Cristo resucitado que es el sostén de su fe.
Surgen, en este evento  tres particularidades  esenciales de la Iglesia que hoy, día de Pentecostés, tenemos que acentuar: La Iglesia es Apostólica; porque se basa en el testimonio de los Apóstoles, ella es también  orante, por tanto vuelta hacia el Señor, “santa” en definitiva porque su Señor es Santo, su única cabeza; y ella es una, porque es el cuerpo de Cristo y están unidas las diferentes comunidades por una misma fe en el resucitado, afianzada esta fe por el Espíritu Santo.
  La afirmación del  Espíritu Santo en este grupo primigenio compuesto por los Apóstoles se exterioriza en el don de lenguas. En el Libro de los Hechos así se muestra que con la venida del Paráclito  se transforma lo acontecido  en el relato de la torre de Babel, la neófita  comunidad,  nuevo pueblo de Dios, se expresa en legua comprensible a los que estaban presentes  y así desde el primer momento de su existencia  esta comunidad se manifiesta como universal, abierta a todos los predilectos, escogidos de Dios antes de todos los tiempos en los diferentes rincones de este mundo.
Esto quiere decir, que ser la Iglesia obliga  en nombre de Jesucristo, a caminar hasta los límites del espacio y del tiempo, llevando el Evangelio a toda criatura. No es casual que la narración del libro de los Hechos comienza en Jerusalén y termina en Roma, que no son dos simples ciudades, sino símbolos de toda la humanidad, y que comprende el antiguo pueblo de Dios, los judíos, y todas las naciones, los pueblos paganos, demostrando esto la Divina inspiración de las Escrituras.
Estos sucesos nos estipulan que cada  comunidad es portadora de la luz, dada por el Santo Espíritu para llevar la verdad  al mundo; a través de ella se actualiza la presencia indestructible del Señor que ha aniquilado  la muerte.
La misión de la comunidad Cristiana y no sólo de su parte dirigente, pues san Juan demuestra claramente que se dirigió a los discípulos, no exclusivamente a los Doce, para que den testimonio y vayan y hagan discípulo, es nuestra obligación como reformados cumplir el mandato Divino estipulado en las Santas Escrituras.
Los discípulos no eran perfectos eran  hombres aterrorizados por lo sucedido a su maestro y  estos temerosos hombres son transformados y enviados a dar la vida por el Evangelios de Nuestro Señor, para estos debían hacer carne  los mandamientos del Salvador, que son,  levantar a los caídos, sanar a los enfermos y robustecer a los endebles, en una palabra a dar testimonio con el servicio a los que menos cuentan en esta sociedad hedonista y consumidora de imágenes perfectas, totalmente ficticias.
Jesús les mostró sus manos y su costado para ser reconocido como el que murió, y con su paso al Padre, les dio su Espíritu y su paz.
El Espíritu Santo  induce la conversión del corazón. El espíritu renueva al hombre llamado por Dios. Él nos capacita para el amor sin fronteras, incluso a nuestro  enemigo. El Espíritu salvaguarda la causa del Reino de Dios. El Espíritu anima a dar testimonio y a proclamar el  Evangelio.  El espíritu afirma la unidad de la Iglesia  bajo la luz de la Palabra de Dios, utilizándola como cayado para un mejor servicio a la  creación. Recordemos que la Iglesia vive del y por el Espíritu.
Que en este Día de Pentecostés, sepamos ser testimonio fieles de la verdad  y la luz que es Cristo Jesús, y como presbiterianos ortodoxos sepamos defender la fe pura revelada en las Escrituras, ser verdaderos testigos del Resucitado   y heraldos de su Espíritu, para el bien de todos.
José Luis Podestá
                                      

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