Del Hombre Mono al Hombre en Cristo
Por R. J. Rushdoony
Hace unas pocas noches miré un vídeo de la película Tarzán, la versión de 1932 en la que actúa Johnny Weismuller. El libro, Tarzán de los Monos, fue escrito en 1914 por Edgar Rice Burroughs (1875-1950). Es difícil ahora entender cuán exitosas eran las historias de Tarzán en ese entonces. A mediados de los años 1920 todos los chicos de mi escuela las estaban leyendo; yo leí una y a la verdad no me interesó mucho. Hasta la noche en que vi ese vídeo solamente había visto unos pocos minutos de una reciente versión para la televisión.
Las historias de Tarzán fueron versiones posteriores del mito del "noble salvaje" de Rousseau. Tarzan era el hombre natural, cuidado, protegido y "educado" por los monos; apartado de la civilización y poseedor de una bondad y nobleza naturales. Contrastado con el hombre de la civilización Tarzán es el bueno, debido a su condición de natural. Al conocer a Jane El es el perfecto caballero, siguiendo el patrón de conducta en que fuera educado por los monos. La historia de Tarzán era el mito del noble salvaje elaborada para las masas. De diferentes maneras el mito fue continuado: el criminal, como la persona que no pertenece al ambiente natural, se volvió, en las versiones de 1930, la nueva víctima de la civilización y a menudo se convirtió también en un héroe noble. Luego, en los años 60 se les dio ese rol a los negros por parte de los medios de comunicación; por supuesto, no a los negros educados y exitosos, sino a los prototipos de los ghettos. ¡Para ser héroe se necesitaba estar fuera de la civilización!
Pero, hace algunos años, Mario Praz, en el libro La Agonía Romántica, demostró cómo esta noción romántica ha tomado un descenso vertiginoso desde el concepto de nobleza natural hasta la depravación natural. Un novelista de 1974 hizo que uno de sus personajes admitiera, "La conquista es todo cuanto me importa. El odio es mi afrodisíaco". ¡El hombre natural estaba comenzando a mostrar sus vendas caídas! Y no pasó mucho tiempo para que los nuevos héroes culturales, siguiendo la tradición de Rousseau, fueran homosexuales, uno de ellos ubicado en Inglaterra declarando que la de ellos era la verdadera cultura porque era totalmente artificial, ostensiblemente libre tanto de Dios como de la naturaleza.
"Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me aborrecen aman la muerte". Vivimos en una cultura amante de la muerte que con el tiempo se destruirá a sí misma. Mientras más se separa de Dios, más se separa a sí misma de la vida. En mis días de estudiante el solipsismo era algo que hacía pensar a muchos, es decir, la conclusión de que uno no puede saber ni conocer nada excepto a sí mismo, y de que el conocimiento más allá de uno mismo es imposible. Antes de que pasaran varios años ya el existencialismo había abrazado esta misma conclusión triunfantemente. Como resultado, el solipsista individual, como la única realidad, era el hombre natural de Rousseau, no sólo rechazando la civilización sino también proclamando su barbarie como el nuevo evangelio de los 60. El noble salvaje de Rousseau y el noble hombre mono de Burroughs se estaban volviendo destructores. El conocimiento prohibido y las experiencias prohibidas dejaron de existir. La cultura de la muerte comenzó a prevalecer.
Sin embargo, al mismo tiempo, en medio de la confusión generada por el pietismo y su evasión de la realidad, una cultura Cristiana comenzó a emerger. Las Escuelas Cristianas y las Escuelas en el Hogar comenzaron a crecer y a diseminarse rápidamente. Rodeadas por las evidencias de un mundo en agonía, un nuevo mundo está en gestación. El viejo orden se aproxima a su muerte. ¡Por lo tanto regocíjense! Nos estamos moviendo del Hombre-mono de Rousseau al nuevo hombre en Cristo.
Tomado de Chalcedon Report, May 1997.
Traducido por: Rev. Donald Herrera Terán.
Junio, 1997.