EL PROBLEMA DEL MAL
por Prof. Alan D. Strange
El autor es el pastor asociado de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa “Comunidad del Nuevo Pacto” en New Lenox, Illinois. El es el bibliotecario y enseña historia de la Iglesia en el Seminario Reformado Mid-America. También forma parte de la Comisión de Educación Cristiana de la IPO.
Cuando descontentos con el servicio o la mercancía que hemos recibido, muchos de nosotros hablamos con la “persona encargada.” Cuando hablamos de la “soberanía” de Dios, queremos decir que él está a cargo de todo.
Antes de que él creara los mundos, él decretó todo lo que llegaría a pasar (CFW, 3; Prov. 16:33; Hech. 15:18; Ef. 1:11). El trajo todo lo que existe a la existencia por la Palabra de su poder y declaró que todo “era muy bueno” (CFW, 4.1; Gén. 1; Hech. 17:24; Col. 1:16; Heb. 11:3). Y nuestro Dios trino “sostiene, dirige, dispone y gobierna todas las criaturas, acciones, y cosas, desde la más grande hasta la más pequeña” (CFW, 5.1; Sal. 135:6; Dan. 4:34-35; Heb. 1:3).
Pero un reconocimiento de la soberanía absoluta de Dios evidentemente nos compele a concluir que Dios es responsable de todo en este universo. Armados con tal conocimiento, bien puede que nos sintamos justificados de tomar por asalto al cielo, demandando ver al “gerente” y culparlo por el mal que hay en el mundo.
¿El Autor del Pecado?
Sin embargo, la simple verdad es que Dios no es el autor del pecado. El primer capítulo de Santiago nos dice que a nadie se le permite culpar a Dios por la tentación, “porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (v. 13). De hecho, Dios es el dador de “toda buena dádiva y todo don perfecto” (v. 17). El no es capaz de pecar o de ser el autor del pecado, porque “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Claramente, enfrentamos varias verdades bíblicas que parecen estar en conflicto: Dios hizo todas las cosas, y las hizo buenas---con todo, el mal existe, y Dios no es el autor del mal.
El hombre natural e incrédulo no reconocerá la soberanía de un buen Dios, y al mismo tiempo, reconocerá que el mal existe. Dado el mal manifiesto en el mundo, muchos incrédulos concluyen ya sea o que Dios tiene que ser el autor del pecado (y de esta manera, el mal mismo) o que tiene que ser impotente para detener el mal (y de esta manera, él no está últimamente a cargo de este mundo).
Uno de los personajes en la obra de Archibald MacLeish J.B. (basada ligeramente en el libro de Job) lo pone de esta manera: “Si Dios es Dios, Él no es bueno; Si Dios es bueno, Él no es Dios.” Lo que esta declaración significa es claro: Ante el mal, Dios tiene que ceder ya sea su soberanía o su bondad.
Explicaciones Erróneas
Los hombres han desarrollado un número de soluciones no bíblicas a la paradoja del mal coincidiendo con un Dios bueno y soberano. Una “solución” es aquella ofrecida por la teología del proceso de Charles Hartshorne. La teología del proceso rompe con la tensión negando la soberanía de Dios: Dios está en evolución junto con su universo y es impotente para detener el mal, pero al menos él sufre junto con nosotros. Tal perspectiva fue popularizada por Rabí Harold Kuscher en su libro Cuando Cosas Malas le Suceden a Personas Buenas.
El Zoroastrianismo, la principal religión Persa, propone dos soluciones: dos dioses (Ahriman y Ahura Mazda) en conflicto uno con otro, uno bueno y el otro malo. Esto hace al mal finalmente bueno, ya que halla su fuente en una deidad del mal. La mayoría de los incrédulos tienen suficientes problemas afirmando la existencia de una deidad, mucho más si afirman dos.
Mucha gente siente que el “problema del dolor” (como C. S. Lewis lo puso) es mejor resuelto simplemente negando la existencia de Dios. Esto lo salva a uno del aprieto de postular un Dios quien es ya sea o impotente o tolerante del mal. Pero el ateísmo tiene su propio problema: ¿Cómo puede haber tal cosa como el mal aparte de algún estándar de la bondad? Nadie niega la existencia del mal; y sin embargo, aparte del Dios trino de la Biblia, nadie puede justificarlo. Toda otra forma de explicar el mal que no sea por medio del estándar que Dios mismo ha establecido es defectuosa. Luchamos con el problema del mal solamente porque conocemos que hay un estándar del bien. Y ese estándar existe porque hay un buen Dios.
El Origen del Mal
Los cristianos entienden que el mal se originó en la tierra cuando nuestros primeros padres desobedecieron a Dios (CFW, 6; Gén. 3:6-7; Ecl. 7:29). Fue, por supuesto, Satanás quien los tentó a pecar cuestionando la veracidad y bondad de Dios. En su acercamiento inicial a Eva en Génesis 3:1, Satanás impugnó lo razonable del mandamiento de Dios de no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Seguramente un buen Dios no le negaría a su descendencia lo que los enriquecería (v. 5). Satanás representó a Dios como un valentón quien solamente necesita ser enfrentado. El razonó con nuestros padres de que si ellos hacían valer sus derechos, ellos se descubrirían a sí mismos ser tan libres como Dios mismo para establecer las reglas. Un buen Dios nunca les negaría este fruto. Satanás los incitó a comer y ser su propio dios. Cuando nuestros primeros padres aceptaron esta tentación en sus corazones, el mal entró al Paraíso.
Y las tácticas de Satanás no han cambiado. El tentó a Cristo esencialmente de la misma forma (Mat. 4:1-11), y él nos tienta de la misma manera. El mal continúa buscando cuestionar la veracidad y la bondad de Dios. Siempre que el dolor y el sufrimiento llegan a nosotros, el mal, la carne y el mundo nos incitan a murmurar como los hijos de Israel lo hicieron cuando el Señor los quería traer a la Tierra Prometida: “Porque Jehová nos aborrece, nos ha sacado de tierra de Egipto, para entregarnos en manos del amorreo para destruirnos” (Deut.1:27). Somos tentados en cada dificultad para ver a Dios como odiándonos y a despreciar el hecho de que “Es buena la tierra que Jehová nuestro Dios nos da” (v. 25).
Pablo no quiere que la lección de los Israelitas pase inadvertida por nosotros. Nos dice en 1 Corintios 10 que Dios libró a Israel (vv. 1-4) como nos ha librado a nosotros, y que la falta de Israel de confiar en el Señor durante el tiempo en el desierto permanece como una advertencia para nosotros (v. 11). En vez de desesperarnos en nuestras pruebas, debemos siempre entender que el Señor nunca nos da una carga que no podamos llevar y que cada prueba tiene una salida (v. 13)---es decir, que cada prueba provee de otra oportunidad para confiar en el Señor.
El Uso que Dios Hace del Sufrimiento
La intención de Dios, como te das cuenta, de usar todo el dolor y sufrimiento, ciertamente todo el mal en nuestras vidas, es para purificarnos para la herencia que estamos por recibir (1 Pedro 4:12-19; Heb. 12:3-11). Es en nuestra debilidad que su poder se perfecciona (2 Cor. 12:9) y en vasos de barro que la excelencia del poder de Dios se manifiesta (2 Cor. 4:7).
Algunas veces nos preguntamos por qué Dios escoge hacer algo de una manera. ¿Por qué traer mal al mundo y usar las mismas circunstancias creadas por el mal para perfeccionar a su pueblo y traer muchos hijos a la gloria? Podría responder: Para que su poder y grandeza puedan ser del todo manifiestas y todo el rango completo de sus atributos exhibidos tanto en la condenación de los malos y en la glorificación de los elegidos. Pero, ultimadamente, decimos que solamente Dios es sabio (1 Tim. 1:17) y que es el colmo del orgullo cuestionarlo (Rom. 9:20-21; Job 38-41). Es suficiente saber que él nos ama y obra todas las cosas para nuestro bien (Rom. 8:28, 31-39).
Lo encuentro más que curioso que tenemos mucho dentro de nosotros para cuestionar la sabiduría de Dios. Yo te desafiaría, más bien, a pasar tiempo meditando en la bondad de Dios. Piensa en nuestros primeros padres en el Edén. Ellos tenían todo lo que necesitaban: comunión perfecta, verticalmente (con Dios) y horizontalmente (uno con otro). Cada una de sus necesidades físicas era completamente satisfecha. Estaban en un lugar de belleza y harmonía perfecta. No tenían ninguna razón de ninguna clase para desconfiar de Dios pero sí tenían todas las razones para desconfiar de la serpiente quien cuestionó la bondad de Dios. Sin embargo, frente a toda esta maravillosa provisión y amor, escogieron volverse al padre de mentira y darle la espalda al que los había hecho y los había cuidado tanto. ¿Por qué no pensamos más acerca de la horrible incongruencia del pecado con tan abundante bondad en plena perspectiva?
La Redención Final
Cuán grandioso es, entonces, que Dios hizo la primera promesa de salvación en Génesis 3:15 inmediatamente después de la Caída. Al avanzar la revelación y culminar en nuestro Señor Jesucristo, vino a ser más claro que hemos ganado más en el Último Adán que lo que alguna vez perdimos en el primero.
Sabemos que cada desastre natural (terremotos, huracanes, sequía, plagas, etc.) y cada ocasión del pecado humano es parte de la “esclavitud de corrupción” a la que la creación entera está sujeta (Rom. 8:20-21). Ya sea el Huracán Andrew, la hambruna en Somalia, la guerra en la antigua Yugoslavia, o el Presidente Clinton haciendo al aborto más fácil de obtener en las demandas, nos gozamos al saber que “los sufrimientos de este tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (v. 18). Y tenemos esta esperanza porque nuestro Dios soberano ha sujetado a la creación al sufrimiento en esperanza, proponiéndose como fin traer su redención final (vv. 18-30). De esta manera, siempre podemos cantar a nuestro Hacedor y Regente esas hermosas palabras de Pablo usadas por Handel en su Mesías: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 15:57).
Versión Castellana: Valentín Alpuche
Con el debido permiso