LAS QUATRO VIRTUDES CARDINALES
Eusebio.- Por mi salud que tenéis razón, pero, pues no queréis decir esto, decidnos de las virtudes cardinales; y primero decidnos, por qué las nombran así.
Arzobispo.- Nómbranlas así, porque con ellas heredamos el nombre de los filósofos gentiles, los cuales las llamaban cardinales, porque a su parecer en ellas, como en quiciales, se gobierna y sustenta la vida humana. Pero sería bien que ya entre los cristianos perdiesen el nombre, pues tenemos otras que son mucho más que ellas, a las cuales llamamos teologales.
Eusebio.- Pues ¿cómo querríais que se llamasen?
Arzobispo.- Podrían llamarse virtudes morales, pues todas ellas son para instruir humanamente un hombre, y pueden estar en uno que no sea cristiano.
Eusebio.- ¿De qué manera?
Arzobispo.- De ésta.La prudencia, que consiste en el conocimiento de las cosas, y así llamamos prudente al que habla honesta y templadamente en lo que se le ofrece, y se ejercita en cosas útiles y honestas; y trata a cada uno como conviene. Claro está que es virtud moral, y así la puede tener un gentil.
También la justicia, la cual consiste en igualdad, dando a cada uno lo que es suyo, es, en la verdad, gran color de virtud; y al que la tiene le llamamos, con razón, buen varón; a la cual es muy conjunta la bondad y clemencia. Es también moral y puede estar en uno que no sea cristiano.
A más de esto, la magnanimidad, que es la tercera virtud, a la cual asimismo llaman fortaleza. Consiste en acometer grandes y arduas cosas, y en menospreciar las cosas mundanas, que son inferiores al hombre; y en no entristecerse con las cosas adversas, ni alegrarse demasiado con las prósperas. Es, de la misma manera, moral.
En fin, la templanza que es la última virtud, que consiste en ser uno templado, no solamente en actos ilícitos, sino aun en todos sus afectos, y ser señor de ellos y no siervo, y en ser modesto y sufrido, tanto que de ninguna manera se aparte de lo que viere ser honesto y bueno. Es también moral, como las otras virtudes, las cuales ya vos veis que pueden estar en un hombre, como dije, no cristiano.
Y así como a este tal podrían, sin duda alguna, ser causa de hacerle caer en el vicio de la soberbia, porque no atribuyéndolas ni enderezándolas a Dios, sino a sí mismo, es forzado que se preciaría de ellas; así también, si caen en un ánimo cristiano, contienen en sí gran bien; de manera que, para que ellas sean verdaderas, es menester que las hagamos cristianas y las bauticemos; pues si las bautizamos, ningún inconveniente es que les quitemos el nombre; especialmente pues vemos que injustamente lo poseen. Y cuando vos, padre cura, a vuestros niños y a otros cualesquiera enseñareis estas virtudes, será bien que las apliquéis a la doctrina de Jesucristo, para que cuando sean grandes, y las topen en algún libro de algún filósofo, las sepan entender como cristianos y no como filósofos.
Antronio.- Eso haré yo de muy buena gana, aunque no fuese sino porque soy enemigo de estas filosofías y letras profanas; pero es menester que vos me digáis cómo lo tengo de hacer.
Arzobispo.- Cómo, padre, ¿y os habéis dado algún tiempo a estas letras?
Antronio.- No, en verdad, ni aun quisiera.
Arzobispo.- Pues, ¿por qué estáis mal con lo que no conocéis?
Antronio.- Por vuestra vida que no me metáis en estas preguntas, sino que me digáis esto que os pregunto.
Arzobispo.- Soy contento. Habéis de saber que la prudencia podéis decir que nos la encomendó Jesucristo, nuestro Señor, cuando dijo: «sed prudentes como serpientes y simples como palomas»; la justicia, cuando nos mandó que hiciésemos con los hombres lo que querríamos que ellos hiciesen con nosotros, y la magnanimidad, cuando, animando a sus discípulos, dijo: «No tengáis miedo de los que matan el cuerpo, pues no tienen poder para matar el alma». La temperancia, cuando dijo: «Cualquier hombre que mirare alguna mujer para codiciarla, ya, en su corazón, ha cometido con ella adulterio». Veis aquí de qué manera las podréis aplicar.
Antronio.- Está muy bien dicho; pero para que yo enteramente las entendiera, y supiera esas autoridades del Evangelio, fuera menester que me lo declararais más.
Arzobispo.- Si, haré, pero otro día.