DEVOCIONES
Antronio.- Yo os lo creo así. Pero, dad acá, veamos, ¿qué devociones os parece será bien se enseñen a los niños cristianos luego que empiezan a entender y conocer algo de las cosas?
Arzobispo.- Cuanto a lo primero, será bien que les hagáis que tomen por devoción amar a Dios sobre todas las cosas y a sus prójimos como a sí mismos; y que se aficionen y enamoren de la ley de Dios y propongan en sí de hacer bien a todos, en cuanto pudieren, y no dañar a ninguno.
Antronio.- Sé que esa no es devoción, sino mandamiento de Dios.
Arzobispo.- Así es verdad, que es mandamiento de Dios; pero lo que yo en esto digo es que la devoción que unas personas ponen en no sé qué ayunos y otras cosas que no las manda Dios, la misma hagáis vos que pongan en lo que manda Dios, de manera que sea tan grande su devoción, que lo que es de precepto lo hagan voluntario, holgándose de guardarlo y cumplirlo con entera afición y amor.
Antronio.- Está bien; pero yo no os pregunto de esa manera de devoción, sino de esta otra que comúnmente tenemos.
Arzobispo.- Pues yo digo de ésta, porque al que ésta no tiene, poco le aprovecha esa otra, y el que ésta tiene, no ha menester que le diga nadie qué es lo que ha de tomar de esta otra. Creedme, padre, que el principal fundamento que hubiereis de poner en los ánimos de los niños sea amor del bien y aborrecimiento del mal; y luego hacer que encajen en sus ánimos la ley de Dios, de tal manera que jamás se les pueda desencajar.
Cuanto a esas otras devociones de rezares y ayunos y cosas semejantes, que es todo accesorio, como son cosas que toma cada uno por su voluntad, sin ninguna obligación, debéis dejar que cada uno haga lo que más le agradare. Pero, aún con todo esto, siempre debéis procurar que las oraciones de los que doctrinareis sean muy discretas, y que en ellas no pidan a Dios sino solamente aquello que es para gloria suya y para salud de sus almas; y que esto no siempre lo pidan con esta oración o con aquélla, sino con las palabras que su corazón conforme a su necesidad, les enseñare; porque habéis de saber que el ardiente deseo del alma hiere los oídos de Dios, que no el estruendo ni la muchedumbre de las palabras.
Antronio.- Luego, según eso, no querríais vos que rezásemos en libros, no siendo obligados, ni en cuentas.
Arzobispo.- No digo yo tal, sino que rece en ellos el que quisiere mucho en buen hora; mas, por deciros verdad, ni tendría por malo al que no rezase en libro, no siendo obligado, ni en cuentas, si viese que vivía bien; ni por bueno al que rezase mucho en lo uno y en lo otro, si no le viese otra cosa más que fuese señal de cristiano. Esto digo, porque conozco muchos que, si los veis en la iglesia con sus libros y sus cuentas, os parecerá que son unos Jerónimos; y salidos de allí, y un allí, en acabando el número de sus Pater nosters y Salmos, traen tan ligera la lengua en murmurar de sus prójimos, y en decir mentiras, ruindades y bellaquerías, que es grandísima lástima.
Eusebio.- Eso débelo causar que, como tienen usada la lengua a dar prisa a los Salmos, no pueden tenerla cuando hablan de estas otras cosas.
Arzobispo.- Sea lo que fuere; que al fin ellos se hallarán burlados, por bien que negocien, si no dejan sus ruines costumbres. Consuélome con que hay una vida alegre y eterna para los buenos, y una muerte triste y sin fin para los malos.
Antronio.- Pues aún con todo eso que decís, creo yo que tendréis por bueno que todos los cristianos recen el Pater Noster, y que para esto se les declare muy bien.
Arzobispo.- Mirad si tengo, y aún por rebueno; pero después que hayan sabido lo que he dicho, que es más principal y que más les conviene saber. Pues para que su oración sea agradable a Dios, es menester que pasen por lo que hemos dicho; y entonces está muy bien que sepan hacer oración; y asimismo está bien que sepan lo que oran, y por esto es menester que en breves palabras se les declare, como decís, el Pater Noster de manera que sepan lo uno y lo otro, quiero decir, la oración y la declaración de ella.