www.iglesiareformada.com
Diálogo de doctrina cristiana
                  Juan de Valdés 
LA ORACION DEL PATER NOSTER

Antronio.- Cuanto que en eso yo digo que tenéis mucha razón; pero, dad acá, decidnos cómo os parece que se debe decir esa breve declaración.

Arzobispo.- Os la diré como Dios me la diere a entender. Plegue a Dios que sea tan a propósito que vosotros y yo quedemos contentos y satisfechos.

Antronio.- No puede ser sino que nos contente y satisfaga lo que vos dijereis.

Arzobispo.- Pues con esa confianza digo que es bien que todos sepan y sientan del Pater Noster de esta manera:

Cuanto a lo primero, debe todo cristiano saber que esta oración la compuso nuestro Redentor, Jesucristo. Y así fue, que llegándose a él sus discípulos, le pidieron que les enseñase a orar. Luego El, después de haberles dicho que cuando orasen no multiplicasen palabras, les enseñó esta oración, y por esta causa debe ser tenida en mucho más que todas juntas cuantas están escritas. En esta oración nos enseña Jesucristo, nuestro Señor, cómo hemos de orar. Y la manera de la oración nos enseña que debe ser breve en palabras, pero prolija en sentencia; y esta tal es oración de cristianos. A más de esto, debe la oración ser más en espíritu que en palabras; pues tenemos ya el tiempo que dijo Jesucristo que vendría, cuando los verdaderos adoradores habían de adorar a su Eterno Padre en espíritu y en verdad; porque con estos tales adoradores, dice él, que se huelga su Eterno Padre celestial.

Es asimismo menester que la oración se diga con mucha atención y con grandísimo fervor, con entera y firme fe, y con continua perseverancia y, en fin, con entero conocimiento de Dios y de nosotros mismos. Veis aquí, brevemente, cómo debe todo cristiano orar.

También se nos muestra lo que hemos de orar, tomando toda la oración, que es no más de aquello que pertenece para gloria de Dios, y salud de nuestras almas, y de la de nuestros prójimos.

Dicho esto, es bien que digamos qué es lo que cualquier cristiano debe considerar cuando reza esta oración; y así, con esta consideración, quedara declarada de la manera que vosotros la debéis enseñar, porque de la misma tengo yo ordenado se enseñe. Habéis de saber que toda esta oración se parte en siete peticiones, las cuales señalaremos como fuéremos diciendo. Así que cuando el cristiano dice:

Padre, después de haber considerado la suma benignidad de Dios, con que huelga que le llamen padre sus enemigos que cada día delante de su acatamiento le ofenden, es menester que considere si sus obras son como de verdadero hijo; y si no las hallare tales, se confunda y humille delante de Dios y conozca su poquedad y miseria. Cuando dice nuestro, acuérdese que por esta palabra muestra que todos los que llaman este mismo nombre, y lo pueden llamar, son sus hermanos; y luego escudriñe bien si hace con todos ellos obras como de hermano, y si como a tales de entero corazón los ama. Cuando en esto se hallare defectuoso, con vivas lágrimas, no sólo de los ojos, sino del corazón, pida a Dios le dé espíritu de amor con que ame a sus hermanos.

Cuando dijere: Que estás en los cielos, acuérdese del destierro en que está, y suspire muy de veras por ir a aquella su patria celestial a gozar de la visión deleitable del Eterno y Soberano Dios, a donde la alegría y el descanso es perfecto y entero, pues se goza sin miedo de perderse; del cual gozo, aun acá en el mundo, da Dios al alma ciertos gustos para que, enamorada con la suavidad de ellos, menosprecie todas las cosas de este mundo y tenga por mentirosos y vanos sus placeres y deleites.

Cuando viniere a decir, Santificado sea el tu nombre, considere que lo que aquí pide a Dios es que no permita que él ni nadie piense, diga, haga, tenga, ni proponga sino aquello que se endereza a la gloria de Dios, y que en todas las cosas, mediante su gracia, tenga respeto a su amor y temor, porque de esta manera es santificado el nombre de Dios, cuando nosotros nos hacernos santos.

Esta es la primera petición, y lo voy diciendo lo más brevemente que puedo, porque para que mejor se les quede a todos en la memoria, es menester que así, en pocas palabras, se declare muchas veces al pueblo, y principalmente a los niños.

Eusebio.- Paréceme lo mejor del mundo el orden que lleváis; y pues que así es, proseguid, señor, adelante.

Arzobispo.- Soy contento; pero es menester que estéis muy atento; pues porque no puede ser el nombre de Dios santificado, si el espíritu no mora y reina en nuestras almas, por eso se sigue luego la segunda petición, en la cual pedimos de esta manera: Venga el tu reino. Donde conviene que sepa todo cristiano que lo que con estas palabras pide, es que libre Dios a todos los hombres de la crudelísima tiranía que sobre todos tiene el demonio, y el mundo, y la carne, con la cual los traen a lo que quieren, y aun muchas veces como de los cabellos; y que asimismo quiera que su espíritu reine y sea absoluto señor de todos nosotros.

Es también menester que sepan que este reino de Dios, en nuestras almas, no es otra cosa sino una voluntaria sujeción y obediencia entera al mismo Dios, y una verdadera paz, un maravilloso descanso y un perfecto contentamiento. Sepan también que la causa para que esto piden a Dios, es para que, rota la tiranía del demonio, y lanzado muy lejos el pecado, su alma quede libre y agradable delante de su majestad, y así sea templo vivo de Dios, y no reine en ella sino sólo Dios, de manera que, por obediencia exterior e interior, sea reino donde reine Dios. Es ésta una grandísima verdad; que si alcanzásemos a conocer cuán grande, y de cuánto valor es el bien que el alma tiene, cuando tiene a Dios por rey y señor, diríamos con tan ardiente deseo y con tan grandísimo fervor estas palabras, que se nos rasgarían las entrañas y se nos rompería el corazón, deseando el cumplimiento de ellas. Por amor de un solo Dios os encomiendo, padre cura, que encomendéis muy ahincadamente a todos que miren mucho en esto, porque les va la vida, y mucho más que la vida, en ello.

Así que, porque no reina Dios en nuestras almas, sino cuando le son muy obedientes interior y exteriormente, y para alcanzar este reino, es menester hacer la voluntad de Dios. Por eso nos enseñó Jesucristo, Dios y Señor nuestro, que en la tercera petición dijésemos de esta manera: Hágase tu voluntad en la tierra, así como se hace en el cielo.

Aquí conviene que considere el cristiano que, porque de su naturaleza propia es inclinado a mal y a ser desobediente a Dios, y así le pesa cuando le corrige y castiga, por eso pide a Dios le dé su gracia para que de buena voluntad consienta que se cumpla en él la voluntad de Dios, como si le dijese: «Padre eterno, puesto caso que mi sensible carne se sienta, no curéis, sino haced lo que hacéis. Dadme el castigo que quisiereis, ¡cumplid vuestra voluntad y no la mía!, la cual en ninguna manera quiero que se cumpla, pues siempre es contraria a la vuestra, la cual sola es buena -así como sólo vos sois bueno-, y la mía es siempre mala, aun cuando me parece muy buena».

Eusebio.- Sé que no es esa cosa solamente donde debemos desear que se cumpla la voluntad de Dios.

Arzobispo.- Así es la verdad; pero díjeos primero esto porque es cosa en que más se nos hace recia de sufrir la voluntad de Dios, y porque el que obedeciera a Dios en esto, muy bien le podrá obedecer en lo demás.

Así que el cristiano pide aquí que absolutamente se cumpla en todas las cosas la voluntad de Dios acá en la tierra, así como se cumple en el cielo, donde todos son obedientes a Dios; y esto con mucha alegría y entera voluntad, porque tienen la suya conformada con la de Dios; de manera que el que muy de veras dice las palabras de esta petición y desea el cumplimiento de ellas, de la manera que os tengo dicho, yo os prometo que no hace poco.

Antronio.- Cuanto a mí, bien me parece que las rezo de veras.

Arzobispo.- Yo lo creo bien, pero no sé si las sentís tan de veras como decís que las rezáis.

Pues, tornando a nuestro propósito: porque tener los hombres esta entera y firme conformidad con la voluntad de Dios, es cosa que sobrepuja las fuerzas humanas, nos aconsejó nuestro Dios que la cuarta petición la dijésemos de esta manera: Nuestro pan, el de cada día, dánoslo hoy.

Cuando dice el cristiano estas palabras mire bien que lo que aquí pide es gracia para poder cumplir la voluntad de Dios, que es pan espiritual que sustenta y da vida a nuestras almas. Este pan es la gracia del Espíritu Santo, sin la cual ni un solo momento pueden ser agradables nuestras almas delante de Dios, de que el alma maravillosamente se mantiene. Y cuando, mediante este pan, tuvieren nuestras almas impresa en sí la imagen de Jesucristo, el cual es verdadero y celestial pan, podrán enteramente y con mucha alegría romper y quebrar en todo sus voluntades y sentirán asimismo, por dulce y sabrosa, cualquier persecución que Dios les enviare. Debe, en fin, el cristiano pedir a Dios en esta petición que nos envíe verdaderos y santos doctores que repartan al pueblo cristiano el pan de la doctrina evangélica, limpio y claro, y no depravado ni sucio, con opiniones y afectos humanos, de lo cual ya veis cuán grandísima es la necesidad que hay.

Eusebio.- Es tan grande, que no puede ser mayor. Y pues tan bien lo decís, no quiero atajaros, sino proseguid adelante, que me contenta en extremo el orden que lleváis.

Arzobispo.- Porque este celestial pan no conviene se dé, ni se puede dar, a los perros, que son los que están sucios con pecados, por eso, para limpiarnos de ellos, nos amonesta la quinta petición que digamos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos también a nuestros deudores, en la cual debe todo cristiano mirar mucho; pues lo que aquí pide debe ser con muy entero conocimiento de sus culpas y defectos, los cuales pide a Dios le perdone; para que, libre de ellos, pueda sentarse a la mesa de los hijos de Dios y comer de este pan celestial del cual no comen sino sólo aquellos a quienes Dios ha perdonado sus pecados y ha aceptado por suyos.

Y porque sin este mandamiento no pueden nuestras almas libremente caminar, por las fatigas de este mundo; y éste no se da sino a los que Dios acepta por suyos, y no acepta él sino a los que perdona; y porque en todas hay que perdonar, por muy santos que seamos; por eso es menester que cada día le digamos que nos perdone, y que, juntamente con decírselo, conozcamos que tenemos algo que nos perdone. Y es menester se sepa aquí otra cosa: que no por eso somos dignos que Dios nos perdone nuestros pecados, porque nosotros perdonamos a nuestros deudores; quiero decir, a los que nos ofenden, sino que, porque Dios quiso perdonarnos por su inmensa bondad y misericordia con esta condición, por eso somos perdonados. De manera que es menester, para que Dios nos perdone, que perdonemos nosotros a nuestros prójimos, pero que no pensemos que por eso nos perdona Dios, porque nosotros perdonamos, porque esto sería atribuir a nosotros lo que debemos atribuir a sólo Dios. Conozco yo algunos que, presumiendo de muy santos y sabios, dicen cuando están enemistados con alguno, y no le quieren perdonar, que no dicen ellos esta parte del Pater Noster, sino que se la pasan. ¿Visteis en vuestra vida mayor bobería y necedad? No temen de llamar a Dios, Padre, siendo hijos de Satanás; y quieren y piden el pan celestial, el cual no se da sino a los limpios de corazón; y temen de pedir a Dios que les perdone, porque no les demande el cumplimiento de la condición que piden.

Antronio.- Por mi salud, que yo hacía eso todas las veces que estaba mal con alguno de mis compañeros; y aun no pensaba que hacía poco en ello.

Arzobispo.- Pues catad que no lo hagáis de aquí adelante.

Antronio.- Soy contento; pero ¿os parece que será mejor dejar de decir el Pater Noster todo, que sola esta parte?

Arzobispo.- Sí, por evitar esta superstición nueva. Si no queréis dejar la ira que tenéis contra vuestro hermano, con condición que no dejéis de rogar a Dios os dé su gracia, para que con ella os hagáis fuerza a vos mismo, y la dejéis; aunque mucho mejor sería que dejaseis la ira y lo perdonaseis, y así diríais bien toda vuestra oración.

Antronio.- ¿Y si no está en mi mano, ni la puedo dejar?

Arzobispo.- Si a vos os pesa de no poder quitar de vos el rencor que tenéis contra él, ya entonces podéis decir toda la oración y rogar a Dios que ayude a vuestra buena voluntad; y que pues os dio gracia para que quisieseis el bien, os la dé para que lo pongáis en efecto.

Antronio.- Así viva yo, que me habéis dado la vida en decirme esto, porque me aprovecharé de ello para mí y para otros.

Arzobispo.- Así lo quiera Dios. Ahora estad atentos y proseguiremos lo demás. Ya que hemos pedido a Dios que nos perdone; porque la perseverancia en el bien es la que es coronada, y ésta jamás la podemos tener de nuestra cosecha; porque naturalmente somos inconstantes, y de poca fe y confianza, y muy ligeramente caemos en tentaciones. Por eso la sexta petición nos dice que digamos: No consientas que seamos derribados ni vencidos en la tentación.

Cuando el cristiano dice estas palabras conviene que, para alcanzar con ellas el efecto para que se dicen, conozca la flaqueza grandísima de sus fuerzas, y asimismo la mucha fuerza y diversidad de las tentaciones con que el demonio, el mundo y la carne nos tientan; y así, con este conocimiento, considere que lo que pide a Dios en esta petición es que lo conserve y tenga de su mano, y no consienta que jamás sea vencido de tentación alguna, ni torpe a pecar, sino que le dé gracia de perseverancia con que varonilmente pueda pelear hasta la muerte. Pues, porque conocemos que Dios es justo, y que, por tanto, es menester que por nuestros pecados nos castigue y que nosotros suframos el castigo, pues nuestra maldad, que es pecado que reina en nuestros miembros, es el que da la causa para ello.

Por eso se sigue luego la última petición, que nos aconseja digamos: Líbranos del mal.

Aquí conviene que el cristiano, teniendo el conocimiento que tengo dicho, haga mucho hincapié y considere que, lo que ruega aquí a Dios es que, porque este mal, que en nuestra carne mora, es el que causa que seamos tentados, y caigamos en la tentación, y seamos por ella castigados, por eso él, con su suma potencia, lo libre de este mal, para que, libre de todos males y pecados, sea juntamente con los amadores de Jesucristo, santificador del nombre de Dios; sea también reino de Dios; cumpla en todas las cosas la voluntad de Dios; y coma y se sustente con el pan de cada día de la gracia del Espíritu Santo; y jamás more en él pecado que luego no le sea perdonado. Y asimismo no sea vencido de las tentaciones de que no podemos del todo ser libres mientras que en este mundo vivimos.

Eusebio.- Esa me parece una muy nueva manera de declaración.

Arzobispo.- No es tan nueva como pensáis, y a mi parecer es mejor que todas las que he leído, y más a propósito.

Eusebio.- ¿En qué se lo veis?

Arzobispo.- Yo os diré; y para que los veáis mejor, os diré primero otras dos declaraciones. La una es que quiera esto decir, líbranos de todo mal; y aquí los teólogos hacen sus distinciones, diciendo que no es del mal de la pena, sino del mal de la culpa. En esto no me quiero entrometer; pero, según dicen los que saben griego, que es la lengua en que los evangelistas escribieron, es fuera de propósito esta declaración y distinción, y por esta causa, Erasmo, en su traducción del Testamento Nuevo, dice líbranos de aquel malo, entendiendo del demonio. Y esta es la segunda declaración. Entrambas, a mi ver, son santas y buenas; pero a mi juicio, la que yo os he dicho, viene más a propósito; porque de otra manera parece que no pedimos más en esta petición que en la pasada.

Eusebio.- ¿De qué manera?

Arzobispo.- El que pide a Dios que lo libre y guarde que no caiga en tentaciones, ¿no os parece que juntamente le pide que lo libre del demonio?

Eusebio.- Sí, sin duda.

Arzobispo.- Pues lo mismo diríais de la otra declaración.

Antronio.- No curéis, señor, por vuestra vida, de hablar más en esto. Yo estoy bien satisfecho con lo que decís. No curéis de más réplicas.

Arzobispo.- Yo haré lo que decís, y concluyendo digo que viene muy a propósito que, después que hemos pedido a Dios, en la petición pasada, que no permita que seamos derrocados en la tentación, le pidamos en ésta que nos libre del mal que acarrea la tentación, que es aquella mala inclinación que del pecado de nuestros primeros padres nos vino.

Eusebio.- Yo os certifico que, aunque he replicado en esta declaración, que me ha en extremo contentado.

Arzobispo.- Está bien. La conclusión sea que lo que decimos Amén, es una manera de confirmación y absoluta petición de todo lo ya dicho. Es además de esto necesario, si queremos conseguir el fruto de esta petición, que traigamos a nuestra memoria, que Jesucristo nos enseñó esta manera de orar; y también que él mismo prometió de otorgarnos lo que le pidiésemos, si se lo supiésemos pedir; y que, pensando en esto, tengamos firmísima esperanza que nos dará y concederá Dios, por cumplir su palabra, lo que por esta oración le pedimos.

Antronio.- Veamos; ¿y si yo no puedo creer que Dios me ha de oír?

Arzobispo.- Haced lo que hizo aquel que trajo su hijo endemoniado a Jesucristo, que diciéndole Jesucristo: «Si puedes creer, todas las cosas son posibles al que cree»; él respondió: «Señor, yo creo, mas tú ayuda y favorece a mi incredulidad y poca fe».

Eusebio.- Así viva yo, que le habéis respondido gentilmente, y nos habéis declarado harto bien el Pater Noster. Yo os prometo que el que todas estas consideraciones hiciese, todas las veces que las rezase, edificaría harto su alma.

Antronio.- Así es verdad. Pero ¿cómo podría cumplir con los Pater nosters, y Avemarías que nos mandan que recemos, a los que somos ordenados, y aun a los que no lo son, el que hubiese de considerar en cada un Pater Noster todo eso? Pues aun en todo un día no podría acabar uno, y también los seglares que tienen devoción de rezar sus rosarios, y sus coronas, y otras cosas semejantes.

Arzobispo.- Esta pregunta ya nos veis que es fuera de propósito.

Antronio.- Sí veo, sin duda ninguna; y esto no lo dije sino por ver qué diríais. Pero pues ya yo tengo muy determinado de hacer lo que me dijereis; y pues asimismo yo os tengo de dar crédito en todo, os suplico me declaréis el Ave María y la Salve Regina de la misma manera que habéis declarado el Pater Noster, porque soy en extremo devoto de Nuestra Señora.

Arzobispo.- Esas son cosas que ninguna necesidad tienen de declaración, más que entender el latín de ellas; así que, para vos que lo entendéis esto os basta. Para los demás hacedlas trasladar en romance, y haced que en romance las aprendan; y esto también les bastará.

Cuando a la devoción que decís tenéis con Nuestra Señora, yo lo tengo por muy bueno; y en este caso no os querría dar la ventaja; pero no querría que hicieseis como muchos que yo conozco hacen, que por una parte se tienen y precian de devotos de Nuestra Señora, y por otra son mortales enemigos de Nuestra Señora.

Antronio.- ¿Cómo es eso?

Arzobispo.- Yo os lo diré. Conozco yo muchas personas que andan envueltas en mil cuentos de vicios, y ni por pensamiento muestran en sí otra señal de cristianos, sino decir que son devotos de Nuestra Señora; y con la confianza que ponen en esta su devoción, piensan que les es lícito hacer las bellaquerías que hacen. Y por esto suelo yo decir muchas veces que, los que peor sienten de Nuestra Señora, son los que tienen estas devociones de este arte, porque los que sienten bien de Nuestra Señora, y le son verdaderamente devotos, procuran, en cuanto pueden, imitar la humildad de Nuestra Señora, su castidad, su caridad y su honestidad. Pues con esto se honra ella más que con hacerle decir muchas misas, ni rezarle muchas oraciones, ni ayunarle muchos días, puesto que esto todo es bueno. Donosa bobería es, que siendo yo vicioso, me tenga por devoto de Nuestra Señora, porque le rezo no sé qué oraciones, y le ayuno no sé qué días; a fe que es esta una burlería y abominación la mayor del mundo.

Antronio.- Según eso que decís, no creo que habéis visto un libro de los milagros que Nuestra Señora ha hecho, por personas que tenían con ella la misma manera de devoción que habéis respondido.

Arzobispo.- Sí, he visto y he leído buena parte de él; y cuando pienso en la ocasión que aquel librillo da a algunos necios, para que sean viciosos, no puedo decir, sino que mal viaje haga quien lo escribió y el primero que lo imprimió.

Antronio.- ¿Por qué decís eso?

Arzobispo.- Porque una cosa tan contraria a la doctrina evangélica, no se había de permitir entre cristianos.

Antronio.- ¿En qué halláis vos que es contraria a la doctrina evangélica?

Arzobispo.- Yo os lo diré. San Pablo dice, aparte de otras muchas cosas a este propósito, que en otras partes los evangelistas, y también él dice que ni el lujurioso, ni el avariento, ni el que está envuelto en pecados, entrará en el reino de Dios. Y vuestro librito cuenta de muchos que tenían esto todo que el Apóstol dice; y otras muchas cosas más y más feas; y que cuando moría, alguno de ellos, porque se halló que rezaba cada día el Ave María, se fue al cielo. ¿Visteis más donosa manera de devoción?

Antronio.- Así Dios me salve, que tenéis grandísima razón; y yo nunca había caído en la cuenta de lo que decís.

Arzobispo.- Decidme, por vuestra vida; el que leyere esto, u otra cosa semejante, de las cuales hay muchas, y lo creyere ¿no os parece que con rezar él otra Ave María, pensará que le es lícito ser cuán grandísimo bellaco quisiere?

Antronio.- Sí, por cierto; y aún quizá soy yo buen testigo de algo de lo que decís.

Arzobispo.- Yo, por mi fe, no sé qué conciencia les basta a los obispos y prelados, para pasarse sin ver esto; y si lo ven, yo no sé por qué no lo remedian.

Eusebio.- Pues veamos, ¿por qué vos, pues sois prelado, no remediáis vuestra parte?

Arzobispo.- Porque he tenido hasta ahora tanto que hacer en otras cosas, que no he podido entender en esto; pero dejadme el cargo que vos veréis lo que yo hago con ese librillo y otros semejantes.

Y, dejado aparte esto, sabed, padre cura, que la devoción, para que sea buena, debe empezar de Dios. Así que lo primero que debería todo hombre procurar, es alcanzar ésta y después procurar las demás, porque el que no lo hace así, creedme que se queda anegado en la mar de los vicios, porque no tiene remos de fe, ni espíritu y lumbre de caridad, que lo saque al puerto.

Antronio.- Por mí se puede decir que fui por lana y vuelvo trasquilado, y aun a cruces. Quíseme alabar de devoto, pensando que por ello ganaría algún crédito con vos, y salióme al revés. Paréceme que sois tan de veras amigo de Dios, que no os contenta sino sólo aquello que está perfecto y bien fundado en sólo Dios.

Arzobispo.- Verdaderamente yo no sé a quién puede contentar devoción ninguna, si no ve que derechamente está enderezada y fundada en sólo Dios.