Capítulo X
Y llamando á sus doce discípulos, les dió potestad contra los espíritus sucios para que los echasen y para sanar toda enfermedad y toda dolencia. Y los nombres de los doce apóstoles son estos: primero Simon, el llamado Pedro, y Andres, su hermano; Jacobo, el del Zebedeo, y Juan, su hermano; Filipe y Bartolomé; Tomas y Mateo, el publicano; Jacobo, el del Alfeo, y Lebeo el que tiene por sobrenombre Tadeo; Simon el Cananeo y Judas Iscariote, el que lo vendió.
De haberse compadecido Cristo de las gentes y de ver que la mies era mucha, parece haberse movido á enviar á los apóstoles como obreros á que predicasen. Adonde noto la majestad de Cristo en dos cosas: la una, en que es él el que envía obreros á la mies de Dios, cosa que pertenece á solo Dios, y la otra, en que á estos obreros que envia les da la potestad de hacer milagros, cosa que tambien pertenece á solo Dios. De muchos leemos que han hecho milagros, y de solo Cristo leemos que ha dado poderío de hacer milagros.
Adonde entiendo que lo que, estando Cristo corporalmente en el mundo, hizo aquí corporalmente, lo hace espiritualmente, estando en espíritu en el mundo. Y es así que espiritualmente envia obreros á la mies de Dios, á los cuales da poderío espiritual de sacar con sus palabras á los hombres de la tiranía del demonio que es espíritu sucio, y ponerlos en la libertad cristiana y de sanar todas las enfermedades y dolencias interiores; y los que hacen estos efectos evidentes son apóstoles de Cristo y obreros de Dios; los que no los hacen no son lo uno ni lo otro. Quien querrá entender las significaciones de los nombres de los apóstoles y por qué causa fueron doce y por qué están unos primero que otros, podrá leer en otras escrituras.
A estos doce envió Jesus, ordenándoles diciendo: No ireis por camino de gentiles ni entrareis en ciudad de Samaritanos, ántes id á las ovejas perdidas de la casa de Israel, y yendo predicad diciendo: Cercano está el reino de los cielos. Sanad enfermos, alimpiad leprosos, resucitad muertos, echad demonios. De balde lo habeis tomado, de balde lo dad.
Por estas palabras consta clarísimamente que no todas las cosas, que dijo y ordenó Cristo, ni aún á sus discípulos, pertenecen á nuestros tiempos, pues es así que, si lo que aquí dice «no ireis por el camino» etc., perteneciera más que por el tiempo en que se dijo, no fuera lícito á los apóstoles ir á predicar el evangelio á los de la gentilidad despues de la venida del espíritu santo. Es menester llevar grandísimo tino en la eleccion de los evangelios para ver qué cosas son dichas solamente para aquellos tiempos, y qué cosas para todos tiempos, y qué cosas son dichas á personas cristianas y qué cosas á personas ajenas de Cristo, porque el que desatinará en esto, cairá en grandes inconvenientes. Háse pues de entender aquí que por la misma causa que quería Cristo que, viviendo él, la ley fuese en todo y por todo respetada y guardada, como habemos visto en el cap. 5, queria que, viviendo él, no fuese predicado el evangelio á los gentiles ni á los samaritanos sino solamente á los hebreos á los cuales particularmente había sido prometido.
Adonde dice «envio,» en el griego está el vocablo del cual es derivado el nombre de apóstoles. Diciendo «no ireis por camino» etc., entiende: no vais á predicar á los gentiles; y diciendo «ni entrareis en ciudad» etc., entiende: ni ireis tampoco á predicar en ninguna ciudad de samaritanos, los cuales ni bien eran gentiles ni bien eran judíos. Diciendo «mas id ántes á las ovejas» etc., entiende: pero ireis á predicar entre los judíos, adonde entiendo que llama Cristo ovejas perdidas etc. á los israelitas que, estando predestinados para la vida eterna, eran ovejas de Dios, pero andaban perdidos buscando y procurando justificarse por sus obras. Ordenando Cristo á sus discípulos que predicando dijesen «cercano está el reino de los cielos,» nos enseña á nosotros que, cuando seremos inspirados á predicar, prediquemos el reino de los cielos, no diciendo «cercano está,» como decían los apóstoles por órden de Cristo, porque aún el reino no era venido, no siendo venido aún el espíritu santo, pero diciendo: ya es venido el reino de los cielos.
Adonde entiendo que es lo mismo predicar el reino de los cielos que predicar en que manera huelga ya Dios de regir y gobernar no á un pueblo solo, como ántes que Cristo reconciliase á los hombres con Dios, ni con ley escrita, como ántes que fuese la ley cumplida en Cristo y por Cristo, sino á todos los pueblos del mundo y con su espíritu santo solamente que, aceptando ellos la gracia del evangelio, se entren en el reino de los cielos, descuidándose de sí mismos, renunciando el gobierno de la prudencia humana y posando todo su cuidado en Dios, remitiéndose á su regimiento y á su gobierno.
Y aquí me parece sentir que es llamado reino de los cielos este reino de Dios porque es divinísimo y perfectísimo, así como llamamos celestiales y del cielo á las cosas perfectísimas, de manera que sea lo mismo reino de los cielos que reino celestial, divínisimo, espiritualísimo y perfectísimo. Habiendo Cristo ordenado á sus discípulos qué es lo que habian de predicar, les ordena qué es lo que habian de obrar, diciendo: sanad enfermos, etc. Adonde se ha de notar qué obras son las que pertenecen al predicador del evangelio, las cuales no las hace él sino el espíritu de Dios en él; y tengo por cierto que al don de apostolado es anexo este obrar por espíritu santo, ó juntamente en los cuerpos y en los ánimos, como era en la primitiva iglesia, ó solamente en los ánimos, como ha sido y es despues acá.
Aquello «de balde lo habeis tomado» etc., pertenece á quitar el avaricia de los ánimos de los apóstoles, los cuales pudiera ser que, engañados por la prudencia humana, se persuadieran que era bien tomar de los ricos, á quien daban sanidad, para dar á los pobres, la cual cosa diera mal nombre al evangelio; y pretendiendo Cristo remediarlo, dice: pues de balde y graciosamente habeis recibido de Dios este don de hacer estas cosas milagrosas, comunicadlo de balde y graciosamente con los que lo comunicareis, no tomando premio ninguno por ello. Adonde no se ha de entender que prohibe Cristo el tomar de los que han aceptado el evangelio, para dar á los que padecen necesidad entre los que tambien lo han aceptado, como consta que lo hacia San Pablo, sino que no se tome como por premio de lo que se da, ni tome para sí el que da.
No poseereis oro ni plata ni metal en vuestras cintas, ni alforja por el camino, ni dos vestiduras ni zapatos ni bordon. Porque digno es el obrero de su manjar, y en cualquiera ciudad ó aldea que entrareis, pesquisad quién es en ella digno, y allí os estad hasta que os partais.
Porque cuanto el ánimo del hombre está más libre del cuidado de las cosas corporales y exteriores, tanto mejor puede atender á las cosas espirituales é interiores, y cuanto más conoce por propia experiencia que, descuidándose él de sí y posando todo su cuidado en Dios, no le deja Dios padecer necesidad, tanto más confia en Dios, aprendiendo por estas cosas corporales lo que se puede prometer de Dios en las cosas espirituales: queriendo Cristo que los que él enviaba á predicar su evangelio atendiesen solamente á él, desembarazándose de las cosas del mundo, y que aprendiesen por propia experiencia lo que se podian prometer de él, les ordenó que no llevasen cosa que les pudiese ser impedimento, porque fuesen libres y desembarazados, ni en que pudiesen asirse á poner su confianza, porque la pusiesen solamente en él. Y así entiendo que pretendió Cristo dos cosas en esto: la una, que sus discípulos fuesen desembarazados, y la otra, que aprendiesen á confiar en él y á depender de él. Por oro, plata y metal entiende dineros de oro, de plata y de metal; y diciendo «en vuestras cintas,» entiende: en vuestras bolsas, porque los antiguos traían las bolsas en las cintas.
No quiere que lleven alforjas, porque no quiere que se provean de un lugar para otro. No quiere que lleven dos sayos ó capas, porque no quiere que piensen en lo que han de vestir, cuando habrán rompido lo que llevan vestido. No quiere que lleven zapatos, porque se pueden pasar sin ellos y así van más desembarazados. Y por la misma causa entiendo que no quiere que lleven bordon, vara ó baston. Y porque le pudieran decir los discípulos: Pues ¿de qué viviremos? él responde diciendo: «digno es el obrero de su manjar» ó el jornalero de su jornal. En aquello «y en cualquiera ciudad ó aldea» etc., les ordena dos cosas: la una, que busquen la posada del más hombre de bien que haya en el lugar adonde entrarán y que posen allí, y la otra, que no sean inconstantes, mudando posadas, porque es nota de ligereza.
A quien me preguntase si quiso Cristo entender que fuesen así propio sus discípulos como aquí ha dicho, y si quiere Cristo que los predicadores del evangelio vayan así, le responderia, cuanto á los discípulos de Cristo: que tengo por certísimo que á la letra fueron así, porque así lo muestra Cristo adonde dice «quando misi vos» etc.; (71) y cuanto á los predicadores: que tengo por certísimo que los que, sufriéndolo sus complexiones, pudiesen ir como fueron los discípulos de Cristo, lo acertarian, y aún creo y tengo por firme que en ello ganarian mucho cuando su intento fuese ir muy desembarazados é ir á merced de Dios, confiando en solo Dios que, pues no falta á las aves del cielo ni falta á los lirios del campo, tampoco les faltará á ellos.
A alguno podria parecer extraño que ordenase Cristo á sus discípulos que no llevasen dineros para el camino, no haciéndolo él así, como consta que Judas tenia los dineros que le eran dados, y como consta que llevaba Cristo tras sí mujeres que de sus haciendas le hacian la costa; y no le parecerá extraño, si considera que Cristo no tenia la necesidad de ser ejercitado en la fé, que tenian los discípulos que eran imperfectos, ni tenia Cristo necesidad de desembarazarse de las cosas exteriores y corporales para atender á las interiores y espirituales, como la tenian los discípulos que eran imperfectos. Y así entiendo que, cuanto uno es más imperfecto, tanto tiene más necesidad de seguir el órden que Cristo daba á sus discípulos, con tanto que no piense que la perfeccion consiste en no llevar dinero con todo lo demas, y que atienda á conseguir el fin para que le es ordenado que no los lleve.
Tambien podrá decir algun otro: Pues como habemos visto en lo pasado, Cristo platicaba con publicanos y con pecadores ¿por qué causa ordena á sus discípulos que hagan lo contrario, ordenándoles que pesquisen cuáles son los más hombres de bien y que posen en sus casas? Y á esto se puede responder que á Cristo no le podia dañar la conversacion de los publicanos ni de los pecadores, ni en profanarle el ánimo ni en corromperle las costumbres, y que á los apóstoles, que eran imperfectos, podia dañar en lo uno y en lo otro, y que por tanto Cristo les manda y ordena que se alleguen á personas de buena fama, porque estas no los harian daño ni en lo uno ni en lo otro. Los santos del mundo, como está dicho arriba, huyen las conversaciones de los hombres profanos y malos, porque el mundo no los juzgue á ellos por profanos y malos; y los santos de Dios solamente huyen las tales conversaciones cuando están á peligro de gastar con ellas sus ánimos o sus costumbres, no curándose del juicio del mundo cuando no están á este peligro, como vemos que hacia Cristo, porque del todo estaba fuera de este peligro.
Entrados pues en la casa, saludadla; y, si será la casa digna, venga vuestra paz sobre ella, y, si no será digna, vuestra paz se torne á vosotros. Y el que no os recibirá ni oirá vuestras palabras, salidos de aquella casa ó de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros piés. Dígoos de verdad que será mas tolerable el mal á la tierra de los de Sodoma y de Gomorra en el dia del juicio que á aquella ciudad.
La salutacion es lo mismo que una breve oracion en la cual rogamos á Dios por aquella ó aquellas personas á quien saludamos. La ordinaria salutacion que usaban los hebreos era decir: Paz á tí; y debajo de este nombre paz entendian mucha felicidad y prosperidad. Sabido esto, se entiende que ordenaba Cristo á sus discípulos que al tiempo que entrasen en la casa que pesquisando habrian entendido que era digna, que la saludasen con la ordinaria salutacion. Y añade «y si será la casa digna» etc., como prometiéndoles que su oracion seria oida en caso que la fama de aquella casa fuese verdadera, y que, en caso que no fuese verdadera, les daria Dios á ellos lo que habia de dar á aquella casa.
Y añadiendo Cristo «y el que no os recibirá» etc., les ordena que, cuando, informados de la bondad de uno por su fama, se irán á posar en su casa, y el tal hombre no los querrá recibir ó recibiéndolos no querrá oir la predicacion evangélica, que no estén más allí; y entiende lo mismo de una ciudad o aldea que de una persona particular. Y háse de notar que, para que los discípulos estuviesen en una casa ó en una ciudad, no bastaba que fuesen recibidos, siendo necesario que fuesen tambien oidos. El dia de hoy hay muchos que reciben á los discípulos de Cristo y hay pocos que oyen sus palabras, porque no las oyen sino los que aceptan en sus corazones la buena nueva que les traen, intimándoles el indulto y perdon general por la justicia de Dios ejecutada en Cristo.
El sacudir el polvo de los piés debiera ser ceremonia hebrea, cuando querian mostrar la impiedad de aquellos adonde eran entrados. Aquella amenaza con juramento «dígoos de verdad que será» etc., es terribilísima contra aquellos hombres que oyen el evangelio y no lo aceptan y reciben; y si es terribilísima contra estos, ¿qué tal será contra los que contradicen al evangelio y lo persiguen? Si los hombres mirasen lo que hacen cuando se ponen á contradecir y perseguir una cosa con achaque de religion, soy cierto que irian más recatados que por el ordinario van.
Veis aquí que yo os envio como ovejas en medio de lobos. Sed pues prudentes como serpientes y sinceros como palomas, y guardáos de los hombres, porque os entregarán á concilios y en sus sinagogas os azotarán, y á gobernadores y reyes sereis llevados, por mi causa, por testimonio á ellos y á las gentes. Pues cuando os entregarán, no penseis cómo ó qué hablareis, porque en aquella hora os será dado qué hableis, porque no sois vosotros los que hablan, pero el espíritu de vuestro padre es el que habla en vosotros.
A los discípulos compara Cristo á ovejas no en sus mandras (72) sino en medio de los lobos; estos son todos los hombres del mundo, miéntras son hombres del mundo no regenerados por el evangelio de Cristo. Y es bien á este propósito una consideracion que me acuerdo haber escrito, mostrando como todos los hombres son como leones y tigres, pero atados con cadenas de la honra, del temor y de la conciencia (73). Y dando Cristo á sus discípulos las propias armas con que defenderse de los hombres, les dice «sed prudentes» etc., como si dijese: y pues es así que vais entre los hombres del mundo como van las ovejas entre los lobos, advertid de ser semejantes á las serpientes en la prudencia, no dejándoos jamas engañar de sus palabras ni de sus persuasiones, en las cuales todas siempre tendrán intento á hacer que dejeis de ser ovejas y seais lobos como son ellos; y advertid de ser semejantes á las palomas en la sinceridad y simplicidad.
Quiere Cristo que de tal manera usen sus discípulos de la prudencia serpentina, cuanto á guardarse de los hombres del mundo, que no vengan á tener costumbres serpentinas, y por tanto les avisa que con la prudencia serpentina tengan la sinceridad columbina, no dejándose engañar y no engañando, defendiéndose del mal y no ofendiendo, etc. De la prudencia de la serpiente me basta saber esto que en figura de serpiente engañó el diablo á los primeros hombres, y de la sinceridad de la paloma me basta saber esto que en figura de paloma vino el espíritu santo sobre Cristo, como habemos visto en el cap. 3.
Diciendo «y guardáos de los hombres» etc., se declara más en lo que ha dicho, como si dijese: dígoos que hagais cuenta que vais como ovejas entre lobos y que os apercibais de prudencia serpentina y de sinceridad columbina; porque sabed que todos los hombres os son enemigos, no os fieis de ninguna manera de ellos, ni aún cuando se os mostrarán muy amigos, porque entónces os dañarán más. Y que esto sea así lo vereis por experiencia cuando contradiciendo á vuestra predicacion os perseguirán, y presos os entregarán á concilios y os azotarán en sus sinagogas, y no contentos con esto os presentarán á gobernadores y reyes, haciendo el último de potencia por quitaros las vidas.
Adonde entiendo que habló Cristo como en el tiempo que habló, en el cual tiempo habia en Judea concilios, que eran los tribunales de los romanos, y habia sinagogas, que eran las casas adonde se ayuntaban los judíos á sus lecciones y predicaciones, y habia reyes y habia gobernadores ó presidentes. Y diciendo «en sus sinagogas,» muestra Cristo que eran judíos los que habian de hacer esto contra sus discípulos, como con efecto lo fueron en aquel principio de la predicacion del evangelio, al cual tiempo refiero yo estas palabras, porque no leo que viviendo Cristo los discípulos fuesen tratados de esta manera, ántes leo todo lo contrario.
Aquello «por mi causa» parece dicho como por mitigar el dolor de la persecucion, el cual con efecto se hace tolerable cuando el hombre considera que es perseguido por Cristo. Diciendo «por testimonio á ellos y á las gentes,» entiende que la persecucion de los discípulos de Cristo será en el dia del juicio como un testimonio de la impiedad de los judíos que los habrán perseguido y de los gentiles que habrán sido ejecutores de la persecucion de los judíos.
Aquello «pues cuando os entregarán» etc., pertenece tanto para consolar á los discípulos con la consideracion que, si los hombres les serán contrarios y enemigos, que Dios será en su favor y les ayudará con su espíritu santo, cuanto para reducir á los discípulos á que tambien en esto mortifiquen sus discursos humanos, no pretendiendo defender la predicacion del evangelio con razones humanas ni con argumentos humanos, remitiendo la defension á lo que en aquel punto Dios les dará que decir, haciendo que el espíritu santo hable en ellos, de manera que sus palabras no sean suyas sino del espíritu santo. De estas palabras de Cristo se colige esto:
Primero, que los discípulos de Cristo se han de persuadir que están entre los hombres del mundo como ovejas entre lobos; y los que no tienen esta persuasion, no pueden guardar el decoro cristiano, el deber de discípulos de Cristo.
Segundo, que se han de armar con prudencia serpentina contra las persuasiones de los hombres, y de sinceridad columbina contra los ímpetus de sus afectos y apetitos humanos; y los que no están armados de esta manera, es imposible que perseveren en la escuela de Cristo.
Tercero, que han de tener á todos los hombres por enemigos, no para tratarlos como á enemigos, sino para guardarse de ellos como de enemigos, huir y guardarse de dar ni tomar con ellos; y los que no harán esto así, serán forzados á apartarse muchas veces del decoro cristiano. Y hombres son (como he dicho) todos los que no son regenerados por el evangelio, todos los que no son discípulos de Cristo.
Cuarto, que han de poner fin á la ambicion y á la gloria del mundo, holgándose que el mundo los maltrate y los persiga como á malos y perversos, no siéndolo, teniendo por cierto que todo esto es anexo á los que entran en la escuela de Cristo; y los que no estarán en esta resolucion, fácilmente serán apartados de la escuela de Cristo.
Quinto, que han de tener tan mortificada su razon y prudencia humana, que no se piensen servir de ella por ninguna manera para defenderse en el negocio cristiano ni para defender la predicacion del evangelio, estando remitidos á lo que al tiempo de la defension el espíritu santo les dará que decir; y los que no harán esto así, forzadamente vendrán á decir cosas ajenísimas de Cristo y del evangelio de Cristo, con las cuales más presto ofenderán á sí mismos, á Cristo y al evangelio que lo defenderán.
Y no cabe decir que el vocablo griego por lo que aquí dice «penseis» significa pensar con solicitud, porque si es así que no han de hablar sino lo que en aquella hora el espíritu santo les dará qué decir, ¿de qué sirve el pensar aunque sea sin solicitud? En efecto, quiere Cristo que sus discípulos no dependan de los hombres del mundo ni dependan de sí mismos, pero que dependan de solo Dios y que de él esperen toda cosa, no solamente lo que han de comer y de vestir, pero tambien lo que han de hablar. Tampoco cabe decir: ¿qué sé yo si este prometimiento toca á mí? no quiero tentar á Dios. Porque este prometimiento toca á todos los que, mortificando sus discursos, confien en él, ciertos que no les faltará Dios en lo que les promete; y nunca tienta á Dios el que se funda en prometimiento de Dios, diciendo: Dios me dice que no piense en lo que tengo de hablar en presencia de los gobernadores y reyes del mundo, porque en la propia hora él me dará lo que tengo de hablar, yo sé que lo puede hacer y sé que no lo prometeria si no lo hubiese de hacer, pues confiado yo en este prometimiento, no quiero pensar en lo que tengo de hablar.
Aquí diré esto: que tengo por experiencia que nunca mejor hablé en mi vida que cuando he hablado sin haberme puesto á pensar lo que habia de hablar, lo mismo digo del escribir. Y ruego á Dios que, como me ha reducido en esta quinta cosa á hacer el deber de discípulos de Cristo, me reduzca en las otras cuatro precedentes, y me perfeccione cada dia más en esta y en aquellas, reduciéndome á que en todo y por todo sea tan buen discípulo de Cristo que por ninguna manera me aparte de la escuela de Cristo hasta que en mí sea vista la propia imágen de Cristo, pudiendo yo decir á los otros discípulos de Cristo con San Pablo: «imitatores mei estote sicut et ego Christi» (74).
Y entregará el hermano al hermano á muerte, y el padre al hijo, y levantaránse hijos contra padres y mataránlos. Y sereis aborrecidos de todos por mi nombre, y el que perseverará hasta el fin, este será salvo.
Prosiguiendo Cristo en profetizar á sus discípulos la persecucion que habian de padecer por el evangelio, la cual (como he dicho) pertenece no á lo que fué en tiempo de Cristo, sino á lo que fué, ha sido y es despues de la venida del espíritu santo, les muestra como habia de ser tan grande la rabia de los hombres del mundo contra los que fuesen sus discípulos, que, olvidados del deber de la generacion humana, el hermano no tendría respeto al hermano, ni el padre al hijo ni el hijo al padre. Esto tengo por certísimo que fué verificado así á la letra en tiempo de los mártires, cuando fué tan odioso el nombre cristiano en el mundo que, como uno era cristiano, tenia por enemigos á sus propios parientes, los cuales lo entregaban á la muerte. Y ¡pluguiese á Dios que no se pudiese con verdad decir que lo que entónces era el nombre cristiano en el mundo, cuanto al ser aborrecido y perseguido, es ahora el vivir cristiano! De manera que siempre ha sido y es verificado en los que son discípulos de Cristo esto que aquí profetizó Cristo, y en tanto no es verificado en cuanto ellos no se muestran ni se descubren ser discípulos de Cristo; que, si descubriéndose ellos el mundo los conociese por tales, no hay duda sino que haria con ellos lo que ha hecho siempre con los que ha conocido. Y no se deben maravillar los discípulos de Cristo, si, así como ellos entrando en la escuela de Cristo renuncian el deber de la generacion humana, abrazándose con el deber de la regeneracion cristiana, así los hombres olvidados del deber de la generacion humana los tratan como á cosa que ya no pertenece de ninguna manera á ellos; ántes deben tomar por cierta señal, que son discípulos de Cristo, el ser tratados de los hombres, y más de sus propios parientes, como enemigos.
Y aquí noto una diferencia entre los hombres del mundo y los discípulos de Cristo; que los hombres del mundo tienen por enemigos á los discípulos de Cristo y los tratan como á enemigos; y los discípulos de Cristo tienen por enemigos á los hombres del mundo, pero, no los tratan como á enemigos sino como á amigos, viviendo entre ellos como ovejas entre lobos.
Diciendo Cristo «y el que perseverará,» etc., entiendo que de sus discípulos aquellos alcanzarán salud y vida eterna que perseveraran hasta la muerte en la escuela de Cristo, no saliéndose de ella ni por muerte ni por vida; y no entiendo que se sale de la escuela de Cristo, sino el que por miedo ó por vergüenza del mundo no solamente abandona y deja el vivir cristiano, pero se aparta de la fé cristiana, atendiendo á justificarse por sus obras, así como no se sale de la frailía sino el que deja los hábitos y se sale del monasterio. Lo mismo es «por mi nombre» que por mi causa. Diciendo «hasta el fin,» entiende: hasta la muerte en el martirio; y diciendo «será salvo,» entiende: alcanzará vida eterna, de la cual felicidad serán excluidos los que, no pudiendo sufrir la ignominia de la cruz de Cristo, darán con la cruz en tierra.
Y cuando os perseguirán en una ciudad, huid á otra, porque os digo de verdad que no acabareis de andar todas las ciudades de Israel que no sea primero venido el hijo del hombre.
De estas palabras se colige bien que no solamente no deben los discípulos de Cristo ofrecerse al martirio sin ser llevados á él, pero que lo deben huir cuando huyéndolo es más presto aumentado que menoscabado el evangelio, segun que tenemos el ejemplo en San Pablo; de manera que huir del martirio no es salirse de la escuela de Cristo sino conservarse en ella para aprovechar más en ella. Y parece que, porque pudieran decir los discípulos: Tú, señor, nos mandas que no vamos entre los gentiles ni entre los Samaritanos, y por otra parte nos dices que huyamos de ciudad en ciudad cuando habremos sido perseguidos en todas las ciudades de Judea, ¿qué quieres que hagamos? Cristo les dice: «Porque os digo de verdad,» etc., entendiendo: Estad de buen ánimo, que primero vendré yo que vosotros hayais acabado de andar por todas las ciudades de Israel.
Esto es lo que suenan estas palabras, las cuales no sé como cuadran entendiéndolas de la predicacion que fué en aquel propio tiempo, ni sé tampoco como cuadran entendiéndolas de la predicacion que fué despues, ni sé tampoco qué venida es esta que dice Cristo; siento la dificultad y, no sabiendo salir de ella, me remito á lo que sobre esto dicen los que hablan mejor. Diré yo aquí esto: que es grandísimo indicio de la depravacion de nuestros ánimos este que nos altera más una sentencia que á nuestro parecer no cuadra con lo sucedido, que nos aquietan y nos confirman ciento que cuadran bonísimo.
No es el discípulo sobre el maestro ni el siervo sobre su señor. Bástale al discípulo que sea como su maestro y que el siervo sea como su señor. Y si al señor de casa han llamado Beelzebul, ¡cuánto más á sus familiares! Por tanto no los temais.
Va Cristo facilitando en los ánimos de sus discípulos la acerbidad y amargura de la cruz, y así en estas palabras les dice en sentencia: no es muy gran cosa que vosotros, que sois mis discípulos, seais maltratados de los hombres del mundo, pues yo, que soy vuestro maestro y preceptor, he sido y soy y seré maltratado de los mismos. Que Cristo fuese llamado Beelzebul lo veremos en el cap. 12, á donde los Fariseos dicen que Cristo echaba los demonios en virtud de Beelzebul.
Así era llamado un ídolo de ciertos gentiles vecinos á Judea, y segun dicen era comun nombre á todos los ídolos llamarlos Baal que es lo mismo que Beel, pero uno era llamado Baal-peor y otro Baal-zebul, y significa maestro ó señor de moscas. Diciendo «por tanto no los temais,» concluye que, pues lo mismo, que habia de pasar por ellos, habia tambien de pasar por él, no tenian causa de atemorizarse, considerando que, lo que sería de él, sería de ellos; y con efecto es grandísimo consuelo para los que son murmurados, perseguidos y maltratados por la justicia del evangelio, considerar que por allí pasó Cristo.
Porque no hay cosa encubierta que no haya de ser descubierta, ni secreta que no se haya de saber. Lo que os digo en obscuridad, decidlo en claridad; y lo que oís á la oreja, predicadlo en los tejados.
Sabiendo por experiencia como esto es así, que es grandísimo consuelo para los que son perseguidos por Cristo y como Cristo, pensar que al último ha de ser vista y descubierta su inocencia y su verdad, y considerando que va Cristo aquí mezclando á sus discípulos lo dulce con lo amargo, pienso que se sirvió de esta sentencia general «no hay cosa encubierta» etc., pretendiendo decirles: estad de buen ánimo, que, aunque vuestra justicia y vuestra verdad en la presente vida esté encubierta, en la vida eterna será descubierta, juntamente con la injusticia y maldad de los que os maltratarán; y pienso que, añadiendo Cristo «lo que os digo en obscuridad» etc., entendió: y pues esto ha de pasar así, sin ningun respeto, no temiendo ni muerte ni infamia, os podreis deliberar á decir clara y públicamente en presencia de los hombres estas cosas que yo ahora os digo escondidamente y como á la oreja.
Esta inteligencia me satisface y es digna de Cristo. Pero por lo que leo en San Marco 4, adonde están estas mismas palabras, pienso que sea esta la propia inteligencia que, queriendo Cristo quitar de los ánimos de sus discípulos la sospecha, en que podian entrar pensando que las cosas, que comunicaba con ellos, habian de estar siempre secretas, les dice: «porque no hay cosa» etc., entendiendo: esto no os lo digo para que lo tengais secreto ó encubierto, ántes os lo digo para que lo manifesteis y publiqueis, pero á su tiempo.
En efecto, parece que el intento de Cristo fué tener secreto y encubierto el negocio del evangelio miéntras él vivía corporalmente entre los hombres; y túvolo tan secreto que ni aún los propios discípulos nunca lo entendieron hasta que vino el espíritu santo, el cual los hizo capaces dél, trayéndoles á la memoria las palabras que Cristo, estando con ellos, les habia dicho. Y lo que aconteció á los discípulos de Cristo, acontece á cada uno de nosotros, en cuanto, por mucho que leemos y oimos del negocio del evangelio, nunca lo entendemos hasta que viene el espíritu santo en nosotros, el cual nos hace capaces dél por lo que sentimos y trayéndonos á la memoria lo que habemos leido y oido dél.
Y no temais á los que matan al cuerpo, no pudiendo matar al ánima, mas ántes temed al que puede destruir en el infierno al ánima y al cuerpo. ¿Cómo y no son vendidos dos pajarillos por un dinerillo? Y uno de ellos no cae sobre la tierra sin vuestro padre. Y de vosotros hasta los cabellos de la cabeza, todos están contados. Por tanto no temais, pues vosotros sois de mayor excelencia que muchos pajarillos.
Esto pertenece para confirmar y fortificar los ánimos de los que son entrados en la escuela de Cristo, á fin que no acontezca que, espantados y atemorizados de la furiosa enemistad con que son perseguidos de los hombres del mundo ó con que serán perseguidos cuando el mundo los descubrirá por discípulos de Cristo, se aparten de la escuela de Cristo, como acontece á los que entran en ella, no siendo traidos de Dios; de manera que diciendo «y no temais» etc., entiendo: no tengais temor de los hombres del mundo, los cuales, si bien son poderosos para matar los cuerpos, no son poderosos para matar las ánimas, y, cuando hayais de temer, temed á Dios, el cual solo es poderoso para destruir ánimas y cuerpos. Aquí conviene advertir dos cosas: la una, que no nos dice Cristo que temamos á Dios, entendiendo que, pues nos puede matar los cuerpos y las ánimas, temamos, no nos los mate, porque esto sería tenernos en servidumbre peor que hebrea, cosa ajenísima del evangelio de Cristo, pero nos dice que, habiendo de vivir en temor, es más al propósito temer á Dios que temer á los hombres; y la otra, que á solo Dios pertenece hacer que las ánimas perezcan en el infierno.
Añadiendo Cristo, «¿cómo y no son vendidos» etc., entiendo que pretende certificarnos de dos cosas, las cuales en gran manera nos consuelan en nuestros trabajos. La una es que en el mal que nos hacen los hombres, concurre la voluntad de Dios, porque sin ella no serian ellos poderosos para hacernos mal; está la prueba por los pajarillos, los cuales, siendo de tan poca estimacion que dos de ellos son vendidos por un dinerillo, Dios tiene tanta cuenta con ellos que no muere uno sin la voluntad de Dios, como si dijese: y si esto es así en un pajarillo, ¿cuánto mejor será en vosotros? La otra es que, si bien los hombres del mundo nos quitarán las vidas, despojándonos de estos cuerpos, que seamos ciertos que no perderemos nada, porque Dios tiene tanta cuenta con nosotros que aún hasta los cabellos de nuestras cabezas tiene contados para que no perezca ni uno de ellos.
Estas son dos cosas de tanta importancia que la menor de ellas es bastantísima para tenernos en sumo gozo y en suma seguridad, despojados de todo temor humano y carnal, y llenos de mucho amor divino y espiritual; y por tanto con contínua oracion debemos rogar á Dios que imprima en nuestros corazones estas dos cosas de tal manera que nunca jamás dudemos de la verdad de ellas, y esta certificacion será bastantísima á mortificar y matar en nosotros todos los respetos del mundo y todos los deseos de la sensualidad.
Aquello, «y de vosotros hasta los cabellos» etc., es digno de mucha consideracion para entender que esta estrecha cuenta no la tiene Dios, sino con los que son discípulos de Cristo, con los que, aceptando la justicia de Cristo, han tomado posesion en el reino de Dios, dejando á los otros al gobierno de estas que llaman causas segundas. Y acerca de esta voluntad de Dios y providencia de Dios, he escrito dos consideraciones (75) y una respuesta (76).
Pues á todo aquel que me confesará en presencia de los hombres, lo confesaré tambien yo en presencia de mi padre el que está en los cielos; y á cualquiera que me negará en presencia de los hombres, lo negaré tambien yo en presencia de mi padre el que está en los cielos.
Con estas palabras entiendo que pretende Cristo animar á los flacos y atemorizar á los imperfectos, á los que no son aun llegados á servir por amor, como si les dijese: sed ciertos de esto, que al que me confesará, lo confesaré, y al que me negará, lo negaré. Adonde se ha de entender que confiesan á Cristo en presencia de los hombres los que, habiendo puesto fin á la gloria del mundo y á su propia satisfaccion, libremente sin temor de vida ni de honra dicen que Jesus, es el Mesía prometido en la ley, que es hijo de Dios y una misma cosa con Dios, que, tomando sobre sí los pecados de los hombres y siendo castigado por ellos, los reconcilió con Dios, y que gozan de esta reconciliacion los que la creen.
Pero háse de advertir que entónces es buena esta confesion cuando sale del corazon, y no puede salir del corazon si no está en el corazon, y no puede estar en el corazon si el espíritu santo no la ha puesto por su mano, y es bonísima cuando, saliendo del corazon, se dice en presencia de hombres que la contradicen, la desprecian y la persiguen. De esta manera conviene que nosotros confesemos á Cristo, confesándolo tambien con el vivir cristiano, conformando nuestro vivir con el de Cristo; y, haciéndolo así, Cristo nos confesara á nosotros, abrazándonos como á miembros suyos.
Tambien se ha de entender que niegan á Cristo en presencia de los hombres los que, temiendo la infamia de la cruz de Cristo, se apartan de la fé cristiana ó del vivir cristiano, á los cuales con razon negará Cristo en presencia de su padre celestial, diciéndoles aquellas duras palabras: «Nescio vos» con lo que se sigue (77).
Aquí podrá uno decir que cree la primera parte de estas palabras, cuanto á la confesion, pero que no cree la segunda, cuanto á la negacion, habiendo visto la experiencia en contrario, siendo así que San Pedro negó á Cristo en presencia de los hombres, pero no ha negado Cristo á San Pedro en presencia de Dios, ántes lo ha sublimado sobre los otros. Y á este se le podrá responder que no negará Cristo á los que lo negarán de la manera que lo negó San Pedro, por poquedad, pusilanimidad y fragilidad y con ligereza, pero no con pertinacia, y que negará á los que lo negarán como Júdas, con malicia y malignidad y con pertinacia, y á los que, siguiendo tras Júdas, hacen con los miembros de Cristo lo que Júdas hizo con Cristo. Y aquí se ha de considerar que no niegan á Cristo sino los que, siendo de Cristo, dicen que no son de Cristo, que no conocen á Cristo; los que nunca han entrado en la escuela de Cristo no se puede decir que niegan á Cristo.
No penseis que soy venido á echar paz sobre la tierra, porque no soy venido á echar paz sino cuchillo, y es así que soy venido á partir al hombre contra su padre y á la hija contra su madre y á la nuera contra su suegra, y los enemigos del hombre serán sus familiares.
Estas palabras dependen de aquello que Cristo ha dicho arriba «entregará el hermano al hermano á muerte.» Adonde parece que, porque pudiera parecer extraño á los discípulos esta disension que les profetizaba Cristo, aún mucho mayor que la que por el ordinario se ve entre los hombres, Cristo les dice: «no penseis que soy venido» etc., como si dijese: y mirad vosotros que no entreis en fantasía, pensando que mi venida haya de causar paz exterior en la tierra, porque quiero que sepais que será todo el contrario, siendo así que en lugar de paz causaré guerra, causando enemistad aún entre aquellos que por la generacion humana son conjuntísimos, como son el padre y el hijo, etc.
A donde no se ha de entender que el intento de la venida de Cristo fué á causar esta disension, sino de su venida resulta esta disension, y no por culpa de Cristo ni de los discípulos de Cristo, el cual y los cuales son la misma paz, sino por la malicia y malignidad de los hombres del mundo, los cuales son tan enemigos de Dios y tan contrarios á todas las cosas que son de Dios, que, posponiendo el deber de la generacion humana, el hijo no cristiano persigue hasta la muerte al padre cristiano, etc. Y si los hombres del mundo, vencidos de sus pasiones, se apartan del deber de la generacion humana, tornándose de hombres bestias fieras ¿por qué ha de parecer extraño á los discípulos de Cristo dejarse vencer de las inspiraciones divinas, apartándose del deber de la generacion humana por seguir el deber de la regeneracion cristiana?
A donde dice «partir,» el vocablo griego significa dividir una cosa muy conjunta; y familiares es lo mismo que domésticos, criados, hombres de casa. Y es así con efecto que un hombre cristiano no tiene mayores enemigos en el mundo que á los de su casa cuando no son tambien ellos cristianos.
Aquí tropiezan los hebreos, diciendo que no puede ser que Cristo haya sido el Mesía, pues tanto por lo que él propio dice, que vino á echar cuchillo, que es lo mismo que guerra, en el mundo, cuanto por lo que se ve por propia experiencia, que el evangelio de Cristo causa disensiones y discordias en el mundo, no es Cristo autor de paz sino de guerra, y Esaías (78) hablando del Mesía lo llama príncipe de paz y dice que las multiplicaciones de su imperio y paz no tendrán fin. Los cuales no tropezarian de ninguna manera si considerasen á Cristo como un cordero que, ni aún siendo llevado al degolladero, no balase, y si considerasen á los discípulos de Cristo como ovejas entre lobos, á los cuales quita Cristo todas las ocasiones por las cuales es perturbada la paz en el mundo, privándolos de deseos carnales, de afectos vindicativos, de aficion de riquezas, de procurar honras y dignidades, y finalmente de todas aquellas cosas que procuran los hombres del mundo, á fin que, no teniendo por qué venir en competencia con ellos, no hayan de contender con ellos, y más, que los priva hasta de las demostraciones de santidad, á fin que ni aún vengan en competencia con los santos del mundo; en lo cual todo muestra Cristo ser príncipe de paz, como profetizó de él Esaías, y muestra que su imperio es todo paz, como profetizó el mismo, pues es así que no están debajo de su imperio sino los que son como ovejas entre lobos.
Sobre estos y en estos reina Cristo, de estos es príncipe y emperador, y así viene á ser que él es emperador pacífico y su imperio es pacífico, si bien en la presente vida los hombres del mundo hacen cruelísima guerra á los que están debajo de este felicísimo imperio, el cual en la vida eterna estará en suma paz y en suma felicidad, no teniendo parte en ella los hombres del mundo ni los demonios del infierno, y entónces verán los perversos judíos que tropiezan en estas palabras de Cristo, cuán propiamente cuadran en Cristo las palabras de Esaías. A donde se ha de considerar lo que está dicho sobre aquello del cap. 5:«Bienaventurados los apaciguadores,» para que se entienda que este reino de Cristo no es otra cosa sino paz. Y es así que los que aceptamos el evangelio de Cristo, siendo reconciliados con Dios, tenemos paz con Dios, la cual sentimos en nuestras conciencias, como la sentia San Pablo cuando decia: «justificati ex fide pacem habemus erga Deum per dominum nostrum Jesum Christum,» (79) y, teniendo paz con Dios, tenemos paz entre nosotros mismos y tenemos paz con todos los hombres, no dándoles más ocasion de guerra de la que ellos se quieren tomar, haciéndonos guerra como á mortales enemigos.
¡Venga, venga ya señor Dios mio, aquel tiempo felicísimo y gloriosísimo, en el cual el mundo conocerá que tu unigénito hijo, Jesucristo nuestro señor, es príncipe de paz y emperador pacífico, y verá, para mayor tormento suyo, como siempre en su imperio ha habido mucha paz y mucha quiete, y así los que somos tus hijos, seremos enteramente glorificados con nuestro príncipe de paz, Jesu-Cristo nuestro señor!
El que ama al padre ó á la madre más que á mí, no es digno de mí; y el que ama al hijo ó á la hija más que á mí, no es digno de mí. Y el que no toma su cruz y sigue tras mí, no es digno de mí. El que halla á su ánima, la perderá; y el que perderá á su ánima por mi causa, la hallará.
Aquí entiendo que, porque pudiera uno decir: no me será á mí enemigo mi padre, porque no me apartaré yo del deber de hijo, Cristo dice en sentencia: si el amor de tu padre te tirará más á cumplir con el deber de hijo de Adam por la generacion humana que el amor, que me tienes á mí, te tirara á cumplir con el deber de hijo de Dios por la regeneracion cristiana, no serás digno de mí. Y es así que, si á los hijos del Zebedeo tirara más el amor del padre que el amor de Cristo, no dejaran al padre en la barca por seguir á Cristo, y así no fueran dignos de Cristo; lo mismo es del otro que queria ir á enterrar á su padre por cumplir con el deber de la generacion humana. El cual deber muchas veces nos tira á todo lo contrario que el deber de la regeneracion cristiana. Como será decir: mi padre, mis hermanos, mis hijos y mis parientes querrian que yo atendiese á acrecentarme en el mundo, á ser estimado, honrado y rico, y me querrian más ver muerto que verme deshonrado, afrentado y pobre; y Cristo quiere que yo ponga fin á la propia estimacion, al ambicion y á la codicia y que huelgue de ser deshonrado, afrentado y aún martirizado.
Si yo quiero satisfacer al deber de la generacion humana, por el mismo caso me apartaré del deber de la regeneracion cristiana, y así, pudiendo más en mí el amor de los mios que el amor de Cristo, no tendré parte en Cristo. Y si yo querré satisfacer al deber de la regeneracion cristiana, por el mismo caso me apartaré del deber de la regeneracion humana, y así, pudiendo más en mí el amor de Cristo que el de los mios, vendrá á seguir lo que ha dicho Cristo en lo pasado, cuanto á las disensiones y persecuciones. De manera que entónces el hombre ama más á su padre que á Cristo, cuando es más tirado del deber de la generacion humana que del deber de la regeneracion cristiana. Y ser digno de Cristo es lo mismo que ser verdadero miembro de Cristo, estar incorporado en Cristo, por la cual incorporacion no mira Dios al hombre por lo que es en sí sino por lo que es en Cristo.
Diciendo «y el que no toma su cruz» etc., declara que la cruz del hombre es todo el mal y todo el daño que le resulta de amar á Cristo más que á su padre, madre, etc. Bien añadió Cristo: «y sigue tras mí,» entendiendo: y vá por donde yo voy, siguiendo tras la voluntad de Dios sin mirar al deber de la generacion humana. Y aquí se entiende que no es cruz la que yo me tomo por mi voluntad, afligiéndome y maltratándome, sino la que tomo por voluntad de Dios, holgándome que el mundo me desprecie, me aflija y me maltrate. Esta es la cruz cristiana, porque es semejante á la cruz de Cristo; y el que no lleva en este mundo esta cruz á cuestas, no es digno de Cristo.
Aquello, «el que halla á su ánima» etc., entiendo que está dicho como por consolacion de los que, tomando su cruz, van tras Cristo, de los cuales dice Cristo que hallan á sus ánimas, entendiendo que todos los hombres del mundo tienen perdidas las ánimas, las vidas, estando condenados á muerte eterna, y que entre estos hallan sus vidas, sus ánimas, los que aceptan el evangelio, por el cual son justificados y así habilitados para resurreccion y vida eterna. Estos dice que perderán sus ánimas, sus vidas, poniéndolas, como dicen, al tablero por amor de Cristo y por el deber de la regeneracion cristiana, y privándose de las satisfacciones y de los placeres sensuales, de que gozan los hombres del mundo. Y dice más que los que de esta manera perderán sus ánimas, sus vidas, las hallarán, porque resucitarán y vivirán vida eterna con Cristo.
Grandísima perfeccion es esta, y grandísima gracia de Dios es menester para que el hombre acabe consigo de perder lo que ve, con expectativa de ganar lo que no ve; y así como tengo por cierto que no vendrá jamás á esto un hombre, si el mismo Dios no lo trae, así tambien creo que el más eficaz expediente, con que trae Dios á esto á los que trae, es con darles algunos sentimientos y conocimientos de la felicidad de la vida eterna, certificándolos que, perdiendo la vida presente, ganarán la vida eterna. Los que están ayunos de estos sentimientos y conocimientos y de esta certificacion, es imposible que desprecien la vida presente ni que amen la vida eterna.
El que os recibe á vosotros, me recibe á mí; y el que me recibe á mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe al profeta en nombre de profeta, recibirá galardon de profeta; y el que recibe al justo en nombre de justo, recibirá galardon de justo. Y cualquiera que dará á beber á uno de estos pequeños un jarro de agua fria solamente en nombre de discípulo, dígoos de verdad que no perderá su galardon.
Tres cosas entendemos en estas palabras de Cristo. La primera, que, recibiendo y acogiendo en nuestras casas á los discípulos de Cristo cuando andarán á predicar el evangelio de Cristo ó cuando andarán huyendo las persecuciones de los hombres, recibimos y acogemos al mismo Cristo, en cuanto por causa de Cristo andan fuera de sus casas, y que, recibiendo á Cristo recibimos á Dios, el cual envió á Cristo al mundo; de manera que, acogiendo en nuestras casas á los discípulos de Cristo, acogemos á Cristo y acogemos á Dios.
La segunda, que en recibir y acoger en nuestras casas á los discípulos de Cristo, solamente habemos de tener intento á que son discípulos de Cristo, de manera que no nos movamos por el deber de la generacion humana, sino por el deber de la regeneracion cristiana, no con intento que nuestra buena obra sea galardonada sino con intento que por nuestra buena obra sea Dios glorificado por aquel discípulo que por nuestra causa viene á confirmarse y certificarse más en que Dios es verdadero y fiel, cumpliendo lo que promete.
La tercera, que nuestras obras, cuando son hechas con el intento que esta dicho, son galardonadas de Dios en la presente vida, pero con galardones de la otra vida, respondiendo el galardon á la obra, en cuanto al que recibe al profeta, al que tiene don de interpretar la santa escritura, y particularmente lo que es profecía, teniendo solamente respeto á que es profeta, dará Dios don de profecía, y en cuanto al que recibe al justo, justificado por Cristo, teniendo solamente respeto á que es justo, dará Dios fé, con que tambien él sea justo.
Adonde se ha de advertir que, para que yo reciba á un profeta solamente porque es profeta y á un justo solamente porque es justo, es menester que yo conozca que el uno es profeta y que el otro es justo, el cual conocimiento no lo puedo yo tener sino por gracia de Dios; y así vendrá á ser que el galardon de profecía y el galardon de justicia que yo alcanzo no se atribuirán á mi sino á la gracia de Dios que obró en mí, y así á mí no me quedará de que vanagloriarme, diciendo: yo tengo don de profecía porque recibí á un profeta, ni: yo soy justo porque recibí á un justo.
Encareciendo aún más la cosa Cristo por provocar los ánimos de los imperfectos á usar caridad con los que son discípulos suyos, dice «y cualquiera que dará» etc., entendiendo que la más mínima cosa del mundo que haremos con los que serán discípulos de Cristo, no teniendo otro respeto ninguno sino que son discípulos de Cristo, nos será galardonada de Dios con dones espirituales y divinos, como está dicho arriba. Y lo mismo se ha de entender aquí en aquello «solamente en nombre de discípulo» que arriba «en nombre de profeta» y «en nombre de justo»; es manera de hablar de la lengua hebrea, quiere decir: por causa que es justo, por causa que es profeta y por causa que es discípulo. Por aquello que dice «á uno de estos pequeños» parece que estas palabras fueron dichas en presencia de más personas que los discípulos. «De agua fria» dice entendiendo pura y sin cosa adherente, como es tomada del rio ó de la fuente.