Capítulo XV
Entonces vienen á él los escribas y Fariseos de Jerusalem, diciendo: ¿Por qué causa tus discípulos rompen la constitucion de los ancianos, no lavándose las manos cuando comen pan? Y él respondiendo les dijo: ¿Por qué y vosotros rompeis el mandamiento de Dios por vuestra constitucion? Porque Dios mandó diciendo: Honra, al padre y á la madre, y el que maldecirá al padre ó la madre acabe con muerte; y vosotros decís que cumple cualquiera que dirá al padre ó á la madre: con el don que yo ofreceré serás ayudado, y haciendo así no honrará á su padre ó á su madre. De manera que quebrantais el mandamiento de Dios por vuestra constitucion. Hipócritas, bien profetizó de vosotros Esaías diciendo: Allégase á mí este pueblo con su boca y con sus labios me honra, mas su corazon léjos está de mí. Pero en balde me sirven, enseñando doctrinas que son mandamientos de hombres. Y llamando á las gentes les dijo: Oid y entended! No lo que entra por la boca, profana al hombre, pero lo que sale de la boca, esto profana al hombre.
Los escribas y los Fariseos como sabios del mundo y santos del mundo, viendo que con la sabiduria de Cristo caia por tierra su sabiduria de ellos y que con la santidad de Cristo era menoscabada su santidad de ellos, quisieron hallar alguna cosa que tachar en Cristo por poner mácula en su doctrina y en su santidad, y, no hallando que tachar en su persona, tachan en sus discípulos el no lavarse las manos ántes de comer conforme á la constitucion de sus mayores, no por tachar á los discípulos sino por notar al maestro Cristo, que conocia sus dañadas intenciones.
No les responde á lo que le preguntan, pero, por ataparles las bocas, los tacha de una cosa gravísima en que pecaban, enseñando al pueblo á quebrantar el cuarto mandamiento del decálogo por una mala constitucion suya, y era esta que el hijo ofreciese al templo lo que le tocaria gastar con su padre, diciendo al padre que aquella ofrenda le seria tambien á él provechosa, en cuanto Dios le haria bien por ella. Y habiendo atapado Cristo las bocas á los escribas y á los Fariseos con esta tacha y con las palabras de Esaías, no queriendo que la calumnia de los sabios y santos del mundo hiciese impresion en los ánimos de las gentes, que la habian oido, las llama y les dice lo que habia de responder á los otros cuando preguntaran con sinceridad, y entiende Cristo en su respuesta que no ofende el hombre á Dios con lo que come por la boca sino con lo que saca por la boca.
Esta es la sentencia de estas palabras, en las cuales aprendemos esto. Primero, que siempre son mortales enemigos de los sabios y santos de Dios los que son y pretenden ser sabios y santos del mundo. Segundo, que siempre las observaciones esteriores son causa de contienda. Tercero, que los que son supersticiosos en las observaciones exteriores son licenciosos en las interiores, prefiriendo las cosas humanas á las divinas, como hacian estos escribas y Fariseos. Cuarto, que los santos de Dios no deben curar de satisfacer á las calumnias de los santos del mundo, pero deben procurar satisfacer á los hombres, que oyen las calumnias, mostrando la malicia de los santos del mundo. Quinto, que no placen á Dios los servicios que los hombres le hacen y el respeto que le tienen, cuando son movidos á ello por doctrinas humanas y mandamientos de hombres. Sexto, que no se ofende Dios sino con la malignidad que está en el corazon, del cual salen las malas obras, como Cristo declarará más abajo.
Y viniendo al particular de la letra, diciendo: «de Jerusalem» entiende que eran venidos de Jerusalem y por tanto eran de mayor autoridad. Aquello «cuando comen pan» es del hablar de la lengua hebrea; quiere decir: cuando se asientan á comer. Lo mismo es: «acabe con muerte» que: muera por ello. Aquello «y vosotros decís» etc., está dicho con tanta brevedad que apenas se entiende, y así es diversamente interpretado; yo entiendo que los escribas y Fariseos tenian ordenado que el hijo ofreciese al templo lo que habia de gastar en sustentar á su padre, diciendo al padre que tambien lo ofrecia por él, que Dios haría bien al padre por aquello que él ofrecia en el templo, y así con esta su ordenacion de aparente piedad, mostrando que el primer padre es Dios, venían á hacer que los hijos quebrantasen el mandamiento de Dios, no proveyendo de lo necesario á sus padres, porque esto significa el honrarlos segun el hablar de la lengua hebrea.
Muy al propósito alega Cristo las palabras de Esaías para mostrar la falsa religion y aparente piedad de aquellos santos del mundo que le calumniaban á sus discípulos. Aquello «enseñando doctrinas» etc., es digno de mucha consideracion para que cada persona cristiana esté sobre sí á no enseñar cosas humanas, cosas de hombres por muy santos que ellos sean y por muy santas que ellas parezcan, pues hay tanto que enseñar en las cosas divinas que muchas vidas de muchos hombres no bastarian á enseñar la centésima parte de ellas, y pues dice Dios que pierden tiempo los que enseñan doctrinas que son mandamientos de hombres. Adonde dice: «me sirven,» el vocablo griego significa atender al culto divino. Por «profana» en el griego está un vocablo que significa hacer comun, conforme al hablar de la lengua hebrea que llama comun á todo la prohibido en la ley de Dios, y así dijo San Pedro: «Numquam manducavi omne commune et immundum» Act. 10 (115); y profanar al hombre es lo mismo que apartarlo de Dios como lo profana y lo aparta el ser desobediente á Dios.
Las palabras de Esaías segun la letra hebrea dicen así: «Y dijo el Señor: Pues que allegado» (ó afligido) está (116) este pueblo con su boca, y con sus lábios me honra, y su corazon lo ha alejado de mí, y su temerme es por mandamiento enseñado de hombres, por tanto ved que yo añadiré á hacer maravillas en este pueblo, maravilla y maravilla, y perecerá la sabiduría de sus sábios, y la prudencia de sus prudentes se esconderá.» Esaías 29. Adonde parece que, enojado Dios de que su pueblo lo sirviese no conforme á la ley que él le habia dado sino conforme á lo que mandaban los que pretendian interpretar la ley, amenazó al pueblo con la predicacion del evangelio, la cual echa por tierra la sabiduría de los sabios y esconde y escurece la prudencia de los prudentes, siendo así que, con la sabiduría y con la prudencia espiritual de los que aceptan la gracia del evangelio, es aniquilada y deshecha toda la lumbre natural, toda la prudencia y razon humana. En esta misma consideracion era entrado San Pablo cuando alegó parte de estas palabras 1ª Cor. 1, y la inteligencia de estas sirve para la inteligencia de aquellas.
Entónces allegándosele sus discípulos le dijeron: ¿Sabes que los Fariséos oyendo esta palabra se han escandalizado? Y él respondiendo dijo: Toda planta, que no habrá sido plantada por mi padre el celestial, sera cortada. Dejadlos, guias son ciegas de ciegos, y, si el ciego guiará al ciego, entrambos caerán en el hoyo. Y respondiéndole Pedro le dijo: Dínos á nosotros esta parábola. Y Jesus dijo: ¿Aún vosotros tambien estáis sin entendimiento? aún no entendeis que todo lo que entra por la boca., va al vientre y es echado fuera? Pero lo, que sale de la boca, del corazon sale, y aquello profana al hombre, porque del corazon salen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias. Esto es lo que profana al hombre, que comer con manos no lavadas no profana al hombre.
De lo que los discípulos dicen á Cristo: «¿sabes que los Fariséos» etc., se colige que, hallándose presentes los Fariséos al tiempo que Cristo dijo á las gentes: «no lo que entra por la boca» etc., ó con efecto se escandalizaron, pareciéndoles cosa impía aquella, ó fingieron escandalizarse porque se escandalizasen las gentes y así no siguiesen á Cristo; y de cosas semejantes hacen siempre muchas los santos del mundo contra los santos de Dios. De lo que Cristo responde á los discípulos, diciendo: «toda planta que no habrá sido plantada» etc., se colige que Cristo estimaba en poco que los Fariseos se escandalizasen, sabiendo que no eran plantas de Dios y que por tanto no podian estar en el reino de Dios; y esto pertenece á la predestinacion y es casi conforme á lo que dice Cristo en San Juan: «Nemo rapiet eos de manu mea,» (117) en cuanto, así como aquí entiende Cristo que los que no son plantados de Dios no puede ser que no sean cortados del reino de Dios, así allí entiende que los que son sus ovejas no puede ser que se aparten de él.
Y de lo que añade Cristo, diciendo: «dejadlos guías son ciegas de ciegos,» se colige que las gentes, dejaron á Cristo, partiéndose escandalizadas con los Fariseos, á los cuales daban más crédito que á Cristo, porque no eran ovejas de Cristo, y así, siguiendo en el escándalo tras los Fariseos, cayeron en él como ellos. De lo que San Pedro pregunta á Cristo, diciendo: Dínos «ó decláranos á nosotros esta parábola,» se colige que los discípulos no estaban sin alguna partecilla de escándalo. Y de lo que Cristo les responde, diciendo: «aún no entendeis que todo» etc., se colige que segun Cristo no nos profanan, no nos apartan de Dios las cosas que comemos sino las que pensamos, hablamos y hacemos.
Adonde tengo por cierto que, si fuera replicado á Cristo, si comer entónces las cosas que la ley prohibia profanara ó apartara de Dios al hombre, que él respondiera que no por las cosas en sí sino por el animo desobediente á Dios con que el que comiera aquellas cosas las comiera y así entiendo que, si los discípulos de Cristo dejaran de lavarse las manos por menosprecio de los mayores que habian ordenado aquella ceremonia, fueran reprehendidos de Cristo, como merecen ser reprehendidos siempre los que de la misma manera quebrantan las ordenaciones de sus mayores, y merecen ser disculpados los que las quebrantan con la simplicidad que los discípulos de Cristo dejaban de lavarse las manos cuando se asentaban á comer, en los cuales no podia caber malicia ni presuncion, porque aprendian de su celestial maestro á ser humildes y á tener mansedumbre, y los que son tales no menosprecian á sus menores, cuanto más á sus mayores.
De todo esto se colige: Primero, que no son plantas de Dios, que no son del número de los predestinados para la vida eterna los que se escandalizan de la verdad cristiana, los que, porque no les cuadra en sus entendimientos, se apartan de ella y la condenan, como aconteció á estos Fariseos. Y cuanto al escándalo, me remito á lo que he dicho en una consideracion (118). Segundo, que no bastan lenguas de hombres ni de ángeles para hacer capaz á un hombre de la verdad cristiana, si no tiene dentro de si al espíritu santo que lo haga capaz.
Que esto sea así, consta por esto que, si bastasen, bastara mucho mejor la lengua del mismo Cristo, hijo de Dios, la cual, por lo que vemos en los discípulos, consta que no bastaba; y no cabe decir que era por la rudeza de ellos, porque es certísimo que era solamente por la excelencia de las cosas cristianas, siendo esto cierto que, cuanto fueran más agudos y más entendidos los discípulos, tanto fueran más incapaces de las cosas que Cristo les decia, ántes se escandalizaran ellos así como los otros. Y aquí entiendo que el hombre que es capaz de la verdad cristiana, entendiéndola y comenzando á sentir en sí los efectos de ella, la cual consiste en la remision de pecados y reconciliacion con Dios por la justicia de Dios ejecutada en Cristo, puede tener por cierto que tiene dentro de sí al espíritu santo, por cuyo favor es capaz de esta verdad cristiana.
Tercero, que merecen ser disculpados los que con simplicidad no por malicia ni por bellaquería quebrantan alguna ordenacion de sus mayores, como sería decir comiendo lo que les es prohibido, porque la culpa no está en el comer; y que merecen ser reprehendidos los que con malicia y bellaquería quebrantan algunas de las tales ordenaciones, porque la culpa está en el ánimo de donde sale, y los que tienen en sus ánimos malicia y bellaqueria, aún no han tomado el yugo de Cristo ni han aún aprendido de Cristo á ser humildes y á tener mansedumbre, de la manera que habemos dicho sobre el cap. 11.
Y saliendo de allí Jesus se apartó á las partes de Tiro y Sidonia, y hé aquí una mujer cananéa que salida de aquellos confines lo llamó á gritos, diciendo: ¡Compadécete de mí, señor, hijo de David! Mi hija malamente está endemoniada. Pero él no le respondia palabra, y allegándose sus discípulos le rogaban diciendo: Despídela, que viene gritando tras nosotros. Y él respondiendo, dijo: No soy enviado sino á las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y ella allegándose lo adoró, diciendo: ¡Señor, ayúdame! Y él respondiendo, dijo: No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo á los perrillos. Y ella dijo: Así es, señor, pero tambien los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Entónces respondiendo Jesus le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fé! Hágase como tú quieres. Y fué sana su hija desde aquella hora.
Viendo Cristo que aquellos santos del mundo con las gentes que lo seguian se habian escandalizado de sus palabras, no curando ni de contrastar con ellos ni de ponerse á hacer capaces á ellas de la verdad, contentándose con haberla propuesto llanamente, se fué de allí hácia la gentilidad, como comenzando á descubrir el secreto de que la gracia del evangelio, desechada y menospreciada de los judíos, habia de ser presentada á los gentiles y ellos la habian de aceptar, conociéndose necesitadísimos de ella y por tanto abrazándola con todo el ánimo. De manera que parece que esta mujer cananea fué como una figura de lo que habia de ser en toda la gentilidad, ántes en esta mujer considero á la letra lo que acontece á cada uno de los que aceptamos la gracia del evangelio, en cuanto, así como esta mujer, queriendo que Cristo le sanase la hija, no se considera á sí, pero considera á Cristo, así nosotros, queriendo que Cristo nos sane las conciencias, nos las aquiete y nos las apacigue, no nos consideramos á nosotros, pero consideramos á Cristo.
Si esta mujer se considerara á sí, conociéndose ajenísima de Dios, no confiara en Cristo ni osara parecer delante de Cristo; pero como consideró solamente á Cristo, y en Cristo conoció la bondad de Dios, confió en Cristo, pareció delante de Cristo y casi con razon convenció á Cristo hasta que alcanzó de él lo que queria; y si cada uno de nosotros se considerase á sí, conociéndose lleno de malignidad y de perversidad y por tanto enemigo de Dios, no confiaria en Cristo ni osaria parecer delante de Cristo; pero, como considera solamente á Cristo y en Cristo, ve castigados todos sus pecados y en él mismo se ve reconciliado con Dios, aquieta y apacigua su conciencia, teniéndose por perdonado y por reconciliado con Dios.
Y en cuanto, así como esta mujer, siendo como tentada con las respuestas de Cristo á apartarse de la fé y así á desistirse de la demanda, no se apartaba ni se desistia, ántes se encendia y fortificaba más en su fé y en su demanda, así nosotros, siendo tentados unas veces de las persuasiones de los hombres, otras de nuestras propias imaginaciones y otras de las que los demonios nos ponen delante, las cuales todas pretenden apartarnos de la fé que tenemos, de nuestra reconciliacion con Dios por Cristo, no nos apartamos de la fé, ántes nos inflamamos más en ella y nos fortificamos más en ella, de manera que viene á ser que, así como la fé de esta mujer crecia, siendo tentada á no creer, así nuestra fé crece, siendo tentados á no creer. Y este es un eficacísimo contraseño, por el cual el hombre puede entender si la fé que tiene es inspirada o es enseñada, porque la fé enseñada no crece jamás y siendo tentada descrece.
En esta misma mujer considero la diferencia que hay entre el que ora enseñado y el que ora inspirado, en cuanto el que ora enseñado es semejante á los que llama Cristo étnicos, que piensan que por su mucho hablar han de ser oidos, y el que ora inspirado es semejante á esta mujer que en dos palabras demandaba á Cristo lo que queria de él, proponiéndole su necesidad segun que la sentia dentro del ánimo. En llamar esta mujer á Cristo «hijo de David» parece que interiormente era certificada que él era el Mesía que esperaban los judíos, del cual por la vecindad tenian noticia en aquellas partes que habia de ser hijo de David.
No respondiendo Cristo cosa ninguna á las voces de esta mujer, la ejercitaba en la fé, y ejercitándola la acrecentaba en ella. Y diciendo los discípulos á Cristo: «despídela» ó despáchala etc., mostraban el temor que llevaban por el escándalo en que quedaban los santos del mundo con las otras gentes. Diciendo Cristo: «no soy enviado sino» etc., ejercitaba la fé de la mujer, y entendia que, pues el padre lo habia enviado por beneficio de los judíos, á los cuales llama ovejas perdidas por la condenacion á muerte eterna que es comun á todos los hombres, no era bien empacharse con los gentiles. Adonde, llamando Cristo «ovejas perdidas» á los que vino á redimir, se conforma con aquello que dice Esaías (119): «Todos nosotros como ovejas anduvimos perdidos.» Y replicando Cristo: «no es bueno» ó no es justo «tomar» etc., perseveraba en ejercitar la fé de la mujer, y entiende: no siendo yo enviado sino á los israelitas, no es justo que haga con los gentiles lo que tengo de hacer con los israelitas, así como no es justo que el padre quite el pan que pertenece á los hijos y lo dé á los perrillos.
Y estas palabras de Cristo parece que eran bastantísimas para derribar la fé de todos los hombres del mundo, como con efecto derribaran la fé de la mujer, si creyera ó si orara enseñada, pero, porque creia y oraba inspirada, con ellas creció en la fé, y así continuó su oracion, convenciendo á Cristo con el conocimiento de sí misma, de su vilísimo y bajísimo ser, llamándose perrilla, porque tal se conocia, mirándose á sí, (120) y, si como era grande en fé, fuera grande en obras, nunca se humillara á aceptar el nomnbre de perra, porque así es anexa á las obras la propia estimacion como es anexa á la fé la humildad. Diciendo Cristo: «¡Oh mujer, grande es tu fé!» etc., mostró que la fé de la mujer lo forzaba á dar sanidad á la hija, y tengo por cierto que, si los discípulos dijeran á Cristo: Pues no eres venido sino para los israelitas ¿por qué haces este bien á esta mujer que no es israelita? que Cristo respondiera que la fé la habia hecho israelita, así como hace israelitas á todos los que creen segun que lo trata San Pablo, Rom. 4.
Dos cosas me quedan que decir aquí. La una, que me parece ver á esta mujer inspirada á creer y á orar interiormente por el mismo Cristo que exteriormente parecia que la apartaba de la fé y de la oracion, de manera que así era obra de Cristo la perseverancia en la fé y en la oracion como era la tentacion á apartarse de lo uno y de lo otro; y por tanto me place lo que oí decir una vez á uno, el cual, repitiendo aquellas palabras: «Oh mujer, grande es tu fé,» decia: ¡Á la fé, Señor, es grande vuestra fé, que vos se la dábades, porque, si vos no se la diérades, no la tuviera ella. La otra, que si, ántes que muriendo Cristo hiciese en la cruz la paz entre Dios y los hombres, reconciliándonos con Dios, era Dios así liberal con los hombres que le eran enemigos, cuánto más lo será ahora despues que ya reconciliados le somos amigos (121). Adonde se puede certificar cada uno de nosotros, diciendo: si, siendo yo enemigo de Dios, fuí reconciliado con Dios por la muerte de Cristo, el cual castigó en él lo que habia de castigar en mí, ¿por qué tengo de dudar, siendo yo amigo y reconciliado con él, en que me haya de dar y conceder lo que quiero, que es inmortalidad y vida eterna con el mismo Cristo?
Y pasando de allí Jesus vino junto al mar de Galiléa, y subido en un monte se asentó allí, y llegáronse á él muchas gentes que tenian consigo cojos, ciegos, mudos, lisiados y otros muchos, y echáronlos á los piés de Jesus, y sanólos, en tanto que se maravillaban las gentes, viendo á los mudos hablar, á los lisiados sanos, á los cojos andar, á los ciegos ver, y glorificaban á Dios de Israel. Y Jesus llamando á sus discípulos dijo: Tengo compasion de esta gente, porque ya ha tres dias que perseveran en estar conmigo y no tienen que comer y despedirlos ayunos no quiero, porque no desfallezcan en el camino. Y dícenlo sus discípulos: ¿De dónde tenemos nosotros en despoblado tantos panes para hartar tanta gente? Y díceles Jesus: ¿Cuántos panes teneis? Y ellos dijeron: Siete y unos pocos pececillos. Y mandó á las gentes que se asentasen en tierra, y tomando los siete panes y los peces, hechas las gracias partió y dió á sus discípulos, y los discípulos á la gente, y comieron todos y hartáronse, y alzaron de lo que sobró de los mendrugos siete espuertas llenas. Y los que habian comido eran cuatro mil hombres sin mujeres y muchachos. Y despidiendo á las gentes, subió en una barca y vino á los confines de Magdalá.
Sobre lo que está dicho en lo pasado, cuanto á la sanidad que daba Cristo á estas gentes, se ofrece aquí esto: que toda persona cristiana debe considerar que, pues sanaba Cristo los cuerpos de estos para que estuviesen bien en la vida presente, no siendo aquel su propio oficio, mucho mejor resucitará nuestros cuerpos para que estén bien en la vida eterna, siendo este su propio oficio, conforme á aquello: «ego veni ut vitam habeant» etc. (122); y más que, pues sanaba Cristo á estos, por la fé que tenian que los podia sanar y que los sanaria, mucho mejor nos resucitará á nosotros los que creyendo gozamos de su justicia, pues á este fin vino en el mundo.
Sobre lo que está dicho en el capítulo precedente, cuanto al dar Cristo de comer milagrosamente á estas gentes, se ofrece esto: que, pues Cristo se compadecia, tanto cuanto aquí vemos, de aquellos que lo seguian con afectos humanos por propios intereses y por cosas corporales, y, no queriendo que pereciesen en el camino, milagrosamente los sustentaba, mucho mejor se compadecerá de nosotros los que lo seguimos con afectos espirituales y por tanto por gloria de Dios y por cocas espirituales, y, no queriendo que perezcamos en el camino, milagrosamente nos proveerá en todas nuestras necesidades en la vida presente y nos defenderá de todas las cosas que nos podrian apartar de él, haciéndonos perder la porcion que tenemos en el reino de los cielos, y más que, pues Cristo no apartaba de sí á sus discípulos por la poca fé que tenian en él, como consta por esto que, habiendo poco ántes visto el milagro de los cinco panes, dudaban ahora que tenian siete, ántes los allegaba y procuraba fortificarlos y confirmarlos en la fé, no nos debemos nosotros espantar ni atemorizar por nuestra flaqueza en la fé cuando vacilaremos, siendo solicitados á dudar, antes tener por cierto que Cristo hará con nosotros lo que hacia con sus discípulos, fortificándonos y confirmándonos en la fé.
Y siempre que me acuerdo de los muchos milagros que los discípulos de Cristo veian y de las muchas palabras buenas que oian y de la poca impresion que lo uno y lo otro hacia en ellos, porque aún no habian recibido el espíritu santo, no siendo aún Cristo glorificado, me certifico en esta verclad que valen poco los milagros y que valen poco las buenas palabras en los que no tienen espíritu santo; es bien verdad que vale mucho lo uno y lo otro para disponer al hombre á demandar á Dios su espíritu santo y para ayudarse despues que ha recibido el espíritu santo, como valió mucho en los discípulos de Cristo lo que, ántes de tener espíritu santo, oyeron y vieron de Cristo.