Capítulo XXII
El reino de los cielos es comparado á un hombre rey, el cual hizo bodas á su hijo. Y envió á sus criados á llamar á los convidados á las bodas, y no querian venir. Tornó á enviar otros criados, diciendo: Decid á los convidados: Catad que he aparejado mi comida, mis toros y mis capones son ya muertos y todo está aparejado, venid á las bodas. Y ellos menospreciándolo se fueron uno á su posesion, y otro á su mercancia y los otros prendiéndole los criados los injuriaron y los mataron. Y oyendo esto el rey se indignó y enviando sus ejércitos destruyó á aquellos homicidas y quemóles su ciudad. Entónces dice á sus criados: La boda está aparejada, pero los convidados no han sido dignos de ella; salid pues á las salidas de los caminos y á todos cuantos hallareis llamadlos á las bodas. Y saliendo aquellos criados á los caminos ayuntaron todos cuantos hallaron, malos y buenos, y la boda fué llena de asentados. Y entrando el rey á ver los asentados, vió allí un hombre no vestido con vestidura de boda, y dícele: Amigo ¿cómo entraste aquí, no teniendo vestidura de boda? Y él enmudeció. Entónces dijo el rey á los que servian: Atándole las manos y los piés, echadlo en las tinieblas exteriores, allí hay llanto y batimiento de dientes. Porque muchos son llamados y pocos escogidos.
En todas estas parábolas conviene advertir la manera de comparar que usa Cristo, diciendo que el reino de los cielos es comparado ó es semejante al señor de la viña ó al hombre rey, y entendiendo que en el reino de los cielos acontecerá como aconteció al señor de la viña ó al hombre rey.
En esta parábola tiene Cristo dos intentos: el uno es el mismo de la parábola precedente, cuanto al ser desechada la sinagoga hebrea para que en su lugar sucediese la iglesia cristiana, y el otro es el mismo que habemos visto en otras parábolas, cuanto al ser echados del reino de Dios, de la iglesia cristiana, los que entran en ella sin fé cristiana y están en ella sin costumbres cristianas, viniéndose ellos sin ser llamados de Dios.
El hombre rey es Dios. La comida es la vida eterna, de la cual toman posesion en la vida presente los que, siendo llamados á ella, dejan todas las cosas y siguen la vocacion. El aparejo de la comida, los toros y los capones ya muertos para el convite, entiendo que es la gloria y felicidad aparejada para los que aceptan la gracia del evangelio, porque, así como aquellas cosas son la sustancia del convite humano y temporal, así estas cosas son la sustancia del convite divino y eterno.
Los convidados á la comida ó boda en tiempo de la ley eran los que estaban sujetos á la ley, en el cual tiempo los criados que llamaban eran los profetas y justos, y en tiempo del evangelio los convidados son todos los hombres en general, porque el indulto y perdon que publica el evangelio es general, en el cual tiempo los criados que llaman son los apóstoles, los que tienen don de apostolado, y lo que dicen es aquello que pone San Pablo 2ª Cor. 5: obsecramus pro Christo: Reconciliamini Deo. Eum qui non noverat peccatum pro nobis peccatum fecit, ut nos efficeremur justitia Dei in ipso (167).
Los que, siendo llamados en tiempo de la ley, no quisieron venir, el uno por ir á su posesion y el otro por ir á su mercancía, son los que menospreciaban el llamamiento de Dios por atender á las cosas de la vida presente, no resolviéndose de una en dejarlo todo por obedecer á Dios, y los que prendieron á los criados del rey son los santos del mundo que en tiempo de la ley hicieron morir á los profetas y á los justos, porque los llamaban al reino de Dios; teníanse ellos por santos y eran tenidos por tales, y por tanto no podian sufrir que les fuese intimada otra santidad de la que ellos tenian. Los ejércitos, con que el rey destruyó á sus convidados quemándoles su ciudad, podemos decir que fueron los de Tito y Vespasiano que destruyeron á los hebreos y quemaron á Jerusalem.
Los que, siendo llamados en tiempo del evangelio, no quieren venir, no queriendo aceptar la gracia del evangelio, son los hombres mundanos que menosprecian la puridad, la mansedumbre y la humildad de Cristo. Y los, que hacen profesion de santidad exterior, diciendo que creen en Cristo y negando la gracia del evangelio de Cristo, el beneficio de Cristo, son entendidos en el hombre que entró en la boda sin vestidura de boda, y tales son con efecto todos los que entran en la iglesia cristiana con prudencia humana y por tanto con deseños humanos como mercenarios, viniendo vestidos de obras sin fé, y desnudos de fé y de obras de fé, y así viniendo vestidos de ley y desnudos de evangelio, vestidos de Moisen y desnudos de Cristo, del cual conviene que vayan vestidos todos los que han de comer la comida de Dios en la vida eterna, porque esta es la vestidura de boda, y por tanto dice San Pablo: induimini dominum nostrum Jesum Christum, Rom. 13. (168), Y á Cristo nos vestimos cuando, atendiendo á comprehender la perfeccion en que somos comprehendidos, imitamos las divinas perfecciones que vemos en Cristo, y entónces mostramos estar vestidos de Cristo cuando son vistas en nosotros costumbres cristianas.
Y concluyendo Cristo esta parábola, diciendo: «por que muchos son llamados y pocos escogidos,» nos obliga á que digamos que en aquel uno que fué echado de la comida, son comprehendidos todos los que con solo el llamamiento exterior, con deseños humanos aceptan á su modo el evangelio; y á que entendamos que es mayor el número de los llamados y no escogidos que el de los escogidos; y á que nos confirmemos en que las parábolas no cuadran en todo, pues, si cuadrara esta en todo, fuéramos necesitados á decir que son sin ninguna comparacion más los escogidos que los llamados, pues la parábola no dice que fué echado de la boda sino solo uno de muchos que eran entrados en ella.
En esta parábola considero cuatro suertes de hombres. Los primeros son los que, amando más la vida presente que la vida eterna, siendo llamados para la vida eterna, no les basta el ánimo á perder esta por ganar la otra; estos muestran su incredulidad.
Los segundos son los que estimándose y siendo estimados santos en el mundo, si son llamados para ser santos de Dios, se indignan contra los que los llaman, y los prenden y los matan; estos muestran con su incredulidad su malicia y su malignidad; y aquí entiendo á cuanto peligro están los que son santos del mundo.
Los terceros son los que, deseando con un deseo humano y natural alcanzar vida eterna y siendo llamados para ella con llamamiento exterior, sin esperar el interior van sin saber cómo ni adónde, vistiéndose de vestiduras hechas por manos de hombres, no conociendo aquella vestidura de boda hecha por mano de Dios, esta es Jesu-Cristo nuestro Señor; estos muestran su ignorancia y ceguedad, y estos son casi como los segundos y están á peligro de hacer lo que ellos en esta vida; y en la otra vida harán el fin que ellos, pues serán echados en las tinieblas de fuera, de las cuales está dicho en el cap. 13.
Los cuartos son los que por don de Dios se conocen impíos y enemigos de Dios en sí mismos, y comienzan á desear ser justos y amigos de Dios, y, siéndoles intimado el evangelio, el cual les ofrece lo uno y lo otro de balde y graciosamente y siendo interiormente movidos á aceptarlo con vocacion interior y exterior, se conocen justos y amigos de Dios, no en sí sino en Cristo, y, conociéndose tales, entran en posesion del reino de los cielos, desnudándose y despojándose de todas las cosas que los podrian privar de la posesion, como son los placeres, las satisfacciones, las honras y las dignidades de la vida, presente, á las cuales todas pierden el aficion, y como son las justificaciones exteriores, las cuales los son odiosas por no venir á ser santos del mundo, y vistiéndose y ataviándose con todas las cosas que los pueden mantener en la posesion como son la mortificacion y vivificacion, con las cuales están siempre las costumbres cristianas, las que Cristo mostró en su vivir; estos muestran que son escogidos de Dios, que son hijos de Dios y que son regidos y gobernados con el espíritu de Dios, y así solos estos son admitidos á la comida del gran rey que es padre de nuestro señor Jesu-Cristo.
Por lo que aquí dice: «capones,» el vocablo griego significa aves engordadas; y por lo que aquí dice: «muertos,» el vocablo griego significa muertos en sacrificio. Diciendo: «á las salidas de los caminos,» entiende: adonde unos caminos se juntan con otros, porque allí se hallan más presto hombres. Diciendo: «de asentados,» entiende: de hombres asentados á comer, pero no comieron los malos sino los buenos; y malos son los que, estando sin fé cristiana, están sin obras de fé, sin costumbres cristianas, y por el contrario son buenos los que tienen la fé y las obras de fé, consistiendo su bondad en la fé, de la cual dan testimonio las obras de fé.
Entónces partidos los Fariseos tomaron consejo como lo asirian en palabras, y enviáronle sus discípulos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres verdadero y que enseñas con verdad el camino de Dios y no te curas de ninguno, porque no miras la persona de los hombres. Dínos, pues, ¿qué te parece: es lícito pagar tributo á César ó no? Y conociendo Jesus su bellaquería, dijo: ¿Para qué me tentais? Hipócritas! Mostradme la moneda del tributo. Y ellos le dieron el denario. Y díceles: ¿Cúya es esta imágen y sobrescrito? Dícenle: De César. Entónces les dice: Dad, pues, lo de César á César y lo de Dios á Dios. Y oyendo esto se maravillaron y dejándolo se fueron.
De la misma manera que estos Fariseos santos del mundo, convencidos por las palabras de Cristo, consultaron contra él para asirlo á palabras, para hacerle decir alguna cosa con que tomar ocasion para prenderlo y matarlo, todos los que, siendo santos del mundo, se hallan convencidos por las palabras de los que son santos de Dios, consultan contra ellos para hacerles decir alguna cosa con que prenderlos y matarlos. Y por tanto á los santos de Dios pertenece ó no venir en palabras con los santos del mundo ó viniendo estar muy sobre aviso para no decir cosa que les sea calumniada.
Toda esta malicia farisáica está llena de artificio. El primero consiste en que, queriendo los Fariseos preguntar á Cristo del tributo ó censo que los judíos pagaban al emperador de Roma, la cual cosa parecia extraña á los judíos que el pueblo de Dios fuese tributario á un hombre impío, le enviaron personas que eran de opinion que no se debia pagar, á fin que Cristo más libremente dijese que no era lícito pagarlo y así vendrian á haber su intento, acusándolo que prohibia que no fuese pagado el tributo al emperador, como falsamente lo acusaron despues que lo tuvieron preso. No me place la opinion de los que dicen que estos herodianos eran de los que cogian el tributo ó que tenian opinion que se debia pagar, porque no fuera á su propósito enviarle á estos, queriendo ellos que dijese que no era lícito pagar el tributo, como parece por las palabras que le dicen.
El segundo artificio consiste en que, ántes que pregunten, le dicen palabras enderezadas á que hable contra el emperador, las cuales eran propias de los Fariseos y en los cuales se puede considerar tres calidades que deben concurrir en un predicador cristiano: la primera, que sea verdadero, la segunda, que su doctrina sea verdaderamente cristiana conforme á la voluntad de Dios, y la tercera, que no tenga respeto á los hombres del mundo, dejando por ellos de predicar el evangelio ó de enseñar el vivir cristiano; antes estas tres calidades concurren siempre en los que tienen don de apostolado y por ellas podemos juzgar si el que nos predica es apóstol de Cristo ó de hombres.
Estas mismas calidades concurren en los que por divina inspiracion aceptan el evangelio, la cual aceptacion los hace verdaderos en sí, y les enseña la verdad para que ellos la puedan enseñar á otros, y les hace que, estando resueltos con el mundo, solamente tengan respeto al evangelio, á Cristo y á Dios. Y estas tres calidades nos pueden servir por contraseños por las cuales podemos conocer qué tanto efecto ha hecho en nosotros la aceptacion del evangelio. Diciendo Cristo: «¿Para que me tentais? Hipócritas,» mostró que le daba fastidio la malignidad y bellaquería artificiosa con que venian á asirlo en palabras.
Y preguntando: ¿«cúya es esta imágen» etc., no pretendió saberlo, porque ya lo sabia, sino tomar ocasion de lo que le habian de responder, para decirles lo que les dijo: «Dad pues lo de César» etc., entendiendo que importa poco que demos á los hombres lo que quieren de nosotros, porque demos á Dios lo que quiere de nosotros, como si dijera: Dad al emperador lo que él pretende que le debeis dar, lo que él quiere de vosotros, y dad á Dios lo que él pretende que le debeis dar, lo que él quiere de vosotros. El emperador quiere el tributo ó censo, dádselo; y Dios quiere fé y amor, dádselo. Diciendo: «la moneda del tributo,» entiende la moneda con que se paga el tributo. Sobre este pagar tributo habla San Pablo, Rom. 13, y á lo que he dicho allí, me remito.
En aquel dia se llegaron á él los Saduceos que dicen que no hay resurreccion, y preguntáronle diciendo: Maestro, Moisen dijo: si alguno morirá sin tener hijos, cásese su hermano con su mujer y levante simiente á su hermano. Fueron entre nosotros siete hermanos, y el primero despues de casado murió y, no teniendo simiente, dejó á su mujer á su hermano, y así el segundo y el tercero hasta los siete, y á lo postre de todos murió tambien la mujer. Veamos, en la resurreccion ¿de cuál de los siete será la mujer? Porque todos la tuvieron. Y respondiendo Jesus les dijo: Errais, no entendiendo las escrituras ni la potencia de Dios, porque en la resurreccion no se casarán ni serán casados, pero serán como los ángeles de Dios en el cielo. Y cuanto á la resurreccion de los muertos ¿no habeis leido lo que os dice Dios diciendo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es Dios Dios de muertos sino de vivos. Y oyendo esto las gentes se espantaron de su doctrina.
Segun parece por estas palabras y por las que están Act. 23, en el pueblo hebreo no era creida por fé la resurreccion de los cuerpos, estando solamente en opinion; los Fariseos la afirmaban y los Saduceos la negaban. Y estos queriendo convencer á Cristo á que la negase como ellos, le van á hacer una pregunta que, aunque á su parecer era bastantísima para probar su intencion, al parecer de cualquiera persona, que no estará apasionada en querer defender aquella opinion, es ineptísima.
Adonde entiendo cuánto se debe guardar todo hombre de tomar opinion ninguna, porque es así siempre, que despues de tomada se obliga á defenderla, y queriéndola defender le acontece propiamente lo que acontecia á estos Saduceos que, negando la resurreccion de los cuerpos, defendian su opinion con argumentos semejantes al que ponen aquí. Antes, este debia ser el que ellos tenian por más eficaz, imaginándose que en la vida eterna nuestros cuerpos resucitados, ya impasibles é inmortales, han de atender á lo que atienden estos cuerpos que son pasibles y mortales.
Esta ley del matrimonio, que alegan aquí, está Deut. 25, y parece que tuvo Dios intento en aquella ley á que durasen las casas de los hebreos que habian de partir entre sí la tierra de promision, á fin que estuviese más impreso en sus memorias el beneficio recibido. Diciendo: «levante» ó resucite «simiente á su hermano,» entiende: haga en la mujer de su hermano el muerto hijos, de los cuales entiende que el primero habia de ser llamado hijo del hermano muerto y no del que lo hacia. Lo mismo es: «no teniendo simiente» que: no dejando hijos.
En la respuesta de Cristo, que dice: «errais, no entendiendo» etc., se entiende que todos los errores de los hombres en las cosas que son sobrenaturales proceden de dos principios, de los cuales el uno es no entender las santas escrituras, porque, si las entendiesen, no errarian, siendo certísimo que ellas enseñan al que las entiende toda la verdad, y el otro es no entender la potencia de Dios, porque, si supiesen los hombres que Dios puede todo cuanto quiere, cuando les fuese propuesta una cosa con que es ilustrada la gloria de Dios, no dudarian de ella, porque considerarian: con esta cosa es ilustrada la gloria de Dios, Dios es omnipotentísimo, luego bien se sigue que esta cosa es verdadera, y de la misma manera, cuando les fuese propuesta otra cosa con que es menoscabada la gloria de Dios, no la admitirian de ninguna manera, porque considerarian: con esta cosa es menoscabada la gloria de Dios, Dios es omnipotentísimo, luego bien se sigue que esta cosa no es verdadera, pues con ella es derogada la gloria de Dios. De manera que á todo hombre es sano consejo, primero no tomar opinion ninguna, y despues rogar á Dios que le abra los ojos, de manera que él conozca su omnipotencia y entienda las santas escrituras á fin que no yerre jamás en cosa ninguna.
De estas palabras de Cristo se colige bien que el, que entenderá las santas escrituras y conocerá la omnipotencia de Dios, creerá la resurreccion de los muertos, en la cual afirma Cristo que no habrá casamientos porque, aunque habrá cuerpos de carne, tendrán aquella limpieza que tienen los ángeles que están en el cielo.
Y queriendo Cristo mostrar á los Saduceos uno de los lugares de las santas escrituras, adonde se puede entender la resurreccion de los muertos, alega lo que dice Dios: «yo soy Dios de Abraham» etc., Exodo 3, y añadiendo: «no es Dios de muertos» etc., parece que entendió Cristo que, si Dios en su mente divina no tuviera por resucitados á Abraham, á Isaac y á Jacob, no se llamara Dios de ellos, porque, siendo él Dios vivo, no se llamaria Dios de muertos, de manera que no entendamos que, diciendo Dios: «yo soy el Dios de» etc., entiende: yo soy el Dios á quien adoró y sirvió Abraham etc., sino: yo soy el Dios á quien adora y sirve Abraham, y adorará y servirá, porque, aunque su cuerpo está en la sepultura, su ánima está viva y á su tiempo se tornará á juntar con su cuerpo. Y con razon se espantaron las gentes de esta doctrina de Cristo, porque no hay duda sino que ningun hombre hubiera jamás sacado esta inteligencia de aquellas palabras.
Y los Fariseos, oyendo que habia cerrado la boca á los Saduceos, se juntaron en uno, y preguntóle uno de ellos, un cierto legista, tentándolo y diciendo: Maestro, ¿cuál es el mandamiento grande en la ley? Y Jesus le dijo: Amarás al señor Dios tuyo con todo tu corazon y con toda tu ánima y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante á este: Amarás á tu prójimo como á tí mismo. En estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas.
Contentos los Fariseos que Cristo hubiese respondido á los Saduceos de tal manera que no la pudiesen replivar, se fueron á él con intento de ganar con él la honra que los Saduceos, que eran sus contrarios, habian perdido, y así hicieron que uno de ellos, el cual era docto en la ley de Moisen por probar lo que sabia, le preguntase cuál era el principal mandamiento en la ley.
Y en la respuesta de Cristo entendemos que la principal cosa que Dios quiere del hombre es el amor, queriendo que este amor sea sin resabio ninguno de propio interes, siendo limpísimo y perfectísimo; y entónces es tal, cuando el hombre pone todo su amor y toda su aficion en Dios, no teniendo en su corazon, en su ánima ni en su mente sino á solo Dios, deleitándose con solo él y teniéndole siempre impreso en su memoria sin jamás apartarlo de ella. Esto es lo que Dios quiere de cada uno de los hombres; por esto los acaricia y les hace las gracias, los beneficios y las mercedes que les hace.
Y es así que, queriendo Dios ser amado de los hombres y conociendo que el mayor impedimento que tienen para amarlo es el conocimiento que tienen de haberlo ofendido, porque, como se dice vulgarmente, el que ofende no perdona, puso en su unigénito hijo Jesu-Cristo nuestro Señor los pecados de todos los hombres y en él los castigó todos, perdonando generalmente á todos los hombres á fin que, quitado el impedimento en el amor, ellos se apliquen á amarlo de la manera que él quiere ser amado de ellos.
Y sobre esto tengo escrita una consideracion (169), á la cual me remito, diciendo aquí esto que, mientras el hombre no se conocerá perdonado de Dios en Cristo, será imposible que ame á Dios de la manera que él quiere ser amado por sí mismo sin otro respeto ninguno, ántes con efecto no sabrá qué cosa es amar á Dios. Adonde se ha de entender que entónces ama el hombre á Dios de la manera que él quiere ser amado «con todo el corazon, con todo el ánima,» cuando lo ama sin interés ninguno, solamente porque merece ser amado.
Y no puede el hombre amar á Dios de esta manera mientras es hombre no regenerado por espíritu santo, porque, amándose naturalmente á sí de primer amor, viene á amar á Dios por sí, haciendo notable injuria á Dios, el cual quiere ser amado de primer amor y quiere que el hombre se ame á sí y que ame á los otros hombres y á las otras criaturas de Dios por amor de Dios, más ó ménos segun que ellos y ellas ilustran más ó ménos la gloria de Dios, á la cual tienen solamente intento los que aman á Dios no por sí mismos sino por las perfecciones que conocen en Dios.
Los hombres que no se conocen perdonados de Dios, reconciliados con Dios y amigos de Dios por Cristo, aunque se reduzcan á amar á Dios y obrar segun lo que conocen de la voluntad de Dios, no amarán ni obrarán por amor de Dios sino por amor de sí mismos, por ser perdonados de Dios, reconciliados con Dios y amigos de Dios; y no vendrán jamás á alcanzar lo que quieren por esta vía, porque la verdadera es aceptar la gracia del evangelio y despues amar, servir y obrar, porque Dios merece ser amado, ser servido y ser obedecido sin que el hombre tenga otro respeto ninguno.
De manera que son cuatro causas por las cuales es imposible que el hombre ame á Dios como él quiere ser amado, si no se tiene por reconciliado con Dios y por amigo de Dios por Cristo: La primera, que el que ofende no perdona, y no perdonando no puede amar. La segunda, que el hombre no regenerado, teniendo viva su inclinacion natural, es imposible que no se ame á sí de primer amor. La tercera, que, no teniéndose por justo en Cristo, si ama, amará por ser justo. La cuarta, que, no conociendo á Cristo, no conocerá á Dios, y, no conociéndolo, no lo amará como él quiere ser amado «con todo el corazon» etc.
Al cual término habemos todos de trabajar por llegar, y, porque el que no comienza á caminar hácia él, está más lejos de él, á todo hombre, que ha aceptado la gracia del evangelio, pertenece persuadirse que ha de llegar á este término y que es Dios poderoso para hacerlo llegar, y con esta persuasion comenzar á caminar hacia él, rogando á Dios que le envie su espíritu santo que le sea guía en esta generosa empresa.
Y no piense hombre ninguno ser capaz por ciencia de este divino amor si no comienza por la experiencia; y tanta capacidad tendrá de él cuanta experiencia tenga en él. Y sepa más todo hombre que no vendrá jamas á amar al prójimo como á sí mismo, si primero no ama á Dios sobre todas las cosas, entrando en el amor (como está dicho) por la fé y por el conocimiento.
Y aquí diré esto: que, diciendo en una consideracion (170) que la fé y la esperanza son sustentadas con la caridad, y que la caridad se sustenta de por sí, entendí que, si el hombre no ama á Dios, no estará constante en fiarse de él ni en esperar el cumplimiento de sus prometimientos, y que, amando á Dios, porque lo ama por sí mismo, conociendo que merece ser amado, no tiene necesidald de ser sustentado en el amor, ni con la fé de lo que cree que ha hecho Dios por él, ni con la esperanza de lo que espera que hará, Dios con él, porque ama sin interes propio, del cual amor son incapaces los hombres miéntras son hombres, porque no saben amar sin interes y sin deseño, amándose á sí mismos en todas las cosas y sobre todas las cosas.
Añadiendo Cristo: «en estos dos mandamientos» etc., entiende que el, que cumple estos dos mandamientos del amor de Dios y del prójimo, cumple todo lo que mandan la ley y los profetas, porque ella y ellos no tienen otro intento sino reducir al hombre á que ame á Dios y que ame al prójimo; y el que amará á Dios no se apartará de la voluntad de Dios, ántes se aplicará á todo lo que conocerá que es voluntad de Dios, negando y renunciando su propia voluntad, y él que amará al prójimo no le hará cosa que le pueda ser perjuicio, ántes se aplicará á hacerle todos los beneficios que podrá, hasta privarse de sus comodidades y satisfacciones por acomodar y satisfacer al prójimo, como vemos que hizo Cristo y vemos que hizo su apóstol San Pablo.
Cosa es cierto digna de consideracion que este mandamiento del amor no esté entre los del que llaman decálogo sino en el Deuteronomio, en la segunda ley. Por ventura lo guardó Dios para la segunda ley como más perfecto y más puro, pretendiendo que el pueblo instruido y ejercitado en los mandamientos de la primera ley seria más capaz de la inteligencia de este, pero esta es imaginacion mia.
Segun la letra hebrea este mandamiento dice así: «oye, Israel, el señor Dios nuestro es un señor, y amarás al señor Dios tuyo con todo tu corazon y con todo tu ánimo y con toda tu fuerza.» Deut. 6, como si dijese Moisén: pues Dios es solo, amadlo á él solo, dándole todo vuestro amor. Adonde dice: «con toda tu fuerza» segun el hablar de la lengua hebrea dice: con todo tu mucho, y entiendo que está dicho por encarecimiento y no que haya diferencia entre uno y otro.
Y ayuntados los Fariséos, les preguntó Jesus diciendo: ¿Qué os parece á vosotros de Cristo, cuyo hijo es? Dícenle: de David. Díceles: Pues ¿cómo David en espíritu lo llama señor, diciendo: Dijo el Señor á mi señor: Asiéntate á mi diestra hasta que ponga á tus enemigos por banquillo de tus piés? Pues si David lo llama señor ¿cómo es su hijo? Y ninguno le podia responder palabra, ni osó ninguno desde aquel dia preguntarle más nada.
Para la inteligencia de estas palabras conviene considerar dos cosas. La una, que Cristo no se despreciaba de ser llamado hijo de David, pues consta que los que lo querian honrar lo llamaban así, y que San Mateo comenzando su evangelio lo llama así, y que San Pablo dice: «qui factus est ei ex semine David secundum carnem,»Rom. 1 (171). Y la otra, que aquello del salmo 110 (172):«Dixit dominus domino meo: sede a dextris meis» etc. entre los hebreos comunmente era entendido del Mesía, de Cristo, como áun los judíos, que han sido despues de Cristo, lo entienden de la misma manera, pero no quieren que pertenezca á nuestro Cristo, porque no lo conocen por Mesía.
Consideradas estas dos cosas, entendemos que pretendió Cristo en estas palabras convencer á los Fariseos á que tuviesen mejor opinion del Mesía de la que tenian. Ellos solamente lo tenian por hijo de David y por tanto por puro hombre, y Cristo pretende mostrarles que David lo tenia por más que hijo y por tanto por más que puro hombre, pues hablando en espíritu lo llama señor, y no lo llamara señor si no lo conociera por más que hijo; conocíalo bien por hijo segun la generacion humana, y conocíalo por hijo de Dios segun la generacion divina y por tanto lo llamaba señor.
Esta entiendo que es la propia inteligencia de estas palabras. Y si me dirá uno que pudieran bien los Fariseos responder á Cristo, diciendo que llama David señor al Mesía, aunque es su hijo, de la manera que adoró á Salomon cuando fué elegido por rey, aunque le era hijo, (173)le responderé que no pudieran, porque lo que hizo David con Salomon, no fué en espíritu, como el llamar al Mesía señor, sino en carne, fué una ceremonia exterior conveniente al reino temporal.
Y si me dirá otro que pudieran bien los Fariseos responder á Cristo, diciendo que aquellas palabras de David no pertenecen al Mesía, ántes parece que son palabras dichas á David en nombre del pueblo hebreo, segun que lo he mostrado en la declaracion de los salmos, le responderé que no pudieran, por lo que habemos dicho que desde ántes de Cristo aquellas palabras comunmente eran entendidas del Mesía, de la cual inteligencia consta haberse Cristo querido servir para su intento.
Y por tanto dice bien el evangelista que ninguno le podia responder palabra, no sabiendo el divino secreto de la divina generacion del Mesía. Y añadiendo: «ni osó ninguno desde aquel dia» etc., muestra el evangelista que las preguntas todas, que aquellos hacian á Cristo, eran armadas sobre malicia, pues dejaban de preguntar, conociendo sus divinas respuestas. Si preguntaran con sinceridad, les creciera el deseo de preguntar, enamorados de las respuestas que les daba, pero, como preguntaban por calumniar, no querian preguntar, viendo que no salian con su intento.