El evangelio según San Mateo
declarado por Juan de Valdés


Traducido fielmente del griego en romance castellano y declarado según el sentido literal con muchas consideraciones sacadas de la letra, muy necesarias al vivir cristiano.
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Capítulo XXIII

         Entónces Jesus habló á las gentes y á sus discípulos diciendo: Sobre la silla de Moisen se asientan los escribas y Fariseos; todo pues lo que os dirán que guardeis, guardadlo y hacedlo, pero no hagais segun ellos hacen, porque dicen y no hacen. Y es así que atan cargas pesadas é incomportables y pónenlas sobre los hombros de los hombres, pero ellos no las quieren mover con su dedo. Y todas sus obras las hacen por ser vistos de los hombres, alargan sus filaterías y engrandecen las fimbrias de sus vestiduras, quieren los primeros asentamientos en los convites y las primeras sillas en las sinagogas y las salutaciones en las plazas y ser llamados de los hombres rabí. Y vosotros no os hagais llamar rabí, porque uno es vuestro maestro, este es Cristo, y todos vosotros sois hermanos. Y no llameis á ninguno padre sobre la tierra, porque uno es vuestro padre, este es el que está en los cielos. Ni os hagais llamar maestros, porque uno es vuestro maestro, este es Cristo. Y el mayor de vosotros será vuestro ministro. Y cualquiera que se ensalzará, será humillado, y cualquiera que se humillará, será ensalzado.

    Tres cosas hay en estas palabras dignas de ser muy consideradas. La primera, que es verdad lo que habemos dicho en el cap. 5 que muchas cosas dijo Cristo que pertenecian solamente para el tiempo en que las decia, y para aquellos que las oian, porque, pues es así que asentarse los escribas y los Fariseos sobre la silla de Moisen es lo mismo que enseñar la observacion de la ley de Moisen, es tambien así que el que querrá decir que estas palabras de Cristo pertenecen á todos tiempos, será forzado á confesar que con el evangelio ha de ser guardada toda la ley, la cual cosa es condenada desde el tiempo de los apóstoles; de manera que esta amonestacion de Cristo solamente pertenecia para aquel tiempo mientras él vivia entre los hombres, en el cual tiempo y hasta la venida del espíritu santo fué la voluntad de Dios que su pueblo estuviese sujeto á la ley, de la cual sujecion fué libre, venido que fué el espíritu santo, el cual sucedió en el regimiento y gobierno del pueblo de Dios en lugar de la ley.

    Y así fué comenzada á ser cumplida la profecía de Jeremías, cap. 31, la cual entiendo que sienten comenzada á cumplir en sí mismos todos los que, aceptando el evangelio, reciben al espíritu santo; y entiendo que el perfecto y entero cumplimiento lo veremos en la vida eterna, adonde todos, chicos y grandes, conoceremos á Dios, y en él conoceremos todas las cosas, y así no tendremos necesidad de ser enseñados.

    Los que, no habiendo aceptado el evangelio, no han recibido al espíritu santo, se están todavia, como dice San Pablo, debajo del pedagogo, debajo de ley, no siendo aún comenzada á cumplir en ellos la profecía de Jeremías. Y de estos son los que, aunque tienen nombre cristiano y leen el evangelio, van buscando «quid licet,» y si fuesen verdaderamente cristianos, habiendo aceptado el evangelio, dejarian de ir buscando «quid licet» y atenderian á buscar «quid expedit,» como lo he escrito en una consideracion (174).

    Queriendo Cristo declarar la causa por qué no queria que sus discípulos hiciesen como los escribas y Fariseos, dice: «porque dicen y no hacen,» entendiendo (175): porque no guardan ellos lo que enseñan á los otros que guarden; y declarándose aun más en esto, dice: «y es así que atan cargas» etc., entendiendo que cargaban al pueblo con observaciones extrañas é incomportables, guardándose ellos de someterse á ellas, y áun de tocarlas con el dedo.

    De estas palabras de Cristo se puede colegir que, aunque el vivir de los escribas y Fariseos era malo, porque los ánimos eran malos, la doctrina no era tan mala que por entónces fuese dañoso el seguirla. Adonde considerando yo que lo más dañoso que hay en nuestros escribas y Fariseos es la doctrina, entiendo que son aun más perniciosos los nuestros que eran aquellos. Y cuanto á la causa, me remito á lo que he dicho en una respuesta.

    Y si parecerá á alguno que es contrario esto á lo que ha dicho Cristo en el cap. 16, avisando á sus discípulos que se guardasen de la doctrina de los escribas y Saduceos, le diré que, segun yo entiendo, aquí hablaba Cristo de la doctrina que consistia en hacer, que pertenecia al cumplimiento de la ley y de las constituciones humanas, y allí hablaba de la doctrina que consiste en creer, en aceptar á Cristo por el Mesía prometido en la ley, la cual aceptacion era impedida con la doctrina de aquellos que se habian soñado un Mesía profano y mundano, y forzaban las santas escrituras á que dijesen lo que ellos se habian soñado.

    Desde aquello «y todas sus obras las hacen» etc., es otra cosa digna de consideracion, porque, poniendo Cristo las calidades de aquellos escribas y Fariseos, nos abre á nosotros los ojos, para que tengamos por escribas y Fariseos á todos aquellos en los cuales veremos estas calidades.

    La primera el holgar que sus obras, que ellos tienen por buenas y que el vulgo persuadido por ellos tiene por buenas, sean vistas de los hombres para que los precien y estimen por ellas.

    La segunda el mostrar santidad con señales exteriores, como hacian los Fariseos y escribas con sus filaterías, adonde traian escritas algunas sentencias de la Biblia ó los mandamientos del decálogo, y con sus fimbrias que ataban en cuatro partes de sus vestiduras por mostrar aspereza de vida.

    La tercera el ser ambiciosos, queriendo tener el primer lugar en todos los lugares públicos adonde estaban, como era en aquel tiempo en los convites y en las sinagogas.

    Y la cuarta el ser vanos y vacantes, queriendo ser salvados y reverenciados en público y llamados maestros, como hacian los escribas y Fariseos, los cuales se hacian llamar con aquel nombre rabí que significa maestro, pero, siendo derivado de un vocablo que significa mucho, quiere decir maestro de muchas ciencias.

    Desde aquello: «y vosotros no os hagais llamar» etc., es otra cosa digna de consideracion para entender algunas cosas del deber del hombre cristiano. La primera, que el cristiano por ninguna manera se ha de preciar de ser llamado con nombre que signifique grandeza ni autoridad como era el rabí y es ahora el maestro.

    La segunda, que no ha de conocer por maestro sino á Cristo, y á Cristo conocen por maestro los que, teniendo del espíritu de Cristo, comienzan á sentir en sí mismos el cumplimiento de la profecía de Jeremías. Estos, aunque llaman maestros á algunos, llámanselo con las bocas por cumplir con ellos y por una cierta usanza, pero no con los corazones, no porque ellos los reconozcan por maestros, conociendo que tanto saben y entienden de las cosas espirituales y divinas cuanto sienten y experimentan dentro de sí, al cual sentimiento y á la cual experiencia tienen ellos por enseñanza, no dejando sin embargo de estimar á los que esteriormente con don de apostolado ó doctrina los encaminan y guian al sentimiento y á la experiencia interior; pero estos no se precian de ser llamados maestros ni son llamados maestros de los que los conocen. Y no es contrario á esto que San Pablo se llamase doctor de las gentes ó de los gentiles, siendo así que se llamaba doctor porque, teniendo don de doctrina con el don de apostolado, enseñaba á los de la gentilidad el vivir cristiano.

    La tercera cosa del deber del hombre cristiano es que ha de tener por hermanos á todos los que tienen del espíritu de Cristo, queriendo ser tenidos de cada uno de ellos por hermano; y en la hermandad hay igualdad con poca diferencia de hermano mayor á hermano menor.

    La cuarta, que no ha de conocer por padre sino á Dios, y á Dios conocen por padre los que, siendo regenerados por el espíritu santo, espíritu cristiano, se conocen renovados en sus costumbres, comenzando á dejar y á aborrecer las costumbres profanas y comenzando á tomar y á amar las costumbres cristianas. Estos conocen á Dios por padre, porque se conocen hijos de Dios, regidos y gobernados por el espíritu de Dios y, aunque llaman padres á algunos, llamánselo con las bocas por cumplir con ellos y por usanza, pero no con los corazones, no porque ellos conozcan de ellos el ser que tienen segun el espíritu, conociéndolo solamente de Dios por Cristo.

    Y no es contrario á esto lo que dice San Pablo, mostrando que le eran hijos los que por medio de su predicacion traia Dios á la obediencia de la fé, á la aceptacion del evangelio, porque su intento no es ambicioso de querer ser estimado y respetado como padre, sino solamente de querer ser creido en lo que toca á la doctrina del vivir cristiano, y es una manera de decir como si dijese: pues yo os he traido al evangelio, seguid la doctrina del vivir cristiano que yo os enseño, y no os aparteis de ella.

    La quinta cosa del deber del hombre cristiano que se entiende aquí es que la superioridad cristiana consiste en servir á los que son cristianos, de manera que aquel cristiano es mayor entre los cristianos que más los sirve, no solamente en las cosas interiores y espirituales, pero tambien en las exteriores y corporales, abajándose á cualquier oficio vil por servicio de cualquiera persona cristiana, conociendo en ella á Cristo, al espíritu de Cristo.

    Y concluyendo Cristo estas sus amonestaciones, diciendo: «y cualquiera que se ensalzará» etc. (176), muestra que su intento en todas ellas ha sido exhortarnos á la humildad, á que nos despreciemos y abajemos, haciendo todo el contrario de lo que hacian los escribas y Fariseos, de manera que con la humildad mostremos la diferencia que hay entre los santos del mundo y los santos de Dios, y entiende Cristo que Dios humillará y abatirá por tierra al que á ejemplo de los Fariseos se ensalzará, y que ensalzará al que á ejemplo suyo de él se humillará, y echará por tierra, despreciando y aniquilándose á sí y holgando de ser despreciado y aniquilado de los hombres hasta perder aquella vana arrogancia que por la depravacion natural es anexa á todos los hombres, para el cual efecto la más propia medicina es considerar la humildad de Cristo, el cual «cum in forma Dei esset, non rapinam arbitratus est etc., sed semetipsum exinanivit» etc., Filip. II (177).

         Y ¡guai de vosotros escribas y Fariseos hipócritas! que cerrais el reino de los cielos delante de los hombres y vosotros ciertamente no entrais ni dejais entrar á los que entran. ¡Guai de vosotros escribas y Fariseos hipócritas! que os tragais las casas de las viudas y con achaque de que orais mucho; por esto tomareis más abundante condenacion. ¡Guai de vosotros escribas y Fariseos hipócritas! que rodeais la mar y la tierra por hacer un tornadizo, y despues de hecho lo haceis hijo del infierno doblado que vosotros. ¡Guai de vosotros guías ciegas! los que decís: el que jurará por el templo, no es nada, pero el que jurará por el oro del templo, es deudor. Locos y ciegos ¿cuál es mayor el oro ó el templo que santifica al oro? Y: el que jurará por el altar, no es nada, pero el que jurará por el don que está sobre él, es deudor. Locos y ciegos ¿cuál es mayor: el don ó el altar que santifica al don? Pues el que jura por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él; y el que jura por el templo, jura por él y por el que mora en él; y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está asentado sobre él. ¡Guai de vosotros escribas y Fariseos hipócritas! que diezmais la hierba buena y el eneldo y el comino y dejais lo que es más grave de la ley: el juicio, la misericordia y la fé. Esto convenia hacer y no dejar aquello. Guias ciegas que colais el mosquito y os tragais el camello. ¡Guai de vosotros escribas y Fariseos hipócritas! que alimpiais lo de fuera del vaso y del plato, pero dentro están llenos de robo y de suciedad. Fariseo ciego, alimpia primero lo de dentro del vaso y del plato para que sea tambien limpio lo de fuera de ellos. ¡Guai de vosotros escribas y Fariseos hipócritas! que sois semejantes á los sepulcros blanqueados, los cuales parecen bien por de fuera hermosos, pero dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suciedad; así tambien vosotros por de fuera pareceis bien á los hombres justos, pero dentro estais llenos de hipocresía y de iniquidad. ¡Guai de vosotros escribas y Fariseos hipócritas! que edificais los sepulcros de los profetas y adornais las memorias de los justos y decís: si estuviéramos en los dias de nuestros padres, no participáramos con ellos en la sangre de los profetas. De manera que vosotros mismos os sois testimonio que sois hijos de los que mataron á los profetas, y vosotros cumplid la medida de vuestros padres. Serpientes, generacion de víboras ¿cómo huireis de la condenacion del infierno?

    Dos cosas son dignas de consideracion en estas palabras. La primera que, siendo Cristo la misma mansedumbre, benignidad y misericordia con todo el pueblo segun que lo habemos visto en lo pasado, era áspero, riguroso y reprehensible (178) contra los escribas y Fariseos, porque tenian la cumbre de la santidad, hacian el último de potencia por ser tenidos y estimados santos, siendo; impíos, inícuos y perversos. Adonde aprendemos nosotros que no hay cosa más aborrecible á Dios que es la hipocresía, la santidad exterior de los que se tienen y huelgan de ser tenidos por santos en el mundo, encubriendo sus bellaquerías y publicando sus falsas bondades. Y aprendemos más que contra estos nos habemos de oponer por gloria de Dios, siempre que veremos que son perjudiciales en el pueblo de Dios, en la iglesia de Dios y entre los escogidos de Dios, descubriendo sus hipocresías y sus ruindades á fin que no les sea dado crédito en sus falsas doctrinas, mirando sin embargo por nosotros que no nos apasionemos, que no dejemos que la carne se cebe en la tal obra, porque esto seria apartarnos del deber y del decoro cristiano.

    Con este intento entiendo que Cristo dijo todo esto contra los escribas y Fariseos, y con el mismo entiendo que San Pablo llamaba (179) perros y malos obreros á los falsos apóstoles. Adonde añadiré esto: que, así como no tendré por malo que uno, imitando á Cristo y á San Pablo, descubra la falsa doctrina y la maldad de los que, siendo santos del mundo, hacen profesion de ser santos de Dios, porque creeré que lo que dice lo dice por celo del evangelio de Cristo y de Dios, libre de pasion humana, así tampoco tendré por malo que otro, aunque vea y conozca la falsa doctrina y la maldad de los santos del mundo, disimule y calle, porque creeré que no le basta el ánimo á hablar, conociéndose tan flaco que no podria hablar sin apasionarse, sin poner del suyo.

    La segunda cosa que hay que considerar en estas palabras, es ocho calidades que concurren en los que son santos del mundo, cuales eran los escribas y Fariseos.

    La primera calidad es ser contrarios al vivir cristiano y espiritual, interpretando las santas escrituras á su modo, segun sus opiniones y no segun lo que pretendieron los que las escribieron. Esto entiendo que es cerrar el reino de los cielos delante de los hombres, de la cual cosa se sigue siempre que no entran en el reino de los cielos, en la iglesia cristiana y espiritual los tales intérpretes, ni dejan entrar á los que entran, impidiéndoles y estorbándoles la entrada por todas las vías y maneras para ello posibles, de manera que, diciendo: «ni dejais entrar á los que entran,» entienda que, cuanto á ellos, no entraria ninguno de los que entran, porque hacen el último de potencia por no dejarles entrar.

    La segunda calidad de los santos del mundo es engañar á las viudas y personas devotas, pero símplices, comiéndoles sus haciendas con darles á entender que ruegan mucho á Dios por ellas; los que son tales, dice Cristo que llevarán ó tomarán «más abundante condenacion,» cargando el mal que hacen á las viudas sobre el mal que se hacen á sí mismos, siendo malignos y perversos.

    La tercera calidad de los santos del mundo es procurar y beber, como dicen, los vientos por traer á uno á su religion ó profesion, como seria decir: hacer cristiano aparente á un judío, moro ó turco, y despues hacerlo mas diabólico é infernal que son ellos, en cuanto el tal, desengañado y librado de su religion y no tomando la cristiana, que es toda espiritual é interior, queda impiísimo. Y aquí entiendo con cuanto miramiento deben andar los hombres cuando apartan á uno de una religion por traerlo á otra, ó del vivir supersticioso por traerlo al vivir espiritual.

    La cuarta calidad de los santos del mundo es la avaricia solapada, cual era la de los escribas y Fariseos, los cuales hacian grave el jurar por el oro del templo y por el don ó la ofrenda del altar porque el que juraba pagase oro y diese ofrenda, y no hacian grave el jurar por el templo ni por el altar porque el que juraba no podia ser condenado á pagar templo ni altar, no siendo lícito hacer otro templo ni otro altar, y no consideraban lo que dice Cristo que es mayor el templo que el oro y el altar que el don, pues es así que el oro era santo porque estaba en el templo, y el don era santo porque estaba en el altar. Esto pertenecia para aquellos tiempos. Y diciendo santo, entiendo: dedicado á Dios.

    Tambien podria ser que en estas palabras tachase Cristo á los escribas y Fariseos de la ceguedad en la inteligencia de la ley, y así seria la cuarta calidad de los santos del mundo la ceguedad en la inteligencia de la santa escritura. Cuanto al jurar, me remito á lo que he dicho sobre el cap. 5.

    La quinta calidad de los santos del mundo es que son escrupulosos en las cosas de poca importancia. Tales dice Cristo que eran los escribas y Fariseos que ponian gran diligencia en el diezmar las hierbezuelas y las legumbres y así otras cosas de poca importancia no teniendo cuenta con las cosas que eran el fundamento de la ley, como son: el juicio, juzgando justa é igualmente á todos; la misericordia, apiadando á las personas miserables, mezquinas y afligidas; y la fé, dando crédito á las palabras de Dios, confiándose en sus prometimientos y dependiendo en todo y por todo de Dios.

    En tiempo del evangelio cumplimos estas tres cosas aplicándonos á ser rectos é iguales en el juzgar entre nuestros prójimos y hermanos, y á ser piadosos con ellos, y á creer que, castigando Dios en Cristo nuestros pecados, nos ha perdonado y nos tiene ya por justos, por resucitados y glorificados; y es cosa cierto admirable que entre los cristianos apénas haya quien se confiese de lo que falta en esta fé cristiana. Añadiendo Cristo: «esto convenia hacer» etc., mitigó la calumnia que le podian dar diciendo que enseñaba que no fuesen pagados los diezmos; en efecto se ve que tuvo Cristo intento á que no se le pudiese decir que era en cosa ninguna contrario á lo que mandaba la ley. Al escrupulear las cosas de poca importancia y dejar pasar las cosas de mucha importancia llama Cristo colar el mosquito y tragar el camello.

    La sexta calidad de los santos del mundo es ser muy supersticiosos en la santidad exterior y aparente, y ser muy licenciosos en la interior y existente, haciendo como los que lavan el vaso ó el plato por de fuera y lo dejan sucio en lo de dentro á donde es más necesaria la limpieza, porque la suciedad exterior no ensucia lo que se bebe ó lo que se come, si bien ofende á los ojos y á las manos del que bebe ó come, y la suciedad interior ensucia á lo uno y ofende á lo otro. Añadiendo Cristo: «Fariseo ciego, limpia primero» etc., nos enseña que debemos atender primero á componer y adornar el hombre interior, porque, alimpiado este, es fácil cosa componer el exterior, ántes él se compone de suyo, y, cuando el exterior es compuesto primero, el interior queda más descompuesto, porque el hombre se mira de fuera y, hallándose justo y santo, no cura de lo de dentro. Aquí cuadra bien la comparacion de la sarna ó roña que me acuerdo haber escrito (180).

    La séptima calidad de los santos del mundo es el ser semejantes á las sepulturas ó á los sepulcros muy adornados en lo de fuera y muy hediondos en lo de dentro; el ornamento exterior consiste en todas aquellas cosas que tienen apariencia de santidad, y la hediondez interior consiste en la infidelilad, en el amor propio, en la malicia y malignidad, que son siempre anexas á los que son santos del mundo.

    La octava calidad de los que son santos del mundo es honrar, preciar y estimar á los que han sido santos de Dios, y deshonrar, despreciar, perseguir y matar á los que son santos de Dios; y es así que, no pudiendo negar la santidad de los pasados, por lo que se ha visto en ellos, los honran, los precian y los estiman, como hacian los escribas y Fariseos con los profetas y con las otras personas justas, edificándoles sepulcros y memorias ó monumentos, y es tambien así que, no pudiendo sufrir la santidad de los presentes, porque con ella es condenada la suya de ellos que es falsa y fingida, los deshonran, desprecian, persiguen y matan, como hacian los escribas y Fariseos con Cristo é hicieron despues con los cristianos que son santos de Dios.

    De manera que no reprehende aquí Cristo á los escribas y Fariseos por lo que hacian con los profetas y con los justos que sus padres habian matado, sino porque, perseverando ellos en ser tales como sus padres, hacian lo que hicieron ellos, si bien afirmaban el contrario, como si dijera Cristo: ¿de qué sirve condenar lo que hacian vuestros padres? pues, siendo vosotros tales como ellos, haceis y hareis como hicieron ellos. Y añadiendo: «y vosotros cumplid» etc., entiende: pues sois tales como vuestros padres, desenmascarais y haced como ellos hicieron. Y considerando Cristo el castigo que habia de cargar sobre ellos, añadió: «serpientes» etc., entendiendo: vosotros hareis como vuestros padres y sereis castigados como ellos en el fuego del infierno.

    Estas ocho calidades que concurren en los santos del mundo, las deben bien considerar los que son santos de Dios, para guardarse de sus doctrinas y de sus conversaciones, y santos de Dios son aquellos que están aplicados á las ocho beatitúdines que pone Cristo en el cap. 5, las cuales son como ocho calidades de los que son santos de Dios.

         Por tanto catad que yo os envio profetas y sabios y escribas, y de ellos matareis y crucificareis y de ellos azotareis en vuestras sinagogas y perseguireis de ciudad en ciudad, á fin que venga sobre vosotros toda sangre justa derramada sobre la tierra desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Barachías al cual matasteis entre el templo y el altar. Dígoos de verdad: vendrá todo esto sobre esta generacion.¡Jerusalem, Jerusalem!, que matas á los profetas y apedreas á los que te son enviados, cuántas veces he querido recoger á tus hijos de la manera que la gallina recoge á sus pollos debajo las alas, y no habeis querido! Hé aquí, es dejada vuestra casa desierta. Porque os digo: no me vereis de aquí adelante hasta que digais: Bendito el que viene en nombre del Señor.

    Habiendo Cristo puesto las ocho calidades que concurrian en los escribas y Fariseos, las cuales concurren á la letra en todos los santos del mundo, en cuanto tambien ellos son escribas y Fariseos, viene á amenazar terriblemente á toda la nacion hebrea, entendida por los escribas y Fariseos y por Jerusalem, diciendo: «por tanto catad que yo os envio» etc. Adonde pareciéndome que no cuadran bien estas palabras que Cristo las diga de sí que él enviaba profetas etc., si bien él las pudiera decir de sí, me remito á San Lúcas (181), el cual, diciendo: «por tanto y la sabiduría de Dios dijo» etc., declara que estas palabras no las dijo Cristo en su nombre sino en nombre de la sabiduría de Dios, y esto pertenece á la humildad de Cristo que, pudiéndolas decir en su nombre, siendo él la sabiduría de Dios, porque no le convenian en el hábito en que estaba, las dijo en nombre de la sabiduría de Dios, quiero decir que, aunque las dijo él de sí, quiso atribuirlas no á sí sino á la sabiduría de Dios que hablaba en él, porque sus palabras fuesen más estimadas de los que las oian, ántes pienso que era esta una manera de hablar de la lengua hebrea, porque está una semejante al principio del libro del Eclesiaste, adonde dice: «Vanidad de vanidades y todo vanidad, dijo la predicadora,» y entienden los hebreos que Salomon atribuia sus palabras á la sabiduría de Dios, á la cual llama concionadora ó predicadora.

    De manera que entendamos que, diciendo Cristo: «por tanto catad que yo os envio» etc., entiende: y pues sois tales, os quiero decir lo que la sabiduría de Dios tiene determinado de vosotros, esto es que, pues os ha enviado, envia y enviará profetas, sabios y escribas ó letrados que os pongan por el camino de la verdad, y vosotros no solamente no los habeis querido escuchar, pero los habeis tratado con toda crueldad, matándolos, crucificándolos y persiguiéndolos, que caiga sobre vosotros el castigo de Dios que merecen estas vuestras maldades y bellaquerías, de manera que sea castigada en vosotros toda la sangre de hombres justos que ha sido derramada sobre la tierra desde el principio del mundo hasta la hora de ahora. Así entiendo estas palabras.

    Sobre quién era este Zacarías hijo de Barachía hay diversas opiniones, yo tanto pienso que fuese alguno que en tiempo de Cristo fué matado y áun despues de ser muerto San Juan. Y añadiendo Cristo «dígoos de verdad» etc., mostró claramente que entendió de la destruccion de Jerusalem que segun dicen fué setenta y cinco años despues del nacimiento de nuestro Señor Jesu-Cristo, y esto se confirma más por la exclamacion contra Jerusalem que añade diciendo: «¡Jerusalem, Jerusalem» etc. Adonde se han de entender dos cosas, la una, que debajo del nombre de Jerusalem entendia Cristo á toda la nacion hebrea, y la otra, que hablaba de lo que habia sido y habia de ser.

    Por aquello: «¡cuántas veces he querido» etc., parece que los hombres pueden hacer resistencia á la voluntad de Dios, de manera que no pueda Dios hacer de los hombres lo que quiere, adonde juntando esto con lo que dice Cristo: «nemo potest venire ad me nisi pater, qui misit me, traxerit eum» Juan 6 (182), pienso si se podria decir que somos todos los hombres tan ajenos de querer lo que Dios quiere de sujetarnos á su voluntad, que no nos puede reducir miéntras usa de la potestad ordinaria, como parece que usaba con Jerusalem, pues no podia salir con su intento, y que nos reduce usando de la potestad absoluta, á la cual, como dice muchas veces la santa escritura, ninguno puede hacer resistencia, y de la cual usa Dios con todos cuantos trae á Cristo, trayéndolos por fuerza á Cristo, no rigurosa sino amorosa, dulce y sabrosa.

    Yo tanto puedo bien afirmar esto de mí, y de tal manera fuí como violentado á venir á Cristo que soy cierto que, aunque quisiera resistir, no pudiera; y pensando esto mismo de cada uno de los que están incorporados en Cristo, pienso que usa Dios con ellos de la potestad absoluta, forzándolos y violentándolos para que dejen el reino del mundo y entren en el reino de Dios, dejen la imágen de Adam y tomen la imágen de Cristo, aceptando la gracia del evangelio. Cuanto á la manera como entiendo que Dios nos fuerza y nos violenta, me remito á lo que he dicho en una consideracion (183).

    Tambien se puede decir aquí lo que algunos entienden, poniendo dos voluntades en Dios y llamando á la una «voluntas signi,» y la otra «voluntas beneplaciti.» De manera que entienda Cristo que Dios habia hecho con Jerusalem muchas demostraciones de quererla reducir y allegar á sí, y que ella no habia querido, porque á esta voluntad de Dios, mostrada por señales y amonestaciones exteriores, cuales fueron las de Jerusalem, á la cual fueron enviados profetas, sábios y escribas, pueden los hombres hacer resistencia, no pudiéndola hacer á la voluntad de Dios que es con deliberacion y determinacion, porque así lo quiere y le place.

    Segun esta distincion se puede entender que, siempre que la santa escritura dice que los hombres hacen resistencia á la voluntad de Dios, entiende á la que es llamada «voluntas signi,» y que, siempre que dice que los hombres no pueden hacer resistencia á la voluntad de Dios, porque él hace todo lo que quiero, entiende á la que es llamada «voluntas beneplaciti.»

    Buena es esta inteligencia, pero á mí más me place y más me edifica la primera, y téngola por más cierta, tanto por la experiencia que tengo de ella, cuanto porque con ella es más descubierta la depravacion de esta nuestra natura depravada, y es más ilustrada la gloria de Dios, su bondad y su liberalidad, pues es así que, viendo que los hombres resisten á su potencia ordinaria, usa de la potencia absoluta cuando quiere y con los que quiere, dándoles conocimiento de su bondad y misericordia, poniéndoles delante de los ojos á Cristo y mostrándoles la felicidad de la vida eterna, y así con una violencia amorosa y sabrosa los reduce á que hagan su voluntad.

    Diciendo Cristo: «hé aquí, os es dejada» etc., entiende: y pues no habeis querido lo que la sabiduría de Dios, el mismo Dios, ha querido, habiéndole hecho resistencia, sabed cierto que la sabiduría de Dios, el mismo Dios, se apartará de vosotros y os dejará que vais tras vuestras fantasías. Aquello: «porque os digo: no me vereis» etc., está obscuro, si entendemos que son todas palabras dichas en nombre de la sabiduría de Dios; entenderemos que quiere decir que aquellas gentes no serian capaces de la sabiduría de Dios si no conocian á Cristo, y, aunque entendamos que son dichas en nombre del mismo Cristo, puede estar esta sentencia que diga Cristo: pues yo os certifico que no me vereis más si primero no me conoceis para poder con gozo alabar mi venida en el mundo, siendo como soy enviado por Dios, diciendo: «bendito el que viene» etc., de manera que aquello: «hasta que digais» valga tanto como si dijese: si primero no decís.

    En la inteligencia de estas palabras no quedo bien satisfecho. Aquí podria reclamar la prudencia humana, diciendo: que hizo Dios agravio á los moradores de Jerusalem, castigando en ellos la sangre que habian derramado sus antepasados y no ellos, á la cual se ha de responder que usó bien Dios de misericordia con los antepasados de aquellos, no castigando de mano en mano en ellos la sangre que iban derramando, y que no usó de injusticia, castigándola toda en aquellos, tanto porque, aunque se dice así, no fué mayor el castigo que la propia maldad merecia, cuanto porque somos criaturas suyas y puede hacer de nosotros á su voluntad sin poder ser jamás argüido de injusticia.

    Y aquí se puede notar cuánto son diferentes los juicios de Dios de los juicios de los hombres, y la justicia de Dios de la justicia de los hombres, la cual cosa deberia ser bastante á mortificar y á matar toda cuanta prudencia y sabiduría humana puede haber, en cuanto toca á querer juzgar las obras de Dios, poniéndose á cuenta con él, porque castigó á estos y no á los otros, porque fuerza con su potestad absoluta á unos y no á otros, en la cual cosa más que en otra ninguna muestran los hombres su arrogancia y su impiedad, y por tanto estos exámenes no están jamás en personas incorporadas por fé en Cristo, las cuales son humildes y tienen piedad, y por tanto aprueban todas las obras de Dios por santas, justas y buenas, adorando lo que no entienden.