Capítulo IX
Y entrado en la barca, pasó el mar y vino á su ciudad. Y he aquí que le trajeron un paralítico, echado en un lecho. Y viendo Jesus la fé de ellos, dijo al paralítico: Está de buen ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados. Y he aquí que algunos de los escribas dijeron entre sí: Este blasfema. Y viendo Jesus sus pensamientos, dijo: ¿Por qué causa vosotros pensais mal en vuestros corazones? ¿Cuál veamos es más fácil, decir: los pecados te son perdonados, ó decir: levántate y camina? Pues, porque sepais que el hijo del hombre tiene potestad sobre la tierra de perdonar los pecados, entónces dice al paralítico: Levántate, toma á cuestas tu lecho y véte á tu casa. Y levantado se fué á su casa. Y viendo esto las gentes, se maravillaron y glorificaron á Dios que da tal potestad á los hombres.
El intento de Cristo en sanar á todo este paralítico, lo muestra San Mateo, poniendo el efecto que resultó de la sanidad, este es que las gentes glorificaron á Dios por la potestad que daba á Cristo. De este caso aprendemos nosotros esto: Primero, que acostumbra Dios hacer bien á unos por la fe de otros, bien que se puede decir que, diciendo «la fé de ellos,» viene tambien á ser comprendido el paralítico.
Segundo, que, si bien en estos, que traian á este paralítico, habia caridad con la fé, dice el evangelista que Cristo tuvo respeto á la fé como á la raiz de donde procedia la caridad, porque es cierto que, si aquellos no creyeran que Cristo podia sanar al paralítico y que lo habia de sanar, no hicieran aquella obra de caridad, trayéndolo á Cristo.
Tercero, aprendemos aquí que tenia Cristo autoridad para perdonar los pecados aún ántes que en él fuesen castigados, y, si ántes, cuánto mejor despues.
Cuarto, vemos en este caso lo que acontece á muchos que van con un intento á hablar á una persona cristiana y alcanzan lo que ellos ni lo pretendian ni lo pensaban, y lo que acontece á todos los que son hijos de Dios, que alcanzan de Dios lo que ellos jamás se habrian sabido imaginar.
Quinto, aprendemos que cuanto los hombres están más llenos de letras sin espíritu, tanto son más temerarios en juzgar, como aconteció á estos escribas, letrados ó teólogos, que, en sintiendo decir á Cristo «tus pecados te son perdonados,» luego en sus ánimos condenaron á Cristo por blasfemo contra Dios, en cuanto segun ellos se usurpaba lo que pertenece á solo Dios, por ser los pecados ofensas hechas contra Dios, y al ofendido toca el perdonar.
Sexto, aprendemos que Cristo conocia los ánimos y los corazones de los hombres, bien que esto ya lo habemos visto. Lo mismo es «pensais mal en vuestros corazones» que: teneis malos pensamientos. La mayor facilidad en el decir «tus pecados te son perdonados» que en el decir «levántate y camina» pienso que la constituyo Cristo en esto que de lo uno se podia ver el efecto y de lo otro no. Es sin ninguna comparacion mayor efecto el perdonar los pecados que el sanar al paralítico, pero tambien es mayor la evidencia del sanar al paralítico que del perdonarle los pecados, y por tanto Cristo, queriendo certificar á los escribas de la remision de los pecados, que era de mayor efecto, sanó al paralítico, que era de mayor evidencia, de manera, que el paralítico hubo la sanidad interior por su fé y la de los que lo trajeron á Cristo, y hubo la sanidad exterior por la murmuracion de los escribas.
Y así la séptima cosa, que aprendemos aquí, es certificarnos de lo que dice San Pablo: «diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum,» Rom. 8 (61). Aquello «toma tu lecho» es de considerar. Antes que Cristo lo sanase, era traido en el lecho, y, despues de sanado, él llevaba á cuestas el lecho, la cual cosa hacia que el milagro fuese más ilustre, y así resultó bien lo que añade San Mateo, diciendo que las gentes, que vieron esto, se maravillaron y glorificaron á Dios.
Y pasando Jesus de allí, vió un hombre sentado al banco, llamado Mateo, y dícele: Sígueme; y él levantado lo siguió. Y aconteció que, estando él asentado en casa, he aquí muchos publicanos y pecadores que venidos estaban asentados con Jesus y con sus discípulos. Y viéndolo los Fariseos, dijeron á sus discípulos: ¿Por qué causa vuestro maestro come con publicanos y pecadores? Y oyéndolo Jesus les dijo: No tienen los sanos necesidad de médico sino los enfermos. Andad pues y aprended qué cosa es: misericordia quiero y no sacrificio. Porque no soy venido á llamar justos sino pecadores á reconocimiento.
En la vocacion de San Mateo aprendemos que no hay hombre ninguno tan malo, el cual por la consideracion de sus pecados haya de pensar que está cerrado para él el reino de los cielos. Banco era el lugar adonde se asentaban los que cogían el tributo, alcabala ó pecho, y los que hacian este oficio eran tenidos por infames, y eran llamados publicanos, que eran más que pecadores. En Castilla un tiempo era tenido este oficio por tan infame, que apénas lo hacían sino los judíos.
Considerando á Cristo asentado á comer en la casa del publicano con publicanos y pecadores, se me representa la bondad y misericordia de Dios que traia á aquellos á que holgasen de la compañía de Cristo, al cual los Gergesenos echaron de sus comarcas, espantados y aterrorizados del milagro; y la humildad y mansedumbre de Cristo que, siendo la misma justicia y la misma puridad, no se avergonzaba de estar asentado con gente de aquella calidad.
Y considerando el escándalo de los Fariseos, se me representa la grandísima diferencia que hay entre los santos del mundo y los santos de Dios. Los santos del mundo, constituyendo su santidad en la opinion que el mundo tiene de ellos, huyen las compañías y las conversaciones de los hombres que tienen mal nombre y mala fama; y los santos de Dios, constituyendo su santidad en la opinion que Dios tiene de ellos, solamente huyen las compañías y las conversaciones que les pueden profanar los ánimos y gastar las costumbres, no curándose de la opinion que el mundo puede tener de ellos. Los santos del mundo, pretendiendo la gloria del mundo, atienden á servir á Dios y á servir al prójimo en cosas que parezcan de fuera, sacrificando y ayudando al prójimo con beneficios corporales; y los santos de Dios, pretendiendo la gloria de Dios, atienden á servir á Dios y á servir al prójimo en cosas interiores, «in sanctitate et justitia» (62), y en el evangelio de Cristo. Los santos del mundo se escandalizan de los que no son como ellos, y los santos de Dios se duelen y compadecen de los que no son santos de Dios. En San Marcos, cap. 2, se entiende que la casa, donde estaba Cristo asentado á comer, era del mismo San Mateo; levantólo Cristo á él del banco y fué á asentarse con él en su casa.
Diciendo Cristo: «no tienen necesidad los sanos» etc., habló segun la opinion que tenian de si los Fariseos, como si dijera: vosotros os teneis por sanos y estos se tienen por enfermos, y por tanto á mí que soy médico, pertenece conversar y platicar con estos y no con vosotros; y añadiendo Cristo: «andad pues y aprended» etc., habló segun la opinion que él tenia de ellos, mostrándoles que por el mismo caso, que murmuraban de él, mostraban no entender aquello que dice Oséa (63) «misericordia quiero» etc., pues les parecia mal que él se ejercitase en la piedad, estando con aquellos publicanos y pecadores, reduciéndolos á que reconociéndose dejasen de ser publicanos y pecadores y fuesen santos y justos, en el cual oficio se ejercita la misericordia, la cual placia, mucho más á Dios en tiempo de la ley que los sacrificios de animales que eran hechos por ordenacion del mismo Dios, y, si esto era así en tiempo de la ley, cuánto más será así en tiempo del evangelio.
En el hebreo por lo que aquí traducimos «misericordia,» está el vocablo que significa tambien piedad, religion y santidad; y es bien saber que, habiendo dicho, el profeta «misericordia», piedad, religion ó santidad, «quiero y no sacrificio,» añade «y conocimiento de Dios más que holocaustos,» adonde yo entiendo que es una misma sentencia repetida con encarecimiento, de manera que sea lo mismo, pero un poco más, el conocimiento de Dios que la misericordia, así como es lo mismo, pero un poco más, el holocausto que el sacrificio, y es así que no puede haber misericordia, piedad ni santidad adonde no hay conocimiento de Dios, porque estas cosas son el efecto del conocimiento de Dios, y es tambien así que no pueden agradar á Dios los sacrificios ni los holocaustos de los hombres que, estando sin ciencia de Dios, sin conocimiento verdadero de Dios, están sin misericordia, sin piedad y sin santidad.
Aquellas palabras de Cristo «porque no soy venido» etc., son terribles contra los santos del mundo, los cuales se tienen por justos delante de Dios, porque son justos delante del mundo, en cuanto no hacen cosa por la cual los hombres del mundo los puedan condenar, y no consideran la grandísima distancia que hay entre el juicio de Dios y el juicio de los hombres; á estos tales, dice Cristo, que no vino á llamar, porque, teniéndose ellos por justos, no abrazan jamás la justicia de Cristo, y dice que vino á llamar á los pecadores á reconocimiento; á que, reconociendo su injusticia, se remitan á la justicia de Dios, y así, dejando de ser pecadores, sean justos, no en su propia estimacion sino en la estimacion de Dios que los considera no por lo que son en sí, sino por lo que son en Cristo.
Aquí me place avisar á todo hombre cristiano que por una parte trabaje por vivir de tal manera entre los hombres del mundo que su cara descubierta les pueda decir con Cristo: «Quis ex vobis arguet me de peccato?» (64), y que por otra parte se guarde como del fuego de entrar en fantasía de pretender por esto ser justo delante de Dios, ni aún ser estimado justo ni perfecto en opinion de los hombres, y mucho ménos de aquellos que han de ser edificados y aprovechados con su doctrina y conversacion, no dando oidos á la prudencia humana cuando le dirá que es bien que encubra sus defectos, porque no pierda el crédito con aquellas personas á las cuales enseña, porque debajo de este zelo está veneno. Es el ánimo humano arrogantísimo y, por mucho que sea humillado, tiene necesidad de humillarse más, y no hay cosa que más nos humille que ver que otros saben nuestros defectos, y por tanto los santos no se han avergonzado de publicar los suyos, como San Pablo que publicaba que era tentado de apetito carnal despues de haber sido arrebatado hasta el tercer cielo.
Entónces vienen á el los discípulos de Juan, diciendo: ¿Por qué causa nosotros y los Fariseos ayunamos mucho, y tus discípulos no ayunan? Y díjoles Jesus: No pueden llorar los hijos del esposo miéntras está con ellos el esposo, pero vendrán dias cuando les será quitado el esposo, y entónces ayunaran. Y ninguno echa remiendo de paño nuevo en vestidura vieja, porque su remiendo quita de la vestidura, y la rotura viene á ser peor; ni echan vino nuevo en odres viejos, y si no, rómpense los odres, y el vino se derrama y los odres se pierden; pero echan vino nuevo en odres nuevos, y todos dos se conservan.
Apenas habia Cristo respondido á una calumnia, cuando es acometido con una duda que daba fastidio á los discípulos de San Juan, los cuales, viendo la libertad con que vivian los discípulos de Cristo, libres de aquellos ayunos ceremoniosos de que veian cargados á los Fariseos y de que tambien ellos estaban cargados, y maravillándose que Cristo dejase en aquella libertad á sus discípulos, le preguntan la causa de ello, no con ánimo maligno como era el de los Fariseos, sino con ánimo símplice y puro; y así Cristo no les responde como á los Fariseos, pero dáles cuenta de sí en lo que le preguntan.
Adonde entendemos que á las personas cristianas las cuales por el ordinario ó son calumniadas de los santos del mundo ó vienen en suspicion en la opinion de los que, comenzando á ser santos de Dios, tienen aún resabios de santos del mundo, pertenece quebrar los ojos con la santa escritura á los santos del mundo y dar razon de sí á los santos de Dios imperfectos, á los que no vienen con malicia sino con sinceridad.
Cuanto al ayuno, ya está dicho arriba que el ayuno hebreo era una afliccion que duraba por todo un dia, como consta, Joel 2, y consta tambien por lo que aquí dice Cristo «no pueden llorar,» como que sea lo mismo llorar que ayunar. Cuanto á la respuesta de Cristo, quién la juntará con lo que refiere San Juan el evangelista en nombre del bautista, diciendo: «qui habet sponsam, sponsus est» (65), juzgará que fué convenientísima cosa que, hablando Cristo con los discípulos de San Juan, se llamase esposo, pues el mismo San Juan lo llamaba así. Es Cristo esposo porque tiene esposa, esta es la iglesia que él ha aquistado con su sangre, lavándola y alimpiándola en ella, con ella y por ella, poniendo ella la fé con que cree que es esposa de Cristo, que está limpia, y lavada con la sangre de Cristo, el cual tomó sobre sí toda la suciedad de su esposa, y muriendo en la cruz se libró de ella, y así la esposa quedo limpia y el esposo limpísimo (66). Los hijos de este matrimonio somos los que creemos y creyendo gozamos de la limpieza de la esposa de Cristo, siendo nosotros propios la esposa. Estos no pueden ayunar, estar en lloro, en llanto ni en tristeza, miéntras que Cristo está con ellos y ellos estan con Cristo, pero, partido Cristo de con ellos, entónces ayunan de verdad y á su despecho.
Esto fué así á la letra en los discípulos de Cristo, los cuales, miéntras tuvieron la presencia corporal de Cristo, no tuvieron cosa que les causase dolor ni tristeza, como lo afirma el mismo Cristo adonde dice: «Numquid aliquid defuit vobis?» Luc. 22 (67), y despues que perdieron la presencia corporal de Cristo, les vinieron los trabajos, las tristezas y los dolores causados por las persecuciones, con los cuales, si bien interiormente se gozaban, no dejaba la carne de dolerse y de entristecerse. Esto mismo es así en todos los que son discípulos de Cristo: miéntras está Cristo con ellos, haciéndoles sentir su presencia, no puede entrar en ellos tristeza ninguna; apartado Cristo de ellos, en no sintiendo la presencia de Cristo, luego se entristecen, ántes no puede entrar alegria en ellos. Tambien es esto así siempre que, miéntras los que son discípulos de Cristo están con Cristo y Cristo está con ellos, no ayunan el ayuno ceremonioso ni usan de las otras ceremonias que son semejantes á esta, pero cuando, descuidándose ellos de Cristo, se aparta Cristo de ellos, luego ellos se van al ayuno y á las otras ceremonias, segun que más largo lo he tratado en una respuesta (68).
Queriendo Cristo aun satisfacer más á los discípulos de San Juan, dice «y ninguno echa remiendo» etc., como si dijese: y por la misma causa que no se acostumbra remendar con paño nuevo la vestidura vieja, por el inconveniente que se sigue, en cuanto, no pudiendo el paño viejo de la vestidura resistir á la fuerza del remiendo de paño nuevo, viene á ser que se arranca y así se hace mayor la rotura ó el agujero de la vestidura, no acostumbro yo enseñar á los Fariseos ni á los que no son mis discípulos á que no ayunen por el inconveniente que se seguiria, en cuanto, no pudiendo con las costumbres viejas de pretension de santidad estar la nueva doctrina que es propia de los que son mis discípulos, vendria á ser que de supersticiosios y ceremoniosos tornarian viciosos y licenciosos.
Conformándome con esto, acostumbro yo muchas veces decir que no se ha de proponer la doctrina del vivir cristiano y espiritual sino á los que, habiendo aceptado el indulto y perdon general que publica el evangelio, comienzan á dar señal de sí, mostrando que la fé es eficaz en ellos, como es en todos los que creen por inspiracion y divina revelacion. Diciendo «quita de la vestidura,» entiende que, arrancándose el remiendo nuevo, lleva tras sí aquello que tomaba la costura del paño viejo.
No contentándose Cristo con lo dicho, porque queria enviar muy satisfechos á los discípulos de San Juan, añade «ni echan vino nuevo» etc. Adonde entiendo que todos los que somos discípulos de Cristo somos odres nuevos, en cuanto somos regenerados y renovados por espíritu santo, y entiendo que son cueros viejos todos los que, estando fuera de esta regeneracion y renovacion, pretenden piedad. Tambien entiendo que es vino nuevo la doctrina del vivir cristiano y espiritual, la cual comenzó en el mundo desde Cristo, y entiendo que es vino viejo la doctrina del vivir moral y del vivir legal. Y así entiende Cristo que no doctrinaba á los que no eran sus discípulos como á sus discípulos, porque se perderian la doctrina y los doctrinados, y concluye que, así como el vino nuevo está bien en odres nuevos, así la doctrina del vivir cristiano, que es nueva, está bien en personas regeneradas y renovadas por espíritu santo, las cuales conservan la doctrina y son conservados con la doctrina. Diciendo «y si no,» entiende: y si no lo hace así, y si lo hace de otra manera. Y odres es lo mismo que cueros.
Hablándoles él estas cosas, he aquí un príncipe que viniendo lo adoró, diciendo: Mi hija es muerta ahora, pero ven y pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantado Jesus lo siguió y sus discípulos. Y he aquí que una mujer, que habia doce años que tenia flujo de sangre, llegando por detras, tocó la fimbria de su vestidura, porque decia, entre sí: Si tan solamente tocaré á su vestidura, seré libre. Y Jesus volviendo y viéndola dijo: Está de buen ánimo, hija, tu fé te ha librado. Y fué libre la mujer desde aquella hora. Y venido Jesus á la casa del príncipe y viendo los tañedores y la gente que hacia ruido, les dice: Andad, íos, no es muerta la doncella, pero duerme. Y reíanse de él. Y siendo echada la gente y entrado él dentro, le tomó la mano, y la doncella se levantó. Y salió esta fama por toda aquella tierra.
Todos estos dos milagros nos enseñan el valor de la fé, que alcanza tanto de Dios cuanto le basta á creer que alcanzará. Creyó el príncipe que, si Cristo tocaba la mano de su hija, resuscitaria, y, tocando Cristo la mano de su hija, resuscitó; creyó la mujer que tenia el flujo de sangre, tantos años habia, que, si tocaba á la fimbria ú orilla de la vestidura de Cristo, luego sanaria, y, en tocando á la fimbria de la vestidura de Cristo, luego sanó.
Adonde considerarán las personas cristianas que, pues fué así que estos tanto alcanzaron de Cristo cuanto creyeron, que alcanzarian aún de aquellas cosas que eran como accesorias en la venida de Cristo, tambien será así que tanto alcanzarán ellas de Cristo y por Cristo, cuanto creerán que han de alcanzar, y tanto más cuanto que el intento de la venida de Cristo fué á darles lo que ellas creen haber por Cristo, esto es inmortalidad y vida eterna, de lo cual tienen larguísimos prometimientos de parte de Dios.
Este príncipe, como consta por San Marco y San Lúcas, era príncipe ó señor de una de las sinagogas de aquella tierra, adonde se congregaban los judíos. Cuanto á la adoracion, ya está dicho en el capítulo precedente. El caso de esta mujer lo cuentan más particularmente los otros evangelistas. Aquellas palabras de Cristo «está de buen ánimo, hija,» tienen intento á confirmar la fé de la mujer; y diciendo Cristo «tu fé te ha librado,» parece que pretendió quitar á la mujer la opinion que pudiera tener que el tocar á la fimbria de la vestidura de Cristo la habia sanado, á fin que, estando cierta que no la habia sanado sino la fé con que habia tocado, atribuyese su sanidad no al tocar sino á la fé con que tocó.
Y aquí entiendo que los santos hebreos, que se justificaban obrando lo que mandaba la ley, no atribuian su justificacion á sus obras sino á la fé con que creian ser justos obrando, segun que lo he tocado en una consideracion (69). Aquello «los tañedores» etc., era de la costumbre de aquellos tiempos. Aquello «y reíanse de él» acontece cada dia, en cuanto los que, aunque con las bocas confiesan otra vida, no la creen en sus corazones, siempre se burlan y rien de los que, incorporados en Cristo, teniéndose por muertos y por resuscitados en él, comienzan á vivir en la vida presente como resuscitados con la puridad y sinceridad que han de vivir en la otra vida; y los que se burlan y se rien de estos, tengan por cierto que se burlan y se rien de Cristo, y los que son burlados y escarnecidos tengan por cierto que son miembros de Cristo, y sepan cierto que Dios los tiene por muertos, por resuscitados y por glorificados en Cristo y por Cristo.
Y partido de allí Jesus, lo siguieron dos ciegos, gritando y diciendo: ¡Compadécete de nosotros, hijo de David! Y venido á la casa, se fueron á él los ciegos, y díceles Jesus: ¿Creeis que puedo hacer esto? Dícenle: Sí, Señor. Entónces les tocó los ojos, diciendo: Segun vuestra fé sea hecho á vosotros; y abriéronseles los ojos. Y amenazólos Jesus, diciendo: Mirad, no lo sepa ninguno. Y ellos partidos lo divulgaron á él por toda aquella tierra.
En el caso de estos dos ciegos es digno de consideracion que, queriéndolos Cristo sanar, no les pregunta si han vivido bien ni si han hecho buenas obras ni les manda que las hagan, preguntándoles solamente si creen, si tienen fé, y así les da la sanidad conforme á su fé. Adonde considero que, así como las obras que obraba la fé en estos ciegos eran irse tras Cristo, dando voces y demandándole sanidad, así las obras que obra la fé en los que, creyendo en Cristo, pretendemos alcanzar inmortalidad y vida eterna por Cristo, son irnos tras Cristo, dando voces y demandándole inmortalidad y vida eterna. Y en el ir tras Cristo incluyo y encierro el imitar á Cristo, el vivir como vivió Cristo. Y en el dar voces incluyo y encierro la contínua oracion, la cual es tan anexa al ir tras Cristo que nunca se apartan de compañía. Los que pretenden alcanzar inmortalidad y vida eterna por sus obras, no van voceando tras Cristo, y así su vivir no es semejante al de Cristo, ni sus oraciones son oraciones cristianas, no estando fundadas en Cristo.
Amenazando Cristo á los ciegos que no dijesen que él los habia sanado, no pretendió que no lo dijesen sino que lo dijesen más, como he dicho en el capítulo precedente sobre el leproso. Conocia bien Cristo la natural condicion de los hombres, que somos inclinados á hacer lo que nos es prohibido, y por tanto, cuando queria que una cosa se supiese, decia que no se dijese, y salióle segun su intento. Es bien verdad que, no obedeciendo estos á Cristo, no entiendo que pensaban hacer mal, ántes entiendo que pensaban hacer bien, mostrándose agradecidos del beneficio que recibian, no curando de lo que Cristo les mandaba, porque creian que era por modestia y no porque él en la verdad no holgase que se dijese. Y aunque esto es así, viendo que al fin hacian estos el contrario de lo que Cristo les mandaba, ya no sé, qué responderán á esto los que quieren que Cristo sanase primero los ánimos de aquellos, á los cuales sanaba los cuerpos, diciendo «lo divulgaron,» entiende que divulgaron á Cristo, publicando quién era.
Y partidos ellos, he aquí le trajeron un hombre mudo y endemoniado. Y echado el demonio, habló el mudo, y maravilláronse las gentes, diciendo: Nunca ha sido visto tal en Israel. Y los Fariseos decían, en virtud del príncipe de los demonios echa los demonios.
Tres cosas notables intervinieron en este milagro: la primera, que, librado que fué el hombre del demonio, se le desató la lengua, y habló; la segunda, la admiracion que este caso puso en las gentes; y la tercera, la calumnia de los Fariseos, santos del mundo. Estas mismas tres cosas entrevienen siempre que Dios por su espíritu santo saca á un hombre del reino del mundo, librándolo de la tiranía del demonio y lo trae al reino de Dios, poniéndolo en la libertad cristiana, y es así que á este tal luego se le desata la lengua y comienza á hablar cosas espirituales y divinas. La cual cosa causa grande admiracion en las gentes que ven lo que pasa, y mueve á los santos del mundo á que, calumniando aquella obra de Dios, pretendiendo piedad, persigan al que Dios ha librado, diciendo que no ha sido obra de Dios sino del demonio. Por aquello «nunca se ha visto tal en Israel» parece bien la majestad y autoridad con que Cristo hacia estas cosas.
Y andaba Jesus por todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas y predicando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y viendo á las gentes, se compadeció de ellas por causa que estaban desamparadas y descarriadas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice á sus discípulos: La mies cierto es mucha y los obreros pocos; rogad pues al señor de la mies que eche obreros en su mies.
Tres cosas dice San Mateo que hacia Cristo miéntras andaba por las ciudades y aldeas de Judea, la una enseñar y la otra predicar y la otra obrar obras de caridad. Adonde entiendo que predicaba Cristo el evangelio del reino, quiero decir la buena y alegre embajada de la cercana venida del reino de los cielos, que es reino de Dios, el cual entiendo que comenzó en la venida del espíritu santo y se manifestará á la descubierta en la segunda venida de Cristo. Tambien entiendo que enseñaba Cristo el vivir segun el deber de la ley que entónces vivia, y segun el deber del reino de los cielos que se esperaba. Aquello «y viendo á las gentes» parece que no depende de lo precedente. Y la compasion, que aquí tuvo Cristo de los hombres, la tienen todos los verdaderos miembros de Cristo cuando los consideran así desamparados y descarriados, como están las ovejas cuando no tienen pastor que las recoja y abrigue.
Diciendo Cristo á sus discípulos «la mies es mucha» etc., llama mies á los que ha comparado á las ovejas, y con efecto es así que los que pertenecen al reino de Dios son ovejas en cuanto siguen á Cristo como á pastor, y son mies en cuanto, así como la mies es puesta en las trojes del señor, así ellos son puestos en posesion del reino de Dios, la cual continúan en la vida eterna. Diciendo Cristo «rogad pues al señor de la mies» etc., nos enseña que Dios quiere ser rogado aún en las cosas que él tiene determinadas y aún en aquellas cosas con que es ilustrada su gloria y que á nosotros toca rogárselas. Obreros para coger la mies de Dios entiendo que son los que son enviados de Dios á predicar el evangelio y á enseñar el vivir cristiano, y por esto dice «que eche;» los que no son echados ó enviados por Dios entre los hombres para este efecto, si bien predican el evangelio y enseñan el vivir cristiano, no son obreros de Dios. Y aquí entiendo la causa porque, siendo tambien hoy la mies mucha y habiendo al parecer muchos obreros porque hay muchos predicadores que tienen en las bocas al evangelio y á Cristo, hacen poquísimo fruto, entendiendo que no son obreros de Dios sino de hombres, y por tanto pertenece á ellos aquello que dice Dios por el profeta: Non mittebam profetas et ipsi currebant (70).