La Deidad de Cristo

por Benjamín B. Warfield
profesor del Princeton Theological Seminary

Recientemente un escritor ha hecho notar que nuestra segura convicción de la deidad de Cristo descansa, no "en diversos pasajes rebuscados ni tampoco en viejos argumentos derivados de estos mismos, sino que se basa en el hecho general de la manifestación de Jesu-Cristo, y de la totalidad de la gran impresión que Él mismo dejó en el mundo". Su antítesis es demasiado absoluta, y tal vez pone de manifiesto una desconfianza injustificada en la evidencia de las Escrituras. Para mejorarlo, deberíamos leer esta aseveración as: Nuestra convicción, en cuanto a la deidad de Cristo, descansa no sólo en los pasajes de las Escrituras que lo afirman sino también en la impresión global que Él dejó en el mundo. O tal vez: Nuestra convicción descansa no tanto en las afirmaciones de las Escrituras como en su entera manifestación. Ambas líneas de evidencia son válidas, y cuando se entrelazan forman una cuerda irrompible. Aquellos textos y pasajes que tocan el tema s demuestran que Jesús era estimado como divino por aquellos que le acompañaban; que Él mismo se consideraba divino; que era reconocido como Divino por aquellos que eran enseñados por el Espíritu. En resumen, muestran que Él era divino. Pero por encima de esta evidencia Bíblica, la impresión que Jesús ha dejado sobre el mundo lleva en s un testimonio independiente acerca de su deidad, y pudiera ser que para muchas mentes esto fuese visto como la evidencia más contundente de todas. Verdaderamente esta es una evidencia muy consecuente y convincente.

La experiencia como prueba
La justificación que da el autor que acabamos de citar en su negligencia de la evidencia de las Escrituras a favor de aquella dada por la impresión que Jesús dejó en el mundo, también puede ser criticada. "Jesu-Cristo", nos dice este autor, "es una de esas verdades esenciales que son demasiado grandes para ser probadas, tal como Dios, o la libertad, o la inmortalidad". Todas estas cosas descansan, parecería, no en pruebas irrefutables sino en la experiencia. No necesitamos precisar que esta experiencia es en sí misma una prueba. Quisiéramos, sin embargo, destacar que parece haberse introducido cierta confusión en cuanto a nuestra capacidad de argumentar sobre aquello de lo cual estamos convencidos y
el poder acceder a toda la fuerza de esa argumentación.  Deseamos concretar pruebas de aquello de lo que uno está convencido, pues al fin y al cabo deseamos acceder a toda la fuerza de nuestro argumento. Es cierto que "las conclusiones más básicas y esenciales de la mente humana son mucho más amplias y fuertes que los argumentos mediante los cuales son sostenidas"; que las verdades "siempre están cambiando pero las creencias persisten". Pero esto no es debido a que la conclusión a la que nos referimos no descanse en pruebas sólidas, sino a que nosotros no tenemos la habilidad de presentar, en nuestros argumentos sobre las mismas, las pruebas realmente básicas sobre las cuales descansan.

Reconocimiento inconsciente
Un hombre es capaz de reconocer a primera vista el rostro de su amigo, o su propia escritura. Pregúntele cómo puede reconocer el rostro de su amigo, o su propia escritura, y tal vez se quede callado, intente buscar una respuesta y conteste balbuceando sin sentido. Y sin embargo, su reconocimiento descansa en bases sólidas, a pesar de que él mismo carezca de la habilidad analítica necesaria para aislar y exponer esas bases. Nosotros, con buenas bases, creemos en Dios, en la libertad y en la inmortalidad, aunque no seamos capaces de analizar satisfactoriamente estas bases. Ninguna convicción verdadera existe sin estar adecuada y racionalmente basada en un cuerpo de evidencia. As que, si estamos
firmemente convencidos de la deidad de Cristo, ser sobre bases adecuadas, apelando a la razón. Pero es posible que estemos plantados sobre bases que jamás hayan sido analizadas, o que incluso sean imposibles de analizar para exponerlas así a la lógica formal.
No necesitamos esperar al análisis de las bases de nuestras convicciones para que estas actúen en la formación de nuestras convicciones, como tampoco necesitamos completar un análisis de nuestros alimentos antes que estos nos den las vitaminas que necesitamos; y podemos creer firmemente en una evidencia fatalmente mezclada con error, igual como podemos nutrirnos con una comida que carece de total pureza. La constitución de nuestras mentes, al igual que la va digestiva, sabe cómo segregar lo que necesita para su sustento; y de la misma manera que nosotros podemos vivir sin ningún conocimiento de la química, también podemos albergar convicciones fuertes, sólidamente fundadas en razonamientos correctos, sin el más mínimo conocimiento de la ciencia de la lógica. La convicción de un cristiano en cuanto a la deidad de su Señor no depende de la habilidad del cristiano para defender su postura. Es posible que la evidencia y argumentos que presente sean totalmente deficientes, mientras que la evidencia sobre la cual él reposa sigue siendo completamente convincente.

Testimonio en la solución
La misma gran abundancia de evidencia en cuanto a la deidad de Cristo complica de por sí su exposición de una manera adecuada y convincente. Esto es cierto, incluso, en cuanto a la evidencia bíblica, por muy precisa y clara que ésta sea. En sus comentarios el Dr. Dale acierta al decir que los textos explícitos en los que se afirma la deidad de Cristo están lejos de ser los pasajes que aportan las pruebas más completas o incluso las más impresionantes que las Escrituras proporcionan sobre la deidad de nuestro Seor. Él compara estos textos con la sal cristalizada que aparece en la arena de la playa cuando baja la marea. "Estos cristales no son", dice, "las más fuertes, aunque pueden ser las más claras pruebas de que el mar está compuesto por sal. La sal está presente en forma diluida en cada cubo de agua que cojamos del mar". La deidad de Cristo está presente, en disolución, en cada página del Nuevo Testamento. Cada palabra que hace mención de él, cada palabra que se le adjudica, es mencionada con la presuposición que Él es Dios. Esta es la razón por la cual los críticos, que intentan eliminar el testimonio del Nuevo Testamento sobre la deidad de nuestro Seor, se han propuesto una labor frustrante y desesperante. Todo el Nuevo Testamento tendría que ser eliminado. Tampoco podemos
ignorar el testimonio que presenta el Nuevo Testamento. La deidad de Cristo es la presuposición de cada palabra del Nuevo Testamento. Es imposible recortar ciertas palabras del Nuevo Testamento y con ellas intentar componer documentos antiguos en los cuales la deidad de Cristo no estuviera asumida. La convicción, más que segura, de la deidad de Cristo es contemporánea al mismo Cristianismo. Nunca ha habido ningún tipo de Cristianismo, ni en el tiempo Apostólico ni después, que esto no fuera una base fundamental de fe.

Un Evangelio saturado
Vamos a observar en uno o dos ejemplos de como la narrativa del Evangelio está completamente saturada con la sombra de la deidad de Cristo, de modo que aflora en el lugar y la forma más inesperada. En tres pasajes del Evangelio según Mateo, donde se registran las palabras de Jesús, se le representa hablando de la forma más natural y familiar del mundo de "sus ángeles" (Mt 13:41; 16:27; 24:31). En estos tres pasajes l mismo se designa como "el Hijo del hombre"; y en los tres hay alusiones adicionales sobre Su majestad. "Enviar el Hijo del hombre sus ángeles, y cogerán de su reino todos los escándalos, y los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego" (Mt. 13:41-42a). ¿Quién es este Hijo del hombre que tiene ángeles y por cuya mano y mandato es ejecutado el juicio final? "Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagar a cada uno conforme a sus obras" (Mt 16:27). ¿Quién es este Hijo del hombre rodeado por sus ángeles, en cuya mano están las fuentes de la vida? El Hijo del hombre "enviar sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntar sus escogidos de los cuatro vientos, de un cabo del cielo hasta el otro" (Mt 24:31). ¿Quién es este Hijo del hombre por cuyo mandamiento envía a Sus ángeles a aventar a los hombres y separarlos? Un estudio cuidadoso de estos pasajes demostrar que no es una clase especial de ángeles a lo que se refieren las palabras "los ángeles del Hijo del hombre", sino sencillamente a los ángeles como una clase de seres en general, que le pertenecen para que le sirvan según sus ordenes. En una palabra, el Señor Jesu-Cristo está por encima de los ángeles (Mr 13:32); y as lo argumenta con gran detalle las primeras secciones de la Epístola a los Hebreos. "Pues, ¿a cuál de los ángeles dijo jamás: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies" (He 1:13).

El Cielo venido a la Tierra
Hay tres parábolas recogidas en el capítulo quince de Lucas donde Cristo se defendió de los ataques de los fariseos por el hecho de recibir a pecadores y comer con ellos. ¡La esencia de la defensa ofrecida por nuestro Seor mismo es que hay gozo en el cielo por los pecadores arrepentidos! ¿Por qué "en el cielo", "delante del trono de Dios"? ¿Estaba acaso simplemente poniendo el juicio del cielo por encima del de la tierra o apuntando hacia su vindicación futura? Nada de esto. Él estaba representando su actuación al recibir pecadores, al buscar a los perdidos, como su actuación normal y correcta, ya que es la conducta normal del cielo, manifestada en él. Él es el cielo viniendo a la tierra. Su defensa es pues el descubrir la verdadera naturaleza de la transacción. Cuando los perdidos vienen a Él son recibidos porque ésta es la manera establecida por el cielo; y Él no puede obrar de otra manera que no concuerde con lo establecido. Él asume tácitamente como algo propio el papel del buen Pastor.

Una posición única
Todas las grandes designaciones no son tanto reivindicadas como asumidas por Él mismo para sí mismo. Él nunca se refiere a s mismo como "profeta", aunque acepta esta designación cuando otros se la dan: Él se pone a s mismo por encima de todos los profetas, incluso por encima de Juan, el más grande de los profetas, como aquél en quien todos los profetas esperaron. Si el Señor Jesús se llama a sí mismo "Mesías", entonces llena ese término con el significado más profundo, enfocando siempre la relación única del Mesías hacia Dios como Su representante y Su Hijo. No se conforma con presentarse a sí mismo simplemente como teniendo una relación única y especial con Dios: Él se proclama a s mismo como el recipiente de la plenitud de la deidad, el participante de todo aquello que Dios posee (Mt 11:28). Él habla de s mismo abiertamente como "Aquel de Dios" - Nota del traductor: en inglés "God’s Other"-, la manifestación de Dios en la tierra, Aquel al que haberle visto es haber visto al Padre, y quien hace la obra de Dios en la tierra. Él reclama abiertamente las prerrogativas divinas; el conocimiento del corazón el hombre, el perdón de los pecados, la posesión de toda autoridad en la tierra y en el cielo. Ciertamente, todo lo que Dios tiene y es Él también lo afirma tener y ser: omnipotencia, omnisciencia y perfección pertenecen tanto al uno como al otro. No sólo ejecuta todos las obras divinas, sino que también Su conciencia humana se fusiona con la consciencia divina. Si sus seguidores fueron lentos en reconocer su deidad, no fue debido a que Él no fuera Dios, o que no hubiera manifestado suficientemente Su deidad. Fue debido a que ellos fueron necios y tardos de corazón para creer lo que estaba de forma tan patente delante de sus ojos.

La gran evidencia
Por lo tanto, las Escrituras nos dan suficiente evidencia de que Cristo es Dios. Pero las Escrituras están lejos de darnos toda la evidencia. Tenemos evidencia de ello, por ejemplo, en la revolución que Cristo ha traído al mundo. Si, acaso, alguien preguntara cuál es la evidencia más convincente de la deidad de Cristo, tal vez la mejor respuesta sería simplemente el Cristianismo. La nueva vida que Él ha traído al mundo, la nueva creación que ha producido mediante Su vida y Su obra en el mundo, tal vez sean una de sus credenciales más palpables.
Mírelo objetivamente. Lea un libro como La expansión del Cristianismo, de Hacnack, o Vida Cristiana en la Iglesia Primitiva, de Von Dobschtz (ninguno de los cuales acepta la divinidad de Cristo), y entonces pregúntese: ¿Podrían estas cosas ser hechas por un poder que no fuera divino? Y entonces recuerde que estas cosas no sólo fueron traídas a ese mundo pagano hace dos mil años, sino que han sido traídas de nuevo a cada generación desde entonces; pues el Cristianismo ha reconquistado el mundo cada generación desde entonces. Piense como la proclamación del Cristianismo se ha extendido, consumiendo en su camino a través del mundo como el fuego consume la hierba en la pradera. Piense como ha transformado vidas al extenderse. Si todo esto no hubiera ocurrido en realidad, tanto en su aspecto objetivo como subjetivo, sería difícil de creer. "Si un viajero," dice Charles Darwin, "estuviera a punto de naufragar en alguna costa desconocida, seguro que orara de la forma más devota rogando que los misioneros hubieran llegado anteriormente hasta esas tierras. El mensaje del misionero es la varita mágica del mago". ¿Es posible que esta influencia transformadora, que no ha perdido su poder durante dos mil años, procediera de un mero hombre? Es históricamente imposible que este gran movimiento, el cual llamamos Cristianismo, que permanece inmarchitable después de todos estos años, pudiera haberse originado por un simple impulso humano, o pudiera representar
hoy el mero esfuerzo humano.

La evidencia interior
O tómelo subjetivamente. Todo Cristiano tiene dentro de s la prueba del poder transformador de Cristo, y puede repetir el silogismo del hombre ciego: "Por cierto,
maravillosa cosa es esta, que vosotros no sabéis de dónde sea, y a mí me abrió los
ojos".  "Un espíritu no es afectado por temas profundos que no haya sido primeramente tocado profundamente. ¿Nos confiaremos", dice un elocuente pensador, "al tacto de nuestros dedos, a la visión de nuestros ojos, al oír de nuestros oídos, y no confiar en la profunda conciencia de nuestra alta naturaleza: la respuesta de la conciencia, la flor de nuestra felicidad espiritual, el brillo del amor espiritual? El negar que ésta experiencia espiritual sea tan real como lo es la experiencia física es rebajar las más nobles facultades de nuestra naturaleza. Es como decir que una parte de nuestra naturaleza dice la verdad y la otra parte miente. La proposición de que los hechos en el área espiritual son menos reales que los hechos en el área física contradice toda filosofa". El corazón transformado de los Cristianos, mostrándose por medio de "temperamentos afables, motivos nobles, vidas visiblemente guiadas por el imperio de las grandes aspiraciones". Estas son las pruebas omnipresentes de la divinidad de la Persona que es la fuente que alimenta su inspiración.
Para todo Cristiano, la suprema prueba de la deidad de su Señor, es, entonces, su propia experiencia interna del poder transformador de su Señor sobre su corazón y vida. No está más seguro aquél que sabe que el sol existe porque siente su calor que aquél que ha experimentado el poder transformador del Señor y sabe que Él es su Dios y Seor. He aquí, tal vez, la prueba más apropiada o, mejor dicho, la más convincente de la deidad de Cristo para cada Cristiano. Es una prueba de la cual no puede escapar, y de la cual, sea capaz o no de analizarla lógicamente, no puede mas que rendir su más irrebatible y sincera convicción. Tal vez no está seguro de muchas cosas más, pero él sabe que su Redentor vive. Y porque Él vive, nosotros también viviremos. Y esto es asegurado por el Señor mismo. Porque nosotros vivimos, Él también vive. Esta es la imborrable convicción del corazón de todo Cristiano.

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