LIBERTAD DE ELEGIR LOS ALIMENTOS O DE AYUNAR
por Ulrico Zuinglio
Esta cuestión es menos anacrónica de lo que a primera vista parece, pues todavía existe en la cristiandad diversidad de criterios acerca de los alimentos en general y del ayuno en particular. En los albores de la Reforma dicha cuestión iba involucrada con muchas otras, partiendo siempre de la «libertad cristiana» que Lutero, en Alemania, y Zuinglio, en Zürich, predicaban y enseñaban conforme a las Sagradas Escrituras.
Sucedió en Zürich que durante la Cuaresma del año 1522 algunos adictos y seguidores de la Reforma renunciaron al ayuno y consumieron carne y otros alimentos hasta entonces no lícitos. El mismo Zuinglio, invitado por el famoso impresor Cristóbal Froschauer juntamente con otros personajes, se abstuvo par aquellas fechas de quebrantar el ayuno, mientras que los demás comensales comían alegremente carne.
Produjo este hecho consternación en bastantes zuriqueses, tanta como para que el Reformador predicase el 23 de marzo del mismo año de 1522 sobre la libertad de elegir los alimentos o ayunar. Su sermón produjo el consiguiente revuelo, y Zuinglio consideró la necesidad de poner por escrito y publicar su opinión sobre la cuestión en un tratado que pronto alcanzó popularidad: «Vom Erkiesen und Freiheit der Speisen», o sea, «Sobre la elección de los alimentos y la libertad de tomarlos». El tratado salió a la luz el 16 de abril de 1522, lo cual significa que el Reformador se apresuró a aconsejar a sus amigos y a guiar y aleccionar a sus adversarios. En fin, no quiso dar largas al asunto porque en vista de las circunstancias reinantes resultaba necesario ex-ponerlo de una vez para siempre. Y lo hizo así.1
Huldrych Zwingli, sencillo predicador del evangelio de Jesucristo, desea a todos los buenos cristianos de Zürich gracia de Dios, misericordia y paz.
Es ya el cuarto año, mis amados en Dios, que venís oyendo con verdadera sed el Evangelio y la doctrina de los Apóstoles, que yo humildemente os he predicado, y así la mayor parte de vosotros estáis llenos de amor a Dios y al prójimo. Al mismo tiempo, habéis empezado a considerar tan seriamente la doctrina y libertad evangélicas que luego de haber gustado la dulzura del pan celestial dais de lado el alimento que puedan ofrecer doctrinas terrenales.
Por eso ha habido algunos que usando de la libertad cristiana han publicado hojas sueltas en alemán. Otros se han permitido durante la cuaresma comer carne, huevos, queso y otras viandas pensando que ya nadie se escandalizaría de ello. Pero el resultado ha sido bien distinto de lo que pensaban: Unos se escandalizaron realmente, otros hicieron como si fuese un escándalo..., pero lo que querían era contribuir a la intranquilidad que ha surgido; otros, en fin, manifestaron hipócritamente que el orden del ayuno cuaresmal quedaba di-suelto si las autoridades no intervenían castigando severamente el quebrantamiento de dicho orden.
Entre unos y otros han llevado la cuestión tan lejos como para que el Consejo se viera obligado a intervenir enérgicamente en contra. Cuando los mencionados, es decir, los conocedores del evangelio advirtieron que iban a ser castigados pensaban que la Sagrada Escritura era su salvaguardia. Mas es el caso que no todos los ediles sabían si la Escritura había de ser considerada como suficiente para renunciar al ayuno o persistir en él.
¿Qué otra cosa podía hacer yo, al que han sido confiadas la cura de almas y la predicación del evangelio, sino investigar a fondo la Sagrada Escritura y hacer que resplandeciese como una luz en las tinieblas, evitando así que por ignorancia el uno lastimara al otro para tener que arrepentirse de ello después?
Por esta razón pronuncié un sermón sobre la elección de los alimentos, ateniéndome exclusivamente al santo evangelio y a la doctrina apostólica. La mayoría se alegró de esto y conocieron lo que es la libertad cristiana. En cambio, a aquellos cuya conciencia y pensar no son tan limpios les ha enfurecido mi sermón. Y a pesar de que, repito, me he valido únicamente de la Escritura, han gritado tanto y tan fuerte contra mí que su clamor ha llegado muy lejos. Creo, pues y por lo tanto, conveniente explicar la cuestión conforme a la Sagrada Escritura. ¡Abrid los ojos y oídos del corazón y mirad lo que dice el Espíritu de Dios!
En primer lugar, Cristo dice en Mat. 15:17: «Lo que entra por la boca del hombre no hace impuro al hombre, etc.» Cualquiera puede deducir de estas palabras que ningún alimento, siempre que se tome con mesura y gratitud, puede hacer impuro al hombre. El hecho de que los fariseos se enojasen en grado sumo a causa de las palabras de Cristo demuestra que su significado es el que acabamos de aducir.
Aún más claramente se manifiesta Cristo en Marcos 7:15. De aquí se desprende que, según Cristo, toda clase de alimento puede hacer impuro y que, a la vez, ningún alimento hace impuro al hombre.
En segundo lugar, lee lo que está escrito en Hechos de los Apóstoles 10:10 sgs. sobre la visión de Pedro en Joppe. Este pasaje señala sin dar lugar a dudas que «lo que Dios ha limpiado, no debes declararlo tú impuro». No te olvides de estas palabras, pues volveré a apelar a ellas.
En tercer lugar, Pablo, en 1ª Cor. 6:12 sgs., dice: «Todo me es permitido, pero no todo conviene. Todas las cosas me son lícitas, pero que ninguna me domine. La comida es para el vientre y el vientre para la comida, pero Dios desechará lo uno y lo otro.» Esto significa lo siguiente: Todas las cosas me están permitidas y, por lo tanto, nadie tiene derecho a quitarme la libertad y encadenarme. Si el vientre y la comida han de ser desechados y tienen que morir, poco importa, pues, lo que uno coma o cómo sostiene su vida perecedera con estos o aquellos alimentos.2
En capítulos aparte demuestra el Reformador que el ayuno se debe a preceptos puramente humanos, no bíblicos y, a la vez, aconseja que no se escandalice al prójimo e indica cómo puede evitarse el escándalo. Asimismo, niega que la abolición del ayuno contribuya a suscitar malas costumbres.
Finalmente se pregunta «si alguien tiene el derecho de prohibir ciertos alimentos» y enumera los siguientes puntos:
1. La asamblea general de los cristianos puede prescribir para sí misma días de ayuno y el abstenerse de ciertos alimentos, pero no debe hacer de dichas prescripciones una ley para todos y para siempre;
2. porque Dios dice en Deuteronomio 4:2: «No añadáis nada a lo que yo he ordenado, ni quitéis tampoco nada de mi palabra.» Y en Deuteronomio 12:32 añade: «Haz solamente lo que te ordeno; no añadas nada ni quites nada.»
3. Si está prohibido añadir o quitar nada a lo dicho en el Antiguo Testamento, mucho menos cabrá hacerlo con respecto al Nuevo Testamento.
4. El Antiguo Testamento ha pasado y no ha sido sustituido por otro, sino que a su debido tiempo había de ser cumplido, mientras que el Nuevo Testamento es eterno y jamás podrá ser abolido.
5. Esto se halla confirmado por ambos Testamentos: El Antiguo ha sido confirmado con aspersión de sangre de animales, mientras que la aspersión del Nuevo Testamento ha acontecido con la sangre del Dios eterno, como Cristo dice: «Esta es la copa de mi sangre, de un nuevo y eterno testamento, etc.»
6. Habiendo, pues, un solo testamento, como dice Pablo (Gál. 3:15): «Nadie desecha el testamento debidamente confirmado de un hombre y nadie puede añadir nada a dicho testamento»,
7. ¿cómo podría alguien añadir alguna cosa al Testamento de Dios o corregirlo?
8. En Gál. 1:9 condena Pablo el que se enseñe «otro evangelio» y dice: «Si alguien os predica otro evangelio que el que ya habéis oído, sea condenado.»
9. En Rom. 13:8 señala Pablo: «A nadie le debáis nada, sino que os améis los unos a los otros.»
10. Y escribe (Gál. 5:1): «Permaneced en la libertad con que Cristo os ha hecho libres y no caigáis otra vez bajo el yugo de los hombres.»
11. Si es condenado todo aquel que enseñe lo que Pablo ha enseñado, el cual —el Apóstol— no ha prescrito ninguna elección determinada de los alimentos, también es digno de condenación quien prescriba dicha elección.
12. Si solamente debemos sujetarnos al mandamiento del amor y si el disfrutar libremente de los alimentos no daña al amor al prójimo, siempre y cuando ese disfrutar sea rectamente enseñado y comprendido, no tenemos por qué obedecer a las leyes promulgadas sobre los alimentos.
13. Si Pablo ordena que permanezcamos en la libertad de Cristo, ¿por qué me ordenas tú renunciar a dicha libertad? Incluso pretendes, usando de la fuerza, apartarme de esa libertad.
14. Cuando Cristo (Ev. Juan 16:12) dijo a sus discípulos: «Muchas cosas os diría aún...», no añadió o dijo también: —Todavía he de enseñaros la manera de que impongáis mandamientos a los hombres. Lo que hizo Cristo fue hablarles de cosas que ya les había dicho, pero que ellos a duras penas podían comprender: «Mas cuando venga el Espíritu de Verdad, él os enseñará toda la verdad.» Quiere decir, que los discípulos comprenderían todas las cosas iluminados por el Espíritu Santo, o sea, todo aquello que hasta entonces no habían comprendido, ora por ignorancia, ora por estar atribulados y atemorizados.
15. Si vamos a entender que Cristo se refiere a preceptos humanos, los discípulos se habrían hecho culpables al no ordenar la celebración de días festivos o al no prohibir comer carne o al no prescribir la invocación de los santos y el llevar hábitos y capuchas.
16. En resumen: Dios dice a Pedro (Hech. 10:15): «Lo que Dios ha limpiado no lo has de llamar impuro.»
Y antes de esto se nos dice en Marc. 2:27: «El sábado ha sido hecho para el hombre, pero no el hombre para el sábado.»
Estas consideraciones me han obligado a reflexionar acerca de que los dirigentes espirituales no solamente carecen de potestad para ordenar las cosas a que nos venimos refiriendo, sino que si las ordenan pecan claramente. Porque todo el que ostenta un ministerio se hace culpable si rebasa las atribuciones que le han sido concedidas, y en este caso se encuentra si quebranta aquello que le ha sido prohibido. Cristo ha prohibido a los obispos azotar a sus consiervos. Por eso digo que cada cual juzgue estas conclusiones mías según le plazca. Pero he querido comunicar todas estas cosas a quienes tienen sed de libertad cristiana, sin preocupar-me del desagrado de otros, desagrado que me espera: Se trata, al fin y a la postre, de aquellos que están a punto de que se les queme el tenedor de madera que sostiene la carne puesta al fuego.
Que Dios sea con todos nosotros. Amén.
A toda prisa he escrito lo que acabo de exponer y ruego a todos los lectores lo acepten benévolamente.
Zürich, 16 de abril de 1522.
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1 Aparte del contenido mismo del tratado exponiendo la cuestión, se nos presentan datos interesantes sobre la actividad del Reformador y sus repercusiones entre la gente de su ciudad y su tiempo. El exordio corresponde a la manera persuasiva que Zuinglio empleaba predicando, y en las conclusiones se muestra claro y metódico.
2 A continuación explica el Reformador algunos pasajes más de la Escritura, como: 1ª Cor. 8:8; Col. 2:16; 1ª Tim. 4:1 sgs.; Tito 1:10, 13 y sgs.; Rom. 14:23; Hebr. 13:9. También se refiere a aquellos que conocen los escritos de Aristóteles mejor que el evangelio o las epístolas del apóstol Pablo.