CAPÍTULOS XX a XXX
CAPITULO XX
Que es lo que San Pablo, en la p mera epístola que escribe a los tesalonicenses, enseña de la resurrección los muertos
Aunque en el citado lugar no hablo de la resurrección de los muertos, no obstante, en la epístola primera escribe a los mismos tesalonicenses dice: «No queremos que ignoréis, he manos, lo que pasa de los muertos para que no os entristezcáis como los demás que no tienen esperanza; por que si creemos que Jesucristo murió y resucitó, asimismo hemos de creer que Dios, a los que murieron, los ha de volver a la vida por el mismo Jesús, resucitados por Él y con Él; porque os digo en nombre del Señor que nosotros, que ahora vivimos, o lo que vivieren entonces cuando viniere Señor, no hemos de resucitar primero que los otros que murieron ante porque el mismo Señor en persona, con imperio y majestad, a voz y pregón un arcángel, y al son de una trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que hubieren muerto en Cristo resucitará primero; después nosotros, los que no hallaremos vivos, todos juntamente con los que murieron antes, seremos arrebatados y llevados en las nubes por los aires a recibir a Cristo, y así estaremos siempre con el Señor.
Estas palabras apostólicas, con toda claridad nos enseñan, la resurrección que debe haber de los muertos cuando venga nuestro Señor Jesucristo a jugar a los vivos y los muertos.
Pero se suele dudar si los que hallará en la tierra Cristo Señor nuestro vivos, cuya persona transfirió el Apóstol en sí y en los que entonces vivía con él, nunca han de morir, o si en e mismo instante que serán arrebatados juntamente con los resucitados, por los, aires a recibir a Cristo pasarán, con admirable presteza, por la muerte a la inmortalidad. Pues no hemos de juzga imposible que mientras los llevan por los aires, en aquel espacio intermedio no puedan morir y resucitar.
Lo que dice: «y así siempre estaremos con el Señor», no debemos entenderlo como si dijera que nos habíamos de quedar con el Señor siempre en el aire; porque ni Él ciertamente quedará allí, porque viniendo ha de pasar, pues al que viene se le sale a recibir, y no al que está quedo. Y así estaremos con el Señor; esto es, así estaremos siempre, teniendo cuerpos eternos dondequiera que estuviéremos con Él. Según este sentido, parece que el mismo Apóstol nos induce a que entendamos que también aquellos a quienes el Señor hallare vivos en el mundo, en aquel Corto espacio de tiempo han de pasar por la
muerte y recibir la inmortalidad, cuando dice: «que todos han de ser vivificados por Cristo»; diciendo en otro lugar, con motivo de hablar sobre la resurrección de los muertos: «El grano que tú siembras no se vivifica, si no muere y se corrompe primero.» ¿Cómo, pues, los que hallare Cristo vivos en la tierra se han de vivificar por Él con la inmortalidad aunque no mueran, advirtiendo que dijo el Apóstol: «lo que tú siembras no se vivifica si primero no muere»? Aunque no digamos con propiedad que se siembra, sino de los cuerpos de los hombres que, muriendo, vuelven a la tierra (como lo expresa la sentencia que pronunció Dios contra el padre del linaje humano, cuando pecó: «tierra eres, y a la tierra volverás»); hemos de confesar que a los que hallare Cristo cuando viniere sin que hayan salido aún de sus cuerpos ni les comprenden estas palabras del Apóstol ni las del Génesis; porque siendo arrebatados a lo alto por las nubes, ni los siembran, ni van a la tierra, ni vuelven de ella; ya no pasen por la muerte, ya la sufran por un momento en el aire.
Pero aun se nos ofrece otra duda. El mismo Apóstol, hablando de la resurrección de los cuerpos a los corintios, dice: «Todos resucitaremos»; o, como se lee en otros códices: «Todos hemos de dormir». Siendo cierto que no puede haber resurrección sin que preceda muerte, y que por el sueño no podemos entender en aquel pasaje sino la muerte, ¿cómo todos han de dormir o resucitar, si tantos como hallará Cristo en sus cuerpos no dormirán ni resucitarán? Si creyéremos que los santos que se hallaren vivos cuando venga Cristo, y fueren arrebatados para salirle a recibir, en el mismo rapto saldrán de los cuerpos mortales y volverán a los mismos cuerpos ya inmortales, no encontraríamos dificultad alguna en las palabras del Apóstol; así, cuando dice que «el grano que tú siembras no se vivificará si antes no muere», como cuando dice «que todos hemos de resucitar» o «todos hemos de dormir»; porque estos tales no serán vivificados con la inmortalidad si primero, por poco momento que pase, no mueren, y así tampoco dejarán de participar de la resurrección aquellos a quienes precede el sueño, aunque brevísimos, pero efectivamente alguno. ¿Y por qué se nos ha de figurar increíble que tanta multitud de cuerpos se siem
bre en cierto modo en el aire, y que allí luego resucite y reviva inmortal e incorruptiblemente, creyendo, como creemos, lo que el
mismo Apóstol claramente dice: que la resurrección ha de ser en un batir de ojos, y que con tanta facilidad y con tan inestimable velocidad el polvo de los antiquísimos cuerpos ha de, volver a los miembros que han de vivir sin fin?
Ni tampoco debemos pensar que se libertarán los santos de aquella sentencia que se pronunció contra el hombre: «tierra eres, y a la tierra has de volver», aun cuando al morir sus cuerpos no caigan en la tierra, sino que en el mismo rapto, al morir, resuciten en el espacio de tiempo que van por el aire; porque a la tierra irás quiere decir, irás en perdiendo la vida, a lo que eras antes que tomases vida, esto es, serás sin alma lo que eras antes que fueses animado (pues tierra fue a la que inspiró Dios en el rostro el soplo de vida cuando fue criado el hombro animal vivo), como si le dijeran: tierra eres animada, lo que antes no eras; tierra serás sin alma, como antes lo eras; lo cual son aun antes de que se corrompan y pudran todos los cuerpos de los difuntos, como también lo serán los santos si murieren, dondequiera que mueran, cuando carecieren de la vida que al momento han de recobrar. De esta conformidad irán a la tierra, porque de hombres vivos se harán tierra; como se va a la ceniza lo que se hace ceniza, y se va a la senectud lo que se hace viejo, y se va a cascote lo que del barro se hace cascote, y otras sesenta cosas que decimos de esta manera.
Pero como ha de ser esto, que ahora conjeturamos según las débiles fuerzas de nuestro limitado entendimiento, podremos saberlo entonces. Porque si queremos ser cristianos, es necesario que creamos que ha de haber resurrección de los cuerpos muertos cuando viniere Cristo a juzgar los vivos y muertos, y no es vana en esto nuestra fe porque no podamos perfectamente comprender el cómo ha de ser.
Tiempo es ya, como prometimos arriba, de que manifestemos lo que pareciere bastante, de lo que dijeron también los profetas en el Viejo Testamento de este último y final juicio de Dios. En lo cual, a lo que entiendo, no será necesario detenernos mucho, si procurare el lector valerse de lo que hemos ya dicho.
CAPITULO XXI
Qué es lo que el profeta Isaías dice de la resurrección de los muertos y, de la
retribución del Nido
El profeta Isaías dice: «Resucitarán los muertos, y resucitarán los que estaban en las sepulturas, y se alegrarán todos los que están en la tierra; porque el rocío que procede de ti les dará la salud, pero la tierra de los impíos caerá.» Las primeras expresiones de este vaticinio pertenecen a la resurrección de los bienaventurados; mas en aquellas donde expresa que la tierra de los impíos caerá, se entiende bien claro que los cuerpos de los impíos caerán en la eterna condenación.
Y si quisiéramos reflexionar con exactitud y distinción lo que dice de la resurrección, de los buenos, hallaremos que a la primera se debe referir lo que insinúa: «resucitarán los muertos»; y a la segunda, lo que sigue: «y resucitarán los que estaban en las sepulturas».
Y si quisiéramos saber de aquellos santos que en la tierra hallará vivos el Señor, congruamente se les puede acomodar lo que añade: «y se alegrarán todos los que están en la tierra, porque el rocío que procede de ti les dará la salud». Salud, en este lugar, se entiende muy bien por la inmortalidad, porque ésta es la íntegra y plenísima salud que no necesita repararse con alimentos como cotidianos.
El mismo Profeta, dando primero esperanza a los buenos y después infundiendo terror a los malos, dice de este modo: Esto dice el Señor: «Veis cómo yo desciendo sobre ellos como un río de paz y como un arroyo que sale de madre Y riega la gloria las gentes. A los hijos de éstos los varé sobre los hombros y en mi los consolaré; así como cuando a la madre consuela a su hijo, así consolaré yo, y en Jerusalén seréis consolados; veréis, y se holgará vuestro corazón, y vuestros huesos nacerán como hierba. Y se conocerá la del Señor en los que le reverencia y su indignación y amenaza en los tumaces; porque vendrá el Señor como fuego, y sus carros como un torbellino para manifestar el grande furor de venganza y el estrago que ha de hacer con las llamas encendidas de fuego pues con fuego ha de juzgar el se toda la tierra, pasará a cuchillo toda carne, y será innumerable el número de los, que matará el Señor.»
En la promesa de los buenos, que el Señor declina y baja como no de paz, en cuyas expresiones, duda, debemos entender la abundancia de su paz, tan grande que no puede ser mayor. Con ésta, en efecto, seremos bañados; de la cual
hablan extensamente en el libro anterior.
Este río dice que le inclina y deriva sobre aquellos a quienes promete singular bienaventuranza, para que tendamos que en aquella región felicísima que hay en los cielos todas cosas se llenan y satisfacen con este río; mas por cuanto la paz influirá se derramará también en los cuerpos de terrenos la virtud de la incorrupción, e inmortalidad, por eso dice que dina y deriva este río, para que de parte superior en Cierto modo venga bañar también la inferior, y así haga los hombres iguales con los ángeles.
Por Jerusalén, asimismo, hemos entender, no aquella que es, sierva, en sus hijos, sino la libre, que es más nuestra, y según el Apóstol, «eterna en los cielos», donde, después de trabajos, fatigas y cuidados mortal seremos consolados, habiéndonos llevado como a pequeñuelos suyos en hombros y en su seno; porque, rudos y novatos, nos recibirá y acogerá aquella bienaventuranza nueva y de usada para nosotros con suavísimos regalos y favores. Mil veremos y alegrará nuestro corazón. No decide lo que hemos de ver; pero ¿qué se, sino a Dios? De forma que se cumpla en nosotros la promesa evangélica de que serán bienaventurados los impíos de corazón, porque ellos verán Dios», y todas las otras maravillas y de grandezas que ahora no vemos; pero, creyéndolas según la humana capacidad no dad, las imaginamos incomparablemente mucho menos de lo que son. «Y veréis, dice, y se holgará vuestro corazón;» Aquí creéis, allí veréis.
Pero porque dijo «y se holgará vuestro corazón», para que no pensáremos no que aquellos bienes de Jerusalén pertenecían sólo al espíritu, añadió: «Vuestros huesos nacerán y reverdecerán como la hierba»; donde comprendió la resurrección de los cuerpos como añadiendo lo que no había dicho, pues se harán cuando los viéremos, sino cuando se hubieren hecho los veremos.
Ya antes había dicho lo del cielo nuevo y de la tierra nueva, refiriendo muchas veces y de diferentes manera las cosas que al fin promete Dios a los santos. Habrá, dice, nuevos cielos y nueva tierra; no se acordarán de los pasados, ni les pasarán por el pensamiento, sino que en éstos hallarán alegría y contento; yo me regocijaré en Jerusalén, me alegraré en mi pueblo, y no se oirá más en ella voz alguna de llanto, etc.» Esta profecía intentara algunos espíritus carnales referirla a aquellos mil años ya insinuados, pues conforme a la locución profética, mezcla las frases y modos de hablar metafóricos con los propios para que la intención cuerda y diligente, con trabajo sutil y saludable, llegue al sentido espiritual; pero a la flojedad carnal o En la rudeza del entendimiento que, o no ha estudiado o se ha ejercitado poco, a contentándose con percibir la corteza de la letra, le parece que no hay que penetrar ni buscar más en lo interior. Y baste haber dicho esto sobre las expresiones proféticas que se escriben antes de este pasaje.
Pero en éste, de donde nos hemos apartado, habiendo dicho: «y vuestros huesos nacerán o reverdecerán como nace y
reverdece la hierba», para manifestar que hacía ahora mención de la resurrección de la carne, pero sólo de la de los buenos, añadió: «y se conocerán la mano del Señor en los que le reverencian y sirven». ¿Qué se denota aquí sino la mano del que distingue y aparta sus siervos y amigos de los que le despreciaron.
A éstos se refiere en lo que sigue: «Y en su amenaza en los contumaces» o, como dice otro interprete, «en los incrédulos». Tampoco entonces amenazará, sino que lo que ahora dice con amenaza, entonces, se cumplirá efectivamente. Porque «vendrá el Señor dice, como fuego, y sus carros como tempestad, para mostrar el gran furor de su venganza y el estrago que ha de hacer con las llamas encendidas del fuego; pues con fuego ha de juzgar el Señor toda la tierra, y pasará a cuchillo toda la carne, y será innumerable el número de los que herirá el Señor». Ya sea con fuego, o con tempestad o con cuchillo, ello significa la pena del juicio, puesto que dice que el mismo Señor ha de venir como fuego, para aquellos se entiende, sin duda, a quienes ha de ser penal su venida. Y por sus carros (que los llamó en plural) entendemos, no incongruentemente, los ministros angélicos.
En lo que dice que con fuego y cuchillo ha de juzgar toda la tierra toda la carne, tampoco, aquí debemos entender a los espirituales y santos, sino a los terrenos y carnales, de quienes dice la Escritura «que saben gustan de las, cosas de la tierra», que «saber y vivir según la carne muerte», y a los que llama el Señor carne cuando dice: «No permanecer mi espíritu en estos hombres, porque son carne.»
Lo que dice aquí: «Muchos serán los que herirá el Señor», de esta herida ha de resultar la muerte segunda. Aun que se puede también tomar en bien el fuego, el cuchillo y la herida, por que igualmente dijo el Señor que quería enviar fuego al mundo. y que vieron sobre los discípulos lenguas como de fuego cuando vino el Espíritu Santo: «No vine, dice el mismo Señor a poner paz en la tierra, sino el cuchillo.» A la palabra de Dios llama Ir Escritura cuchillo de dos filos, aludiendo a los dos Testamentos, y en los Cantares dice la iglesia Santa que está herida de caridad, como si esto viera herida de las saetas del amor pero como leemos aquí, u oímos que ha de venir el Señor castigando, claro está cómo han de entenderse estas palabras.
Después, habiendo referido brevemente los que habían de ser condenado por este juicio, bajo la figura de los manjares que se vedaban en la ley antigua, de los cuales no se abstuvieron significando los pecadores impíos, resume desde el principio la gracia de Nuevo Testamento, comenzando desde la primera venida del Salvador, y con incluyendo en el último y final juicio, de que tratamos ahora. Pues refiere que dice el Señor que vendrá a congregar todas las gentes, y que éstas vendrán y verán su gloria; pues, según el Apóstol, «todos pecaron y tienen necesidad de la gloria de Dios». Y dice que dejará sobre ellos señales, para que admirándose de ellas, crean en él, y que los que se salvaren de éstos, los despachará y los enviará a diferentes gentes, y a las islas más remotas, donde nunca oyeron su nombre ni vieron su gloria, y que éstos anunciarán su gloria a las gentes, y que traerán a los hermanos de estos con quien hablaba, esto es, a aquellos que siendo en la fe hijos de un mismo Dios Padre, serán hermanos de los israelitas escogidos, y que los traerán de todas las gentes, ofreciéndoles al Señor en jumentos y carruajes (por cuyos jumentos y carruajes se entienden bien los auxilios de Dios por medio de sus ministros e instrumentos de cualquier género que sean, o angélicos o humanos) a la ciudad santa de Jerusalén, que ahora en los fieles santos está derramada por toda la tierra. Porque donde los ayuda la divina gracia, allí creen, y donde creen allí vienen. Y los comparó el Señor a los hijos de Israel cuando le ofrecían sus hostias y sacrificios con Salmos en su casa; lo cual donde quiera hace al presente la Iglesia y promete que de ellos ha de escoger para sí sacerdotes y levitas, lo que también vemos que se, hace ahora. Pues no según el linaje de la carne y sangre, como eta el primer sacerdocio según el Orden de Aarón sino como convenía en el Testamento Nuevo, en el que Cristo es el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, vemos en la actualidad que, conforme al mérito que a cada uno concede la divina gracia, se van eligiendo sacerdotes y levitas, quienes no por el nombre de sacerdotes, el cual muchas veces alcanzan los indignos, sino por la santidad, que no es común a los buenos y a los malos, se deben estimar y ponderar.
Habiendo hablado así sobre esta evidente y clara misericordia que ahora comunica Dios a su Iglesia, les prometió, también los fines, á los cuales ha de venirse a parar por el último y final juicio, después de hecha la distinción y separación de los buenos y de los malos, diciendo por el Profeta, o diciendo del Señor, el mismo Profeta:«Porque así como permanecerá el cielo nuevo y la tierra nueva delante de mí, dice el Señor, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre y mes tras mes, y sábado tras sábado. Vendrá toda carne a adorar en presencia en Jerusalén, dice él y saldrán y verán los miembros los hombres que prevaricaron contra mi. El gusano de ellos no morirá, fuego no se apagará, y será visión abominación a toda carne.» Así acaba este Profeta su libro, como así también acabará el mundo.
Algunos no traducen los miembros de los hombres, sino cuerpos muertos de varones, significando por cuerpos muertos la pena evidente los cuerpos, aunque no suele llamarse cuerpo muerto sino el cuerpo sin alma, y realmente aquellos han de cuerpos animados, porque de otra manera no podrían sentir los tormentos a no ser que se entienda serán cuerpos muertos, esto es, de aquellos caerán en la segunda muerte; por no fuera de propósito se pueden también llamar cuerpos muertos. Como entiende también la otra expresión cité arriba del mismo Profeta: «La tierra de los impíos caerá.» ¿Y que no ve que de caer se derivó la palabra cadáver. Y que aquellos intérpretes hablaron de varones en lugar de hombres, está claro, aunque nadie dirá que no ha de haber en aquel tormento mujeres prevaricadoras, sino que por más principal, mayormente por aquí de quien fue formada la mujer, se tiende uno y otro sexo. Pero lo que más hace al intento, cuando igualmente de los buenos se dice: «Vendrá toda carne, porque de todo género de hombres constará este pueblo» (puesto que no han de estar allí todos los hombres ya que los más se hallarán en las penas), según principié a decir, cuan el Profeta habla de la carne se refiere a los buenos, y cuando habla de miembros o cuerpos muertos alude los malos, sin duda después de la resurrección de la carne, cuya fe se establece con estos y semejantes vocablos, lo que apartará a los buenos los malos, llevando a cada uno a respectivos fines, declara que será juicio futuro.
CAPITULO XXII
Cómo debe de entenderse la salida de los santos a ver las penas de los malos
Pero ¿cómo saldrán los buenos a v las penas de los malos? Acaso con movimiento del cuerpo dejarán aquellas estancias y moradas bienaventuradas, e irán a los lugares de las penas y tormentos? Ni por pensamiento, no que saldrán por ciencia, porque este modo de decir se nos significó que los que padecerán los tormentos estarán fuera. Y así también el Señor llamó a aquellos lugares tinieblas exteriores, cuya contraposición es aquel infra que dice al buen siervo: «Entiende el gozo de tu señor», para que no pensemos que allá entran los malos a fin de que se sepa y tengan noticias de ellos, antes si parece que salen ellos los buenos por la ciencia que los han de conocer, pues han de comprender y tener exacta noticia de que está fuera. Porque los que estará en las penas no sabrán lo que se hace allá dentro en el gozo del Señor; pero los que estuvieren en aquel gozo, habrán lo que pasará allá fuera en las tinieblas exteriores. Y por eso dijo saldrán, porque no se les esconderán aun los que estarán allá fuera.
Pues si los profetas pudieron sabe estos ocultos sucesos antes que acaeciesen, porque estaba Dios, por muy poco que fuese, en el espíritu de aquellos hombres mortales, ¿cómo no ha de saber entonces las cosas ya sucedidas los santos inmortales cuando «Dios estará y será todo en todos»
Permanecerá, pues, en aquella bienaventuranza la descendencia y nombre de los santos; la descendencia, es a saber, de la que dice San Juan: «Que su descendencia permanecerá en él» y el nombre del cual, por el mismo Isaías dice: «Le daré un nombre eterno, y tendrán un mes después de otro y un sábado después de otro sábado»: como quien dice luna tras luna, y descanso tras descanso; Cristo es, sus fiestas y solemnidades serán perpetuas, cosas ambas que tendrán ellos cuando pasaren de estas sombras viejas y temporales a aquellas luces nuevas y eternas.
Lo que pertenece al fuego inextinguible y al gusano vivacísimo que ha de haber en los tormentos de los malos, de diferentes maneras lo lían declarado y entendido varios autores; porque algunos atribuyen lo uno y lo otro al cuerpo, otros lo uno y lo otro al alma, otros sólo propiamente el fuego al cuerpo, y el gusano metafóricamente al alma, lo cual parece más creíble. No es tiempo ahora de disputar sobre esta diferencia, por cuanto en este libro nos hemos propuesto la idea de tratar sólo del juicio final, con el que se efectuará la división y distinción de los buenos y de los malos; y en lo concerniente a los premios y penas, en otra parte lo trataremos extensamente.
CAPITULO XXIII
Qué es Lo que profetizó Daniel de la persecución del Anticristo, del juicio de Dios y
del Reino de los Cielos
De este juicio final habla Daniel, de tal suerte, que dice que vendrá también primero el Anticristo, y llega con su narración al Reino eterno, de los santos. Porque habiendo visto en visión profética cuatro bestias, que significaban cuatro reinos, y al cuarto vencido por un rey, que se conoce ser el Anticristo, y después de éstos, habiendo visto al Reino eterno del Hijo del hombre, que se entiende Cristo, dios: «Grande fue el horror y admiración de mi espíritu; yo, Daniel, quedé absorto con esto, y sola la imaginación y visión interior me aterró. Y llegué a Uno de los que estaban allí, le pregunté la verdad de todo lo que allí se representaba, y me declaró la verdad.»
Después prosigue lo que oyó a aquel a quien preguntó la verdad de todas estas cosas, y como si el otro se las declarara, dice: «Estas cuatro bestias grandes son cuatro reinos que se levantarán en la tierra, los cuales se desharán y tomarán al fin el Reino los Santos del Altísimo, y le poseerán para siempre por todos los siglos de los siglos. Después pregunté, dice, particularmente sobre la cuarta bestia porque era muy diferente de las de más, y mucho más terrible: tenía dientes de acero, unas de bronce, comía desmenuzaba y hollaba a las demás con sus pies; también pregunté acerco de los diez cuernos que tenía en la cabeza, y de otro que le nació entre ellos y derribé los tres primeros. Este cuerno tenía ojos, y una boca que hablaba cosas grandes y prodigiosas, y parecía mayor que los demás. Estaba yo atento, y vi que aquel cuerpo hacía guerra a los santos y prevalecía contra ellos, hasta que vino el antiguo de días y dio el Reino a los Santos del Altísimo, llegó el tiempo determinado y vinieron a conseguir el Reino los Santos.» Esto dice Daniel que preguntó.
Después, inmediatamente, prosigue y pone lo que oyó, diciendo, y dijo: «Esto es, aquel a quien había preguntado, respondió y dijo: La cuarta bestia será el cuarto reino de la tierra, el cual será mayor que todos los reinos: comerá toda la tierra,
la hollará y la quebrantará. Y sus diez cuernos, es porque de él nacerán diez reyes, y tras éstos nacerá otro, que con sus males sobrepujará a todos los que fueron antes de él, y abatirá y humillará a los tres Reyes, y hablará palabras injuriosas contra el, Altísimo, y quebrantará los Santos del Altísimo; le parecerá que podrá mudar los tiempos y la ley, y se le entregará en su mano hasta el tiempo y tiempos y la mitad del tiempo. Y se sentará el juez, le quitará su principado y dominio para acabarle y destruirle del todo para siempre. Y el reino y potestad y la grandeza de los reyes que hay debajo de todo el cielo se entregará a los Santos del Altísimo. Cuyo reino es reino eterno, y todos los reyes le servirán y obedecerán. Hasta aquí es lo que me dijo, y a mi, Daniel, me turbaron mucho mis pensamientos, se me demudó el color del rostro y guardé en mi corazón estas palabras que me dijo.» Aquellos cuatro reinos declaran algunos y tienen por los de, los asirios, persas, macedonios y romanos. Quien quisiere saber con cuánta conveniencia y propiedad se dijo esto, lea los Comentarios que escribió sobre Daniel, con particular escrupulosidad y erudición, el presbítero Jerónimo.
Pero que ha de venir a ser cruelísimo el reino del Anticristo contra la Iglesia, aunque por poco tiempo, hasta que por el último y final juicio de Dios reciban los santos el Reino eterno, el que leyere esta doctrina, aunque no sea con mucha atención, no podrá dudarlo. El tiempo y tiempos y la mitad del tiempo se entiende por el número de los días que después se ponen, y alguna vez en la Sagrada Escritura se declara también por el número de los meses, que es un año dos años y medio; año, y, por consiguiente, tres anos y medio. Pues aunque el latín parece que se ponen los tiempos indefinidamente y sin limitación, con todo, aquí están puestos en el número dual, del cual carecen los latinos, como le tienen los griegos, así también dicen que lo tienen los hebreos Dice, pues, tiempos, como si dijera dos tiempos; sin embargó, confieso que recelo nos engañemos acaso en los diez reyes que parece ha de hallar el Anticristo, como si hubiesen de ser diez hombres; y que así venga de repente sin pensarlo al tiempo que no, hay tantos reinos en el dominio romano Porque ¿quién sabe si por el número denario quiso significarnos generalmente todos los reyes, después de los cuales ha de venir el Anticristo, coma con el milenario, centenario y centenario se nos significa por la mayor parte la universalidad, y con otros muchos números que no es necesario ahora referir?
En otra parte, dice el mismo Daniel: «Vendrá un tiempo de tanta tribulación, cual no se ha visto después que comenzó a haber, gente en la tierra hasta aquel tiempo, en el cual se salvarán los de vuestro pueblo, todos los que se hallaren escritos en el libro. Y muchos que duermen en las fosas de la tierra se levantarán y resucitarán, unos a la vida eterna y otros a la ignominia y confusión eterna. Y los doctos e inteligentes resplandecerán como la claridad y resplandor del firmamento, y todos los justos como estrellas para siempre jamás.» Este pasaje es muy semejante a aquel del Evangelio relativo a la resurrección sólo de los cuerpos de los muertos. Porque de los que allá dice que están en los monumentos o sepulturas, acá dice que duermen en las fosas de la tierra, o, como otros interpretan, en el polvo de la tierra; como allá dice procedent, saldrán, si aquí exurgent, se levantarán. Y como allá: «Los que hicieron buenas obras, a la resurrección de la vida, y los que las hicieron malas, a la resurrección del juicio y condenación», así en este lugar: «Los unos a la vida eterna, y los otros a la ignominia y confusión eterna.» No debe parecernos que hay diversidad alguna, porque dice allá, todos los que están en los monumentos; y aquí el Profeta no dice todos, sino muchos que duermen en las fosas de la tierra, pues en la Escritura algunas veces se pone muchos por todos. Y así, dice Dios a Abraham: «Yo te he hecho padre de muchas gentes», a quien, sin embargo, en otro lugar dice: «En tu semilla y descendencia serán benditas todas las naciones.» De esta resurrección poco después le dicen a este mismo Profeta Daniel también: «Pero tú ven y descansa, porque antes que se cumplan los días de la consumación, tú descansarás y resucitarás en tu suerte al fin de los días.»
CAPITULO XXIV
Lo que está profetizado en los Salmos de David sobre el fin del mundo, y el
último y final juicio de Dios
Muchas particularidades se hallan en los Salmos relativas al juicio final, pero las más de ellas se dicen de paso y sumariamente. Con todo, lo que allí se dice con completa evidencia acerca del fin de este siglo, no me pareció oportuno remitirlo ni silencio: «Al principio, Señor, tú estableciste la tierra, y los cielos son de tus manos. Ellos perecerán, pero tú permanecerás, y todos se envejecerán como la vestidura, y como una cubierta los mudarás y se mudarán, mas tú siempre serás el mismo, y tus años jamás faltarán.»
Pregunto yo ahora: ¿cuál es la causa porque alabando Porfirio la religión de los hebreos, con que ellos reverencian y adoran al sumo y verdadero Dios, terrible y formidable a los mismos dioses, arguye a los cristianos de grandes necios; aún por testimonio de los oráculos de sus dioses, porque decimos que ha de perecer y acabarse este mundo? Observen aquí cómo en los libros de la religión de los hebreos le dicen a Dios (a quien, por confesión de tan ilustre filósofo, temen con horror los mismos dioses): «los cielos son obras de tus manos: ellos perecerán». ¿Acaso cuando perecieren los cielos no perecerá el mundo, cuya parte suprema y más segura son los mismos cielos? Y si este artículo, como escribe el citado filósofo, no agrada a Júpiter, con cuyo oráculo, como con autoridad irrefragable se culpa y condena a los cristianos, por ser ésta una de las cosas que creen, ¿por qué asimismo no culpa y condena la sabiduría de los hebreos como necia, en cuyos libros tan piadosos y religiosos se halla? Y si en aquella sabiduría de los judíos, que tanto agrada a Porfirio, que la apoya y celebra con el testimonio de sus dioses, leemos que los cielos han de perecer, ¿por qué tan vanamente abomina de que en la fe de los cristianos, entre las demás cosas, o mucho más que en todas, creemos que ha de perecer el mundo, puesto que si él no perece no pueden perecer los cielos?
Y en los libros sagrados que propiamente son nuestros no comunes a los hebreos y a nosotros, esto es, en los libros evangélicos y apostólicos, se lee: «que pasa la figura de este mundo», y leemos «que el mundo pasa», y «que el cielo y la tierra pasarán». Pero imagino que praeferit, transit y transibunt se dice con menos exactitud que peribunt, perecerán. Asimismo en la epístola del Apóstol San Pedro, donde dice que pereció con el Diluvio el mundo que entonces había, bien claro está qué parte significó por él, todo, y en cuánto y cómo se dice que pereció, y que los cielos se conservaron o repusieron reservados al fuego, para ser abrasados el día del juicio y destrucción de los hombres impíos, y en lo que poco después dice: «Vendrá el día del Señor como un ladrón, y entonces los cielos pasarán con grande ímpetu, los elementos se disolverán por el calor del fuego, y la tierra, con todo lo que hay en ella, será abrasada»; y después añade: «Pues como todas estas cosas han de perecer, ¿cuáles debéis ser vosotros?»; puede entenderse que perecerán aquellos cielos que dijo estaban puestos y reservados, para el fuego, y que arderán aquellos elementos que están en esta parte más ínfima del mundo, llena de tempestades y mudanzas, en la cual dijo que estaban puestos los cielos inferiores, quedando libres y, en su integridad los de allá arriba, en cuyo firmamento están las estrellas.
Pues lo que dice también la Escritura: que las estrellas caerán del cielo, fuera de que con mucha más probabilidad puede
entenderse de otra manera, antes nos muestra que han de permanecer aquellos cielos, si es que han de caer de allí las estrellas, pues o es modo de hablar metafórico, que es lo más creíble, o es que habrá en este ínfimo cielo algo más admirable que lo que ahora hay. Y así es también aquel pasaje de Virgilio: «Vióse una estrella con una larga cola, discurrió por el aire con mucha luz y se ocultó en la selva Idea.» Pero esto que cité del Salmo, parece que no deja cielo que no haya de perecer, por que donde dice: «obras de tus manos son los cielos, ellos perecerán», así como a ninguno excluye que sea obra de las manos de Dios, así a ninguno excluye de su última ruina.
No querrán, sin duda, explicar el Salmo con las palabras del Apóstol San Pedro, a quien extraordinariamente aborrecen, sino defender y salvar la religión y piedad de los hebreos, aprobada por los oráculos de los dioses, para que a lo menos no se crea que todo el mundo ha de perecer, tomando y entendiendo por el, todo la parte en donde dice: «ellos perecerán», pues sólo los cielos inferiores han de perecer, así como en la citada epístola de San Pedro se entiende por el todo la parte donde dice que pereció el mundo con el Diluvio, aunque sólo pereció su parte ínfima con sus cielos.
Pero como he dicho, no se dignarán reconocerlo, por no aprobar el genuino sentido del Apóstol San Pedro, o por no conceder tanto a la final combustión, cuanto decimos que pudo hacer el Diluvio, pretendiendo que no es posible, perezca todo el género humano, ni con muchas aguas, ni Con ningunas llamas. Réstales decir que alabaron sus dioses la sabiduría de los hebreos, porque no habían leído este Salmo.
También en el Salmo 49 se infiere que habla del juicio final de Dios, cuando dice: «Vendrá Dios manifiestamente, nuestro Dios, no callará. Delante de Él irá el fuego abrasando, y en su rededor un turbión terrible. Convocará el cielo arriba, y la, tierra, para discernir y juzgar si pueblo. Congregad a él sus santos, los que disponen y ordenan el testamento y la ley de Dios, y el cumplimiento de ella sobre los sacrificios.» Esto lo entendemos nosotros de Jesucristo nuestro Señor, a quien esperamos que vendrá del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos. Porque públicamente vendrá a juzgar entre los justos y los injustos, después de haber venido oculto y encubierto a ser juzgado injustamente por los impíos. Este mismo, digo, vendrá manifiestamente, y no callará; esto es, aparecerá y se manifestará con toda evidencia con voz terrible dé juez, el que cuando vino primero encubierto calló delante del juez de la tierra, cuando «como una mansa oveja se dejó llevar para ser inmolado, y no abrió su boca como el cordero cuando, le están esquilando», según lo leemos en el profeta Isaías y lo vemos cumplido en el Evangelio.
Lo tocante al fuego y tempestad, y dijimos cómo había de entenderse, tratando un punto que tiene cierta coherencia y correspondencia con el de la profecía de, Isaías.
En lo que dice: «convocará el cielo arriba», puesto que con mucha conformidad los santos y los justos se llaman cielo, esto será lo mismo que dice e Apóstol: «Juntamente con ellos seremos arrebatados y llevados en las nubes por los aires a recibir a Cristo. Porque, según la inteligencia materia y superficial de la letra, ¿cómo se llama y convoca el cielo arriba, no pudiendo estar sino arriba?
Lo que añade, «y la tierra para discernir y juzgar su pueblo», si solamente se entiende por la palabra convocara, esto es, convocará también la tierra, y no se entiende la palabra sursum, arriba, parece tendrá este sentido según la fe católica; que por el cielo entendemos aquellos que han de juzgar con el Señor, y por la tierra los que han de ser juzgados. Y al decir «convocará el cielo arriba», no entendemos aquí que los arrebatara por los aires, sino que los subirá y sentará en los asientos de los jueces. Puede entenderse también «convocará el cielo arriba», esto es, en los lugares superiores y soberanos, que convocará a los ángeles, para bajar con ellos a hacer el juicio. Convocará también la tierra, esto es, los hombres que han de ser juzgados en la tierra. Pero si hemos de suponer que se entiende ambas cosas cuando dice: «la tierra»; es decir, «convocará» y «arriba»; de forma que haga este sentido, convocará el cielo arriba, y convocará la tierra arriba; me parece que no puede dársele otra inteligencia más conforme que la de que los hombres serán arrebatados y llevados por los aires a recibir a Cristo. Y los llamó cielos por las almas, y tierra por los cuerpos. Discernir y juzgar su pueblo, ¿que es sino, mediante el juicio, apartar y dividir los buenos de los malos, como se suelen separar las ovejas de los cabritos?
Después, dirigiéndose a los ángeles, dice: «Congreso a él sus justos», porque, sin duda, tan grande negocio habrá de hacerse por ministerio de los ángeles. Y si preguntásemos y deseásemos saber qué justos son los que habrán de reunir y congregar los ángeles, dice que son los que disponen y ordenan el testamento, la ley de Dios y el cumplimiento de ella sobre los sacrificios. Esta es toda la vida de los justos, disponer el testamento de Dios sobre los sacrificios. Porque o las obras de misericordia están sobre los sacrificios, esto es, se han de preferir a los sacrificios, conforme a lo que, dice Dios: «más quiero la misericordia que el sacrificio», o sobre los sacrificios entendamos en los sacrificios, como decimos, que se hace una grande revolución sobre la tierra, cuando en efecto se hace en la tierra, en cuyo caso, sin duda, las mismas obras de caridad y misericordia son sacrificios muy agradables a Dios, como me acuerdo haberlo declarado ya en el libro X, en cuyas obras los justos disponen el pacto y testamento de Dios, porque las hacen por las promesas que se contienen en su Nuevo Testamento.
Congregados sus justos y colocados a su diestra, les dirá en el último juicio y final sentencia Jesucristo: «Venid, benditos de mi Padre, y poseed el Reino que os está preparado desde la creación del mundo; porque cuando tuve hambre, me disteis de comer», y lo demás que allí refiere en orden a las obras buenas de los buenos, y de los premios eternos que se les han de adjudicar por la última y definitiva sentencia.
CAPITULO XXV
De la profecía de Malaquías en que se declara el último y final juicio de Dios; y quienes son los que dice que se han de purificar con las penas del purgatorio
El profeta Malaquías o Malaquí, a quien igualmente llamaron Angel, y piensan algunos que es, el sacerdote Esdras, de quien hay admitidos en el Canon otros libros (porque esta opinión dice Jerónimo que es admitida entre los hebreos), vaticinó el juicio final, diciendo: «Ved que viene el Señor que vosotros aguardáis, dice el Señor Todopoderoso: ¿Y quién podrá sufrir el día de su entrada? ¿O quién se atreverá a mirarle seguro a la cara? Porque vendrá como fuego purificatorio y como la hierba o jabón de los que lavan. Y se sentará como juez a acrisolar y purificar; Como quien acrisola el oro y la plata, purificará los hijos de Leví; los fundirá y colará los hará pasar por el coladero, come dicen, como se pasa el oro y la plata; y ellos ofrecerán al Señor sacrificio en justicia, y agradará al Señor el Sacrificio de Judá y de Jerusalén, come en los tiempos pasados y como en los años primeros. Y vendré a vosotros en juicio y seré testigo veloz y pronto contra los perversos, contra los adúlteros, contra los que juran en falso en mi nombre, defraudan de su salario a los jornaleros, oprimen con su potencia a las viudas y maltratan a los huérfanos y no guardan su justicia a extraño, y los que no me temen, dice el Señor Todopoderoso, porque y soy el Señor vuestro Dios que no me mudo.
Por lo que aquí dice, parece se declara con más evidencia que habrá el aquel juicio varias penas purgatorias para algunos, pues donde dice: ¿Quién sufrirá el día de su entrada? ¿O quién se atreverá a mirarle con confianza la cara? Porque vendrá como fuego purificatorio y como hierba de los que lavan, y se sentará a acrisolar y purificar como quien acrisola el oro plata, y purificará los hijos de Leví y los fundirá como oro y como plata ¿qué otra cosa debemos entender Isaías también se explica alusivamente a esto mismo cuando dice: «Lavará el Señor las inmundicias de los hijos ¿ hijas de Sión y purificará la sangre de en medio de ellos con espíritu de juicio y espíritu de incendio. A no ser que hayamos de decir que se purifica de las inmundicias, en cierto modo se acrisolarán cuando separen de ellos a los malos por e juicio y condenación penal, de forma que la separación y condenación di los impíos sea la purificación de lo buenos, por cuanto en lo sucesivo vivirá sin mezclarse con ellos lo malos.
Pero cuando dice: «Y purificará los hijos de Leví y los fundirá como el oro y la plata, estarán ofreciendo, al Señor sacrificios en justicia y agradar al Señor el sacrificio de Judá y de Jerusalén», sin duda que nos manifiesta que los mismos que serán purifica dos agradarán después al Señor con sacrificio de justicia. Así ellos se purificarán de su injusticia con que desagradaban al Señor, y cuando estuvieren ya limpios y puros serán los sacrificios en entera y perfecta justicia.Porque estos tales, ¿qué cosa ofrecen al Señor que le sea más aceptable que a sí mismos? Pero esta cuestión de las penas purgatorias la habremos de referir pan tratarla con más extensión y por menor en otra parte.
Por los hijos de Leví, de Judá y de Jerusalén debemos entender la misma Iglesia de Dios congregada, no sólo de los hebreos, sino también de las otras naciones, aunque no como ahora es, en la cual si dijésemos: «Que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no esta la verdad en nosotros», sino cual será entonces purgada y limpia con el último juicio, como lo estará el trigo en la era después de aventado, estando también ya purificados con el fuego los que tuvieren necesidad de semejante purificación, de tal conformidad, que no haya ya uno solo que ofrezca sacrificio por sus pecados. Porque los que así lo ofrecen están, sin duda, en pecado, por cuya remisión le ofrecen, para que, siendo agradable y acepto a Dios, se les remita y perdone el pecado.
CAPITULO XXVI
De los sacrificios que los santos ofrecerán a Dios; los cuales han de agradarle como le agradaron los sacrificios en los tiempos pasados y años primeros
Queriendo Dios manifestar que su ciudad no Observaría ya entonces estas costumbres, dijo que los hijos de Leví le ofrecerían sacrificios en justicia, luego no en pecados, y, por consiguiente, ni por el pecado. Así podemos entender que en lo que añade «que agradará al Señor el sacrificio de Judá y. de Jerusalén, como en los tiempos pasados y como en los años primeros», inútilmente los judíos se prometen el restablecimiento de sus pasados sacrificios conforme a la ley del Viejo Testamento, pues en aquella época no ofrecían los sacrificios en justicia, sino en pecado) cuando principalmente los ofrecían por la expiación de los pecados, de modo que el mismo sacerdote (el cual debemos creer, sin duda, que era el más justo entre los demás, conforme al mandamiento de Dios) acostumbraba primeramente «ofrecer por sus pecados y después por los del pueblo».
Por lo cual nos conviene declarar cómo debe entenderse esto que dice: «Como en los tiempos pasados y como en los años primeros. Acaso denota aquel tiempo en el que los meros hombres vivían en el Paraíso pues entonces, como estaban puros limpios de todas las manchas del pecado se ofrecían a sí mismos a Dios por hostia y sacrificio purísimo. Por después que fueron expulsados de aquí jardín delicioso por el enorme peca que cometieron, y quedó condenada ellos la naturaleza humana a excepción del Mediador, nuestro Salvad y después del bautismo los niños y los pequeñuelos, «ninguno hay limpio mancilla, como dice la Escritura, aun cl niño nacido de un solo día. Y si dijesen que también ofrecen sacrificio en justicia los que le ofrecen con fe (porque «el justo de la fe viví aunque a sí mismo se engaña si di que no tiene pecado yo no lo dice porque vive de la fe), ¿acaso habrá quien diga que esta época de la puede igualarse con aquella del último fin, cuando con el fuego del juicio final serán purificados los que ofrecen sacrificios en justicia? Así, pues, con después de tal purificación debe creerse que los justos no tendrán género alguno de pecado, seguramente que aquel tiempo, por lo tocante a no tener pecado, no debe compararse con ningún tiempo, sino con aquel en que los primeros hombres vivieron en Paraíso antes de la prevaricación, con una felicidad inocentísima, Así que muy bien se entiende que nos significo esto la Escritura cuando dice: «Como en los tiempos pasados y como en los años primeros.» Pues también por profeta Isaías, después que nos prometió nuevo cielo y nueva tierra, entre otras cosas que refiere allí de la bienaventuranza de los santos en forma de alegorías y figuras misteriosas, cuya congrua declaración me indujo dejar el cuidado que llevo de no ser prolijo, dice: «Los días de mi pueblo serán como los del árbol de la vida.» ¿Y quién hay que haya puesto algún estudio de la Sagrada Escritura, que no sepa dónde estaba el árbol de la vida, de cuya fruta, quedando priva dos los primeros hombres, cuando si propio crimen los desterré del Paraíso quedó guardada por una guardia de fuego muy terrible puesta alrededor del árbol?
Y si alguno pretendiere establece como inconcuso que aquellos días del árbol de la vida, de que hace mención el profeta Isaías, se entienden por estos días que ahora corren de la Iglesia de Cristo, y que al mismo Cristo llama proféticamente árbol de la vida, porque él es la sabiduría de Dios, de la cual dice Salomón: «que es árbol de vida para todos los que la abrazaren»; y que aquellos primeros hombres no duraron años en el Paraíso, sino que los echaron de él tan presto que no tuvieron tiempo de procrear allí hijos, y que por lo mismo no se puede entender por aquel tiempo lo que dice: «Como en los tiempos pasados y años primeros», omitiré esta cuestión por no verme precisado (lo que sería alargarme con demasía) a resolver y examinarlo todo, para que parte de esta doctrina la confirme la verdad manifestada. Porque se me ofrece otra inteligencia, para que no creamos que por particular beneficio nos promete el Profeta los tiempos rasados y años primeros de los sacrificios carnales. Pues aquellas hostias y sacrificios de ley antigua, de ciertas reses y animales sin defecto, ni género de vicio ni imperfección, que mandaba Dios se le ofreciesen en sacrificios, «eran figura de los hombres santos, cual sólo se halló Cristo sin ningún género de pecado. Y por eso, después del juicio, cuando estarán también purificados con el fuego» los que tuvieren necesidad de igual purificación, en todos los santos no se hallará Vestigio de pecado, y así se ofrecerán a sí mismos en justicia; de forma que aquellas hostias que vendrán a ser del todo sin tacha ni mancilla y sin ningún género de vicio ni imperfección, serán sin duda como en los tiempos pasados, y como en los años primeros, cuando en sombra y representación de esto que había de ser el tiempo designado, se ofrecían purísimas y perfectísimas víctimas; porque habrá entonces en los cuerpos inmortales y en el espíritu de los santos la pureza que se figuraba en los cuerpos de aquellas hostias.
Después por los que no merecerán la purificación, sino la condenación, dice: «Vendré a vosotros en juicio, y será testigo veloz y pronto contra los impíos y contra los adúlteros, etc.» Y habiendo indicado estos pecados dignos del último anatema, añade: «Porque yo soy el Señor vuestro Dios y no me mudo», como si dijera: cuando os haya transformado vuestra culpa en peores y mi gracia en mejores, yo no me mudo. Dice que será Él testigo, porque en su juicio no tendrá necesidad de testigos. Y éste será pronto y veloz, o porque vendrá de improviso, y con su impensada venida será un juicio acelerado y brevísimo el que nos parecía a nuestro corto modo de entender tardísimo, o porque convencerá a las mismas, conciencias sin prolijidad alguna de palabras pues como dice la Escritura: «Conocerá Dios examinará los pensamientos de los impíos»; y el Apóstol: «Según que sus propios pensamientos los acusaren o excusaren, conforme a ellos los juzgará Dios el día en que vendrá a juzga los secretos de los hombres por Jesucristo, según el Evangelio que yo os he predicado.» Luego también debemos entender que será el Señor testigo veloz, cuando sin dilación no traerá a la memoria cuanto puede convencernos, y nos castigará la conciencia.
CAPITULO XXVII
Del apartamiento de los buenos y de los malos, por el cual se declara la división que habrá en el juicio final
Lo que con otro intento referí de este mismo Profeta en el libro XVII, pertenece también al juicio final, donde dice: «Ya tendré yo a éstos, dice el Señor Todopoderoso, en el día que tengo de hacer lo que digo, como hacienda mía propia, yo los tendré escogidos, como el hombre que tiene elegido a un hijo obediente, y que le sirve bien. Volveré y veréis la diferencia que hay cutre el justo y el injusto y entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Porque, sin duda, vendrá aquel día ardiendo como un horno, el cual los abrasará y serán todos los idólatras y los que sirven impíamente como una paja seca, y los abrasará aquel día que ha de venir, dice el Señor. Todopoderoso, de manera que ni quede raíz ni ramo de ellos. Pero los que teméis mi nombre, os nacerá el Sol de justicia y vuestra salud en sus alas; saldréis y os regocijaréis como los novillos que se ven sueltos de la prisión, y hollaréis a los impíos hechos ya ceniza debajo de vuestros pies dice el Señor Todopoderoso.»
Esta diferencia de los premios y de las penas, que divide a los justos de los pecadores, y que no echamos de ver debajo de este Sol, en la vanidad de esta vida, cuando se nos descubriere debajo de aquel Sol de justicia, en la manifestación de aquella vida, habrá ciertamente un juicio, cual nunca le hubo.
CAPITULO XXXVIII
Que la ley de Moisés debe entenderse espiritualmente, para que, entendiéndola carnalmente, no se incurra en murmuraciones reprensibles
En lo que añade el mismo Profeta: «Acordaos de la ley de mi siervo Moisés, que yo le di en Horeb, para que la observase puntualmente todo Israel», refiere a propósito los preceptos y juicios después de haber declarado la notable diferencia que ha de haber entre los que guardaren la ley y entre los que la despreciaren, para que juntamente aprendan asimismo a entender espiritualmente la ley, y busquen en ella a Cristo, que es el Juez que ha de hacer este apartamiento entre los buenos y los malos. Porque no en vano el mismo. Señor dijo a los judíos: «Si creyeseis a Moisés, también me creeríais a mi, porque de mí escribió él.» Pues como tomaban la ley carnalmente y no sabían que sus promesas terrenas eran figuras de cosas celestiales, incurrieron en aquellas murmuraciones que se atrevieron a propalar: «Vano es el que sirve a Dios. ¿Qué utilidad hemos sacado de haber observado sus mandamientos y vivido sencillamente en el acatamiento del Señor Todopoderoso? Viendo esto tenemos por dichosos a los extraños, pues que vemos medrados y engrandecidos a todos los que viven mal.»
Estas sus expresiones, en algún modo, obligaron al Profeta a anunciarles el juicio final, donde los malos ni aun falsa ni aparentemente serán felices; sino que evidentemente serán muy miserables; y los buenos no sentirán miseria, ni aun la temporal, sino que gozarán de una bienaventuranza evidente y eterna. Pues, arriba había referido algunas palabras de éstos alusivas a lo mismo, que decían: «Todos los malos son buenos en los ojos del Señor, y estos tales deben agradarle.» A estas murmuraciones contra Dios se precipitaron, entendiendo carnalmente la ley de Moisés. Y por lo mismo dice el rey Profeta que por poco se les fueran los pies, se deslizara y cayera de puro celo y envidia de ver la paz de que gozaban los pecadores; de modo que entre otras cosas viene a decir «¿Cómo es posible que sepa Dios nuestras cosas y que en lo alto se sepa que acá pasa?» Y vino a decir también: «¿Acaso he justificado en vano mi corazón y lavado mis manos entre los inocentes?»
Para resolver esta cuestión tan difícil que resulta de ver a los buenos en miseria y a los malos en prosperidad dice: «Esto es asunto muy difícil de comprender para mí ahora, hasta que entre en el Santuario de Dios y le acabe de entender en el día final. Porque en el juicio final no será así sino que descubriéndose entonces la infelicidad de los malos y la prosperidad y felicidad de los buenos, se advertirá otra cosa muy diferente de le que ahora pasa.
CAPITULO XXIX
De la venida de Ellas antes del juicio y cómo descubriendo con su predicación los secretos de la divina Escritura, se convertirán los judíos
Habiendo advertido que se acordasen de la ley de Moisés, porque preveía que un después de mucho tiempo no la habían de entender espiritualmente, como sería justo, inmediatamente añade: «Yo les enviaré, antes que venga aquel día grande y famoso del Señor, a Elías Thesbite; él les predicará, y convertirá el corazón del padre al hijo, y el corazón del hombre su prójimo, porque cuando venga no destruya del todo la tierra.»
Es muy común en la boca y corazón de los fieles que explicándoles la ley este profeta Elías, grande y admirable, han de venir a creer los judíos en el verdadero Cristo, es decir, en el nuestro; porque este Profeta es el que se espera, no sin razón, que ha de venir antes que venga a juzgar el Salvador, y éste también, no sin causa, se cree que vive aun ahora, puesto que fue al que arrebataron de entre los hombres en un carro de fuego, como expresamente lo dice la Sagrada Escritura.
Cuando viniere éste manifestando a los judíos espiritualmente la ley, que ahora entienden carnalmente, convertirá el corazón del padre al hijo, esto es, el corazón de los padres a los hijos: porque los setenta intérpretes pusieron el número singular por el plural; y quiere decir que también los hijos, esto es, los judíos, entiendan la ley como la entendieron sus padres, es decir, los Profetas, entre, quienes comprendía también al mismo Moisés; pues entonces, se convertirá el corazón de los padres en los hijos, cuando se les enseñare a los hijos la inteligencia de los padres, y el corazón de los hijos en sus padres, cuando lo que sintieron los unos sintieren también los otros.
Aquí también, los setenta dijeron: «El corazón del hombre en su prójimo», porque son entre sí muy prójimos los padres y los hijos, aunque en las expresiones de los setenta, los cuales hicieron su versión auxiliados e inspirados del Espíritu. Santo, puede hallarse otro sentido, y éste más selecto: es decir, que Elías ha de convertir el corazón de Dios Padre en el Hijo, no porque hará que el Padre ame al Hijo, sino porque enseñará que el Padre ama al Hijo al fin de que los judíos amen también al mismo que antes aborrecían» que es nuestro Cristo, pues ahora, en sentir, de los judíos, tiene Dios apartado el corazón de nuestro Cristo, dado que no admiten que Cristo es Dios, ni Hijo de Dios. En dictamen de ellos, pues entonces se convertirá su corazón al Hijo, cuando ellos ablandando y convirtiendo su corazón, aprendieren y supieren el amor del Padre para con el Hijo.
Lo que sigue: «Y el corazón del hombre su prójimo», esto es, convertirá Elías el corazón del hombre a su prójimo, ¿qué otra cosa puede entenderse mejor que el corazón del hombre al Hombre Cristo? Porque siendo Dios nuestro Dios, tomando forma de siervo, se dignó también hacerse nuestro prójimo.
Esto, pues, hará Elías, «porque cuando venga yo, no destruya, del todo la tierra», ya que tierra son todos los que saben y gustan de las cosas terrenas, como hasta la actualidad los judíos carnales, y de este vicio nacieron aquellas murmuraciones contra Dios, cuando decían: «Que le debían de agradar los malos, y que era vano e iluso el que sirve a Dios.»
CAPITULO XXX
Que en el Testamento Viejo, cuando leemos que Dios ha de venir a juzgar, debemos entender que es Cristo
Otros muchos testimonios hay en la Sagrada Escritura sobre el juicio final de Dios; pero haríamos larga digresión si intentaremos reunirlos todos. Baste, pues, haber probado que lo dice así el Viejo y el Nuevo Testamento, aunque en el Viejo no está tan expreso que Cristo ha de hacer por sí el juicio, esto es, que haya de venir Cristo desde el cielo a juzgar, como lo está en el Nuevo. Porque cuando dice allá que vendrá el Señor Dios, no se deduce que entienda Cristo, pues el Señor Dios es el Padre, lo es el Hijo y lo es él Espíritu Santo; así que tampoco este punto nos conviene dejar sin examen. Primeramente manifestaremos, cómo Jesucristo habla como el Señor Dios en los libros de los Profetas, y, sin embargo, aparece evidentemente Jesucristo; para que asimismo, cuando no se expresa así, y, con todo, se dice que ha de venir a aquel juicio final el Señor Dios, se pueda entender de Jesucristo.
Hay un pasaje en el profeta Isaías que claramente nos muestra lo mismo que digo. En él dice Dios por su Profeta: «Escuchadme, Jacob, e Israel, a quien yo he puesto este nombre. Yo soy el primero, y soy para siempre. Mi mano fundó la tierra y mi diestra estableció el cielo. Los llamaré, y acudirán juntos; se congregarán todos, oirán. ¿Quién le anunció estas cosas? Como te amaba hice tu voluntad sobre Babilonia, de modo que quité de allí el linaje de los caldeos. Yo le dije y yo lo llamé, y yo le traje y le di buen viaje. Llegaos a mí, y escuchad lo que digo. Desde el principio nunca dije o hice una cosa a escondidas, cuando se hacían, allí estaba yo; y ahora mi Señor me envió y su Espíritu. En efecto: él es el que hablaba como Señor y Dios, y, sin embargo, no se entendiera Jesucristo si no añadiera: «Y ahora mi Señor me envió y su Espíritu.» Porque esto lo dijo según la forma de siervo, de cosa futura, usando de la voz del tiempo pasado como se lee en el mismo Profeta: «Como una oveja le llevaron a sacrificar»; no dice le llevarán, sino que por lo que había de ser en lo venidero puso la voz del tiempo pasado. Y muy de ordinario usa el Profeta de esta manera de explicarse.
Hay otro lugar en Zacarías que nos manifiesta lo mismo con toda evidencia; es decir, que el Todopoderoso envió al Todopoderoso. ¿Quién a quién, sino Dios Padre a Dios Hijo? Porque dice así: «Esto dice el Señor Todopoderoso. Después de la gloria me envió a las gentes que os despojaron a vosotros; porque el que os tocare es como quien me toca a mí en las niñas de los ojos. Advertid que yo descargaré mi mano sobre ellos, y serán despojos de los que fueron sus siervos, y conoceréis que el Señor Todopoderoso me envió a mi.» Ved aquí Como dice Dios Todopoderoso que le envió Dios Todopoderoso. ¿Quién se atreverá a entender aquí a otro que a Cristo, que habla de las ovejas que se perdieron de la casa de Israel? Porque el mismo Jesucristo dice en el Evangelio: «Que no fue enviado sino para salvar las ovejas que se perdieron de la casa de Israel»; las cuales comparó aquí a las niñas de los ojos de Dios, por el singular y afectuosísimo amor que las tiene; y esta especie de ovejas fueron también los mismos Apóstoles. Después de la gloria, se entiende de su resurrección (antes de la cual, según dice el Evangelista San Juan: «Que aun no había Dios dado su espíritu, porque aun no se había glorificado Jesús»), también fue enviado a las gentes en sus Apóstoles, y así se cumplió lo que leemos en el real Profeta: «Me sacarás de las contradicciones de mi pueblo, y me harás cabeza de las gentes»; para que los que habían despojado a los israelitas, y a quienes habían servido los mismos israelitas cuando estaban sujetos a los gentiles, fuesen despojados, no del modo que ellos despojaron a los israelitas, sino que ellos mismos fuesen los despojos de los israelitas, porque así lo prometió el Señor a sus Apóstoles, cuando les dijo: «Que los haría pescadores de hombres.» Y a uno de ellos le dijo: «En lo sucesivo pescarás hombres.» Serán, pues, despojos, más para su bien, como los vasos y alhajas que el Evangelio quita de las manos de aquel fuerte, después de haberle amarrado más fuertemente.
Y hablando el Señor por el mismo Profeta, dice: «En aquel día procuraré destruir y acabar todas las gentes que vienen contra Jerusalén, y derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén el espíritu de gracia y misericordia, y volverán los ojos a mí por aquel a quien mal trataron, y llorarán sobre él, un gran llanto, como sobre un hijo carísimo; y se dolerán corno sobre la muerte del unigénito.» ¿Acaso pertenece a otro que a Dios el destruir y exterminar todas las gentes enemigas de la ciudad santa de Jerusalén, que vienes contra ella; esto es, que le son contrarios, o como otros los han interpretado, vienen sobre ella, esto es para sujetarla a su dominio; o pertenece a otro que a Dios el derramar sobre la casa de David y sobre los moradores de la misma ciudad el espíritu de gracia y de misericordia? Esto, sin duda, toca a Dios, y en persona del mismo Dios lo dice el Profeta; y, sin embargo, manifiesta Cristo que Él es este Dios que obra maravillas y portentos tan grandes y tan divinos, cuando añade y dice: «Y volverán los ojos a mí porque me ultrajaron, y lloraran por ello un gran llanto, como sobre la muerte de un hijo muy querido, y se dolerán como sobre la de un unigénito.» Porque les pesará en aquel día a los judíos, aun a aquellos que entonces han de recibir el espíritu de gracia y misericordia, por haber perseguido, mofado y ultrajado a Cristo en su Pasión, cuando volvieron los ojos a Él y le vieren venir en su majestad, y reconocieron en Él a Aquel a quien, abatido y humillado, escarnecieron y burlaron sus padres. Aunque también los mismos padres; los autores de aquella tan execrable tragedia, resucitarán y le verán; mas para ser castigados, no para ser corregidos. Así, pues, no se debe entender que se refiere a ellos dónde dice: «Y derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de Jerusalén el Espíritu de gracia y misericordia, y volverán los ojos a mí porque me ultrajaron»; sino que de su linaje y descendencia vendrán los que en aquel tiempo por Elías han de creer. Pero así como decimos a los judíos: vosotros matasteis a Cristo, aunque este crimen no le cometieron ellos, sino sus padres, así también éstos se dolerán y les pesará de haber hecho en cierto modo lo que hicieron aquellos de cuya estirpe ellos descienden. Y aunque habiendo recibido el espíritu de gracia y misericordia, siendo ya fieles, no serán condenados con sus padres, que fueron impíos, con todo, se dolerán como si ellos hubieran perpetrado el execrable crimen que sus padres cometieron. No se dolerán, pues, porque les remuerda la culpa del pecado, sino que sentirán con afectos de piedad. Y, en realidad, de verdad, donde los setenta intérpretes dijeron: «Y volverán los hijos a mí porque me ultrajaron», lo traducen del hebreo así: «Y volverán los ojos a mí, a quien enclavaron»; con lo que más claramente se representa Cristo crucificado. Aunque aquel insulto, ultraje y escarnio que quisieron mejor poner los setenta no faltó tampoco al Señor en todo el curso de su Pasión. Porque le escarnecieron y ultrajaron cuando le prendieron, cuando le ataron, cuando le condenaron a muerte, cuando le vistieron con la ignominiosa vestidura y le coronaron de espinas, cuando le, hirieron con la caña en su cabeza, y haciendo burla de Él, puestos de rodillas le adoraron; cuando llevaba a puestas su cruz y cuando estaba clavado en el madero de la cruz. Y así, siguiendo no solamente una interpretación, sino juntándolas ambas, y leyendo que le ultrajaron y enclavaron más plenamente reconocemos la verdad de la Pasión del Señor.
Cuando leemos en los Profetas que vendrá Dios a hacer el juicio final, aunque no se ponga otra distinción, solamente por el mismo juicio debemos entender a Cristo; porque aunque el Padre juzgará, sin embargo, juzgará por medio de la venida del Hijo del Hombre. Pues él no ha de juzgar a ninguno por la manifestación de su presencia, «sino que el juicio universal de todos le tiene entregado a su Hijo», el cual se manifestará en traje de hombre para juzgar, así como siendo hombre fue juzgado.
¿Y quién otro puede ser aquel de quien asimismo habla Dios por Isaías bajo el nombre de Jacob y de Israel, de cuyo linaje tomó su bendito cuerpo, cuando dice así: «Ved aquí a Jacob, mi siervo; yo le recibiré, y a Israel, mi escogido, le ha agradado mi alma le he dado mi espíritu, manifestará el juicio a las gentes. No clamará ni cesará, ni se oirá fuera su voz. No Quebrantará la caña quebrada, ni apagará el pábilo que humea sino que con verdad manifestará el juicio. Resplandecerá y no le quebrantarán hasta que ponga en la tierra el juicio, y esperarán las gentes en su nombre»? En el hebreo no se lee Jacob e Israel; lo que allí se lee es «mi siervo», porque los setenta intérpretes, queriendo advertir cómo ha, de entenderse aquello pues, en efecto, lo dice por la forma de siervo, en la cual el Altísimo se nos manifestó humilde y despreciable, para significárnosle pusieron el nombre del mismo hombre de cuya descendencia y linaje tomó esta misma forma de siervo. Diósele el Espíritu Santo; lo cual, como narra el Evangelio, se mostró baje la figura de paloma. Manifestó el juicio a las gentes, porque dijo lo que estaba por venir y oculto a las gentes. Por su mansedumbre, no cIamó, y, con todo, no cesó ni desistió de predicar la verdad; pero no se oye su voz afuera, ni se oye, pues por lo que están fuera, apartados y desmembrados de su cuerpo, no es obedecido. No quebrantó ni mató a los mismo judíos sus perseguidores, a quienes compara a la caída quebrada que ha perdido su entereza, y al pábilo o pavesa que humea después de apagar la luz, porque los perdonó el que no venia aún a juzgar, sino a ser juzgada por ellos. En verdad, les manifestó e juicio, diciéndoles con precisión y anticipación de tiempo cuándo habían de ser castigados si perseverasen en si malicia. Resplandeció su rostro en el monte, y en el mundo su fama, no se doblegó o quebrantó, porque no cedió sus perseguidores, de forma que desistiese y dejase de estar en si y e su Iglesia, y por eso nunca sucedió ni sucederá lo que dijeron o dicen su enemigos: «¿Cuándo morirá y perecerá su nombre?; hasta que ponga en la tierra el juicio.»
Ved aquí cómo está claro y manifiesto el secreto que buscábamos. Por que éste es el juicio final que pondrá Cristo en la tierra cuando venga del cielo; de lo cual vemos ya cumplido que aquí últimamente se pone: «Y en su nombre esperarán las gentes.» Si quiera por esto, que no lo pueden negar, crean también lo que descaradamente niegan. Pues ¿quién habrá de esperar lo que estos que todavía no quieren creer en Cristo ven ya, como lo vemos nosotros, cumplido, y porque no pueden negarlo «crujen los dientes y se pudren y consumen»? ¿Quién, digo, podría suponer que las gentes habían de esperar en el nombre de Cristo cuándo le prendían, ataban, herían, escarnecían y crucificaban; cuando los mismos discípulos perdían ya la esperanza que habían comenzado a tener en él? Lo que entonces apenas un ladrón esperó en la cruz, ahora lo esperan las gentes que están derramadas por todo el orbe, y por no morir con muerte eterna se signan con la cruz en que Él murió.
Ninguno hay que niegue o dude que Jesucristo ha de hacer el juicio final de modo y manera que nos lo expresan estos testimonios de la Sagrada Escritura, sino los que, no sé con qué Incrédula osadía o ceguedad, no prestan su asenso a la misma Escritura, la cual se ha cumplido ya, manifestando su verdad
a todo el orbe de la tierra.
Así que en aquel juicio, o por aquellos tiempos, sabemos que ha de haber todo esto: Elías Thesbite, la fe de los judíos, el Anticristo que ha de perseguir, Cristo que ha de juzgar, la resurrección de los muertos, la separación de los buenos y de los malos, la quema general del mundo y la renovación del mismo. Todo lo cual, aunque debe creerse que ha de suceder, de qué forma y con qué orden acontecerá, nos lo enseñará entonces la experiencia, mejor que ahora lo puede acabar de comprender la inteligencia humana. Sin embargo, presumo que sucederá según el orden que dejó referido.
Dos libros nos restan tocantes a esta obra para cumplir, con el favor de Dios, nuestra promesa: el uno, tratará de las penas de los malos, y el otro, de la felicidad de los buenos. En ellos, principalmente, con los auxilios del Altísimo, refutaremos los argumentos humanos que les parece a los infelices que proponen sabiamente contra lo dicho y contra las promesas divinas, y desprecian como falsos y ridículos los saludables pastos con que se alimenta y sustenta la fe que nos da la salud eterna. Pera los que son sabios, según Dios, para todo lo que pareciere increíble a los hombres, con tal que esté en la Sagrada Escritura, cuya verdad de muchos modos está establecida, tienen por indisoluble argumento la verdadera omnipotencia de Dios, el cual saben por cierto que en manera alguna pudo en ella mentir, y que le es posible lo que se le hace imposible al incrédulo e infiel.