Muestra por qué grados fue subiendo al conocimiento de Dios; que se halla a Dios en la memoria, cuya capacidad y virtud describe hermosamente; que sólo en Dios está la verdadera bienaventuranza que todos apetecen, aunque no todos la buscan por los medios legítimos. Después describe el estado presente de su alma y los males de las tres concupiscencias
Capítulo I
Que en sólo Dios halla un alma su esperanza y alegría
Conózcaos yo, Padre mío, conózcaos yo como Vos me conocéis. Vos, Dios mío, que sois la virtud y fortaleza de mi alma, entrad en ella, ajustadla tanto a Vos, que la tengáis, poseáis y llenéis toda, y ella quede a vuestros ojos sin arruga ni mancha. Así lo espero y deseo, y esto me da aliento y confianza de hallaros; esta esperanza es la que me alegra, cuando es legítima y verdadera mi alegría. Todas las demás cosas de esta vida tanto menos deberían llorarse, cuanto más se suele llorar el no tenerlas; y por otra parte, tanto más se deberían llorar, cuanto menos se suele llorar el gozarlas. Ésta es una confesión de la verdad que Vos amáis; y como el que sigue la verdad llega a conseguir la luz, yo quiero seguirla y practicarla, ya sea en la confesión que os hago en lo oculto de mi corazón, ya sea en la que hago públicamente con mi pluma delante de todo el mundo.
Capítulo II
Siendo claras y manifiestas respecto de Dios las cosas más ocultas, qué viene a ser lo que hace el hombre en confesarse a Dios
2. Aunque no quisiese yo confesarme, ni descubrirme a Vos, ¿qué cosa puede haber en mí que os sea oculta, Señor, a cuyos ojos están patentes y claros los más profundos y escondidos senos de nuestra conciencia? En tal caso, en lugar de ocultarme a vuestra vista, os alejaría a Vos de la mía. Pero ahora que mis gemidos y llantos testifican que verdaderamente me desagrado a mí mismo, Vos, Señor, os dignáis descubriros resplandeciente a mi alma; Vos sois toda mi complacencia, Vos sois el objeto de mi amor y de mis deseos; para que avergonzándome de mí mismo, me desprecie y deje a mí, y os escoja sólo a Vos, de modo que ya no piense tener gusto en Vos ni en mí que no provenga de Vos.
Es certísimo, pues, que Vos, Señor, me conocéis claramente tal como soy; pero ya he dicho antes el provecho que espero sacar de confesarme a Vos. Así, no lo ejecuto con palabras ni voces formadas en mi boca, sino con palabras interiores de mi alma y clamores de mi pensamiento, que llegan a vuestros oídos. Si soy malo, no es otra cosa el confesarlo a Vos, que desagradarme de mí mismo; y si soy bueno, no es otra cosa el confesarlo a Vos que no atribuirme a mí mismo esa bondad, porque Vos sois el que dais vuestra bendición al justo, haciendo Vos mismo que lo sea el que antes era pecador y malo. Así, Dios mío, estas Confesiones que hago delante de Vos, las hago al mismo tiempo callando y no callando, porque si calla el ruido de la voz exterior, no calla mi corazón, ni cesa de clamar. Ni yo hablo ni comunico a los hombres alguna cosa buena que Vos antes no la hayáis oído de mí; ni tampoco pudiera ser que Vos la oyerais de mí si Vos mismo no me la hubierais dicho o inspirado.
Capítulo III
Del fruto que sacaba de confesar a Dios el estado presente de su alma, a distinción de lo que antes había sido
3. ¿Qué me importa a mí que oigan o no los hombres las Confesiones mías, como si ellos hubieran de sanar todas las dolencias de mi alma, siendo ellos tan cuidadosos para saber la vida ajena como desidiosos para enmendar la suya? ¿Para qué desean oír de mí lo que soy, no queriendo escuchar de Vos lo que son ellos? Mas cuando me oigan hablar de mí mismo, ¿de dónde saben ellos si yo les digo la verdad, siendo así que ninguno de los hombres puede saber lo que pasa en el interior de cada uno, sino el espíritu humano que está en el hombre mismo? Pero si os oyeran hablar de ellos mismos, no pudieran decir nunca: el Señor nos engaña, o esto es mentira.
Porque oír ellos lo que decís de ellos mismos, ¿qué otra cosa es sino conocerse a sí propios? ¿Y quién es el que habiendo llegado a este conocimiento, se atrevió a decir: es falso esto que conozco, sino mintiendo él mismo?
Mas como es propio de la caridad hacer que todos los que ella une de modo que tengan un solo corazón se crean todas las cosas mutuamente unos a otros, yo, Señor, también os hago mi confesión, de tal modo que pueda llegar a noticia de los hombres, aunque no pueda hacerles demostración de que os confieso realmente la verdad, porque estoy seguro que me creerán todos aquéllos a quienes la caridad anima y les abre los oídos.
4. No obstante, Dios mío y médico soberano de mi alma, dignaos declararme qué fruto puedo sacar de hacer esto. Ya veo que las confesiones de mis males pasados, que vos me perdonasteis y los borrasteis para comunicarme vuestra bienaventuranza, dando a mi alma nuevo ser con la fe y gracia de vuestro santo Bautismo, cuando se leen o se oyen, han de excitar precisamente el corazón humano, para que no se deje oprimir del letargo de la desesperación, ni diga «No puedo ya ser otro». Ellas servirán para despertarle de tan peligroso sueño y hacerle vigilante en el amor de vuestra misericordia y en la dulzura de vuestra gracia, que es la que da a los flacos el poder y robustez que necesitan, como también la luz que es necesaria para que reconozcan su flaqueza. Aun los buenos se deleitan con saber los males pasados, de los que ya se han librado ellos, pero no se deleitan porque son males, sino porque de tal modo lo fueron que ya no lo son.
¿Cuál, pues, será el provecho, Dios y Señor mío, a cuya presencia se confiesa todos los días mi alma, quedando más quieta y segura con la esperanza de vuestra misericordia que con su inocencia, cuál, digo, será el provecho que puedo prometerme de hacer ante Vos estas Confesiones por escrito, por lo que toca a dar noticia a los hombres de lo que soy al presente, no de lo que antes de ahora he sido? Porque ya he visto el fruto que corresponde a confesar lo que fui, y ya hice antes conmemoración de él.
Lo que soy ahora en este mismo tiempo en que estoy escribiendo mis Confesiones hay muchos que lo desean saber, ya de los que me conocieron antes, ya también de los que no me conocieron, sino que a mí mismo o a otros han oído hablar de mí, aunque ni los unos ni los otros pueden aplicar sus oídos a las voces interiores de mi corazón, donde se halla realmente la verdad de lo que soy. Quieren, pues, oírme confesar lo que soy verdaderamente en mi interior, adonde no pueden aplicar sus ojos, ni sus oídos, ni su entendimiento; con todo eso ellos lo quieren, y están dispuestos a creerme; pero ¿acaso eso es bastante para que tengan un conocimiento cierto y seguro de lo que yo soy interiormente? La caridad que los hace tan buenos como ellos son es la que les persuade que yo no miento en estas Confesiones que hago de mí mismo, y ella es la que hace que den crédito a mis palabras.
Capítulo IV
Del grande fruto que esperaba hacer en los fieles con los libros de sus Confesiones
5. Pero ¿qué fruto esperan sacar de mis Confesiones éstos que las desean?, ¿será acaso que quieren alegrarse conmigo y darme parabienes, cuando sepan lo que por vuestra gracia he adelantado para acercarme a Vos y orar por mí, cuando me oigan confesar cuanto me estorbe para eso mismo el peso de mi corrupción? A estos tales yo me descubriré desde luego, porque ya no es pequeño fruto, Dios y Señor mío, que muchos os den gracias por los beneficios que me habéis hecho, y sean muchos también los que os supliquen y hagan oración por mí.
Bueno es que mis hermanos amen en mí lo que Vos enseñáis que debe ser amado; y bueno es que sientan ver en mí lo que Vos enseñáis que debe ser sentido. Haga esto el que me ame como verdadero hermano suyo, no aquél que por falta de caridad y de fe me sea extraño y permanezca en la clase de los que llama David hijos ajenos, cuya boca se emplea en doctrinas vanas, y cuya diestra lo es para la maldad. Haga esto, vuelvo a decir, el que me mire con fraternal afecto, porque éste, cuando me aprueba, se alegra de mi bien y, cuando me reprueba, se entristece de mi mal, porque ya apruebe o ya repruebe mi conducta, siempre me ama. Pues a éstos quiero darme a conocer, para que respiren con alegría cuando sepan lo que hay en mí de bueno y suspiren con tristeza por lo que hubiere de malo.
Cuanto hay en mí de bueno, de Vos, Señor, dimanó, de Vos tuvo el principio, todo ello es don vuestro; pero cuanto hay de malo, o son mis propios delitos, o son penas que les corresponden por vuestros justos juicios. Pues respiren mis hermanos por aquellos bienes y suspiren llorosos por estos males; tanto sus alegres himnos como sus tristes llantos suban hasta el trono de Vuestra Majestad como oloroso incienso que exhalan los corazones de mis hermanos, como otros tantos racionales incensarios llenos del fuego de la caridad. Y Vos, Señor, aplacado con esa fragancia de vuestro santo templo, habed piedad de mí, según es propio de vuestra grande misericordia, por la gloria de vuestro santo nombre, y no cesando jamás de conservar lo bueno que en mí habéis comenzado, perfeccionad también lo que todavía hubiere de imperfecto.
6. Éste es, Señor, todo el fruto que pretendo sacar de estas mis Confesiones, no ya diciendo lo que he sido antes, sino lo que soy ahora. Lo confesaré no solamente en vuestra presencia con interior alegría mezclada de temor y con oculta tristeza acompañada de esperanza, sino también delante de todos los fieles hijos de los hombres, compañeros de mi gozo, participantes como yo de la humana y mortal naturaleza, conciudadanos míos de la celestial Jerusalén, a la cual se dirigen como peregrinos conmigo en la tierra, ya sean los que me preceden, ya los que me sigan, ya los que me acompañen durante el camino de mi vida. Éstos son vuestros siervos, y por eso mis hermanos: Vos, Señor, quisisteis que fuesen vuestros hijos y me habéis mandado que les sirva como a mis señores si quiero vivir con Vos de vuestra misma vida.
Para que yo lo pudiese ejecutar no me bastaría que vuestra palabra sólo hablando me lo mandase, si además no me hubiera precedido ejecutando lo mismo que había mandado. Pues también yo hago esto que me mandáis con mis hechos y con mis dichos. Esto hago bajo la protección de vuestras alas, y es cierto que lo haría con grandísimo peligro, a no estar mi alma debajo de la protección de vuestras alas y a no seros notoria mi flaqueza.
Es verdad que yo soy un parvulillo, pero mi Padre vive siempre y es eterno, y en él tengo el tutor que necesito. El mismo que me dio el ser es mi tutor; Vos, Señor, sois para mí todo esto y todos mis bienes juntos: Vos sois el Todopoderoso, que estáis siempre conmigo, aun antes que yo estuviese con Vos. A aquéllos, pues, a quienes me mandáis que sirva en esto, me descubriré y les manifestaré, no ya lo que he sido antes, sino lo que ya soy, y lo que todavía soy; sin embargo, no me juzgo a mí mismo con el juicio más exacto, cabal y perfecto, bajo cuyo concepto se ha de entender lo que les voy a decir.
Capítulo V
Que el hombre no se conoce a sí mismo cabal y perfectamente
7. Vos solamente, Señor, sois el que puede hacer juicio cabal de lo que soy, pues aunque es cierto que ninguno de los hombres puede llegar a saber lo que pasa en lo interior de otro hombre, sino el mismo espíritu que está en cada uno de ellos, hay, no obstante, algunas cosas en el hombre que aun el mismo espíritu que le anima no las sabe cabal y perfectamente. Sólo Vos, Señor, que le habéis creado, conocéis todas sus cosas con ese cabal y perfectísimo conocimiento. Pero yo, aunque respecto de vuestra perspicacia me respete a mí mismo y conozca que soy tierra y ceniza, algunas sé y puedo afirmar de Vos que no las sé ni puedo afirmar de mí.
Es muy cierto que ahora no os vemos sino confusamente como por un espejo y en enigmas, no habiendo llegado todavía a veros cara a cara. Por eso mientras dura mi peregrinación en la tierra me veo más cerca a mí mismo que no a Vos, y no obstante eso sé ciertamente de Vos que de ningún modo podéis padecer violencias ni daño alguno, cuando de mí mismo ignoro enteramente a qué tentaciones sabré resistir y a cuáles no sabré. Tengo esperanza de salir con victoria, fundándola en que Vos sois fiel en vuestras promesas, y no permitís que seamos tentados más de lo que nuestras fuerzas pueden resistir; antes bien hacéis que saquemos provecho de la tentación, para que al fin salgamos victoriosos. Confesaré, pues, lo que sé de mí y confesaré también qué es lo que de mí no sé. Porque todo lo que sé de mí, lo sé mediante la luz que Vos me habéis comunicado para que lo sepa; y lo que no sé de mí, estaré sin saberlo hasta que estas tinieblas de mi ignorancia se conviertan en luz tan clara como la del mediodía con el resplandor de vuestra divina presencia.
Capítulo VI
Qué cosa es la que se ama cuando se ama a Dios; y cómo por las criaturas se llega a conocer al Creador
8. Yo, Señor, sé con certeza que os amo, y no tengo duda en ello. Heristeis mi corazón con vuestra palabra y luego al punto os amé. Además de esto, también el cielo, la tierra y todas las criaturas que en ellos se contienen por todas partes me están diciendo que os ame; y no cesan de decírselo a todos los hombres, de modo que no puedan tener excusa si lo omiten.
Pero el más alto y seguro principio de ese amor es que Vos usáis con ellos vuestra misericordia, haciendo que os amen aquéllos con quienes habéis determinado ser misericordioso. Concedéis por vuestra piedad que os tengan amor los que por misericordia vuestra teníais escogidos para que os amaran; sin lo cual serían inútiles las voces con que el cielo y la tierra se explican incesantemente en vuestras alabanzas, como si las dijeran a los sordos.
Pero ¿qué es lo que yo amo cuando os amo? No es hermosura corpórea, ni bondad transitoria, ni luz material agradable a estos ojos; no suaves melodías de cualesquiera canciones, no la gustosa fragancia de las flores, ungüento o aromas; no la dulzura del maná, o la miel, ni finalmente deleite alguno que pertenezca al tacto o a otros sentidos del cuerpo.
Nada de eso es lo que amo, cuando amo a mi Dios; y no obstante eso, amo una cierta luz, una cierta armonía, una cierta fragancia, un cierto manjar y un cierto deleite cuando amo a mi Dios, que es luz, melodía, fragancia, alimento y deleite de mi alma. Resplandece entonces en mi alma una luz que no ocupa lugar; se percibe un sonido que no lo arrebata el tiempo; se siente fragancia que no la esparce el aire; se recibe gusto de un manjar que no se consume comiéndose; y se posee estrechamente un bien tan delicioso, que por más que se goce y se sacie el deseo, nunca puede dejarse por fastidio. Pues todo esto es lo que amo cuando amo a mi Dios.
9. Pero ¿qué viene a ser esto? Yo pregunté a la tierra y respondió: No soy yo eso; y cuantas cosas se contienen en la tierra me respondieron lo mismo. Preguntele al mar y a los abismos, y a todos los animales que viven en las aguas y respondieron: No somos tu Dios; búscale más arriba de nosotros. Pregunté al aire que respiramos y respondió todo él con los que le habitan: Anaxímenes se engaña porque no soy tu Dios. Pregunté al cielo, Sol, Luna y estrellas, y me dijeron: Tampoco somos nosotros ese Dios que buscas. Entonces dije a todas las cosas que por todas partes rodean mis sentidos: Ya que todas vosotras me habéis dicho que no sois mi Dios, decidme por lo menos algo de él. Y con una gran voz clamaron todas: Él es el que nos ha hecho.
Estas preguntas que digo yo que hacía a todas las criaturas era sólo mirarlas yo atentamente y contemplarlas, y las respuestas que digo me daban ellas es sólo presentárseme todas con la hermosura y orden que tienen en sí mismas.
Después de esto, volviendo hacia mí la consideración, me pregunté a mí mismo: Tú ¿qué eres? Y me respondí: Soy hombre. Y bien claramente conozco que soy un todo compuesto de dos partes: cuerpo y alma, una de las cuales es visible y exterior, y la otra, invisible e interior. ¿Y de las dos es de las que debo valerme para buscar a mi Dios, después de haberle buscado recorriendo todas las criaturas corporales que hay desde la tierra al cielo, hasta donde pude enviar por mensajeros los rayos visuales de mis ojos? No hay duda en que la parte interior es la mejor y más principal, pues ella era a quien todos los sentidos corporales que habían ido por mensajeros referían las respuestas que daban las criaturas, y la que como superior juzgaba de lo que habían respondido cielo y tierra, y todas las cosas que hay en ellos, diciendo: Nosotras no somos Dios, pero somos obra suya. El hombre interior que hay en mí es el que recibió esta respuesta y conoció esta verdad, mediante el ministerio del hombre exterior. Es decir, que yo considero según la parte interior de que me compongo, yo mismo, en cuanto al alma, conocí estas cosas por medio de los sentidos de mi cuerpo. Pregunté por mi Dios a toda esta grande máquina del mundo y me respondió: Yo no soy Dios, pero soy hechura suya.
10. Esta hermosura y orden del universo, ¿no se presenta igualmente a todos los que tienen cabales sus sentidos? Pues ¿cómo a todos no les responde eso mismo?
Todos los animales, desde los más pequeños hasta los mayores, ven esta hermosa máquina del universo, pero no pueden hacerle aquellas preguntas, porque no tienen entendimiento, que como superior juzgue de las noticias y especies que traen los sentidos. Los hombres sí que pueden ejecutarlo, y por el conocimiento de estas criaturas visibles pueden subir a conocer las perfecciones invisibles de Dios, aunque sucede que, llevados del amor de estas cosas visibles, se sujetan a ellas como esclavos, y así no pueden juzgar de las criaturas, pues para eso habían de ser superiores a ellas. Ni estas cosas visibles responden a los que solamente les preguntan, sino a los que al mismo tiempo que preguntan, saben juzgar de sus respuestas. Ni ellas mudan su voz, esto es, su natural hermosura, ni respecto de uno que no hace más que verlas, ni respecto de otro, que además de esto se detiene a preguntarles; no es que a aquél parezcan de un modo y a éste de otro, sino que presentándose a entrambos con igual hermosura, hablan con el uno y son mudas para con el otro, o por mejor decir, a entrambos y a todos hablan, pero solamente las entienden los que saben cotejar aquella voz que perciben por los sentidos exteriores con la verdad que reside en su interior.
Esta verdad es la que me dice: No es tu Dios el cielo ni la tierra, ni todo lo demás que tiene cuerpo. La misma naturaleza de las cosas corporales, a cualquiera que tenga ojos para verlas, le está diciendo: Esto es una cantidad abultada; y ésta precisamente es menor en la parte que en el todo. De aquí se infiere que tú, alma mía, eres mejor que todo lo corpóreo, porque tú animas esa abultada cantidad de tu cuerpo y le das la vida que goza, lo que cuerpo ninguno puede hacer con otro cuerpo. Pero tu Dios está tan lejos de ser corpóreo, que aun respecto de ti, que eres vida del cuerpo, es Dios tu vida.
Capítulo VII
Que ninguno puede hallar a Dios por medio de los sentidos corporales ni de las potencias puramente sensitivas
11. Pues ¿qué es lo que yo amo, cuando amo a mi Dios? ¿Qué ser tiene aquél que es superior a lo que hay más alto y superior en mi alma? Es menester que ella me sirva como de escala para subir hasta -206- Él. Pasaré, pues, más arriba de aquella facultad que ejerce mi alma en el cuerpo, comunicando la vida a todas las partes de que se compone, pues con sola esta facultad o potencia de mi alma no puedo hablar a mi Dios; porque de lo contrario se siguiera que también le hallarían el caballo y el mulo, que no tienen entendimiento, pues también ellos tienen esa facultad que da vida a sus cuerpos.
Hay además en mi alma otra virtud y facultad superior a ésta, la cual no solamente hace que viva el cuerpo, sino también que sea sensitivo. El mismo Señor que creó a mi alma con esta facultad maridó y dispuso que no oyera por los ojos, ni viera por los oídos, sino que se sirviera de aquéllos para ver y de estotros para oír, y así respectivamente de los demás sentidos, a los cuales señaló sus propios y peculiares órganos para los diversos oficios que mi alma, siendo única, ejecuta por diferentes sentidos.
Pues también debo pasar más arriba de esta facultad de mi alma que me da la vida sensitiva, porque ésta es común al caballo y demás brutos, que igualmente sienten por medio de los órganos y sentidos de su cuerpo.
Capítulo VIII
De la admirable virtud y facultad de la memoria
12. Continuando, pues, en servirme de las potencias de mi alma, como de una escala de diversos grados para subir por ellos hasta mi Creador, y pasando más arriba de lo sensitivo, vengo a dar en el anchuroso campo y espaciosa jurisdicción de mi memoria, donde se guarda el tesoro de innumerables imágenes de todos los objetos que de cualquier modo sean sensibles, las cuales han pasado al depósito de la memoria por la aduana de los sentidos. Además de estas imágenes, se guardan allí todos los pensamientos, discursos y reflexiones que hacemos, ya aumentando, ya disminuyendo, ya variando de otro modo aquellas mismas cosas que fueron el objeto de nuestros sentidos; y en fin, allí se guardan cualesquiera especies, que por diversos caminos se han confiado y depositado en la memoria, si todavía no las ha deshecho y sepultado el olvido.
Cuando mi alma se ha de servir de esta potencia pide que se le presenten todas las imágenes que quiere considerar; algunas se le presentan inmediatamente, pero otras hay que buscarlas más despacio, como si fuese menester sacarlas de unos senos más retirados y ocultos. Otras suelen salir amontonadas y de tropel; y aunque no sean aquéllas las especies que entonces se pedían y buscaban, ellas se ponen delante, como diciendo: ¿Por ventura somos nosotras las que buscáis? Yo las aparto de la vista y aspecto de mi memoria con la mano y entendimiento, hasta que se descubra lo que busco y acabe de dejarse ver, saliendo de aquellos senos donde estaba escondido. También hay otras que se presentan fácilmente y con el mismo orden con que se las va llamando; entonces las primeras ceden su lugar a las que siguen, y cediéndolo, vuelven a guardarse. Todo esto sucede verdaderamente cuando digo alguna cosa de memoria.
13. Allí están guardadas con orden y distinción todas las cosas, y según el órgano o conducto por donde ha entrado cada una de ellas, como, por ejemplo, la luz y todos los colores, la figura y hermosura de los cuerpos, por los ojos; todos los géneros y especies que hay de sonidos y voces, por los oídos; todos los olores, por el órgano del olfato; todos los sabores, por el gusto; y finalmente, por el sentido del tacto, que se extiende generalmente por todo el cuerpo, todas las especies de que es duro o blando, caliente o frío, suave o áspero, pesado o ligero, ya sean estas cosas exteriores, ya interiores al cuerpo. Este capacísimo retrete de la memoria recibe, en no sé qué secretos e inexplicables senos que tiene, todas estas cosas, que por las diferentes puertas de los sentidos entran en la memoria y en ella se depositan y guardan, de modo que puedan volver a descubrirse y presentarse cuando fuere necesario.
Pero no entran allí estas mismas cosas materiales, sino que unas imágenes que representan esas mismas cosas sensibles son las que se ofrecen y presentan al pensamiento cuando sucede que uno se acuerda de ellas. Mas ¿quién sabe ni podrá decir cómo fueron formadas estas especies o imágenes, no obstante que claramente consta por qué sentidos fueron atraídas y guardadas allí dentro?
Porque aun cuando estoy a oscuras y en silencio, si yo quiero, saco en mi memoria varios colores y hago distinción entre lo blanco y lo negro, y entre los demás colores que quiero; y los ruidos o sonidos no se presentan entonces ni perturban lo que estoy considerando, y que ha entrado por los ojos; siendo así que también los sonidos están allí, aunque puestos como separadamente y escondidos. Porque también, si me agrada, pido que salgan ellos, y al instante se me presentan; y entonces, sin mover la lengua y callando la garganta, canto en mi interior todo lo que quiero. Y no obstante que están allí también las dichas imágenes de los colores, no se mezclan con estotras, ni sirven de estorbo cuando se está disfrutando aquel otro depósito de imágenes que entraron por los oídos.
Del mismo modo recuerdo a mis solas, cuando quiero, todas las demás cosas, cuyas imágenes entraron a juntarse en la memoria por los otros sentidos; y sin oler cosa alguna, discierno entre el olor de los lirios y de las violetas; y sin valerme del gusto ni del tacto, sino solamente repasando las especies que enviaron a mi memoria estos sentidos, prefiero la dulzura de la miel a la del arrope, y lo que es suave a lo que es áspero.
14. Todo esto lo ejecuto dentro del gran salón de mi memoria. Allí se me presentan el cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que mis sentidos han podido percibir en ellos, excepto las que ya se me hayan olvidado. Allí también me encuentro yo a mí mismo, me acuerdo de mí y de lo que hice, y en qué tiempo y en qué lugar lo hice, y en qué disposición y circunstancias me hallaba cuando lo hice. Allí se hallan finalmente todas las cosas de que me acuerdo, ya sean las que he sabido por experiencia propia, ya las que he creído por relación ajena. A todas estas imágenes añado yo mismo una innumerable multitud de otras, que formo sobre las cosas que he experimentado, o que fundado sobre éstas he creído por diversos modos, y son las semejanzas y respectos que todas ellas dicen entre sí y esas otras. Además de esto, se han de añadir las ilaciones que hago de todas estas especies, como las acciones futuras, los sucesos venideros y las esperanzas; todo lo cual lo considero y miro en la memoria como presente, sin salir de aquel capacísimo seno de mi alma, lleno de tantas imágenes de tan diversas cosas. Y suelo decirme a mí mismo: Yo he de hacer esto o aquello, y de aquí se seguirá esto o lo otro. ¡Ojalá que sucediera tal o tal cosa! ¡No quiera Dios que esto o aquello suceda! Todo esto lo digo en mi interior y, cuando lo digo, salen de aquel tesoro de mi memoria y se me presentan las imágenes de todas las cosas que digo; y nada de eso pudiera decir si aquellas imágenes no se me presentaran.
15. Grande es, Dios mío, esta virtud y facultad de la memoria; grandísima es y de una extensión y capacidad que no se le halla fin. ¿Quién ha llegado al término de su profundidad? Pues ella es una facultad y potencia de mi alma y pertenece a mi naturaleza; y no obstante, yo mismo no acabo de entender todo lo que soy. Pues qué, ¿el alma no tiene bastante capacidad para que quepa en ella todo su propio ser? ¿Y dónde ha de quedarse aquello que de su ser no cabe dentro de ella misma? ¿Acaso ha de estar fuera de ella y no en ella misma? Pues ¿cómo puede ser verdad que no se entienda ni comprenda toda a sí misma?
Esto me causa grande admiración y me tiene atónito y pasmado, Los hombres por lo común se admiran de ver la altura de los montes, las grandes olas del mar, las anchurosas corrientes de los ríos, la latitud inmensa del océano, el curso de los astros, y se olvidan de lo mucho que tienen que admirar en sí mismos. No admiran ellos que cuando yo nombraba estas cosas que acabo de decir no las estaba viendo con mis ojos; y no obstante, era preciso, para nombrarlas, que interiormente viese en mi memoria los montes, las olas, los ríos y los astros, que son cosas que he visto, y el océano, de que otros me han informado; y que se me presentasen con tan grandes espacios y extensión como tienen en sí mismos, y como si los estuviera viendo con mis ojos. Tampoco cuando vi estas cosas se me introdujeron por los ojos ellas mismas; ni son ellas las que están dentro de mí en el depósito de mi memoria, sino solamente unas imágenes suyas; también sé y conozco clara y distintamente por cuál de los sentidos de mi cuerpo ha entrado cada una de ellas y la impresión que han hecho en mi memoria.
Capítulo IX
Del lugar que tienen en la memoria las ciencias
16. Pero no son solas éstas las cosas que se encierran en la inmensa capacidad de mi memoria, pues también están allí como apartadas en un lugar más profundo (aunque propiamente no es lugar) todas las cosas que he aprendido de las artes liberales, si no se han olvidado; y conservo allí guardadas, no las imágenes de estas cosas, sino las cosas mismas. Porque lo que sé de la gramática, de la lógica y de la retórica no está de tal modo en mi memoria que dentro de ella estén las imágenes de las ciencias, y éstas se quedasen fuera. Porque esto no es una cosa que sonó y pasó, como la voz que sonó en los - oídos y pasó dejando un rastro o señal de sí, que nos acordamos de ella como si sonara, cuando ya no suena; ni como un olor, que según ya pasando y esparciéndose por el aire, mueve al olfato, desde donde envía a la memoria una imagen suya, la cual tenemos presente cuando nos acordamos del olor; ni tampoco como el manjar, que estando en el estómago verdaderamente no tiene ya sabor, pero parece lo tiene en la memoria; ni como lo que se siente por medio del tacto, lo cual, aunque esté distante, queda en la memoria su imagen, que nos lo representa. Todas estas cosas no entran en la memoria, según el ser que tienen en sí mismas, sino solamente como unas imágenes suyas, que con maravillosa facilidad y presteza se forman y se depositan en aquellos senos como en celdillas admirables que tiene la memoria, de donde también maravillosamente vuelven a salir cuando uno las recuerda.
Capítulo X
Las ciencias no entran en la memoria por ministerio de los sentidos, sino que salen de otro seno más profundo de ella
17. Cuando oigo decir a alguno que acerca de cualquiera cosa se pueden hacer tres distintas cuestiones, a saber: Si ella es, qué ser tiene y qué tal es; es cierto que conservo en mi memoria las imágenes de los sonidos con que se formaron y pronunciaron estas palabras; también sé que los tales sonidos, pasando por los aires, se disiparon y desvanecieron enteramente, de modo que ya no existen; pero las cosas significadas por aquellas voces no pude tocarlas ni percibirlas por algunos de mis sentidos corporales, ni tampoco las vi en parte alguna, sino en mi alma: yo guardé en mi memoria, no las imágenes de aquellas cosas, sino a ellas mismas; mas por dónde entraron en mi alma, ellas solamente lo han de decir, si pueden.
Por más que recorra y examine bien todas las puertas de mis sentidos, no encuentro por cuál de ellas puedan haber entrado, porque los ojos dicen: Si tienen algún color, nosotros fuimos los que dimos noticia de ellas; los oídos dicen: Si hicieron algún sonido, nosotros te las mostramos; el olfato dice: Si fueron olorosas, por aquí solamente habrán pasado. También el sentido del gusto dice: Si no tienen algún sabor, no hay que preguntarme a mí; el tacto dice: Si no es alguna cosa corpulenta, yo no he podido tocarla; si no la he tocado, tampoco puedo dar noticia de ella.
¿De dónde, pues, han venido estas ciencias y por dónde han entrado en mi memoria? Lo ignoro, porque cuando las aprendí, no fue dando crédito a lo que otros me dijeron, sino que yo mismo las descubrí en mi alma desde luego y, habiéndolas aprobado como verdaderas, las encomendé a la memoria, como depositándolas allí para volverlas a sacar cuando quisiese. Luego estaban dentro de mi alma aun antes de que yo las aprendiese, pero todavía no estaban en mi memoria. Pues ¿dónde estaban? Y si no, ¿por qué las reconocí luego que me hablaron de ellas y por qué dije: Esto es así, esto es verdad, sino porque ya estaban en mi memoria, aunque tan escondidas y encerradas en sus senos profundísimos y ocultísimos, que si alguno no las excitara ni me hubiera hablado de ellas, puede ser que jamás se me hubieran ofrecido al pensamiento?
Capítulo XI
Qué cosa sea aprender, hablando de las verdades que hallamos en nosotros mismos
18. De lo dicho resulta que aprender estas cosas, cuyas imágenes no hemos recibido por los sentidos, sino que son imágenes, e inmediatamente116 como ellas son en sí las vemos dentro de nosotros mismos, no es otra cosa que recoger y juntar con el pensamiento aquellas especies que estaban dispersas y sin orden en nuestra memoria; y además de eso, procurar, con reflexión y advertencia, que esas mismas verdades que antes estaban allí dispersas, arrinconadas escondidas, de allí en adelante estén como puestas a mano en la misma memoria, y se presenten fácil y prontamente luego que quisiéramos valernos de ellas.
¿Cuán grande multitud de especies de esta clase tiene mi memoria, que al presente están juntas y ordenadas, y que, como tengo dicho las tengo en la mano para poder usarlas, y comúnmente se dice que las hemos estudiado y aprendido? Pues estas mismas cosas, si de cuando en cuando no se vuelven a repetir y repasar, de tal manera se hunden otra vez y se van como resbalando hasta los senos más profundos y escondidos, que es menester nuevamente irlas buscando y sacando de allí mismo (porque ellas no tienen otro lugar donde irse), como si fueran nuevas y nunca sabidas, y recogerlas y ponerlas juntas otra vez para que pueden saberse. Esto mismo da a entender la palabra latina cogitare, que significa pensar, pero en su raíz (que es cogo117, de donde sale el frecuentativo cogito) significa recoger y juntar; y así pensar es lo mismo que juntar y unir las especies que estaban en la memoria dispersas. Este verbo ya no se usa propiamente en la significación de juntar cualesquiera cosas que están dispersas en otra parte, sino solamente para significar las que se recogen y juntan en el alma, que propiamente en latín se dice cogitare, y en castellano pensar.
Capítulo XII
Del lugar que tienen en la memoria las ciencias matemáticas
19. Contiene también la memoria, además de lo referido, innumerables reglas, razones y leyes acerca de los números y dimensiones de la cantidad, que no las ha recibido ni adquirido por ninguno de los sentidos del cuerpo; por cuanto no son ellas de color alguno, ni suenan, ni huelen, ni se gustan, ni se palpan. Es verdad que cuando se habla o se disputa de ellas, oigo los sonidos de las voces o palabras con que estas mismas ciencias y sus leyes y reglas se significan, pero aquellos sonidos son una cosa y éstas cosa muy distinta. Porque aquéllas suenan de un modo en latín y de otro modo en griego, pero dichas ciencias ni son griegas ni latinas, ni de otro algún determinado idioma.
También es cierto que he visto por mis ojos aquellas líneas con que trazan los arquitectos sus obras, no obstante ser tan delicadas y sutiles como el hilo de la araña; pero aquéllas que yo tengo en mi interior son muy diferentes de éstas, pues no son imágenes de las líneas que me mostraron mis ojos; sólo conoce bien qué líneas son aquéllas el que, cuando las contempla y examina, prescinde de todo lo que es cuerpo.
Es no menos cierto que por medio de los sentidos de mi cuerpo han entrado en mi interior las imágenes de los números que exteriormente contamos, pero aquéllos con que contamos a esotros son muy distintos de éstos, y tampoco son imágenes de estos números y, por tanto, su ser es más constante y más cierto.
Capítulo XIII
Cómo la memoria es tan reflexiva que con ella nos acordamos de habernos acordado
20. Conservo todas estas cosas en mi memoria, como también los diferentes medios y modos con que las aprendí, lo propio que muchas objeciones y argumentos falsos que he visto proponer en las disputas contra estas verdades; y aunque las dichas objeciones son falsas, no lo es que me acuerdo de ellas, ni que hice discernimiento entre la verdad de aquellas tesis y la falsedad de estas objeciones, lo que tengo muy presente. Además de esto, veo en mi memoria que el discernimiento y juicio que ahora formo de estas cosas es diferente del que me acuerdo haber hecho antes, muchas veces que he pensado en ellas; también me acuerdo de que he entendido estas cosas diferentes veces, y que ahora las percibo y entiendo, lo guardo en mi memoria para acordarme después de que las entiendo ahora. Conque también recuerdo que me he acordado, y si después me acuerdo de que ahora he podido acordarme de estas cosas, sin duda que será un acto reflejo de la virtud o facultad de la memoria.
Capítulo XIV
Cómo también están en la memoria las afecciones o pasiones del ánimo
21. También las afecciones o pasiones del alma tienen su lugar en mi memoria, pero no están en ella de aquel modo como en el alma cuando las padece, sino de otro muy diverso, y según corresponde al oficio y facultad de la memoria. Porque sin sentir en mi alegría, me acuerdo de haber estado alegre, y sin estar triste, me acuerdo de la tristeza pasada; también sin sentir temor, me acuerdo de haber tenido alguna vez; y sin desear ni apetecer, me acuerdo de que antes he apetecido y deseado; algunas veces me acuerdo de lo que positivamente es contrario al afecto que entonces experimento, pues estando con alegría me acuerdo de mi tristeza pasada, y estando con tristeza suelo acordarme de mi pasada alegría.
No fuera esto tan digno de admirarse hablando de las pasiones del cuerpo, porque el alma, que es la que se acuerda, es muy distinta del cuerpo que las padecía. Y así no merece tanta admiración, que estando yo actualmente gozoso, me acuerdo de algún dolor pasado de mi cuerpo. Pero aquí es cosa que admira, porque también es alma la memoria, pues cuando encargamos a alguno que no olvide una cosa, solemos decirle: Mira que esto lo tengas en el alma; y cuando sucede olvidamos de algo, decimos: No estuvo en mi alma tal cosa o se me escapó del alma, llamando alma a la memoria.
Pues siendo esto así, ¿en qué consiste que, aun cuando actualmente esté alegre, si me acuerdo de mi tristeza pasada, mi alma tenga alegría y mi memoria tristeza, pero de tal modo que el alma real y verdaderamente está alegre, porque tiene en sí la alegría, y la memoria no está triste, aunque tiene en sí la tristeza?, ¿acaso puede decirse que la memoria no es parte del alma? ¿Quién puede decir tal cosa? De todo lo cual podemos inferir que la memoria, respecto del alma, es como el estómago respecto del cuerpo; y que la alegría y la tristeza son dos manjares, uno dulce y otro amargo; y así, cuando aquéllas se encomiendan a la memoria, es como cuando los manjares pasan al estómago, que allí se pueden guardar, pero no comunicar su sabor. Sería un pensamiento ridículo juzgar que en todo eran semejantes estas dos cosas, bien que tienen las dos alguna semejanza.
22. También es muy cierto que cuando digo que son cuatro las pasiones del alma: deseo, alegría, miedo y tristeza, todo lo que de ellas pueda discurrir y disputar, ya dividiendo cada uno de sus géneros en sus respectivas especies, ya dando a cada una sus propias definiciones, lo saco de mi memoria, pues allí encuentro lo que he de decir y de allí efectivamente saco todo lo que digo; pero no me siento movido de ninguna de estas pasiones cuando las recuerdo, las nombro y trato de ellas, siendo así que estaban en mi memoria aun antes que tratase o me acordase de ellas; porque estaban allí pude sacarlas a luz y recordarlas.
Tal vez podrá decirse que así como en los animales el manjar sale del estómago a la boca rumiándole, así estas cosas salen de nuestra memoria acordándonos de ellas. ¿Cómo, pues, en el pensamiento, que es la boca del alma, no se siente lo dulce de la alegría ni lo amargo de la tristeza, cuando se trata o se disputa de ellas, extrayéndolas así de la memoria? ¿Acaso es esto en lo que no tienen semejanza, pues ya hemos dicho que no la tienen en todo? A no haber esta distinción, ¿quién habría que voluntariamente nombrase tristeza o miedo si todas las veces que se hubiesen de nombrar estuviésemos precisados a tener y sentir miedo o tristeza? Es cierto que no hablaríamos de ellas, ni podríamos nombrarlas si no halláramos en nuestra memoria, no solamente las voces significativas de tales pasiones (las cuales se representan en las imágenes impresas en la memoria por los sentidos del cuerpo), sino también las nociones o ideas de las mismas cosas, las cuales por ninguna de las puertas del cuerpo entraron en la memoria, sino que sintiendo el alma y experimentando en sí misma sus pasiones, encomendó a la memoria sus ideas; o bien ella por sí misma, sin que se las entregasen, las tenía recogidas para sí.
Capítulo XV
Cómo también nos acordamos de las cosas que están ausentes
23. Pero ¿quién podrá fácilmente establecer si todo esto se hace por imágenes o no? Porque, si yo no nombro a la piedra, o nombro al Sol, cuando estas dos cosas no están presentes a mis sentidos, inmediatamente se presentan sus imágenes en mi memoria. Nombro algún dolor corporal, no estando presente el dolor, y nada me duele; y si su imagen no estuviera presente en mi memoria, no supiera lo que nombraba o decía, ni pudiera distinguir entre el dolor y el deleite. Nombro la salud del cuerpo hallándome bueno y sano; entonces es verdad que está presente la misma cosa nombrada, pero si su imagen no estuviera también en mi memoria, de ningún modo podría acordarme de lo que significa el sonido de esta palabra salud. Ni los enfermos, cuando se nombra la salud delante de ellos, entenderían lo que se había dicho si aquella misma imagen no se conservara en su memoria, aunque la misma cosa faltase de su cuerpo.
Nombro los números con que contamos y hallo que están en mi memoria, no las imágenes de los números, sino los números mismos. Nombro la imagen del Sol, la cual está presente en mi memoria; entonces ella misma es la que se me presenta cuando me acuerdo de ella nombrándola, porque no recuerdo ni nombro la imagen de esta imagen, sino ella misma. Finalmente, nombro a la memoria, y conozco lo que nombro. ¿Y dónde lo conozco sino en la misma memoria? ¿Acaso ella puede estar de algún modo más presente a sí misma por medio de su imagen, que inmediatamente por sí misma?
Capítulo XVI
Cómo también la memoria se acuerda del olvido
24. Pero ¿qué diremos que sucede cuando nombro el olvido, con conocimiento de lo que nombro? Porque no pudiera conocer bien el olvido sino acordándome de él. No hablo del sonido de esta palabra olvido, sino de la cosa significada, la cual, si yo la hubiera olvidado, es cierto que no pudiera saber lo que vale o significa aquella voz. Resulta, pues, que cuando hago mención de la memoria, la misma memoria inmediatamente por sí misma se ofrece y se presenta a sí misma; pero cuando menciono al olvido, se hacen presentes y se ofrecen luego la memoria y el olvido: la memoria, con la cual me acuerdo y menciono al olvido, y el olvido, que es la cosa de que me acuerdo y que menciono.
Pero ¿qué es el olvido sino una falta o privación de la memoria? ¿Y cómo esa privación de memoria está presente para que me acuerde de ella, si no es posible que me acuerde mientras subsista esa privación o falta de memoria? Siendo, pues, cierto que aquello de que nos acordamos lo tenemos en la memoria, y que si no nos acordásemos del olvido, no sería posible que entendiésemos lo que se significa con esta palabra olvido, cuando la oímos pronunciar, se infiere necesariamente que tenemos al olvido en la memoria.
No se pudiera inferir de aquí que, cuando nos acordamos del olvido, no está él por sí mismo en nuestra memoria, sino mediante su imagen que le representa; porque si fuera el mismo olvido el que allí se representa en su ser propio, no haría que nos acordásemos, sino todo lo contrario. ¿Y quién alcanzará perfectamente ni podrá comprender cómo esto sea?
25. Yo confieso, Señor, que hallo aquí bastante dificultad y la experimento en mí mismo, pues me cuesta mucho trabajo el entenderme a mí mismo. No intento ahora averiguar las regiones en que se divide el cielo, ni medir lo que distan entre sí los astros, ni entender el equilibrio de la tierra, sino saber lo que soy yo mismo; pues yo, según que soy alma, soy el que me acuerdo y tengo memoria. No es de admirar que no alcance ni llegue a entender todo aquello que se distingue de mí. Pero ¿qué cosa puede haber más cerca de mí que yo? Con todo eso no puedo acabar de entender lo que pasa en mi memoria, que es parte de mi ser, y sin ella no fuera todo lo que soy.
Pues ¿qué es lo que tengo de decir cuando me consta con certeza que yo mismo me acuerdo de mi olvido? ¿Por ventura he de decir que no está en mi memoria aquello de que me acuerdo, o bien que, para no olvidarme está el olvido en mi memoria? Lo uno y lo otro es un absurdo muy grande. Veamos, pues, lo tercero que antes insinué. ¿Cómo he de decir y asegurar por cierto que, cuando hago memoria del olvido, no es el olvido mismo, sino una imagen suya la que está y se presenta en mi memoria? ¿Cómo, pues, tengo de decir esto, cuando por otra parte sabemos que para imprimirse en la memoria la imagen de cualquier cosa es necesario que antes esté presente aquella cosa misma, de la cual pueda quedar la imagen impresa en la memoria? Porque así sucede para acordarme de la ciudad de Cartago, así me acuerdo de los lugares en que he estado, así de los rostros humanos que he visto y de las cosas que se dan a conocer por los demás sentidas, y así, finalmente, es como me acuerdo de la salud o del dolor del mismo cuerpo.
Cuando estas cosas estuvieron presentes, cogió de ellas la memoria unas imágenes que pudiese yo después mirar y tener presentes, y usar de ellas en lo interior de mi alma, cuando tuviese que acordarme de aquellas cosas, aunque ausentes. Luego, si el olvido, no por sí mismo, sino por medio de una imagen suya, se tiene en la memoria, es necesario que antes estuviese el mismo olvido presente, para que se quedase en la memoria su imagen. Cuando estaba presente el mismo olvido, ¿cómo podía delinear en mi memoria su imagen cuando aun aquello que encuentra ya delineado lo borra con su presencia el olvido? No obstante, de cualquier modo que esto suceda, y aunque este modo con que el olvido está presente a la memoria no pueda comprenderse ni explicarse, estoy muy cierto de que me acuerdo aun del mismo olvido, aunque él es el que quita de nuestra memoria las especies o imágenes que para acordarnos teníamos en ella.
Capítulo XVII
Que no obstante ser tan grande la capacidad y virtud de la memoria, es necesario, para hallar a Dios, subir más arriba de esta potencia
26. Grande y excelente potencia es la memoria. Su multiplicidad, Dios mío, tan profunda como inmensa, tiene un no sé qué que espanta; todo esto que es mi memoria lo es mi alma y lo soy también yo mismo. ¿Y qué soy yo, Dios mío?, ¿qué ser y naturaleza es la que tengo? Una naturaleza que se compone de varias y que vive con varios modos de vida, y que de varios modos es inmensa, como se ve en los espaciosos campos de mi memoria, en las innumerables y profundas cuevas y senos ocultísimos de que consta, que de innumerables modos están todos llenos de innumerables géneros de cosas, ya estén allí por medio de sus imágenes, como las cosas corpóreas; ya estén por sí mismas, como las artes y ciencias, ya por medio de no sé qué nociones y señales, como las afecciones o pasiones del alma, que las tiene la memoria aun cuando ya no las padece el alma; no obstante que todo cuanto está en la memoria está en el alma. Por todos estos campos, cavernas y senos de mi memoria corro y vuelo de una parte a otra, me insinúo y profundizo cuanto cedo, pero en parte alguna hallo el fin. Tan inmensa como esto es fuerza y virtud de la memoria; y tan grande y suma es la vivacidad humana, no obstante ser la vida del hombre mortal y perecedera.
Pues ¿qué me resta hacer? Decídmelo Vos, Dios mío, que sois mi vida constante y verdadera. Subiré más arriba de esta potencia de mi alma, que llamamos memoria: pasaré por ella subiendo más arriba para llegar a Vos, deliciosa luz de mi alma. ¿Qué me decís Vos, Señor? Ya veis que por los grados de mi alma voy subiendo hacia Vos, que sois superior a mí. Subiré, pues, más arriba de esta potencia que llamamos memoria, deseando tocar con mi conocimiento vuestro Ser, por donde puede tocarse, y unirme a Vos, por donde y como esta unión pueda conseguirse. También las bestias y las aves tienen su memoria, sin la cual no sabrían volverse á sus guaridas y nidos, ni hacer ni repetir otras muchas acciones a que están acostumbradas, porque ni aun pudieran acostumbrarse a cosa alguna si no tuvieran memoria.
Pasaré, pues, más arriba de mi memoria, para llegar a aquel Ser soberano que me hizo diferente de los brutos y me hizo más sabio que las aves del cielo. Más arriba de mi memoria he de subir; pero ¿dónde os hallaré, dulzura soberana, segura y verdadera?, ¿en donde os hallaré? Porque si os he de hallar más allá de mi memoria y fuera de ella, no me acordaré de Vos. Y si no me acuerdo de Vos, ¿cómo os he de hallar?
Capítulo XVIII
Cómo no pudiera hallarse una cosa perdida si no se conservara en la memoria
27. Aquella mujer del Evangelio que perdió la dracma y la buscó con una antorcha encendida, no hubiera podido hallarla si no la conservara en su memoria, porque después que la hubiese hallado, ¿cómo había de conocer si era aquélla la que buscaba, si no se acordara de ella? Recuerdo haber buscado y hallado muchas cosas que había perdido, y sé que las hallé porque si cuando buscaba alguna de ellas me decía alguno: ¿Es por ventura esto lo que buscas, o es acaso aquello?, yo siempre respondía: No es eso; hasta que se me presentase aquella misma cosa que buscaba. Si, pues, no me hubiese acordado de ella, ni tuviera en la memoria lo que era y cómo era aquella cosa, aunque la tuviera a la vista no la hallara, porque no la conociera. Esto mismo sucede siempre que buscamos y hallamos lo que antes hemos perdido.
Pero si alguna cosa se pierde respecto de nuestra vista, no respecto de nuestra memoria, como por ejemplo, cualquier cuerpo visible, entonces la imagen de aquella cosa se conserva interiormente y por ella se busca hasta que vuelve a presentarse a nuestra vista; cuando ya se ha hallado se reconoce si es o no aquella misma cosa que se buscaba, confrontándola con su imagen que estaba en la memoria. Por lo cual, ni decimos que hemos hallado lo perdido si no lo conocemos, ni podemos conocerlo si no nos acordamos de ello. Es verdad que esto solamente se había perdido respecto de nuestra vista, pero se conservaba en nuestra memoria.
Capítulo XIX
Cómo vuelve a acordarse la memoria de lo que había perdido ella misma
28. Pero ¿qué diremos cuando es la misma memoria la que ha perdido alguna cosa, como sucede cuando olvidamos algo y lo buscamos para acordarnos de ello? Porque últimamente, ¿dónde lo buscamos sino en la misma memoria? Y si buscándolo allí se nos ofrece y presenta una cosa por otra, la desechamos hasta que se nos ocurra lo que buscamos; entonces decimos inmediatamente: Esto es, helo aquí; lo que no diríamos si no la conociéramos, ni tampoco la conociéramos, si no nos acordáramos de ella. Pero es cierto que la teníamos antes olvidada, tal vez no del todo, sino en parte; con la que aún estaba en la memoria, buscábamos la otra parte que faltaba, porque sintiendo en sí la memoria que no tenía juntas y cabales todas las especies que ella acostumbraba usar y manejar a un mismo tiempo, como truncada y defectuosa en la costumbre que tenía, estaba pidiendo que se le reintegrase lo que la faltaba.
Semejante a esto es lo que sucede cuando vemos una persona conocida, o que sin verla se nos ofrece a la memoria, pero no nos podemos acordar de cómo se llama y nos ponemos a pensar en su nombre: cualquier nombre distinto que se nos ofrezca no se une bien con la idea que tenemos de aquella persona, porque no estamos acostumbrados a juntar aquella persona con aquel nombre; y por eso los desechamos todos, hasta que se nos presenta aquel que nuestro pensamiento acostumbraba juntar con aquella persona, y entonces descansa y cesa de buscarle, teniendo ya cabal y completa noticia de aquel nombre.
Pero este nombre olvidado que se nos recuerda, ¿de dónde viene o sale sino de la misma memoria? Porque, aun cuando alguno nos lo recuerde, de nuestra memoria proviene que le reconozcamos: no le oímos como un nombre nuevo, que entonces aprendamos, sino que nos acordamos del que habíamos oído otras veces; aprobamos que éste, que entonces se nos dice, es el nombre que aquella persona tiene, pero si enteramente se borra de la memoria, aunque otro nos lo quiera recordar, y nos sugiera aquel nombre, no nos acordamos de él absolutamente: no olvidamos enteramente lo que mediante el aviso de otro nos recuerda haberlo olvidado; es imposible que buscáramos una cosa que habíamos perdido si enteramente la hubiéramos olvidado.
Capítulo XX
Para desear la bienaventuranza, como todos los hombres la desean, es necesario que la conozcan
29. Supuesto lo que acabo de decir, ¿de qué medios me valgo para buscaros, Señor? Porque buscaros, Dios mío, es buscar mi felicidad y bienaventuranza: debo buscaros para que mi alma viva, porque Vos sois la vida de mi alma119, así como ella es la que da vida a mi cuerpo. ¿Cómo, pues, busco la vida bienaventurada? Porque ésta no la puedo conseguir hasta que me halle en tal estado que pueda y deba decir con verdad mi corazón: Esto me basta. Pues ¿cómo la busco? Acaso por medio de reminiscencia, que es lo mismo que volviéndome a acordar de ella, como cosa que tenía olvidada, pero acordándome todavía de que la había olvidado, o ¿es por medio de un deseo y apetito de saber una cosa para mí desconocida e ignorada, ya por no haberla sabido nunca, ya por haberla olvidado absolutamente? Pero esa vida bienaventurada, ¿no es la que todos quieren y que ninguno hay que absolutamente no la quiera? Pues, ¿dónde la han conocido para que así la quieran? ¿Dónde la han visto, pues, para amarla tanto?
Es que la tenemos dentro de nosotros mismos, aunque ignoramos cómo. También hay un cierto modo de tenerla, que hace verdaderamente bienaventurado a cualquiera que la tiene de aquel modo: otros hay que son bienaventurados por la esperanza de serlo. Es verdad que este modo de tener la bienaventuranza es muy inferior al otro con que la poseen los que real y verdaderamente son bienaventurados, pero no obstante, están mejor que aquellos otros primeros, que ni en la realidad ni en la esperanza son bienaventurados, los cuales no lo son de alguno de esos modos; de lo contrario no desearan tanto el ser bienaventurados como es certísimo que lo desean.
No sé cómo han llegado a conocer la bienaventuranza, de la cual tienen no sé qué noticia, que deseo averiguar si reside en la memoria, pues si residiese en ella, se inferiría de esto que en algún tiempo ya habíamos sido todos bienaventurados. No trato ni examino ahora si esto se debe entender de todos los hombres, y de cada uno en particular, o si la dicha bienaventuranza la tuvimos solamente en aquel hombre que pecó el primero, en el cual todos pecamos y morimos, y de quien todos nacimos cargados de miserias. Solamente quiero averiguar ahora si la idea y noticia que tenemos de bienaventuranza reside en nuestra memoria, porque no la amaríamos si no la conociéramos.
Oímos este nombre bienaventuranza y todos confesamos que amamos y apetecemos lo que aquella palabra significa, porque lo que nos deleita y enamora, no es el material sonido de aquella palabra, pues si un griego la oye nombrar en latín, no le mueve ni deleita aquella voz, porque suponemos que no entiende lo que significa, pero nosotros, que la entendemos, nos deleitamos y aficionamos a ella, como el griego también se aficionaría si la oyera nombrar en su propio idioma: la cosa significada en dicho nombre no es griega ni latina, pero griegos y latinos, y todos los hombres del mundo, de cualquiera nación que sean, suspiran por ella y desean alcanzarla. Luego de todos los hombres es conocida y a todos les es notoria, de modo que si pudiera preguntarse a todos de una vez, y con una misma voz, si querían ser bienaventurados, sin detenerse a pensarlo y sin dudar en ello, todos responderían que sí; esto no sucedería si no estuviera en su memoria la cosa que corresponde por significado a este nombre bienaventuranza.
Capítulo XXI
Del modo en que la bienaventuranza está en nuestra memoria
30. ¿Por ventura está en nuestra memoria la bienaventuranza así como lo está la ciudad de Cartago en la del que alguna vez la ha visto? No por cierto, porque la vida bienaventurada no se ve con los ojos, pues no es cuerpo. ¿Acaso la tenemos en nuestra memoria como tenemos los números? Tampoco es de este modo, porque el que tiene conocimiento de los números no desea ya ni solicita alcanzarlos.
¿Acaso nos acordamos de la bienaventuranza como nos sucede con la elocuencia? Tampoco, pues aunque al oír ese nombre, es cierto que se acuerdan de la elocuencia aun aquellos que no son elocuentes, y muchos que desean serlo (de donde se infiere claramente que tenían noticia y conocimiento de lo que es elocuencia), pero les ha venido esa noticia por los sentidos corporales, viendo u oyendo a otros que eran elocuentes, de lo que provino el aficionarse a la elocuencia y darse a conseguirla (aunque es verdad que, si no tu vieran interiormente noticia, no tendrían ese gusto y afición, y faltándoles la afición y el gusto a la elocuencia, tampoco tendrían deseo de alcanzarla); pero la vida bienaventurada no la hemos experimentado en hombre alguno por informe de los sentidos.
¿Será por ventura del modo con que nos acordamos de la alegría? Puede que sea así, porque así como estando triste puedo acordarme y me acuerdo de mi alegría pasada, así aunque esté en la mayor infelicidad y miseria puedo acordarme de la vida feliz y bienaventurada. Además de esto se parecen también en que tampoco ninguno de mis sentidos corporales percibe jamás mi gozo o alegría, pues ni la vi, ni la oí, ni la olí, ni la gusté, ni la palpé; solamente la sentí o experimenté en mi alma cuando tuve aquella alegría: su especie y noticia quedó impresa en mi memoria, para poder acordarme de dicha alegría, unas veces para aborrecerla y otras para desearla, según la diversidad de objetos de que recuerde haberme alegrado. Si ahora me acuerdo de alguna alegría que tuve causada de objetos torpes, la detesto y abomino; y si, por el contrario, me acuerdo de la que tuve nacida de cosas buenas y honestas, deseo volver a tenerla o continuarla, no obstante que acaso ya no existan ni estén presentes aquellas cosas u acciones, y por eso no me acompaña la tristeza cuando hago memoria de esta alegría pasada.
31. Pues ¿dónde y cuándo experimento yo mismo mi vida bienaventurada, para que me acuerde de ella, y la ame y la desee? Ni en esto soy yo solo, o tengo pocos que me acompañen, sino que todos deseamos ser bienaventurados, lo cual no apeteceríamos con una voluntad tan firme y determinada si no la conociéramos con certeza y no tuviéramos de ella cierta y segura noticia.
Pero ¿en qué consiste, que si a dos hombres se les preguntase si querían seguir la carrera de la milicia, es muy posible que el uno respondiera que sí y el otro que no, y que si a entrambos se les preguntase si querían ser bienaventurados, sea también muy posible que uno y otro respondiesen al punto y sin poner duda en ello que lo querían y estaban deseando, y que no por otro fin sino el de ser felices y bienaventurados tomaban dos partidos tan opuestos como querer el uno seguir la milicia y el otro no seguirla?
Tal vez porque unos hombres tienen su alegría y gozo en una cosa y otros la tienen en otra, por eso concuerdan todos en responder que quieren ser bienaventurados, como convendrían también si se les preguntase si querían vivir alegres y contentos, porque este mismo contento y alegría es lo que ellos llaman vida bienaventurada. Aunque esta alegría la consiguen unos por un camino y otros la alcanzan por otro, es uno mismo el fin a donde todos conspiran y desean llegar, que es a vivir alegres y contentos.
Ésta es una cosa tan común, que nadie puede decir con verdad que no la haya experimentado en sí mismo: por eso cuando se oye el nombre de la vida bienaventurada, se reconoce al instante por aquella especie de alegría que se halla en la memoria.
Capítulo XXII
En qué consista la vida bienaventurada, y dónde se ha de buscar
32. No quiera ni permita, Señor, vuestra misericordia, que en el corazón de este humilde siervo vuestro, que delante de Vos descubre los secretos de su alma, tenga entrada jamás ese vano pensamiento de juzgarme bienaventurado con cualquier género de gozo y alegría que haya tenido. Porque hay otro verdadero gozo que no se concede a los impíos y malos, sino solamente a aquéllos que os sirven voluntariamente, de los cuales Vos sois el gozo: ésa es la vida bienaventurada, una alegría ordenada a Vos, dimanada de Vos y poseída por amor de Vos; ésa misma es, y no hay otra verdadera. Aquéllos que juzgan que hay otra distinta de ésa, siguen otra muy diferente alegría, pero no esa misma que es la verdadera; y sólo alguna aparente semejanza de la verdadera alegría es la que siguen, y de la cual no se aparta su voluntad.
Capítulo XXIII
Prosigue explicando qué cosa sea la vida bienaventurada, y dónde se halla
33. Luego no es cierto que todos desean ser bienaventurados, porque aquéllos que no quieren la alegría que Vos comunicáis, que es la única vida bienaventurada, sin duda no quieren la que lo es cierta y verdadera, o bien deberá decirse que la quieren y desean todos, pero como la carne tiene unos deseos contrarios al espíritu, y éste los tiene también opuestos a la carne, no pudiendo uno y otro hacer lo que entrambos quieren, vienen a dar y caer en lo que pueden, y con ello se contentan; y es porque aquello que no pueden, no lo quieren tanto como es necesario para que lo puedan.
Si les pregunto a todos si quieren más gozar de esta alegría que proviene de la verdad, que de otra que provenga de la mentira, responderían todos que más quieren la alegría que nace de la verdad, y que desean ser felices y bienaventurados, porque la vida bienaventurada es alegría y gozo que nace de la verdad, que es lo mismo que decir, alegría que nace de Vos, que sois la verdad suma, mi luz, mi Dios, vida y salud de mi alma. Todos, pues, quieren esta vida bienaventurada; esta vida, digo, que únicamente es la bienaventurada, todos la quieren: todos, vuelvo a decir, quieren y desean el gozo y alegría de la verdad, pues aunque he tratado a muchos que quisieran engañar a otros, a ninguno he visto que deseara ser engañado.
¿Dónde, pues, conocieron esta vida bienaventurada, sino allí mismo donde también conocieron la verdad? A ésta la aman también, supuesto que no quieren ser engañados, y amando la vida bienaventurada, que no es otra cosa sino alegría de la verdad, han de amar precisamente también a ésta, y no pudieran amarla si no tuvieran alguna noticia de ella en su memoria.
¿Por qué, pues, no hacen de ella su gozo y alegría? ¿Por qué no son felices y bienaventurados? Porque la adhesión que tienen a otras cosas es más fuerte y eficaz para hacerlos miserables e infelices, que aquel leve y escaso conocimiento que tuvieron de la verdad para hacerlos felices y bienaventurados. Y esto nace de que todavía hay poca luz en los hombres: dense, pues, prisa a caminar adelante, para que no acaben de hallarse sin luz enteramente.
34. Amando todos la vida bienaventurada, que no es otra cosa sino la alegría que se tiene de la verdad, ¿por qué causa la verdad engendra odio en los hombres, y aun vuestro Hijo Jesucristo se hizo enemigo de ellos porque se la predicaba? La causa de esto no puede ser otra sino que de tal modo se ama la verdad, que aun aquéllos que aman otra cosa muy distinta quisieran que fuese la verdad aquello que aman; y como por otra parte no quieren ser engañados, tampoco quieren verse convencidos de que lo son. Así, pues, aquella misma cosa que tienen por verdad, y como a tal la aman, es el motivo de que aborrezcan la verdad. Aman la verdad en cuanto resplandece o ilumina, pero la aborrecen en cuanto los acusa y reprende, y como ellos no quieren ser engañados, pero quieren engañar a otros, aman la verdad cuando ella se descubre o manifiesta a sí misma, pero la aborrecen cuando los descubre o los manifiesta a ellos. Así, pues, la correspondencia que tendrían de la verdad será que a los que no quieren que los descubra y manifieste, los manifestará y descubrirá, aunque ellos no quieran, sin que la misma verdad se descubra y manifieste a ellos. Así es también puntualmente el espíritu del hombre que quiere ocultar su ceguedad, sus achaques, su fealdad, sus indecencias, y no quiere que a él se le oculte cosa alguna; pero sucede al contrario, que él queda descubierto para la verdad, y la verdad queda oculta para él; no obstante este estado de miseria en que se halla, más quiere gozar y alegrarse de bienes sólidos y verdaderos, que de aparentes y falsos. Luego será verdaderamente bienaventurado si, libre de toda molestia, no hallase ya alegría sino en la Verdad suprema, de quien participaron su verdad todas las otras cosas verdaderas.
Capítulo XXIV
Se alegra Agustín de haber hallado a Dios dentro de su memoria
35. Mirad, Señor, cuánto me he detenido recorriendo la anchurosa extensión de mi memoria, sólo para buscaros, y no he podido hallaros fuera de ella: no he hallado de Vos cosa alguna que no estuviese en mi memoria, desde el instante que tuve conocimiento de Vos, pues jamás os he olvidado desde que os he conocido. En donde hallé la verdad, allí mismo hallé a mi Dios, que es la Verdad misma, que nunca olvidé desde que la conocí. Y así, Dios mío, desde que tuve conocimiento de Vos permanecéis en mi memoria, y en ella misma os hallo cuando hago mención de Vos, y me deleito en Vos. Éstas son mis santas delicias, que os habéis dignado concededme por vuestra misericordia, atendiendo a mi pobreza.
Capítulo XXV
En qué grado de la memoria se halla a Dios
36. Pero ¿en qué parte de mi memoria estáis, Señor?, ¿qué lugar tenéis en ella?, ¿cuál es la morada que habéis fabricado para Vos allí?, ¿cuál es el santuario que en ella edificasteis para Vos? Vos, Señor, concedisteis a mi memoria la honrosa dignidad de que Vos estéis y permanezcáis en ella, pero lo que ahora considero es en qué parte de mi memoria estáis. Porque, para acordarme de Vos, subí, como tengo dicho120, más arriba de todos aquellos grados en que mi memoria conviene con la de los irracionales, porque no os hallaba en aquella parte de mi memoria donde están las imágenes de las cosas corpóreas. Subí, pues, a otro grado superior de mi memoria, donde tengo depositadas las afecciones o pasiones de mi alma, y tampoco allí os hallé. Pasé más adelante y entré a buscaros en el mismo seno donde reside mi alma, que es el lugar que ella tiene para sí dentro de mi memoria, porque también mi alma se acuerda de sí misma, y tampoco Vos estabais en aquel seno, porque así como Vos no sois alguna imagen corpórea, ni pasión o afección alguna de las que suele en sí experimentar el alma, como sucede cuando nos alegramos, nos entristecemos, deseamos, tememos, nos acordamos, nos olvidamos, y todas las otras afecciones semejantes, así tampoco sois lo que es nuestra alma, sino una sustancia muy distinta y superior a ella, como que sois el Señor y Dios de mi alma, fuera de que todas estas cosas que he dicho, son varias y mudables, y Vos permanecéis sobre todo lo creado eternamente invariable, y sin poder padecer variedad ni mutación alguna; pero no obstante, desde que os conocí os habéis dignado habitar en mi memoria.
Mas ¿para qué ando buscando el lugar propio que tenéis en ella, como si allí hubiera lugares distintos o separados? Vos ciertamente estáis de asiento en ella, porque yo me acuerdo de Vos desde que os conocí, y os hallo en mi memoria cuando me acuerdo de Vos.
Capítulo XXVI
Dónde se halla a Dios
37. Pero ¿dónde os hallé para poder conoceros? Porque antes que os conociera no estabais en mi memoria. ¿Dónde, pues, os hallé para conoceros, sino en Vos mismo y más arriba de mí? Pero de ningún modo hay en esto espacios ni lugares y, no obstante eso, es verdad que ya nos apartamos de Vos, ya nos acercamos a Vos, sin que en esto intervenga algún lugar. En todas partes estáis, Verdad eterna, presidiendo a todos los que os consultan y se aconsejan de Vos, y a todos les respondéis a un tiempo, aunque os pregunten cosas muy diferentes. Bien claramente les respondéis a todas, pero no todos oyen vuestras respuestas claramente. Todos os consultan y preguntan su inclinación y voluntad, pero no a todos respondéis conforme a su voluntad e inclinación. El mejor de todos vuestros siervos es aquél que no atiende tanto a oír de Vos lo que él desea y quiere, como a querer y ejecutar lo que de Vos oyere.
Capítulo XXVII
Cómo la hermosura de Dios arrebata hacia sí al hombre
38. Tarde os amé, Dios mío, hermosura tan antigua y tan nueva; tarde os amé. Vos estabais dentro de mi alma y yo distraído fuera, y allí mismo os buscaba; y perdiendo la hermosura de mi alma, me dejaba llevar de estas hermosas criaturas exteriores que Vos habéis creado. De lo que infiero que Vos estabais conmigo y yo no estaba con Vos; y me alejaban y tenían muy apartado de Vos aquellas mismas cosas que no tuvieran ser si no estuvieran en Vos. Pero Vos me llamasteis y disteis tales voces a mi alma, que cedió a vuestras voces mi sordera. Brilló tanto vuestra luz, fue tan grande vuestro resplandor, que ahuyentó mi ceguedad. Hicisteis que llegase hasta mí vuestra fragancia, y tomando aliento respiré con ella, y suspiro y anhelo ya por Vos. Me disteis a gustar vuestra dulzura, y ha excitado en mi alma un hambre y sed muy viva. En fin, Señor, me tocasteis y me encendí en deseos de abrazaros.
Capítulo XXVIII
De las miserias de esta vida
39. Cuando total y perfectamente esté yo unido a Vos no habrá ya para mí de ningún modo trabajo ni dolor alguno, y mi vida será totalmente viva, porque toda estará llena de Vos. Pero ahora me soy gravoso a mí mismo, porque no estoy lleno de Vos, pues a los que Vos llenáis, les quitáis su pesadez.
Mis pasadas alegrías dignas de llorarse, luchan con mis presentes tristezas dignas de alegría; y no sé en esta lucha quién lleva la victoria. ¡Ay de mí, Señor, tened misericordia de mí! Batallan, digo, mis tristezas malas con mis alegrías buenas y no sé quién saldrá con la victoria. ¡Ay de mí, Señor, tened misericordia de mí! Mirad, Señor, que no oculto mis llagas. Vos sois el médico, yo soy el enfermo: Vos sois misericordioso, yo lleno de miseria. ¿Por ventura podréis Vos olvidar que la vida del hombre sobre la tierra es una tentación continua?
¿Quién hay que ame las molestias y trabajos? Vos, Señor, mandáis que las suframos, no que las amemos. Ninguno ama aquello que sufre y tolera, aunque tenga amor a tolerarlo y sufrirlo. Pues aunque alguno se alegre de que tolera y sufre, pero no obstante, más quiere que no haya que sufrir y tolerar. Cuando padezco cosas adversas, deseo las prósperas, y cuando estoy en posesión de las prósperas, estoy temiendo las adversas. ¿Qué medio puede hallarse entre estos dos contrarios, donde la vida humana deje de ser probada y combatida de semejantes afectos? Arriesgadas son las prosperidades del siglo de una y dos maneras: ya por el temor de la adversidad, ya por la corrupción de la alegría. Arriesgadas son también las adversidades del siglo de una, dos y tres maneras: ya por el deseo de la prosperidad, ya porque la adversidad misma es áspera y penosa, ya porque en ella peligra la paciencia. Pues siendo esto así, ¿cómo podrá dudarse que la vida del hombre sobre la tierra sea una tentación continuada sin intermisión alguna?
Capítulo XXIX
Que toda nuestra esperanza ha de ponerse en Dios
40. Toda mi esperanza, Dios y Señor mío, se funda únicamente en vuestra grandísima misericordia. Dadme lo que me mandáis y mandadme lo que quisiereis. Nos mandasteis ser continentes121, pero yo sé, dice el Sabio, que ninguno puede serlo, si Dios no le concede esta virtud, y también es un don de la Sabiduría increada el conocer de quién proviene esta dádiva. Porque la continencia es la virtud que nos reúne y nos reduce a ser una cosa sola, de cuya unidad habíamos degenerado haciéndonos de uno muchos y dividiendo nuestro corazón en multitud de cosas; y menos, Señor, os ama el que juntamente con Vos ama alguna otra cosa, que no la ama por Vos. ¡Oh amor, que siempre ardéis y nunca os apagáis! ¡Oh Dios mío, caridad infinita, encended mi corazón! Nos mandáis la templanza o continencia, pues122 dadnos lo que mandáis y mandad lo que queréis.
Capítulo XXX
Confiesa Agustín el estado en que se hallaba en orden a las tentaciones libidinosas
41. Vos, Señor, me mandáis que reprima la concupiscencia de la carne, la de los ojos y la ambición de los honores mundanos. Mandasteis que me abstuviese del acceso carnal, y aun me aconsejasteis otra mejor y más perfecta continencia que la que es propia del matrimonio y que Vos habéis permitido. Vos mismo me lo concedisteis, y se efectuó en mí eso que me aconsejasteis, aun antes de que yo fuese ordenado y hecho ministro y dispensador de vuestros Sacramentos. Pero aún viven en mi memoria (de la cual he hablado tan largamente) las imágenes de aquellas cosas torpes que mi mala costumbre dejó estampadas en ella, las cuales se me presentan, ya cuando estoy despierto, ya cuando dormido: cuando despierto se me ofrecen como flacas y sin fuerzas, pero entre sueños llegan no sólo a causar deleite, sino también una especie de consentimiento y obra, que son muy semejantes a la obra y consentimiento verdaderos. Puede tanto en mi alma y en mi cuerpo aquella ilusión y engaño causado por las dichas imágenes, que me persuaden e inducen dormido aquellas visiones falsas a lo que no me indujeran ni persuadieran despierto los mismos objetos reales y verdaderos. ¿Por ventura, Dios y Señor, no soy yo el mismo entonces que cuando estoy despierto? Pues ¿cómo me diferencio tanto de mí mismo, desde el punto en que paso de despierto a dormido, hasta que vuelvo a pasar de dormido a despierto?
¿Dónde está entonces mi razón y entendimiento, que estando en vela resiste a semejantes sugestiones con tal fuerza que, aunque las mismas cosas reales y verdaderas se me pongan delante, no bastan a conmoverme?, ¿acaso se cierra también la razón al mismo tiempo que se cierran los ojos para dormir?, ¿acaso ella se duerme juntamente con los sentidos del cuerpo? Además, ¿en qué consiste que muchas veces aun entre sueños resistimos también a semejantes sugestiones, y acordándonos de nuestro propósito en orden a la castidad, perseveramos firmemente en él, y no damos consentimiento alguno a tales deleites halagüeños y engañosos? Con todo, hay en esto tan grande diferencia de nosotros a nosotros mismos, que cuando en el sueño ha sucedido al contrario, en despertando volvemos a tener quieta y sin remordimientos la conciencia; y en esta misma diferencia conocemos que no hicimos nosotros aquello que entre sueños se ejecutó en nosotros y, fuese como fuese, lo sentimos y desaprobamos.
42. ¿Por ventura, Dios mío todopoderoso, no tiene fuerza y poder vuestra divina mano para curar perfectamente todas las enfermedades de mi alma y apagar también con vuestra gracia más especial y activa los movimientos impuros que padezco en sueños? Yo espero, Señor, que aumentaréis más y más en mí vuestras gracias y dones, para que mi alma, libre y enteramente desprendida de la pegajosa liga de toda concupiscencia, pueda seguir sin estorbo los movimientos y afectos que me llevan hacia Vos, y no sea rebelde a sí misma; antes bien, aun entre sueños, no solamente quede libre de ejecutar aquellas torpezas de corrupción que en fuerza de las imágenes animales llegan a hacer su propio efecto en la carne, sino que también esté muy lejos de consentirlas. Respecto de un Dios omnipotente, que podéis hacer mucho más de lo que nosotros podemos pedir ni pensar, no sería cosa muy grande ni dificultosa el hacer que atendido no sólo este método de vida que sigo, sino también esta edad que tengo, ninguna de aquellas impurezas haga en mi alma entre sueños la más leve impresión contraria a la castidad, que también con la más leve atención pudiera estorbarse o reprimirse.
Pero el estado en que me hallo por ahora en cuanto a este género de mal ya lo he confesado a Vos, Dios y todo mi bien, alegrándome (aunque con algún temor todavía) por el bien que ya me habéis concedido, llorando por lo que aún me falta y esperando que Vos perfeccionéis los buenos efectos que han obrado ya en mí vuestras misericordias, hasta concederme aquella paz cumplida y perfecta que ha de haber con todas las potencias y sentidos de mi alma y de mi cuerpo, cuando se verifique que la muerte quede tan cumplidamente vencida, que toda su guerra se mude en victoria.
Capítulo XXXI
Del estado en que se hallaba en orden a las tentaciones de la gula
43. También el día nos ocasiona otro mal y daño, ¡y ojalá que éste fuera único y solo! Porque todos los días reparamos por la comida y bebida las ruinas que cotidianamente padecen nuestros cuerpos, hasta que llegue el día en que Vos destruyáis, no sólo las viandas, sino también al estómago que las destruye a ellas, que será cuando matéis mi hambre y necesidad enteramente con aquella soberana hartura y vistáis a este corruptible cuerpo de una incorruptibilidad perpetua y sempiterna. Pero al presente esta hambre y necesidad me es suave y deliciosa, y tengo que pelear contra este mismo deleite y suavidad, para no dejarme prender y cautivar de ella: esta guerra es cotidiana en los ayunos, pues ayunando con frecuencia para reducir mi cuerpo a la sujeción y servidumbre, sucede que esa misma molestia del ayuno hace después más agradable y deleitoso el alimento.
El hambre y la sed son ciertos dolores que incomodan, abrasan y consumen como una calentura, y causarían la muerte a cualquiera, si no se les socorriese con la medicina de los alimentos; como ésta la tenemos tan a mano, por la abundancia de vuestros dones, con los cuales hacéis que la tierra, el mar, el cielo contribuyan y sirvan a nuestra necesidad y dolencia, esta especie de trabajo y calamidad se llama ya gusto y regalo.
44. Vos, Señor, me habéis enseñado que debo usar de los alimentos del mismo modo que de los medicamentos, pero cuando he de pasar desde la molestia que ha causado en mí el hambre y necesidad a la quietud que causa la refacción, en este mismo paso tiene armados contra mí sus lazos el apetito. Porque este mismo pasar desde el hambre al alimento es deleite y gusto, y no hay otro medio por donde pasar a aquel extremo, al cual nos obliga la necesidad a que pasemos. Y siendo la salud la causa motiva de que comamos y bebamos, se le junta como criada o sierva la delectación peligrosa, y muchas veces quiere ella ir delante como principal, para que se haga por causa de la delectación lo que digo que hago o quiero hacer por conservar mi salud. Pero no tiene la una la moderación que tiene la otra, pues lo que para la salud es bastante es poco para el deleite. Muchas veces no se sabe con certeza si es el cuidado necesario de nuestro cuerpo el que pide el manjar para su socorro, o si es el deleitoso engaño de nuestro apetito el que lo solicita, aunque superfluo: la pobre infeliz alma se alegra con esta incertidumbre, y en ella misma tiene preparada o su defensa o su excusa, alegrándose de no saber con certeza cuánto sea lo bastante para el régimen y conservación de la salud, para que ésta sirva de pretexto, cuando realmente es cumplir el deleite y apetito.
Éstas son tentaciones cotidianas que procuro resistir todos los días, e invoco vuestra mano poderosa para que me saque a salvo: os refiero las dudas y congojas de mi alma, porque no sé todavía lo que debo practicar en esta materia.
45. Oigo la voz de mi Dios que me impone este precepto: No se agraven ni entorpezcan vuestros corazones con los manjares ni con la embriaguez. El exceso del vino o la embriaguez está bien lejos de mí, y espero que me concederá vuestra misericordia que no se me acerque nunca. Por lo que toca al exceso en la comida, alguna vez, sin advertirlo, se me ha insinuado; Vos, Señor, usaréis conmigo de vuestra misericordia para que se aleje de mí todo lo que fuere exceso, porque ninguno puede tener templanza si Vos mismo no se la concedéis.
Muchas gracias y beneficios nos concedéis, porque os lo suplicamos: todo el bien que había en nosotros antes que os suplicásemos, de vuestra mano, Señor, lo habíamos recibido, y este mismo conocimiento también es dádiva vuestra. Es cierto que yo nunca fui apasionado por el vino, pero he conocido a algunos que, siendo antes muy dados al vino, Vos los hicisteis sobrios y templados: luego Vos también hicisteis que no fuesen destemplados en el beber vino los que nunca lo fueron, así como hicisteis que no lo fueran siempre aquéllos que antes lo habían sido; Vos también hicisteis que los unos y los otros reconozcan quién fue el autor de aquel bien que se les hizo.
También, Señor, tengo oída aquella palabra vuestra, en que decís: No sigas tus apetitos y apártate de tu propia voluntad. También oí por gracia vuestra otra palabra que fue muy de mi gusto, en que decís: Ni porque comamos tendremos de sobra, ni porque no comamos tendremos escasez. Que es lo mismo que decir: Ni lo uno me hará rico, ni lo otro me hará pobre. Otra voz oí también vuestra, en que decís: He aprendido a contentarme con cualquier estado en que me halle: sé vivir con abundancia y sé padecer pobreza. Todo lo puedo en Aquél que me conforma.
El que dijo esto es un soldado de la milicia del cielo, que ya no es polvo y ceniza como nosotros. Acordaos, pues, Señor, de que somos polvo, y que del polvo formasteis al hombre, y que habiéndose perdido, Vos le volvisteis a hallar. Ni el mismo que habló aquella sentencia, inspirado de Vos (que porque hablaba así, me aficioné yo a él), podía cosa alguna por sí mismo, porque él también era polvo. Todo lo puedo, dice, pero lo puedo en Aquél que me conforta. Confortadme a mí, Señor, para que yo lo pueda todo como él. Dadme lo que mandáis y mandadme cuanto queráis. El Apóstol que decía esto reconoce y confiesa que cuanto tenía lo había recibido de Vos: y así cuando él se gloríe, se gloríe en el Señor.
Por otra parte oigo también al Sabio, que deseando conseguir este beneficio, os lo pide a Vos, diciendo: Apartad, Señor, de mí los destemplados deseos de comer y de beber. De donde se infiere, santísimo Dios mío, que cuando cumplimos vuestros mandamientos, Vos sois el que nos dais la gracia de cumplirlos.
46. Vos, Padre amabilísimo, me habéis enseñado que, para los que son puros y limpios, todos los manjares son puros y limpios, pero que sería malo para el hombre comer de cualquier cosa con escándalo de otros; que todas vuestras criaturas son buenas, y nada se debe desechar para alimento, siendo cosa que se pueda comer con acción de gracias: que no es la comida la que nos hace recomendables en vuestra presencia; que ninguno debe juzgar a su prójimo por la especie de manjar o bebida que toma; finalmente, que aquél que come de todo, no haga desprecio del que no come lo que él, y el que no come de todo, no juzgue ni condene al otro que usa de todo manjar indiferentemente.
De Vos, Señor, he aprendido todas estas doctrinas: por lo cual os alabo y doy repetidas gracias a Vos, Dios mío y Maestro mío, que, además de haberos dignado hacer que oyese vuestras palabras, ilustrasteis mi corazón para entenderlas. Libradme también de todas las tentaciones a que me veis expuesto.
Lo que yo temo no es la inmundicia del manjar, sino la del apetito. Sé que Vos disteis licencia a Noé, para que comiese de toda especie de animales que tuviesen carnes saludables y buenas; que Elías también se alimentó de carne; que San Juan Bautista, que practicó una abstinencia admirable, no incurrió en inmundicia ni manchó su alma por alimentarse de unos animalejos tan viles como son las langostas. Sé, por el contrario, que Esaú fue engañado por el destemplado apetito que tuvo de comer unas lentejas; que David se reprendió a sí mismo por el deseo que tuvo de beber un poco de agua, y que el demonio, queriendo tentar a nuestro Rey y Señor, no le propuso que comiese carne, sino, que comiese pan. Y finalmente, el pueblo de Israel, a quien Vos mismo guiabais por el desierto, si mereció ser sorprendido y reprobado, no fue porque deseó alimentarse de carne, sino porque llevado del deseo de este manjar, se quejó y murmuró de su Dios y Señor.
47. Yo me hallo en medio de estas tentaciones, y todos los días tengo que pelear contra el apetito de comer y beber; esta materia no podía determinarme a dejarla enteramente de una vez, y no volver jamás a usarla, como lo pude hacer con el deleite carnal: así, pues, las riendas del apetito de comer y beber se han de gobernar de modo que ni se aflojen mucho ni se tiren demasiado. Pero, Señor, ¿quién será aquél que nunca exceda los precisos límites de la necesidad? Cualquiera que sea, ciertamente, es un hombre grande, y os debe dar gracias y engrandecer por ello vuestro nombre. Yo ciertamente no soy tal, porque sólo soy un hombre pecador, aunque también alabo y engrandezco vuestro nombre, y sé que aquel Señor que triunfó del mundo os pide incesantemente el perdón de mis pecados, contándome entre los miembros débiles y flacos de su cuerpo místico, porque vuestros ojos los ven, aunque sean imperfectos, y a todos los tenéis escritos en vuestro Libro.
Capítulo XXXII
Del estado en que se hallaba en orden a las tentaciones de los olores y fragancias tocantes al olfato
48. Del atractivo de los olores no se me da tanto, ni estoy tan cuidadoso. Cuando no los tengo presentes a mi olfato, no los pretendo ni busco, ni tampoco cuando se me presentan los desecho, pero me hallo en disposición de carecer de ellos para siempre. Así me lo parece, y puede ser que yo me engañe.
También son dignas de llorarse las tinieblas de nuestra ignorancia, en las cuales aún no alcanzo a ver hasta dónde puede o no puede extenderse mi facultad. De modo que preguntándose mi alma a sí misma para saber sus propias facultades y fuerzas, juzga que no debe creer con facilidad el informe que ella misma dé sobre este punto, porque aun el poder y fuerzas que verdaderamente tiene están por lo común tan ocultas, que sólo la experiencia puede manifestarlas.
Por eso en esta vida, que la Escritura llama tentación, ninguno debe estar seguro de si aquél que pudo hacerse de malo bueno, podrá o no hacerse también de bueno malo. Nuestra única esperanza, nuestra única seguridad y la que únicamente podemos prometernos con firmeza, es vuestra misericordia.
Capítulo XXXIII
Del estado en que se hallaba en orden a los deleites tocantes al oído
49. Más fuertemente me habían aprisionado y sujetado los deleites tocantes al oído, pero Vos, Señor, me desatasteis otra vez y disteis libertad. Pero al presente, cuando oigo en vuestra iglesia aquellos tonos y cánticos animados de vuestras palabras, confieso que, si se cantan con suavidad, destreza y melodía, algún poco me aficionan; no tanto que me sujeten y detengan, sino de modo que los pueda dejar fácilmente cuando quiera. No obstante, aquellos tonos acompañados de las sentencias que les sirven de alma y les dan vida, para haber de ser admitidos dentro de mi corazón solicitan en él algún lugar honroso y distinguido, y apenas yo les doy el que les corresponde. Porque algunas veces me parece que doy más honra a aquellos tonos y voces de la que debía, por cuanto juzgo que aquellas palabras de la Sagrada Escritura más religiosa y fervorosamente excitan nuestras almas a piedad y devoción cantándose con aquella destreza y suavidad, que si se cantaran de otro modo, y que todos los afectos de nuestra alma tienen respectivamente sus correspondencias con el tono de la voz y canto, con cuya oculta especie de familiaridad se excitan y despiertan. Pero me engaña muchas veces el deleite de los sentidos, al cual no debiera entregarse el alma de modo que se debilite y enflaquezca, cuando el sentido no acompaña a la razón, de modo que se contenta con irla siguiendo, sino que habiendo sido admitido por amor y causa de ella, ya quiere adelantarse a la razón y procura ser su guía. Así peco en estas cosas sin conocerlo, pero después lo conozco.
50. También algunas veces cautelándome demasiadamente de este engaño doy en el extremo contrario, errando en esto por exceso de severidad; algunas veces llega a ser tan grande este exceso de mi severidad, que quisiera apartar de mis oídos, y aun de toda la iglesia, todo género de melodía y suavidad de tonos con que todos los días cantan los salmos de David, pareciéndome entonces más seguro lo que me acuerdo haber oído contar de Atanasio, obispo de Alejandría, que tenía mandado al cantor de los Salmos que los cantase con tan baja y poca voz, que más pareciese rezarlos que cantarlos.
No obstante, cuando me acuerdo de aquellas lágrimas que derramé oyendo los cánticos de vuestra Iglesia, muy a los principios de haber recuperado mi fe, y contemplando que ahora mismo siento moverme, no con los tonos y la canturía, sino con las palabras y cosas que se cantan, cuando esto se ejecuta con una voz clara, y con el tono que les sea más propio y conveniente, vuelvo a reconocer que esta práctica y costumbre de la Iglesia es muy provechosa y de grande utilidad. Así estoy vacilando entre el daño que del deleite de oír cantar puede seguirse y la utilidad que por la experiencia sé que puede sacarse; y más me inclino (sin dar en esto sentencia irrevocable ni definitiva) a aprobar la costumbre de cantar, introducida en la Iglesia, para que por medio del aquel gusto y placer que reciben los oídos, el ánimo más débil y flaco se excite y aficione a la piedad. Esto no quita que yo conozca y confiese que peco y que merezca castigo, cuando me sucede que el tono y canto me mueve más que las cosas que se cantan, y entonces más quisiera no oír cantar. Ve aquí el estado en que me hallo al presente en cuanto a esto.
Llorad conmigo, y llorad por mí todos los que dentro de vuestros corazones tratáis algo de espíritu y de virtud, de donde proceden las obras exteriores, porque a los demás que no tratáis de esto, tampoco os moverá la situación y estado en que me hallo.
Pero Vos, Señor y Dios mío, oídme, miradme, vedme, apiadaos de mí y sanadme Vos, a cuyos ojos son patentes las dudas y congojas con que lidio, y esto mismo es la dolencia que padezco.
Capítulo XXXIV
De cómo se hallaba en cuanto a los deleites de la vista
51. Lo que me falta es hablar del deleite que corresponde a mis ojos corporales, el cual también es materia de estas Confesiones, que hago de tal modo que lleguen a los oídos de mis hermanos piadosos, en que Vos habitáis como en templo vuestro, con lo cual acabaré de referir las tentaciones que pertenecen a la concupiscencia de la carne, y que todavía me incitan mientras gimo en esta cárcel de mi cuerpo, suspirando por la mansión celestial, en que se debe dar al cuerpo y al alma la vestidura de gloria.
Los ojos tienen su deleite en ver objetos hermosos y varios, y colores lustrosos y risueños. Pero nada de esto merece los afectos de mi alma, que debe ocuparla toda y poseerla toda Dios, que hizo estas criaturas, y aunque a todas las hizo sumamente buenas, pero no lo son ellas, mi soberano Bien, sino el que las hizo a ellas. Estos objetos visibles en todos los instantes del día se presentan a mis ojos mientras que estoy despierto, sin que cesen nunca de presentarse a la vista, como sucede con las voces respecto del oído, que no siempre está oyendo cantar, y hay ocasiones en que cesa toda voz y ruido, como sucede cuando todo está en silencio; pero esto no sucede así respecto de los ojos, porque en cualquier paraje donde esté durante el día, la misma luz, reina de colores, bañando con sus rayos todas las cosas visibles, sin que yo la atienda, y aunque esté pensando en otra cosa muy diferente, se me comunica y se me insinúa de muchos modos y muy halagüeños a la vista; tanta es la vehemencia con que se insinúa y comunica, que si repentinamente se nos quitase la luz, tendríamos que buscarla con gran deseo de que se nos volviese y, si durase por largo tiempo su ausencia, nuestra misma alma se contristaría.
52. ¡Oh luz, aquella que veía Tobías cuando cerrados los ojos corporales enseñaba a su hijo el camino de la vida, yendo delante de él en las obras de caridad que hacía, sin errar en tales pasos el camino ni extraviarse nunca! ¡Oh luz, aquélla que veía Isaac, cuando ya la vejez le tenía oscurecidos y cerrados los ojos corporales, y sin conocer los hijos a quienes bendecía, mereció conocerlos en las bendiciones que les aplicaba! ¡Oh luz, que veía Jacob, cuando ciego también por la mucha edad, pero ilustrado interiormente, conoció que sus hijos habían de ser cabezas de las doce tribus que formarían en lo venidero el escogido pueblo de Israel, y en atención a este conocimiento, cruzó las manos misteriosamente al tiempo de imponerlas sobre sus dos nietos126, hijos de José, gobernándose al trocarlas, no por lo que el padre de ellos le dictaba, sino por lo que él mismo en su interior conocía! Esta luz sí que es la verdadera, ésta es única y sola, y todos los que la ven y aman son una cosa misma.
Pero esta luz material de que iba hablando, con una dulzura tan atractiva como peligrosa, hace gustosa y sazonada la vida de este mundo a sus ciegos amadores; pero aquéllos que de esa misma luz saber tomar motivo de alabaros, Dios mío y creador de todas las cosas, la hacen servir a vuestros himnos y alabanzas, y no se dejan dominar del letargo que causa en los primeros el atractivo de sus dulzuras.
Yo quiero ser del número de estos últimos, por esto resisto a los engaños que me pueden ocasionar mis ojos, para que mis pies no caigan en algunos lazos que me impidan seguir las sendas de vuestra justicia, por donde he comenzado a caminar; levanto hacia Vos los ojos invisibles de mi alma, para que Vos saquéis libres mis pies de aquellos lazos, y con efecto, Vos me los desenredáis, porque efectivamente dan mis pies en ellos. Como me sucede muchas veces, caigo en las asechanzas que me están armadas por todas partes; Vos, Señor, no cesáis de desenredarme y libertarme de ellas, porque Vos, que estáis guardando a Israel, no os dormís y dormitáis.
53. ¡Cuán innumerables son los alicientes que nuevamente han añadido los hombres para atraer y captar más bien la atención de nuestros ojos, con una infinidad de artificiosos tejidos, en varias modas de vestidos, de calzados, de vasos y otros utensilios, y de toda suerte de adornos y curiosidades hechas de mil maneras, y también por medio de pinturas y otros diversos modos de hacer figuras y retratos, pasando con unas de estas cosas mucho más allá de lo que pedía la necesidad de usar de ellas, excediendo mucho con otras los límites de la moderación y abusando notablemente de las últimas, de las cuales había de usarse únicamente para representaciones piadosas! De modo que aman y siguen las obras exteriores que ellos mismos hacen y abandonan en su interior al que los hizo a ellos y deshacen la imagen que hizo de ellos.
Pero yo, Dios mío y gloria mía, aun de estas cosas saco nuevos motivos de cantaros alabanzas y hago sacrificio de ellas a quien me santifica, porque sé muy bien que todas las hermosas ideas que desde la mente y alma de los artífices han pasado a comunicarse a las obras exteriores, que labran y fabrican sus manos artificiosas, dimanan y provienen de aquella soberana hermosura que es superior a todas las almas, y por la que mi alma continuamente suspira de día y de noche. Los mismos artífices que fabrican y aman estas obras tan delicadas y hermosas, toman y reciben de aquella hermosura suprema el buen gusto, idea y traza de formarlas, pero no aprenden ni toman de allí el modo con que debieran usar de ellas. No le ven, aunque también está allí este modo justo, para que no tengan que ir a buscarle más lejos y para que ordenen a Vos todas las fuerzas de su habilidad e ingenio, y no las malgasten y disipen en deleites fatigosos.
Yo mismo, hablando ahora de estas cosas, y mostrando tener conocimiento de ellas, también parece que detengo el paso, como enredado en estas hermosuras; pero Vos, Señor, me desprendéis de estos lazos, Vos me sacáis libre de ellos, porque siempre miro a vuestra misericordia y la tengo delante de mis ojos. Confieso que también caigo en el lazo de estas cosas con mi fragilidad y miseria; pero Vos me sacáis de él con vuestra misericordia, unas veces sin que yo lo conozca ni lo advierta, porque fue poco a poco y muy leve la caída, y otras veces me libráis de modo que sienta algún dolor, porque ya mi corazón estaba adherido a alguna cosa y tenía algún apego a ella.
Capítulo XXXV
De cómo se hallaba en orden al segundo género de tentación, que es el de la curiosidad
54. A todas éstas es preciso añadir otra especie de tentación, que es mucho más peligrosa. Además de aquella concupiscencia de la carne, que tiene por objeto el regalo de los sentidos y deleites, sirviendo y obedeciendo a la cual perecen los que se alejan de Vos, hay en el alma otra especie de concupiscencia vana y curiosa, disfrazada con el nombre de conocimiento y ciencia, que se vale y se sirve de los mismos sentidos corporales, no para que ellos perciban sus respectivos deleites, sino para que por medio de ellos consiga satisfacer su curiosidad y la pasión de saber siempre más y más.
Como esta concupiscencia del alma pertenece al apetito de conocer y saber, y los ojos son los principales en el conocimiento de las cosas sensibles, por eso en la Sagrada Escritura se llama concupiscencia de los ojos. Y aunque es cierto que el ver única y propiamente corresponde a los ojos, solemos usar también de esa palabra para explicar la acción de los demás sentidos, cuando los aplicamos a conocer sus propios objetos. Pero no al contrario, pues nunca decimos: oye cómo alumbra, ni oled cómo luce, ni gustad cómo brilla, ni palpad cómo resplandece, siendo así que todo esto lo llamamos ver. Porque no sólo decimos mirad cómo luce (lo cual únicamente pertenece a los ojos), sino también mirad cómo suena, mirad cómo huele, mirad cómo sabe, mirad cómo está duro.
Por eso todas las sensaciones de nuestros sentidos se comprenden de una vez llamándose, como ya dije, concupiscencia de los ojos, porque todos los demás sentidos, cuando conocen o perciben algo de sus objetos, usurpan en algún modo la acción y oficio del ver, que propia y principalmente pertenece a los ojos.
55. De aquí se puede conocer más claramente cuándo es el deleite y cuándo es la curiosidad quien hace obrar a nuestros sentidos, porque el deleite siempre busca lo hermoso, lo sonoro, lo fragante, lo sabroso, lo suave, pero la curiosidad busca aun lo contrario de todo esto, no para mortificarse128, sino por el prurito de saberlo y experimentarlo todo. Porque a la verdad, ¿qué deleite puede haber en mirar un cadáver lleno de heridas y despedazado, siendo una cosa que espanta y horroriza? Con todo esto, si en alguna parte hay este lastimoso espectáculo, concurren todos a verle y, conseguido, se entristecen y asustan. Además de esto, temen ver eso mismo entre sueños, como si alguno los hubiera obligado a que lo vieran cuando despiertos, o la fama y noticia de que allí había que ver una grande hermosura los hubiera persuadido y llevado a que lo vieran. Lo mismo pudiéramos decir de los demás sentidos, pero sería muy largo ir poniendo ejemplos en todos.
De este achaque y dolencia de la curiosidad ha nacido todo cuanto se ejecuta de extraño y admirable en los espectáculos. Ella es la que nos hace andar investigando los efectos ocultos de la naturaleza, que no es exterior y está fuera de nosotros, que para nada aprovecha averiguarlos, y los desean saber los hombres no más que por saberlos; con el mismo fin de satisfacer su curiosidad perversa procuran averiguar algunas cosas por arte mágica. Ella es, finalmente, la que en el seno mismo de la Religión ha incitado a los fieles a tentar a Dios, pidiéndole milagros y prodigios, no para conseguir algún bien o salud del cuerpo o alma, sino por espíritu de curiosidad.
56. En este tan inmenso y enmarañado bosque de deseos, y tan lleno de asechanzas y peligros, ya veis, Dios mío y salud mía, cuánta maleza he cortado y arrojado de mi corazón, según Vos me disteis gracia para ejecutarlo, y que efectivamente ejecuté; pero no obstante, ¿cuándo me atreveré a decir, sabiendo que nuestra vida continuamente y por todas partes está cercada y combatida de tan grande multitud de cosas semejantes, cuándo me atreveré a decir que estoy seguro y que ninguna de ellas excita mi atención siquiera para mirarla, y que nunca he de caer en lazo alguno de la vana curiosidad?
A la verdad, los teatros ya no me arrastran ni llevan tras de sí, ya no cuido de saber el curso de los astros, ni mi alma consultó jamás las sombras de que se vale la magia para sus respuestas, antes bien detesto y abomino todos sus misterios sacrílegos y supersticiosos. Pero ¿con cuántas máquinas y ardides me combate el enemigo para obligarme a que os pida un milagro a Vos, Dios y Señor mío, a quien sólo debo servir humilde y sencillamente? Pero yo, Señor, por Jesucristo Rey nuestro, y por toda su corte celestial, esa triunfante Jerusalén, que es nuestra patria, inocente y casta esposa vuestra, os ruego y suplico que así como al presente estoy lejos de consentir a semejante tentación, así lo esté siempre y cada día más.
Pero cuando os ruego por la salud de alguno, es muy diferente y mejor el fin de mi intención, y además de eso, me concedéis entonces, y espero que siempre me lo concedáis, el que gustosamente me conforme con vuestra voluntad.
57. No obstante, ¿quién hay que pueda contar la innumerable multitud de cosas menudísimas y despreciables con que es tentada nuestra curiosidad todos los días, y nuestras caídas? ¿Cuántas veces nos sucede que comenzamos a oír con gusto algunas conversaciones inútiles y vanas, que al principio aguantamos por no ofender a los que están hablando, y después venimos poco a poco a oírlas con voluntad y gusto? Ya no voy al circo a ver a un perro correr tras de una liebre, pero si sucede esto en el campo, y casualmente paso por allí al mismo tiempo, acaso me distrae y aparta de algún pensamiento grande y bueno, y me hace mirar y atender a aquella caza, no de modo que me haga extraviar con el caballo, pero sí con la voluntad y afecto. Si Vos, dándome entonces a conocer mi flaqueza, no me excitarais prontamente a que de aquello mismo que estoy viendo, levante mi espíritu y consideración a Vos, o por lo menos a que desprecie todo aquello y prosiga mi camino, me estaría embebecido vanamente. ¿Cuántas veces también, estando en casa, me tiene entretenido ya el animalejo que llaman alguacil de moscas, parándome a mirar cómo las caza, ya una araña, observando cómo las aprisiona, después de que caen en sus redes? ¿Acaso porque sean pequeños animales se podrá decir que no ejercitaron mi curiosidad ni causaron verdadera distracción? Es verdad que de esto mismo paso después a alabaros, por el orden admirable que habéis establecido y guardan entre sí todas las criaturas del universo; pero también es verdad que cuando comencé a atender, no comencé con este fin. Una cosa es levantarse presto y otra no caer.
De semejantes cosas está llena mi vida, y por eso toda mi esperanza estriba únicamente en vuestra grande e infinita misericordia. Porque si llega a hacerse nuestra alma un depósito y receptáculo de semejantes cosas tan fútiles y vanas, y lleva dentro de sí copiosa multitud de especies a cuál más frívolas, sucederá que nuestras oraciones se interrumpirán y perturbarán no una sino muchas veces. Así, aun cuando nos contemplamos delante de vuestra presencia, y queremos que las voces de nuestro corazón lleguen a los oídos de vuestra divina Majestad, no sé cómo, ofreciéndose a nuestro pensamiento una infinidad de bagatelas y fruslerías, se viene a interrumpir una cosa de tanta importancia. ¿Por ventura contaremos también esto entre las cosas de poca monta y de que no debemos hacer caso? O bien considerado, ¿habrá cosa alguna con que pueda alentar nuestra esperanza, sino el considerar que, habiendo vuestra misericordia comenzado la obra de nuestra conversión y mudanza de vida, la ha de continuar y concluir, para que así sea completa y total la misericordia?
Capítulo XXXVI
De cómo se hallaba en orden al tercer género de tentación, que es el de la soberbia
58. Vos, Señor, sabéis cuánto me habéis mudado en algunas cosas, sanándome primeramente del deseo de vengarme, para que, perdonando yo, me perdonéis a mí también todas las demás maldades, sanéis todas mis dolencias, redimáis mi alma de la perdición y muerte eterna, me deis la corona ganada con vuestras gracias y misericordias, y saciéis mis deseos con bienes interminables e infinitos.
Vos me hicisteis temer el rigor de vuestro juicio, y con este temor santo reprimisteis mi soberbia y me hicisteis que sujetase dócilmente mi cerviz al yugo de vuestra ley. Ahora llevo este yugo y me parece suave, porque Vos prometisteis que lo sería, y habéis hecho que lo sea: verdaderamente era suave, y no lo sabía yo cuando tenía miedo de sujetarme a él.
Mas ¿por ventura, Señor, que sois el único que domina sin fausto ni altivez, porque también sois el único verdadero Señor, que no reconocéis otro, por ventura, vuelvo a decir, podré esperar verme libre enteramente de esta tercera especie de tentación que trae consigo el mandar, o es posible librarse de ella durante todo el curso de esta vida?
59. Desear ser temido y amado de los hombres, no por otra cosa sino para tener en esto un gozo que no es gozo, es miseria de la vida humana y una jactancia fea. He aquí de dónde principalmente dimana el no amaros los hombres a Vos solo ni temeros con temor filial y santo. Por eso resistís a los soberbios y dais gracia a los humildes, por eso tronáis sobre los ambiciosos del mundo, haciendo que se estremezcan los cimientos de los montes más altos. Pero como sea necesario para el desempeño y cumplimiento de algunos empleos de la república, el que sean temidos y amados de los hombres los que están destinados a aquellos cargos o empleos, el enemigo de nuestra verdadera felicidad y bienaventuranza nos estrecha más para hacernos caer en esta vana complacencia, y por todas partes tiende los lazos de aplausos y lisonjas, para que recogiéndolas con ansia y afición, caigamos incautamente en aquella vanidad y dejemos de poner nuestro gozo en vuestra verdad, colocándolo en el engaño y falacia de los hombres, y lleguemos a tener gusto y complacencia de ser amados y temidos de los hombres por nosotros mismos y no por Vos. Así intenta el enemigo, haciéndonos semejantes a él en la soberbia, llevarnos también a su compañía, no para usar con nosotros de caridad y concordia, sino para hacemos compañeros de sus penas y tormentos; porque él, aspirando soberbiamente a ser semejante a Vos, tiró a imitaros malamente por el torcido rumbo y contrario extremo de la desemejanza, queriendo poner su trono en el Aquilón, para que los hombres, deslumbrados y fríos por faltos de fe y caridad, le sirvan y obedezcan a él.
Pero nosotros, Señor, que somos vuestro pequeño rebaño, vuestros somos, poseednos siempre Vos. Extended vuestras alas, para que huyendo de nuestros enemigos, nos refugiemos y acojamos debajo de ellas. Sed Vos nuestro única gloria y haced que solamente en Vos nos gloriemos, y que si nos aman, seamos amados por Vos; si nos temen, sea vuestra divina palabra la que se tema y se respete en nosotros. El que quiere ser amado de los hombres, vituperándole Vos, no será defendido de los hombres cuando Vos le juzguéis, ni ellos podrán libertarle si le condenáis.
Pero cuando la alabanza es tal que ni con ella es alabado el pecador en los malos deseos de su alma, ni bendecido el inicuo, sino que es alabado el hombre por alguna gracia y don que Vos le concedisteis, y él se alegra más de ser alabado que de tener aquel don por el cual le alaban, se verifica que éste es alabado vituperándole Vos; y es mejor el otro que le alabó que éste que fue alabado, porque a aquél le agradó en el hombre el don de Dios, y a este otro le agradó más el don del hombre que el de Dios.
Capítulo XXXVII
De cómo le movían las alabanzas de los hombres
60. Todos los días somos tentados, Señor, con estas tentaciones, sin darnos treguas ni cesar de combatirnos. Las lenguas de los hombres que nos alaban vienen a ser nuestro horno, que cotidianamente nos examina y prueba. Vos nos habéis mandado que también en esta especie de tentación seamos cautelosos y contenidos. Dadme, Señor, lo que mandáis y mandadme lo que queráis. Vos sabéis los muchos suspiros que esto me cuesta y los ríos de lágrimas que en vuestra presencia han derramado mis ojos por esta causa. Porque no puedo fácilmente conocer cuánto haya adelantado en preservarme de este contagio, y temo mucho que haya varios defectos ocultos y escondidos en lo interior de mi alma, los cuales claramente los descubren vuestros ojos, pero no los ven los míos. En los otros géneros de tentaciones tengo algún arbitrio y facultad para examinarme a mí mismo, y conocer en qué disposición me hallo, pero en esta materia casi no hay medio alguno por donde conocerlo.
Porque yo bien conozco y veo cuánto es lo que tengo adelantado y adquirido de fuerzas para refrenar mi ánimo, ya sea de los deleites sensuales, ya sea de la vana curiosidad y deseo de saber cosas inútiles, cuando actualmente carezco de aquellos objetos, o porque me privo de ellos por mi voluntad, o porque no los tengo presentes a mi disposición; en tal caso me pregunto yo a mí mismo cuánta sea la molestia que me causa el carecer de aquellas cosas, y conozco si es mayor o menor que la que otras veces me causaba. Por lo que mira a las riquezas, se desean únicamente para satisfacer a alguna de estas tres suertes de concupiscencias, o dos de ellas, o todas tres: si poseyéndolas actualmente no puede el ánimo conocer bien si las desprecia o no, tiene el arbitrio de renunciarlas enteramente, y entonces lo conocerá.
Para carecer de las alabanzas, y hacer entonces experiencia de si sentimos o no su falta, ¿por ventura hemos de vivir mal y desordenadamente, y ser tan perdidos, crueles y desalmados, que cuantos nos conozcan, nos abominen y digan mal de nosotros?, ¿qué mayor locura puede pedirse o pensarse? Pues si la alabanza suele y debe ser compañera inseparable de la buena vida y de las buenas obras, así como no debemos dejar la vida y costumbres buenas, tampoco podemos abandonar el acompañamiento que llevan de las alabanzas. Ello es cierto que sólo careciendo de una cosa es cuando puedo conocer y experimentar si siento el que me falte o no lo siento.
61. Pues, Dios mío, ¿qué confesión es la que puedo haceros de lo que me sucede con este género de tentación, sino que me deleitan las alabanzas, aunque más me deleito con la verdad que con ellas? Si me propusiera cuál de estas cosas quería más, o ser un hombre furioso y desatinado, que no obraba con rectitud y acierto en materia alguna, pero no obstante era muy alabado de todos los hombres, o por el contrario, verme vituperado de todos, siendo yo cuerdo y juicioso, y teniendo verdadera ciencia y sabiduría, que es certísimo conocimiento de la verdad, veo claramente lo que en tal caso había de escoger.
Pero yo no quisiera que la aprobación y alabanza ajena me aumentase el gozo que puedo tener de alguna bondad mía, aunque conozco y confieso que no sólo me lo aumenta la alabanza, sino que el vituperio me lo disminuye. Cuando me veo atribulado con semejante flaqueza, propia de mi miseria, se me ofrece luego una disculpa, que Vos, Dios mío, sabéis si es buena o mala, pues yo no me atrevo a calificarla con certeza. La razón con que tiro a disculpar mi alegría y gozo de la alabanza consiste en que, como Vos nos habéis mandado no sólo la continencia y templanza, que nos enseña de qué cosas debemos apartar nuestra afición, sino también la justicia, que nos muestra en qué cosas debemos poner nuestro amor y voluntad, y como por otra parte nos habéis mandado que no solamente os amemos a Vos, sino también al prójimo, fundado yo en todo esto, me parece que muchas veces que me deleito oyendo que me alaban, no nace mi deleite y alegría de aquella alabanza, sino del aprovechamiento que muestra el prójimo y de las buenas esperanzas que da de su talento, pues alaba lo que merece ser alabado; por el contrario, si me entristezco cuando me vitupera, me parece que sólo es de su mal, oyendo que desprecia y vitupera lo que él no sabe ni entiende, o lo que realmente es bueno. También cuando me alaban, me suelo entristecer algunas veces, o porque alaban en mí algunas cosas que me disgustan a mí mismo, o porque también hacen más estimación y aprecio del que debieran hacer de algunos pequeños y leves bienes que experimentan en mí.
Pero ¿qué sé yo si este sentimiento mío nacerá de que no llevo a bien que el que me alaba piense de mí mismo de diferente modo que yo pienso, no porque a esto me mueva su bien y utilidad, sino el que aquellos mismos bienes que tengo yo y me alegro de tenerlos, se me hacen más gustosos y agradables cuando también agradan a los otros? Porque en algún modo no soy yo alabado, cuando no lo es también aquel juicio y concepto que tengo formado de mí mismo; supuesto que se alaban en mí las cosas que a mí mismo me disgustan, o se alaban más las que a mí me agradan menos. ¿No es verdad, pues, que acerca de la excusa referida estoy dudoso y no puedo calificarla con certeza?
62. Bien veo en Vos, Verdad eterna, que de las alabanzas que me dieren no debo alegrarme por el bien mío, sino por el bien y utilidad de mi prójimo; mas no sé si lo hago así, porque más bien os conozco a Vos que a mí mismo en este punto. Yo os suplico, Dios mío, que hagáis que yo me conozca perfectamente, para que a todos mis hermanos, que os pedirán por mí, pueda yo descubrirles en esta confesión todo cuanto hubiese en mí de heridas y de llagas, lo cual supuesto, vuelvo a examinar mi interior con más cuidado.
Si el gozo que experimento cuando soy alabado es nacido del bien y provecho de mi prójimo, ¿por qué el vituperio que injustamente se hace a otro me contrista menos que si se me hiciera a mí?, ¿por qué me duele más la contumelia que me hacen a mí mismo, que la que en mi presencia le hacen a mi prójimo, siendo igual la malicia de una y otra? ¿Por ventura ignoro también esto?, ¿había de llegar a tanto que me engañase a mí mismo, y que en presencia vuestra faltase a la verdad con el corazón y con la boca? Apartad Vos, Señor, lejos de mí tan gran locura y no permitáis que mi boca delante de Vos oculte mis defectos, ni sea como el aceite, con que, en frase de David, desfigura el pecador su rostro.
63. Muy pobre y necesitado estoy de vuestra luz y enseñanza; mejor seré desagradándome a mí mismo con gemidos y sollozos ocultos, y buscando sin cesar vuestra misericordia, hasta que os dignéis reparar mis defectos, y darme tal perfección, que goce aquella tranquilidad y paz que no sabe ni conoce el soberbio y arrogante.
Pero las palabras que uno dice y las obras que hace, como son públicas y notorias a los hombres, están expuestas a la peligrosísima tentación del amor y deseo de las alabanzas, el cual busca los votos y pareceres ajenos, y los junta y ordena para conseguir con ellos una cierta excelencia y distinción particular. Aun cuando me reprendo a mí mismo por este mal deseo, me tienta también a desear alabanza, por la misma razón con que le he afeado y reprendido.
Muchas veces sucede también que de haber el hombre despreciado la vanagloria viene a caer en otra gloria más vana; en tal caso tampoco puede decirse que se gloríe de haber menospreciado la vanagloria, porque no puede ser verdad que ella esté menospreciada en un hombre que tan vana e íntimamente se gloríe.