Cap. 5:25: Si vivimos en el espíritu, andemos también por el espíritu.

En nuestros códices (latinos) el capítulo 6 se inicia ya aquí; Jerónimo en cambio y los textos griegos
lo hacen comenzar algo más adelante, con las palabras «Hermanos, si alguno fuere sorprendido etc: . No
creo que sea una cuestión de importancia.

El apóstol observa en esta carta el mismo orden que observa también en la carta a los romanos. Pues
también allá comienza con una instrucción acerca de la fe, a través de once capítulos; en el capitulo doce
habla del amor y de los frutos del espíritu, y en los capítulos restantes a partir del decimotercero trata de
hacer ver la necesidad de que «se reciba a los débiles en la fe» (Ro. 14:1). De la misma manera procede
también aquí: Después de haber impartido a los gálatas una enseñanza en cuanto a la fe y al amor, y de
haberles dado diversas reglas para su comportamiento moral, trata de llevarlos también a que no desdeñen
a los débiles o a los que han caído. Así, pues, San Agustín opina y creo que con mucha razón que el
presente párrafo va dirigido a los que después de su recaída en la «letra» se habían dejado guiar nuevamente al espíritu, y ahora, llenos de vanagloria, miran con desdén a los más débiles.1 Por tal motivo, piensa Agustín, el apóstol les advierte que si son hombres espirituales, no deben «vivir para sí» sino «soportar las flaquezas de los débiles», como dice Pablo en Romanos 14 (v. 7) y 15 (v. 1); pues si no procedían de esta manera habían hecho un comienzo en el espíritu pero no andaban en el espíritu, puesto que se habían convertido en orgullosos despreciadores de sus hermanos.
Lo que Pablo quiere decir es, por lo tanto, lo siguiente: «Pese a que habéis sido aleccionados en
vuestro espíritu mediante mi instrucción presente o la que os impartí anteriormente, estoy seguro de que
todavía quedan entre vosotros algunos que se ven asaltados por dudas y que aún no son capaces de diferenciar claramente entre la sana doctrina de la fe y las obras de la ley, lo cual se evidencia por el hecho de que en sus escrúpulos de conciencia no quieren desistir de las obras de la ley por cuanto todavía no tienen suficiente confianza en la justicia por la fe sola. A éstos, digo, no hay que despreciarlos, sino que hay que usar de bondad y cuidado para con ellos hasta que adquieran vigor y firmeza por el trato con los fuertes y el ejemplo de éstos. Pues hay un buen motivo de por qué siempre son dejados algunos de estos débiles cual «menesterosos en medio del pueblo» (Dt. 15:11): es para que siempre tengáis algunas personas a las cuales podáis hacer objeto de las funciones del amor. Por esto la exhortación «si vivimos en el espíritu, andemos también por el espíritu» equivale a: perseveremos en esto, y hagamos progresos en ello. Y esto se logra si no permitimos que la poca firmeza de los débiles nos tiente a tratarlos con desdén y a mirar con complacencia nuestro propio comportamiento. Pues esto significaría apartarnos de la senda del espíritu, hallar placer en nosotros mismos, y dejar de servir por amor los unos a los otros. Así hay también hoy día un elevado número de débiles, aun entre los más eruditos, que sufren indecibles tormentos en su conciencia a causa de leyes dictadas por hombres, y no se atreven a confiar en la sola fe en Cristo. Y los jovenzuelos y hombres afeminados que ejercen el dominio de la iglesia no tienen consideración alguna con nuestras debilidades, sino que con intemperada violencia nos sirven la masa enorme e informe de sus opiniones, con el único fin de hacer aún más estable su gobierno tiránico. Si no respondes al instante como ellos quisieran, te dicen: «Esto es prueba de que tú eres un hereje, un pagano, un cismático». Pero volvamos sobre esto en otro momento.
Andemos. El apóstol usa aquí el mismo verbo (óíóôïé÷åú) que había empleado en el capitulo 4 (v.
25) al decir que «el Sinaí está conectado (óíóôïé÷åú) con Jerusalén, etc.», de modo que el sentido de aquella frase es: «El Sinaí es un monte en Arabia que está conectado con Jerusalén, o sea, que se extiende hasta, que va, que avanza hasta Jerusalén», como dijimos al comentar aquel pasaje; y la misma expresión aparece también más adelante (6:16, Vulg.): «todos los que siguieren (óôïé÷Þóïíßí) esta regla», es decir, los que anduvieren, los que avanzaren en ella. Entonces, lo que este verbo quiere expresar, su significado propio, es: avanzar en orden, caminar por la senda recta, ir hacia adelante. Así lo traduce Erasmo.2 Es muy adecuado empero el uso que el apóstol hace de este verbo en nuestro pasaje: los gálatas no deben apartarse ni a la izquierda ni a la derecha, sino avanzar en orden y en línea recta, y andar conforme al espíritu que habían recibido.
Pues como entre el pueblo hay tanto fuertes como débiles, se produce una doble ofensa, una por el
lado izquierdo, entre los débiles, y otra por el lado derecho, entre los fuertes. El apóstol se esfuerza por
retenerlos en el camino del medio y evitar así ambas ofensas. La ofensa entre los débiles se produce cuando se hacen cosas que sin ser malas en su esencia, tienen un mal aspecto exterior, y cuando esos débiles no sin capaces entonces de comprender estas cosas y de distinguir entre el mal aspecto y la esencia. De esto se habla en forma amplísima en Romanos 14. Vaya un ejemplo: Los débiles veían que otros comían todos los alimentos prohibidos por la ley como inmundos; apremiados por su conciencia, no se atrevían a comerlos también ellos, pero tampoco se atrevían a desaprobar el ejemplo dado por aquellos otros. En este caso, Pablo se hacía judío a los judíos y débil a los débiles (1 Co. 9:20 y sigtes.) para servirles por amor hasta que adquiriesen firma en Cristo. Por esto dice en Romanos 14 (v. 15): «Si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor». Tal proceder debe aplicarse respecto de todas las demás ceremonias que tienen que ver con días, fiestas, vestidos, etc. La otra ofensa se produce entre los orgullosos cuando éstos a su vez se ofenden a causa de los débiles y se ponen impacientes por la lentitud y la torpeza de estos últimos. Así, sin la menor consideración para con los débiles, hacían uso demasiado amplio de la libertad frente a la ley que Cristo otorgó a los suyos. Pues lo que hacían, no podía sino causar ofensa entre los débiles, cuando lo que correspondía era, por el contrario, guardar toda ley antes que constituirse en ofensa para uno solo; porque esto es lo que se llama «andar por el espíritu». ¿Qué provecho trae, en efecto, hacer uso del espíritu de libertad en contra del espíritu y del amor? «Es lícito», dicen (1 Co. 6:12; 10:23). Exacto; pero tu licitud debe considerarse de menor importancia que la debilidad del hermano: tú no sufres ningún daño cuando es refrenada tu libertad; pero tu hermano sufre un daño si en su debilidad se ofende ante tu libertad. Pero es característico del amor el «mirar por lo de los otros» (Fi1. 2:4), no mirar tanto hasta dónde se extiende tu libertad, sino en qué medida puedes ser útil a tu hermano. Pues esta es la servidumbre a que te somete el amor al libertarte de la servidumbre de la ley. Pero hoy día -¡Dios mío, cuántas monstruosidades de la peor especie. se están cometiendo! ¡Y luego dejan todo esto para que los débiles carguen con ello y lo interpreten en el mejor sentido, cuando apenas los más robustos son capaces de llevarlo! Pero sin el pastor verdadero, hoy día ya no hay pastores; todas las cosas son en su apariencia exterior diferentes de lo que son en su verdadero valor y en realidad.

V. 26: No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.

Pablo expone aquí más ampliamente lo que ya había dicho antes. «Andaréis y avanzaréis por el
camino correcto en el espíritu», declara, «si vosotros que sois fuertes no os llenáis de soberbia ante los
débiles, si no os complacéis en vuestro propio modo de ser, si no miráis con desprecio a los débiles por el
hecho de que no sean como vosotros, a la manera del fariseo aquel (Lc. 18:9 y sigtes.) que glorificó a Dios
para realzar su propia gloriosa imagen, y envileció al publicano. Pues si hacéis como éste, irritaréis a los
más débiles y provocaréis su envidia con vuestra varia jactancia; y de este modo os hostigaréis recíprocamente, vosotros como provocadores, y ellos como envidiosos, y ni unos ni otros avanzaréis conforme al orden correcto del espíritu. A vosotros el diablo os hará errar el camino por la derecha, y a aquellos por la izquierda; a vosotros a causa de la jactancia, a aquellos a causa de la envidia. ¡Pero no! Conforme al ejemplo de Cristo, vuestra fuerza debiera cargar con la debilidad de aquéllos hasta que también ellos hayan adquirido robustez. Pero si vivimos en espíritu y en amor, no vivimos para nosotros mismos sino para los hermanos; por consiguiente, habremos de hacer lo que es conveniente y necesario para los hermanos.» «No debáis a nadie nada» -el apóstol (Ro. 13:8), «sino el amaros unos a otros». «Si la comida le es a mi hermano ocasión de caer, no comeré carne jamás» (1 Co. 8:13). ¿Por qué? Porque amo al hermano, cuya salvación es para mí incomparablemente más importante que esa libertad mía, que me permite hacer cosas que aquél todavía no es capaz de comprender como cosas permitidas. De igual modo, si mi justicia, mi sabiduría, mi poder, o cualquier otra obra que para mí es completamente lícita, llega a ser una ofensa para mi hermano, debo dejar esta obra y servir por amor a mi hermano.
Pero ¡fíjate ahora en los resultados que producen las exenciones, los privilegios, los indultos, los
certificados de confesión!3 ¿Qué se ha hecho de las leyes pontificias? No son otra cosa que redes para
recoger dinero, y ofensas para las conciencias. ¿Acaso no resuena por toda Alemania la queja incesante de que durante los días de ayuno se permite el consumo de manteca, y otros productos lácteos a los que han comprado el plomo y la cera de la curia romana?4 ¿Y no hay muchos otros que en su ignorancia creen que no es lícito comer tales cosas ni aun cuando el mismo Papa lo permitiera? ¡Hasta tal extremo se han
arraigado en ellos esas leyes hechas por hombres! Pues el homicidio, la fornicación, la ebriedad, la envidia
y todas las obras de la carne les parecen de importancia mucho menor que el comer aquella manteca
privilegiada. Y no hay nadie entre los jerarcas de la iglesia, o entre los que gozan de privilegios, que se
compadezca de esa pobre gente.5 Al contrario: la increíble avaricia multiplica estos privilegios al infinito
y sin medida; y lo único que se logra con ello es que los débiles sean provocados a calumniar, a maldecir y
a juzgar. Aquellos fuertes empero, que con el mayor descaro desprecian las leyes, a su vez se engríen
grandemente y miran a los débiles por encima del hombro y los llaman «bon christian»,6 es decir, medio
estúpidos. ¡Asta es hoy día la manera cómo se suele cumplir con el amor! ¡Cuánto mejor harían los papas
con abolir por completo sus leyes para que todos tomaran conocimiento de la libertad que poseen en Cristo, o con no conceder a nadie esos privilegios que son un verdadero infierno para tantas con ciencias débiles! ¿Cómo quieren rendir cuentas a Cristo por esa inmensidad de ofensas causadas a sus hermanos por quienes Cristo fue a la muerte (Ro. 14:15)? Pero su rabiosa avaricia no les permite oír hablar de este amor, ni siquiera desde larga distancia.
Pero lo que acabo de mencionar no son más que puerilidades, cosas de ínfima importancia. Vayamos
a lo que causa ofensa aun a los más instruidos y más fuertes (¡tan amplio es el triunfo que el diablo ha
obtenido en la iglesia!).
¡Cuán grande es el tumulto, amigo mío, cuán público el rumor, cuán repugnante el hedor que la
curia romana , ha originado con los palios y las anatas.7 con que llevan al agotamiento económico completo a los episcopados y las diócesis de Alemania! ¿Y qué diré de la depredación de que hacen víctima a todas las parroquias, y de cómo tragan y devoran a los monasterios y las iglesias, hasta el punto de que no hay altar, ni siquiera bajo tierra, que no estuviera al servicio total de la avaricia de los muleros8 romanos? ¡Y entre tanto, hombres eruditos, buenos, hombres de provecho para el pueblo, mueren de hambre y en la indigencia! En verdad, los de la curia romana cosechan nuestros bienes materiales y siembran para nosotros bienes espirituales, es decir, bienes que el viento se lleva, de modo que tenemos que vivir del espíritu y del viento. Pues «espíritu» significa «viento», como leemos en Oseas (12: 1), donde dice que «Efraín se apacienta de viento». No es de extrañar, digo, que ni aun los más robustos sean capaces de soportar todo esto; porque son cosas que sobrepasan toda medida, y que resultan difíciles de soportar incluso para quienes posean la perfección de un apóstol. Pero ninguno de los obispos repara en absoluto en esto; al contrario:hasta parecen alegrarse por el hecho de que nosotros seamos irritados y ellos odiados, y parecen refugiarse en la conocida excusa de aquel César:9 «No me importa que me odien, con tal que me teman». Pues hay una buena cantidad de tales vejigas infladas cuyo único motivo de gloriarse es su poderío.
Además, ¿quién no es irritado hasta lo sumo por las más grandes de todas las ofensas (porque lo que
hemos mencionado hasta ahora, son cosas que sólo afectan la existencia física)? ¡Con cuántas disposiciones se nos inunda respecto de robo, usura, herencias, testamentos, y respecto de toda suerte de reintegraciones, tanto cuestionables como reales, no importa que se trate de efectos pertenecientes al patrimonio de menores de edad o de gente pobre! ¡Y la remisión de pecados horrendos virtualmente nos la endilgan a la fuerza, ni qué hablar de su práctica de venderla con la mayor ligereza tanto a los que no la quieren como a los que la quieren - y todo esto so pretexto de erigir ese solo edificio muerto que es la basílica de San Pedro,10 o por otro motivo más fútil aún!
Admito: estas cosas hay que soportarlas; no se debe «envidiar» (cap. 5:26) ni «morder» (cap. 5:15).
Pero ¿quién nos dará huesos lo suficientemente robustos como para poder soportarlo? ¿O no está permitido lamentar nuestra debilidad? ¿No nos está permitido decir: «Estas cosas hay que soportarlas, pero no somos capaces de hacerlo»? De ninguna manera se puede hablar de calumnia ni de envidia si al imponérseme una carga imposible de llevar, yo levanto mi voz para decir que me faltan las fuerzas para ello. Además, estamos ocupados aquí en el estudio de las Sagradas Escrituras; si en esta tarea censuramos, «mordemos» y denunciamos estos abusos y otros similares, obramos correctamente y conforme a nuestro deber. ¿O por qué aquellos grandes señores, tan eruditos y tan inertes, de nosotros que soportemos esas cosas? ¿No seria mucho mejor que se lo exigieran también a si mismos, para no irritarnos, -máxime teniendo en cuenta que para ido «envidiarlos» nosotros a ellos, corresponde que en primer término ellos desistan de «irritarnos» a nosotros? Además, como por la posición que ocupan, ellos están en mayor obligación para con el amor, tendrían que poner mucho más cuidado en no irritar, que nosotros en no envidiar. Así, nosotros no sedamos irritados por ellos ni ellos envidiados por nosotros. Y entonces, los que «debemos vivir en el espíritu», también podríamos «andar por el espíritu».
Tal vez me dirás, amado lector, que siempre estoy arremetiendo contra la curia romana, empresa
hasta ahora por demás insólita. A esto te respondo: Dios es mi testigo de que no lo hago por una aversión
personal o de puro gusto; por mi parte no tengo deseo más ardiente que el de permanecer oculto en algún
rincón. Pero si he de exponer públicamente las Sagradas Escrituras, como es mi deber, quiero servir a mi,
Señor Jesucristo con sinceridad lo mejor que pueda. Pues si al tratar las Sagradas Escrituras se las interpreta sólo con referencia a cosas del pasado, sin aplicarla también a nuestro propio vivir y actuar ¿de qué podrán servirnos? Serán entonces palabras frías, muertas, y ya ni siquiera divinas. Tú mismo ves cuán
acertada y cuán vívidamente, más aún: cuán ineludiblemente apunta nuestro pasaje a nuestra era presente.
Si otros no tuvieron el coraje o el conocimiento suficiente para hacer esta aplicación al tiempo actual, ¿qué
hay de asombroso entonces en el hecho de que los maestros de teología vivan sin ser hostigados? Tengo la plena certeza de que la palabra de Dios no puede ser tratada correctamente sin que de ello resulte odio y
peligro de muerte; y estoy igualmente seguro de que la única señal de que la Sagrada Escritura ha sido
tratada correctamente es cuando causa ofensa, especialmente entre los grandes y poderosos del pueblo. La palabra de Dios es «la piedra para tropezar» (Is. 8:14) «junto a la cual son devorados los jueces de los
pueblos» (Sal. 141:6; Vulg. 140:6). En fin, la iglesia clama en alta voz que «los príncipes la están persiguiendo » (Sal. 119: 161) y «los príncipes» fueron también los que crucificaron a Cristo (1 Co. 2: 8 ) .

Cap. 6:1: Hermanos, si un hombre fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.

Lee a Erasmo si quieres saber por qué el apóstol pasa repentinamente del plural al singular en vez
de continuar sobre la misma línea y decir «considerándoos a vosotros mismos, no sea que vosotros también seáis tentados». Es que el apóstol imprime más fuerza a sus palabras si se dirige a una persona en particular y habla con cada uno por separado.
También la enseñanza que se imparte en este pasaje es sumamente apropiada; el apóstol la inserta
aquí con admirable habilidad para lograr que el amor cobre en los gálatas formas concretas. Comienza por
llamarlos hermanos: no hace valer su autoridad para exigirles algo como a inferiores, sino que más bien les
habla en un tono de exhortación amistosa, como pidiendo algo a sus iguales. Luego continúa: si un hombre, no si un hermano, como queriendo decir: «Si por debilidad humana ya que todos somos hombres- un hermano hubiera caído en un pecado...». Así nos muestra ya con la misma elección de esta palabra con qué ojos debemos mirar la caída de otros, a saber, con ojos llenos de compasión; y nos muestra también que debemos estar más dispuestos a atenuar una falta que a agravarla; pues esto último es propio del diablo y de los calumniadores, aquello en cambio es propio del Espíritu Santo (paracleti) y de los hombres espirituales. Y ahora el fuere sorprendido en el sentido de «fuere tomado por sorpresa, cayere por hallarse desprevenido»: -también con esta expresión el apóstol nos enseña que debemos atenuar el pecado del hermano. Pues a menos que uno practique el pecado en forma pública, con maldad obstinada e incorregiblemente, nos corresponde atribuir su falta no a malicia sino a imprevisión o incluso a debilidad. Así enseñaba también San Bernardo a sus cofrades: si no hay forma alguna en que uno pueda excusar el pecado del hermano, por lo menos debe decir que fue una tentación grande e invencible la que lo sorprendió, y que fue atacado por algo que superaba sus fuerzas.11 Sigue en alguna falta, «en alguna caída» (pues puede ocurrir muy fácilmente que uno caiga). Pablo no dice «en una maldad», sino que nuevamente usa una palabra de carácter atenuante. Pues no podemos hallar para el pecado una designación más suave y delicada que «traspié» o «caída»; y esto es lo que el apóstol tiene en mente al hablar de «falta».
Vosotros que sois espirituales. ¡Hermosa palabra con que el apóstol recuerda a los gálatas cuál es su
deber, y al mismo tiempo los instruye acerca de su deber! Los instruye acerca de su deber, a saber, que
deben ser espirituales: si son espirituales, les incumbe también hacer lo que corresponde a hombres espirituales. ¿Qué otra cosa es empero «ser espiritual» sino ser hijo del Espíritu Santo y tener el Espíritu
Santo? Mas el Espíritu Santo es el Paracleto, el Abogado, el Consolador (Jn. 14:16, 26; Ro. 8:26 y sigte.).
Cuando nuestra conciencia nos acusa ante Dios; el Espirita Santo nos protege y nos consuela; y esto lo hace dando un buen testimonio a la conciencia y a la confianza en la misericordia divina (Ro. 8:16), excusando, atenuando y cubriendo completamente nuestros pecados, y ensalzando, por otra parte, nuestra fe y nuestras buenas obras. Los que imitan al Espíritu Santo adoptando frente al mundo esa misma actitud respecto de los pecados de sus semejantes, estos son espirituales. Satanás en cambio es llamado «diablo»,12 detractor y calumniador; porque no sólo nos acusa y hace empeorar aún más nuestra mala conciencia ante Dios, sino que también denigra lo bueno que hay en nosotros, y habla mal de nuestros méritos y de la confianza de nuestra conciencia. A él lo imitan, adoptando frente al mundo esa misma actitud respecto de los pecados y aun de las obras buenas de sus semejantes, los que agravan, agrandan y divulgan los pecados de los hombres y en cambio rebajan, censuran y enjuician sus obras buenas. Por esto dice San Agustín al comentar este pasaje: «No hay nada en que se pueda conocer mejor a1 hombre espiritual, que la forma cómo trata los pecados ajenos: piensa más en absolver a su prójimo que en exponerlo a las burlas, prefiere el ayudar al injuriar. Al hombre carnal en cambio lo conocerás en que se ocupa en el pecado ajeno sólo para juzgar y vituperar, así como aquel fariseo escarneció al publicano sin compasión alguna».13
Restauradlo con espíritu de mansedumbre, porque muy cierto es lo que dice San Gregorio: «La
justicia verdadera tiene compasión; la falsa, indignación».14 Así pensaba también Cristo, Lucas 9 (v. 51 y
sigtes.): cuando Juan y Jacobo «quisieron mandar que descendiera fuego del cielo sobre los samaritanos,
como hizo Elías», él se lo prohibió diciendo: «¿No sabéis de qué espíritu sois hijos? El Hijo del Hombre no
ha venido para perder las almas sino para salvarlas, etc.» De igual manera, también nosotros debemos
pensar no en cómo perder al hermano que peca, sino en cómo salvarlo.
Discutiendo este tema en Romanos 15 (v. 1), el apóstol dice: «Así que los que somos más fuertes
debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos». ¿Ves la delicadeza y la moderación que adorna el espíritu de Pablo? Él habla sólo de «flaquezas» y de «débiles». Uno de esos
arrogantes propagandistas de la justicia propia, o un «inquisidor de la herética pravedad» (gente tan rápida
para condenar y poner en ridículo15 a otros) lo habría llamado herejía o crímenes contra la Santa Iglesia
Romana; pues así es como hablan cuando se refieren a los pecados considerados como de máxima gravedad. Pablo en cambio llama a aquellos pecados, sean los que fueren, “flaquezas”, y a los pecadores los llama “débiles”, porque él habla con la lengua del Paracleto, no con la del diablo. Al término de su exhortación, el apóstol menciona a Cristo como ejemplo (Ro. 15:3): “Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito (Sal. 69: 9). Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí”. Esto significa, según Isaías (53:11) : “Él llevó nuestros pecados”: lejos de abandonarnos con y en nuestros pecados, lejos de acusarnos y de condenarnos, él actuó con nosotros exactamente como si él mismo hubiera hecho lo que nosotros hicimos. Él pagó lo que no robó (Sal. 69:4). El mismo ejemplo lo cita Pablo en Filipenses 2 (v. 5-7) donde dice: “Haya en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como una presa arrebatada, sino que se despojó de sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la condición de hombre etc”. He aquí: Cristo es semejante a los hombres, esto es, semejante a los pecadores y a los débiles, y no ostenta otra condición ni otra forma que la de un hombre y de un siervo. Aun siendo en forma de Dios no nos desprecia sino que toma la forma nuestra, “llevando él mismo nuestros pecados en su cuerpo” (1 P. 2:24) . Pero esta declaración es demasiado sublime como para que pudiera ser tratada en pocas palabras; en realidad, ni los maestros de teología tienen un entendimiento cabal de ella. Dejemos pues su estudio para otro momento.
Resulta entonces que en esta vida, Cristo gobierna a su iglesia según esta norma: Así como él
predijo en el Antiguo Testamento (Dt. 15:11) que «no faltarán menesterosos en medio del pueblo» a fin de
que se tuviera en la persona de ellos una oportunidad para ejercer el amor fraternal, así permite que también
en el Nuevo Testamento siempre haya algunos Pecadores, y algunos que caigan, a fin de que los más fuertes tengan un motivo para ejercer su evangélica y cristiana fraternidad, para que el amor no quede ocioso y sufra a su vez una caída. Pero aquellos hipócritas y más perversos entre todos los hombres no entienden esta disposición hecha por la voluntad de Dios, sino que se aprovechan de ella para volcar sobre el prójimo el odio que los llena. Al ver caer a sus hermanos, sólo piensan en cómo pueden acusarlos, morderlos y perseguirlos. La única actitud de que son capaces es la de Simón el Leproso para con María Magdalena (Lic. 7:39)16 y la del fariseo para con el publicano (Le. 18:11).
Finalmente, Pablo añade: Considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. También
aquí el apóstol habla muy mesuradamente. No dice: «no sea que tú también caigas» como lo hace en otro
pasaje: «El que está firme, mire que no caiga» (1 Co. 10:12), sino «que no seas tentado». A la caída de esa persona la llama, pues, una «tentación», como si quisiera decir: «Si tú sufriste una caída, yo diría que se trataba más bien de una tentación que de un acto criminal de parte tuya. Y también tú debieras usar de la misma delicadeza cada vez que vieres a alguien que cayó en un pecado: en vez de castigar Con duras
palabras la caída de tu hermano, debieras pensar que se trataba de una tentación.» Ya ves: las palabras del apóstol no sólo instruyen, sino que al mismo tiempo nos sirven de ejemplo. Entre los oradores profanos se considera como gloria máxima el escoger las palabras de tal manera que el oyente pueda ver en ellas la
descripción de un sujeto dado y al mismo tiempo su representación. Esta misma característica la posee
también Pablo, mejor dicho, el Espíritu Santo. Es por lo tanto muy acertado lo que observa San Gregorio:
«Cada vez que veamos a personas pecadoras, ello debe darnos motivo para que en primer término lloremos
por nosotros mismos, puesto que hemos caído en pecados similares o todavía podemos caer en ellos». Pues «no hay pecado hecho por algún hombre», dice Agustín, «en que no pueda caer también otro hombre, si Dios lo deja abandonado a si mismo». Me gusta también bastante el versito que alguien compuso como
ayuda a la memoria para recordar este hecho: «O somos como aquél, o hemos sido así, o lo seremos aún». ¡Y ojalá que los tomistas y escotistas y modernistas pensaran en esto al debatir acerca de si los conceptos generales son realidades, y acerca de la naturaleza que en sí no es ni buena ni mala! El hombre es hombre, y la carne es carne: jamás un hombre carnal (lat. caro) hizo algo que otro hombre carnal similar no pudiera hacer también -a menos que Dios establezca una diferencia.

V. 2: Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumpliréis así la ley de Cristo.

El apóstol resume en una máxima hermosísima, verdaderamente áurea, las dos enseñanzas que
acaba de dar. Hay personas llenas de escrúpulos, dice, que no son capaces de discernir entre ley de la fe y ley de los hombres. A estas personas hay que sobrellevarlas y hay que andar con mucho cuidado, en todo sentido, para no darles motivo para escandalizarse. Otros hay que pecan incluso contra la ley de Dios. Pero tampoco a éstos se los debe despreciar pretextando un celo de Dios que en este caso seria una insensatez.
Antes bien, a unos y otros hay que soportarlos en amor cristiano. A los que están llenos de escrúpulos hay
que instruirlos, a los que contra la ley de Dios hay que volverlos al. buen camino. A aquellos hay que
decirles lo que han de saber, y a éstos, id que han de hacer. Y de esta manera debemos prestarles nuestros
servicios para que tanto su fe como sus obras se vayan formando como es debido; pues los unos necesitan
que se les instruya en cuanto a la fe, y los otros, que se los guíe hacia una vida piadosa. Así, el amor
encuentra por todas partes algo que sobrellevar, algo que hacer. Mas el amor es «la ley de Cristo». Amar
empero es desearle al prójimo toda suerte de bienes, de todo corazón, o «buscar el bien del otro (1 Co. 10;
24 ) «. Ahora bien: si no hubiera nadie que yerra, nadie que cae, es decir, nadie que necesita «el bien», ¿a
quién podrías amar entonces? ¿A quién le podrías desear toda suerte de bienes? ¿El bien de quién podrías
buscar? Más aún: el amor ni siquiera puede existir si no hay personas que yerran y que pecan; estas personas
son, como dicen los filósofos, el «objeto propio y adecuado» del amor o «el material» para el amor. La
mentalidad carnal en cambio, o el amor que consiste en deseos malos, busca que los demás le deseen a él lo
bueno, y quieran lo que él ansia. Esto es: «busca su propio bien (1 Co. 10:24)» y su «material» es el hombre
justo, santo, piadoso, bueno, etc. Tales personas tergiversan completamente la enseñanza presentada aquí
por el apóstol, porque quieren. que los demás les sobrelleven a ellos sus cargas, mientras que ellos sólo
quieren disfrutar de los bienes de los demás y ser llevados por ellos. No quieren saber nada de tener como
compañeros de su vida a los indocta, inútiles, iracundos, ineptos, a los difíciles de tratar y los malhumorados;
sino que buscan a los hombres cultos, a los cíe modales agradables, a los benignos, a los tranquilos, a
los santos, es decir: quieren vivir no sobre la tierra sino en el paraíso, no entre pecadores, sino entre
ángeles, no en el mundo sino en el cielo. Por esto tienes también sobrado motivo para el temor de haber
recibido ya aquí su recompensa (Mt. 6:2, 5, 16), y de haber poseído en esta vida presente su «reino de los
cielos». Pues ellos no quieren ser, como la esposa (Cnt. 2:2), «cual lirio entre los espinos»; no quieren ser
como Jerusalén, que «está puesta en medio de las naciones» (Ez. 5:5); tampoco quieren «dominar en medio
de sus enemigos» (Sal. 110: 2) junto con Cristo, porque elles «hacen vana la cruz de Cristo» (1 Co. 1:17) en
ellos mismos: su amor es un amor inactivo, soñoliento, un amor que se hace llevar en los hombros de otros.
Por lo tanto, los que huyen de la compañía de tales personas indoctas etc., con la Intención de
alcanzar personalmente mayor perfección, logran precisamente lo contrario: se concierten en los peores de
todos, aunque no lo quieran creer; porque a causa del amor huyen del servicio genuino del amor, y a causa
de la salvación huyen de lo que es el verdadero compendio de la salvación. En, efecto: jamás se hallaba la
iglesia en mejor estado. que cuando vivía entre la gente más perdida; pues al sobrellevar las cargas de éstos,
su amor resplandecía en forma admirable, como dice el Salmo 67 (v. 14, Vulgata): «La parte posterior de su
cuerpo con amarillez de oro»,17 es decir: la paciente tolerancia de la, paloma cristiana (pues a ésta se
refiere la mencionada «parte posterior») brilla en toda su dimensión con la vivísima rutilancia de su áureo
amor. De no ser así, ¿por qué no abandonó también Moisés al «pueblo de dura cerviz» (Éx. 32:9)? ¿Por qué
Eliseo y los profetas no abandonaron a los idólatras reyes de Israel?
De esto resulta que la separación, por parle de los bohemios,18 de la iglesia romana, es un paso que
no se puede defender con ninguna excusa, porque está en oposición a la piedad y a todas las leyes de Cristo,
ya que atenta contra el amor que es la suma de todas las leyes. Pues lo que ellos alegan como único motivo:
el haberse separado por temor a Dios y a su conciencia para no tener que vivir entre malos sacerdotes y
obispos -esto es precisamente lo que más los acusa. Pues si los sacerdotes o los obispos o cualesquiera
otras personas son malos, y tú ardieras en amor genuino, no te darlas a la fuga. Todo lo contrario: aunque
«habitaras en el extremo del mar» (Sal. 139:9), acudirías corriendo a ellos, llorarías, los amonestarías, los
reprobarías, en fin, harías todo lo imaginable, y serias consciente, como seguidor de la enseñanza dada aquí
por el apóstol, de que te incumbe llevar no los beneficios, sino las cargas. Es evidente, por lo tanto, que toda
la gloria de ese amor de los bohemios no es más que apariencia exterior y «una luz con que se disfraza un
ángel de Satanás’! (2 Co. 11:14).
Y nosotros, que gemimos bajo las cargas y las verdaderamente insoportables abominaciones de la
curia romana -¿acaso también la huimos, y nos separamos de ella? ¡Lejos, muy lejos sea de nosotros pensar
en tal cosa! Es verdad: reprendemos, execramos, oramos, amonestamos. Pero no por esto hacemos pedazos
«la unidad del Espíritu» (EL 4:3), «no nos envanecemos» contra la curia romana (1 Co. 4:6); porque sabemos
que el amor sobrepasa en mucho todas las cosas, no sólo los daños materiales, sino también todas las
abominaciones de los pecados. Hipócrita es el amor que no puede llevar sino los beneficios que otro le
produce. Por cierto: si bien nuestro pueblo común figura, como vemos, en el último peldaño de la escala de
valores,19 sin embargo está en la punta en lo que al amor se refiere. Pues sufre con sin igual paciencia que
sus pastores lo pelen hasta los huesos y lo desuellen. Por otra parte, los que se pavonean de ocupar el primer
lugar, son absolutamente incapaces de desprenderse de un solo centavo, y más incapaces aún de tolerar que
se diga o haga algo que afecte sus privilegios. «Mas tú, oh Señor, eres justo, y recto es tu juicio» ( Sal.
119:137). «Así, los postreros serán los primeros, y los primeros, postreros» (Mt. 20:16).
V. 3; Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña.
Con esto, Pablo nos da una motivación muy buena y muy convincente para su doble enseñanza (de
que hay que sobrellevar con ciencia tanto a los débiles como a los pecadores), y esta motivación es: todos
somos iguales;’ y todos somos nada. ¿Por qué, entonces, uno «se envanece contra el otro» (1 Co. 4:6) ¿Por
qué no nos ayudamos más bien el uno al otro? Si realmente hay algo de bueno en nosotros, no es nuestro,
sino que es don de Dios (1 Co. 4:7); y si es don de Dios, se lo debemos por entero al amor, es decir, a la ley
de Cristo. Y si se lo debemos al amor, debo usarlo no para servir a mis propios intereses, sino para servir a
los demás. De esta manera, mi erudición no es propiedad mía, sino de los que no posean tal erudición; es mi
deuda que tengo para con ellos (Comp. Ro. 1:14). Mi castidad no es mis, sino de aquellos que cometen
pecados de la carnet a ellos les debo servir con mi castidad. Y esto lo hago presentándola a Dios como
ofrenda en lugar de ellos intercediendo por ellos, excusándolos, y cubriendo así ante Dios y los hombres la
deshonestidad de ellos con la honestidad mía, conforme a lo que Pablo escribe en 1 Corintios 12 (v. 23) de
que «los miembros indecorosos son cubiertos por los que son más decorosos». Del mismo modo; mi saber,
pertenece a los ignorantes, mi poder a los oprimidos, mis riquezas a los pobres, mi justicia a los pecadores.
Pues el saber y todo esto son «formas de Dios» de las cuales debemos «despojarnos» para llevar en nosotros
«formas de siervo» (Fil. 2:6, 7); porque con todas estas cualidades debemos estar en pie ante Dios e intervenir
en favor de los que no las poseen, como si lleváramos el vestido de otros -al igual que un sacerdote
que al prestar un sacrificio por quienes lo circundan, los vemos llevando una vestimenta ritual que no es su
ropa habitual,. Pero también ante los hombres debemos servir a tales personas con igual amor contra
quienes los calumnian y los oprimen; porque esto mismo es lo que Jesús hizo en bien de nosotros. Este es
- aquel «horno del Señor en Jerusalén» (Isa 31:9), aquella dulce misericordia del Padre quien con tan
inestimable virtud quiso ligarnos unos con otros. Mediante esta contraseña, este símbolo, esta marca, los
cristianos nos distinguimos de toda la demás gente, a los efectos de ser la propiedad de Dios, «linaje
sacerdotal y real sacerdocio» (1 P. 2: 9; Exo. 19:5, 6).
San Jerónimo explica este pasaje de dos maneras. En primer lugar: «El que se cree ser algo, no
siendo nada» significa, como ya dijimos: «siendo que todos nosotros ante Dios no somos nada». En segundo
lugar: «El que se cree ser algo, y sin embargo no es nada, a sí mismo se engaña» significa: si uno tiene
de sí mismo la opinión de ser algo, y en realidad supera a otro, y se complace en ello y, lleno de autoestimación,
sólo busca su propio provecho en vez de buscar cómo puede servir a otros con sus dones -el tal en
verdad se engaña a sí mismo. Pues justamente con su sentimiento de orgullo hace que «no sea nada»,
porque en estas condiciones, el don de Dios que hay en él no presta ninguna utilidad, y él mismo viene a ser
igual a cualquier hombre que no posee ese don. Es como con el avaro: aun teniendo bienes, no tiene nada,
puesto que no hace de ellos el uso a que las riquezas están destinadas. De la misma manera, pues, como este
rico no es rico sino pobre, aquel que se cree ser algo, no es nada. Este es el entendimiento que por su parte
apoya San Jerónimo;20 y con este entendimiento se nos ofrece una motivación, con un enfoque distinto,
para las antes mencionadas enseñanzas a saber: si uno no sobrelleva las cargas del otro, y en cambio se
envanece en su propia mente, ya está en camino de no ser nada, y es como si no tuviera nada; más aún: lo
que tiene redunda en su propio perjuicio. Ambas interpretaciones me parecen dignas de aprobación. Pero
Jerónimo añade algo más todavía: hace resaltar el significado especifico de la palabra «engaña» que en
griego tiene el matiz de «engaña su mente (ùñåíáðáôÜ), porque la persona que actúa así, no es como cree
ser.
V. 4: Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo
respecto de sí mismo, y no en otro.
Está en la naturaleza de la vanagloria el compararse con los que no están a la par de uno mismo. De
esta comparación resulta entonces el desprecio hacia el inferior, y además, ese infatuarse por la contemplación
de las propias cualidades. Pues la persona vanagloriosa se regocija no tanto por el hecho de que ella
misma sea algo o posea algo, sino más bit porque los demás no son nada o no poseen nada. Lo vemos en
aquel fariseo (Lc. 18:11) que se jactaba no tanto de su propia santidad, sino de que los demás hombres
parecían inferiores a él, en particular el publicano. Pues le habría disgustado que los demás fuesen mejores
que él o iguales; consecuentemente, él busca el motivo para su jactancia ea otra persona, fuera de él mismo,
es decir, en uno que ea peor que él, en uno inferior. Esto es malevolencia, que siempre acompaña a la
vanagloria: el regocijarse por los errores de los demás, y ver con desagrado lo bueno que hay en otros. Y
esto es lo que el apóstol prohíbe, a fin de que nadie tenga este tipo de gloria a costa ajena una gloria que está
y que debe ser mantenida muy, muy lejos del amor.
«Cada uno someta a prueba su propia obra», es decir, deje a un lado la obra del otro, no trate de
investigar cuán malo es el otro, sino cuán bueno es él mismo. Esfuércese en ser hallado aprobado personalmente
en buenas obras, pero no tome le obra de otro como ocasión para caer en falsa seguridad y soñolencia,
como si tuviera que ser considerado bueno ante los ojos de Dios por el solo hecho de ser mejor que
aquel hombre malo. Pues de esta manera se estarla adjudicando más méritos por la maldad de otro que los
que obtendría por sus propias obras buenas de no existir la maldad de aquél. Tus propias obras no se hacen
mejores por lo que es otra persona. Por esto, vive y actúa tú de un modo tal que sometas a prueba tu propia
obra para ver hasta qué punto te puedes gloriar de ti y de tu propia conciencia, como dice Pablo en 2
Corintios 1 (v. la): «Porque nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia», de ninguna manera
el espectáculo que brinda el proceder de otro. Mas «somete a prueba su propia obra» quien analiza cuán
solícito es en sobrellevar con amor las imperfecciones ajenas. Y por cierto, así uno se dedicase a observar
esto, fácilmente se abstendría de juicios temerarios y de calumnias, pues entonces descubriría si ama a su
prójimo o si no lo ama.
V. 5: Porque cada uno llevará su propia carga.
Esto se relaciona con lo anterior de la siguiente manera: «¿Por qué te glorias a costa de otra persona?
Por qué te envaneces a causa del pecado o de la debilidad ajenos? ¿Acaso tendrás que responder tú por
lo que hace otro?» O como dice Pablo en Romanos 14 (v. 4), desarrollando el mismo pensamiento: «¿Tú
quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae», a lo que luego añade: «Cada
uno dará a Dios cuenta de sí» (v. 12). Esto mismo lo llama aquí en terminología escritura) «llevar la carga»,
y en un paraje anterior «llevar la sentencia» (Gá. 5:10). Por eso me inclino a tomar también aquella frase
«Cada uno someta a prueba su propia obra» en el mismo sentido,, sólo ligeramente modificado, que lo
dicho en Romanos 14 ( v. 22 ): «La fe que tú tienes, tenla para contigo delante de Dios». O sea: El hecho de
que tú sepas que «todas las cosas te son licitas» (1 Co. 6:12) es; «su propia obra». Pero de esto gloríate sólo
ante Dios y en tu propio interior, y no hagas uso de esta libertad hacia lo exterior, p. ej. gloriándote de esta
fe tuya en contraste can la debilidad de tu prójimo, sin importarte nada la ofensa que con, teto le causas.
Este significado general sin embargo no será aplicable a todas las ofensas, sino sólo a aquellas que se
originan en la ley hecha por los hombres, como las hay en la actualidad, de entre las cuales ya mencioné los
certificados de confesión21 y otros privilegios que se vendían por dinero a algunos mientras que a otros se
los denegaba, con el consiguiente escándalo.
V. 6: El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena a1 que lo instruye.
Un precepto ético más, el último, imparte aquí el apóstol; a los ancianos que enseñan la palabra de
Dios y que «siembran lo espiritual» (1 Co. 9:11) se los debe proveer de lo material (lat. carnalia) y de las
cosas necesarias para la vida. Porque «el obrero es digno de su salario» dice Cristo (Lc; 10:7), y el mismo
Pablo vuelve sobre este punto con más detalles en 1 Timoteo 5 (v. 17, 18) y 1 Corintios 9 (v. 1-15).
Sorprende empero por qué el traductor halló placer en entremezclar en el texto palabras enteramente
griegas. Êáôç÷ßîù, significa «enseño» e «instruyo»; de ahí viene la designación «catecúmenos» para los
que son instruidos en la religión de Cristo.22
Pablo exterioriza aquí su desprecio de la filosofía estoica;23 llamando «cosa buena» a lo que es
necesario para el cuerpo; los estoicos en cambio con su manía de distorsionar y violentar las palabras,
cuentan entre las «cosas buenas» solamente la sabiduría y la virtud (esto es, soberbia basada en vanidad).
Nosotros sabemos que «todo lo que Dios había hecho era muy bueno» (Gn. 1:31) y que «todo lo que Dios
creó es bueno» (1 Ti. 4:4). «Malas» son estas cosas por el mal uso que se hace de ellas, no por un defecto
intrínseco. Y por ese mal uso son malas especialmente y más que nada la sabiduría y la virtud (las «cosas
buenas» de los estoicos), porque no hacen más que envanecer al hombre si está ausente el amor (1 Co. 8:1).
Fíjate en el peso que tiene aquí cada palabra. Al que instruye en la palabra se lo debe hacer participe
de toda cosa buena. Con aquellos en cambio que no se ocupan24 más en la palabra ni la enseñan, este
precepto no tiene nada que ver. La primera y más importante tarea en la iglesia es sin duda alguna el
ocuparse en la palabra, tarea que el Señor encomendó a Pedro tres veces (Jn. 21:15 y sigtes.) y que él exige
de todos nosotros con la mayor insistencia. Sin embargo, en nuestros tiempos actuales, esta tarea es la más
postergada y la más desdeñada de todas. Tantas son las obligaciones oficiales de los juristas, de los jueces,
de los provisores25 ser, tantos los cánticos y las ceremonias de los sacerdotes y de los monjes; pero «la voz
del que clama en el desierto» (Is. 40:3; Mt. 3:3) se oye raras veces, tan raras que apenas asiste algo más
desemejante a la iglesia que la iglesia misma.
Y no es superfluo que el apóstol añada «en la palabra»26 o como dice el texto griego « la palabra»
ser. Son, eran y serán muchos los que presentan profusión de fábulas elaboradas en su propia cabeza, u
opiniones y tradiciones de hombres, como lo vemos hoy día para gran dolor nuestro. Pero la «palabra»
misma, que sin lugar a dudas significa el evangelio de Cristo -¿dónde, pregunto yo, resuena ésta? O si
resuena, desfigurada por comentarios humanos, lo hace en estos términos: “Mi garganta se ha enronquecido»
(Sal. 69:3), de modo que aunque resuene de esta manera, no puede ser oída. Por lo tanto, los hombres que
así tratan la palabra, tampoco esperen que la «participación de toda cosa buena» se haga extensiva a ellos.
Tómese nota además de que Pablo dice: «Haga partícipe». En efecto, hoy día no sólo quieren
participar -aunque ni siquiera enseñen la palabra- sino que reclaman autoridad ea todo sentido y derecho a
la posesión de todos los bienes; y el que es enseñado, prácticamente se ve en el papel de mendigo ante el
que le instruye. Pues la iglesia tomó incremento hasta el punto de que incluso comenzó a transferir imperios
y otorgar dominios territoriales. «¿Qué nos importa la palabra? Dejemos esto para los frailes:» Es por
esto también que mi amigo Silvestre27 sal afirma que el papa es doblemente emperador del mundo entero
y señor sobre todas las cosas. Y no hay nada de extraño en ello; porque está claro que cuando el apóstol
Pablo, poco versado en el arte de hablar, quiso decir: «Entreguen todos la totalidad de sus bienes al pontífice
romano y háganlo emperador», le vino a la boca una expresión por demás mezquina, de modo que dijo:
«El que es enseñado, haga participe de toda cosa buena al que lo instruye en la palabra». Creo empero que
si Pablo hubiese sabido que algún día se habría de interpretar el «hacer participe» como «dar autoridad», la
«instrucción en la palabra» como «facultad para ejercer dominio» y «el que es enseñado» como «el mundo
entero», sin duda habría guardado silencio en cuanto a esta doctrina.
«¿Ya estás mordiendo otra vez?»28 -No es que esté mordiendo; sino que obligado por la necesidad
de poner en claro lo que dicen las Escrituras, llamo la atención a las prácticas vigentes en nuestro siglo para
que se vea en qué fue a parar la gloria de ja iglesia, y cuál es la iglesia verdadera y la falsa. Y, para hablar sin
ambages, no hay ninguna posibilidad de que las Escrituras sean explicadas y que otras iglesias sean reformadas
si no se reforma cuanto antes a aquella entidad que ejerce el predominio universal, la curia romana.
Pues ésta es incapaz de oír la palabra de Dios y de mantenerla en alto para que sea enseñada en forma
inalterada. Pero si no se enseña la palabra de Dios, tampoco se puede llevar ayuda al resto de las iglesias.
«De toda cosa buena» dice Pablo. Ha suscitado mucha disputa el determinar qué quiere decir el
apóstol con esto; pues al parecer habla como Silvestre, prescribiendo una participación en toda cosa buena,
con la excepción, como dije, de que lo relaciona sólo con los que se ocupan en predicar y enseñar la
palabra. Como de tales personas hay y siempre hubo una cantidad infinita, ,y como todos deben a cada una
de ellas «toda cosa buena», sería preciso descubrir muchos mundos para que cada cual pueda entrar en
posesión de toda cosa buena. Pero dejemos eso a un lado. Lo que Pablo llama «toda cosa buena» es aquello
que al instructor le hace falta. Es decir: los bienes materiales que atañen al sustento de la vida, los debe
recibir todos de aquella persona a la cual instruye; pues como está dedicado a la palabra, no los puede
adquirir con su propio trabajo. Con esta disposición el apóstol previene al mismo tiempo que el instructor
reciba bienes de gente que no figura entre los por él instruidos, lo que significaría una ofensa para los fieles.
Y por otra parte, el que es enseñado no debe dar motivo a que el instructor tenga que recurrir a este medio
(aceptar bienes no de sus oyentes, sino de foráneos) para ganarse el sustento; antes bien, «debe hacerle
partícipe de toda cosa buena», dice Pablo, debe hacerle llegar de sus propios bienes todo lo que aquél
necesite. En caso de observarse esta regla no habrá una donación para el sumo pontífice, otra para los
obispos que ocupan un cargo intermedio, y otra para los sacerdotes comunes, todo por parte de uno y el
mismo pueblo. Entonces también la mendigancia29 será cosa distinta de lo que aquí se prescribe. Pero los
tiempos actuales son otros; cuando Pablo estableció estas disposiciones, los pastores de la iglesia no
estaban provistos de ingresos y posesiones materiales. Y no sé si esta enseñanza del Espíritu no fue mejor
que la costumbre que reina ahora. Pues ahora tenemos ante la vista lo que se dice en Proverbios 28 (v. 2):
«Por, los pecados de la tierra sus príncipes son muchos»; y esta multitud es llamada hoy día la jerarquía y la
clasificación de la iglesia según rangos inferiores y superiores.
V. 7a: No os engañéis; Dios no puede ser burlado.
Pablo censura aquí la avaricia, que siempre es ducha en hallar excusas cada vez que se trata de dar
algo. El apóstol no menciona estas excusas en detalle, y por supuesto, tampoco podría mencionarlas todas.
San Jerónimo en cambio cita un buen número de ellas.30 Con la misma solicitud, Dios dispuso medidas
también en tiempos del Antiguo Testamento para que no se relegara al olvido a los levitas cuya única
posesión era lo que recibían del pueblo (Nm. 18:20 y sigtes.; Dt. 12:19 y sigtes.
A esto se agrega el hecho de que el predicador de la palabra inevitablemente chocará a muchos y
estará expuesto al odio, de modo que este precepto de Pablo es sumamente necesario no sólo a causa de los
que están llenos de avaricia y de odio, sino también a causa de los negligentes. Pues hay también una clase
de personas que no dan porque suponen que otros ya lo hacen en abundancia. Pero a tales evasivas fútiles,
Pablo les sale al paso con gran maestría advirtiendo a estas personas que no se engañen: aun cuando puedan
defraudar y embaucar a sus semejantes, a Dios no le podrán burlar.
V. 7b: Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.
A un caso particular, Pablo aplica una máxima general. Esta máxima, que le habrá sido familiar, la
emplea también al escribir a los cristianos en Corinto (1 Co. 9:11; 2 Co. 9:6), pues tiene cierto carácter
proverbial y es de fino sentido alegórico. Quien niega al que lo instruye la participación de los bienes,
siembra una obra de la avaricia; por esto segará también la recompensa de la avaricia. Y lo mismo sucede
con todas las demás obras, buenas y malas. Pues con esta máxima general, Pablo concluye todos los preceptos
relacionados con la ética, así como también la carta misma.
V. 8: Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el
espíritu, del espíritu segará vida eterna.
Nuevamente debe entenderse aquí con «carne» no sólo el placer pecaminoso, sino conforme al
modo de hablar del apóstol, todo lo que no es espíritu, o sea, el hombre entero. Así lo, exige también el
texto mismo. Pues el entendimiento incorrecto de las palabras dio al hereje Taciano31 motivo para condenar
la unión sexual entre hombre y mujer, precisamente a base de este pasaje Paulino. San Jerónimo escribió
contra él una erudita refutación. «Carne» y «espíritu» son presentadas por lo tanto en el lenguaje alegórico
del apóstol como dos campos. Las dos simientes son dos obras. Una de ellas es la obra del amor, que
ya fue descrita antes con toda amplitud según sus nueve frutos (cap. 5: 22). La otra es la simiente de la
carne, que hemos visto en el pasaje que hablaba de las obras de la carne (cap. 5:19-21) . Las dos siegas son
la corrupción y la vida eterna. Erasmo interpreta la «corrupción» como el fruto corruptible y destinado a
perecer, que una vez corrompido equivale, según él, a ningún fruto.32
«Para su carne» y no «para su espíritu»- parece haber sido agregado por el apóstol con el propósito
expreso de prevenir que alguien piense en la «siembra» hecha en la carne de la mujer por parte del hombre,
y para que no se crea que él esté hablando de este acto -si bien es cierto que también lo nacido de la simiente
del varón es un fruto corruptible, ya que es un ser humano mortal. No obstante, de esto no sigue que la
unión de los sexos en si sea mala. Pero al fin y al cabo: ¿qué se siembra y se cosecha en toda la tierra que no
esté sujeto a corrupción? En consecuencia, lo dicho aquí por el apóstol debe tomarse a todas luces por una
alegoría, y cm «sembrar» no se puede entender otra cosa que «obrar», como se desprende claramente de lo
que sigue.
V. 9: No nos cansemos, pues, de hacer bien, porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos.
Pablo mismo aclara el lenguaje alegórico que emplea. No dice: «(No nos cansemos) de sembrar
para el espíritu» sino «de hacer bien»; y no obstante añade: «a su tiempo segaremos», conservando la
segunda parte de su alegoría. Tan cauteloso tuvo que ser para no dar a los herejes ni siquiera ira motivo
aparente para vilipendiar el estado matrimonial «sembrar para el espíritu» es, por lo tanto, hacer lo bueno,
.y «sembrar para la carne» hacer lo malo. A esta enseñanza la proyecta ahora hacia lo largo (del tiempo) y
exhorta a la perseverancia, señalando como consuelo la retribución en lo futuro. Pues no el que comience
sino «el que persevere, éste será salvo» (Mt. 24:13). Fácil es haber dado comienzo a una obra sola; mas es
tarea ardua, y peligrosa además por los muchos impedimentos que surgen en contra, llevarla a cabo y
perseverar en ella. A esto se debe también, dice Jerónimo, que nosotros nos cansemos en la obra buena,
mientras que los pecadores aumentan a diario en obras malas.33
V. 10: Así que, según tengamos oportunidad (lat. tempus), hagamos bien a todos, y mayormente a los de la
familia de la fe.
Con esto, el apóstol proyecta la enseñanza también hacia lo ancho. El cumplirla en esta dimensión
resulta no menos difícil que cumplirla en la dimensión «longitudinal». «Hagamos bien a todos», a gentiles,
judíos, agradecidos, desagradecidos, amigos, enemigos, prójimos y extraños -en fin, sin mirar a quién,
como ya se especificó al tratar el tema «amor». ¡Ved cómo se extiende hacia lo ancho la benevolencia
cristiana! En efecto, debe abarcarlo todo en torno nuestro, como lo dice también Cristo en Mateo 5 (v. 46):
«Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos?» Sin
embargo, Pablo da preferencia a «los de la familia de la fe», pues a ellos nos hallamos ligados con un lazo
más estrecho por cuanto son de la misma casa, la iglesia, y por cuanto pertenecen a la misma familia de
Cristo, teniendo una misma fe, un bautismo, una esperanza, un Señor (Ef. 4:4, 5) -todo lo tienen igual que
nosotros. San Jerónimo por su parte opina que con los de la familia de la fe, Pablo se refiere también a los
maestros mismos que habían sido el motivo inicial de esta enseñanza en cuanto al «bien hacer»: su intención
sería aludir a ellos también en la conclusión de esta enseñanza, como si quisiera que con «los de la
familia de la fe» se entendiera a los servidores de Cristo que en Su casa enseñan la fe.34
Jerónimo llama la atención a las palabras de Pablo «según tengamos oportunidad», advirtiendo que
el tiempo oportuno para la siembra es la vida presente, como dice también Cristo Jn. 9:4): «Obremos
mientras sea de día; la noche viene, cuando nadie puede trabajar». Estas afirmaciones van dirigidas, al
parecer, contra la doctrina acerca del purgatorio. Pues si bien los doctores de la iglesia dicen que lo que
ocurre en el purgatorio no es más que una satisfacción, o como lo llaman con un término recientemente
descubierto: «satispasión»35 yo no veo, sin embargo, cómo la satisfacción o satispasión no habría de ser un
hacer lo bueno. Entiendo, por lo tanto, que el apóstol está hablando de las obras de esta vida presente, y que
no hace referencia alguna al purgatorio, como lo expuse en otra ocasión.
V. 11: Mirad con qué tipo de letras os escribí de mi propia mano.
San Jerónimo toma ese «con qué tipo de letras» en el sentido de «letras grandes» (pues en esta
conexión, la palabra griega ðçëß÷ïéò expresa magnitud más bien que cualidad), y desarrolla la siguiente
teoría: Hasta este punto, la carta la escribió otro, al dictado de Pablo, posiblemente con letra más pequeña;
y de ahí en adelante hasta el fin la completó Pablo mismo, con letras de mayor tamaño, para que los lectores
pudieran distinguir claramente su propia escritura y darse cuenta así de la gran solicitud que el apóstol tenía
para con ellos. Al mismo tiempo, Pablo quería desbaratar la sospecha de que se trataba de una carta espuria
puesta en circulación por maestros falsos bajo el nombre suyo; porque también en otras cartas, suele poner
como firma: «La salutación es de mi propia mano, de Pablo» (comp. Col. 4:18; 1 Co. 16:21; 2 Ts. 3:17).
Yo empero sigo a Erasmo, quien opina que la carta entera fue escrita por el apóstol de su propia
mano.36 Con ello, Pablo demuestra su ferviente preocupación, como si dijera: «Nunca acostumbro escribir
de mi propia mano; pero ¡ved qué carta más grande escribí de mi propia mano en bien de la salvación
vuestra! ES verdad, he escrito otras cartas mayores atan, pero por mano de otro ( R,o. 16: 22). Por eso,
recibid también vosotros su contenido con la misma gran seriedad con que yo lo escribí.» ¡Qué hombre de
corazón apostólico que de tal manera se desvela por el cuidado de las afinas!
V. 12: Todos los que quieren agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis, solamente para
no padecer persecución a causa de la cruz de Cristo.
Pablo vuelve brevemente sobre lo que había escrito ya antes. En efecto, en la introducción (1:10)
había dicho: «Si todavía agradara a los hombres no seria siervo de Cristo. ¿O traté de agradar a los hombres?
» Pues a los judíos les disgustaba en sumo grado esa predicación acerca de la libertad cristiana ya que
ellos presumían de alcanzar justicia mediante la circuncisión, que consideraban necesaria para, la salvación.
Para dar otra dirección al furor de los judíos y para mitigado, los apóstoles falsos enseñaban lo que a
aquellos les agradaba, es decir que la circuncisión era una necesidad. Es seguro, por ende, que estos apóstoles
falsos procedían no del judaísmo sin de los cristianos;37 pues les inspiraba horror e1 tener que padecer
persecución a causa de la cruz que hablan procesado. El amor a le propia vida y a la paz era mayor que su
amor a Cristo.
Con «en la carne» Pablo establece el contraste con el espíritu, y el verbo «agradar» lo emplea en
forma absoluta, sin relación con otra palabra, como ya lo hiciera en otra ocasión.38 El sentido de «quieren
agradar en la carne» es entonces: quieren ser personas que agradan de una manera carnal, no de una manera
espiritual; porque con agradar de una manera carnal agradan a los hombres, mientras que agradando en el
espirito, o de una manera espiritual, agradan a Dios.
Nótese también esto: «Os obligan a que os circuncidéis”. La circuncisión en si no hacia daño
alguno; lo condenable era que se ejercía una coerción y se hacia de la circuncisión una necesidad, como si
la fe no fuera suficiente para alcanzar la justicia. Así, Pablo había preguntado ya en un pasaje anterior (cap.
2:14 ): «¿Por qué obligas a la gente a judaizar?»
Plantearás tal vez el interrogante: ¿No está el apóstol calumniando a los apóstoles falsos y juzgándolos
con ligereza al afirmar que ellos temen la persecución a causa de la cruz de Cristo y buscan gloriarse
en la carne de los gálatas, como expresa más adelante (v. 13)? ¿Quién le dijo a Pablo que los apóstoles
falsos eran miedosos y ávidos de gloria? Pues no se pueden hacer conjeturas acerca de las faltas de personas
ausentes sin incurrir en pecado, máxime si estas personas niegan dichas faltas. Quizás las habrían
negado realmente, y no habría sido posible refutarlos. -Sin embargo, el apóstol, de espíritu experto, sabe
que un hombre que no predica a Cristo en forma correcta o no tiene un entendimiento correcto acerca de él,
no puede estar libre del temor ante la cruz ni de la vanagloria. Quien no tiene el espíritu de Cristo, inevitablemente
amará más su propia vida que a Cristo. Igualmente inevitable es que tal persona se enorgullezca
de su saber. El resultado forzoso es que en la adversidad sufra un colapso y en días de prosperidad, se
engría; y que en ambas circunstancias sea incapaz de conducirse como persona de carácter recto y estable.
Por lo tanto, si vemos a personas, cualesquiera que sean, que no conocen a Cristo, podemos pronunciar
acerca de ellas sin riesgo alguno y con validez general, el siguiente veredicto: son miedosos en la adversidad
y vanagloriosos en días buenos; quedan abatidos a destiempo y a destiempo se muestran ufanos. En
cambio, el que es un cristiano de verdad, se mantiene erguido en los días adversos confiando en Dios; en
días buenos está abatido (lat. deiectus) porque teme a Dios. No se avergüenza cuando padece (2 Ti. 1:12),
ni se gloría cuando le honran. En toda circunstancia observa un comportamiento correcto y estable.
V. 13: Porque ni aun los mismos que se circuncidan guardan la ley; pero quieren que vosotros os circuncidéis
para gloriarse en vuestra carne.
Lo mismo lo había dicho el apóstol ya en el capítulo 5 (v. 3), a saber, que «el que se circuncida, está
obligado a guardar toda la ley». Pues aunque circunciden su carne exteriormente, no obstante no cumplen
ni esta ley de la circuncisión ni otra ley alguna, porque todo cuanto hacen, lo hacen no con alegría de
espíritu sino por temor a la ley que los amenaza. Pero ya se ha dicho más de una vez: cumplir la ley sin libre
disposición del ánimo, es lo mismo que no cumplirla; antes bien, es un mero simulacro de cumplimiento de
la ley. Pues lo que no es hecho voluntariamente, ante Dios y en verdad no es hecho, sino que sólo aparece
como hecho ante los ojos de los hombres. Una vez más, el apóstol afirma sin titubeos que todos los que se
circuncidan y cumplen cualquier ley con sus propias fuerzas, son transgresores de la ley. Y una. vez más
refuta a nuestros teólogos que sostienen que las obras hechas sin la gracia del Espíritu son al menos «moralmente
buenas» y son un cumplimiento de la ley en lo que toca a la acción exterior como tal, no siendo
por lo tanto pecados ni contrarias a la ley.39 Sin embargo, esta sentencia permanece firmemente en pie: la
voluntad y la alegría de espíritu que lleva al cumplimiento de la ley se obtiene sola y exclusivamente por la
fe en Cristo; todos los demás (los que río tienen esta fe) odian la ley y son por ende culpables de trasgresión.
«Para gloriarse en vuestra carne» significa: para gloriarse en vosotros de una manera carnal, de
haber sido vuestros maestros, de haberos enseñado cosas buenas, de ser sabios y temerosos de Dios ( lat.
religiosi). Pues es imposible que un maestro, sea de la profesión que fuere, no se gloríe, a menos que esté
bien fundado en Cristo, y vivamente consciente de que «no sois vosotros los que habláis» (Mt. 10:20) y de
que «uno es vuestro Maestro, el Cristo» (Mt. 23:8): tan tenazmente está apegada al hombre la avidez de
alabanza y gloria, ante todo en lo que concierne a cosas y dones espirituales como son el saber y las
virtudes.
V. 14: Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me
es crucificado a mí, y yo al mundo.
Lo que Pablo quiere decir con esto es: «Gloríense aquellos en la sabiduría, la virtud, la justicia, las
abras, la enseñanza, la ley, o aun en vosotros y en otros seres humanos cualesquiera. Yo por mi parte me
glorío en que soy tonto, pecador, débil, colmado de padecimientos y hallado como hombre sin ley, sin
obras, sin justicia procedente de la ley, sin nada de nada -excepto que tengo a Cristo. Mi deseo y mi alegría
es que a los ojos del mundo yo sea ignorante, malo y culpable de todos los crímenes» Así lo expresa el
apóstol también en 2 Corintios 12 (v. 9): «De buena gana me gloriaré más bien en. mis debilidades, para
que habite en mí el poder de Cristo». Pues la cruz de Cristo ha condenado todo lo que el mundo aprueba,
incluso la sabiduría y la justicia, como se lee en 1 Corintios 1 (v. 19): «Destruiré la sabiduría de los sabios,
y desecharé el entendimiento de los entendidos». Y Cristo dice en Mateo 5 (v. 11): «Bienaventurados sois
cuando los hombres os vituperen» y «cuando desechen vuestro nombre como malo, y os llenen de reproches
» (Lc. 6:22).
He aquí, esto significa no sólo «ser crucificado juntamente con Cristo» (Gá. 2:19) y «ser participantes
de la cruz de Cristo y de sus padecimientos» (1 P. 4:13) sino hasta gloriarse en ello y acompañar a los
apóstoles en su gozo «de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre» ( Hch. 5:
41). Aquellos empero que por causa del nombre de Jesús apetecen y reciben honores, riquezas y placeres,
y luego rehuyen el desprecio, la pobreza y los padecimientos -¿se glorían éstos realmente en la cruz de
Cristo? Antes bien se glorían en el mundo, y sin embargo, toman el nombre de Cristo por pretexto y lo
convierten así en objeto de burla.
«Ser crucificado al mundo» significa por lo tanto (como Pablo ya lo explicó en el capítulo 2 ) , que
«ya no vive él, mas, vive Cristo en él» (v. 20); que él «ha crucificado la carne con sus vicios» (cap. 5:24) y
la ha sujetado al espíritu. El espirito empero «pone la mira no en las cosas de la tierra» (Col. 3: 2) y en las
que son de este mundo, ni siquiera en sus diversos tipos de justicia y sabiduría, sino que se gloríe en no
poseer nada de esto ni sentirse afectado por ello, ya que su seguridad de salvarse está basada en Cristo solo.
Que «el mundo le es crucificado» significa que lo que vive en los hombres es el, mundo y no Cristo; que ese
mundo tampoco «pone la mire¡, en las cosas de arriba» como lo hace el apóstol (Col. 3:2) sino que se gloría
en vivir en la abundancia en este siglo, en obtener riquezas, y en depositar su esperanza en el hombre. Así,
pues, ni Pablo hace y piensa lo que agrada al mundo, ni el mundo hace y piensa lo que le agrada a Pablo:
Ambos están muertos el uno para el otro y crucificados; ambos se desprecien y detestan recíprocamente.
V. 15: Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación.
Esto ya fue explicado suficientemente en el capítulo 5, a saber, que las dos cosas son lícitas, pero ni
una ni otra es necesaria para la salvación. Consecuentemente, ni la incircuncisión ni la circuncisión es de
relevancia alguna en la materia, tan poco como lo es la riqueza o la indigencia.
La «nueva creación» -esto es «el hombre nuevo, creado según Dios -en la justicia y santidad de la
verdad» (EL 4:24), conforme a lo dicho en el Salmo 51 (v. 10): «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio».
Ten en cuenta también teto: la «justicia de la verdad» se refiere al espirito, la «santidad de la verdad» se
refiere a la pureza de la carne, de modo que el hombre nuevo ha de vivir como justo en el espirito por medio
de la fe, y puro en la carne mediante la castidad. Pues Pablo habla de una justicia y santidad de la «verdad»
(o verdadera) en contraste con la justicia y santidad que impresionan por la apariencia y son fingidas. Éstas
tienen su origen en la ley y no crean un hombre nuevo. Ningún hombre de esta índole vive según Dios sino
que vive y se forma según el hombre. Así leemos en Santiago 1 (v. 18): «El, de su voluntad, nos hizo nacer
por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas».
V. 16: Y a todos los que siguen conforme g esta regla, paz y misericordia sobre ellos, y sobre el Israel, de
Dios.
«Siguen» (óôïé÷Þóïõóéí) es el mismo verbo que el «andemos» usado poco antes (óôïé÷þìåí, cap. 5: 25).
Que «siguen» conforme a esta regla significa que «andan» conforme a ella. ¿Conforme a qué regla? Seguramente
conforme a la regla de que son una nueva creación en Cristo, que brillan en justicia y santidad de
la verdad que proviene de la fe, y no se engañan a sí mismos y a otros con una justicia y santidad que
proviene de la ley. Sobre los que hacen esto último reinará ira y tribulación, sobre aquellos primeros en
cambio descansará «paz y misericordia».
Pablo añade: «y sobre el Israel de Dios» para, diferenciar a este Israel del «Israel según la carne».
También en 1 Corintios (10:18) habla de los que son el Israel según la carne, no el Israel de Dios. Por lo
tanto, la paz descansa sobre gentiles y judíos, con tal que anden conforme a la regla de la fe y del espirito.
V. 17: De aquí en adelante nadie me sea molesto; porque yo traigo eje mi cuerpo las marcas del Señor
Jesús.
El texto griego tiene: «De aquí en adelante nadie me presente molestias», lo que San Jerónimo
entiende de dos maneras: en primer lugar, que a Pablo le inquietaba el pensamiento de verse enfrentado con
nuevas molestias por la. necesidad de volver a poner en buen camino a los gálatas, y en segundo lugar, que
el apóstol quería adelantarse a los altercados con gente ansiosa de contradecirle40 ser. Las palabras de Pablo
tendrían, pues, este sentido: «Yo dije lo que es correcto y lo que corresponde a la verdad. Pero si hay alguna
persona que está más dispuesta a discutir que a dejarse instruir, y que no quiere avenirse a la verdad sino
que anda en busca de una réplica, sepa que no, merece una respuesta». En términos similares escribe el
apóstol a los corintios: «Si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni la iglesia
de Dios (1 Co. 11: 16)». Me agrada este último sentido; pues también San Agustín enseña que a los contenciosos
no hay que darles lugar; él mismo declara, en sus libros acerca de la Ciudad de Dios,41 que no está
dispuesto a responder de nuevo a una locuacidad totalmente inútil. De igual manera también el apóstol se
deshace de los que buscan disputas, para no tener que bregar inútilmente con ellos, ya que en realidad no le
traen ningún fruto sino solamente molestias. ¿Y qué si diésemos nuestra aprobación también a este otro
sentido: «Nadie trate de resucitarme la ley, cosa que trae consigo un insensato molestarse con obras que al
fin de cuentas no son más que pecados», como dice el Salmo 9 (10:7): «Debajo de su lengua hay molestia
y dolor».42 ? A los que así se esfuerzan, Cristo los llama a su lado y les dice: «Venid a mi todos los que estáis
trabajados» (Mt. 6. 11:28) . Una prefiguración de estas molestias fueron los trabajos que los hijos de Israel
tuvieron que realizar en Egipto. Pero dejemos esto.
La palabra «marcas», que en latín (stigmata) tiene el significado de «cicatrices», bien podría tomarse
aquí como referencia a los padecimientos de Pablo. Sin embargo, como el apóstol tiene cierta predilección
por alegorías y metáforas tomadas de la vida castrense, sin duda emplea el término «marcas» en un
sentido más general como insignias de la vida cristiana, a saber, la crucifixión y sujeción de la carne, y
además también los frutos del espíritu. Pues así como los esclavos llevan los distintivos y armas y colores
de sus señores, así Pablo y todo cristiano llevan en su cuerpo la cruz de sus concupiscencias y vicios por
supuesto no en la forma como hoy día se acostumbra pintar en paredes, tablas y libros las insignias de
Cristo reunidas en un escudo,43 sino en el cuerpo, no en el cuerpo de otro sino en el mío propio. ¿Qué
provecho habría en que llevaras labradas nada menos que en oro puro y, esmeraldas no sólo las insignias
sino también los clavos mismos e incluso las heridas mismas y la sangre de Cristo, y nunca expresaras la
imagen viva de todo esto en tu propio cuerpo? Por lo demás hay también marcas de Moisés y de los papas
y emperadores: son la circuncisión y las obras requeridas por las leyes humanas. Estas marcas son ahora las
únicas que se ven, y existen en tan infinitas variedades que apenas el propio emperador con todo su séquito
de nobles posee tantas clases de insignias.
V. 18: Hermanos, la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu. Amén.
Así es como los apóstoles acostumbraban concluir una carta, donde los hombres dicen «que te vaya
bien».
Pablo dice: «La gracia de nuestro Señor», no: la ira de la ley, ni la servidumbre de la ley que fue
dada por medio del siervo Moisés, sino «la gracia y la verdad que vinieron por medio de Jesucristo» (Jn.
1:17).
***
Ahora que he llegado al fin, tengo la certeza de que aquellos para los cuales el tomar conocimiento
de algo mío es la muerte, mirarán con vehemente horror también este producto de mi boca.44 Dirán que lo
traté todo de una manera demasiado libre y en forma muy distinta de lo que a juicio de ellas mismos ha de
ser el entendimiento de esta carta. Y donde yo levanté quejas contra lo gravoso y ofensivo de las leyes
papales, ellos se formarán de mí la imagen de un rebelde contra la iglesia. Donde di al evangelio preeminencia
sobre los decretos papales, inventarán la fábula de que yo condené los decretos. Donde subordiné la
potestad y dignidad del sumo pontífice al amor y a la necesidad fraternales, gritarán que soy un blasfemo y
un dos veces séptuplo hereje. Riego a estas personas por nuestro común Señor Jesucristo que sí de ningún
modo pueden frenar sus impulsos de darme los honrosos calificativos de orgulloso, inconsiderado, arrogante,,
Irreverente, ofensivo, sedicioso, sanguinario, cismático, y cualquier otro de eses nombres con que
hasta el pro gustaban distinguirme pues bien, que lo hagan; y si yo no se lo perdono con la mayor benevolencia,
¡que el Señor Jesús no me reconozca por toda la eternidad (Mt. 10: 32)! Más aún: si fuese posible
que la pureza de la doctrina, tal como yo la presenté, quede fuera de peligro, con buena voluntad y
gustosamente cargarte yo con el oprobio de ser tildado de hereje. En una palabra: maldito sea el nombre de
Martín (Lutero), maldito para siempre jamás la gloria de Martín, para que sea santificado sólo el nombre de
nuestro Padre que está en los cielos. Amén.
Pues como orgullosísimo despreciador (de toda autoridad eclesiástica) que soy, me temo que me
engreiré a causa de estos nombres tan feos, y que será mayor mi gozo por el galardón que me reportan (Mt.
5:11, 12) que mi dolor por el mal que se intenta causarme con ellos. Esto solo quiero que me concedan
-mejor dicho, que se lo concedan a ellos mismos-: que dejen un poco a un lado a ese odiosísimo espantajo
Martín y se fijen serena y únicamente en el apóstol Pablo. Y luego comparen a Pablo con la iglesia en esta
forma tan miserable como se nos presenta hoy día. Creo que no tendrán los sentidos tan embotados como
para no haberse dado cuenta nunca del efecto que ha producido en nuestros días esa cantidad enorme de
leyes. Pues ¡cuántas almas son estranguladas y perecen a diario a causa de aquella sola tradición que
prohíbe a todos los sacerdotes sin distinción alguna el contraer matrimonio! Uno se llena de horror al
observar qué de ofensas y de peligros surgen de esta sola ley. Iguales a ésta hay muchas otras que no son
más que instrumentos al servicio del pecado, de la muerte y del infierno. Y ni quiero hablar entre tanto de
la declinación de la piedad sincera, que bajo la tiranía de aquellas leyes poco a poco llegó a exhalar su
último suspiro. Si se considera digno de tantas lágrimas el hecho de que por la voluntad de un solo comandante
supremo se derrame la sangre de millares y millares de soldados -¿qué me dirás entonces del hecho
(¡y ahora abre bien los ojos!) de que por voluntad de un solo hombre o de la una iglesia romana, tantos
millares de almas se pierdan por toda la eternidad? En fin: si tomamos en cuenta el poder que posee el
amor, no debiera ser difícil entender que esa despreocupada ligereza con que se crean leyes constituye una
fuerza que se traduce no en la edificación sino en la destrucción de la iglesia entera. Cuanto menos leyes
necesita un estado para su administración, tanto más afortunado es. Y bien: para nuestra iglesia ha sido
establecida una sola ley, la ley del amor, para que esa sola iglesia sea la comunidad más afortunada de
todas. Mas ¡ay, qué tormenta de ira del omnipotente Dios se ha desencadenado sobre ella! En lugar de
aquella ley única, que fue extinguida, tiene que soportar ahora verdaderas nubes, selvas y océanos de leyes,
hasta el punto de que el aprender siquiera los títulos de ellas te resaltará poco menos que imposible. Finalmente,
como si esto fuera poco, hasta hoy día no dieron con otro remedio para hacer frente al pecado, que
el de introducir siempre nuevas leyes y acumular así nuevos pecados sobre los ya existentes, cargando de
esta manera sobre si espeso lodo, como dice el profeta (Habacuc 2:6, Vulgata).
Otro esté plenamente convencido en su propia mente (Ro. 14:5) -yo por mi parte entiendo las cosas
así: los turcos que más daños causan45 son esas leyes hechas por hombres. Y esta plaga de la insoportable
ira divina tuvo que azotar precisamente al propio pueblo de Dios; pues la ingratitud de éste, más grande que
la de todos los demás pueblos de la tierra, merecía también el castigo más severo de cuantos hayan tocado
a pueblo alguno de la tierra. Por esto no hay tampoco otro pueblo en la tierra cuya miseria pueda compararse
con la nuestra en lo que a esta plaga se refiere, ¡Oh Dios! ¿por cuánto tiempo encerrarás con ira tus
piedades? (Sal. 77:9).
Concluiré empero gimiendo y llorando con Isaías: «Condujiste a tu pueblo, oh Señor, para hacerte
nombre glorioso. Mira desde el cielo y contempla desde tu santa morada y desde el trono de tu gloria.
¿Dónde está tu celo, y tu poder, la multitud de tus piedades y conmiseraciones? Las has retenido de sobre
mi. Pues tú eres nuestro Padre, y Abraham no nos conoce e Israel nos ignora. Tú, oh Señor, eres nuestro
Padre y nuestro Redentor; desde los siglos, éste es tu nombre. ¿Por qué, Señor, nos has hecho errar de tus
caminos, y endureciste nuestro corazón para que no te temiéramos? Vuélvete por amor de tus siervos, por
las tribus de tu heredad. Tomaron posesión de tu santo pueblo como si fuera una nada; nuestros adversarios
hollaron tu santificación (lat. sanctificationem tuam). Hemos venido a ser cuales fuimos al principio, cuando
no dominabas sobre nosotros ni se invocaba sobre nosotros tu nombre. ¡Oh, si rompieras los cielos y
descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes -como ardor de fuego se consumirían, las aguas
hervirían con el fuego-, para que Sé hiciera notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu
presencia! (Is. 64: 14-64:2). He aquí, tú te enojaste, y pecamos: siempre hemos perseverado en los pecados,
y seremos salvados. Y todos nosotros fuimos hechos como impuros, y todas nuestras justicias como andrajo
de menstruante. Y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento.
Nadie hay que invoque tu nombre, que se despierte y se apoye en ti. Escondiste de nosotros tu rostro y nos
arrojaste en manos de nuestra iniquidad. Ahora pues, Señor, tú eres nuestro Padre; nosotros somos barro, y
tú el que nos formaste, y obra de tus manos somos todos nosotros. No te enojes sobremanera, Señor, y no
te acuerdes ya de nuestra maldad. He aquí, mira ahora, pueblo tuyo somos todos nosotros. La ciudad de tu
santo está hecha un desierto, Sión está hecha un desierto, Jerusalén está desolada: la casa de nuestra santificación
y de nuestra gloria, en la cual te alabaron nuestros padres, fue consumida al fuego; y todas nuestras
cosas apetecibles han sido destruidas. ¿Te contendrás, Señor, ante todo esto? ¿Callarás, y nos afligirás con
vehemencia?» (Is. 64:5-12). Así escribe Isaías.46 Y con esta plegaria el profeta describió el aspecto actual
de la iglesia de una manera como no puede describírselo mejor. ¡Que Dios infunda también en el corazón
nuestro el ferviente anhelo que se manifiesta en esta oración, a fin de que podamos mitigar su ira cuanto
antes!.
***
1 Agustín, Epist. ad Gal. Expositio, Patrol. Ser. Lat. XXXV, 2142.
2 La palabra latina usada por Erasmo es procedere.
3 Véase pág. 9, nota 62.
4 El plomo y la cera: los sellos que legitimaban los antes mencionados «privilegios».
5 O: «de este desorden»; lat.: huius turbae.
6 Reminiscencia del viaje de Lutero a Roma. En su Comentario sobre Génesis se halla una discusión acerca del término «bon
christian» (WA XLIV, 770).
7 Véase pág. 18, nota 20.
8 El término latino mulio ya se usaba en el latín clásico para designar a una persona que alquilaba mulas o trabajaba con ellas, y
también como mote injurioso para hombres de humilde cuna. como p. ej. el emperador Vespasiano. Lutero se refiere con él a los
cardenales.
9 Caligula; cita de Suetonio.
10 El producto de la venta de indulgencias que en 1517 habían impulsado a Lutero a redactar sus 95 Tesis, estaba destinado a la
construcción de la basílica de San Pedro en Roma.
11 Comp. Bernardo de Claraval, Sermones in Cantica Canticorum, XXXV 5-7, Patrol. Ser. Lat. CLXXXIII 900-902.
12 La palabra griega äéÜâïëïò, de la cual proviene el castellano diablo significa «calumniador».
13 Agustín, Epist. ad Gal. Expositio, Patrol. Ser. Lat. XXXV, 2143.
14 Gregorio Magno, papa desde 590 hasta 804, de carácter noble y enérgico, ejerció grande influencia en los más diversos campos
de la actividad eclesiástica (liturgia, canto, monacato, etc.). Existen de él sermones sobre Ezequiel y los Evangelios, muy leídos
en la Edad Media. La cita de Lutero es de XL homiliae in Evangelia, II, 34, 2. Patrol. Ser. Lat. LXXVI, 1246.
15 Lat. exuere; 1ª. Ed. de Erlangen tiene exurere - quemar.
16 La iglesia antigua consideraba la unción de Jesús en casa del fariseo Simón, Lc. 7:36-50, y la unción por María en la casa de
Simón el leproso en Betania, Mt. 26:6-13, como dos relatos del mismo acontecimiento. Además se identificaba a la gran pecadora
-que según esta Interpretación se llamaría María- con la María Magdalena de que se habla en Le. 8:2.
17 Comp. Versión Reina Valera (Sal. 68:13): «(Seréis como alas de paloma cubiertas de plata) y sus plumas con amarillez de oro».
18 La defensa hecha en la disputación de Leipzig de algunas declaraciones de J. Hus (véase Obras de Lutero, Paidós, Bs. As.,
Tomo I pág. 57 y sigtes.) por parte de Lutero hizo a éste sospechoso de ser partidario de la «herejía hesita», y además le hizo
entrar en contacto con algunos dirigentes de los hesitas. Las apreciaciones que Lutero formula aquí- respecto de los «bohemios»
las tuvo que modificar radicalmente poco después, sin que las ideas aquí expresadas perdieran por esto su validez. A Lutero le
ocurrió lo mismo que a Hus: desoído por la iglesia oficial, se vio separado del seno de ella a causa del evangelio, por lo que tuvo
que aprender a evaluar el régimen de la iglesia gobernante como un régimen anticristiano. Este párrafo nos demuestra cuán lejos
estaba Lutero de ser un «rebelde» o «revolucionario».
19 Lutero repite aquí un juicio bastante generalizado en aquel entonces, especialmente entre los dignatarios eclesiásticos seudoeuropeos,
en cuanto al pueblo alemán: es gente de segunda categoría, cuya mayor utilidad es la de llenar con su dinero las arcas
de la santa iglesia romana, Comp. pág. 293.
20 Jerónimo, Commentarius, 456-457.
21 Véase pág. 9, nota 16.
22 En el texto latino (la Vulgata), el vers. Gá. 6:6 dice: Communicet autem is, qui catechisatur verbo, ei, qui se catechizat, in
omnibus bonis. El término latino equivalente habría sido docetur o instruitur.
23 La filosofía estoica, de origen griego, pero muy en boga en el imperio romano durante los primeros dos siglos de la era
cristiana, estimaba como supremo bien la «virtud». «Virtuoso» era el hombre que manifestando un soberano desdén por los
bienes, el placer y el dolor, sobrellevaba las vicisitudes de la vida con heroica indiferencia («estoicismo»).
24 El término usado por Lutero es «tractare», tratar, manejar, con referencia especial a la predicación de la palabra (en alemán;
«das Wort treiben»).
25 Provisor = juez diocesano señalado por el obispo y que posee potestad en causas eclesiásticas (Dicc. de la Acad. Española).
26 Griego ôüí ëüãïí, caso acusativo.
27 Véase pág. 18, nota 10.
28 Alusión a las palabras de Silvestre Prierias que había llamado «perro» a Lutero.
29 Las órdenes de frailes mendicantes (franciscanos, dominicos, pero también los agustinos ermitaños) estaban obligados a
ganarse el sustento mendigando de casa en casa.
30 Jerónimo, Commentarius, 458-459.
31 Taciano, apologista y filósofo cristiano (110-172). Hacia el final de su vida se vio envuelto en aberraciones gnósticas. Además
abogaba por una abstinencia ascética en la vida cristiana.
32 Erasmo, Paraphrasis, Opera, VII, 966.
33 Jerónimo, Commentarius, 461.
34 Jerónimo, Commentarius, 462.
35 El término técnico para la obra de Cristo era satisfactio. Pero como lo satis (=suficiente) hecho por Cristo era su pasión y
muerte, se creó el término «satis-passio», satispasión.
36 Erasmo, Paraphrasis, Opera, VII, 966.
37 Más concretamente, judeo-cristianos.
38 Comp. pág. 47.
39 Comp. pág. 118, nota 210; pág. 144.
40 Jerónimo, Commentarius, 466.
41 San Agustín, De Civitate Dei II, 1. Véase también pág. 95, nota 173.
42 Vulgata, Sal. 9:6b: Sub lingua efus labor et dolor.
43 Era costumbre representar en esta forma los instrumentos del martirio de Cristo para la contemplación piadosa.
44 Lat. hanc salivam meam- esta saliva mía.
45 En tiempos de Lutero, los turcos eran los enemigos más temidos en el occidente cristiano.
46 La traducción sigue el texto de la Vulgata tal como lo cita Lutero.
www.iglesiareformada.com
Biblioteca
Comentario sobre la Epístola San Pablo a Tito
por Martín Lutero

Capítulo Seis