LA VIDA DE ELÍAS

por Arturo W. Pink

ÍNDICE


Introducción

La dramática aparición de Elías
El cielo cerrado
El arroyo de Querit
La prueba de la fe
El arroyo seco
Elías en Sarepta
Los apuros de una viuda
El Señor proveerá
Una Providencia oscura
Las mujeres recibieron sus muertos por resurrección
Frente al peligro
Frente a Acab
El alborotador de Israel
La llamada al  Carmelo
El   reto   de   Elías
Oídos que no oyen
La confianza de la fe
La   oración   eficaz
La   respuesta  por  fuego
El sonido de una grande lluvia
Perseverancia en la oración
La huida
En el  desierto
Abatido
Fortalecido
La cueva de Orbe
El silbo apacible y delicado
La   restauración   de   Elías
La viña de Nabot
El pecador descubierto
Un mensaje aterrador
La última misión de Elías
Un instrumento de juicio
La partida de Elías
El carro de fuego

LOS APUROS DE UNA VIUDA

“Y fue a él palabra de Jehová, diciendo: Levántate, vete a Sarepta de Sidón, y allí morarás; he aquí Yo he mandado allí a una mujer viuda que se sustente” (I Reyes 17:8,9). Notemos con cuidado la relación entre estos dos versículos. La significancia espiritual de la misma será aparente para el lector al decir lo siguiente: nuestras acciones han de estar reguladas por 12 Palabra de Dios para que nuestras almas puedan ser alimentadas y fortalecidas. Esta fue una de las lecciones más importantes enseñadas a Israel en el desierto: su comida y su bebida sólo podían obtenerse siguiendo el sendero de la obediencia (Números 9:18 23; obsérvese las veces que se cita “el mandato”, “la ordenanza” y "el dicho de Jehová” en este pasaje). Al pueblo de Dios de la antigüedad no le estaba permitido tener sus propios planes; el Señor lo disponía todo, tanto cuando habían de viajar, como cuando habían de acampar. Si se hubieran negado a seguir la nube, no habría habido para ellos maná.

Lo mismo sucedía a Elías, ya que Dios ha fijado la misma regla para sus ministros y para aquellos a los cuales ministran: han de hacer lo que predican, o ¡ay de ellos! El profeta no podía tener voluntad propia ni decir cuánto tiempo iba a estar en Querit ni adonde iría después. La Palabra de Jehová lo disponía todo, y obedeciéndola obtenía su sustento. Qué verdad más escrutadora e importante hay en esto para todo cristiano: la senda de la obediencia es la única que contiene bendición y riqueza. ¿No descubrimos en este punto la causa de nuestra flaqueza y la explicación de nuestra falta de fruto? ¿No es debido a nuestra propia voluntad indomable el que nuestra alma perezca y nuestra fe sea débil? ¿No es debido a nuestra poca abnegación, a que no hemos tomado la cruz, a que no seguimos a Cristo, que seamos tan débiles e infelices?

Nada contribuye tanto a la salud y al gozo de nuestras almas como la sujeción a la voluntad de Aquél a quien hemos de dar cuentas. Y el predicador, lo mismo que el cristiano corriente, ha de atenerse a este principio. El predicador ha de andar por el sendero de la obediencia si quiere ser usado por el que es Santo. Si Elías hubiera observado una conducta insubordinada, y hubiera tratado de agradarse a sí mismo, ¿cómo podría haber dicho después con tanta certeza en el monte Carmelo: “Si Jehová es Dios, seguidle”? Como observábamos en el capítulo anterior, la correlación del “servicio” es la obediencia. Las dos cosas están unidas indisolublemente; en el momento en que dejo de obedecer a mi Maestro, dejo de ser su “siervo”. A propósito de ello, no olvidemos que uno de los títulos más nobles de nuestro Rey era el de “Siervo de Jehová". Ninguno de nosotros puede aspirar a alcanzar un fin más noble que el que inspiraba su corazón: "Vengo a hacer tu voluntad, Dios mío".

Digamos, empero, con toda franqueza, que la senda de la obediencia a Dios está lejos de ser fácil para nuestra naturaleza; exige la diaria negación del yo, y por lo tanto sólo puede seguirse con los ojos fijos constantemente en el Señor, y con la conciencia sujeta a su Palabra. Es verdad que en guardar sus mandamientos '“hay grande galardón” (Salmo 19:11), por cuanto el Señor no será deudor al hombre; no obstante, requiere dejar a un lado la razón carnal, e ir a Querit para ser alimentado por los cuervos; ¿cómo puede entender esto el intelecto orgulloso? Y, ahora, se le mandaba viajar a una ciudad lejana y pagana, y  ser sostenido por una viuda solitaria  y a punto de morir de hambre. Sí, lector, la senda de la fe es totalmente contraria a lo que llamamos “sentido común”, Y si tú sufres la misma dolencia espiritual que el que esto escribe, a menudo encuentras más difícil crucificar la razón que repudiar los trapos inmundos de la justicia propia.

"Entonces él se levantó, y se fue a Sarepta. Y como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas” (v. 10). Era tan pobre que no tenía leña ni servidor que se la fuera a buscar. ¿Qué estímulo debía encontrar Elías en tales apariencias? Ninguno, por cierto; más bien parecía todo calculado para llenarle de dudas y temores, si es que se fijaba en las circunstancias externas. “Y él la llamó, y dijole: Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba. Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y díjole: Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano. Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí, y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” (vs. 10 12); ¡eso era lo que esperaba al profeta al llegar al destino divinamente designado! Ponte en su lugar, querido lector; ¿no hubieras pensado que era una perspectiva sombría e inquietante?

Empero, Elías “no confería con carne y sangre", y, por tanto, no se desanimó por lo que parecía una situación poco prometedora. Por el contrario, su corazón se sostenía en la Palabra inmutable del que no puede mentir. La confianza de Elías descansaba, no en las circunstancias favorables, ni en el “hermoso parecer”, sino en la fidelidad del Dios vivo; por lo tanto, su fe no necesitaba la ayuda de las cosas que le rodeaban. Las apariencias podían ser oscuras y funestas, pero el ojo de la fe atravesaba las negras nubes y vela, más allá, la faz sonriente de su provisor. El Dios de Elías era el Todopoderoso, para el que todo es posible. “He mandado allí a una mujer viuda que te sustente; eso era lo que sostenía su corazón. ¿En qué se sostiene el tuyo? ¿Estás en paz en este mundo mudable? ¿Has hecho tuyas Sus promesas ciertas? “Espera en Jehová, y haz bien; vivirás en la tierra, y en verdad serás alimentado” (Salmo 37:3). “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto no temeremos aunque la tierra sea removida” (Salmo 46:1,2).

Mas, volvamos a las circunstancias externas que se presentaban ante Elías al acercarse a Sarepta. “Como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí cogiendo serojas”. Dios había dicho a su siervo que fuera allí, y le había prometido que una viuda le sustentaría; pero no le había informado U nombre de la mujer, de donde se hallaba su casa, ni del modo de reconocerla. Confió en que Dios le daría más luz al llegar allí; y no sufrió ninguna decepción al respecto. Toda incertidumbre acerca de la identidad de la persona que había de ampararle desapareció al instante. Aparentemente este encuentro fue casual por cuanto no existía cita alguna entre ellos. “He aquí (considera y admira) una mujer viuda que estaba allí”; ve cómo el Señor en su providencia rige todas las circunstancias para que esta mujer en particular pueda estar a la puerta de la ciudad en el mismo momento que llegue el profeta.

He aquí que Elías acude como con el propósito de encontrarla; con todo, no la conocía, ni ella a él. Tenía toda la apariencia de ser casual, empero estaba decretado y preparado por Dios para cumplir la palabra que había dado al profeta. Lector mío, no hay evento en este mundo, por grande o pequeño que sea, que suceda por casualidad. “Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23). Qué bendito es tener la seguridad de qué “por Jehová son ordenados los pasos del hombre” (Salmo 37:23). Es incredulidad total desasociar de Dios los hechos ordinarios de la vida. Todas las circunstancias y experiencias que nos rodean están dirigidas por el Señor, por cuanto “de Él y por É1, y en É1, son todas las cosas. A Él sea gloria por siglos. Amén” (Romanos 11:36). Cultiva el hábito santo de ver la mano de Dios en todo lo que te sucede. “Como llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí”. Cómo ilustra esto una vez más un principio acerca del cual hemos llamado la atención del lector con frecuencia, esto es, que cuando Dios obra, siempre lo hace de manera doble. Si Jacob envía a sus hijos a Egipto en busca de comida en el tiempo de escasez, José es movido a dársela. Si los espías de Israel penetran en Jericó, hay una Rahab esperándoles para cobijarles. Si Mardoqueo pide al Señor que libre a su pueblo amenazado, Asuero es vencido por el insomnio, obligado a buscar en los libros de las memorias, y a favorecer a Mardoqueo y sus compatriotas. Si el eunuco etíope desea entender la Palabra de Dios, Felipe es enviado a interpretársela. Si Cornelio ora pidiendo conocimiento del Evangelio, Pedro es enviado a predicarle. Elías no había recibido insinuación alguna acerca del lugar donde vivía esa viuda, pero la providencia divina ordenó sus pasos para que la encontrara a la entrada de la ciudad. ¡Qué estímulo hay para nuestra fe en estos ejemplos!

Así pues, ahí estaba la viuda; mas, ¿cómo había de conocer Elías que era la que Dios había aparejado para recibirle? Había de probarla, como el siervo de Abraham hizo con Rebeca cuando fue enviado a buscar esposa para Isaac; Eliezer oró: “Sea, pues, que la moza a quien yo dijere: Baja tu cántaro... y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea ésta la que Tú h1s destinado para tu siervo Isaac” (Génesis 24:14). Rebeca apareció y cumplió estas condiciones. Lo mismo en este caso; Elías prueba a esa mujer para ver si es amable y benévola: "Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba. Así como Eliezer consideró que sólo alguien lleno de bondad estaría capacitado para ser la compañera del hijo de su amo, así también Elías estaba convencido que sólo una persona liberal estaría dispuesta a sostenerle en tiempo de hambre y sequía.

“La llamó, y díjole: Ruégote que me traigas una poca de agua en un vaso, para que beba”. Obsérvese el porte cortés y respetuoso de Elías. El ser un profeta de Jehová no le autorizaba a tratar a esa pobre viuda de manera altanera y despótica. En vez de mandar, dijo: “Ruégote”. Qué reproche se contiene aquí para los que son orgullosos y entremetidos. Todo el mundo merece cortesía; “sed amigables” (I Pedro 3:8) es uno de los preceptos divinos dados a los creyentes. Y, qué prueba más severa a la que Elías sometió a esta pobre mujer: ¡traerle agua para beber! Con todo, no puso objeciones ni le pidió precio por lo que había venido a ser un lujo costoso; no, ni siquiera a pesar de que Elías era un extraño para ella, perteneciente a otra raza. Admiremos el poder persuasivo de Dios, quien puede producir actos bondadosos en el corazón humano en beneficio de sus siervos.

“Y yendo ella para traérsela.” Sí, dejó de coger serojas para sí y, ante la petición de este extraño, se encaminó a buscar el agua. Aprendamos a imitarla en esto, y estemos siempre preparados a hacer favores a nuestros semejantes. Si no tenemos con qué dar al necesitado, deberíamos estar dispuestos a trabajar por ellos (Efesios 4:28). Un vaso de agua fría, aunque no nos cueste más que el trabajo de ir a buscarlo, no quedará sin recompensa. “Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y dijole: Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano” (v. 11). El profeta lo pidió con el propósito de probarla aun más  y qué prueba: compartir con él su última comida, y para preparar el camino para la conversación que Seguirla.

“Ruégote que me traigas también un bocado de pan en tu mano.” ¡Qué petición más egoísta debía parecer! Qué probable era que la naturaleza humana reprochara tal demanda hecha a una mujer de tan escasos recursos. Empero en realidad era Dios quien le salía al encuentro a la hora de su necesidad más aguda. “Empero Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto será ensalzado teniendo de vosotros misericordia: porque Jehová es Dios de juicio; bienaventurados todos los que le esperan” (Isaías 30:18). Pero esa viuda había de ser probada primeramente, como después otra mujer gentil fue probada por el Señor encarnado (Mateo 15). El Señor supliría en verdad todas sus necesidades; mas, ¿confiaría ella en Él? A menudo, Él permite que las cosas lleguen a lo peor, antes de que haya una mejora. “Espera para tener piedad”. ¿Por qué? Para hacernos llegar al fin de nosotros mismos y de nuestros recursos, hasta que todo parezca perdido y nos desesperemos, a fin de que podamos discernir más claramente su mano liberadora.

“Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mi y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” (v. 12). Los efectos de la terrible hambre y sequía de Palestina se hicieron sentir tam¬bién en los países adyacentes. En relación con el hecho de que se encontrara “aceite” en poder de esa viuda de Sarepta en Sidón, J.J. Blunt, en su obra admirable "Las coincidencias involuntarias del Antiguo y del Nuevo Testamento”, tiene un capitulo provechoso. Pone de relieve que, en la distribuci6n de la tierra de Canaán, Sidón tocó en suerte a Aser (Josué 19: 28). Seguidamente menciona Deuteronomio 33, y recuerda al lector que, cuando Moisés bendijo las doce tribus, dijo: "Bendito Aser en hijos; agradable será a sus hermanos, y mojará en aceite su pie” (v. 24), indicando la fertilidad de aquella región y la naturaleza de su principal producto. Así, después de un largo periodo de escasez, podía encontrarse allí aceite. De ahí que, al comparar las diferentes partes de la Escritura, veamos su armonía perfecta.

“Y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mí y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos.” Pobre mujer; reducida al último extremo, sin nada más que la muerte dolorosa ante ella. El suyo era el lenguaje, de la razón camal, y no el de la fe; de la incredulidad, y no de la confianza en el Dios vivo; si, lo más natural en aquellas circunstancias  Todavía no sabia nada de aquellas palabras dirigidas a Elías: “Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente” (v. 9). No, ella creía que había llegado el fin. Olí, lector, cuánto mejor es Dios que nuestros temores. Los hebreos incrédulos imaginaban que morirían de hambre en el desierto, pero no fue así. David dijo en una ocasión en su corazón: "Al fin seré muerto algún día por la mano de Saúl” (I Samuel 27:1), pero no fue así. Los apóstoles creían que se hundirían en el mar tormentoso, pero no fue así.

“Y ella respondió: Vive Jehová Dios tuyo, que no tengo pan cocido; que solamente un puñado de harina tengo en la tinaja, y un poco de aceite en una botija; y ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para mi y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos” (v. 12). Para la vista natural, para la razón humana, parecía imposible que pudiera socorrer a nadie. En la miseria más abyecta, el fin de sus provisiones estaba a la vista. Y sus ojos no estaban puestos en Dios (¡como tampoco los nuestros lo están hasta que el Espíritu obra en nosotros!), sino en la tinaja, y ésta ahora le faltaba; en consecuencia, no había nada ante ella sino la muerte. La incredulidad y la muerte están unidas inseparablemente. La confianza de esa mujer estaba puesta en la tinaja y la botija, y aparte de éstas no tenla esperanza. Su alma no conocía nada de la bendición de la comunión con Dios, el único que puede librar de la muerte (Salmo 68:20). Todavía no podía creer “en esperanza contra esperanza” (Romanos 4:18). Vacilante cosa es la esperanza que no descansa en nada mejor que en una tinaja de harina.

¡Cuán dados somos todos nosotros a apoyarnos en algo tan despreciable como una tinaja de harina! Y mientras así lo hacemos, nuestras esperanzas sólo pueden ser limitadas y evanescentes. Con todo, recordemos por otro lado que la medida más pequeña de harina en las manos de Dios es, por la fe, tan suficiente y eficaz como “los millares de animales en los collados”. Pero, cuan raramente está la fe en práctica saludable, Demasiado a menudo somos como los discípulos cuando, en1 presencia de la multitud hambrienta, exclamaron: “Un muchacho está aquí que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; mas, ¿qué es esto entre tantos?” (Juan 6:9); éste es el lenguaje de la incredulidad. La fe no se ocupa de las dificultades, sino de Aquél para quien todo es posible. La fe no se ocupa de las circunstancias, sino del Dios de las circunstancias. Así era para con Elías, como veremos cuando consideremos la secuela inmediata.

Y qué prueba para la fe de Elías eran las palabras lastimeras de la pobre viuda. Considera la situación que se presentaba ante sus ojos. Una viuda y su hijo muriendo de hambre; unas pocas serojas, un puñado de harina y un poco de aceite, era todo lo que existía entre ellos y la muerte. A pesar de esto, Dios le habla dicho: "Yo he mandado allí a una mujer viuda que te sustente”. Cuántos exclamarán: ¡Qué profundamente misterioso, qué experiencia más dura para el profeta! Si tenía que ayudarla, en lugar de convertirse en una carga para ella. Ah, pero, como Abraham antes de él, "tampoco en la promesa de Dios dudó con desconfianza; antes fue esforzado en fe”. Sabia que el Señor de cielos y tierra habla decretado que ella tenía que sustentarle, y aunque no hubiera habido harina ni aceite, ello no habría desalentado su espíritu ni le habría disuadido. Oh, lector querido, si conoces algo experimentalmente de la bondad, el poder y la fidelidad de Dios, no dejes que tu confianza en Él vacile, no importa cuáles sean las apariencias.

“Ahora cogía dos serojas, para entrarme y aderezarlo para, mí y para mi hijo, y que lo comamos, y nos muramos.” Notemos bien que esa mujer no dejó de hacer lo que era su responsabilidad. Fue activa hasta el fin, haciendo uso de los medios a su alcance. En vez de dejarse llevar por la desesperación, y de sentarse retorciéndose las manos, estaba ocupada recogiendo serojas para la que creía plenamente sería su ultima comida. Este detalle no carece de importancia, sino que merece que lo consideremos detenidamente. La ociosidad nunca está justificada, y en la necesidad urgente menos que nunca; no, cuanto más desesperada es la situación, mayor es la necesidad de afanarnos. Dejarse llevar del desaliento nunca produce bien alguno. Cumple con tu obligación hasta el fin, aunque sea preparando tu última comida. La viuda fue recompensada abundantemente por su laboriosidad. Fue mientras andaba por el sendero del deber (¡el deber casero!) que Dios, por su siervo, le salió al encuentro y la bendijo.

***

EL SEÑOR PROVEERÁ

En lo que tenemos ante nosotros para considerar, vamos a ver de qué modo se comportó el profeta en un ambiente y unas circunstancias totalmente distintas de las que hasta ahora han ocupado nuestra atención. Hasta aquí, hemos visto algo de cómo se desenvolvió en público: su coraje y dignidad espiritual ante Acab; y también cómo obró en privado: su vida en secreto ante Dios junto al arroyo, obediente a la palabra del Señor, esperando pacientemente la orden de partida. Pero aquí el Espíritu nos concede ver cómo se condujo Elías en  el hogar de la viuda de Sarepta, revelándonos del modo más bendito la suficiencia de la gracia divina para los siervos y el pueblo de Dios en todas las situaciones en que puedan encontrarse. Cuán a menudo el siervo de Dios que es inflexible en público y fiel en sus devociones secretas, fracasa lamentablemente en la esfera doméstica, el circulo familiar. No debería ser así; ni fue así con Elías.

Lo que acabamos de aludir quizá requiere unas cuantas observaciones que ofrecemos a modo de atenuante y no de explicación. ¿A qué es debido que el siervo de Dios a menudo salga mucho menos airoso en el hogar que en el púlpito o en la cámara secreta? En primer lugar, al ir a cumplir sus deberes públicos, lo hace resuelto a presentar batalla al enemigo; y cuando regresa a casa, lo hace con su energía nerviosa agotada, y dispuesto a recuperarla y descansar. Es entonces que las cosas relativamente triviales le irritan y contrarían fácilmente. En segundo lugar, en su ministerio público es consciente de luchar contra los poderes del mal, pero en el circulo familiar está rodeado de aquellos que le aman, y no está tan en guardia, sin darse cuenta de que Satanás puede usar a los suyos para tener ventaja sobre él. En tercer lugar, la fidelidad consciente en público puede haber estimulado su vanidad, y un aguijón en la carne  el darse cuenta con dolor de su fracaso triste en su hogar  puede serle necesario para humillarse. Así y todo, la conducta que deshonra a Dios no tiene más justificación en el circulo doméstico que en el púlpito.

En el capítulo precedente llegamos al punto en que Elías  en respuesta a las órdenes de Jehová  dejó su retiro en Querit, atravesó el desierto, y llegó a las puertas de Sarepta, donde el Señor había mandado (secretamente) a una viuda que le sustentara. La encontró a la entrada de la ciudad, aunque en circunstancias que presentaban una apariencia de lo menos prometedor para la vista carnal. Esta mujer, en vez de dar una bienvenida gozosa al profeta, le habló con tristeza de su inminente muerte y de la de su hijo. Lejos de estar aparejada para cuidar de Elías, le dice que “un puñado de harina, y un poco de aceite” es todo lo que le queda. ¡Qué prueba para la fe! ¡Qué irrazonable parecía que el hombre de Dios esperara sustento bajo su techo! No más irrazonable que el hecho de que a Noé le fuera ordenado construir un arca antes de que hubiera lluvia, y mucho menos señal alguna de un diluvio; ni menos razonable que el que se pidiera a Israel simplemente andar y andar alrededor de las murallas de Jericó. El sendero de la obediencia puede andarse sólo cuando se ejercita la fe.

“Y Elías le dijo: No hayas temor; ve, haz como has dicho" (I Reyes 17:13). ¡Qué palabra más afable para acallar el corazón de la pobre viudal No temas las consecuencias, ni para ti ni para tu hijo, al usar los medios a tu alcance, por escasos que sean! “Empero hazme a mi primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo” (v. 13). ¡Qué prueba más severa ésta! ¿Fue jamás una pobre viuda probada tan penosamente? Hacerle una torta “primero” era ciertamente, en sus circunstancias, uno de los mandatos más duros dados jamás. ¿No parecía fruto del egoísmo? ¿Requerían las leyes de Dios o de los hombres un sacrificio semejante? Dios no nos ha mandado hacer más que amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos; nunca nos ha mandado amarles más. ¡Empero aquí dice: “Hazme a mí primero”!

“Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La tinaja de la harina no escaseará, ni se disminuirá la botija del aceite, hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra" (v. 14). Ahí estaba la diferencia: ello quitaba la avaricia de la petición, mostrando que no estaba inspirada por el egoísmo. Se le pedía una porción de lo poco que le quedaba; pero Elías le dijo que no dudara en dárselo porque, aunque el caso parecía desesperado, Dios  cuidaría de ella y de su hijo. Obsérvese con qué confianza implícita habló el profeta: no había incertidumbre, sino seguridad positiva y firme en que el repuesto no disminuiría. SÍ, Elías había aprendido en Querit una valiosa lección por propia experiencia: había comprobado la fidelidad de Jehová junto al arroyo, y, por lo tanto, estaba calificado para acallar los temores y confortar el corazón de esta pobre viuda (véase II Corintios 1:3,4, donde se revela el secreto de todo ministerio eficaz).

Obsérvese el título especial conferido aquí a la Deidad. La mujer dijo: “Vive Jehová Dios tuyo" (v. 12), pero ello no era suficiente. Elías declaró: Jehová Dios de Israel ha dicho así"; había de hacerse comprender a esta gentil la verdad humillante de que “la salud viene de los judíos” (Juan 4:22). “Jehová Dios de Israel", de cuyos hechos maravillosos tienes que haber oído tanto; el que hizo del altivo Faraón el estrado de sus pies; que llevó a Su pueblo a través del Mar Rojo sin que se mojara; que lo sostuvo milagrosamente en el desierto durante cuarenta años; y que subyugó a los cananeos. Podemos, en verdad, confiar en un Dios así para nuestro pan de cada día. “Jehová Dios de Israel” es aquél cuya promesa nunca falta, por cuanto "el Vencedor de Israel no mentirá, ni se arrepentirá; porque no es hombre para que se arrepienta" o cambie de parecer (I Samuel 15:29). Puede confiarse, ciertamente, en Uno así.

"Porque Jehová. Dios de Israel ha dicho así: La tinaja de la harina no escaseará, ni se disminuirá la botija del aceite, hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra” (v. 14). Dios dio su palabra de promesa en que apoyarse; ¿podía ella confiar? ¿Podía esperar realmente en ti? Véase cuán definitiva era la promesa: no era simplemente que Dios no permitiría que muriese de hambre, o que supliría todas sus necesidades; sino que era como si el profeta hubiera dicho: La harina de tu tinaja no disminuirá, ni se secará el aceite de tu botija. Si nuestra fe está sostenida por Dios, hará que confiemos en su promesa, que nos entreguemos sin reservas a su cuidado, y que hagamos bien a nuestros semejantes. Pero notemos que la fe ha de seguir ejercitándose continuamente; no se prometió ni proveyó una nueva tinaja de harina: sólo un “puñado” que no disminuía  al parecer una cantidad inadecuada para la familia, pero suficiente para Dios. "Hasta aquel día que Jehová dará lluvia sobre la haz de la tierra” evidenciaba la fe firme del profeta.

“Entonces ella fue, e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella y su casa, muchos días” (v. 15). ¿Quién puede dejar de exclamar: Oh, mujer, grande es tu fe? Podía haber puesto muchas excusas a la petición del profeta, especialmente al serle un extraño; pero, a pesar de lo grande que era la prueba, su fe en el Señor no fue menor. Su simple confianza en que Dios cuidaría de ellos acalló todas las objeciones de la razón carnal. ¿No nos recuerda ello otra mujer gentil, la sirofenisa, una descendiente de los cananeos idólatras, quien mucho tiempo después recibió a Cristo en los términos de Tiro, y buscó Su ayuda para su hija atormentada del demonio? Venció todos los obstáculos con fe asombrosa, y obtuvo una parte del pan de los hijos en la curación de su hija (Mateo 15). Ojalá esos casos nos movieran a clamar desde el corazón: “Señor, auméntanos la fe”, por cuanto sólo quien concede la fe puede aumentarla.

"Y, comió él, y ella y su casa, muchos días. Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite, conforme a la palabra de Jehová que había dicho por Elías" (vs. 15, 16). No perdió nada por su generosidad. Su pequeña provisión de harina y aceite era suficiente sólo para una comida, y después, ella y su hijo hablan de morir. Pero su disposición de asistir al siervo de Dios le trajo lo suficiente, no sólo para muchos días, sino hasta que el hambre cesó. Dio a Elías de lo mejor que tenía, y por su bondad para con él, Dios mantuvo su casa provista a lo largo del periodo de carestía. Cuán cierto es que "el que recibe profeta en nombre de profeta, merced de profeta recibirá” (Mateo 10:41). Empero, no todos los hijos de Dios tienen el privilegio de socorrer a un profeta; con todo, pueden socorrer a los pobres de Dios. ¿No está escrito que "a Jehová presta el que da al pobre, y Él le dará su paga” (Proverbios 19:17)? Y también: "Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová” (Salmo 41A). Dios no será deudor de hombre.

"Entonces ella fue, e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella y su casa, muchos días. Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite”. De nuevo tenemos aquí un ejemplo de que recibir la bendición de Dios y obtener comida (comida espiritual en figura), es el resultado de la obediencia. Esa mujer cumplió la petición del siervo de Dios, y grande fue su recompensa. ¿Temes tú, lector, al futuro? ¿Tienes miedo de que, cuando las fuerzas te falten y llegue la vejez, te veas sin lo necesario para vivir? Entonces, permítenos recordarte que no hay por qué temer. '“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (las necesidades temporales)' os serán añadidas” (Mateo 6:33). “Temed a Jehová, vosotros sus santos; porque no hay falta para los que le temen” (Salmo 34:9). “No quitará el bien a los que en integridad andan” (Salmo 84:11). Pero, fíjate bien que todas estas promesas son condicionales: tu obligación es dar a Dios el primer lugar en tu vida,  temerle, obedecerle y honrarle en todas las cosas, y Él te garantiza que, a cambio, tendrás seguros tu pan y tu agua.

Quizá alguno de los que leen replicará: “Es más fácil recibir este sano consejo que obrar de acuerdo con él. Es más sencillo recordar las promesas de Dios que confiar en ellas”. Quizá otro dirá: “Ah, pero tú no sabes cuán penosas son mis circunstancias, cuán oscuras las perspectivas, qué dolorosas las dudas que Satanás está poniendo en mi mente”. Es verdad, pero, por desesperando que sea tu caso, te rogamos seriamente que pienses en la viuda de Sarepta; no es probable que tu situación sea tan extrema como la suya, con todo, no pereció de hambre. El que pone a Dios ante todo le encontrará siempre al fin. Las cosas que parecen ir contra nosotros, nos ayudan a bien en Sus maravillosas manos. Cualesquiera que sean tus necesidades, no olvides al Dios de Elías.

“Y comió él, y ella y su casa, muchos días”. Aquí vemos a Elías a salvo, morando en la humilde casa de la pobre viuda. Aunque la mesa era frugal, bastaba para vivir. No hay indicación alguna de que Dios les proveyera de variación en su régimen durante a muchos días”, ni de que el profeta estuviera descontento de comer lo mismo durante tanto tiempo. Ahí es donde obtenemos el primer reflejo de la manera en que se comportó en el círculo familiar. Tenemos en él un ejemplo bendito M precepto divino: “Así que sustento y con qué cubrirnos, seamos contentos con esto” (I Timoteo 6:8). ¿De dónde procede este contentamiento? Del corazón sumiso y pacífico que descansa en Dios, sujeto a Su voluntad soberana, satisfecho con la porción que Él se complace en designarnos, y viendo Su mano tanto en el proveer como en el rehusar.

“Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite”. Ciertamente, la viuda no tenía motivo de queja de la prueba severa en que había sido puesta su fe. Dios, que envió Su siervo a morar con ella, le pagó bien por su manutención al proveer a su familia de alimentos mientras sus vecinos perecían de hambre, y al concederle la compañía y la instrucción de Su siervo. ¿Quién sabe la bendición que reportó a su alma la conversación edificante de Elías, y la eficacia de sus oraciones? Tenía una disposición humana y generosa, pronta a remediar la miseria de otros, y a socorrer las necesidades de los siervos de Dios; y su liberalidad le fue restituida cien veces. Dios muestra misericordia al misericordioso. “Por qué Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado a Su nombre, habiendo asistido y asistiendo aún a los santos” (Hebreos 6:10).

"Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite”. Tratemos de mirar más arriba, no sea que nos perdamos el hermoso tipo que aquí se encuentra. La "harina” es, en verdad, una figura de Cristo escogida divinamente; “el grano de trigo” que murió (Juan 12 24), molido entre las ruedas del juicio de Dios a fin de ser "Pan de Vida” para nosotros. Esto se ve claramente en los  primeros capítulos de Levítico, donde tenemos las cinco grandes ofrendas establecidas para Israel, las cuales representan la persona y la obra del Redentor; la ofrenda de “flor de harina" (Levítico 2) representa las perfecciones de Su humanidad. Está igualmente claro que el “aceite” es un emblema del Espíritu Santo en su operación de unción, de iluminación y de sustento. Buscar en las Escrituras las referencias simbólicas al "aceite” es uno de los métodos de estudio más benditos.

De la manera que la familia de Sarepta se sostenía, no con harina sola, o con aceite, sino con las dos cosas en conjunción, asimismo el creyente se sostiene espiritualmente de Cristo y del Espíritu Santo. No podríamos alimentarnos de Cristo, es más, nunca sentiríamos la necesidad de hacerlo, si no fuera por la influencia de gracia del Espíritu de Dios. El Uno es tan indispensable para nosotros como el Otro: Cristo por nosotros, el Espíritu en nosotros; el Uno defendiendo nuestra causa en lo alto, el Otro ministrándonos aquí abajo. El Espíritu está para dar testimonio” de Cristo (Juan 15:26), es más, para “glorificarle” (Juan 16:14), y es por ello que añadió el Salvador: “El tomará de lo mío, y os lo hará saber”. ¿No es ésta la razón de que la “harina” (por tres veces) se mencione primero en el símbolo? Tampoco es éste el único pasaje en el que vemos los dos tipos combinados; en las hermosas prefiguraciones del Antiguo Testamento, leemos una y otra vez acerca del aceite usado junto con la sangre (Éxodo 29:21; Levítico 14:14, etc.).

“Y la tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite.” Había un aumento constante de la reserva de ambos según la poderosa virtud de Dios obrando un continuo milagro; ¿no hay un paralelo estrecho entre esto y la multiplicación sobrenatural por el Salvador de los cinco panes de cebada y los dos pececillos, mientras los discípulos los repartían y la multitud los comía (Mateo 14:19, 20)? Pero, de nuevo pasemos la vista del tipo al Antitipo. La comida siguió sin disminuir, la provisión intacta; y la harina señalaba a Cristo, el alimentador de nuestras almas. La provisión que Dios ha hecho para sus hijos en el Señor Jesús permanece a través de los siglos; podernos ir a É1 una y otra vez y, aunque recibamos de Él “gracia por gracia”, su “plenitud” (Juan 1:16) permanece igual “ayer, y hoy, y por los siglos”. “Ni menguó la botija del aceiten prefiguraba la gran verdad de que el Espíritu Santo está con nosotros hasta el fin de nuestro peregrinaje (Efesios 4:30).

Pero señalemos de nuevo que Dios no dio una nueva tinaja de harina y una nueva botija de aceite a la familia de Sarepta, ni llenó las viejas hasta el borde. Hay en esto otra importante lección para nosotros. Dios les dio lo suficiente para su uso diario, pero no provisión para un año entero, ni siquiera para una semana por adelantado. De la misma manera, no podemos acumular gracia para usarla en el futuro. Tenemos que ir constantemente a Cristo en busca de nueva provisión. A los Israelitas les estaba expresamente prohibido guardar el maná: tenían que salir a recogerlo nuevo cada mañana. No podemos procurar para nuestra alma, en el día del Señor, suficiente sustento para toda la semana, sino que debemos alimentarnos por la Palabra de Dios cada mañana. Así, también, aunque hayamos sido regenerados por el Espíritu de una vez y para siempre, con todo, Él renueva nuestro hombre interior "de día en día” (II Corintios 4:16).

“Conforme a la palabra de Jehová que habla dicho por Elías” (v. 16). Esto ilustraba y demostraba un principio vital: ninguna palabra suya caerá en tierra, sino que "todas las cosas que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde el siglo” (Hechos 3:21) se cumplirán verdaderamente. Ello es solemne y bendito. Solemne por cuanto las amenazas de la Sagrada Escritura no Son en vano, sino los avisos fieles del que no puede mentir. Así como la declaración de Elías: "No habrá lluvia ni roció en estos años, sino por mi palabra” (v. l), se cumplió al pie de la letra, así también, el Altísimo cumplirá todos los juicios que ha anunciado contra el impío. Bendito, por cuanto, así como la harina y el aceite no le faltaron a la viuda según Su palabra dicha por Elías, así también, todas las promesas hechas a sus santos tendrán perfecto cumplimiento. La veracidad intachable, la fidelidad inmutable y el poder absoluto de Dios en el cumplimiento de su Palabra son los fundamentos s6lidos en los cuales puede descansar con seguridad la fe.

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UNA PROVIDENCIA OSCURA

“Cambio y decaimiento veo a mi alrededor." Vivimos en un mundo mutable, donde nada hay estable, donde la vida está llena de extrañas vicisitudes. No podemos, y no debemos, esperar que las cosas nos sean fáciles por algún período de tiempo mientras estemos de paso en esta tierra de pecado y muerte. Sería contrario a la naturaleza de nuestra presente condición de criaturas caídas, por cuanto “como las centellas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción”; ni tampoco sería para nuestro bien el estar exentos de] todo de la aflicción. Aunque seamos los hijos de Dios, los objetos de su favor especial, con todo, ello no nos libra de las calamidades ordinarias de la vida. La enfermedad y la muerte pueden entrar en nuestra morada en cualquier momento, pueden atacarnos personalmente, o pueden hacerlo a los que nos son más cercanos y queridos; y estamos obligados a doblegarnos a las dispensaciones soberanas de Aquél que todo lo gobierna. Estas afirmaciones constituyen lugares comunes, lo sabemos; empero contienen una verdad que  por desagradable que sea  necesitamos que se nos recuerde constantemente.

Aunque estemos muy familiarizados con el hecho que se menciona más arriba, y lo veamos ilustrado diariamente por todos lados, así y todo somos remisos a reconocer su aplicación a nosotros mismos. Tal es la naturaleza humana: deseamos ignorar lo desagradable, y persuadirnos de que, si nuestra suerte actual es feliz, lo será durante mucho tiempo. Pero no debemos pensar  no importa cuán sanos estamos, cuán vigorosa sea nuestra constitución, cuán bien preparados financieramente estemos  que nuestra montaña es tan fuerte que no puede ser conmovida (Salmo 30:6,7). Más bien debemos ejercitarnos en retener las mercedes temporales con mano blanda, y en usar las: relaciones y comodidades de esta vida como si no las tuviésemos (I Corintios 7:30), recordando que “la apariencia de este mundo se pasa”. Nuestro descanso no está aquí, y si construimos nuestro nido en un árbol terreno debiese de ser con la comprensión de que tarde o temprano el bosque entero será cortado.

Como tantos otros antes y después de ella, la viuda de Sarepta podía haber sido tentada a pensar que todos sus problemas estaban solucionados. Podía razonablemente esperar bendición del hecho de haber recibido al siervo de Dios en su casa, y de la bendición real y liberal que había recibido. Como consecuencia del hecho de albergarle, ella y su hijo se veían abastecidos por "muchos días” en tiempo de hambre por un milagro divino; y podía sacar la conclusión de que no había razón para temer más. Con todo, la siguiente cosa que se registra en la narración es que "aconteció que cayó enfermo el hijo del ama de la casa, y la enfermedad fue tan grave, que no quedó en él resuello” (1 Reyes 17:17). El lenguaje en el que está redactado este patético incidente parece denotar que su hijo fue herido súbitamente, y que expiró en seguida, antes de que Elías tuviera oportunidad de orar por su curación.

¡Qué profundamente misteriosos son los caminos de Díos! La rareza del incidente que tenemos ante nosotros es todavía más evidente si lo relacionamos con el versículo anterior: “La tinaja de la harina no escaseó, ni menguó la botija del aceite, conforme a la palabra de Jehová que había dicho por Elías. Después de estas cosas aconteció que cayó enfermo el hijo del, ama de la casa... “, etc. Tanto ella como su hijo hablan sido alimentados milagrosamente durante un período de tiempo, considerable, y ahora era cortado drásticamente de la tierra de los vivientes, recordándonos aquellas palabras de Cristo referentes a la secuela de un milagro anterior: “Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y son muertos” (Juan 6:49). Aunque la sonrisa del Señor esté sobre nosotros y É1 se muestre fuerte a nuestro favor, ello no nos concede la inmunidad de las aflicciones inherentes a la carne y la sangre. Mientras permanezcamos en este valle de lágrimas, hemos de buscar gracia para "alegrarnos con temblor” (Salmo 2:11).

Por otro lado, la viuda erró ciertamente si, al serle arrebatado el hijo, concluyó que había perdido el favor de Dios, y que esta oscura dispensación era una señal segura de su ira. ¿No está escrito “Porque el Señor al que ama castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo” (Hebreos 12:6)? Aun cuando tenemos las manifestaciones más claras de la buena voluntad de Dios  como tenía esta mujer con la presencia de El bajo su techo, y el milagro diario de su sostenimiento , debemos estar preparados para los reveses que la Providencia permite. No deberíamos tambalearnos al hacer frente a las aflicciones severas que nos salen al paso mientras caminamos por el sendero del deber. ¿No las tuvo José una tras otra? ¿Y Daniel? Y por encima de todo, ¿no las tuvo el mismo Redentor? Lo mismo los apóstoles. "Carísimos, no os maravilléis cuando sois examinados por fuego, lo cual se hace para vuestra prueba, como si alguna cosa peregrina os aconteciese” (1 Pedro 4:12).

Fijémonos bien que esta pobre alma habla recibido señales especiales del favor de Dios antes de ser echada en el horno de la aflicción. A menudo, Dios ejercita a su pueblo con las pruebas más duras cuando han sido recipientes de sus bendiciones más ricas. Así y todo, el ojo ungido puede discernir sus tiernas bondades. ¿Te sorprende esta observación, querido lector? ¿Preguntas cómo puede ser? Pues porque el Señor, en su gracia infinita, a menudo prepara a sus hijos para el sufrimiento dándoles antes grandes gozos espirituales; dándoles señales inequívocas de Su bondad, llenando sus corazones con Su amor, y difundiendo una paz indescriptible en sus mentes. Habiendo probado por experiencia la bondad del Señor, están mejor preparados para hacer frente a la adversidad. Además, la paciencia, la esperanza, la mansedumbre y todas las demás gracias espirituales, pueden desarrollarse sólo por fuego; la fe de esta viuda, pues, necesitaba ser probada aun más severamente.

Para la pobre mujer, perder a su hijo era una gran aflicción. Lo es para toda madre, pero aun más para ella al haber quedado viuda y no tener a nadie más que cuidara de ella en su vejez. Todos sus afectos estaban centrados en su hijo, y al perderlo, todas sus esperanzas quedaban destruidas: en verdad, el ascua que le quedaba la era apagada (II Samuel 14:7) al no haber nadie que preservara el nombre de su marido sobre la tierra. No obstante, como en el caso de Lázaro y sus hermanas, el terrible golpe era “por gloria de Dios” (Juan 11: 4), e iba a proporcionarle una señal más distintiva todavía del favor del Señor. Así fue, también, en el caso de José y Daniel, a quienes nos hemos referido antes: las pruebas que sufrieron fueron severas y dolorosas, empero Dios les confirió posteriormente honores aun mayores. ¡Ojalá tuviésemos  fe para asirnos al “después” de Hebreos 12:11!

“Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer en memoria mis iniquidades, y para hacerme morir mi hijo?” (v. 18). ¡Qué criaturas más pobres, fracasadas y pecadoras somos! ¡Qué míseramente correspondemos a las, abundantes mercedes de Dios! Cuando Él pone su mano sobre nosotros para corregirnos, ¡cuán a menudo nos rebelamos, en vez de someternos con mansedumbre a la misma! Lejos de humillarnos bajo la poderosa mano de Dios pidiéndole que nos haga entender por qué pleitea con nosotros (Job 10:2), estamos prestos a culpar a otras personas de ser la causa de nuestras desgracias. Así fue con esta mujer. En lugar de pedir a Elías que orara con y por ella para que Dios le hiciera comprender en qué había “errado” (Job 6:24), y para que Él santificara esa aflicción para bien de su alma glorificarle "en los valles” (Isaías 24:15), ella sólo tuvo reproches. Cuán lamentablemente dejarnos de usar nuestros privilegios.

“Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, Varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer en memoria mis iniquidades y para hacerme morir mí hijo?" Esto estaba en marcado contraste con la calma que había mostrado cuando Elías se encontró con ella. La calamidad repentina que había caído sobre ella la había tornado por sorpresa. Y en tales circunstancias, cuando la congoja nos llega inesperadamente, es difícil para nuestros espíritus mantener la compostura. En las pruebas repentinas y severas, necesitamos mucha gracia para preservarnos de la impaciencia y los arranques petulantes, v para ejercitar confianza firme y sumisión completa a Dios. No todos los santos están capacitados para decir como Job: “Recibimos el bien de Dios, ¿y el mal no recibiremos?... Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito” (Job 2:10; 1:21). Pero, lejos de servirnos de excusa, este fracaso debe llevarnos a juzgarnos a nosotros mismos implacablemente y a confesar con contrición tales pecados a Dios.

La pobre viuda estaba profundamente desesperada a causa de la pérdida que había sufrido, y su lenguaje a Elías era una mezcla extraña de fe e incredulidad, orgullo y humildad. Era la explosión inconsciente de una miente agitada, como lo sugiere su naturaleza incoherente y espasmódica. En primer lugar, le pregunta: "¿Qué tengo yo contigo?", es decir, ¿qué he hecho para disgustarte?, ¿en qué le he ofendido? Hubiera deseado no haber fijado jamás los ojos en él, si es que era responsable de la muerte de su hijo. Con todo, en segundo lugar, le reconoce como “varón de Dios”; como el que ha sido separado para el servicio divino. Debía de saber, entonces, que la terrible sequía había llegado sobre Israel como contestación a las oraciones del profeta, y, probablemente, llegó a la conclusión de que su propia aflicción había llegado de manera parecida. En tercer lugar, se humilló a sí misma, al preguntar: “¿Has venido a mí para traer en memoria mis iniquidades?”,  refiriéndose posiblemente a su culto previo a Baal.

A menudo el Señor acostumbra a usar las aflicciones para traer a la memoria pecados pasados. En la rutina ordinaria de la vida es muy fácil pasar de un día al otro sin un ejercicio profundo de conciencia ante el Señor, sobre todo cuando disfrutamos de una tinaja rellena. Es solamente cuando andamos realmente cerca de Él, o cuando recibimos de su mano alguna reprensión especial, que nuestra conciencia es sensible ante Él. Mas, cuando la muerte visitó a su familia, surgió la cuestión del pecado, por cuanto la muerte es la paga del pecado (Romanos 6:23). La actitud más segura que podemos adoptar siempre, cuando consideramos que las pérdidas que sufrimos son la voz de Dios que habla a nuestros corazones pecaminosos, es examinarnos diligentemente a nosotros mismos, arrepentirnos de nuestras iniquidades, y confesarlas debidamente al Señor para que podamos obtener el perdón y la limpieza (1 Juan 1:9).

Es en este punto que aparece a menudo la diferencia entre el no creyente y el creyente. Cuando el primero es visitado por alguna desgracia o pérdida, el orgullo y la justicia propia de su corazón se manifiestan rápidamente exclamando: “No sé qué es lo que he hecho para merecer esto; siempre he procurado hacer el bien; no soy peor que mis vecinos que no tienen que sufrir semejantes infortunios; ¿por qué tengo que ser objeto de semejante calamidad?” Empero, qué diferente la persona verdaderamente humillada. Desconfía de sí misma porque se da cuenta de sus muchas faltas, y está dispuesta a aceptar y temer que ha desagradado al Señor. Tal persona pensará bien sobre sus caminos (Hageo 1:5), repasando su manera de vivir anterior, y escudriñando cuidadosamente su conducta presente a fin de descubrir qué ha sido, o qué es, lo que está mal, para rectificarlo. Sólo así pueden ser aliviados los temores de nuestra mente, y la paz de Dios confirmada en nuestra alma.

Es el recordar nuestros múltiples pecados y el juzgarnos a nosotros mismos que nos hará mansos y sumisos, pacientes y resignados. Así fue en el caso de Aarón quien, cuando el juicio severo de Dios cayó sobre su familia, "calló” (Levítico 10:3). Así fue, también, en el del pobre y viejo Elí, quien habla dejado de, amonestar y disciplinar a sus hijos, y quien, cuando fueron muertos sumariamente, exclamó: "Jehová es; haga lo que bien le pareciere" (I Samuel 3:18). La pérdida de un hijo puede, a veces, recordar a los padres algún pecado cometido mucho tiempo antes con respecto a aquél. Este fue el caso de David que perdió un hijo al cual hirió la mano de Dios a causa del pecado de su padre (II Samuel 12). No importa cuán dolorosa sea la pérdida y cuán profundo el dolor; el lenguaje del santo que está en su sano juicio será siempre: "Conozco, oh Jehová, que tus juicios son justicia, y que conforme a tu fidelidad me afligiste” (Salmo 119:75).

Aunque la viuda y su hijo se habían mantenido en vida por muchos días, sostenidos milagrosamente por el poder de Dios, mientras el resto de la gente sufría, con todo, a ella le impresionó menos la benevolencia divina que el hecho de que le quitara su hijo; "¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mi para traer en memoria mis iniquidades, y para hacerme morir mi hijo?” A pesar de que parece adivinar la mano de Dios en la muerte de su hijo, no puede ahuyentar el pensamiento de que la presencia del profeta era responsable de la misma. Atribuye la pérdida a Elías, como si hubiera sido comisionado a ir con el propósito de infligirle un castigo por su pecado. Dado que había sido enviado a Acab para anunciar la sequía sobre Israel por su pecado, ella ahora temía su presencia, estaba alarmada al verle. Qué dispuestos estamos a confundir las causas de nuestra aflicción y a atribuirlas a falsos motivos.

“Y él le dijo: Dame acá tu hijo” (v. 19). En el primer párrafo del capitulo anterior, pusimos de relieve la manera en que la segunda mitad de I Reyes 17 nos presenta un cuadro de la vida doméstica de Elías, su proceder en el hogar de la viuda de Sarepta. En primer lugar, evidenció su resignación a la humilde mesa, no manifestando descontento alguno por el monótono menú que se le ofrecía día tras día. Y aquí vemos la manera en que se condujo ante una gran provocación. El arranque petulante de la agitada mujer era cruel para el hombre que había traído la liberación a aquella casa. Su pregunta: “¿Has venido a mi para traer en memoria mis iniquidades, y para hacerme morir mi hijo?”, era innecesaria por injusta, y podía muy bien haber producido una amarga respuesta. Así habría sido si la gracia subyugadora de Dios no hubiera estado obrando en él, por cuanto Elías tenía un carácter acalorado por naturaleza.

La interpretación errónea que la viuda dio a la presencia de Elías en su casa, era suficiente para alterar a cualquier persona. Es bienaventurada cosa observar que no hubo respuesta airada a su juicio inconsiderado, sino por el contrario una “respuesta blanda” que quitara su ira. Si alguien nos habla de modo imprudente, no hay razón para que descendamos a su nivel. El profeta no hizo caso de su pregunta apasionada, y en esto evidenció que era un seguidor de Aquél que es “manso y humilde de corazón”, de quien leemos que “cuando le maldecían, no retornaba maldición” (I Pedro 2:23). “Elías vio que estaba en extremo angustiada y que hablaba movida por su gran ansiedad de espíritu; y  por lo tanto, no haciendo caso de sus palabras, le dijo con toda calma: Dame acá tu hijo; llevándole, al mismo tiempo, a esperar la restauración d: su hijo por su intercesión” (J. Simpson).

Puede pensarse que las palabras citadas son enteramente especulativas; por nuestra parte, creemos que están plenamente autorizadas por la Escritura. En Hebreos 11:35 leemos: “Las mujeres recibieron sus muertos por resurrección. Se recordará que esta afirmación se halla en el gran capitulo de la fe, donde el Espíritu presenta algunas de las hazañas y proezas de los que confían en el Dios vivo. Se mencionan uno tras otro los diferentes casos en particular, y después se agrupan y se dice en general: "Que por le ganaron reinos... las mujeres recibieron sus muertos por resurrección”. No puede haber lugar a dudas de que se refiere al caso que tenemos ante nosotros y al caso paralelo de la Sunamita (II Reyes 4:17~37). Aquí es, pues, donde el Nuevo Testamento arroja de nuevo su luz sobre las Escrituras precedentes, permitiéndonos obtener una concepción más completa de lo que estamos considerando ahora.

La viuda de Sarepta, aunque era gentil, era hija de Sara, a quien se había dado la fe de los elegidos de Dios. Tal fe es sobrenatural, y su autor y su objeto son sobrenaturales tam¬bién. No se nos dice cuándo nació esta fe en ella, aunque fue probablemente mientras Elías moraba en su casa, por cuanto "la fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). El carácter sobrenatural de su fe se evidenció en los frutos sobrenaturales, porque fue en respuesta a su fe (así como a la intercesión de Elías) que su hijo le fue restituido. Lo más notable del caso es que, por lo que se menciona en la Palabra, no habla habido anteriormente ningún caso en el que a un muerto le fuera devuelta la vida. No obstante, Aquél que había hecho que no escaseara un puñado de harina y que no disminuyera un poco de aceite en la botija sustentando a tres personas durante “muchos días", podía también resucitar un muerto. La fe razona de esta manera: no hay nada imposible para el Todopoderoso.

Puede objetarse que en la narración histórica no hay indicación de que la viuda tuviera fe en la restauración a la vida de su hijo, sino más bien lo contrario. Es verdad; pero, aun así, esto no se opone a lo que hemos afirmado anteriormente. Nada se nos dice en el Génesis acerca de la fe de Sara en concebir simiente, sino que lo que se menciona es s1i escepticismo. ¿Qué hay en 11xodo que sugiera que los padres de Moisés ejercitaban su fe en Dios al poner a su hijo en la arquilla de juncos?; empero, véase Hebreos 11:23. Nos veríamos en un aprieto para encontrar algo en el libro de los jueces que sugiriera que Sansón era un hombre de fe, mas en Hebreos 11:32 está claro que lo era. Así Pues, si no se nos dice nada en el Antiguo Testamento acerca de la fe de. la viuda, notemos también que las duras palabras que dirigió a Elías no se registran en el Nuevo Testamento  como tampoco la incredulidad de Sara ni la impaciencia de Job  porque éstas fueron borradas por la sangre del Cordero.

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LAS MUJERES RECIBIERON SUS MUERTOS
POR RESURRECCIÓN

Hemos de considerar ahora uno de los incidentes más notables que se registran en el Antiguo Testamento, esto es, la restauración de la vida del hijo de la viuda de Sarepta. Es un incidente desconcertante para el incrédulo; sin embargo, para el que conoce por experiencia al Señor no hay en él dificultad alguna. Cuando Pablo se defendía ante Agripa, preguntó: “¡Qué! ¿Juzgase cosa increíble. entre vosotros (no sólo que un muerto vuelva a la vida, sino) que Dios resucite los muertos?" (Hechos 26:8). Ahí es donde el creyente pone todo el énfasis: en la absoluta suficiencia de Aquél con el cual trata. Recurrid al Dios vivo, y no importa lo drástica y desesperada de la situación; todas las dificultades desaparecen en seguida, porque no hay nada imposible para Él. El que implantó la vida al principio, y el que puso nuestra alma en vida (Salmo 66:9), puede reavivar a los muertos.

El infiel moderno (como los antiguos Saduceos) puede burlarse de la verdad divinamente revelada de la resurrección, pero el cristiano no. ¿Por qué? Porque ha experimentado en su propia alma el poder vivificador de Dios: fue llevado espiritualmente de la muerte a la vida. Aunque Satanás inyecte dudas viles en su mente, y haga tambalear por un tiempo su confianza en la resurrección del Señor Jesús, recobrará pronto el equilibrio; conoce la bendición de aquella gran verdad, y cuando la gracia le ha librado de nuevo del poder de las tinieblas, exclama con el apóstol: "Cristo vive en mi". Además, cuando nació de nuevo, le fue plantando un principio sobrenatural en el corazón  el principio de la fe  que hace que reciba la Escritura Santa con confianza plena de que es, en verdad, la Palabra del que no puede mentir, y por consiguiente, cree todo lo que los profetas dijeron.

Aquí está la razón de que lo que desconcierta y hace tropezar al sabio, sea llano y simple para el cristiano. La preservación de Noé y su familia en el arca; el paso de Israel por el Mar Rojo sin mojarse; el que Jonás sobreviviera en el vientre de la ballena, son hechos que no presentan dificultad alguna para él. Sabe que la Palabra de Dios es infalible, porque la verdad que contiene la ha verificado por propia experiencia. Al haber comprobado por si mismo que el Evangelio de Cristo es “potencia de Dios para salud”, no tiene motivo para dudar de nada de lo que las Escrituras registran acerca de los prodigios de Su poder en el reino material. El creyente tiene seguridad plena en que nada es demasiado difícil para el Creador de cielos y tierra. No es que sea un bobalicón intelectual, que acepta crédulamente lo que es completamente contrario a la razón, sino que, en el cristiano, la razón es restaurada a su funcionamiento normal: asegurad que Dios es todopoderoso, y el obrar sobrenatural de Su mano síguese necesariamente.

El tema entero de los milagros se reduce, así, a su factor más simple. Se ha escrito gran cantidad de jerga erudita sobre este tema: las leyes de la naturaleza, su suspensión, el actuar de Dios contrario a las mismas, y la naturaleza precisa de un milagro. Por nuestra parte, definimos el milagro como algo que sólo Dios puede efectuar. Al hacerlo así, no desestimamos el poder que Satanás posee, ni dejamos de considerar pasajes tales como Apocalipsis 16:14 y 19:20. Al que esto escribe, le basta lo que la Sagrada Escritura afirma acerca del Señor: “Al solo que hace grandes maravillas" (Salmo 136:4). En cuanto a las “señales grandes y prodigios” dados por los falsos cristos y los falsos profetas, su naturaleza y designio son el “engañar” (Mateo 24:24), por cuanto son "milagros mentirosos” (II Tesalonicenses 2:9), como también sus predicaciones son fal4as. En esto descansamos: sólo Dios hace grandes maravillas; y por ser Dios, esto es lo que la fe espera de Él.

En el último capitulo nos ocupábamos de la amarga aflicción que sobrevino a la viuda de Sarepta con la muerte repentina de su hijo, y el efecto inmediato que tuvo sobre ella. Profundamente agitada se volvió a Elías y le acusó de ser la causa de su tremenda pérdida. El profeta no replicó ásperamente a la acusación dura e injusta, sino que, por el contrario, dijo con calma: "Dame acá tu hijo”. Fijémonos que no impuso sus manos sobre el muerto de modo autocrático, sino que, cortésmente, pidió que se le trajera el cuerpo. Creemos que el propósito de Elías era calmar la pasión de ella y hacer que creyera “en esperanza contra esperanza” (Romanos 4:18), como Abraham habla hecho mucho antes cuando creyó a Dios, “el cual da vida a los muertos”, por cuanto fue (en parte) en respuesta a su fe que ella recibió a su muerto por resurrección (Hebreos 11:35).

"Entonces él lo tomó de su regazo, y llevólo a la cámara donde él estaba, y púsole sobre su carne” (I Reyes 17:19). Ésta era, evidentemente, una habitación superior reservada para el uso personal del profeta, como Eliseo tenía la suya en otro lugar (II Reyes 4:10). Se fue allí, pues, en busca de soledad, como Pedro fue a la azotea, y Cristo al huerto. El profeta debía de estar muy oprimido y desconcertado ante el hecho triste que había ocurrido a su anfitriona. Por muy rígido que fuera Elías en el cumplimiento de su deber, tenía un tierno espíritu (como los hombres así de serios tienen por regla general), lleno de benignidad y sensible a las miserias ajenas. Es evidente por lo que sigue, que Elías estaba apenado de que alguien que habla sido tan bondadoso para con él hubiera de ser tan duramente afligido cuando é1 estaba en su hospitalaria morada; y que ella pensara que era responsable de la pérdida que sufría, no haría más que aumentar su tristeza .

No debe perderse de vista que esta dispensación oscura constituyó una prueba real para la fe de Elías. Jehová es el Dios de la viuda y el galardonador de los que favorecen a Su pueblo, sobre todo de los que muestran benevolencia para con Sus siervos. ¿Por qué, pues, habla de venir semejante mal sobre la que le ofrecía albergue? ¿No había venido por propio mandato de] Señor como mensajero de misericordia para su casa? Es verdad, y habla demostrado serlo; empero, ella lo había olvidado bajo el peso de su prueba presente, ya que ahora lo consideraba emisario de la ira, azote de su pecado, y verdugo de su único hijo. Y, peor aún, ¿no pensaría él que el honor de su Señor estaba también empeñado? ¡Que fuera escandalizado el nombre del Señor! ¿No preguntaría la viuda si es así cómo recompensa Dios a aquellos que favorecen a Sus siervos?

Es una bendición el observar la manera como Elías reaccionó ante la prueba. Cuando la viuda preguntó si la muerte de su hijo era debida a su presencia, no se dio a especulaciones carnales, ni intentó resolver el profundo misterio que ahora tenía ante si y ante ella. En lugar de esto, se retira a su cámara para poder estar solo con Dios y presentarle su perplejidad. Este es el curso que deberíamos seguir siempre, porque el Señor no sólo es "nuestro pronto auxilio en las tribulaciones", sino que su Palabra requiere que le busquemos primeramente, (Mateo 6:33). "Alma mía, en Dios solamente reposa” es aplicable doblemente en el tiempo de la perplejidad y la tristeza. Vana es la ayuda del hombre; sin valor las conjeturas carnales. En la hora de la prueba más aguda, el Salvador se retiró de sus discípulos, y vertió en secreto su corazón al Padre. A la viuda no le era permitido presenciar los ejercicios más hondos del alma del profeta ante su Señor.
"Y clamando a Jehová, dijo (v. 20). Hasta entonces, el profeta no había comprendido el significado de ese misterio, pero sí sabia qué hacer ante esa dificultad. Acudió a su Dios y presentó su lamento ante él.. Buscó alivio con gran sinceridad y porfía, razonando humildemente acerca de la muerte del niño. Pero notemos su reverente lenguaje. No preguntó: ¿Por qué has infligido esta funesta disposición sobre nosotros?; sino que dijo: “Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa yo estoy hospedado has afligido, matándole su hijo?” (v. 20). El porqué de ello no era de su incumbencia. No podemos objetar a los caminos del Altísimo ni inquirir con curiosidad en sus consejos secretos. Bástenos saber que el Señor no se equivoca nunca, y que siempre hay un motivo por todo lo que hace; por lo tanto, debemos someternos con mansedumbre a su voluntad soberana. El preguntar "¿Por qué?” es altercar con Dios (Romanos 9:19, 20).

En las palabras de Elías a Dios hallamos, primero, de qué modo se acogió a la relación especial que el Señor sostenía con él: “Jehová Dios mío”, clamó. Ello era una apelación a su interés personal en Dios, por cuanto esas palabras son siempre la expresión de una relación basada en un pacto. Poder decir "Jehová Dios mío” es de más valor que el oro o los rubíes. En segundo lugar, buscó la razón de la calamidad en su causa original: “¿Aun a la viuda en cuya casa yo estoy hospedado has afligido? (v. 20); vio que la muerte hería por mandato divino: “¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho?” (Amós 3:6). Qué consuelo cuando podemos darnos cuenta de que ningún mal puede sobrevenir a los hijos de Dios sino el que É1 les envía. En tercer lugar, alegó la severidad de la aflicción: este mal ha venido, no sólo sobre una mujer, ni siquiera sobre una madre, sino sobre una “viuda”, a quien Tú has socorrido de modo especial. Además, es aquella "en cuya casa yo estoy hospedado”: mí bondadosa bienhechora.

"Y midióse sobre el niño tres veces, y clamó a Jehová” (v. 21). ¿Era ésta una prueba de la humildad del profeta? ¡Qué notable que un hombre tan grande gastara tanto tiempo y pensara tanto en esa figura débil, y se pusiera en contacto inmediato con lo que, ceremonialmente, contaminaba! ¿Era tina indicación de su propio afecto por el niño, y para mostrar cuán profundamente le habla afectado su muerte? ¿Era una muestra del fervor de su apelación a Dios, como si quisiera, si podía, poner vida en su cuerpo de la vida y el calor del suyo? ¿No parece indicarlo el hecho de que lo hiciera tres veces? ¿Era una señal de lo que Dios haría por su poder y lo que lograría por su gracia al traer a los pecadores de la muerte a la vida, con el Espíritu Santo haciéndoles sombra e impartiéndoles su propia vida? Si así es, ¿no hay aquí algo más que una indicación de que los que Dios usa como instrumentos en la conversión deben venir a ser como niños, descendiendo al nivel de aquellos a los que sirven, en vez de estar sobre un pedestal como si fueran seres superiores?

"Y clamó a Jehová, y dijo: Jehová Dios mío, ruégote que vuelva el alma de este niño a sus entrañas” (v. 21). Qué prueba de que Elías estaba acostumbrado a esperar bendiciones maravillosas de Dios en respuesta a sus súplicas, considerando que nada era demasiado difícil para Él, nada demasiado grande para conceder en respuesta a la oración. Sin duda, esta petición estaba movida por el Espíritu Santo; con todo, el que el profeta esperara la restauración de la vida al niño era un efecto maravilloso de su fe, por cuanto la Escritura no dice que alguien hubiera sido levantado de los muertos antes de ese tiempo. Y recuerda, lector cristiano, que esto está escrito para nuestra instrucción y aliento: la oración eficaz y ferviente del justo puede mucho. Cuando vamos al trono de la gracia, nos allegamos a un gran Rey; así pues, traigamos peticiones grandes. Cuanto más confía la fe en el poder infinito y en la suficiencia del Señor, más honrado es Él.

"Y Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a sus entrañas, y revivió” (v. 22). Qué prueba de que “los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones" (1 Pedro 3:12). Qué demostración del poder y la eficacia de la oración. El Dios nuestro oye y contesta la oración: por tanto recurramos a Él cualquiera que sea nuestra angustia. Por desesperado que sea nuestro caso para la ayuda humana, nada es demasiado difícil para el Señor. É1 es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos. Pero, pidamos “en fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda de la mar, que es movida del viento, y echada de una parte a otra. No piense pues, el tal hombre que recibirá ninguna cosa del Señor4 (Santiago 1:6,7). “Ésta es la confianza que tenemos en V, que si demandáremos alguna cosa conforme a su voluntad, 111 nos oye” (1 Juan 5:14). En verdad necesitamos todos clamar más fervientemente: "Señor, enséñanos a orar”. A menos que éste sea uno de los efectos producidos por la consideración del hecho que tenemos ante nosotros, nuestro estudio del mismo nos servirá de poco.

No basta con que clamemos: “Señor, enséñanos a orar”; debemos también meditar cuidadosamente las porciones de su Palabra que relatan casos de intercesión triunfante, a fin de que aprendamos los secretos de la oración que es contestada, En este caso podemos notar siete aspectos. Primero, que Elías se retiró a su cámara para estar solo con Dios. Segundo, su fervor: él "clamó a Jehová”, no fueron meras palabras. Tercero, su dependencia en su interés personal en el Señor, declarando la relación basada en el pacto: “Jehová Dios mío”. Cuarto, que se confortó en los atributos de Dios; en este caso, en la soberanía divina y en su supremacía: “aun a la viuda... has afligido”. Quinto, su sinceridad e insistencia, puesta de manifiesto al medirse sobre el niño nada menos que tres veces. Sexto, su apelación a la misericordia tierna de Dios: “la viuda en cuya casa estoy hospedado”. Finalmente, lo definido de su petición: “que vuelva el alma de este niño a sus entraña?

“Y el alma del niño volvió a sus entrañas, y revivió” (v. 22). Estas palabras son importantes porque establecen claramente la distinción definida que existe entre el alma y el cuerpo, una distinción tan real como la que existe entre la casa y el que la habita. La Escritura nos dice que, en el día de la creación, el Señor Dios formó el cuerpo del hombre “del polvo de la tierra”; y luego, que “alentó en su nariz soplo de vida”, y sólo entonces se convirtió en "alma viviente” (Génesis 2:7). El lenguaje empleado en esta ocasión ofrece clara prueba de que el alma es diferente del cuerpo, de que no muere con el cuerpo, de que existe en un estado separado después de la muerte del cuerpo, y de que nadie sino Dios puede restaurarla a su habitación original (véase Lucas 8:55). Por cierto, podemos observar que la petición de Elías y la respuesta del Señor ponen claramente de manifiesto que el niño estaba realmente muerto.

Hablando relativamente, aunque en un sentido muy real, la era de los milagros ha cesado, por lo que no podemos esperar que a nuestros muertos les sea devuelta la vida sobrenaturalmente. Con todo, el cristiano puede y debe esperar con seguridad cierta reunirse de nuevo con los queridos familiares y amigos que partieron de aquí estando en Cristo. Sus espíritus no están muertos, ni siquiera dormidos como algunos aseguran erróneamente, sino que han vuelto a Dios que los dio (Eclesiastés 12:7), y están ahora en un estado "mucho mejor” (Filipenses 1:23), lo cual no podría ser si estuvieran privados de comunión consciente con su Amado. Aunque están ausentes del cuerpo, están "presentes al Señor” (II Corintios 5:8), y en Su presencia hay "hartura de alegrías” (Salmo 16:11). En cuanto a Sus cuerpos, esperan el gran Día en que serán hechos a la semejanza del cuerpo glorioso de Cristo.

"Tomando luego Elías al niño, trájolo de la cámara a la casa, y diólo a su madre, y díjole Elías: Mira, tu hijo vive” (v. 23). ¡Qué gozo debió de llenar el corazón del profeta al presenciar la milagrosa respuesta a su intercesión! ¡Qué exclamaciones de ferviente alabanza a Dios debieron salir de sus labios por esta nueva manifestación de Su bondad al librarle de su dolor! Pero no había tiempo que perder; tenla que calmar la pena y la ansiedad de la pobre viuda. Elías, por consiguiente, tomó al niño con prontitud y lo dio a su madre. ¿Quién puede imaginar su alegría al verlo devuelto a la vida? Cómo nos recuerda la conducta del profeta en esta ocasión, la acción del Señor después del milagro de la resurrección del hijo único de la viuda de Naín, cuando, así que se levantó y comenzó a hablar, se nos dice que el Salvador “diólo a su madre" (Lucas 7:15).

“Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú tres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (v. 24). Esto es muy bendito, En lugar de dar salida a sus emociones naturales, parece haber estado absorbida enteramente en el poder de Dios que descansaba sobre Su siervo, el cual entonces estableció firmemente su convicción de la misión divina y la seguridad de Elías en la verdad que proclamaba. Se había dado una demostración plena de que era verdaderamente un profeta de Dios, y de que su testimonio era fiel. No debe olvidarse que se había presentado al principio como "varón de Dios" (véanse las palabras de la mujer en el v. 18), y, por lo tanto, era indispensable que estableciera su derecho a tal título. Y ello se hizo por medio de la vuelta a la vida del niño. ¡Ah, lector!, nosotros declaramos ser hijos del Dios viviente; pero, ¿mantenemos nuestra profesión? Só1o hay un modo concluyente de hacerlo: andando en "novedad de vida”, evidenciando que somos nuevas criaturas en Cristo.

Observemos que lo que estamos considerando nos proporciona aun otra característica de la vida doméstica de Elías. Al examinar el modo en que se condujo en el hogar de la viuda, notamos, en primer lugar, su contentamiento sin murmurar por la humilde comida que se le ponía delante, En segundo lugar, su delicadeza, rehusando contestar a las palabras injustas con una réplica mordaz. Y ahora, vemos el efecto bendito que el milagro obrado en respuesta a sus oraciones trajo a su anfitriona. Su confesión: "Ahora conozco que tú eres varón de Dios”, era un testimonio personal de la realidad y el poder de una vida santa. ¡Ojalá viviésemos con la energía del Espíritu Santo, a fin de que los que se relacionan con nosotros pudieran percibir el poder de Dios obrando en y por nosotros! Así fue cómo el Señor venció el dolor de la viuda, convirtiéndolo en un bien espiritual, estableciendo su fe en la veracidad de Su palabra.


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FRENTE AL PELIGRO

Para alguien tan lleno de celo por el Señor y de amor para Su pueblo como Elías, la prolongada inactividad a la cual se veía forzado a someterse había de resultar una prueba severa. Un profeta tan enérgico y valiente debla de estar ansioso de aprovechar la aflicción que sufrían sus compatriotas; debía de desear despertarles a sentir sus graves pecados, y urgirles a tornarse al Señor. En vez de ello  los caminos de Dios son tan distintos de los nuestros  se le pedía que permaneciera en su retiro un mes tras otro, año tras año. Sin embargo, su Señor tenía un designio sabio y de gracia al tratar de disciplinar a su siervo. A lo largo de su estancia junto al arroyo de Que¬rit, Elías había probado la suficiencia y la fidelidad del Señor, y había ganado no poco en su estancia descrita en Sarepta. Como revela el apóstol en II Corintios 6:4 y en 12:12, la señal primordial de un siervo de Cristo aprobado es la gracia de la paciencia” espiritual, y ésta se desarrolla por medio de "la prueba de la fe” (Santiago 1:3).

Los años que Elías pasó en Sarepta estaban lejos de ser tiempo perdido, porque fue durante su estancia en casa de la viuda que obtuvo la confirmación de su llamamiento divino por el sello notable dado a su ministerio. Fue allí donde obtuvo su aprobación en la conciencia de su huésped: “Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (17:24). Era de gran importancia que el profeta tuviera un testimonio semejante de la procedencia divina de su misión, antes de emprender la parte más difícil y peligrosa de la misma que tenla ante sí. Su corazón fue confirmado de modo bendito, y así ya estaba capacitado para comenzar de nuevo su carrera pública con la seguridad de ser un siervo de Jehová, y de que la Palabra del Señor estaba verdaderamente en su boca. Semejante sello a su ministerio (la vuelta a la vida del niño muerto) y la aprobación en la conciencia de la madre eran motivos de estimulo al ir a hacer frente a la gran crisis y el conflicto del Carmelo.

¡Qué mensaje se contiene aquí para muchos ministros ardorosos de Cristo a quienes la Providencia ha retirado por un tiempo del ministerio público! Están tan deseosos de hacer bien y de extender la gloria de su Maestro en la salvación de los pecadores y en la edificación de los santos, que sienten que su obligada inactividad es una prueba severa. Pero, que tengan la seguridad de que el Señor tiene alguna buena razón al imponer esa limitación sobre ellos, y por lo tanto, que deben procurar celosamente la gracia necesaria para no inquietarse ni obrar por si mismos buscando forzar la salida de tal situación, ¡Meditad el caso de Elías! No dejó escapar queja alguna ni se aventuró a salir del retiro al que Dios le había enviado. Esperó pacientemente a que el Señor le dirigiera, a que le libertara, a que extendiera su esfera de servicio. Entre tanto, por su ferviente intercesión, fue hecho bendición grande para los de aquella casa.

"Pasados muchos días” (I Reyes 18:1). Atendamos a esta expresión del Espíritu bendito. No dice "pasados tres años” (como fue en realidad), sino “pasados muchos días”. Hay ahí una importante lección para nuestro corazón, si atendemos a la misma: deberíamos vivir los días uno a uno, y contar nuestras vidas por días. "El hombre nacido de mujer, corto de días, y harto de sinsabores; que sale como una flor y es cortado” (Job 14:1,2). Tal era la visión de la vida del anciano Jacob, por cuanto, cuando Faraón preguntó al patriarca por su edad, contestó: "Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años” (Génesis 47:9). Bienaventurados aquellos cuya oración es: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría" (Salmo 90: 12). Empero, qué propensos somos a contar por años. Esforcémonos, a vivir cada día como si fuera el último de nuestra vida.

"Pasados muchos días, fue”; es decir, el predeterminado consejo de Jehová se llevaba a cabo. El cumplimiento del propósito divino no podemos retrasarlo ni forzarlo. Ni nuestra petulancia ni nuestras oraciones pueden apresurar a Dios. Tenemos que esperar la hora por É1 designada, y cuando llega, Él obra; es tal como Él lo ha predeterminado. El espacio preciso de tiempo que su siervo tiene que permanecer en un lugar determinado fue predestinado por el Señor en la eternidad. “Pasados muchos días", esto es, más de mil desde que la sequía comenzó fue palabra de Jehová a Elías". Dios no había olvidado a su siervo. El Señor nunca olvida a ninguno de sus hijos, porque P 1 ha dicho: "He aquí que en las palmas te tengo esculpida; delante de mi están siempre tus muros” (Isaías 49:16). Ojalá nunca le olvidemos, sino que podamos decir: "A Jehová he puesto siempre delante de mí" (Salmo 16:8).

"Fue palabra de Jehová. a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab, y Yo daré lluvia sobre la haz de la tierra” (I Reyes 18:1). Para que podamos entender mejor la tremenda prueba del valor del profeta que se contenía en este mandato, tratemos de hacernos una idea del estado de ánimo en que debía encontrarse el rey impío. Comenzamos el estudio de la vida de Elías meditando en las palabras: "Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra" (17:1). Ahora hemos de considerar la secuela de estos hechos. Hemos visto cómo le fue a Elías durante este largo intervalo; ahora hemos de ver cómo estaban las cosas para Acab, su corte, y sus súbditos. El estado de cosas, cuando se cierran los cielos y no hay rocío durante tres años, ha de ser en verdad espantoso. "Habla a la sazón grande hambre en Samaria” (18:2).

"Y dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias” (v. 5). Se nos presenta aquí el perfil más simple, pero no es difícil imaginar los detalles. Israel habla pecado gravemente contra el Señor, y por ello se le hacia sentir el peso de la vara de su justa ira. Qué cuadro más humillante de¡ pueblo favorecido de Dios; ver al rey buscando hierba, si quizá hallarla alguna para poder salvar la vida a las bestias que aún le quedaban. ¡Qué contraste con la abundancia y la gloria de los días de Salomón! Pero, Jehová habla sido deshonrado groseramente, y su verdad rechazada. La vil Jezabel había contaminado la tierra con la influencia pestilente de sus ' falsos profetas y sacerdotes. Los altares de Baal hablan suplantado los del Señor, y, por consiguiente, como que Israel había sembrado vientos, tenia que segar tempestades.

¿Y qué efecto produjo en Acab y sus súbditos el severo juicio del cielo? "Y dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias”. ¡No hay aquí ni una sola sílaba acerca de Dios, ni una palabra acerca de los terribles pecados que habían causado Su desagrado! Las fuentes, los arroyos y la hierba era todo lo que ocupaba los pensamientos de Acab; todo lo que le preocupaba era el alivio de la aflicción divinamente enviada. Siempre es éste el caso de los reprobados. Este fue el de Faraón: a cada plaga que descendía sobre Egipto, llamaba a Moisés y le pedía que rogase que cesara, y tan pronto como cesaba, endurecía su corazón y seguía desafiando al Altísimo. A menos que Dios tenga a bien santificar directamente sus castigos en nuestra alma, no nos aprovechan. No importa cuán severos sean sus juicios o por cuánto tiempo se prolonguen; el hombre nunca se ablanda a menos que Dios lleve a cabo una obra de gracia en él. "Y se mordían sus lenguas de dolor; y blasfemaron del Dios del cielo por sus dolores, y por sus plagas, y no se arrepintieron de sus obras”, (Apocalipsis 16:10,11).

En ninguna parte se pone de manifiesto la terrible depravación de la naturaleza humana de modo más grave que en este punto. En primer lugar, los hombres consideran todo período prolongado de sequía como un fenómeno de la naturaleza que debe soportarse, negándose a ver en ello la mano de Dios. Más tarde, si se les hace ver que están bajo el juicio divino, adoptan un espíritu de desafío que sostienen descaradamente. Un profeta posterior de Israel se lamentaba de que el pueblo manifestaba su carácter vil: “Oh Jehová, ¿no miran tus ojos a la verdad? Azotártelos, y no les dolió; consumístelos, y no quisieron recibir corrección; endurecieron sus rostros más que la piedra” (Jeremías 5:3). Podemos ver en ello lo absolutamente absurdo y erróneo de la doctrina deL purgatorio de los romanistas, y del infierno de los universalistas. "El fuego imaginario del purgatorio y los tormentos reales del infierno no poseen efecto purificador alguno, y el pecador, en la angustia de sus sufrimientos, aumentará continuamente su impiedad, y acumulará ira por toda la eternidad” (Thomas Scott).

“ Y dijo Acab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias. Y partieron entre sí el país para recorrerlo: Acab fue de por sí por un camino, y Abdías fue separadamente por otro” (vs. 5 y 6). ¡Qué cuadro presentan estas palabras! No sólo no había lugar en sus pensamientos para el Señor, sino que Acab no dijo nada acerca de su pueblo, quien, después de Dios, debla ser su principal interés. Su corazón malo parecía incapaz de elevarse más allá de los caballos y las acémilas: esto era lo que le importaba en el día del espantoso azote de Israel. Qué contraste entre el bajo y vil egoísmo de este miserable, y el noble espíritu del hombre según el corazón de Dios. "Y David dijo a Jehová cuando vio al ángel que hería al pueblo: Yo pequé, yo hice maldad; ¿qué hicieron estas ovejas? Ruégote que tu mano se torne contra mi, y contra la casa de mi padre” (II Samuel 24:17), éste era el lenguaje de un rey regenerado cuando su pueblo temblaba bajo la vara de Dios que castigaba su pecado.

Es fácil imaginar cómo aumentaban, a medida que continuó la sequía, y sus efectos desoladores se hicieron más agudos, el resentimiento amargo y la furiosa indignación de Acab y su vil consorte contra el que habla pronunciado el terrible interdicto. Tan encolerizada, estaba Jezabel, que destruyó a los profetas de Jehová (v. 4); y tan enfurecido estaba el rey, que buscó diligentemente a Elías por todas las naciones fronterizas, requiriendo un juramento de sus gobernantes de que no estaban prestando asilo al hombre que consideraba su peor enemigo y la causa de todos sus males. ¡Y ahora, la Palabra del Señor fue a Elías diciendo: "Ve, muéstrate a Acab"! Si se requería de él mucho valor cuando fue llamado a anunciar la terrible sequía, qué intrepidez necesitaba ahora para hacer frente al que le buscaba con rabia despiadada.

“ Pasados muchos días, fue palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab”. Los movimientos de Elías estaban todos ordenados por Dios: no era "suyo”, sino siervo de otro. Cuando el Señor le dijo: "escóndete” (17:3), hubo de retirarse, y cuando le dijo: “ve, muéstrate”, había de cumplir la voluntad divina. A Elías no le faltó coraje, porque "el justo está confiado como un leoncillo” (Proverbios 28:1). No declinó la presente comisión, sino que fue sin murmurar y sin dilación. Hablando humanamente, era en extremo peligroso para el profeta regresar a Samaria, por cuanto no podía esperar ser bien recibido por aquellos que se encontraban en semejante apuro, ni misericordia alguna del rey. Pero cumplió las órdenes de su Señor con la misma resuelta obediencia que le había caracterizado previamente. Como el apóstol Pablo, no estimaba su vida preciosa para sí mismo, sino que estaba preparado para ser torturado y muerto, si ésta era la voluntad de Dios para él.

"Y yendo Abdías por el camino, top6se con Elías” (v. 7). Algunos extremistas (“separatistas “) han interpretado el carácter de Abdías de modo desconsiderado, acusándole de transigir deslealmente y de procurar servir a dos señores. Pero el Espíritu Santo no ha dicho que hiciera mal en permanecer al servicio de Acab, ni ha sugerido que su vida espiritual sufriera en consecuencia; más bien nos ha dicho  claramente que “Abdías era en grande manera temeroso de Jehová (v. 3), lo cual constituye el más alto encomio que podía tributársele. A menudo, Dios ha dado a los suyos favor a los ojos de amos idólatras (como a José y Daniel), y ha magnificado la suficiencia de su gracia preservando sus almas en los ambientes menos propicios. Sus santos se hallan en los lugares más inesperados, como en casa de César (Filipenses 4:22).

No hay nada malo en que un hijo de Dios ocupe una posición influyente, si puede hacerlo sin sacrificar sus principios. Y, ciertamente, ello puede permitirle rendir un servicio valioso a la causa de Dios. ¿Qué hubiese sido de Lutero y la Reforma, hablando humanamente, si no hubiera sido por el Elector de Sajonia? ¿Y cuál hubiera sido la suerte de Wycliffe sí John of Gaunt no lo hubiese puesto bajo su tutela? Como mayordomo del palacio de Acab, Adías estaba sin duda en la más difícil y peligrosa de las situaciones; empero, lejos de doblar su rodilla a Baal, fue el instrumento que valió la vida a muchos de los siervos de Dios. Se mantuvo integro a pesar de estar rodeado de tantas tentaciones. Debe observarse con atención que, cuando Elías lo encontró, no pronunci6 palabra alguna de reproche contra Abdías. No nos precipitemos a cambiar de ocupación, por cuanto el diablo puede asaltarnos tan fácilmente en un lugar como en otro.

Cuando Elías se dirigía a confrontarse con Acab, se encontró con el piadoso mayordomo del palacio del rey. “Y yendo Abdías por el camino, topóse con Elías; y como le conoció, postróse sobre su rostro, y dijo: ¿No eres tú mi señor Elías?” (V. 7). Abdías reconoció a Elías, mas, con todo, no podía creer lo que vela. Era sorprendente que el profeta hubiera sobrevivido el ataque despiadado de Jezabel contra los siervos de Jehová; y más increíble todavía era verle ahí, solo, encaminándose a Samaria. La búsqueda tan diligente que habla tenido lugar tiempo antes habla sido en vano, y ahora aparece inesperadamente. ¿Quién puede concebir los sentimientos opuestos de temor y deleite de Abdías al ver al varón de Dios, por cuya palabra la terrible sequía y la penosa hambre hablan desolado el país casi por completo? Abdías le mostró enseguida el mayor respeto y reverencia. "Como habla mostrado la ternura de un padre para los hijos de los profetas, así también mostró la reverencia de un hijo para el padre de los profetas, y por ello puso de manifiesto que era, en verdad, temeroso en gran manera del Señor” (Matthew Henry).
“Y él respondió: Yo soy; ve, di a tu amo: He aquí Elías” (V. 8). Al profeta no le faltó el valor. Había recibido de Dios la orden de mostrarse a Acab, y, por consiguiente, no trató de ocultar su identidad al ser interrogado por el mayordomo. No temamos declarar valientemente que somos discípulos de Cristo cada vez que se nos requiere.

"Y él respondió: Yo soy; ve, di a tu amo: He aquí Elías. Pero él dijo: ¿En qué he pecado, para que tú entregues a tu siervo en mano de Acab para que me mate?” (vs. 8,9). Era natural que Abdías quisiera ser relevado de misión tan peligrosa. Primero, pregunta en qué había ofendido al Señor o a su profeta para que se pida de él que sea mensajero de nuevas tan desagradables al rey, ¡lo cual es una prueba cierta de que su conciencia estaba limpia! Segundo, hace saber a Elías con qué afán su soberano habla tratado de seguir sus pasos y descubrir su escondite: “Vive Jehová tu Dios, que no ha habido nación ni reino donde mi señor no haya enviado a buscarte" (v. 10). Empero, a pesar de todo su empeño, no pudieron encontrarle: tal era la eficacia con que Dios le habla puesto a salvo de su maldad. Es totalmente inútil que el hombre trate de esconderse cuando el Señor le busca; y es igualmente inútil que el hombre busque lo que Dios quiere es0conder de él.

“¿Y ahora tú dices: Ve, di a tu amo: Aquí está Elías?” (v. 11). No hablas en serio al pedirme semejante cosa. ¡No sabes que las consecuencias serán fatales para mi si no puedo probar mi afirmación? "Y acontecerá que, luego que yo me haya partido de ti, el espíritu de Jehová te llevará donde yo no sepa; y viniendo yo, y dando las nuevas a Acab, y no hallándote él, me matará; y tu siervo teme a Jehová desde su mocedad” (v. 12). Temía que Elías desapareciese otra vez de modo misterioso, y que su amo se airara por no haber arrestado al profeta; se pondría verdaderamente furioso si, al llegar a aquel lugar, se vela engañado no pudiendo hallar ni rastro de Elías. Finalmente, pregunta: "¿No ha sido dicho a mi señor lo que hice, cuando Jezabel mataba a los profetas de Jehová, que escondí cien varones de los profetas de Jehová de cincuenta en cincuenta en cuevas, y los mantuve a pan y agua?” (v. 13). Abdías no se refirió a estos hechos nobles y atrevidos suyos con espíritu jactancioso, sino con el propósito de atestiguar su sinceridad. Elías le tranquilizó en el nombre de Dios, y Abdías cumplió con obediencia el requerimiento: “Y díjole Elías: Vive Jehová de los ejércitos, delante del cual estoy, que hoy me mostraré a él. Entonces Abdías fue a encontrarse con Acab, y dióle el aviso; y Acab vino a encontrarse con Elías” (vs. 15,16).

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FRENTE A ACAB

En los capítulos precedentes hemos visto a Elías siendo llamado de modo repentino a comparecer ante el rey impío de Israel, y a pronunciar la temible sentencia de juicio, a saber, “no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra" (I Reyes 17:1). Después de pronunciar este solemne ultimátum, y obedeciendo a su Señor, se retiró de la escena de la vida pública y pasó parte del tiempo en la soledad junto al arroyo de Querit, y parte en el humilde hogar de la viuda de Sarepta, siendo sus necesidades en ambos lugares suplidas milagrosamente por Dios, quien no permite que nadie salga perdiendo al cumplir sus órdenes. Pero había llegado la hora de que este intrépido siervo del Señor saliera y se enfrentara una vez más con el monarca idólatra de Israel. "Fue palabra de Jehová a Elías en el tercer año, diciendo: Ve, muéstrate a Acab” (I Reyes 18:1).

En el capítulo anterior, contemplamos los efectos que la prolongada sequía había causado en Acab y sus súbditos efectos que ponían en triste evidencia la depravación del corazón humano. Está escrito: “Su benignidad (la de Dios) te guía a arrepentimiento” (Romanos 2:4); y: “Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia” (Isaías 26:9). Cuán a menudo vemos citadas estas palabras como si fueran afirmaciones absolutas e incondicionales, y qué poco se citan las palabras que siguen inmediatamente; en el primer caso: “Mas por tu dureza y por tu corazón no arrepentido atesoras para ti mismo ira para el día de la ira"; y en el segundo: “Alcanzará piedad el impío, y no aprenderá justicia; en tierra de rectitud hará iniquidad, y no mirará a la majestad de Jehová". ¿Cómo podemos entender estos pasajes?; por cuanto, para el hombre natural, parecen revocarse a sí mismos, y la segunda parte de la referencia de Isaías parece contradecir llanamente la primera.

Si se comparan las Escrituras con las mismas Escrituras, se verá que cada una de las declaraciones citadas tiene un ejemplo claro y definido. Por ejemplo, ¿no era el sentimiento de la bondad M Señor  su “misericordia" y “la multitud de sus piedades"  lo que llevó a David al arrepentimiento y le hizo exclamar: "Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de, mi pecado” (Salmo 51:1,2)? Y asimismo, ¿no fue la comprensión de la bondad del Padre  el que hubiera "abundancia de pan” en su casa  lo que llevó al hijo pródigo al arrepentimiento y a confesar sus pecados? Así también, fue cuando los juicios de Dios eran sobre la tierra  hasta tal punto que se nos dice: "En aquellos tiempos no hubo paz, ni para el que entraba, ni para el que salía, sino muchas aflicciones sobre todos los habitadores de las tierras. Y la una gente destruía a la otra, y una ciudad a otra ciudad: porque Dios los conturbó con todas calamidades” (II Crónicas 15:5,6)  que Asa (en respuesta a la predicación de Azarías) “quitó las abominaciones de toda la tierra... y reparó el altar de Jehová... y entraron en concierto (Asa y sus súbditos) de que buscarían a Jehová el Dios de sus padres, de todo su corazón” (vs. 8 12). Véase también Apocalipsis 11:15.

Por otro lado, cuántos casos se registran en la Sagrada Escritura de individuos y pueblos que fueron objeto de la bondad de Dios en grado sumo, disfrutando tanto de Sus bendiciones temporales como espirituales de modo ¡limitado, y quienes, a pesar de ser as¡ privilegiados, estaban lejos de ser afectados debidamente por tales beneficios y de ser llevados al arrepentimiento, por las mismas, antes por el contrario, sus corazones eran endurecidos y las misericordias de Dios profanadas: "Engrosó Jesurún, y tiró coces” (Deuteronomio 32:15); véase Oseas 13:6. Asimismo, cuán a menudo leemos en la Escritura que Dios visita con sus juicios a los individuos y las naciones sólo para ilustrar la verdad de aquellas palabras: “Jehová, bien que se levante tu mano, no ven” (Isaías 26:11). Un ejemplo notable se halla en la persona de Faraón, quien después de cada plaga endureció su corazón más aun y continuó desafiando a Jehová. Quizá el caso de los judíos es incluso más notable, pues siglo tras siglo el Señor les ha infligido los juicios más penosos, y ellos no han aprendido todavía la justicia por medio de los mismos.

¿No hemos presenciado demostraciones sorprendentes de estas verdades en nuestros propios días? Los favores divinos eran recibidos como cosa natural, es más, eran considerados más como el fruto de nuestra propia laboriosidad que de la misericordia divina. Cuanto más han prosperado las naciones, más, han perdido de vista a Dios.

¿Cómo hemos de entender, pues, estas afirmaciones divinas: "Su benignidad te guía a arrepentimiento “ y "Luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia”? Es obvio que no hay que tomarlos de modo absoluto y sin modificación. Han de entenderse con este requisito: que el Dios soberano quiera santificarlos en nuestras almas. El designio ostensible (mejor dicho, secreto e invencible) de Dios es que las muestras de su bondad llevaran a los hombres al sendero de la justicia; tal es su naturaleza, y tales deberían ser sus resultados en nosotros. Con todo, el "hecho es que ni la prosperidad ni la adversidad por si mismas producirán jamás esos resultados benéficos, porque, si las dispensaciones divinas no son santificadas de modo expreso en nosotros, ni sus mercedes ni sus castigos obrarán en nosotros mejora alguna.

Los pecadores endurecidos "menosprecian las riquezas de su benignidad, y paciencia”; la prosperidad les hace menos dispuestos a recibir la instrucción de la justicia, y aunque los medios de la gracia (la predicación fiel de la palabra de Dios) están a su alcance en abundancia, siguen profanos y con los ojos cerrados a toda revelación de gracia divina y de santidad. Cuando la mano de Dios se levanta para administrar reprensión suave, la desprecian; y cuando inflige venganza más terrible, endurecen sus corazones a la misma. Siempre ha sido así. Só1o cuando Dios se complace en obrar en nuestros corazones, así como ante nuestros ojos; sólo cuando se digna bendecir sus intervenciones providenciales en nuestras almas, es que se imparte en nosotros una disposición dócil, y somos llevados a reconocer la justicia de sus castigos y a enmendar nuestros caminos. Cuando los juicios divinos no son santificados de modo definitivo en el alma, los pecadores siguen sofocando la convicción de pecado y abalanzándose en su desafío, hasta ser consumidos por la ira del Dios santo.

Quizá alguien preguntará qué tiene todo esto que ver con el tema que estamos tratando. La respuesta es: mucho en todos los sentidos. Sirve para probar que la perversidad terrible de Acab no era algo excepcional al mismo tiempo que explica el porque no le afectó en lo más mínimo la terrible visitación del juicio de Dios sobre sus dominios. Se había cernido sobre el país una sequía total que continuó por espacio de tres años de modo que "habla a la sazón grande hambre en Samaria” (1 Reyes 18:2). Éste era, en verdad, un juicio divino; mas, ¿aprendieron el rey y sus súbditos, justicia por él? ¿Les dio ejemplo el soberano, humillándose bajo la ' poderosa mano de Dios, reconociendo sus transgresiones perversas, quitando los altares de Baal y restaurando el culto a Jehová? ¡No!, sino que, lejos de ello, permitió durante este tiempo que su malvada mujer destruyera los profetas del Señor (184), añadiendo iniquidad a la iniquidad y mostrando las tremendas profundidades de maldad en las que el pecador caerá a menos que sea detenido por el poder moderador de Dios.

"Y dijo Arab a Abdías: Ve por el país a todas las fuentes de aguas, y a todos los arroyos; que acaso hallaremos grama con que conservemos la vida a los caballos y a las acémilas, para que no nos quedemos sin bestias” (I Reyes 18:5). De la misma manera que una paja lanzada al aire revela la dirección del viento, así también estas palabras revelan el estado del corazón de Acab. No había lugar en sus pensamientos para el Dios vivo, ni le inquietaban los pecados que habían sido causa del enojo de Dios sobre el país. Ni tampoco parece haberse preocupado lo más mínimo por sus súbditos, cuyo bienestar  después de la gloria de Dios  debía haber sido su principal ocupación. No, sus aspiraciones no parecen haberse elevado más allá de las fuentes y los arroyos, los caballos y las acémilas, de que las bestias que aún le quedaban pudieran salvarse. Esto no es evolución, sino degeneración, por cuanto si el corazón se descarría de su Hacedor su dirección es siempre hacia abajo.

A la hora de su necesidad más honda, Acab no se volvió humildemente a Dios, porque era un extraño para él. El objetivo que le absorbía por completo era la hierba; si ésta podía encontrarse, no le importaba nada todo lo demás. Si hubiera podido encontrarse comida y bebida, hubiera podido disfrutar en el palacio y gozar de la compañía de los profetas idólatras de Jezabel, pero los horrores del hambre le hicieron salir. Con todo, en vez de pensar en las causas de ella para rectificarlas, busca sólo un alivio temporal. Se había vendidos a sí mismo para obrar iniquidad, y se habla convertido en esclavo de una mujer que odiaba a Jehová. ¡Ah, lector querido!, Acab no era un gentil, un pagano, sino un israelita privilegiado; pero se había casado con una idólatra y se había prendado de sus falsos dioses. Había naufragado de su fe y era llevado a la destrucción. ¡Qué terrible es dejar al Dios vivo y abandonar el Refugio de nuestros padres!

"Y partieron entre sí el país para recorrerlo: Acab fue de por si por un camino, y Abdías fue separadamente por otro” (v 6). La razón de este proceder es clara: yendo el rey en una dirección y el mayordomo en otra, el terreno cubierto era doble que si hubieran ido juntos. Pero, ¿no podemos, también, percibir un significado místico en estas palabras: "¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de concierto?” (Amós M). ¿Y qué concierto había entre estos dos hombres? No era mayor que el que existe entre la luz y las tinieblas, Cristo y Belial; pues, mientras el uno era apóstata, el otro temía al Señor desde su mocedad (v. 12). Era propio, pues, que se separaran y tomaran cursos diferentes y opuestos, por cuanto viajaban hacía destinos eternos enteramente distintos. No se considere esta sugerencia como “forzada”, sino, más bien, cultivemos el hábito de buscar el significado espiritual y la aplicación bajo el sentido literal de la Escritura.

"Y yendo Abdías por el camino, topóse con Elías” (v. 7). Ello, verdaderamente, parece confirmar la aplicación mística hecha del versículo anterior, porque hay, sin duda, un sentido espiritual en lo que acabamos de citar. ¿Cuál era “el camino” por el que Abdías andaba? Era la senda del deber, el camino de la obediencia a las órdenes de su amo. Ciertamente, la tarea que estaba llevando a cabo era humilde: buscar hierba para los caballos y las mulas; así y todo, éste era el trabajo que Acab le habla asignado, ¡y mientras cumplía la palabra del rey fue recompensado encontrando a Elías! En Génesis 24:27 hay un caso paralelo, cuando Eliezer, cumpliendo las instrucciones de Abraham, encontró la doncella que Dios había seleccionado para ser la esposa de Issac: "Guiándome Jehová en el camino a casa de los hermanos de mi amo.” Así fue, también, como la viuda de Sarepta encontró al profeta mientras estaba en el sendero del deber (recogiendo serojas).

En el capítulo anterior consideramos la conversación que tuvo lugar entre Abdías y Elías; no obstante, mencionemos aquí los sentimientos mezclados que debieron de llenar el corazón del primero al encontrarse con tan inesperada como grata visión. Debió de llenarse de temor y deleite al ver a aquél cuya palabra había causado la temible sequía y el hambre que habían desolado casi por completo el país; aquí estaba el profeta de Galaad, vivo y sano, dirigiéndose con calma y solo hacia Samaria. Parecía demasiado bello para ser verdad, y Abdías apenas podía creer lo que veían sus ojos. Saludándole con la deferencia propia, pregunta: “¿No eres tú mi señor Elías?” Aseguránctole su identidad, Elías le envía a informar a Acab de su presencia. Ésta era una ingrata misión; sin embargo, la llevó a cabo con obediencia: “Entonces Abdías fue a encontrarse con. Acab, y dióle el aviso” (v. 16).

¿Y qué de Elías mientras esperaba la llegada del rey apóstata? ¿Estaba intranquilo, imaginando al enojado monarca reuniendo alrededor suyo a sus oficiales, antes de aceptar el reto del profeta, y avanzando con odio amargo y muerte en su corazón? No, querido lector, no podemos pensarlo ni por un solo momento. El profeta sabía perfectamente que Aquél que le había guardado tan fielmente, y que había suplido todas sus necesidades de modo tan bondadoso durante la larga sequía, no le abandonarla ahora. ¿No tenía motivo para recordar el modo cómo Jehová apareció a Labán cuando perseguía con ardor a Jatob? “Y vino Dios a Labán arameo en sueños aquella noche, y le dijo: Guárdate que no hables a Jacob descomedidamente”, (Génesis 31:24). Para el Señor era cosa fácil amedrentar el corazón de Acáb e impedirle que matara a Elías, sin importar cuánto deseara hacerlo. Que los siervos de Dios sean fortalecidos con el pensamiento de que ÉI tiene a todos sus enemigos bajo Su dominio, tiene Su brida en sus bocas y los hace volverse como quiere, de modo que no puedan tocar ni un cabello de sus cabezas sin Su conocimiento y permiso.

Elías, pues, esperó la llegada de Acab con espíritu impávido y con calma en el corazón, consciente de su propia integridad y seguro de la protección divina. Bien podían hacer suyas las palabras: “En Dios he confiado: no temeré lo que me hará el hombre. En qué estado de ánimo más distinto debla de estar el rey cuando “vino a encontrarse con EI(as” (v. 16). Aunque estuviera encolerizado contra el hombre cuyo anuncio terrible había sido cumplido exactamente, con todo había de sentir cierto temor de encontrarle. Acab habla sido testigo de su firmeza inflexible y su valor sorprendente, y sabedor de que Elías no se dejaría intimidar por su enojo, tenía razones para temer que esta entrevista no fuera demasiado honrosa para él.

El hecho de que el profeta le buscara, y de que hubiera enviado a Abdías diciendo: "Aquí está Elías", ya debía inquietarle. Los impíos son, por lo general, grandes cobardes; sus propias conciencias les acusan, y, a menudo, les causan mucho recelo cuando están en presencia de algún siervo fiel de Dios, aunque éste ocupe en la vida una posición muy inferior a la de ellos. Así fue con el rey Herodes en relación al precursor de Cristo, por cuanto se nos dice que “Herodes temía a Juan, sabiendo que era varón justo y santo” (Marcos 6:20). De la misma manera, Félix, el gobernador romano, tembló ante Pablo (aunque era un prisionero), cuando el apóstol estaba "disertando de la justicia, y de la continencia, y del juicio venidero” (Hechos 24:25). Que los ministros de Cristo no duden en dar su mensaje con valentía, sin temor al disfavor de los que son más influyentes en sus congregaciones.

"Y Acab vino a encontrarse con Elías”. Era de esperar que, después de haber tenido pruebas tan dolorosas de que el tisbita no era un impostor, sino un verdadero siervo de Jehová cuyas palabras se hablan cumplido exactamente, Acab se habría ablandado, convencido de su pecado y locura, y que se volvería al Señor con arrepentimiento humilde. Pero no, en vez de ir al profeta con el deseo de recibir instrucción espiritual, pidiéndole sus oraciones en su favor, esperó con fervor vengar todo lo que él y sus súbditos habían sufrido. El saludo que le dirigió mostró enseguida el estado de su corazón: "¿Eres di el que alborotas a Israel?” (v. 17); ¡qué contraste con el saludo que le dirigió el piadoso Abdías! Ni una palabra de contrición salió de los labios de Acab. Endurecido por su pecado, “teniendo cauterizada la conciencia', dio salida a su obcecación y su furor.

“Dijole Acab: ¿Eres tú el que alborotas a Israel?” No hay que considerar estas palabras como un estallido desmesurado, como la expresión petulante de una represalia repentina, sino más bien como indicación del estado miserable de su alma, por cuanto “de la abundancia. del corazón habla la boca". Era el antagonismo declarado entre el mal y el bien; el silbido de la simiente de la serpiente contra un miembro de Cristo; el rencor desatado del que se sentía condenado en la presencia del justo. Años más tarde, hablando de otro siervo devoto de Dios cuyo consejo consultó Josafat, este mismo Acab dijo: “Le aborrezco, porque nunca me profetiza bien, sino solamente mal” (22:8). Así pues, esta acusación de Acab contra el carácter y la misión de Elías era un tributo a su integridad, por cuanto no hay testimonio más elevado de la fidelidad de los siervos de Dios que el producir el fuerte odio de los Acabs que los rodean.

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