LA VIDA DE ELÍAS
por Arturo W. Pink
Abatido
Fortalecido
La cueva de Orbe
El silbo apacible y delicado
La restauración de Elías
ABATIDO
Vamos a ver ahora los efectos que produjo en Elías el dejarse llevar por el temor. El mensaje que había recibido de Jezabel en el sentido de que iba a vengar la muerte de los profetas al día siguiente, llenó al tisbita de pánico. Dios creyó oportuno abandonarle a sí mismo, por el momento, para que aprendiera que el más fuerte es débil como el agua cuando Él retira su sostén, como sucedió con Samsón quien, cuando el Espíritu del Señor se apartó de él, vino a ser un hombre tan impotente como los demás. No importa cuánto hayamos crecido en la gracia, cuán experimentados seamos en la vida espiritual y lo eminente de la posición que hayamos ocupado en el servicio del Señor; cuando Él retira de nosotros su mano sustentadora, la locura que mora en nuestros corazones por naturaleza se afirma, se apodera de nosotros y nos lleva al desatino. Eso es lo que ahora te sucedía a Elías. En vez de llevar la amenaza feroz de la reina al Señor y de pedirle que Él obrara, tomo' el asunto en sus manos y "fuese por salvar su vida” (I Reyes 19:3).
Dijimos en el capítulo anterior por qué permitió el Señor que su siervo sufriera un tropiezo en esa ocasión; pero además de lo ya expuesto, creemos que la huida del profeta constituía un castigo sobre Israel por la falta de sinceridad y consistencia de su reforma. “Era de esperar que, ante semejante manifestación pública y concluyente de la gloria de Dios, y de un resultado tan claro del encuentro entre M y Baal para honra de Elías y confusión de los profetas de Baal, y que tanto había complacido a todo el pueblo; después de haber visto la llegada del fuego y el agua en respuesta a la oración de Elías, y ambos como muestras de compasión hacia ellos: el uno como muestra de que su ofrenda era aceptada, y el otro para vivificar su herencia; era de esperar, decimos, que todos, como un solo hombre, se volverían en adoración al Dios de Israel, tomarían a Elías como guía y oráculo y, en adelante, él seria su primer ministro de estado, y sus directrices ley tanto para el rey como para el pueblo. Pero la realidad fue muy otra: abandonaron a quien Dios habla honrado; no le ofrecieron sus respetos ni se beneficiaron de su presencia; al contrario, la nación de Israel, para la que había sido y aún podía ser una gran bendición, pronto fue un lugar intolerable para él” (Matthew Henry). Su partida de Israel constituía un juicio sobre ellos.
En las Escrituras se exhorta a los hijos de Dios una y otra vez a no temer: “Ni temáis lo que temen, ni tengáis miedo" (Isaías 8:12). Mas, ¿cómo pueden obedecer este precepto las almas débiles y temblorosas? El versículo siguiente nos lo dice: "A Jehová de los ejércitos, a ÉL santificad; sea Él vuestro temor, y ÉL sea vuestro miedo.” Es el temor del Señor el que nos librará del temor del hombre: el temor filial a desagradar y deshonrar al que es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. “No temas delante de ellos”, dijo Dios a otro de sus siervos, y añadió: “porque contigo soy para librarte, dice Jehová” (Jeremías 1:8). La fe ha de darnos conciencia de su presencia para que todos los temores puedan ser ahuyentados. Cristo reprendió a sus discípulos por su temor: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?” (Mateo 8:26). “No temáis por el temor de ellos, ni seáis turbados” (I Pedro 3:14), son las palabras que debemos guardar en nuestro corazón.
En relación a la huída de Elías de Jezabel, se nos dice, en primer lugar, que “vino a Beerseba que es en Judá” (I Reyes 19:3). Allí, pensaba, encontraría un asilo seguro, por cuanto era fuera del territorio que Acab gobernaba; empero, ello era (como dice un viejo refrán) "salirse de la sartén para meterse en el fuego”, porque el rey de Judá era Josafat, cuyo hijo casó “una hija de Acab” (11 Reyes 8:18); y las familias de Josafat y Acab estaban tan íntimamente unidas que, cuando éste le pidió que se le uniera contra Ramot de Galaad, aquél declaró: "Como yo, así tú; y como mi pueblo, as! tu pueblo; y como mis caballos, tus caballos" (I Reyes 22:4). Siendo así, Josafat no hubiera dudado en entregarle a un fugitivo de su tierra tan pronto como hubiera recibido la orden de Acab y Jezabel de hacerlo. Por ello, Elías no se atrevió a permanecer en Beerseba sino que huyó aun más lejos.
Beerseba estaba situado hacia el extremo sur de Judea, y pertenecía a la herencia de Simeón. Se calcula que Elías y su acompañante recorrieron no menos de ciento cincuenta kilómetros en su viaje desde Jezreel hasta allí. Se nos dice después, que “dejó allí su criado”. En ello vemos el cuidado y la compasión hacia su servidor leal: estaba ansioso de librarle de las penalidades del desierto de Arabia, al que pensaba dirigirse. En este acto de consideración, el profeta da ejemplo a los amos, quienes no deberían obligar a sus subordinados a hacer frente a peligros innecesarios ni rendir servicios que estén por encima de sus posibilidades. Elías, además, deseaba estar solo con sus problemas, y no dar salida a su desaliento en presencia de otro. También esto es digno de imitar: cuando el temor y la incredulidad llenan el corazón y está a punto de dar expresión a su desfallecimiento, el cristiano debería retirarse de la presencia de otros para no contagiarles su enfermedad y agitación. Que descargue su corazón en el Señor, y respete los sentimientos de sus hermanos.
"Y él se fue por el desierto un día de camino” (v. 4). En ello nos es dado ver otro resultado del temor y la incredulidad: produce turbación y agitación de modo que el alma se llena de un espíritu de desasosiego. ¿Cómo puede ser de otro modo? El alma no halla paz sino en el Señor, al comunicarle y confiarle todos los pesares. “Los impíos son como la mar en tempestad, que no puede estarse quieta” (Isaías 57:20); es así de necesidad, por cuanto son ajenos al Dador de paz “camino de paz no conocieron” (Romanos 3:17). Cuando el cristiano no está en comunión con Dios, cuando toma las cosas por su cuenta, cuando no ejercita la esperanza y la fe, su caso no es mejor que el de los no regenerados, porque se aísla de su consolación y se siente completamente desdichado. El contentamiento y el deleite en la voluntad del Señor no son ya su porción; a causa de ello, su mente está turbada, está desmoralizado y busca en vano encontrar alivio en el torbellino incesante de las diversiones y en la actividad febril de la carne. Ha de moverse sin cesar, por que está completamente perturbado; se fatiga inútilmente en ejercicios vanos, hasta que su vigor natural se ha agotado.
Seguid al profeta mentalmente. Se afana hora tras hora bajo el sol abrasador, llagados sus pies por la arena ardiente, solo en el desierto lúgubre. Por fin, la fatiga y la angustia vencieron su robusta naturaleza y "vino y sentóse debajo de un enebro; y deseando morirse” (v. 4). Lo primero que queremos mencionar en relación a esto, es que, a pesar de lo descorazonado y desalentado que estaba, Elías no atentó contra su persona. Aunque, por el momento, Dios había retirado su presencia confortadora y, en cierto modo le había privado de su gracia moderadora, no entregó, ni lo hace jamás, a uno de los suyos de modo total al poder del diablo.
“Deseando morirse.” La segunda cosa que queremos mencionar es la inconsistencia de su conducta. La razón de que Elías dejara Jezreel de modo tan precipitado al oír la amenaza de Jezabel era "salvar su vida”, y ahora deseaba que le fuera quitada. Podemos percibir en ello otro resultado más que se produce cuando la incredulidad y el temor se apoderan del corazón. No sólo obramos de modo necio y equivocado, y nos llenamos de un espíritu de inquietud y descontento, sino que perdemos el equilibrio, el alma pierde su fuerza, y dejamos de obrar consecuentemente. La explicación es muy sencilla: la' verdad es uniforme y armónica, mientras que el error es multiforme e incongruente; pero, para que la verdad nos domine de modo eficaz, la le ha de estar en acción constante. Cuando la fe deja de obrar en nosotros, nos convertimos en seres erráticos e informales y, como dicen los hombres, venirnos a ser "un manojo de contradicciones". La consistencia en el carácter y en la conducta dependen del caminar constante con Dios.
Es muy probable que sean pocos los siervos de Dios que en alguna ocasión no haya deseado quitarse el arnés y abandonar las fatigas del combate, especialmente cuando sus esfuerzos parecen vanos y se inclinan a considerarse seres inútiles. Cuando Moisés exclamó: "No puedo yo solo soportar a todo este pueblo, que me es pesado en demasía", añadió en seguida: "Y si así lo haces Tú conmigo, yo te ruego que me des muerte" (Números 11:14,15). Del mismo modo, Jonás oró: "Ahora pues, olí Jehová, ruégote que me mates; porque mejor me es la muerte que la vida" (4:3). Este deseo de ser quitados de este mundo de aflicción no es exclusivo de los ministros de Cristo. Muchos son los que, en ocasiones, son llevados a decir como David: "¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría” (Salmo 55:6). Aunque nuestra estancia aquí es corta, nos parece larga, muy larga, a muchos de nosotros; y aunque no podemos vindicar a Elías por su displicencia e impaciencia, podemos en verdad sentir afinidad con él bajo el enebro, por cuanto muchas veces nos hemos sentado debajo del mismo.
Además, debe señalarse que hay una diferencia radical entre el desear ser librado de un mundo de penas y desilusiones, y el desear ser librado de este cuerpo de muerte para estar presente con el Señor. Esto último fue lo que movió al apóstol a exclamar: "Teniendo deseo de ser desatado, y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor” (Filipenses 1:23). El deseo de librarse de la pobreza abyecta y de la enfermedad consumidora, es natural; pero el anhelo de librarse de un mundo de iniquidad y de un cuerpo de muerte para disfrutar de una comunión sin nubes con el, Amado, es verdaderamente espiritual. Una de las mayores sorpresas de nuestra vida cristiana ha sido el tropezarnos con pocas personas que abrigaran este último deseo. La mayoría de los que profesan ser cristianos están tan aferrados a este mundo, tan enamorados de esta vida, o quizá tan temerosos del aspecto físico de la muerte, que se asen a la vida con tanta tenacidad como los que profesan no creer nada. El cielo no puede ser muy real para ellos. Es verdad que debemos esperar con sumisión la hora designada por Dios, pero ello no ha de excluir ni vencer el deseo de "ser desatado, y estar con Cristo”.
Pero no perdamos de vista que, en medio del desaliento, Elías se volvió a Dios y dijo: "Baste ya, oh Jehová, quita mi alma; que no soy yo mejor que* mis padres (v. 4). Por muy abatidos que estemos, por agudo que sea nuestro dolor, el privilegio del creyente siempre es descargar el corazón ante Aquél que es un amigo "más conjunto que el hermano", y derramar nuestras quejas en sus oídos comprensivos. V no cerrará los ojos al mal; sin embargo, se compadece de nuestras debilidades. No es que V vaya a concedernos todas nuestras peticiones, porque muchas veces "pedirnos mal" (Santiago 4:3); no obstante, si nos niega lo que deseamos es porque tiene algo mejor para nosotros. Así fue en el caso de Elías. El Señor no quitó su vida en esa ocasión, ni tampoco lo hizo más adelante, por cuanto Elías fue arrebatado al cielo sin que viera muerte. Elías es uno de los dos únicos hombres que entraron en el cielo sin pasar por los umbrales de la tumba. Con todo, Elías tuvo que esperar la hora de Dios antes de subir en Su carro.
"Baste ya, OH Jehová, quita mi alma; que no soy yo mejor que mis padres.” Estaba cansado de la oposición incesante que había sufrido, y hastiado de la lucha. Estaba descorazonado en su labor, que consideraba inútil. He luchado con todas mis fuerzas, pero ha sido en vano; he trabajado toda la noche, pero no he logrado nada. Era el lenguaje de la frustración y el enojo: "Baste ya” no estoy dispuesto a luchar por más tiempo, he hecho y sufrido bastante; déjame marchar de aquí. No estamos seguros de lo que quiso decir al exclamar: "No soy yo mejor que mis padres.” Es posible que alegara su debilidad e incapacidad: no soy más fuerte que ellos, no soy más capaz que ellos de hacer frente a las dificultades a las que se enfrentaron. Quizá hizo alusión a la infructuosidad de su ministerio: mi labor no produce ningún resultado, no tengo más éxito que ellos. 0 quizá dejaba entrever su descontento por el hecho de que Dios no hubiera hecho lo que él esperaba que hiciese. Estaba totalmente desalentado y deseaba dejar la palestra.
Ved una vez más las consecuencias producidas por el ceder ante el temor y la incredulidad. Elías se veía ahora en el abismo de la desesperación, una experiencia que han tenido la mayor parte de los hijos del Señor en alguna ocasión. Habla abandonado el lugar al que Dios le había llevado, y estaba gustan (lo los efectos amargos de su conducta obstinada. De su vida habían desaparecido todos los goces; el gozo del Señor ya no era su fortaleza. Cuando dejamos el camino de la justicia nos separamos de los manantiales de refrigerio espiritual, y nuestra morada viene a ser un “desierto". Y allí nos sentimos en completa desesperación, solos en nuestra miseria, porque no hay nadie que pueda consolarnos cuando estamos en semejante estado. Deseamos que la muerte ponga fin a nuestro dolor. Si probamos de orar, sólo el murmullo de nuestro corazón halla salida, es decir, hágase mi voluntad y no la tuya.
¿Cuál fue la respuesta del Señor? ¿Cerró los ojos con aversión a semejante cuadro, dejando que su siervo extraviado recogiera lo que habla sembrado, y sufriera todo lo que su incredulidad merecía? ¿Se negará el buen Pastor a cuidar la oveja perdida que yace impotente en el camino? ¿Negará sus cuidados el gran Médico a uno de sus pacientes cuando más le necesita? Alabado sea el nombre del Señor que "es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca". "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). Así fue en esa ocasión: el Señor manifestó su piedad por su siervo rendido y desconsolado del modo más lleno de gracia, por cuanto la siguiente cosa que leemos es que, "echándose debajo del enebro, quedóse dormido” (v. 5). Pero existe el peligro de que, en estos días en que el nombre de Dios es de tal modo deshonrado, cuando hay tan pocos que se den cuenta de que "a su amado dará Dios el sueño" (Salmo 127:2), perdamos de vista la importancia de este hecho. Era algo mejor que "el curso normal de la naturaleza”. Era que el Señor daba descanso a su trabajado profeta.
Cuán a menudo, en nuestros días, se pierde de vista que el Señor cuida, no sólo de las almas de sus santos, sino también de sus cuerpos. Los creyentes, en mayor o menor grado, lo reconocen así en lo referente a la comida y el vestido, la salud y la fortaleza, pero muchos lo ignoran en lo referente al punto que estamos tratando. El sueño es imprescindible para nuestro bienestar físico, tanto como puedan serlo la comida y la bebida, y tanto éstos como aquél son dádivas de nuestro Padre celestial. No podemos dormirnos gracias a nuestros esfuerzos o voluntad, como saben muy bien los que padecen insomnio. Ni tampoco el ejercicio físico ni el trabajo manual en sí mismos pueden asegurarnos el sueño; ¿no os habéis echado nunca estando casi exhaustos y habéis descubierto que estabais "demasiado cansados para poder dormir”? El sueño es una dádiva divina, pero el hecho de que tenga lugar cada noche hace que seamos ciegos a esta verdad.
Cuando Dios lo cree conveniente, nos priva del sueño, y tenemos que decir con el salmista: "Tenlas los párpados de mis ojos” (77:4). Pero ello constituye, no la regla, sino la excepción, y deberíamos estar profundamente agradecidos de que sea así. Día a día, el Señor nos alimenta, y cada noche da el sueño a su amado. De ahí que, en este pequeño detalle el de que Elías durmiera debajo del enebro que es muy posible que pasemos por alto sin darle importancia, percibimos la mano llena de gracia de Dios ministrando con ternura a las necesidades de aquel a quien ama. SI, el Señor "se compadece de los que le temen"; y, ¿por qué? “Porque ÉL conoce nuestra condición; acuérdase que somos polvo” (Salmo 103:14). Él tiene cuidado de nuestra flaqueza, y templa su viento de acuerdo con ella; se da cuenta de cuando hemos gastado todas las energías, y renueva con amor nuestra fortaleza. Su propósito no era que su siervo muriera de agotamiento en el desierto después de su larga huída desde Jezreel; por ello fortaleció misericordiosamente su cuerpo con el sueño reparador. Y es con la misma compasión que nos trata a nosotros.
Qué poco nos conmueve la bondad del Señor y su gracia para con nosotros. El hecho de que sus misericordias, tanto temporales como espirituales, se repitan indefectiblemente, nos lleva a considerarlas cosa corriente. Nuestro entendimiento está tan embotado, nuestro corazón es tan frío para con Dios, que es de temer que la mayor parte del tiempo dejamos de reconocer de quién es la mano amorosa que nos provee de todas las cosas. Ésta es la causa de que no nos demos cuenta del valor de la salud hasta que la perdemos, y de que, mientras no tenemos que sufrir noche tras noche revolviéndonos en el lecho del dolor, no valoremos como se merece el sueño normal con el que somos favorecidos. Somos unas criaturas tan viles que, cuando vienen sobre nosotros la enfermedad y el insomnio, en vez de aprovecharlos para arrepentirnos de nuestra pasada ingratitud confesándola con humildad ante Dios, murmuramos y nos quejamos de la porción que nos ha tocado, y nos preguntamos qué liemos hecho para merecer semejante trato. Ojalá todos los que todavía gozamos de la bendición que constituye la salud y el sueño diario no dejáramos de dar las gracias por tales privilegios y procuráramos gracia para usar el vigor que los mismos nos proporcionan para la gloria de DIOS.
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FORTALECIDO
“No os ha tomado tentación (prueba; sea en forma de seducción o aflicción, invitación al pecado o penalidad), sino humana” (I Corintios 10:13). No os ha venido prueba alguna a la n a que la naturaleza humana no esté expuesta y sujeta; no habéis sido llamados a sufrir ninguna tentación sobrehumana ni sin precedentes. Empero, cuando las nubes negras de la adversidad se ciernen sobre nosotros, ¡qué pronto perdemos de vista esta verdad! Entonces nos inclinamos a creer que nadie ha sido jamás probado como lo somos nosotros. En tales momentos, haremos bien en recordar esta verdad y en meditar sobre las experiencias de los que han sido antes que nosotros. ¿Es un dolor físico agudo el que te hace pensar que tu angustia es superior a la de cualquier otra persona? Si es así, recuerda el caso de Job, "herido de una inaligna sarna desde la planta de su pie hasta la mollera de su cabeza”. ¿Es alguna pérdida sensible, el que te haya sido arrancado algún ser querido? Pues recuerda que Job perdió todos sus hijos e hijas en un solo día. ¿Es una sucesión de penalidades y persecuciones que te han salido al paso en el servicio del Señor? Lee II Corintios 11:24 27 y toma nota de las experiencias múltiples y dolorosas por las que el más grande de los apóstoles tuvo que pasar.
Pero, quizás lo que más agobia a alguno de los lectores es la vergüenza que siente a causa de sus caldas bajo el peso de las pruebas. Sabe que otros han sido probados de modo igualmente severo, y quizás mucho más, y sin embargo, soportaron las pruebas con valor y, dignidad mientras que él ha sido aplastado por las mismas. En lugar de recibir consuelo de las promesas divinas, ha cedido a un espíritu de desesperación; en lugar de soportar la vara con mansedumbre y paciencia, se ha rebelado y ha murmurado; en lugar de afanarse en el sendero del deber, ha desertado. ¿Hubo jamás un fracasado más grande que yo?, se lamenta. Es justo que nos humillemos y lamentemos nuestro fracaso en portarnos “varonilmente” (I Corintios 16:13), confesando contritos nuestros pecados a Dios. Aun así, no hemos de imaginar que todo se ha perdido. Incluso esta experiencia no deja de tener paralelo en las vidas de otros. Aunque Job no maldijo a Dios, si que lo hizo con el día en que nació. Lo mismo hizo Jeremías (20:14). Elías abandonó su deber, se echó bajo un enebro y pidió morir. ¡Qué espejo para todos nosotros es la Escritura!
“Mas fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis llevar, antes dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis aguantar” (I Corintios 10:13). Si Dios es fiel, aun cuando nosotros seamos infieles; ÉL es fiel a su pacto, y aunque visita nuestras iniquidades con azotes, jamás quitará su misericordia de los suyos (Salmo 89:32,33). Es en la hora de la prueba, cuando más negras aparecen las nubes y se apodera de nosotros el desaliento, que se muestra de modo más visible la fidelidad de Dios. El conoce nuestra condición y no permitirá que seamos probados más de lo que podemos llevar, sino que "dará también juntamente con la tentación la salida”. Es decir, aligerará la carga o dará más fortaleza para llevarla, de modo que no seamos vencidos del todo por ella. “Fiel es Dios”; no es que Él esté obligado a rescatarnos si nos sumergimos deliberadamente en la tentación, no; mas, si procuramos resistir la tentación, si clamamos a Él en el día de la aflicción, si imploramos sus promesas y confiamos en que obra por nosotros, Él no nos abandonará. Así que, aunque por un lado no debemos ser arrogantes y atrevidos, por otro lado no debemos desesperar ni abandonar la lucha. El lloro puede durar toda la noche, mas a la mañana vendrá la alegría.
De qué modo más sorprendente y bendito servía el caso de Elías como ilustración y ejemplo de I Corintios 10:13. Fue una prueba o tentación amarga que, después de haber sido fiel en el servicio del Señor, su vida hubiera de verse en peligro por la impía Jezabel, y que todos sus esfuerzos para hacer que Israel se volviera al verdadero Dios pareciesen ser completamente vanos. Era más de lo que podía sobrellevar; estaba fatigado de luchar solo en esa batalla inútil, y pidió que se relevara. Pero Dios es fiel, y juntamente con la dolorosa tentación, dio también la salida para que pudiera soportarla. En la de Elías, como a menudo en la nuestra, Dios no quitó la carga sino que le dio una nueva provisión de gracia para que el profeta pudiera llevarla. No quitó a Jezabel, ni realizó una poderosa obra de gracia en los corazones de Israel, sitio que renovó las fuerzas de su siervo rendido. Aunque Elías había abandonado su lugar y su deber, el Señor no dejó al profeta en la hora de la necesidad. “Si fuéremos infieles, Él permanece fiel: no se puede negar a si mismo" (II Timoteo 2:13). ¡Qué maravilloso es nuestro Dios! El que derramó su sangre para redimirnos no es un mero amigo circunstancial, sino un Hermano "para la angustia nacido” (Proverbios 17:17). Ha jurado solemnemente: "No te desampararé, ni te dejaré"; por ello podemos declarar triunfalmente: "El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me hará el hombre'' (Hebreos 13:5,6).
Como señalábamos en el capítulo anterior, lo primero que hizo el Señor para renovar las fuerzas de Elías fue dar el sueño la su amado, dando a su cuerpo, cansado por el viaje, el descanse, que necesitaba. De qué modo más inadecuado valoramos esta bendición divina, no sólo excelente por el reposo que proporciona a nuestro ser físico, sino también por el alivio que reporta a la mente inquieta. ¡Qué misericordia representa para muchas almas atormentadas el no pasar las veinticuatro horas del día despiertas! Los que gozan de buena salud y son ambiciosos puede que consideren las horas que pasan dormidos como “pérdida necesaria de tiempo”, pero muchos otros que se ven arruinados por el dolor o que están afligidos en gran manera consideran las pocas horas de inconsciencia de cada noche como una dicha. Ninguno de nosotros es lo agradecido que debiera por este constante y repetido privilegio, ni da las gracias de todo corazón al Dador del mismo. El hecho de que ésta sea una de las dádivas del Creador se echa de ver en la primera ocasión en que esta palabra se encuentra en las Escrituras: “Y Jehová Dios hizo caer sueño sobre Adán” (Génesis 2:21).
“Y echándose debajo del enebro, quedóse dormido; y he aquí luego un ángel que le tocó" (I Reyes 19:5). He aquí la segunda prueba del cuidado tierno del Señor para con su siervo. Cada palabra de este versículo requiere atención devota. "He aquí": una nota de asombro para estimular nuestro interés y suscitar nuestro estupor reverente. ¿"He aquí" qué? ¿Alguna muestra del desagrado divino, como era de esperar: una abundante lluvia que dejara calado al profeta y aumentara sus incomodidades? No, sino muy al contrario. He aquí una gran demostración de aquella verdad: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8,9). A pesar de lo muy a menudo que se citan estos versículos, pocos son los creyentes que están tan versados en las palabras inmediatamente precedentes y de las cuales son una ampliación: "Vuélvase (el Impío) a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar". Así que, lo que aquí se nos presenta no es su alta sabiduría sino su misericordia infinita.
"Y he aquí luego.” Este adverbio de tiempo ofrece un énfasis adicional al fenómeno asombroso que tenemos delante de nosotros. No fue en la cumbre del Carmelo, sino aquí, en el desierto, que Elías tuvo esta prueba conmovedora del cuidado de su Señor. No fue inmediatamente después de su conflicto con los profetas de Baal, sino después de su huída de Jezabel, que recibió este favor especial. No fue mientras se hallaba ocupado en ferviente oración, pidiendo a Dios que supliera sus necesidades, sino, cuando habla pedido con impaciencia que le fuera quitada la vida, que le llegó la provisión para que pudiera conservarla. Con qué frecuencia Dios es más bueno para con nosotros que lo que nuestros temores nos permiten comprender. ¡Esperamos juicio, y he aquí misericordia! ¿No ha habido algún “luego” como éste en nuestras vidas? Si que los ha habido, más de uno, en la experiencia del que esto escribe; y sin duda en la de cada uno de los cristianos. Así pues, ojalá todos nosotros reconociéramos que "no ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades; ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados” (Salmo 103:10). Más bien ha hecho con nosotros conforme a su pacto fiel y según su amor que sobrepuja todo entendimiento.
"Y he aquí luego un ángel que le tocó." No fue a un compañero de viaje a quien Dios guió hacia el enebro y a quien tocó el corazón para que se compadeciera del que yacía exhausto debajo de él. Ello hubiera sido una muestra de misericordia, pero aquí vemos algo muchísimo más asombroso. Dios envió a una de aquellas criaturas celestiales que rodean su trono en las alturas, para que confortara al profeta abatido y supliera sus necesidades. En verdad, esto no era "según los hombres”, sino según Aquél que es "el Dios de toda gracia” (I Pedro 5:10). Y la gracia, querido lector, no tiene en cuenta nuestra dignidad ni indignidad, nuestros méritos o nuestra falta de ellos. No, la gracia es gratuita y soberana, y no busca fuera de si misma los móviles que la impulsan. El hombre es, a menudo, duro para con sus semejantes, ignorando sus flaquezas y olvidando que él está expuesto a caer en las mismas faltas que ellos; y por consiguiente, obra muchas veces con los mismos de modo precipitado, inconsistente y despiadado. Pero no así Dios; Él siempre actúa de modo paciente para con sus hijos descarriados, y les muestra la piedad y la ternura más hondas.
"Y he agua luego un ángel que le tocó", delicadamente, "despertándole de su sueño para que viera y participara del refrigerio que habla sido preparado para él. Cómo nos recuerda esto las palabras: "¿No son todos espíritus administradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de salud?” (Hebreos 1:14). Esto es algo acerca de lo cual se oye hablar muy poco en esta era materialista y escéptica, pero referente a lo cual las Escrituras revelan mucho para nuestro consuelo. Fue un ángel el que acudió y libró a Lot de Sodoma antes de que la ciudad fuera destruida con fuego y azufre (Génesis 19:15,16). Un ángel "cerró la boca de los leones” cuando Daniel fue dejado en el foso (6:22). Fueron ángeles los que llevaron el alma del mendigo "al seno de Abraham” (Lucas 16:22). Fue un ángel el que visitó a Pedro en la cárcel, hizo que las cadenas se le cayeran de las manos y que las puertas de hierro de la ciudad. se abrieran "de suyo” (Hechos 12:7 10), y de esta forma se viera libre de sus enemigos. Fue un ángel, también, el que aseguró a Pablo que ninguno de los que se hallaban en el barco en el cual viajaba iba a perecer (Hechos 27:23). Estamos convencidos de que el ministerio de los ángeles no es algo que pertenece al pasado, aunque no se manifiesten en una forma visible corno en los tiempos del Antiguo Testamento, como lo indica Hebreos 1:14.
"Luego un ángel que le tocó, y le dijo: Levántate, Come. Entonces él miré, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y un vaso de agua” (vs. 5, 6). He aquí la tercera provisión que el Señor en su gracia hizo para el refrigerio de su siervo cansado. Vemos, una vez más, la expresión "he aquí tan llena de significado, y bien podemos meditar la escena y maravillarnos de la asombrosa gracia del Dios de Elías y nuestro. Hasta entonces, el Señor habla provisto milagrosamente de su sustento al profeta por dos veces: por medio de los cuervos en el arroyo de Querit, y por medio de la viuda en Sarepta. Pero aquí, nada menos que un ángel vino en su ayuda. He aquí la constancia del amor de Dios, en la que todos los cristianos profesan creer, pero de la que pocos parecen ser conscientes en los momentos de depresión y oscuridad. Como alguien dijo: “Cuando vamos con una multitud a la casa de Dios con gozo y alabanza, y gozamos de los rayos del sol, no es difícil creer que Dios nos ama; pero, cuando a causa de nuestro pecado somos desterrados a la tierra del Jordán y de los hermonitas, y nuestra alma está en nosotros abatida, y un abismo llama a otro, y todas sus ondas y sus olas pasan sobre nosotros, es difícil creer que ÉL siente el mismo amor por nosotros.
“No es difícil creer que Dios nos ama cuando, como Elías en Querit y en el Carmelo, cumplimos sus mandamientos y atendemos a la voz de su Palabra; pero no es tan fácil cuando, como Elías en el desierto, yacemos perdidos, y como bájeles desmantelados y sin timón somos juguete de las olas. No es difícil creer en el amor de Dios cuando, como Pedro, estamos en el monte glorioso y, en un arrebato de gozo, proponemos compartir un tabernáculo con Cristo para siempre; pero es casi imposible cuando, como el mismo apóstol, negamos a nuestro Maestro con juramentos y somos avergonzados por una mirada en la que hay más dolor que reprensión.” Es de todo punto necesario para nuestra paz y consuelo que sepamos y creamos que el amor de Dios permanece invariable como Él. ¡Qué demostración de ello tuvo Elías! El Señor, no sólo no le dejó, sino que ni siquiera le hizo una reconvención ni le reprochó su conducta. Quién puede sondear ni tan sólo comprender la asombrosa gracia de nuestro Dios: cuanto más crece el pecado, más abunda su gracia superabundante.
Elías, no sólo recibió una prueba inequívoca de la constancia del amor de Dios en esta ocasión, sino que, además, le fue revelada de una manera especialmente tierna. Había bebido del arroyo de Querit, pero nunca habla bebido agua extraída por manos angélicas del río de Dios. Habla comido pan que le procuraban los cuervos o que era amasado de la harina que se multiplicaba de modo milagroso, pero nunca tortas cocidas por manos celestiales. Y, ¿por qué semejantes pruebas especiales de ternura? No porque Dios condonara a su siervo, sino porque se necesitaba una manifestación especial de amor que afirmara al profeta que todavía era objeto del amor divino, que ablandara su espíritu y que le llevara al arrepentimiento. Cómo nos recuerda ello la escena descrita en Juan 21, donde se nos muestra al Salvador resucitado preparando un almuerzo y un fuego para calentar a los pescadores hambrientos y ateridos; y lo hizo para los mismos hombres quienes, la noche que fue traicionado, le abandonaron y huyeron, y quienes se negaron a creer en su triunfo sobre la muerte cuando las mujeres les dijeron que la tumba estaba vacía y que se les habla aparecido en forma tangible.
“Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y un vaso de agua.” Esta expresión "he aquí", no sólo hace énfasis en las riquezas de la gracia de Dios al administrar a su siervo descarriado, sino que, además, llama nuestra atención hacia las maravillas de su poder. Israel, en su impaciencia e incredulidad, había preguntado: "¿Podrá (Dios) poner mesa en el desierto?” (Salmo 78:19); es más, había exclamado: "Mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto” (Éxodo 14:12). Y ahora Elías estaba, no meramente al borde de ese desierto desolado y árido, sino "un día de camino" hacia su interior. No crecía nada en aquel lugar, a excepción de algunas matas, y no había ningún arroyo que humedeciera su requemada arena. Pero las circunstancias adversas y las condiciones poco propicias no ofrecen obstáculo alguno para el Todopoderoso. Aunque carezcamos de medios, la falta de los mismos no presenta ninguna dificultad al Creador; Él puede hacer brotar agua del pedernal y convertir las piedras en pan. Por consiguiente, aquellos a los que el Señor se ha comprometido a sostener no carecerán de ningún bien: tanto su misericordia como su poder están empeñados a nuestro favor. Recuerda, pues, tú que dudas, que el Dios de Elías vive aún, y que aun cuando tengas que vivir tiempos de guerra o de hambre, nunca te faltarán el pan y el agua.
"Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y un vaso de agua.” Estas dos palabras, "he aquí", apuntan aun hacia otra dirección, la cual parece haber pasado por alto a los comentaristas, es decir, la clase de servicio que el ángel llevó a cabo. Cuán sorprendente que una criatura tan digna se ocupara de una tarea tan baja, que los dedos de un ser celestial se emplearan en preparar y cocer una torta. Parece degradante para uno de aquellos seres por Dios exaltados a rodear Su trono, servir a uno que pertenecía a una raza inferior y calda, y que era desobediente y destemplado: cuán humillante dejar una ocupación espiritual y preparar comida para el cuerpo de Elías. Bien podemos maravillarnos ante este hecho, y admirar la obediencia del ángel al cumplir la orden de su Señor. Pero es más; debería alentarnos a atender aquel precepto que dice: “Acomodándoos a los humildes” (Romanos 12: 16), y a no considerar ninguna ocupación indigna de nosotros, si al cumplirla hacemos bien a alguna criatura abatida y oprimida de espíritu. No despreciemos el deber más servil, cuando un ángel no desdeñó el cocer comida para un hombre pecador.
"Y comió y bebió, y volvióse a dormir (v. 6). Una vez más es evidente que estas narraciones de las Sagradas Escrituras fueron escritas por una mano imparcial y están pintadas en colores verdaderos y reales. El Espíritu Santo ha descrito la conducta de los hombres, aun de los más eminentes, no como hubiera debido ser, sino como era en realidad. Es por ello que encontramos nuestros propios caminos y nuestras mismas experiencias descritas de modo tan exacto. Si algún idealista religioso hubiera inventado la historia, ¿cómo hubiera retratado la respuesta de Elías a este despliegue asombroso de la gracia del Señor, de la constancia de su amor y de la ternura especial que le mostró? Es obvio que hubiera pintado al profeta anonadado ante semejante favor divino, enternecido por tal bondad y postrado ante ÉL en ferviente adoración. Cuán distinta la descripci6n del hecho que nos hace el Espíritu. No se nos deja entrever que el profeta impaciente fuera movido en lo más mínimo, ni se menciona el que se inclinara en adoración, ni siquiera que dirigiese una palabra de acción de gracias; simplemente, que comió y bebió, y se echó otra vez.
¿Qué es el hombre? ¿Cómo es el mejor de los hombres que se pueda encontrar, excepto Cristo? ¿Cómo obra el santo más maduro en el mismo momento en que el Espíritu Santo cesa su operación y deja de obrar en y por él? De modo no diferente al no regenerado, por cuanto la carne no es mejor en su caso que en el del otro. Cuando no tiene comunión con Dios, cuando su voluntad ha sido contrariada, es tan impertinente como un niño mal criado. Es incapaz de apreciar las misericordias divinas porque se considera injustamente tratado, y en vez de expresar gratitud por los favores temporales, los acepta como cosa natural. Si el lector cree que no tenemos razón sacando semejante conclusión de este silencio del relato, si cree que no deberíamos suponer que Elías dejara de dar gracias, le invitamos a que lea lo que siguió, y que se asegure de si indica o no que el profeta continuara en un estado inquieto y displicente. El hecho de que no se mencione el que Elías adorara y diera gracias por lo que se le daba, es, por des gracia, porque así fue. Ojalá ello sirva para nuestra reprensión por las omisiones parecidas que cometemos. Ojalá esta ausencia de alabanza nos recordara nuestra ingratitud por los favores divinos cuando nos sentimos contrariados, y nos humillara.
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LA CUEVA DE HOREB
Hay dos cosas prominentes en los primeros versículos de 1 Reyes 19, y la una realza a la otra: los frutos amargos del pánico del profeta y la gracia superabundante del Señor hacía su siervo descarriado. El mensaje amenazador que la furiosa Jezabel envió, llenó a Elías de consternación, y en sus acciones subsiguientes nos es dado ver los efectos que un corazón lleno de incredulidad y temor produce. En lugar de exponer ante su Señor la naturaleza del mensaje que había recibido, Elías obró por su cuenta; en vez de esperar pacientemente en Él, obró llevado por un impulso precipitado. Primero, abandonó su puesto y huyó de Jezreel a donde le habla llevado "la mano de Jehová”. Segundo, preocupado solamente por su propia suerte, "fuese por salvar la vida”, sin que le importara ya la gloria de Dios ni el bien de su pueblo. Tercero, estaba lleno de locura, por cuanto al huir a Beerseba penetró en el territorio de Josafat, de cuyo hijo "una hija de Acab fue su mujer”; ni siquiera el sentido común” regula las acciones de los que no tienen comunión con Dios.
Elías no se atrevió a permanecer en Beerseba, y por consiguiente, "se fue por el desierto un día de camino", lo que ilustra el hecho de que, cuando la incredulidad y el temor toman posesión del alma, ésta se llena de un espíritu de desasosiego que la hace incapaz de estar quieta ante Dios. Por último, cuando su energía febril se consumió, el profeta se lanzó bajo un enebro y pidió le fuera quitada la vida. Estaba ahora en el lodazal de la desesperación y sentía que la vida no valla la pena de ser vivida. Y es con ese fondo que vemos las glorias de la gracia divina brillando de modo bendito. En la hora de la desesperación y la necesidad, el Señor no abandonó a su pobre siervo. Por el contrario, Él dio a su amado, en primer lugar, el sueño reparador de sus destrozados nervios. En segundo lugar, envió a un ángel para que le sirviera. En tercer lugar, proveyó de un refrigerio para su cuerpo. Ello era verdaderamente abundante gracia, no sólo inmerecida sino también inesperada para el tisbita. Los caminos de Aquél a quien hemos de dar cuenta son en verdad maravillosos, y Él es paciente para con nosotros.
¿Y cuál fue la respuesta de Elías a estas muestras de la asombrosa misericordia de Dios? ¿Quedó anonadado ante el favor divino? ¿Se enterneció ante semejante amor? ¿No puede contestar el cristiano por propia y triste experiencia? Cuando os habéis apartado del sendero de la justicia y Él ha sufrido vuestro extravío, y en vez de visitar vuestra trasgresión con su vara ha continuado derramando sus bendiciones temporales sobre vosotros, ¿os ha llevado al arrepentimiento el sentido de su bondad, o mientras estabais aún en un estado caído habéis aceptado los beneficios de Dios como cosa natural y sin que os conmovieran sus más tiernas mercedes? Tal es la naturaleza humana caída en todo el mundo y en todas las edades: "Como un agua se parece a otra, así el corazón del hombre al otro” (Proverbios 27:19). Y Elías no era una excepción, por cuanto se nos dice que "comió y bebió, y volvióse a dormir” (v. 6) sin dar muestra alguna de arrepentimiento por el pasado, ni indicación de gratitud por las bondades presentes, ni ejercicio del alma para los futuros trabajos.
Hay aun otro efecto producido cuando el corazón cede a la incredulidad y el temor, y que, vemos en el cuadro que se nos ofrece, es decir, la insensibilidad del alma. Cuando el corazón se aparta de Dios, cuando el yo se convierte en el centro de todos nuestros intereses, se apodera de nosotros una dureza y una insensibilidad que nos hace sordos a las llamadas del amor del Señor. Se ofusca nuestra vista y somos incapaces de ver los beneficios derramados sobre nosotros. Ello nos hace indiferentes y empedernidos. Descendemos al nivel de las bestias, que comen lo que se les da, sin pensar en la fidelidad del Creador. Hay una frase muy corta que resume la vida de los no regenera "Comen y beben, y se vuelven a dormir”; sin pensar en Dios, ni en sus almas ni en la eternidad. Y éste es, también, el caso del creyente caído: desciende al nivel de los que están sin Dios, porque Él ya no ocupa el centro en su corazón ni en sus pensamientos.
¿Cómo correspondió el Señor a la gran ingratitud de su siervo? ¿Se alejó de él con disgusto y como si no mereciera ya consideración alguna? Podía haberlo hecho así, por cuanto el despreciar la gracia no es un pecado ordinario. Aun así, a pesar (le que la gracia no considera el pecado como cosa leve como se desprende de lo que sigue , si el pecado pudiera contrarrestar la gracia, ésta dejaría de ser gracia. La gracia no puede ser atraída por los méritos ni repelida por la falta de ellos. Y Dios obraba con gracia, con gracia soberana, para con el profeta. Por ello leemos que "volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, tocóle, diciendo: Levántate, come; porque gran camino te resta" (I Reyes 19:7). Podemos exclamar, en verdad, con el salmista: "Porque no menospreció ni abominó la aflicción del pobre, ni de él escondió su rostro” (22:24). ¿Por qué? Porque Dios es amor, y el amor "es sufrido, es benigno... no se irrita... todo lo soporta” (II Corintios 13:4 7).
"Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez." ¡Qué maravillosa es la paciencia del Señor! “Una vez habló Dios” y ello debería bastarnos, mas pocas veces es así; por consiguiente se añade: "dos veces he oído esto: que de Dios es la fortaleza" (Salino 62:11). La primera vez que cantó el gallo, Pedro no prestó atención; pero, "cantó la segunda vez”, y entonces Pedro "se acordó de las palabras que Jesús le había dicho... Y pensando en esto, lloraba” (Marcos 14:72). Qué torpes somos para responder a la voz divina: "Y volvió la voz hacia él la segunda vez: Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hechos 10:15). "Gozaos en el Señor siempre"; parece que el cristiano no debería necesitar que se le recordara un mandamiento como éste; mas el apóstol sabia muy bien que habla de hacerlo, y por ello dice: “otra vez digo: Que os gocéis (Filipenses 4:4). Qué discípulos más torpes somos: “Porque debiendo ser ya maestros a causa del tiempo, tenéis necesidad de volver a ser enseñados” (Hebreos 5:12), y ha de ser "mandamiento tras mandamiento, línea sobre línea”.
"Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez.” muy probable que, cuando el ángel fue a Elías por primera vez y le dijo que se levantara y comiera, era el atardecer, porque se nos dice que habla ido por el desierto "un día de camino" cuando se sentó debajo de un enebro. Después de haber participado del refrigerio que le proveían manos tan angostas, Elías se había echado de nuevo a dormir> y la noche habla cubierto con su manto la arena ardiente. Cuando el ángel vino y le tocó por se había amanecido ya; el mensajero celestial había vigilado y guardado el sueño del cansado profeta durante las horas de oscuridad. El amor de Dios nunca cambia: "no se trabaja, ni se fatiga con cansancio.” La oscuridad no le afecta ni hace que pierda de vista el objeto amado. El amor eterno guarda al creyente durante las horas en que está insensible a su presencia. “Como habla amado a los suyos que estaban en el mundo, amólos hasta el fin”; hasta el fin de sus extravíos e indignidad.
“Diciendo: Levántate, come; porque gran camino te resta.” ¿Qué camino? No se le había ordenado que emprendiera ninguno. El camino que había emprendido era el que había decidido él mismo; era producto de su propia voluntad. Era un camino que le alejaba de la escena del deber en el que debería haber estado ocupado en, aquellos momentos. Era como si el mensajero celestial le dijese: Ve los resultados de tu obstinación y del obrar por tu propia voluntad; te ha reducido a la debilidad y la inanición. No obstante, Dios se ha apiadado de ti y te ha provisto de un refrigerio; no quebrará la caña cascada ni apagará el pabilo que humeare. El Señor está lleno de compasión; ti ve las demandas que van a hacerse de tu energía, así pues, "levántate come”. Elías tenía fijo en su mente el distante Horeb, y por ello, Dios previó sus necesidades a pesar de que eran las de un siervo inconstante y de un hijo rebelde.
Hay aquí una enseñanza práctica para cada uno de nosotros, aun para aquellos a los que la gracia ha librado de caer. "Gran camino te resta." No sólo la vida en su totalidad, sino aun cada porción diaria de la misma requiere más de lo que está al alcance de nuestro poder y posibilidades. La fe que se requiere, el valor que se exige, la paciencia que se necesita, las pruebas que hay que resistir y los enemigos a los que vencer, son demasiado grandes para la carne y la sangre. Así pues, comencemos el día como lo comenzó Elías: "Levántate, come". Si no Razas el trabajo del día sin proveer de comida y bebida a tu cuerpo ¿esperas que el alma sea capaz de pasar sin su alimento? Dios no te pide que tú te proveas de comida espiritual, sino que en su gracia, la ha colocado a tu cabecera. Lo único que te pide es: "Levántate, come"; aliméntate del maná celestial para que tus fuerzas sean renovadas; comienza el día participando del Pan de Vida para que estés debidamente provisto para las demandas que se harán a las gracias que están en ti.
“Levantóse pues, y comió y bebió" (v. 8). Aunque su tan triste, "él era el único culpable". No se burló de las provisiones que se le ofrecían ni despreció el usar los medios. A pesar de que no vemos en él señal alguna de gratitud ni de que diera las gracias al Dador bondadoso, Elías cumplió con obediencia la orden del ángel. Aunque habla obrado por su no desafió al ángel en la cara. Del mismo modo que, a pedir que Dios le quitara la vida, había rehusado quitársela sí mismo, así también, ahora, no perecer deliberadamente de hambre, sino que comió lo que se le ofrecía. El justo puede caer, pero "cuando cayere, no quedará postrado”. Puede que el pabilo no arda con mucha fuerza; con todo, el humo atestiguará que no está completamente apagado. La vida del creyente puede descender a un nivel muy bajo; aun así, tarde o temprano dará pruebas de que todavía existe.
“Y caminó con la fortaleza de aquella comida cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios, Horeb” (v. 8). El Señor, en su gracia, pasa por alto las flaquezas de aquellos cuyo corazón es recto delante de Él y que le aman sinceramente, aunque en ellos haya aún lo que siempre trata de oponerse a Su amor. Este detalle que tenemos ante nosotros es muy bendito: Dios no sólo renovó las energías debilitadas de su siervo, sino que hizo que la comida que había comido le proporcionara fuerzas para mucho tiempo. Si el escéptico pregunta cómo pudo una sola comida alimentar al profeta durante casi seis semanas, nos bastará con pedirle que nos explique cómo puede la comida proporcionarnos energías para un solo día. El más grande filósofo no puede explicar el misterio, mas el creyente más sencillo sabe que es por el poder y la bendición de Dios sobre ella. No importa cuánto comamos o qué comamos; si no la acompaña la bendición de Dios, no puede alimentarnos lo más mínimo. El mismo Dios que puede hacer que una comida nos fortifique durante cuarenta minutos, puede hacer que lo haga durante cuarenta días, si ésa es su voluntad.
"El monte de Dios, Horeb.” Era en verdad extraño que Elías se dirigiera a él, por cuanto no hay lugar en la tierra donde la presencia de Dios fuera más manifiesta que allí, al menos durante los días del Antiguo Testamento. Fue allí donde Jehová se apareció a Moisés en medio de una zarza ardiendo (Éxodo 3:1 4). Fue allí donde Israel recibió la Ley (Deuteronomio 4:15), bajo aquel fenómeno atemorizador. Fue allí donde Moisés estuvo en comunión con Dios durante cuarenta días y cuarenta noches. Aun as¡, aunque los profetas y los poetas de Israel solían encontrar la inspiración más sublime en los esplendores y los terrores de aquella escena, es extraño el notar que la Escritura no registra ni un solo caso de algún israelita que visitara ese santo monte desde el día en que fue dada la ley, hasta que Elías fue allí huyendo de Jezabel. No sabemos si era su intención el dirigirse allí cuando salió de Jezreel, ni podemos estar seguros de por qué lo hizo. Quizás, como Matthew Henry sugirió, fue para dar rienda suelta a su melancolía y decir, como jeremías: “¡Oh quién me diese en el desierto un mesón de caminantes, para que dejase mi pueblo, y de ellos me apartase!” (Jeremías 9:2).
Aunque parezca extraño, hay quienes creen que el profeta se encaminó a Horeb a través del desierto siguiendo las instrucciones del ángel. Pero lo que sigue niega, en verdad, tal punto de vista; el Señor se dirigió dos veces al profeta increpándole con palabras penetrantes: "¿Qué haces aquí, Elías?", cosa que no habría hecho si hubiera ido obedeciendo al mensajero celestial. No dudamos que sus pasos fueron guiados divinamente, por cuanto era propio que él, como reformador legal, encontrara a Jehová en el lugar donde habla sido promulgada la ley recuérdese que Moisés y Elías aparecieron con Cristo en el monte de la transfiguración . Aunque Elías no fue a Horeb por mandato de Dios, fue dirigido allí por la providencia secreta de Dios: “El corazón del hombre piensa su camino; mas Jehová endereza sus pasos” (Proverbios 16:9). Y, ¿cómo? Por medio de un impulso secreto que brota del interior y que no destruye la libertad de acción. “Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová: a todo lo que quiere lo inclina” (Proverbios 21:1); las aguas fluyen libremente, empero el cielo determina su curso.
“Y allí se metió en una cueva, donde tuvo la noche" (Y. 9) Por fin, el profeta se sintió satisfecho de la distancia que le separaba de la que había jurado vengar la muerte de estos profetas; allí, en aquel monte remoto, escondido en una cueva oscura rodeada de precipicios, se sintió seguro. No se nos dice a qué se dedicó. Podemos estar ciertos de que, si se dio a la oración, no gozó de libertad y menos aun de deleite en ella. Lo más probable es que se sentara y reflexionara acerca de sus problemas. Si su conciencia le hubiera acusado de haber obrado demasiado precipitadamente al huir de Jezreel, de que no debía haber cedido a sus temores, sino más bien haber confiado en Dios y procedido a instruir a la nación, habría acallado semejantes convicciones humillantes en vez de confesar su fracaso a Dios, como lo indica lo que sigue después. “De sus caminos será harto el apartado de, razón" (Proverbios 14:14). A la luz de este pasaje, ¿quién puede dudar de que Elías se ocupara en compadecerse y vindicarse a sí mismo, en reflexionar acerca de la ingratitud de sus compatriotas, afligiéndose por el trato injusto de Jezabel?
“Y fue a él palabra de Jehová" (v. 9). Dios le había hablado en anteriores ocasiones. La palabra del Señor le habla ordenado esconderse en el arroyo de Querit (17:2,3). Había llegado de nuevo hasta él, diciéndole que se marchara a Sarepta (17:8,9). Y otra vez le había dicho que se mostrara a Acab (18: 1). Pero nos parece que aquí hay algo distinto de las ocasiones mencionadas. En ésta era algo más que un mensaje divino lo que se comunicaba al oído del profeta; nada menos que la visita de una persona divina es lo que recibió el profeta. Era nada menos que la segunda Persona de la Trinidad, la “Palabra” eterna (Juan 1:1), la que interrogó al descarriado tisbita. Esto se ve claramente en la cláusula siguiente: “El cual le dijo”. Qué extraño y solemne es ello.
“El cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías" (v. 9). Elías se habla alejado del sendero del deber, y su Señor lo sabía. El Dios vivo sabe dónde están sus siervos, lo que hacen y lo que no hacen. Ninguno puede escapar a su mirada omnisciente, porque sus ojos están en todo lugar (Proverbios 15:3). La pregunta del Señor constituía un reproche, una palabra severa dirigida a su conciencia. Como no sabemos qué palabra en particular acentuó el Señor, haremos énfasis en cada una por separado. “¿Qué haces?”; es bueno o malo, por cuanto el hombre no puede estar totalmente inactivo ni en cuerpo ni en mente. “¿Qué haces?”; ¿estás usando el tiempo en la gloria de Dios y el bien de su pueblo, o lo estás malgastando en quejas quisquillosas? “¿Qué haces aquí?”; lejos de la tierra a de Israel, lejos de la obra de reforma. "¿Qué haces aquí, Elías?"; tú que eres el siervo del Altísimo y que has sido honrado de tal manera; tú que has recibido pruebas de su ayuda que has dependido en el Señor para ti: protección.
“Y él respondió: Sentido he vivo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas; y yo solo be quedado, y me buscan para quitarme la vida" (v. 10). Al meditar estas palabras nos encontramos en desacuerdo con los comentaristas, la mayoría de los cuales critican severamente al Profeta por pretender excusarse y echar la culpa a los demás. Lo que impresiona más a quien esto escribe es, en primer lugar, la ingenuidad de Elías; no presentó evasivas ni equivocaciones, sino una explicación franca y simple de su conducta. Es verdad que sus palabras no Justificaban su huida; con todo, eran la declaración veraz de un corazón honrado. Ojalá pudiéramos nosotros dar cuenta de nuestra conducta del mismo modo ante el Santo. Si fuéramos tan sinceros y francos con el Señor como Elías, podríamos esperar ser tratados con la misma gracia con que él lo fue; por cuanto, fíjate bien, el profeta no recibió represión alguna del Señor en respuesta a su franqueza.
“Sentido he un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos" era la exposición de un hecho cierto: no había rehusado el servicio más difícil y peligroso por su Señor y Su pueblo. No fue debido a que su celo se hubiera enfriado que huyó de Jezreel. "Porque los hijos de Israel han dejado tu alianza, han derribado tus altares, y han muerto a cuchillo tus profetas.” Elías había sido afligido profundamente al ver de qué modo más grave la nación que llevaba Su nombre deshonraba al Señor La gloria de Dios estaba muy dentro de su corazón, y le afectaba de Elías leyes quebrantadas, su autoridad despreciada, su culto profanado, y de qué ¡nodo el pueblo tributaba homenaje a los ídolos y daba su consentimiento tácito al asesinato de Sus siervos. "Y yo solo he quedado.” Habla trabajado mucho, con peligro de su vida, para poner fin a la idolatría de Israel y para domeñar la nación; pero todo habla sido en vano. Por lo que podía ver, habla trabajado inútilmente y malgastado sus esfuerzos. “Y me buscan para quitaré la vida; ¿de qué me sirve que me consuma a mí mismo en favor de un pueblo tan obstinado e irresponsable?
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EL SILBO APACIBLE Y DELICADO
“Y Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; mas Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; mas Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; mas Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado" (I Reyes 19:11,12). Elías fue llamado a ser testigo de una manifestación extraordinaria y terrible del poder de Dios. La descripción que aquí se nos da de la escena, aunque breve, es tan gráfica que lo que pudiéramos decir sólo serviría para empañar su fuerza. Lo que deseamos hacer no es más que descubrir el significado y el mensaje de esta manifestación de Dios: su mensaje para Elías, para Israel y para nosotros. Ojalá nuestros ojos fueran ungidos para discernirlo, nuestro corazón inclinado para apreciarlo, nuestros pensamientos controlados por el Espíritu Santo, y nuestra pluma dirigida para la gloria del Altísimo y la bendición de su amado pueblo.
Al tratar de descubrir el significado espiritual de lo que el profeta vio en el monte, hemos de meditar acerca de la escena en relación con lo que precede, tanto por lo que se refiere a la historia de Israel, como a la experiencia de Elías. Hemos de considerarlos, después, en relación a lo que sigue inmediatamente, por cuanto no hay duda de que existe una relación estrecha entre las escenas asombrosas relatadas en los versículos 11 y 12, y el solemne mensaje que se contiene en los versículos del 15 al 18, siendo éstos interpretación de aquellos. Finalmente, hemos de examinar este incidente sorprendente a la luz de la analogía de la fe, y de toda la Escritura, por cuanto una parte de ella sirve para explicar la otra. Es al conocer mejor "los caminos" de Dios, tal como se revelan en su Palabra, que podemos adentrarnos más inteligentemente en el significado de sus “obras” (Salmo 103:7).
Así pues, ¿cómo hemos de considerar esta manifestación de Dios en el monte por lo que toca a Elías? En primer lugar, el Señor obraba hacia él con gracia. Esto se pone de manifiesto en el contexto. Por él hemos visto la respuesta conmovedora de Dios al fracaso de su siervo. Lejos de dejarle en la hora de la debilidad y la necesidad, el Señor se mostró del modo más tierno hacia él, ilustrando aquella promesa preciosa: "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). Y Elías temía al Señor; y aunque su fe se había eclipsado momentáneamente, £1 no le volvió por ello la espalda. Recibió el sueño reparador; un ángel le proveyó de comida y bebida; y le fue infundida fortaleza sobrenatural para su cuerpo, la cual le permitió pasar cuarenta días y cuarenta noches sin alimentos. Y al llegar a la cueva, Cristo mismo, el "Verbo" eterno, se le apareció en una teofanía. ¡Cuán grandes favores eran éstos! ¡Qué pruebas de que Él es “el Dios de toda gracia”!
Puede que alguien, después de haber leído lo que acabamos de decir, diga: Sí, pero, entonces Elías menospreció esa gracia; en vez de afectarle debidamente, permaneció indiferente y displicente; en vez de confesar su fracaso, intentó justificar el haber abandonado su deber. Aun así, ¿qué es ello? ¿No enseñó Dios la necesaria lección al reacio profeta? ¿No se le apareció de un modo aterrador con el propósito de reprenderle? Esta no es la manera en que entendemos este incidente. Los que adoptan semejante punto de vista no tienen mucho conocimiento experimental de la maravillosa gracia de Dios. Él no es voluble y variable como nosotros; no nos trata en una ocasión según su compasión bondadosa, y en otra según nuestros propios deméritos. Cuando Dios comienza tratando a uno de 3us elegidos con gracia, continúa tratándole con gracia, y nada que haya en la criatura puede impedir que su misericordia se derrame sobre ella.
Nadie puede examinar las maravillas que tuvieron lugar en Horeb, sin ver en Elías una referencia a la espantosa solemnidad del Sinaí, con sus "truenos y relámpagos” cuando el Señor descendió sobre él "en fuego”... y todo el monte se estremeció en gran manera” (Éxodo 19:16,18). Aun así, no apreciaremos todo el peso de la alusión a menos que consideremos detenidamente las palabras: “Jehová no estaba en el viento”, “Jehová no estaba en el terremoto”, "Jehová no estaba en el fuego". Dios no trataba con Elías sobre la base del pacto legal. En esta triple nación, el Espíritu nos dice que Elías no se habla “llegado al monte que se podía tocar, y al fuego encendido, y al turbión, y a la oscuridad, y a la tempestad” (Hebreos 12:18). La voz que hablaba al profeta era la del "silbo apacible y delicado", lo que mostraba que se había llegado al monte de Sión” (Hebreos 12:22), el monte de la gracia. El que Jehová se revelara de esta forma a Elías, era una señal del favor divino que le confería la misma distinción que Moisés habla recibido en ese mismo lugar, cuando el Señor hizo descender su gloria e hizo que todas sus misericordias pasaran ante él.
En segundo lugar, el método que el Señor empleó en esta ocasión, estaba designado para la instrucción de su siervo. Elías estaba desalentado debido al fracaso de su misión. Había sido celoso por el Señor Dios de los ejércitos, mas ¿qué se habla hecho de su celo? Habla orado como quizá nadie lo hizo antes; sin embargo, aunque sus oraciones fueron contestadas con milagros, aquello que le era más querido no lo habla logrado. A Acab no le afectaba en lo más mínimo todo lo que había presenciado. La nación no habla sido llevada de nuevo a Dios. Jezabel se mantenía tan retadora como siempre. Elías parecía estar completamente solo y sus esfuerzos eran inútiles. A pesar de todo el enemigo aun triunfaba. Por consiguiente, el Señor da a su siervo una lección a través de lo que sucede. Recuerda a Elías, por medio de un despliegue de su gran poder, que no está limitado a un medio determinado para llevar a cabo Sus designios. Los elementos están a Su disposición cuando se complace en emplearlos; y, si tal es Su voluntad, un medio más suave y delicado.
Elías había aparecido con toda la vehemencia de un grande y poderoso viento, y por lo tanto, era muy natural que hubiese llegado a la conclusión de que él era quien había de hacer toda la obra; que, con la ayuda de Dios, todos los obstáculos hablan de ser barridos, la idolatría abolida y el pueblo llevado de nuevo a la adoración de Jehová. Pero el Señor, en su gracia, hizo saber al profeta que P11 tiene otras armas en su arsenal que usará a su debido tiempo. El “viento”, el “terremoto”, el “fuego”, habían de jugar sus respectivos papeles y preparar el camino de modo más distinto y efectivo para el ministerio más suave del “silbo apacible y delicado”. Elías no era sino un agente entre muchos. "Uno es el que siembra, y otro es el que siega” (Juan 4:37). Elías había desempeñado su parte e iba a ser premiado pronto por su fidelidad. Y aunque no había trabajado en vano, otro que no era él iba a proseguir sus labores. ¡Qué lleno de gracia es el Señor al hacer participes de sus secretos a sus siervos!
“No hará nada el Señor Jehová, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Amós 3:7). Eso fue precisamente lo que ocurrió en Horeb. Dios reveló el futuro a Elías por medio de lo que podríamos llamar una parábola panorámica. En ello podemos descubrir la relación de este notable incidente con Israel. En los versículos que siguen a los que estamos considerando, hallamos al Señor mandando a Elías que ungiera a Hazael, por rey de Siria, a Jehú por rey sobre Israel, y a Eliseo para ser profeta en lugar suyo, asegurándole que “el que escapare del cuchillo de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare del cuchillo de Jehú, Eliseo lo matará”.(v. 17). En la obra de esos hombres podemos percibir el significado profético del fenómeno solemne que Elías presenciaba: eran símbolos de las calamidades horribles con las que Dios iba a castigar a la nación apóstata. Así el gran “viento” era una figura de la obra de juicio que Hazael realizó en Israel cuando pegó fuego a sus fortalezas y mató a cuchillo a sus mancebos (II Reyes 3 8:12); el “terremoto” lo era de la revuelta de Jehú, quien destruyó completamente la casa de Acab (II Reyes 9:7 10); y el "fuego”, de la obra de juicio acabada por Elíseo.
En tercer lugar, este incidente estaba designado para la consolación de Elías. Los juicios que habían caído sobre la nación culpable eran, en verdad, terribles; con todo, en la ira, Jehová recordaría ser misericordioso. La nación escogida no sería exterminada de modo total, y por ello el Señor, en su gracia, aseguró a su desalentado siervo: “Yo haré que queden en Israel siete mil; todas rodillas que no se encorvaron a Baal, y bocas todas que no lo besaron" (v. 18). Así como el "grande y poderoso viento”, el “terremoto”, y el “fuego" eran portentos simbólicos de los juicios que Dios iba a enviar en breve sobre su pueblo idólatra, el “silbo apacible y delicado” que siguió a éstos, miraba hacia la misericordia que tenía reservada para cuando su “extraña obra” fuera cumplida. Por cuanto leemos que, cuando Hazael hubo afligido a Israel todo el tiempo de Joacaz, "Jehová tuvo misericordia de ellos, y compadecióse de ellos, y mirólos, por amor de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob; y no quiso destruirlos ni echarlos de delante de si hasta ahora” (II Reyes 13:23). Decimos una vez más, cuán lleno de gracia fue el Señor al mostrar a Elías "lo que ha de venir”, y de este modo hacerle saber cuál seria la secuela de sus esfuerzos.
Si consideramos a la luz de todas las Escrituras los hechos extraordinarios que tuvieron lugar en Horeb, descubriremos que ellos indican e ilustran uno de los principios generales del gobierno divino de este mundo. El orden de las manifestaciones divinas que Elías presenciaba era análogo al tenor general M proceder de Dios. Tanto por lo que toca a un pueblo o a un individuo, por regla general las misericordias divinas están precedidas por manifestaciones terribles del poder de Dios y de su desagrado hacia el pecado. Primero las plagas de Egipto y la destrucción de Faraón y su hueste en el mar Rojo y después la liberación de los hebreos. La majestad y el poder de Jehová fueron desplegados en el Sinaí, y después la proclamación bendita: “Jehová, Jehová, fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado" (Éxodo 34:6,7).
En cuarto lugar, el método que el Señor adoptó en esta ocasión estaba designado a capacitar a Elías para un servicio Posterior. El “silbo apacible y delicado”, "hablando con él blandamente”, estaba designado a calmar y apaciguar su espíritu agitado. Evidenciaba de nuevo la bondad y ternura del Señor, que quería mitigar el disgusto de. Elías y alentar su corazón. Cuando el alma del siervo recibe de nuevo la seguridad del amor de su Señor, es fortalecida para enfrentarse a nuevos peligros y oposición por Su causa, y para llevar a cabo cualquier tarea que ÉL se digne asignarle. Así fue, también, cómo obró con Isaías: primero humillándole con la visión de Su gloria que le trajo la conciencia de su total pecaminosidad e insuficiencia, y luego asegurándole la remisión de sus pecados; por ello, Isaías emprendió la más ingrata de las misiones (1saías 6:1 12). Lo que siguió demuestra que las medidas de Dios fueron igualmente efectivas en el caso de Elías; recibió un nuevo encargo, y lo cumplió con obediencia.
"Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y paróse a la puerta de la cueva” (v. 13). Esto es algo extraordinario. Por lo que se deduce del relato inspirado, Elías permaneció impasible ante las diversas manifestaciones del poder de Jehová, a pesar de lo terribles que eran; y ello es, sin duda, una prueba palpable de que su conciencia no estaba abrumada por el peso de la culpa. Pero cuando sonó el silbo apacible y delicado, éste le afectó en seguida. El Señor se dirigió a su siervo, no de modo airado y severo, sino con delicadeza y ternura, para mostrarle lo compasivo y lleno de gracia que era el Dios al que habla de dar cuentas; y ello enterneció su corazón. La palabra hebrea traducida aquí “apacible” es la misma que se emplea en el Salmo 107:29: "Hace parar la tempestad en sosiego”. El que se cubriera el rostro con su manto denotaba dos cosas: su reverencia por la majestad divina, y el sentido de su propia indignidad del mismo modo que los serafines estaban representados cubriéndose el rostro en la presencia del Señor (Isaías 6:2,3) . Cuando Abraham se vio en la presencia de Dios, dijo: “Soy polvo y ceniza” (Génesis 18:27). Cuando Moisés se acercó a la zarza que ardía y en la que se hallaba la presencia del Señor, “cubrió su rostro” (Éxodo 3:6).
Las lecciones que podemos sacar de este hecho extraordinario son muchas y provechosas. En primer lugar, percibimos en él que el modo de obrar de Dios es hacer lo inesperado. Si preguntásemos a los que nos rodean qué creen más probable, que Dios hablara a Elías por medio del gran viento, del terremoto o del silbo apacible, estamos seguros que la gran mayoría diría que por medio del primero. ¿No es así, también, en nuestra experiencia espiritual? Le pedimos con fervor que nos conceda una certeza más definida y firme de que somos aceptos en Cristo, y entonces buscamos su respuesta como si fuera una especie de sacudida eléctrica impartida a nuestras almas o una visión extraordinaria; cuando, en realidad, el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios con voz suave y delicada. Pedimos, también, a Dios que crezcamos en la gracia, y entonces esperamos su respuesta en forma de un mayor goce de su presencia; mientras que lo que Él nos da de modo suave es el ver mejor la depravación que se esconde en nuestros corazones. SÍ, a menudo Dios obra de modo inesperado en su trato con nosotros.
En segundo lugar, la preeminencia de la Palabra. Si hubiéramos de definir con una sola palabra el fenómeno variado que Elías presenció en el monte, diríamos que el Señor le habló. Cuando se nos dice que “Jehová no estaba en” el viento, el terremoto ni el fuego, hemos de entender que Él no se dirigió al corazón del profeta por medio de ellos, sino por medio del silbo apacible y delicado”. Al considerar este último como el símbolo de la Palabra, hallamos confirmación en el hecho sorprendente de que la palabra hebrea para “delicado” es la misma que se usa en Éxodo 16:14: "una cosa menuda, redonda"; y casi no hace falta añadir que el maná con el que el Señor alimentó a Israel en el desierto era un tipo del alimento que Él ha provisto para nuestras almas. Aunque en la creación se despliegan el gran poder y la maravillosa sabiduría de Dios, no es por medio de la naturaleza que podemos entender y conocer a Dios, sino por medio de su Palabra aplicada por su Espíritu.
En tercer lugar, en los fenómenos que tuvieron lugar en el monte podemos percibir una ilustración asombrosa del vívido contraste que existe entre la ley y el Evangelio. El viento destructor, el terremoto y el fuego eran figuras de la ley que producía pavor (como vemos en el hecho de que se produjeran en el Sinaí), mas el “silbo apacible y delicado” era un símbolo apropiado del "evangelio de paz” que calma el pecho turbado. Así como el arado y la grada son necesarios para quebrantar la tierra dura y prepararla para la semilla, así también, el sentido de la majestad, la santidad y la ira de Dios es el heraldo que nos prepara para apreciar verdaderamente su gracia y su amor. El que duerme ha de ser despertado, el alma ha de darse cuenta del peligro, y la conciencia ha de ser convicta de 12 pecaminosidad del pecado, antes de que podamos volvernos a Dios huyendo de la ira que vendrá. Con todo, ésas no son experiencias salvadoras; lo único que hacen es preparar el camino del mismo modo que el ministerio de Juan el Bautista capacitó a los hombres a mirar al Cordero de Dios.
En cuarto lugar, en este hecho podemos ver una figura del modo en que Dios suele tratar con las almas, por cuanto Él acostumbra a usar la ley antes que el Evangelio. A pesar de lo mucho que se dice en contra en nuestros días, el que esto escribe cree aún que el Espíritu suele herir antes de curar, sacudir el alma con la visión del infierno antes de comunicarle la esperanza del cielo, hacer que el corazón desespere antes de llevarle a Cristo. Para que el corazón se llene de un sentido profundo de su propia necesidad, la complacencia y la justicia propias han de ser destruidas. Antes de que pudieran ser librados de Egipto, los hebreos hubieron de sufrir el látigo de sus amos y gemir en los hornos de cocer ladrillos. El hombre ha de sentirse completamente perdido antes de que pueda implorar salvación. El viento y el fuego han de hacer su obra antes de que podamos aclamar a Dios (Salmo 89:15). Ha de dictarse sentencia de muerte contra nosotros antes de que nos volvamos a Cristo en busca de perdón.
En quinto lugar, éste es, a menudo, el modo en que Dios contesta la oración. Los cristianos suelen esperar que Dios conteste sus oraciones con señales asombrosas y maravillas espectaculares, y porque no les son dadas en una forma señalada y permanente, llegan a la conclusión de que ÉL no las atiende. Pero la presencia y el poder de Dios no pueden medirse por las manifestaciones anormales y las visitaciones extraordinarias. Las maravillas de Dios se producen pocas veces con ruidos y vehemencia. ¿Quién puede oír el sonido del rocío? La vegetación crece en silencio, pero no por ello menos constantemente. Dios hace su obra de gracia, lo mismo que la de la naturaleza, de modo suave, delicado, imperceptible, excepto en los efectos producidos. La mayor fidelidad y devoción a Dios no se encuentran donde prevalecen la excitación y el sensacionalismo. La bendición de Dios acompaña al uso discreto y perseverante de los medios que te ha establecido y que no atraen la atención de los hombres vulgares y carnales.
En sexto lugar, la escena de Horeb contiene un mensaje oportuno para los predicadores. Cuántos ministros del Evangelio hay que se han desalentado por completo con menos motivos que Elías. Han sido incansables en su trabajo, celosos por el Señor y fieles en predicar su Palabra, y sin embargo, no han visto fruto ni resultados y todo ha parecido en vano. Aun así, suponiendo que éste sea el caso, ¿qué de ello? Procura asirte de nuevo a la gran verdad de que los propósitos del Señor no dejarán de cumplirse y que ese propósito incluye el día de mañana lo mismo que el presente. El Altísimo no está limitado a un solo medio. Elías pensó que toda la obra habla de hacerse a través de su instrumentalidad, pero hubo de aprender que él no era más que un medio entre muchos. Cumple tu deber allí donde Dios te ha puesto; ara la tierra barbechada y siembra la semilla, y aunque no haya fruto en tus días, ¿quién sabe si no habrá un Eliseo que te siga y lleve a cabo la obra de la siega?
En séptimo lugar, hay un aviso solemne para los no salvos. Dios no será burlado impunemente. Aunque es lento para la ira, su paciencia tiene un límite. Aquellos que no se aprovecharon, en el día de su visitación y oportunidad, del ministerio de Elías, hubieron de sentir cuán terrible es el tratar con desprecio las amonestaciones divinas. A la misericordia siguió el juicio drástico y devastador. Las fortalezas de Israel cayeron y sus mancebos murieron a cuchillo. ¿Va a ser ésta la terrible suerte de la presente generación? ¿Está destinada a ser destruida por Dios? Parece más y más que así sea. Las muchedumbres se dan a un espíritu loco. Los portentos más solemnes de la tormenta que se avecina son menospreciados de modo impío. Las palabras de los siervos de Dios sólo encuentran oídos sordos. Lector que no eres salvo, ve a Cristo sin más dilación antes de que el diluvio de la ira de Díos te alcance.
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LA RESTAURACIÓN DE ELÍAS
El fracaso de Elías había sido de naturaleza distinta al de Jonás. No parece haber nada malo en que saliera de Jezreel; por el contrario, su conducta parece ajustarse a lo que Cristo dijo a sus discípulos: "Mas cuando os persiguieren en esta ciudad, huid a la otra" (Mateo 10:23). No habían de exponerse a peligros innecesarios, sino que, si podían hacerlo de modo honorable, debían evitarlos a fin de estar preparados para emprender otros servicios; y ello es lo que hicieron algunos de nuestros Reformadores y muchos miembros de sus rebaños al refugiarse en otros países durante el reinado de la impla reina Maria. Dios no habla ordenado de modo explícito a Elías permanecer en Jezreel y continuar la obra de reforma, por tanto, “donde no hay ley, tampoco hay trasgresión" (Romanos 4:15). Era más bien que el Señor probaba a su siervo por medio de “circunstancias”, abandonándole a si mismo, y permitiéndole usar su propio discernimiento y seguir sus propias inclinaciones, para mostrarnos lo que habla en su corazón. Si hubiera habido algo más que esto, si el profeta hubiera sido culpable de desobediencia deliberada, el Señor le habría tratado en Horeb de modo muy diferente de como lo hizo.
No hemos dicho lo que antecede con el propósito de excusar a Elías, sino para mirar su tropiezo con una perspectiva justa. Algunos han exagerado su falta de modo poco razonable acusándole de lo que en justicia no fue culpable. Creemos, en verdad, que cometió una equivocación lamentable al abandonar el puesto al cual le habla llevado “la mano del Señor" (I Reyes 18:46), por cuanto éste no le había dicho que lo hiciera.
Tampoco podemos justificar su impaciencia cuando, estando bajo el enebro, pidió al Señor que le quitara la vida, por cuanto ello es algo que sólo Dios puede decidir, jamás nosotros. Además, la pregunta que se le hizo por dos veces en Horeb: “¿Qué haces aquí, Elías?”, implicaba de modo evidente una suave reprensión; con todo, habla cometido un error de apreciación más que un pecado del corazón. Se consideró libre de usar su propia iniciativa y de obrar según los dictados de sus sentimientos. Dios permitió esto a fin de que sepamos que las personalidades más fuertes se convierten en débiles en el mismo momento en que Él retira de ellas su mano sustentadora.
Hemos visto ya el modo tan tierno como Jehová trató a su siervo errante en el desierto; veamos ahora y admiremos la gracia que tuvo con él en Horeb. Lo que vamos a considerar nos recuerda mucho la experiencia del salmista: el Señor, que era su Pastor, no sólo le había hecho yacer en lugares de delicados pastos, sino que había confortado su alma (23:2,3), como él mismo reconocía. El que habla confortado y alimentado a su siervo bajo el enebro, le libra ahora de su aflicción infructuosa, de sus descarríos, y le eleva a una posición de honor en su servicio. Elías era incapaz de restaurarse a si mismo y no había ser humano que pudiera librarle de la desesperación en que se hallaba; así pues, cuando no había para él mirada de compasión alguna, el Señor le tuvo compasión. ¿No es así, en una ocasión u otra, en la experiencia de todos los siervos de Dios y del pueblo suyo en general? El que nos libró al principio del hoyo espantoso sigue cuidando de nosotros, y cuando nos apartamos de Él, restaura nuestra alma y nos dirige de nuevo a los senderos de justicia.
"Y dijole Jehová: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco" (I Reyes 19:15). “El profeta estaba lamentando el fracaso de todos sus esfuerzos para glorificar a Dios y la determinación obstinada del pueblo de seguir en la apostasía. Así pasaba el tiempo en la cueva de Horeb alimentando su desilusión y lacerándose a si mismo al meditar sobre la conducta del pueblo. Los lugares solitarios en los que no hay nada que hacer, pueden agradar al hombre que se halla en esta condición; pero tales lugares, lejos de curarla, alimentarán esta disposición. Así pues, Elías estaba en peligro de sucumbir a una melancolía crónica o a una locura furiosa. La única esperanza para las personas que se hallan en circunstancias como éstas es salir de sus escondites solitarios y ocuparse de modo activo en alguna cosa útil y benéfica. Ésta es la mejor medicina contra la melancolía: hacer algo que requiera esfuerzo muscular y que, al mismo tiempo, beneficie a otros. De ahí que Dios hiciera que Elías abandonara su solitaria morada, la cual no hacía más que aumentar la tristeza y la exasperación de su espíritu; y por ello le dio un encargo que habla de cumplir en un lugar lejano" (John Simpson).
"Y díjole Jehová: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco” (v. 15). Ésta es la medida que Dios adopta al restablecer el alma de alguno de sus hijos descarriados, haciéndoles desandar su camino y regresar a su puesto. Cuando Abraham salió de Egipto, a donde habla “descendido” cuando había grande hambre (Génesis 12:10), leemos que "volvió por sus jornadas de la parte del Mediodía hacia Betel, hasta el lugar donde había estado antes” (Génesis 13:3). Cuando la Iglesia de Efeso dejó su primer amor, el mensaje de Cristo para ella fue: "Recuerda por tanto de dónde has caldo, y arrepiéntete, y haz las primeras obras” (Apocalipsis 2:4,5). Así pues, Elías ha de volverse por el camino que ha venido, a través del desierto de Arabia, el cual era parte del curso que cruzaría en su camino hacia Damasco. Esta es aún la voz del Señor hablando a sus ovejas descarriadas: “Vuélvete, oh, rebelde Israel, dice Jehová; no haré caer mi ira sobre vosotros, porque misericordioso soy Yo” (jeremías 3:12).
Cuando Pedro se arrepintió de su gran pecado, el Señor no sólo le perdonó sino que le encargó de nuevo: “Apacienta mis ovejas" (Juan 21:16). Lo mismo hizo el Señor aquí: no sólo restauró el alma del profeta, sino que, además, le dio nuevo trabajo en su servicio. "Y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria” (v. 15). El honor que Jehová confería sobre Elías era muy grande, tanto como el que habla concedido a Samuel (I Samuel 16:13). Cuán lleno de gracia es nuestro Dios; con qué paciencia sobrelleva nuestras flaquezas. Observad que estos pasajes enseñan que no es por el pueblo sino por Dios que los reyes reinan (Proverbios 8:16). "No hay potestad sino de Dios; y las que son, de Dios son ordenadas”, y por lo tanto se requiere que "toda alma se someta a las potestades superiores" (Romanos 13:1). En esta era de "democracia" es necesario que los ministros del Evangelio proclamen esta verdad: "Sed pues sujetos a toda ordenación humana por respeto a Dios, ya sea al rey como superior, ya a los gobernadores, como de él enviados para venganza de los malhechores” (I Pedro 2:13,14). Dijo el apóstol a Tito: “Amonéstales que se sujeten a los príncipes y potestades,” que obedezcan” (3:1).
"Y a Jehú hijo de Nimsi, ungirás por rey sobre Israel" (versículo 16). Sólo puede reinar aquél a quien Dios hace rey, y ello sólo durante el tiempo que Él quiere. Esta unción proclama ski designación divina a tal oficio y la calificación con la que hablan de estar dotados para su labor. El Señor Jesús, al cual "le ungió Dios de Espíritu Santo” (Hechos 10:38), reunía en si mismo los oficios de profeta, sacerdote y rey, las únicas personas que, según las Escrituras, hablan de ser ungidas. Los infieles han puesto objeción al versículo que estamos considerando, y señalado que Jehú no fue ungido por Elías sino por un profeta joven bajo la dirección de Eliseo (II Reyes 9:1 6). Esta objeción puede contestarse de dos modos. Primero, que Jehú podía ser ungido dos veces, como David (I Samuel 16:13; 11 Samuel 2:4); o que, así como "Jesús hacia y bautizaba más discípulos que Juan (aunque Jesús no bautizaba, sino sus discípulos)" (Juan 4:1,2), de la misma manera, se dice que Elías ungió a Jehú porque lo que tuvo lugar en II Reyes 9 fue ordenado por él.
"Y a Eliseo hijo de Safat, de Abel mehula, ungirás para que sea profeta en lugar de ti” (V. 16). El que disfrutara del favor especial de ordenar a su sucesor' constituía un nuevo privilegio que se concedía a Elías. Lo que ahogaba el espíritu del tisbita era el fracaso que habla acompañado a sus esfuerzos: parecía que no habían dejado huella alguna sobre la nación idólatra; sólo él semejaba estar interesado en la gloria de Jehová Dios, y ahora aun su propia vida parecía estar en peligro. Qué consuelo debía de llevar a su corazón la aseveración divina de que había sido designado el que proseguiría la misión que él trató de llevar a cabo de modo tan celoso. Hasta entonces, no había habido nadie que le ayudara, pero cuando más desesperado estaba, Dios le proveyó de un compañero y sucesor apropiado. Para los hombres de Dios y para sus rebaños ha sido siempre de gran consuelo el pensar que el Señor jamás carecerá de medios para llevar a cabo su obra; que cuando ellos desaparezcan, otros vendrán a llenar el vacío. Uno de los rasgos más tristes y solemnes de esta era degenerada es que las filas de los justos están casi vacías y apenas se levanta ninguno para llenarlas. Esto es lo que hace que el futuro aparezca doblemente oscuro.
"Y será, que el que escapare del cuchillo de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare del cuchillo de Jehú, Eliseo lo matará” (v. 17). Elías habla obrado de modo fiel, pero Israel había de ser tratado con otros medios: los tres hombres a los que se le mandaba ungir traerían el juicio sobre la nación. Dios es infinitamente más celoso de su honra de lo que sus siervos puedan ser, y no iba a abandonar su causa o permitir que sus enemigos triunfaran, como temía el profeta. Pero notemos la diversidad de los instrumentos que empleó: Hazael, rey de Siria; Jehú, el capitán rudo de Israel; y Eliseo, el joven campesino. Qué diferencias más notables. Con todo, cada uno era necesario para un trabajo especial relacionado con la nación idólatra de aquel tiempo. “Ni el ojo puede decir a la mano: No te he menester; ni asimismo la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros" (I Corintios 12:21). Del mismo modo que los miembros más pequeños y frágiles del cuerpo llevan a cabo las funciones más útiles, así también, a menudo, los hombres más ignorantes y aparentemente más faltos de preparación son los que Dios usa para realizar las mayores hazañas en su reino.
Podemos ver aquí, también, el modo en que Dios ejerce su gran soberanía en los medios que usa. Ni Hazael ni Jehú eran hombres piadosos: el primero ascendió al trono asesinando traidoramente a su predecesor (II Reyes 8:15), mientras leemos del último que "Jehú no cuidó de andar en la ley de Jehová Dios de Israel con todo su corazón, ni se apartó de los pecados de Jeroboam” (II Reyes 10:31). Él suele hacer uso de los impíos para castigar a los que, habiendo gozado de sus favores, los han despreciado después. Es verdaderamente extraordinario ver cómo el Altísimo lleva a cabo sus propósitos por medio de unos hombres cuyo único afán es satisfacer los deseos de su propia carne. Es cierto que el hecho de que cumplan los decretos del cielo no disminuye ni disculpa su pecado; es más, ellos son totalmente responsables por el mal que cometen; con todo, sólo hacen lo que la mano y el consejo de Dios determinaron de antemano que se haría y sirven como medios suyos para infligir los juicios que merece su pueblo apóstata.
“Y será, que el que escapare del cuchillo de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare del cuchillo de Jehú, Eliseo lo matará." Esto es muy solemne. Aunque Dios soporta “con mucha mansedumbre” los vasos de ira preparados para muerte, aun así, su paciencia tiene un limite: "El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado; ni habrá para él medicina" (Proverbios 29:1). Dios habla soportado durante largo tiempo ese insulto terrible a su majestad, mas los adoradores de Baal iban a descubrir en breve que su ira era tan grande como su poder. Hablan sido amonestados fielmente: durante tres años y medio hubo una terrible sequía y el hambre con siguiente sobre el país. En el Carmelo había tenido lugar un milagro notable, pero sólo produjo una impresión pasajera en el pueblo. Y ahora Dios anunciaba que el “cuchillo” haría una obra terrible, no con suavidad sino de modo pleno y total, hasta que la nación fuera librada de este terrible mal. Y ello ha quedado registrado para que las generaciones sucesivas lo pudieran meditar. El Señor no ha cambiado: aun en el mismo momento en que escribimos vemos sus juicios sobre casi todo el mundo. Ojalá las naciones atendieran a su voz antes de que sea demasiado tarde.
"Y yo haré que queden en Israel siete mil; todas rodillas que no se encorvaron a Baal, y bocas todas que no lo besaron" (v. 18). Sobre este versículo presentamos una objeción decidida a la interpretación que dan la mayoría de los comentaristas, quienes ven en él una reprensión divina al pesimismo del profeta, y suponen que es la respuesta de Dios a su desaliento expresado en la frase "Yo solo he quedado", cuando, en realidad, había una verdadera muchedumbre de personas que no habían consentido en unirse a la idolatría general. No podemos aceptar este punto de vista por diferentes razones. ¿Es posible que hubiera miles de personas en Israel que permaneciesen leales a Jehová, y que el profeta desconociera por completo su existencia? No es extraño que un escritor notable diga: "A menudo me ha extrañado el hecho de que aquellos siete mil discípulos secretos pudieran serlo tanto que pasaran desapercibidos a su gran 1ider; la fragancia de las flores revelará siempre su presencia, por muy escondidas que se encuentren". Mas ello crea un problema; este punto de vista está en desacuerdo con el contexto ¿por qué, después de conceder un honor al profeta, había de reprenderle el Señor de,' repente?
El lector atento notará que no dice que estos siete mil existieran, sino que dice: "Yo haré que queden”. El Señor, en su misericordia, estaba confortando a su siervo desalentado. En primer lugar, Jehová informó al profeta de que otro iba a ocupar su lugar y proseguir su misión. Luego, le declaró que no era en absoluto indiferente a aquella situación terrible, sino que iba a emprender en breve una obra de juicio. Y, por último, le aseguraba que, aunque Israel sufriría un juicio sumario, con todo no iba a ser el fin del pueblo, sino que Él preservaría para sí un remanente. Y Romanos 11:4 no choca en absoluto con ello, siempre que substituyamos la palabra "respuesta" por “oráculo" (como requiere el griego), por cuanto Dios no estaba respondiendo a una objeción, sino que estaba dando a conocer a Elías lo que había de venir.
Se comprobará que adoptamos un punto de vista totalmente distinto de la interpretación general, no sólo del versículo 18, sino del pasaje entero. Todos los escritores que hemos consultado consideran estos versículos como expresando el desplacer de Dios contra su refractario siervo, a quien juzgó apartándole de la posición de honor que había ocupado, y nombrando a Eliseo en su lugar. Pero, a excepción de la reprensión suave que se contiene en la pregunta: "¿Qué haces aquí, Elías?”, no hay nada que indique enojo por parte del Señor, sino todo lo contrario. Consideremos, más bien, estos versículos como el relato de la respuesta consoladora de Dios al desaliento del profeta. Elías sentía que las fuerzas del mal hablan triunfado; mas el Señor le anuncia que el culto a Baal seria completamente destruido (v. 17; véase 11 Reyes 10:25 28). Elías se afligía porque él solo habla quedado; el Señor declara: "Yo haré que queden en Israel siete mil". La situación era muy apurada, ya que procuraban quitar la vida de Elías; el Señor le promete que Eliseo acabará su labor. De este modo, Jehová acalló con ternura sus temores y volvió el ánimo a su corazón.
Nos gusta relacionar los versículos que tenemos ante nosotros con aquellas palabras de Cristo a sus apóstoles: "Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho notorias” (Juan 15:15); lo cual indica la relación intima que gozaban con Él. Así era también con Elías. El Señor de los ejércitos habla condescendido a hacerle notorias las cosas que hablan de acontecer, lo cual no habría sido así si el profeta hubiera estado apartado de Dios. Es como lo que leemos en Génesis 18:17: "Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a, Abraham lo que voy a hacer?” No; É1 no lo hizo por cuanto Abraham era “amigo de Dios” (Santiago 2:23). Qué bendición ver el modo en que el Señor restituyó el alma de Elías a una comunión íntima con Él lo sacó de su tristeza y lo reintegró a su servicio.
“Y partiéndose él de allí, halló a Eliseo hijo de Safat, que araba con doce yuntas delante de si; y él era uno de los doce gañanes. Y pasando Elías por delante de él,: echó sobre él su manto” (v. 19). Aquí tenemos buena evidencia de que el Señor había restablecido el alma de su siervo. Elías no presentó objeción alguna ni se retrasó un momento, sino que respondió con prontitud. La obediencia será siempre la prueba real de nuestra relación con Dios: "Si me amáis, guardad mis mandamiento? (Juan 14:15). En esta ocasión requería un viaje difícil de unos doscientos cincuenta kilómetros la distancia entre Horeb y Abel mehula (v. 16; véase 4:12) , la mayor parte a través del desierto; pero, cuando Dios lo ordena es para que lo cumplamos. No sentía resentimiento celoso por el hecho de que otro fuera a ocupar su lugar; tan pronto como encontró a Eliseo, Elías echó sobre él su manto, lo cual indicaba que era investido con el oficio profético, y era una señal amistosa de que le tomarla bajo su cuidado e instrucción. Y así fue cómo lo entendió el joven labrador, como se desprende de su respuesta: "Entonces dejando él los bueyes, vino cogiendo en pos de Elías, y dijo: Ruégote que me dejes besar mi padre y mi madre, y luego te seguiré” (v. 20). El Espíritu de Dios le movió a aceptar la llamada, de modo que abandonó al momento todos sus proyectos humanos. Ved qué fácilmente puede el Señor llevar a los hombres a emprender su trabajo a pesar de los grandes motivos de desaliento. "Si hubiera escuchado la voz de la carne y la san re, hubiera estado poco dispuesto a encontrarse en la, situación de Elías, de tal modo perseguido en aquellos tiempos peligrosos, y cuando no podía esperarse nada sino persecución. Con todo, Eliseo prefirió ser el, siervo de un profeta antes que el dueño de una gran hacienda, y alegremente lo dejó todo por Dios. La oración llena de gracia divina puede hacer desaparecer todas las objeciones y vencer todos los prejuicios” (Robert Simpson). "Y él le dijo: Ve, vuelve; ¿qué te he hecho yo?” (v. 20). Qué hermoso es ello: no había en él sentido de la propia importancia, sino renuncia total. Lo mismo que Juan el Bautista quien fue con su espíritu (Lucas 1:17) fue enviado para introducir a otro, y su modo de hablar equivalía a decir: "A él le conviene crecer y a mí menguar”. ¡Bendita humildad!
“Y volvióse de en pos de él, y tomó un par de bueyes, y matólos, y con el arado de los bueyes coció la carne de ellos, y dióla al pueblo que comiesen. Después se levantó, y fue tras Elías, y serviale” (V. 21). Qué final más hermoso para el relato. En verdad, Elíseo no consideró a Elías como alguien a quien el Señor había rechazado. Qué consuelo para el tisbita tener por compañero a uno tan respetuoso y lleno de afecto; y qué privilegio para este joven el estar bajo tutor tan eminente. La siguiente referencia que tenemos en las Escrituras niega por completo la idea general de que Dios le había descartado de su servicio: "Entonces fue palabra de Jehová a Elías tisbita, diciendo: Levántate, desciende a encontrarte con Acab rey de Israel” (I Reyes 21:17,18). Está bien claro que fue restaurado y gozaba de nuevo de la misma relación con su Señor que habla disfrutado anteriormente. Este es el motivo por el cual hemos titulado este capitulo “La Restauración de Elías".
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