CAPITULO XX
La Letra y el Espíritu

Llegamos ahora al comienzo de una nueva sección. Para entender el verdadero sentido del Sermón, es indispensable que comprendamos la conexión exacta entre lo que nuestro Señor empieza a decir en el versículo 21 y lo que precede. Se trata de una conexión muy directa. El peligro de explicar una parte de la Escritura como ésta consiste en que nos sumergimos hasta tal extremo en el análisis de los detalles que pasamos por alto la enseñanza básica y los grandes principios que nuestro Señor enunció. Será bueno, por tanto, que recordemos una vez más el esquema general del Sermón de modo que cada una de sus partes la veamos en relación con el todo.
Nuestro Señor presenta una descripción de los ciudadanos del reino, el reino de Dios y el reino de los cielos. Primero y sobre todo, nos da en las Bienaventuranzas una descripción general de la naturaleza esencial del cristiano. Luego prosigue con la función y propósito del cristiano en esta vida y en este mundo. Luego hemos visto que esto lo conduce de inmediato a esta cuestión de la relación de tal persona con la ley. Era imprescindible que lo hiciera porque las personas a las que predicaba eran judíos a los que se había enseñado la ley, y obviamente juzgarían cualquier enseñanza nueva según la ley. Por esto tuvo que mostrarles la relación de su persona y de su enseñanza con la ley, y lo hace en los versículos 17-20, resumiéndolo en la afirmación vital que acabamos de estudiar.
Ahora, en el versículo 21, pasa a desarrollar esa afirmación. Desarrolla la relación del cristiano con la ley en dos aspectos. Presenta su exposición positiva de la ley, y la contrasta con la enseñanza falsa de los escribas y fariseos. En realidad, en un sentido se puede decir que todo lo que queda de este Sermón, desde el versículo 21 hasta el final del capítulo 7, no es sino una elaboración de esa proposición fundamental, que nuestra justicia debe ser mayor que la de los escribas y fariseos si queremos ser de verdad ciudadanos del reino de los cielos. Nuestro Señor hace esto en una forma sumamente interesante. En un sentido general se puede decir que en el resto del capítulo 5 lo hace en función de una exposición genuina de la ley frente a la exposición falsa de los escribas y fariseos. Su principal preocupación en el capítulo 6 es mostrar la verdadera naturaleza de la intimidad con Dios, también en Este caso en oposición con la enseñanza y práctica farisaicas. Luego en el capítulo 7 muestra a la verdadera justicia en cuanto se ve a sí misma y a los demás, una vez más en contraste con lo que los escribas y fariseos enseñaban y practicaban. Esta es, en términos generales, la enseñanza que debemos tratar de tener presente.
En los versículos 21-48, pues, nuestro Señor se ocupa sobre todo en explicar el sentido genuino de la ley. Lo hace por medio de una serie de seis afirmaciones concretas que deberíamos examinar con sumo cuidado. La primera se halla en el versículo 21: 'Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que mate será culpable de juicio.' La siguiente está en el versículo 27 donde dice: 'Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio.' Luego en el versículo 31 leemos: 'También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, déle carta de divorcio.'    La siguiente está en el versículo 33:
'Además habéis oído que fue dicho a los antiguos: No perjurarás, sino cumplirás al Señor tus juramentos.' Luego en el versículo 38 leemos: 'Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.' Y por fin en el versículo 43 leemos: 'Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.'
Es muy importante, antes de examinar cada una de estas afirmaciones por separado, que las estudiemos en conjunto, porque, si uno las examina, se ve de inmediato que hay ciertos principios que son comunes a las seis. De hecho, no vacilaría en afirmar que nuestro Señor se preocupó más por estos principios comunes que por los detalles. En otras palabras, establece ciertos principios y luego los ilustra. Es obvio, por tanto, que debemos asegurarnos de que entendemos primero los principios.
Lo primero que debemos analizar es la fórmula que utiliza: 'Oísteis que fue dicho a los antiguos.' Hay una ligera variación en algún versículo, pero esa es esencialmente la forma en que introduce estas seis afirmaciones. Debemos tener una idea muy clara acerca de ello. Algunas traducciones dicen así: 'Oísteis que fue dicho por los antiguos.' Por argumentos lingüísticos nadie puede decir si 'por' o 'a' es mejor. Como de costumbre, cuando se trata de asuntos lingüísticos los expertos se hallan divididos, y no se puede estar seguro. Sólo el examen del contexto, por tanto, nos puede ayudar a determinar con exactitud lo que nuestro Señor quiso decir. ¿Se refiere simplemente a la ley de Moisés o a la enseñanza de los escribas y fariseos? Los que afirman que debe leerse 'a los antiguos' obviamente deben decir que se refiere a la ley de Moisés dada a los antepasados; mientras que los que prefieren el 'por' dirían que se refiere a lo que enseñaban escribas y fariseos.
Me parece que ciertas consideraciones requieren casi por necesidad adoptar el segundo punto de vista, y sostener que lo que nuestro Señor hace en realidad en este pasaje es mostrar la verdadera enseñanza de la ley frente a las exigencias falsas que los escribas y fariseos le atribuían. Recuerdan que una de las grandes características de su enseñanza fue el significado que le daban a la tradición. Siempre citaban a los antepasados. Esto hacía escriba al escriba; era una autoridad respecto a lo que los antepasados habían dicho. Creo, por tanto, que hay que interpretar los versículos en esa forma. De hecho, las palabras que emplea nuestro Señor más o menos soluciona la duda. Dice: 'Oísteis que fue dicho por los antiguos.' No dice: 'Habéis leído en la ley de Moisés,' ni 'fue escrito y habéis leído.' Esto es significativo en este sentido. Quizá la mejor manera de explicarlo es con una ilustración. La situación de los judíos en tiempo de nuestro Señor era muy semejante a la de la gente de este país antes de la Reforma Protestante. Recuerdan que en ese tiempo no se traducían las Escrituras al inglés, sino que se leían domingo tras domingo en latín a gente que no entendía latín. El resultado fue que para conocer la Biblia la gente dependía por completo de los sacerdotes que se la leían y que pretendían explicársela. No podían leerla por sí mismos para comprobar lo que oían los domingos desde el pulpito. Lo que la Reforma Protestante hizo, en un sentido, fue poner la Biblia en manos de la gente. Les permitió leerla por sí mismos, y comprobar la enseñanza falsa y las explicaciones erróneas del evangelio que se les habían dado.
La situación de nuestro Señor fue muy parecida. Los hijos de Israel durante el cautiverio en Babilonia habían olvidado la lengua hebrea. Cuando regresaron, y por mucho tiempo después, hablaban arameo. No conocía lo suficiente el hebreo como para leer la ley de Moisés tal como aparecía en las Escrituras que poseían en hebreo. La consecuencia fue que para conocer la ley dependían de la enseñanza de los escribas y fariseos. Nuestro Señor, por tanto, les dice con razón, 'Oísteis,' o 'Esto es lo que habéis venido oyendo; esto es lo que se os ha dicho; esta es la predicación que habéis escuchado en las sinagogas.' La consecuencia fue que lo que esa gente creía que era la ley no lo era en absoluto, sino lo que de ella explicaban los escribas y fariseos. Consistía sobre todo de varias interpretaciones y tradiciones que se habían ido agregando a la ley a lo largo de los siglos, y por ello era indispensable que se les explicara a esa gente lo que la ley sí enseñaba y decía. Los escribas y fariseos le habían añadido sus propias interpretaciones, y resultaba casi imposible en ese tiempo decir qué era ley y qué interpretación. Una vez más la analogía de lo que sucedía en este país antes de la Reforma nos ayudará a ver la situación exacta. La enseñanza de la Iglesia Católica antes de la Reforma Protestante era una interpretación falsa del evangelio de Jesucristo. Decía que había que creer en los sacramentos para salvarse, y que fuera de la Iglesia y aparte del sacerdocio no había salvación. Así se enseñaba la salvación. La tradición y diferentes añadiduras habían desfigurado el evangelio. El objetivo de nuestro Señor, como creo veremos al examinar estos ejemplos, fue mostrar con exactitud lo que había sucedido con la ley de Moisés como consecuencia de la enseñanza de los escribas y fariseos. Por ello quiere aclarar bien lo que decía la ley. Este es el primer principio que hemos de tener presente.
Luego debemos examinar también esta otra afirmación extraordinaria: Tero yo os digo.' Estamos, desde luego, frente a una de las afirmaciones
más cruciales respecto a la doctrina de la Persona del Señor Jesucristo. Como ven, no vacila en presentarse a sí mismo como autoridad. Es obvio también que tiene un significado especial con relación a la afirmación anterior. Si uno adopta el punto de vista de que 'por los antiguos' significa la ley de Moisés, entonces uno se ve más o menos obligado a creer que nuestro Señor dijo, 'La ley de Moisés decía . . . pero yo digo. . .,' lo cual indicaría que corrige la ley de Moisés. Pero no es así. Dice más bien, 'Os interpreto la ley de Moisés, y esta interpretación mía es la verdadera y no la de los escribas y fariseos.' Todavía dice más. Parece que dice lo siguiente: 'El que os habla es el autor de la ley de Moisés; yo se la di a Moisés, y sólo yo, por tanto, la puedo interpretar de verdad.' Como ven no vacila en arrogarse una autoridad única. Pretende hablar como Dios. Considera a la ley de Moisés como algo que no pasará, ni siquiera una jota ni una tilde de la misma, pero con todo no vacila en afirmar, 'Pero yo os digo.' Se arroga la autoridad de Dios; y esto, desde luego, es lo que se dice de él en los cuatro Evangelios y en todo el Nuevo Testamento. Es de importancia vital, pues, que nos demos cuenta de la autoridad con que nos llegan tales palabras. No era un simple maestro ni un simple hombre; no era un simple comentarista de la ley ni otro escriba o fariseo, ni tampoco un simple profeta. Era infinitamente más que eso, era el Hijo de Dios encarnado que presentaba la ley de Dios. Podríamos dedicar mucho tiempo a explicar esta expresión, pero confío en que la veamos clara y estemos de acuerdo en lo dicho. Todo lo que tenemos en este Sermón del Monte debe aceptarse como procedente del Hijo de Dios mismo. Por esto nos hallamos frente a Este hecho estupendo de que en este mundo temporal el mismo Hijo de Dios ha estado entre nosotros; y aunque vino a semejanza de carne de pecado, habla sin embargo con esta autoridad divina; cada una de sus palabras es de importancia crucial para nosotros.
Esto nos conduce al análisis de lo que de hecho dijo. Es importante que estudiemos la afirmación en conjunto antes de pasar a considerar los detalles de la misma. Dejemos de una vez por siempre de lado la idea de que nuestro Señor vino para dar una ley nueva, para proclamar un código ético nuevo. Cuando examinemos las afirmaciones concretas veremos que muchos han caído en tal error. Hay quienes no creen en la divinidad única del Señor Jesucristo ni en su expiación, ni le dan culto como Señor de gloria, aunque dicen que creen en el Sermón del Monte porque en él encuentran un código ético para su propia vida y para el mundo. Así, dicen, habría que vivir la vida. Por esto subrayo los principios a fin de que veamos que considerar así el Sermón del Monte es desvirtuar su verdadero propósito. No pretende ser un código ético detallado; no es una clase nueva de ley moral lo que Jesucristo promulgó. Es probable que muchos en su tiempo lo consideraran así, porque a menudo dice algo así: 'He venido para instaurar un nuevo reino. Soy el primero de una nueva raza de gente, el primogénito entre muchos hermanos; y aquellos de quienes soy Cabeza serán de una cierta clase e índole, gente que, por conformarse a esa descripción, se comportarán de un cierto modo. Pues bien, quiero datos algunas ilustraciones de cómo se van a comportar.'
Esto dice nuestro Señor, y por esto se preocupa más por los principios que por los ejemplos. Si tomamos, pues, las ilustraciones y las convertimos en ley estamos negando lo que El quiso hacer. Ahora bien, es característico de la naturaleza humana que siempre prefiramos las cosas desmenuzadas y no en principios. Por esto ciertas formas de religión siempre tienen éxito. Al hombre natural le gusta que le den una lista concreta; luego le parece que, si se atiene a la misma, todo irá bien. Pero esto no es posible en el caso del evangelio; no es posible en absoluto en el reino de Dios. Esa fue en parte la situación en la Antigua Dispensación, e incluso en ese caso los escribas y fariseos lo llevaron demasiado lejos. Pero no es para nada así en la Dispensación del Nuevo Testamento. Sin embargo, todavía nos gusta eso. Es mucho más fácil, ¿verdad?, pensar Cuaresma durante seis semanas del año, que vivir en función de un principio, que exige que se aplique en la santidad en función de la observancia de la todos los días. Siempre nos gusta tener un conjunto de normas y reglas rutinarias. Por esto insisto en este punto. Si se toma el Sermón del Monte con estas seis afirmaciones detalladas y se dice, 'Con tal de que no cometa adulterio —y así sucesivamente— todo va bien,' no ha comprendido uno para nada lo que nuestro Señor quiere decir. No es un código ético. Quiere esbozar un cierto estilo de vida, y viene a decirnos, 'Ved, os ilustro esa clase de vida; así hay que vivir.' Debemos, pues, asimilarnos el principio sin convertir en ley las ilustraciones concretas.
Dicho en otras palabras. El que se encuentra en el ministerio ha de dedicar mucho tiempo a contestar preguntas de la gente que espera que el ministro les dé respuestas concretas para problemas concretos. En la vida nos encontramos con ciertos problemas, y hay gente que siempre parece desear respuestas detalladas de tal suerte que cuando se encuentra ante un problema concreto, no tenga que hacer otra cosa más que acudir al libro de texto en busca de la solución y seguros de encontrarla.
Los tipos de religión como la católica sirven para esto. Los casuistas de la Edad Media, a los que ya hemos mencionado, esos llamados doctores de la Iglesia, habían pensado acerca de todos los problemas morales y éticos que se le podían presentar al cristiano en este mundo, habían hallado las soluciones y las habían codificado hasta convertirlas en normas y reglas. Cuando uno está ante una dificultad, recurre de inmediato a la autoridad y encuentra la respuesta apropiada. Hay personas que siempre anhelan algo así en la vida espiritual. La respuesta final en el caso suyo en función de este Sermón se puede formular así. El evangelio de Jesucristo no nos trata así. No nos trata como a niños. No es otra ley, sino algo que nos da vida. Establece ciertos principios y nos pide que los apliquemos. Su enseñanza básica es que se nos da una perspectiva y comprensión nuevas que debemos aplicar a todos los detalles de la vida. Por esto el cristiano, en un sentido, siempre está pasando la maroma. No posee reglas definitivas; en lugar de ello aplica este principio central a cada situación que se presenta.
Hay que decir todo esto a fin de poner de relieve este punto. Si tomamos las seis afirmaciones que nuestro Señor hizo en función de la fórmula 'Oísteis" y Tero yo os digo,' veremos que el principio que utiliza es exactamente el mismo en cada caso. En uno trata de la moralidad sexual, en el siguiente del homicidio y en el otro del divorcio. Pero el principio es siempre el mismo. Nuestro Señor como Maestro sabía que es importante ilustrar un principio, y por ello da seis ejemplos de una verdad. Veamos ahora este principio común que se encuentra en los seis ejemplos, de modo que cuando pasemos a estudiar cada uno de los ejemplos podamos tenerlo bien presente. El deseo básico de nuestro Señor era mostrar el significado y la intención verdaderos de la ley, y corregir las conclusiones erróneas que los escribas y fariseos habían sacado de ella y todas las nociones falsas que se habían basado en ella. Estos, me parece, son los principios.
Primero, lo que sobre todo cuenta es el espíritu de la ley, no la letra solamente. La ley no tenía que ser algo mecánico, sino vivo. El problema de los fariseos y de los escribas era que se concentraban sólo en la letra; pero con exclusión del espíritu. Es un tema importante el de esta relación entre forma y contenido. El espíritu es siempre algo que ha de tomar forma, y ahí nacen las dificultades. El hombre siempre se fija más en la forma que en el contenido; en la letra más que en el espíritu. Recuerden que el apóstol Pablo insiste en esto en 2 Corintios donde dice: 'La letra mata, mas el espíritu vivifica,' y su pensamiento principal en ese capítulo es que Israel pensaba tanto en la letra que había perdido el espíritu. El propósito exclusivo de la letra es dar cuerpo al espíritu; y el espíritu es lo que realmente importa, no la simple letra. Tomemos, por ejemplo, la cuestión del homicidio. Los escribas y fariseos creían que habían cumplido la ley a la perfección si no mataban de hecho a nadie. Pero con ello no entendían para nada el espíritu de la ley, el cual es que no solamente no tengo que matar literalmente a nadie, sino que mi actitud respecto a los demás ha de ser justa y amorosa. Lo mismo se puede decir de las otras ilustraciones. El simple hecho de que uno no cometa adulterio en un sentido físico, no quiere decir que uno haya observado la ley. ¿Qué espíritu se tiene? ¿Qué desea uno al mirar, y así sucesivamente? El espíritu, y no la letra, cuenta.
Es evidente, pues, que si confiamos en la letra entenderemos mal la ley. Déjenme insistir en que esto se aplica no sólo a la ley de Moisés, sino todavía más, en un sentido, al Sermón del Monte. Hay quienes, hoy día, tienen una idea tal del Sermón del Monte que desvirtúa su espíritu. Cuando examinemos los detalles lo veremos. Tomemos, por ejemplo, la actitud de los cuáqueros respecto al juramento. Han tomado la letra en forma literal y con ello, creo, no sólo han negado el espíritu sino que incluso han hecho que la afirmación de nuestro Señor parezca ridícula. Hay otros que hacen lo mismo con el volver la otra mejilla, con el dar al que nos pide, ridiculizando toda la enseñanza porque no viven sino la letra, en tanto que lo que nuestro Señor subraya es la importancia primaria del espíritu. Esto no quiere, desde luego, decir que la letra, no importe; pero sí significa que debemos colocar antes el espíritu e interpretar la letra según el espíritu.
Tomemos ahora el segundo principio, que no es sino otra forma de expresar el primero. La conformidad a la ley no hay que considerarla sólo en función de hechos. Los pensamientos, motivos y deseos son igualmente importantes. La ley de Dios se ocupa tanto de lo que conduce a los hechos como de los hechos mismos. Esto no quiere decir, claro está, que los hechos no importan; quiere decir bien claramente que no importan solamente los hechos. Esto debería ser un principio obvio. Los escribas y fariseos se preocupaban tan sólo del acto de adulterio o del acto de homicidio. Pero nuestro Señor se esforzó en subrayarles que lo que en última instancia es de verdad reprensible ante Dios es el deseo en el corazón y mente del hombre que lo conduce a hacer estas cosas. Muy a menudo repitió esto, que los malos pensamientos y malas acciones proceden del corazón. Lo que importa es el corazón del hombre. Por esto no hay que pensar en esta ley de Dios y en agradar a Dios sólo en función de lo que hacemos o dejamos de hacer; es la actitud interna lo que Dios tiene siempre en cuenta. 'Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación' (Le. 16:15).
El siguiente principio se puede formular así. Hay que pensar en la ley no sólo en forma negativa, sino también en forma positiva. El propósito último de la ley no es sólo impedir que hagamos ciertas cosas que son malas; su verdadero objetivo es guiarnos en forma positiva, no sólo para que hagamos lo que es bueno, sino también para amarlo. Volvemos a estar frente a algo que se ve con claridad en esas seis ilustraciones. Todo el concepto judío de la ley era negativo. No debo cometer adulterio. No debo cometer homicidio, y así sucesivamente. Pero nuestro Señor siempre subraya que lo que Dios realmente quiere es que amemos la justicia. Deberíamos tener hambre y sed de justicia, no sólo tratar de evitar lo malo en forma negativa.
No creo que sea necesario que me detenga a demostrar lo pertinentes que son estos puntos para nuestra situación actual. Por desgracia, sin embargo, todavía hay quienes piensan en la santidad y santificación en este sentido puramente mecánico. Piensan que, con tal de que no se hagan reos de embriaguez, de jugar o ir al cine y al teatro, todo va bien. Su actitud es puramente negativa. No parece importar que uno sea envidioso, celoso y rencoroso. El hecho de que esté uno lleno de orgullo parece no importar con tal de que uno no haga ciertas cosas. Ese fue el problema de los escribas y fariseos quienes pervirtieron la ley de Dios al considerarla como algo puramente negativo.
El cuarto principio es que el propósito de la ley tal como Cristo lo propone, no es mantenernos en un estado de obediencia a normas opresoras, sino fomentar el libre desarrollo de nuestra vida espiritual. Esto es de importancia vital. No debemos pensar en la vida santa, en el camino de santificación, como algo áspero y gravoso que nos coloca en un estado de servidumbre. En absoluto. La posibilidad gloriosa que nos ofrece el evangelio de Cristo es que nos desarrollemos como hijos de Dios, creciendo 'a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.' 'Sus mandamientos,' escribe Juan en su primera Carta, 'no son gravosos.' De modo que si ustedes y yo consideramos la enseñanza ética del Nuevo Testamento como algo que nos paraliza, si pensamos en ella como en algo estrecho y que restringe, significa que no la hemos entendido. El propósito del evangelio es conducirnos a 'la libertad gloriosa de los hijos de Dios,' y estos preceptos específicos no son más que ejemplos concretos de cómo podemos llegar a ello y disfrutarlo.
Esto, a su vez, nos conduce al quinto principio que es que la ley de Dios, y todas estas instrucciones éticas de la Biblia, nunca deben considerarse como un fin en sí mismas. Nunca debemos pensar en ellas como algo, con lo que tenemos que tratar de conformarnos. El objetivo último de todas estas enseñanzas es que ustedes y yo podamos llegar a conocer a Dios. Ahora bien, estos escribas y fariseos (y el apóstol Pablo dice que también él antes de convertirse) pusieron, por así decirlo, los Diez Mandamientos y la ley moral en un marco y lo colgaron en la pared; considerándolos en esa forma negativa y limitada decían: 'Bien, pues; no soy reo de nada de esto y, por lo tanto, todo va bien. Soy justo, y todo va bien entre Dios y yo.' Consideraban la ley como algo en sí misma. La codificaron de este modo, y con tal que cumplieran con ese código decían que todo estaba bien. Según nuestro Señor, esta es una idea falaz de la ley. La prueba a la que uno ha de someterse siempre a sí mismo es ésta, '¿En qué relación estoy con Dios? ¿Lo conozco? ¿Le agrado?' En otras palabras, al examinarse antes de acostarse, no se pregunta uno sólo si ha cometido adulterio u homicidio, o si uno ha sido culpable de tal o cual cosa, y caso de que no, dar gracias a Dios porque todo va bien. No. Uno se pregunta más bien, '¿Ha ocupado Dios el primer puesto en mi vida hoy? ¿He vivido para su honor y gloria? ¿Lo conozco mejor? ¿Tengo celo por su honor y gloria? ¿Ha habido algo en mí que no se haya asemejado a Cristo — pensamientos, imaginaciones, deseos, impulsos?' Esta es la forma. En otras palabras, uno se examina a la luz de una Persona viva y no en función sólo de un código mecánico de normas y reglas. Y así como no hay que considerar a la ley como un fin en sí misma, tampoco hay que considerar así el Sermón del Monte. Son simplemente instrumentos que tienen como fin conducirnos a esa relación auténtica y viva con Dios. Debemos tener siempre cuidado, pues, de que no hagamos con el Sermón del Monte lo que los escribas y fariseos hicieron con la antigua ley moral. Estos seis ejemplos que nuestro Señor escogió no son sino ilustraciones de principios. Lo que importa es el espíritu y no la letra; son la intención, el objetivo y propósito lo importante. Lo que hay que evitar por encima de todo en nuestra vida cristiana es esta tendencia fatal a vivir la vida cristiana aparte de una relación directa, viva y genuina con Dios.


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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