CAPITULO XLVII
Juicio y Discernimiento Espirituales

En Mateo 7:6 nuestro Señor concluye lo que ha venido diciendo respecto al tema difícil y complejo del castigo. Algunas versiones colocan este versículo en párrafo especial, pero me parece que no está bien. No es una afirmación independiente sin conexión con lo que la antecede. Es más bien la conclusión de este tema, la afirmación final.
Es una afirmación extraordinaria que generalmente produce gran sorpresa en la gente. Nuestro Señor nos ha estado diciendo en la forma más solemne, que no juzguemos, y que debemos quitar la viga de nuestro propio ojo antes de empezar a pensar acerca de la paja que está en el ojo del hermano; nos ha estado advirtiendo que seremos juzgados con el mismo juicio con que juzgamos. Entonces de repente dice, "No deis lo santo a los perros, no echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen". Parece incongruente; se manifiesta como una contradicción total de todo lo que hemos venido examinando. Y sin embargo, si nuestra exposición de los cinco primeros versículos ha sido adecuada, no sorprende para nada; antes bien, se sigue como corolario casi inevitable. Nuestro Señor nos dice que no debemos juzgar en el sentido de condenar, pero aquí nos recuerda que eso no es todo respecto a ese asunto. Para poder alcanzar un equilibrio adecuado y para que la afirmación respecto a este asunto sea completa, es esencial esta observación ulterior.
Si nuestro Señor hubiera concluido la enseñanza con esos cinco primeros versículos, hubiera conducido sin duda a una posición falsa. Las personas hubieran tenido tanto cuidado en evitar el terrible peligro de juzgar en ese sentido malo que no hubieran ejercitado discernimiento ni juicio ninguno. No habría eso que se llama disciplina en la iglesia; y la vida cristiana, en su totalidad, sería caótica. No habría cosa como el denunciar la herejía y emitir juicio sobre la misma. Porque todo el mundo tendría tanto miedo de juzgar al hereje, que cerraría los ojos ante la herejía, y el error se iría introduciendo en la iglesia todavía más de lo que lo ha hecho. Así pues nuestro Señor pasa a hacer esta afirmación, y no podemos por menos, una vez más, de sentirnos impresionados ante el equilibrio maravilloso de la enseñanza bíblica, ante su perfección asombrosa. Por eso, nunca me canso de señalar que el estudio detallado y microscópico de cualquier porción de la Escritura suele ser mucho más provechosa que la visión telescópica de toda la Biblia, porque si uno hace un estudio meticuloso de cualquier sección, encuentra en algún momento todas las grandes doctrinas. Así lo hemos hecho en este examen del Sermón del Monte. Muestra la importancia de examinar los detalles, de prestar atención a todo, porque al hacerlo así, descubrimos este equilibrio maravilloso que se encuentra en la Biblia. Llegamos a extremos y perdemos el equilibrio porque somos reos de aislar afirmaciones en lugar de tomarlas en el contexto en que se encuentran. Por olvidar esta añadidura a la enseñanza de nuestro Señor acerca de juzgar, tantas personas muestran falta de discernimiento y están listas a alabar y recomendar cualquier cosa que se les presenta y que pretende vagamente ser cristiano. Dicen que no debemos juzgar. Esa posición se considera como propia de un espíritu amistoso y caritativo, y por ello tantas personas caen en errores graves y sus almas inmortales corren grandes riesgos. Pero todo esto se puede evitar si tomamos la Biblia como es, y recordamos que en ella siempre se encuentra el equilibrio perfecto.
Tomemos esta afirmación que parece, al examinarla superficialmente, tan sorprendente, después de lo que nuestro Señor ha venido diciendo. ¿Cómo reconciliamos estas dos cosas? La respuesta simple es que, en tanto que nuestro Señor nos exhorta a que no seamos hipercríticos, nunca nos dice que no discernamos. Hay una diferencia absoluta entre estas dos cosas. Lo que tenemos que evitar es la tendencia a censurar, a condenar a las personas, a convertirnos en jueces finales y a emitir pronunciamientos respecto a las personas. Pero esto, desde luego, es muy diferente que ejercitar el espíritu de discernimiento, al cual la Biblia nos exhorta continuamente. ¿Cómo podemos nosotros 'probar a los espíritus', cómo podemos, tal como se nos exhorta más adelante, 'guardarnos de los faltos profetas', si no ejercitamos nuestro juicio y discernimiento? En otras palabras, tenemos que reconocer el error, pero tenemos que hacerlo, no para condenar, sino para ayudar. Y ahí es donde encontramos el eslabón que une esta afirmación con la que la precede. Nuestro Señor se ha venido ocupando del asunto de ayudar a nuestros hermanos a eliminar la paja que tienen en el ojo. Si queremos hacerlo de una manera adecuada, entonces, claro está, debemos poseer espíritu de discernimiento. Tenemos que saber reconocer las pajas y vigas, y discernir entre persona y persona.
Nuestro Señor pasa ahora a instruirnos sobre la cuestión general del trato con la gente, del discernimiento entre persona y persona. Y lo hace con estas palabras: "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen!' ¿Qué quiere decir con esto? Obviamente, se refiere a la verdad, que es santa, y que ha sido comparada con las perlas. ¿Qué es eso santo, esta perla a la que se refiere? Es evidentemente el mensaje cristiano, el mensaje del reino, lo mismo que está tratando en este sermón incomparable. ¿Qué quiere decir, pues? ¿Se nos exhorta acaso a no presentar la verdad cristiana a los no creyentes? ¿Qué clase de personas pueden ser esas que se describen como perros y cerdos? ¡Qué terminología tan extraordinaria usa!
En Palestina no se consideraba al perro como lo hacemos nosotros; se alimentaba de la basura de las calles, y su mismo nombre era palabra de oprobio; no era el animal doméstico al que estamos acostumbrados, sino animal fiero y peligroso, medio salvaje. Y los cerdos en la sociedad judía representaban a todo lo impuro y excluido de la sociedad.
Y estos son los dos términos que nuestro Señor emplea para enseñarnos cómo discernir entre persona y persona. Hemos de reconocer que hay una clase de personas que, respecto a la verdad, se pueden describir como 'perros' o como pertenecientes a los 'cerdos'. "¿Quiere decir — pregunta alguien— que ésta ha de ser la actitud del cristiano respecto al no creyente, respecto a los que están fuera del reino?" Claro que no puede querer decir esto, por la simple razón de que nunca se podría convertir a los inconversos si no se les presenta la verdad. Nuestro Señor mismo predicó a esas personas. Envió a sus discípulos y apóstoles a predicarles, envió al Espíritu Santo sobre la iglesia primitiva para que pudiera testificar y predicar la verdad ante ellos. De modo que es evidente que no puede querer decir esto.
¿Qué quiere decir, pues? La mejor forma de enfocar el problema es verlo ante todo a la luz de la práctica misma de nuestro señor. ¿Qué hizo Él? ¿Cómo puso en práctica esta enseñanza específica? La respuesta de la Biblia es que discernió claramente entre persona y persona. Si uno lee los cuatro evangelios, verá que no trató a dos personas exactamente de la misma forma. En lo fundamental es lo mismo, pero en la superficie es diferente. Tomemos la forma en que trató a Natanael, y a Nicodemo y a la mujer de Samaria. De inmediato ve uno ciertas diferencias. Examinemos la diferencia total de su modo y método al enfrentarse con los fariseos y al hacerlo con los publícanos y pecadores. Veamos la diferencia en su actitud respecto a los fariseos orgullosos y engreídos y hacia la mujer sorprendida en pecado. Pero quizá una de las mejores ilustraciones es la que encontramos en Lucas 23. Cuando Pilato lo interrogó, nuestro Señor contestó. Cuando le examinó Herodes, que debía conocer mejor las cosas, y que estaba guiado por una curiosidad morbosa y enfermiza y estaba buscando señales y maravillas, no le respondió nada, simplemente no le dirigió la palabra (ver versículos 3 y 9). Vemos, pues, que nuestro Señor al tratar con distintas personas en relación con la misma verdad, los trató de modo diferente y ajustó su forma de enseñar a la persona. No cambió la verdad, sino el método específico de presentación, y esto es lo que se encuentra al leer los cuatro evangelios.
Luego, cuando uno pasa a la práctica de los apóstoles, encuentra que hicieron precisamente lo mismo que su Se¬ñor, y pusieron en práctica el mandato que les da aquí. Tomemos, por ejemplo, la afirmación de Hechos 13:46, cuando Pablo estaba predicando en Antioquia de Pisidia y se encontró con los celos, envidia y oposición de los judíos. Leemos que Pablo y Bernabé con valentía dijeron, "A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios, mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles:' Pablo ya no les va a predicar más; ya no va a seguir presentándoles estas cosas santas. Y encontramos exactamente lo mismo en su conducta en Corinto. Esto es lo que leemos en Hechos 18:6: "Pero oponiéndose y blasfemando éstos, les dijo, sacudiéndose los vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza; yo, limpio; desde ahora me iré a los gentiles!' He aquí, como vemos, personas a las que les ha sido presentada la verdad; personas que hicieron precisamente lo que nuestro Se¬ñor había profetizado. Como perros y cerdos, se opusieron, blasfemaron y pisotearon la verdad. La reacción del apóstol es apartarse de ellos; ya no les vuelve a presentar el evangelio. Vuelve la espalda a los judíos, quienes con esa conducta rechazan la verdad y muestran su incapacidad para valorarla; Pablo se vuelve a los gentiles y se convierte en su gran apóstol.
He ahí, me parece, la forma justa de enfocar esta afirmación, que a primera vista resulta algo desorientadora. Pero no podemos contentarnos con esto. Prosigamos con la exposición más en detalle, porque debemos recordar que esta afirmación se hizo para nosotros. No es algo que fue pertinente sólo para ese tiempo concreto, o para algún reino futuro. Hemos visto que va dirigida, al igual que todo el Sermón del Monte, a los cristianos de hoy y en consecuencia es una exhortación que se nos hace. Se nos dice: "No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen!' ¿Cómo interpretamos esto? ¿Qué significa para nosotros?
Primero y sobre todo, quiere decir que debemos reconocer los diferentes tipos y personas, y que debemos aprender a discernir entre ellos. No hay nada tan trágico y antibíblico como el testificar a los demás en forma mecánica. Hay cristianos que son reos de esto. Dan testimonio, pero lo hacen en una forma totalmente mecánica. Nunca piensan en la persona con la que tratan; nunca tratan de evaluarla ni de descubrir exactamente en qué posición está. Fallan completamente en poner en práctica esta exhortación. Presentan la verdad exactamente en la misma forma a todos y cada uno. Aparte del hecho de que su testimonio suele ser bastante inútil, y de que lo único que consiguen es un gran sentimiento de autocomplacencia, ese testimonio es totalmente antibíblico.
No hay mayor privilegio en la vida que ser testigo de Jesucristo. Según entiendo, en nuestros días, los que quieren ser vendedores de comercio tienen que asistir a un curso de entrenamiento en la psicología de la venta. Se considera necesario e importante para vender una mercancía específica, conocer algo acerca de la gente. Deben saber cómo acercarse a la gente. Somos todos muy diferentes, y en consecuencia la misma cosa debe presentarse en forma diferente a personas distintas. Aunque la mercancía es la misma, han descubierto que es importante que el vendedor sepa algo acerca de la gente y de la psicología de las ventas. No nos corresponde a nosotros juzgar si un curso así es necesario o no, pero sí podemos utilizar esto para subrayar el hecho de que el Nuevo Testamento siempre ha enseñado la necesidad de la preparación. ¡No es que necesitemos un curso de psicología! No; pero sí necesitamos conocer nuestro Nuevo Testamento. Si lo conociéramos sabríamos que las personas son todas diferentes; y si deseamos de verdad ganar almas, y no sólo dar nuestro testimonio, entonces caeremos en la cuenta de la importancia que tiene discernir y comprender. No debemos decir, "Bueno, yo soy así, es mi temperamento, y así es como hago las cosas!' No; con el apóstol Pablo debemos hacernos 'todos a todos' a fin de poder salvar a algunos. Al judío se hizo judío, al gentil se hizo gentil, a los que estaban bajo la ley se hizo como bajo la ley, precisamente con este propósito.
Éste es el primer punto, y debemos estar de acuerdo en que a menudo hemos caído en esta trampa respecto al dar testimonio. Tiende a hacerse mecánico, y quizá incluso nos sentimos casi complacidos cuando alguien se comporta con nosotros como el perro y el cerdo, porque entonces sentimos que hemos sido perseguidos por Cristo, cuando en realidad no ha sido así, sino simplemente que no hemos conocido bien la Biblia y no hemos dado testimonio en la forma adecuada.
El segundo principio es que debemos no sólo aprender a distinguir entre diferentes tipos de personas; también debemos volvernos expertos en saber qué ofrecer a cada tipo. Uno no trata a un Herodes y a un Pilatos exactamente de la misma manera; se contesta a las preguntas de un Pilato, pero no se le dice nada a un Herodes. Debemos ver a las personas tal cual son y ser sensibles a ellas. Hemos sacado la viga de nuestro ojo, nos hemos librado de todo lo que es espíritu de censura, y estamos realmente preocupados por ayudar a los demás. Según ese espíritu, tratemos precisamente de encontrar lo adecuado para esa persona. Es curioso darse cuenta de cuan fácilmente nos volvemos esclavos de las palabras. He conocido personas que, cuando predican acerca del texto de hacerse 'pescadores de hombres', tienen siempre mucho cuidado en decir que debemos saber qué cebo usar; pero cuando llegan a un texto como éste, parecen olvidar que se aplica el mismo principio, y que también es cierto aquí. Debemos saber qué es apropiado para cada persona en cada situación específica. Esta es una de las razones del por qué es difícil que un recién convertido sea un buen testigo. Podemos entender más claramente, a la luz de este principio, por qué Hablo dice que no hay que darle a ningún recién convertido una posición prominente en la iglesia. ¡Cuánto nos hemos apartado del Nuevo Testamento en nuestra práctica! Tenemos la tendencia de imponer las manos en el recién convertido e inmediatamente colocarlo en alguna posición destacada. Pero la Biblia nos dice que no se debe empujar a ningún hombre de inmediato a la prominencia. ¿Por qué? En parte, por esta razón, porque el recién convertido quizás no sea experto en las cosas que estamos examinando. Nuestro tercer principio es que deberíamos ser muy cuidadosos en cuanto a la forma en que presentamos la verdad. Aparte de la verdad misma, el método de presentación debe variar de persona a persona. Debemos aprender a evaluar a las personas. Para algunos ciertas cosas resultan ofensivas aunque no lo sean para otros. Debemos tener cuidado en no presentar la verdad en una forma que pueda resultar ofensiva para ninguna clase de persona. Por ejemplo, ir a cualquier no creyente y decirle, "¿es usted salvo?" no es el método bíblico. Hay un cierto tipo de personas que, si se les dice eso se ofenderán, y no se dejarán conducir a la verdad. El efecto de una pregunta tal sobre esta persona será producir la respuesta que nuestro Señor describe, la reacción del perro y del cerdo, el pisotear y el destrozar, la blasfemia y la maldición. Y debemos tener siempre cuidado en no dar pie a nadie para que blasfeme o maldiga. Hay quienes, desde luego, lo harán por perfecto que sea nuestro método. Entonces no somos responsables y podemos decir con Pablo, "Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza!' Pero, si nosotros somos responsables de la ofensa, que Dios tenga misericordia de nosotros. El que predica la verdad puede hacerse reo de predicarla de una forma indigna. Ninguno de nosotros deber ser nunca causa de antagonismo; siempre debemos predicar la verdad en amor, y si ofendemos, debe ser siempre 'la ofensa de la cruz', y no algo ofensivo que haya en el predicador. Esto es lo que estaba enseñando nuestro Señor. Hay un último principio bajo este encabezamiento. Es que debemos aprender a conocer qué aspecto específico de la verdad es más apropiado en casos concretos. Esto significa que en el caso de un no creyente nada debemos presentarle sino la doctrina de la justificación por fe. Nunca hay que discutir otras doctrinas con el no creyente. A menudo deseará hacerlo, pero no debemos permitirlo. El relato que se encuentra en Juan 4 acerca de la entrevista de nuestro Señor con la mujer de Samaria es una ilustración perfecta a este respecto. La mujer deseaba discutir varios aspectos, tales como el Ser de Dios, cómo y dónde dar culto, y las diferencias que separaban a judíos de samaritanos. Pero nuestro Señor no lo permitió. Constantemente recondujo la conversación hacia ella misma, hacia su vida pecadora, hacia su necesidad de salvación. Y nosotros debemos hacer lo mismo. Discutir con alguien que no es creyente la elección y predestinación, y las grandes doctrinas de la iglesia, y la necesidad actual de la iglesia, es obviamente erróneo. El hombre que no ha nacido de nuevo no puede entender estas otras doctrinas y por consiguiente no hay que examinarlas con él. Nosotros somos quienes hemos de decidir qué queremos discutir con él.
Pero esto se aplica no sólo a los no creyentes; se aplica también a los creyentes. Pablo dice a la iglesia de Corinto que no les puede dar alimento sólido; disponía de él, pero no podía dárselo porque eran todavía niños. Dice que tenía que alimentarlos con leche porque todavía no estaban preparados para la carne. "Hablamos sabiduría", dice "entre los que han alcanzado madurez!' Ofrecer esta sabiduría perfecta de Dios al que es niño en su entendimiento espiritual resulta obviamente ridículo, y en consecuencia se espera que ejerzamos este discernimiento en todas las direcciones. Si queremos ser realmente testigos y presentadores de la verdad, debemos prestar atención a estas cosas.
Ahora deberíamos sacar algunas deducciones generales de todas estas consideraciones. Si consideramos las implicaciones de este versículo se verá que son de suma importancia. ¿Se percata el lector, a primera vista, de la primera implicación obvia? No hay otra afirmación en la Biblia que nos dé como este versículo un cuadro más terrible del efecto devastador del pecado en el hombre. El efecto del pecado y del mal sobre el hombre como resultado de la Caída es hacernos, con relación a la verdad de Dios, perros y cerdos. Éste es el efecto del pecado en la naturaleza del hombre; le da un antagonismo hacia la verdad. "La mente carnal", dice el apóstol Pablo, "es enemistad contra Dios", la naturaleza del perro y del cerdo. El pecado hace que el hombre odie a Dios y, también, como dice Pablo en Tito 3:3, "aborrecibles (o llenos de odio), y aborreciéndonos unos a otros". Sí, aborrecedores de Dios y seres que "no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden". Enemigos y extraños, excluidos del reino, en enemistad con Dios. ¡Qué cosa tan terrible es el pecado! Se pueden ver las mismas reacciones en el mundo de hoy. Se presenta la verdad a ciertas personas y se enredan con ella. Se les habla acerca de la sangre de Cristo, y se ríen y hacen chistes, y la escupen. Esto es lo que el pecado hace en el hombre. Esto es lo que hace a su naturaleza; así es como afecta su actitud hacia la verdad. Es algo que penetra en las honduras más vitales del ser del hombre, y lo convierte en alguien que no solamente odia a Dios sino que se opone completamente a Dios, a la pureza, a la santidad, a la verdad. Pongo en relieve esto porque me parece que todos somos culpables. Cuando tratamos con otros, a menudo no nos damos cuenta de su verdadera condición. Tendemos a volvernos impacientes con las personas que no se hacen cristianos de inmediato. No vemos que están hasta tal punto bajo el dominio del pecado y de Satanás, son tan víctimas del demonio, están tan pervertidos e interiormente contaminados —esta es la palabra— por el pecado, que están realmente, en un sentido espiritual, en esta condición de perros o cerdos. No pueden apreciar lo que es santo, no le dan ningún valor a las perlas espirituales; incluso Dios mismo les resulta odioso. Si no comenzamos dándonos cuenta de esto, nunca podremos ayudarles. Y al darnos cuenta de la verdad sobre ellos, comenzaremos a entender por qué nuestro Señor tuvo tanta compasión por el pueblo, y por qué sintió tanta piedad en el corazón al contemplarlos. Nunca podremos ayudar realmente a nadie a no ser que tengamos el mismo espíritu y mente en nosotros, y nos demos cuenta de que en un sentido, no pueden evitar ser como son. Necesitan una nueva naturaleza, deben nacer de nuevo. ¿Es el Sermón del Monte sólo una enseñanza legal para unos judíos en el futuro? ¡Jamás, jamás, desechemos esta sugerencia! Aquí tenernos la doctrina que conduce directamente a la gracia de Dios; sólo el nuevo nacimiento puede capacitar al hombre para apreciar y recibir la verdad. Muertos en transgresiones y pecados, debemos ser reavivados por el Espíritu Santo antes de poder responder genuinamente a la instrucción divina. Se ve, pues, la cantidad de doctrinas profundas que están ocultas en este solo texto.
Luego hay un segundo aspecto; la naturaleza de la verdad. Nos hemos ocupado de ello hasta cierto punto, y por tanto bastará una referencia superficial ahora. La verdad es muy variada, la verdad tiene una plenitud. No es siempre exactamente la misma; hay variedades diferentes, como la leche y la carne. Hay verdades en la Escritura que son apropiadas para el principiante; pero, como dice el autor de la carta a los Hebreos, nosotros también "vamos adelante a la perfección". Parece decir, "No queremos volver otra vez atrás para echar un fundamento de primeros principios; eso deberíamos darlo por sentado. Si os esforzáis, os puedo introducir en esa gran doctrina de Melquisedec; pero ahora no lo puedo hacer porque sois lentos para escuchar y aprender!' Esto nos muestra que la verdad tiene un carácter complejo. La pregunta que debemos plantearnos es, ¿crezco en mi conocimiento? ¿Tengo hambre y sed de esta doctrina más elevada, de esta sabiduría que Pablo tiene para los que son perfectos? ¿Siento que voy pasando, por así decirlo, de la carta a los Gálatas a la carta a los Efesios? ¿Voy entrando en estas verdades más profundas? Son sólo para los hijos de Dios.
Hay ciertos secretos en la Biblia que sólo pueden apreciar los hijos de Dios. Leamos la introducción a la carta a los Efesios, los nueve o diez primeros versículos, y encontraremos doctrina que sólo los hijos de Dios pueden entender; de hecho, sólo aquellos hijos que ejercitan sus sentidos espirituales y crecen en gracia. Las personas ignorantes en lo espiritual quizá arguyan acerca de las doctrinas del llamamiento y elección de Dios, y temas como esos, sin entenderlos para nada. Pero si crecemos en gracia, estas doctrinas se volverán cada vez más valiosas. Son secretos que se dan sólo a los que pueden recibirlos —"el que tenga oídos para oír, oiga"—. Si vemos que algunas de estas exposiciones poderosas de la verdad que se encuentran en las cartas no nos dicen nada, examinémonos a nosotros mismos, y preguntémonos por qué no estamos creciendo, y por qué no podemos penetrar en estas verdades. Hay que establecer una distinción clara entre los primeros principios y los principios más avanzados. Hay personas que pasan la vida en el campo de la apologética y nunca penetran en verdades espirituales más hondas. Siguen siendo niños en la vida cristiana. "Vayamos hacia la perfección" y tratemos de desarrollar el apetito por estos aspectos más profundos de la verdad.
Por último, se puede plantear ahora una pregunta. Y lo propongo precisamente en forma de pregunta porque admito francamente que no estoy muy seguro de cuál sea la respuesta. ¿Hay acaso, me pregunto, un interrogante, quizás una advertencia, en este versículo, respecto a la distribución indiscriminada de la Biblia? Simplemente planteo la cuestión para que la examinemos y discutamos con otros. Si se me dice que tengo que discernir en cuanto a hablar a las personas acerca de estas cosas, si tengo que establecer diferencias entre persona y persona, y respecto a la verdad específica que ofrezco a cada una, ¿es bueno poner toda la Biblia al alcance de personas que pueden describirse como perros y cerdos espirituales? ¿No conducirá a veces a blasfemias y maldiciones y a una conducta de carácter porcino? ¿Es siempre bueno, me pregunto, poner ciertos textos de la Biblia en carteles, especialmente los textos que se refieren a la sangre de Cristo? A menudo he escuchado blasfemias provocadas por esto mismos. Simplemente planteo las preguntas. Pensemos en el eunuco de Hechos 8 que regresaba de Jerusalén. Tenía la Biblia y la leía en el momento en que Felipe se le acercó para decirle: "¿Entiendes lo que lees?" Y el eunuco contestó, "¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare?" En general, es necesaria la exposición, y, como regla general, no se puede prescindir del instrumento humano.
"Pero —protestamos— miremos el efecto maravilloso de la distribución de la Biblia!' Si pudiéramos conocer los hechos exactos, me pregunto cuántas personas encontraríamos que se han convertido sin intervención humana. Sé que hay casos maravillosos y excepcionales. He leído historias de personas que se han convertido de esa forma. Gracias a Dios que eso puede suceder. Pero pienso que no es el método normal. ¿Acaso el hecho de que hemos de tener cuidado en la elección de los aspectos de la verdad según las personas con que tratamos nos pone un interrogante en nuestra mente? A veces, claro está, tratamos de eludir el deber de hablar entregando un evangelio o un tratado, pero esta no es la forma normal de Dios. La forma de Dios ha sido siempre presentar la verdad de manera directa por medio de personalidades, de hombres que expliquen la Biblia. Si un tiene una conversación con alguien y está en condiciones de indicarle la verdad, entonces quizás pida un ejemplar de la Biblia, y uno sienta que debe dárselo. Eso está bien. Démosle la Biblia. El interrogante que planteo se refiere a colocar indiscriminadamente la Biblia donde no hay nadie para explicarla, y donde alguien, en la condición que nuestro Señor describe en el versículo de nuestro texto, se enfrenta con esta verdad grande y poderosa sin una guía humana.
Quizá esto sorprenda a muchos, pero creo que debemos pensar con cuidado acerca de algunos de estos puntos. Nos convertimos en esclavos de la costumbre y de ciertos hábitos y prácticas, y a menudo al hacerlo nos volvemos poco bíblicos. Doy gracias a Dios de que poseemos esta gran Palabra escrita de Dios, pero a menudo he sentido que no sería malo experimentar durante un tiempo con la idea de no permitir que nadie posea un ejemplar de la Biblia a no ser que muestre señales de vida espiritual. Quizá esto sea ir demasiado lejos, pero a menudo he sentido que si lo hiciéramos inculcaríamos en la gente la naturaleza preciosa de este Libro, su carácter maravilloso, y el privilegio de poder poseerlo y leerlo. Y quizá no sea sólo algo bueno para las almas de los que están fuera; ciertamente daría a la iglesia una concepción completamente nueva del tesoro inapreciable que Dios ha puesto en nuestra mano. Somos los custodios y expositores de la Biblia; y si no adquirimos nada mas, como resultado de nuestro estudio, debemos sentir que hemos sido perezosos, que no nos hemos preparado como hubiéramos debido para una tarea de tanta responsabilidad e importancia. No es tan fácil como a veces parecemos pensar, y si tomamos la Palabra de Dios con seriedad, veremos la necesidad vital del estudio, de la preparación y de la oración. Entonces debemos examinar este punto; pero sobre todo, recordemos estos otros aspectos de la verdad que hemos visto con tanta claridad, y nunca olvidemos la necesidad absoluta de la regeneración para recibir y entender la verdad espiritual. La simple distribución de la Biblia como tal no es la clave para la solución del problema hoy día. Dios sigue necesitando hombres y mujeres como nosotros que expliquen, que expongan la verdad, que actúen como un Felipe para aquellos que poseen la Palabra pero no la entienden. Mantengamos un equilibrio adecuado y un sentido justo de proporción en estas cosas, para el bien de las almas y a fin de que podamos presentar en forma ponderada y global la verdad de Dios.


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión