CAPITULO VII
Justicia y Bienaventuranza

El cristiano se preocupa en este mundo por ver la vida a la luz del evangelio; y, según el evangelio, el problema del género humano no es ninguna manifestación concreta del pecado, sino más bien el pecado mismo. Si les preocupa el estado del mundo y la amenaza de posibles guerras, entonces les aseguro que la forma más directa de evitar tales calamidades es observar lo que dicen palabras como las que vamos a considerar, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.' Si todos los habitantes de este mundo supieran qué es tener 'hambre y sed de justicia’, no habría peligros de guerras. Ahí tenemos el único camino para la verdadera paz. Todas las demás consideraciones, a fin de cuentas, no van a la raíz del problema, y todas las acusaciones que se hacen sin cesar a países, pueblos o personas no tendrán ni el más mínimo efecto en la situación internacional. Así pues, a menudo perdemos el tiempo y se lo hacemos perder a Dios con hablar de nuestros pensamientos y sentimientos en lugar de estudiar su Palabra. Si los seres humanos todos supieran qué es tener 'hambre y sed de justicia,' el problema se resolvería. Lo que el mundo más necesita ahora es un mayor número de cristianos. Si todas las naciones estuvieran compuestas de cristianos no habría por qué temer guerras atómicas ni ninguna otra a-menaza. El evangelio, que parece tan lejano e indirecto en enfoque, es en realidad el camino más directo de resolver el problema. Una de las tragedias mayores de la vida de la Iglesia de hoy es la forma en que muchos se contentan con esas afirmaciones vagas, generales, inútiles acerca de la guerra y la paz en vez de predicar el evangelio en toda su sencillez y pureza. Lo que exalta a una nación es la justicia, y lo más importante de todo para todos nosotros es descubrir qué significa la justicia.
En esta afirmación concreta del Sermón del Monte encontramos otra de las características del cristiano, una descripción más del cristiano. Ahora bien, tal como hemos visto, es muy importante que lo estudiemos en el lugar lógico que ocupa en la serie de afirmaciones que nuestro Señor hizo. Esta Bienaventuranza se sigue lógicamente de las precedentes; es una afirmación a la que conducen todas las otras. Es la conclusión lógica a la que llegan, y es algo por lo que todos deberíamos estar profundamente agradecidos a Dios. No conozco una prueba mejor que se pueda aplicar a uno mismo en todo este asunto de la profesión cristiana que un versículo como este. Si este versículo les resulta una de las afirmaciones más benditas de toda la Escritura, pueden tener la seguridad de que son cristianos; si no, mejor examinen de nuevo los fundamentos.
Tenemos aquí una respuesta para lo que hemos venido considerando. Se nos ha dicho que debemos ser 'pobres en espíritu,' que debemos 'llorar,' y que debemos ser 'mansos.' Ahora tenemos la respuesta para todo esto. Porque, si bien es cierto que esta Bienaventuranza sigue lógicamente a todas las anteriores, no es menos cierto que ofrece un pequeño cambio en el enfoque global. Es un poco menos negativa y más positiva. Hay un elemento negativo, como veremos, pero hay otro más positivo. Las otras, por así decirlo, nos han hecho mirarnos a nosotros mismos y examinarnos; ahora comenzamos a buscar una solución, y por ello hay un cierto cambio de enfoque. Hemos venido considerando nuestra impotencia y debilidad totales, nuestra total pobreza de espíritu, nuestra bancarrota en estos aspectos espirituales. Al contemplarnos, hemos visto el pecado que hay en nosotros y que desfigura la creación perfecta del hombre por parte de Dios. Luego vimos la descripción de la mansedumbre y todo lo que representa. Hemos estado todo el tiempo preocupados por este terrible problema del "yo" - esa preocupación por sí mismo, el interés, ese confiar en sí mismo que lleva a todas nuestras miserias y que es la causa final de las guerras, tanto entre individuos como entre naciones, ese egoísmo que gira alrededor de sí y deifica el "yo", esa cosa horrible que es la causa final de la infelicidad. Y hemos visto que el cristiano lamenta y odia todo esto. Ahora pasamos a buscar la solución, la liberación del yo que anhelamos.
En este versículo tenemos una de las descripciones más notables del evangelio cristiano y de todo lo que nos da. Permítanme describirlo como la carta magna del alma que busca, la declaración maravillosa del evangelio cristiano para todos los que se sienten infelices por el estado espiritual en el que se ven, y que anhelan un orden y nivel de vida que todavía no han podido nunca disfrutar. También podemos describirlo como una de las afirmaciones más típicas del evangelio. Es muy doctrinal; pone de relieve una de las doctrinas más fundamentales del evangelio, a saber, que nuestra salvación es enteramente por gracia, que es totalmente el don gratuito de Dios. Esto es lo que pone sobre todo de relieve.
Quizá la forma más sencilla de enfocar el texto es limitarse a considerar los términos que lo constituyen. Es uno de esos textos que contiene una división natural, y todo lo que tenemos que hacer es considerar el significado de los distintos términos que se emplean. Es obvio, pues, comenzar con el término 'justicia.' 'Bienaventurados —o felices— los que tienen hambre y sed de justicia.' Son las únicas personas felices. Pero todo el mundo busca la felicidad; nadie lo duda. Todo el mundo quiere ser feliz. Este es el gran motivo que está en la raíz de todo acto y ambición, en la raíz de todas las obras, esfuerzos y empeños. Todo está destinado a la felicidad. Pero la gran tragedia del mundo, aunque busca la felicidad, es que nunca parece capaz de hallarla. El estado actual del mundo nos lo recuerda con toda viveza. ¿Qué ocurre? Creo que la respuesta está en que nunca hemos entendido este texto como hubiéramos debido hacerlo. 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.' ¿Qué significa? Lo voy a decir en una forma negativa. No debemos tener hambre ni sed de bienaventuranza; no debemos tener hambre ni sed de felicidad. Pero esto es lo que casi todo el mundo hace. Consideramos la felicidad y bienaventuranza como lo único que hay que desear, y por ello siempre fracasamos en conseguirla; siempre se nos escapa. Según la Biblia la felicidad nunca es algo que habría que buscarse directamente; es siempre algo que resulta como consecuencia de buscar otra cosa.
Así sucede en el caso de los que no son de la Iglesia y de muchos que están dentro de ella. Es sin duda la tragedia de los que están fuera de la Iglesia. El mundo busca la felicidad. Este es el significado de su obsesión con los placeres, este es el significado de todo lo que los hombres hacen, no sólo en el trabajo sino sobre todo en las diversiones. Tratan de encontrar la felicidad, la colocan como su meta y objetivo únicos pero no la hallan porque siempre que se pone a la felicidad delante de la justicia, se condena uno a la desgracia. Este es el gran mensaje de la Biblia desde el principio hasta el fin. Sólo son verdaderamente felices los que buscan ser justos. Pongan la felicidad en lugar de la justicia y nunca la alcanzarán.
El mundo obviamente ha caído en este error tan fundamental, error que se podría ilustrar de muchas maneras. Pensemos en alguien que sufre una enfermedad dolorosa. En general el deseo de un enfermo tal es aliviarse del dolor, y se entiende muy bien que así sea. A nadie le gusta el dolor. La única idea de este enfermo, por tanto, es hacer lo que pueda para aliviarse. Sí; pero si el doctor que lo atiende también está preocupado solamente por aliviarle el dolor es muy mal doctor. Su principal deber es descubrir la causa del dolor y tratarla. El dolor es un síntoma maravilloso que la naturaleza provee para llamar la atención acerca de la enfermedad, y el tratamiento definitivo para el dolor es tratar la enfermedad, no el dolor. Así pues, si un doctor trata solamente el dolor sin descubrir la causa del mismo, no sólo actúa contra la naturaleza, hace algo que es sumamente peligroso para la vida del paciente. El paciente quizá no sienta dolor, quizá parezca estar bien; pero la causa del problema sigue presente. Pues bien, esta es la necedad de la que el mundo es culpable. Dice, 'Quiero verme libre del dolor, por tanto voy a ir al cine, o beber, o hacer lo que sea para olvidar el dolor.' Pero el problema es, ¿Cuál es la causa del dolor, de la infelicidad, de la desgracia? No son felices los que tienen hambre y sed de felicidad y bienaventuranza. No, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.'
Esto es igualmente verdad, sin embargo, de muchos dentro de la Iglesia. Hay mucha gente en la Iglesia cristiana que parece pasar la vida buscando algo que nunca encuentran, buscando cierta clase de felicidad y bienaventuranza. Van de reunión en reunión, de convención en convención, siempre con la esperanza de alcanzar esta cosa maravillosa, esta experiencia que los va a llenar de gozo y a colmar de éxtasis. Ven que otros lo han conseguido, pero ellos no parecen alcanzarlo. Lo buscan y anhelan, siempre hambrientos y sedientos; pero nunca lo consiguen.
No es sorprendente que así suceda. No estamos hechos para tener hambre y sed de experiencias; no estamos hechos para tener hambre y sed de bienaventuranza. Si queremos ser verdaderamente felices y bienaventurados, debemos tener hambre y sed de justicia. No debemos colocar la bienaventuranza y felicidad en primer lugar. No, esto lo da Dios a los que buscan la justicia. Oh, la tragedia es que no seguimos la enseñanza e instrucción sencillas de la Palabra de Dios, sino que siempre ansiamos y buscamos esta experiencia que esperamos tener. Las experiencias son el don de Dios; lo que ustedes y yo debemos ansiar y buscar es la justicia; de esto debemos tener hambre y sed. Muy bien, este es un aspecto negativo muy importante. Pero hay otros.
¿Qué significa esta justicia? No significa, desde luego, eso de lo que tanto se habla en estos tiempos, una especie de justicia o moralidad general entre naciones. Se habla mucho de la santidad de los contratos internacionales, del cumplir los tratados, del cumplir la palabra, de la honestidad en el trato y de todo lo demás. Bien, no me corresponde a mí censurar todo esto. Está muy bien por lo que vale; es la clase de moralidad que enseñaron los filósofos griegos y es muy buena. Pero el evangelio cristiano no se detiene ahí; su justicia no es esa. Hay quienes hablan con elocuencia de esa clase de justicia y quienes, sin embargo, me parece que saben muy poco acerca de la justicia personal. Los hombres se pueden poner elocuentes cuando hablan de cómo los países amenazan la paz mundial y violan los pactos, y al mismo tiempo son infieles a sus esposas y a sus propias obligaciones matrimoniales y a las promesas solemnes que hicieron Al evangelio no le interesa esa clase de palabrería; su concepto de justicia es mucho más profundo. La justicia tampoco significa solamente una respetabilidad general o una moralidad general. No me puedo detener en estos puntos; sólo los menciono de pasada.
Desde el punto de vista genuinamente cristiano es mucho más importante y serio el hecho que, en este contexto, no se puede definir la justicia ni siquiera como justificación. Hay quienes abren la Concordancia para buscar esta palabra 'justicia' (la cual aparece en muchos pasajes) y afirman que equivale a justificación. El apóstol Pablo la emplea en este sentido en la Carta a los Romanos, donde escribe acerca de 'la justicia de Dios por medio de la fe.' En este pasaje habla acerca de la justificación, y en esos casos el contexto suele decírnoslo con claridad. Con mucha frecuencia sí quiere decir justificación; en nuestro versículo, me parece, significa más. El contexto mismo en el cual lo hallamos (y en especial su relación con las tres Bienaventuranzas anteriores) indica, me parece, que la justicia en este caso incluye no sólo la justificación sino tam¬bién la santificación. En otras palabras, el deseo de justicia, el hecho de tener hambre y sed de ella, significa en último término el deseo de liberarse del pecado en todas sus formas y manifestaciones.
Permítanme detallar un poco más esto. Quiere decir deseo de liberarse del pecado, porque el pecado nos separa de Dios. Por tanto, en un sentido positivo, quiere decir deseo de ser justo ante Dios; y esto, después de todo, es lo fundamental. Todos los problemas del mundo de hoy se deben al hecho de que el hombre no es justo delante de Dios por qué por no ser justo delante de Dios todo lo demás ha ido también a la deriva. Esta es la enseñanza de la Biblia. Por esto el deseo de justicia es un deseo de ser justo delante de Dios, un deseo de liberarse del pecado, porque el pecado es lo que se interpone entre Dios y nosotros, nos impide el conocimiento de Dios, y todo lo que nos es posible con Dios. Esto es, pues, lo primero. El que tiene hambre y sed de justicia es el que ve que el pecado y la rebelión lo han apartado de Dios, y anhela restaurar esa antigua relación, la relación original de justicia en la presencia de Dios. Nuestros primeros padres fueron hechos justos en la presencia de Dios. Moraban en El y andaban con El. Esta es la relación que ese hombre anhela.
Pero también significa un deseo de verse libre del poder del pecado. Habiendo caído en la cuenta de qué significa ser pobre en espíritu y llorar a causa del pecado, espontáneamente se llega a la fase de anhelar verse libre del poder del pecado. El hombre que hemos venido contemplando en función de estas Bienaventuranzas es un hombre que ha llegado a comprender que el mundo en el que vive está bajo el dominio del pecado y de Satanás; comprende que está bajo el dominio de una influencia maligna, ha andado 'conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.' Ve que 'el dios de este mundo' lo ha venido cegando, y ahora anhela verse libre de él. Desea alejarse de este poder que lo arrastra a pesar suyo, esa 'ley en sus miembros' de la que Pablo habla en Romanos 7. Desea verse libre del poder y tiranía y esclavitud del pecado. Ven, pues, cuánto más lejos y hondo va que esa palabrería vaga y general de una relación entre naciones, y otras cosas parecidas. Pero todavía va más allá. Quiere decir un deseo de verse libre del deseo mismo de pecado, porque descubrimos que el hombre que se examina verdaderamente a la luz de las Escrituras no sólo descubre que está bajo la esclavitud del pecado; es todavía más horrible el hecho de que le gusta, de que lo desea. Incluso después de haber visto que es malo, sigue deseándolo. Pero el hombre que tiene hambre y sed de justicia es un hombre que desea verse libre de ese deseo de pecado, no sólo en lo externo, sino también en lo interno. En otras palabras, anhela la liberación de lo que se puede llamar la contaminación del pecado. El pecado es algo que contamina la esencia misma de nuestro ser y de nuestra naturaleza. El cristiano es alguien que desea verse libre de todo eso.
Quizá se puede resumir así. Tener hambre y sed de justicia es desear verse libre del "yo" en todas sus horribles manifestaciones, en todas sus formas. Cuando contemplamos al hombre manso, vimos que lo que realmente significa es verse libre del 'yo" en todas sus formas —preocupación por sí mismo, orgullo, vanidad, autoprotección, sensibilidad, siempre imaginando que la gente va contra uno, deseo de protegerse y glorificarse. Esto es lo que conduce a conflictos entre individuos y entre naciones. Ahora bien, el que tiene hambre y sed de justicia es el que anhela verse libre de todo eso; desea emanciparse de la preocupación por sí mismo en todas sus formas.
Hasta ahora he venido presentando más bien los aspectos negativos; ahora voy a expresarlo en una forma más positiva. Tener hambre y sed de justicia no es sino desear ser positivamente santo. No se me ocurre una mejor definición que ésta. El que tiene hambre y sed de justicia es el que desea vivir las Bienaventuranzas en su vida diaria. Es el que desea mostrar los frutos del Espíritu en todas sus acciones, en toda su vida y actividades. Tener hambre y sed de justicia es ansiar ser como el hombre del Nuevo Testamento, el hombre nuevo en Cristo Jesús. Esto significa que todo mi ser y toda mi vida serán así. Más aún. Significa que el deseo supremo que uno tiene en la vida es conocer al Padre y vivir en intimidad con El, andar con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. 'Nuestra comunión,' dice Juan, 'verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo.' También dice, 'Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.' Estar en comunión con Dios quiere decir andar con Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo en la luz, en esa pureza y santidad benditas. El que tiene hambre y sed de justicia es el que anhela esto por encima de todo. Y a fin de cuentas no es nada más que un anhelo y deseo de ser como el Señor Jesucristo. Mirémoslo; contemplemos lo que los Evangelios dicen de él; contemplémoslo en la tierra encarnado; veámoslo en su obediencia a la ley santa de Dios; veámoslo cómo reacciona frente a otros, en su amabilidad, compasión y sensibilidad; veámoslo en sus reacciones ante sus enemigos y ante todo lo que le hicieron. Ahí está la imagen, y ustedes y yo, según la doctrina del Nuevo Testamento, hemos nacido de nuevo y hemos sido hechos otra vez según esa imagen y semejanza. El que, por tanto, tiene hambre y sed de justicia es el que desea ser así. Su deseo supremo es ser como Cristo.
Muy bien, si esto es la justicia, consideremos el otro término, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia.' Esto tiene gran importancia porque nos sitúa frente al aspecto práctico de este asunto. ¿Qué quiere decir 'tener hambre y sed'? Desde luego que no quiere decir que podemos alcanzar esa justicia con nuestros propios esfuerzos.
Esta es la idea mundana de justicia, que se centra en el hombre mismo y lleva al orgullo del fariseo, o al orgullo de una nación frente a otras por considerarse mejor y superior. Conduce a esas cosas que el apóstol Pablo enumera en Filipenses 3 y a las que considera como 'pérdida,' la confianza en uno mismo, el creer en sí mismo. 'Tener hambre y sed' no puede significar esto, porque la primera Bienaventuranza nos dice que debemos ser 'pobres en espíritu' lo cual es la negación de cualquier forma de confianza en sí mismo.
Bien, pues, ¿qué significa? Quiere decir sin duda algunas cosas sencillas como éstas. Quiere decir conciencia de nuestra necesidad, de nuestra profunda necesidad. Más aún, quiere decir conciencia de nuestra necesidad apremiante; quiere decir conciencia profunda, incluso hasta el dolor, de nuestra gran necesidad. Quiere decir algo que sigue hasta que se satisface. No quiere decir un sentimiento o deseo pasajero. Recordarán cómo Oseas dice a la nación de Israel que siempre, por así decirlo, viene a arrepentirse para volver luego al pecado. Su justicia, dice, es 'como nube de la mañana' —en un minuto desaparece. El camino adecuado lo indica en las palabras'— y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová.' 'Hambre' y 'sed'; no son sentimientos pasajeros. El hambre es algo profundo, hondo, que se sigue sintiendo hasta que se satisface. Duele, causa sufrimiento; es como hambre y sed verdaderas, físicas. Es algo que sigue en aumento y lo desespera a uno. Es algo que hace sufrir y agonizar.
Permítanme emplear otra comparación. Tener hambre y sed es como alguien que desea una posición. Está inquieto, no puede estar tranquilo; trabaja y se ajetrea; piensa en ello y sueña con ello; su ambición es la pasión dominante de su vida. Tener 'hambre y sed' es así; el hombre 'tiene hambre y sed' de esa posición. O es como desear una persona. En el amor siempre hay un hambre y sed muy grandes. El anhelo principal del que ama es estar con el objeto de su amor. Si están separados no está tranquilo hasta que vuelven a estar juntos. 'Hambre y sed.' No necesito emplear estas ilustraciones. El salmista ha sintetizado esto a la perfección en una frase clásica: 'Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo.' Tiene hambre y sed de El —esto es todo. Permítanme citar unas palabras del gran J. N. Dar-by que creo expresan muy bien esto, 'Tener hambre no basta; debo realmente morir de hambre por saber qué sentimientos hay en su corazón respecto a mí.' Luego viene la frase perfecta. Dice, 'Cuando el hijo pródigo tuvo hambre fue a alimentarse de bellotas, pero cuando se sintió morir de hambre, fue a su padre.' Esta es la situación. Tener hambre y sed quiere decir estar desesperado, morir de hambre, sentir que la vida se acaba, caer en la cuenta de la necesidad apremiante de ayuda que tengo. 'Tener hambre y sed de justicia' —'como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama— así tiene sed — por ti, oh Dios, el alma mía.'
Finalmente, veamos brevemente lo que se promete a los que son así. Es una de las afirmaciones más maravillosas de toda la Biblia. 'Felices, felices,' 'bienaventurados/ merecen ser felicitados los que tienen hambre y sed de justicia. ¿Por qué? Bien, porque 'ellos serán saciados,' recibirán lo que desean. Todo el evangelio se encierra en esto. Ahí entra el evangelio de gracia; es todo el don de Dios. Nunca se hallará la justicia ni la bienaventuranza aparte de El. Para conseguirla, sólo se necesita reconocer la necesidad que se tiene de El, nada más.
Cuando reconocemos esta necesidad, esta hambre profunda, esta muerte que hay en nosotros, entonces Dios nos llena, nos concede este don bendito. 'El que a mí viene nunca tendrá hambre.' Esta es una promesa absoluta, de modo que si tenemos verdaderamente hambre y sed de justicia seremos saciados. No cabe duda ninguna. Asegurémonos de no tener hambre y sed de bienaventuranza. Hambre y sed de justicia, anhelar ser como Cristo, y entonces conseguiremos eso y la bienaventuranza.
¿Cómo sucede? Sucede —y esto es lo glorioso del evangelio— de inmediato, gracias a Dios. 'Ellos serán saciados' de inmediato, de esta forma —que en cuanto lo deseamos de verdad, Cristo y su justicia nos justifican y la barrera del pecado y de la culpa entre Dios y nosotros desaparece. Confío en que nadie se sienta inseguro de esto. Si realmente creen en el Señor Jesucristo, si creen que en esa cruz murió por nosotros y por nuestros pecados, hemos sido perdonados; no tienen por qué pedir perdón, han sido perdonados. Han de dar gracias a Dios por ello, de que se les dé de inmediato la justicia, de que la justicia de Dios se les impute. Dios los ve en la justicia de Cristo y ya no ve más el pecado. Lo ve como pecador al que El ha perdonado. Ya no están bajo la ley, sino bajo la gracia; han sido llenados con la justicia de Cristo en todo este asunto de su situación frente a Dios y de su justificación —verdad maravillosa y sorprendente. El cristiano, por tanto, debería ser siempre alguien que sabe que sus pecados son perdonados. No debería buscar esto, debería saber que lo posee, que ha sido justificado en Cristo libremente por la gracia de Dios, y que el Padre lo ve como justo. Gracias a Dios porque sucede de inmediato.
Pero también es un proceso que continúa. Con esto quiero decir que el Espíritu Santo, como ya se ha dicho, comienza dentro de nosotros la obra de liberarnos del poder del pecado y de la contaminación de pecado. Tenemos que tener hambre y sed de esta liberación del poder y de la contaminación. Si la tenemos lo obtendremos. El Espíritu Santo vendrá a nosotros y producirá 'así el querer como el hacer, por su buena voluntad.' Cristo vendrá a nosotros, vivirá en nosotros; y al vivir en nosotros, seremos liberados cada vez más del poder del pecado y de su contaminación. Podremos más que vencer sobre estas cosas que nos asaltan, de modo que no sólo conseguimos esta respuesta y bendición de inmediato; sigue actuando mientras andamos con Dios, con Cristo y con el Espíritu Santo que vive en nosotros. Podremos resistir a Satanás, el cual huirá de nosotros; podremos enfrentarle y resistir sus ataques, y durante todo el tiempo la obra de verse libres de la contaminación proseguirá dentro de nosotros.
Pero desde luego que esta promesa se cumple en toda su perfección y absolutamente en la eternidad. Llegará un día en que todos los que están en Cristo y le pertenecen se presentarán ante Dios sin falta, sin reproche, sin arruga. Todas las manchas habrán desaparecido. Un hombre nuevo y perfecto en un cuerpo perfecto. Incluso este cuerpo de humillación será transformado y glorificado y será como el cuerpo glorificado de Cristo. Estaremos en la presencia de Dios, absolutamente perfectos de cuerpo, alma y espíritu, el hombre todo lleno de una justicia perfecta, completa y total que habremos recibido del Señor Jesucristo. En otras palabras estamos de nuevo frente a una paradoja. ¿Se han dado cuenta de la contradicción evidente que hay en Filipenses 3? Pablo dice, 'no que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto,' y luego unos versículos más adelante dice, 'así que, todos los que somos perfectos.' ¿Contradice lo que ha dicho antes? En absoluto; el cristiano es perfecto, y sin embargo ha de llegar a ser perfecto. 'Por él,' dice escribiendo a los Corintios, 'estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención.' En este momento soy perfecto en Cristo, y con todo me perfecciono. 'No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo... prosigo a la meta.' Sí, se dirige a cristianos, a quienes ya son perfectos en este asunto de entender en cuanto al camino de la justicia y justificación. Con todo, su exhortación a los mismos en un sentido es, 'sigamos pues hacia la perfección.'
No sé qué piensan en cuanto a esto, pero para mí es fascinador. Vemos al cristiano como a alguien que tiene hambre y sed y al mismo tiempo es saciado. Y cuanto más saciado es, tanta más hambre y sed tiene. Esta es la bendición de la vida cristiana. Sigue adelante. Se alcanza un cierto nivel en la santificación, pero uno no se detiene a descansar ahí por el resto de la vida. Se sigue cambiando de gloria en gloria hasta llegar al puesto que nos corresponde en el cielo. 'De su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia,' gracia y más gracia. Sigue siempre adelante; perfecto, pero todavía no perfecto; con hambre y sed, pero saciado y satisfecho, pero deseando más, sin tener nunca bastante porque es tan glorioso y maravilloso; plenamente satisfechos por El y con todo con un deseo supremo de 'conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.'
¿Han sido saciados? ¿Son bienaventurados en este sentido? ¿Tienen hambre y sed? Estas son las preguntas. Esta es la promesa gratuita y gloriosa de Dios a todos estos: 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.'


***


Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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