CAPITULO XXX
¿Qué Hacéis de Más?
En el estudio de este pasaje referente a nuestra, actitud para con los enemigos, fijémonos de manera exclusiva en la expresión, '¿qué hacéis de más?', que se encuentra en el versículo 47: 'Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles?' Después de la exposición detallada que ha ofrecido acerca de cómo su pueblo debía tratar y considerar a los enemigos, nuestro Señor, por así decirlo, conduce toda la sección y toda la enseñanza a una culminación grandiosa. A lo largo de su enseñanza, como hemos visto, no se ha preocupado tanto por los detalles de su conducta cuanto porque entendieran y captaran bien qué eran y cómo debían vivir. Y ahora lo sintetiza todo en esta afirmación sorprendente que aparece al final mismo: 'Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.' Esta es la clase de vida que tenemos que vivir.
No hay otra actitud respecto al Sermón del Monte tan ridícula como la que lo considera como un programa ético, una especie de programa social. Ya hemos estudiado esto, pero debemos volver a analizarlo, porque me parece que este pasaje sólo es suficiente para excluir de una vez por todas cualquier noción falsa respecto a este gran Sermón. Este solo pasaje contiene lo que podríamos llamar la característica más esencial de todo el evangelio del Nuevo Testamento, y que es la paradoja que lo penetra todo. El evangelio de Jesucristo, aunque no me gusta gran parte del uso actual del término, es esencialmente paradójico; hay una contradicción aparente en él desde el principio hasta el fin. La encontramos aquí, en la médula misma de este mensaje.
El carácter paradójico del evangelio lo expresó el anciano Simeón, cuando sostuvo en sus brazos al Niño Jesús. Dijo, 'He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel.' Ahí está la paradoja. Está puesto al mismo tiempo para caída y para levantarse de nuevo. El evangelio siempre hace estas dos cosas, y a no ser que nuestra idea del mismo contenga estos dos elementos, no es verdadera. Aquí tenemos una ilustración perfecta de ello. ¿No hemos sentido esto a medida que hemos ido avanzando en el estudio de este Sermón? ¿Conocemos algo que sea más descorazonador que el Sermón del Monte? Tomemos este pasaje desde el versículo 17 hasta el final del capítulo 5 — estas ilustraciones detalladas que nuestro Señor ofrece en cuanto a cómo hemos de vivir. ¿Hay algo más descorazonados? Nos parece que los Diez Mandamientos, las normas morales ordinarias de decencia, ya son suficientemente difíciles; pero examinemos estas afirmaciones acerca del no mirar con deseo, del ir una segunda milla, del dar la capa además de la túnica, y así sucesivamente. No hay nada más descorazonados que el Sermón del Monte; parece ponernos al descubierto, y condenar todos los esfuerzos antes de comenzarlos. Parece completamente imposible. Pero al mismo tiempo ¿conocemos algo más alentador que el Sermón del Monte? ¿Conocemos algo que nos halague más que este Sermón? El hecho mismo de que se nos mande hacer estas cosas implica que es posible. Esto es lo que se supone que debemos hacer; se sugiere, por tanto, que lo podemos hacer. Es descorazonador y alentador al mismo tiempo; está puesto para caída y levantamiento.
Y nada es más vital que tengamos siempre bien presentes en la mente estos dos aspectos.
El problema de esa idea necia, llamada materialista, del Sermón del Monte, es que no veía ninguno de los dos aspectos del Sermón con claridad. Los limitaba ambos. En primer lugar limitaba las exigencias. Sus seguidores decían: 'El Sermón del Monte es algo práctico, algo que podemos hacer.' Bien, la respuesta a esos tales es que lo que se nos pide que hagamos es, que seamos perfectos como Dios, tan perfectos en eso de amar a los enemigos como lo es El. Y en cuanto nos enfrentamos con las exigencias concretas, vemos que resultan imposibles para el hombre natural. Pero esas personas no han comprendido esto. Lo que han hecho, desde luego, es aislar ciertas afirmaciones y decir: 'Sólo tenemos que hacer esto.' No creen en pelear bajo ninguna circunstancia. Dicen, 'Tenemos que amar a los enemigos;' y por ello se convierten en pacifistas. Pero el Sermón del Monte no se limita a esto. El Sermón del Monte incluye este mandato: 'Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.' Nunca se han enfrentado con el rigor de esta exigencia.
Al mismo tiempo nunca han visto el otro lado, que es que somos hijos de Dios, insólitos y excepcionales. Nunca han visto la gloria y grandeza y carácter único de la situación cristiana. Siempre han pensado en el cristiano como en alguien que hace un esfuerzo moral mayor que nadie y que se mortifica a sí mismo. En otras palabras, la mayor parte de los problemas que esas personas experimentan respecto a este Sermón del Monte, y en realidad respecto a toda la enseñanza del Nuevo Testamento, es que nunca entienden bien qué significa ser cristiano. Este es el problema fundamental. Los que experimentan dificultades respecto a la salvación en Cristo tienen esa dificultad por que nunca han entendido qué es realmente el cristiano.
En esta expresión tenemos, una vez más, una de esas definiciones perfectas en cuanto a lo que constituye al cristiano. Se presenta el aspecto dual; desaliento y aliento; la caída y el levantamiento. Aquí está: '¿Qué hacéis de más?' La traducción del Dr. Moffatt expresa muy bien la idea, 'Si saludáis sólo a los amigos, ¿qué tiene esto de especial?' Esta es la clave de todo. Encontramos este pensamiento no sólo aquí sino también en el versículo 20. Nuestro Señor comenzó diciendo: 'Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.' Los escribas y fariseos tenían normas elevadas, pero la justicia de la que nuestro Señor habla es más que esa justicia; hay algo especial en ella.
Examinemos este gran principio en la forma de tres principios subsidiarios. El cristiano es en esencia una clase única y especial de persona. Esto es algo que nunca se puede subrayar lo suficiente. No hay nada más trágico que el fracaso de muchos que se llaman cristianos en caer en la cuenta del carácter único y especial del cristiano. Nunca se lo puede explicar en términos naturales. La esencia misma de la posición cristiana es que es un enigma. Hay algo insólito, algo inexplicable, algo elusivo acerca de él desde el punto de vista del hombre natural. Es algo completamente distinto y aparte.
Ahora bien, nuestro Señor nos dice en este pasaje que esta característica especial, este carácter único, es doble. Ante todo es un carácter único que lo separa de todo el que no es cristiano. 'Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publícanos?' Ellos pueden hacerlo, pero vosotros sois diferentes. El cristiano, como ven, es diferente de los demás. Hace lo que hacen los demás, es cierto; pero hace algo más. Esto es lo que nuestro Señor ha venido poniendo todo el tiempo de relieve. Cualquiera puede llevar la carga por una milla, pero el cristiano es el que va la segunda. Siempre hace más que los demás. Esto es, sin duda, tremendamente importante. El cristiano al mismo tiempo, y por definición, es alguien que está aparte de la sociedad, y no se lo puede explicar en términos naturales.
Sin embargo, debemos ir más allá. El cristiano, según la definición de nuestro Señor, es no sólo alguien que da más que los demás; hace lo que otros no pueden hacer. Esto no es quitarle nada a la capacidad y habilidad del hombre natural; pero el cristiano es alguien que puede hacer cosas que nadie más puede hacer. Podemos poner esto más de relieve de esta forma. El cristiano es alguien que está por encima, y va más allá, del hombre natural mejor del mundo. Nuestro Señor lo demostró aquí en su actitud respecto a la norma moral y de conducta de los escribas y fariseos. Eran los maestros del pueblo, y exhortaban a los demás. Dice a los que escuchaban: 'Debéis ir más allá.' También nosotros debemos ir más allá. Hay muchas personas en el mundo que no son cristianos pero que son muy morales y éticos, hombres cuya palabra es sagrada, y que son escrupulosos, honestos, justos. Nunca se los encuentra haciendo nada sospechoso a nadie; pero no son cristianos, y lo dicen. No creen en el Señor Jesucristo y quizá han rechazado toda la enseñanza del Nuevo Testamento con burla. Pero son completamente rectos y honestos. El cristiano, por definición, es alguien que es capaz de hacer algo que el mejor hombre natural no puede hacer. Va más allá y hace más; supera. Está separado de todos los demás, y no sólo de los malos, sino también de los mejores. Se esfuerza en la vida diaria por demostrar esta capacidad del cristiano de amar a sus enemigos y de hacer el bien a los que lo odian, y de orar por aquellos que lo ultrajan y persiguen.
El segundo aspecto de este carácter único del cristiano es que no es como los demás, sino que ha de ser positivamente como Dios y como Cristo. Tara que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos... Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.' Esto es estupendo, pero es la definición esencial del cristiano. El cristiano ha de ser como Dios, ha de manifestar en su vida diaria en este mundo cruel algo de las características de Dios mismo. Tiene que vivir como vivió el Señor Jesucristo, seguir sus normas e imitar su ejemplo. No sólo será distinto a los demás. Ha de ser como Cristo. Lo que tenemos que preguntarnos, pues, si queremos saber con certeza si somos o no verdaderos cristianos, es esto: ¿Hay eso en mí que no se puede explicar en términos naturales? ¿Hay algo especial y único en mí y en mi vida que nunca se encontrará en un no cristiano? Hay muchos que piensan en el cristiano como en alguien que cree en Dios, en alguien moralmente bueno, justo, honrado y todo lo demás. Pedro esto no hace que uno sea cristiano. Hay quienes niegan a Cristo, los mahometanos, por ejemplo, pero que creen en Dios y que son muy honestos y rectos en su trato. Tienen un código moral y lo observan. Hay muchos en esa situación. Nos dicen que creen en Dios, y son muy éticos y morales; pero no son cristianos, niegan específicamente a Cristo. Hay muchos hombres, como el difunto Ghandi y sus seguidores, quienes sin duda creen en Dios; además, si uno mira sus vidas y acciones, es difícil encontrar algo que criticar; pero no son cristianos.
Decían que no eran cristianos; dicen todavía que no son cristianos. Por tanto deducimos que la característica del cristiano es solamente esta cualidad (la pondré en forma de pregunta). Al examinar mis actividades, y contemplar mi vida en detalle, ¿puedo afirmar que hay algo en ella que no se puede explicar en términos ordinarios y que sólo se puede explicar en función de mi relación con el Señor Jesucristo? ¿Hay algo especial en ella? ¿Hay esa característica única, ese 'más que', ese 'plus'? Este es el problema.
Pasemos ahora al segundo principio, que aclarará el primero. Examinemos algunos de los modos o aspectos en que el cristiano manifiesta este carácter único, esta cualidad especial. Ocurre esto en toda su vida porque, según el Nuevo Testamento, es una nueva creación. 'Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas,' por esto va a ser completamente diferente. Ante todo, el cristiano es diferente del hombre natural en el pensar. Tomemos, por ejemplo, su actitud respecto a la ley, a la moralidad y conducta. El hombre natural quizá observe la ley, pero nunca va más allá. La característica del cristiano es que se preocupa más por el espíritu que por la letra. El hombre moral, ético quiere vivir dentro de la ley, pero no piensa en el espíritu, que es la esencia misma de la ley. O, dicho de otra manera, el hombre natural obedece a regañadientes, mientras el cristiano se deleita 'según el hombre interior... en la ley de Dios.'
O considerémoslo en función de la moralidad. La actitud del hombre natural frente a la moralidad es generalmente negativa. Se preocupa por no hacer ciertas cosas. No quiere ser deshonesto, injusto ni inmoral. La actitud del cristiano respecto a la moralidad es siempre positiva; tiene hambre y sed de una justicia positiva como la de Dios mismo.
O también, examinémoslo en función del pecado. El hombre natural siempre piensa en el pecado en función de hechos, de cosas que se hacen o no se hacen. El cristiano se interesa por el corazón. ¿No subrayó esto nuestro Señor en este Sermón, cuando dijo, de hecho: Tensáis que todo está muy bien siempre y cuando no hayáis cometido adulterio físico?. Pero ¿qué me decís del corazón? ¿Y de los pensamientos?' Así piensa el cristiano. No sólo hechos; llega hasta el corazón.
¿Qué decir de la actitud de estos dos hombres respecto a sí mismos? El hombre natural está dispuesto a admitir que quizá no es enteramente perfecto. Dice: 'Es cierto que no soy del todo santo, que hay ciertos defectos en mi vida.' Pero nunca encontrarán un no cristiano que piense que todo está mal, que es vil. Nunca es 'pobre en espíritu,' nunca 'llora' por sentirse pecador. Nunca dice, 'Si no fuera por la muerte de Cristo en la cruz, no tendría esperanza de ver a Dios.' Nunca dirá con Charles Wesley, 'Soy vil y lleno de pecado.' Considera que esto es una ofensa, porque pretende que siempre ha tratado de llevar una vida buena. Por esto no le gusta esto y no llega nunca a condenarse a sí mismo.
¿Qué decir además de la actitud de estos dos hombres respecto a los demás? El hombre natural quizá mira a los demás con tolerancia; quizá llega a sentir compasión por ellos y se dice que no debe mostrarse demasiado duro con ellos. Peí o el cristiano va más allá. Los ve como pecadores, como víctimas de Satanás, como víctimas del pecado. No sólo los ve como hombres con quienes hay que ser tolerante; los ve como dominados por 'el dios de Este mundo' y cautivos de Satanás. Va más allá que el otro.
Lo mismo se puede decir de la idea que tienen de Dios. El hombre natural piensa en Dios, sobre todo como en Alguien al que hay que obedecer y temer. Esta no es la idea esencial del cristiano. El cristiano ama a Dios porque lo ha llegado a conocer como a Padre. No piensa en Dios como en alguien cuya ley es gravosa y dura. Sabe que es un Dios santo y amoroso, y entra en una relación nueva con El. Va más allá que cualquier otro en su relación con Dios, y desea amarlo a El con todo su corazón, mente, alma, y fuerza, y al prójimo como a sí mismo.
Luego en el asunto de la forma de vivir, el cristiano lo hace todo de un modo diferente. El gran motivo para la vida del cristiano es el amor. Pablo lo expresa en una forma notable cuando dice: 'el cumplimiento de la ley es el amor.' La diferencia entre el hombre naturalmente bueno y moral y el cristiano, es, que el cristiano posee un elemento de gracia en sus acciones; es un artista, en tanto que el otro hombre actúa en forma mecánica. ¿Cuál es la diferencia entre el cristiano y el hombre natural en hacer el bien? Bien, el hombre natural a menudo hace mucho bien en este mundo, pero espero no ser injusto con él cuando digo que en general le gusta llevar la cuenta de ello. Es bastante sutil a veces en la forma indirecta que tiene de referirse a ello, pero está siempre consciente de ello, y lleva la cuenta. Una mano siempre sabe lo que hace la otra. No sólo esto, lo que hace siempre tiene límite. Suele dar de lo que le sobra. El cristiano es el que da sin contar el costo, el que da con sacrificio y de una forma tal que una mano no sabe lo que hace la otra.
Pero veamos a esos dos hombres en la forma cómo reaccionan ante lo que les sucede en esta vida. ¿Qué hacen ante las tribulaciones que llegan, como han de llegar, tales como enfermedades y guerras? El hombre bueno, natural, moral, a menudo se enfrenta a esas cosas con gran dignidad. Es siempre un caballero. Sí; con una fuerza de voluntad férrea, se enfrenta a ello con una especie estoica de resignación. No quiero desvirtuar para nada sus cualidades, pero es siempre negativo, simplemente se domina. No se queja, sino que se contiene. ¿Sabe alguna vez qué es gozarse en la tribulación? El cristiano sí lo sabe. El cristiano se goza en las tribulaciones porque en ellas ve un significado oculto. Sabe que 'a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien,' y que Dios permite que a veces sucedan cosas para perfeccionarlo. Puede nadar en medio de la tempestad, regocijarse en medio de la tribulación. El otro hombre nunca llega a esto. Hay algo especial en el cristiano. El otro sólo mantiene la calma y tranquilidad. ¿Ven la diferencia?
Nuestro Señor lo expresa por fin en función de injurias e injusticias. ¿Cómo se comporta el hombre natural cuando las tiene que sufrir? Quizá con calma y voluntad férrea. Consigue no devolverse ni tomar represalias. Trata de pasarlo por alto, o con cinismo descarta a la persona que no lo entiende. Pero el cristiano toma voluntariamente la cruz, y sigue el mandato que Cristo le hace cuando le dice 'niégate a ti mismo, y toma la cruz.' 'El que quiera seguirme,' dice en efecto Cristo, 'está seguro de ser perseguido y de sufrir injurias. Pero que tome la cruz.' Y en este pasaje nos dice cómo hemos de hacer esto. Dice: 'A cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele la otra; y al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar la carga por una milla, vé con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.' Y lo ha de hacer todo con alegría y voluntariamente. Así es el cristiano. Hay algo especial en él, siempre va más lejos que los demás.
Lo mismo se puede decir de nuestra actitud para con el prójimo, incluso si es nuestro enemigo. El hombre natural a veces puede ser pasivo. Decide no devolverse, pero no con facilidad. Una vez más, nunca ha habido un hombre natural que haya sido capaz de amar a su enemigo, de hacer bien a los que lo odian, de bendecir al que lo maldice, de orar por el que lo ultraja o persigue. No quiero ser injusto en lo que digo. He conocido hombres que se llaman pacifistas y que no tomarían represalias ni matarían; pero a veces he conocido amargura en su corazón contra hombres que han estado en las Fuerzas Armadas y contra ciertos Primeros Ministros, lo cual era simplemente terrible. Amar al enemigo no quiere decir solamente que uno no pelea ni mata. Significa que uno ama positivamente a ese enemigo y ora por él y por su salvación. He conocido hombres que no lucharían, pero que no aman ni siquiera a sus hermanos. Sólo el cristiano puede elevarse tanto. La ética y la moralidad naturales lo pueden hacer a uno pacifista; pero el cristiano es alguien que ama positivamente a su enemigo, y se esfuerza por hacer el bien a los que lo odian, y ora por los que lo ultrajan y persiguen.
Finalmente veamos a esos dos hombres al morir. El hombre natural quizá muera con dignidad. Quizá muera en la cama, o en el campo de batalla, sin quejas. Mantiene la misma actitud general ante la muerte que tuvo en la vida, y sale del mundo con calma y resignación estoicas. Esta no es la forma en que el cristiano se enfrenta a la muerte. El cristiano es alguien que debería saber enfrentarse a la muerte como Pablo, y debería poder decir: Tara mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia,' y: 'teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.' Entra en su hogar eterno, va a la presencia de Dios. Más aún, el cristiano no sólo muere con gloria y triunfo; hay un sentido de expectación. Hay algo especial en él.
¿Qué hace al cristiano una persona especial? ¿Qué explica su carácter único? ¿Qué le hace hacer más que los demás? Es la idea que tiene del pecado. El cristiano se ha visto completamente sin esperanza y condenado; se ha visto a sí mismo como absolutamente culpable delante de Dios y sin derecho alguno a su amor. Se ha visto a sí mismo como enemigo de Dios y extranjero. Y luego ha visto y entendido algo acerca de la gracia de Dios en Jesucristo. Ha visto a Dios que envió a su Hijo unigénito al mundo, y no sólo eso, sino hasta la muerte en la cruz por él, el rebelde, el pecador vil y culpable. Dios no le volvió la espalda, fue más allá. El cristiano sabe que todo esto sucedió por él, y ha cambiado toda su actitud respecto a Dios y a los hombres. Ha sido perdonado cuando no lo merecía. ¿Qué derecho tiene, pues, de no perdonar a su enemigo?
No sólo eso, tiene una idea completamente nueva hacia la vida en este mundo. Llega a ver que es sólo la antecámara de la verdadera vida y que él no es sino un peregrino y transeúnte. Como todos los creyentes que se describen en Hebreos 11 busca esa 'ciudad que tiene fundamentos.' Dice: 'Porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos lo por venir.' Así ve la vida, lo cual lo cambia todo. Tiene también esperanza de gloria. El cristiano es un hombre que cree que va a ver a Cristo cara a cara. Y cuando llegue el gran día, cuando vea el rostro de Aquel que sufrió la cruel cruz por él a pesar de su vileza, no quiere tener que recordar, al mirar a esos ojos, que se negó a perdonar a alguien aquí en la tierra, o que no amó a esa otra persona, sino que la despreció y odió e hizo todo lo que pudo contra ella. No quiere que se le recuerden cosas así. Por ello, sabiendo todo esto, ama a sus enemigos y hace bien a los que lo odian, porque está consciente de lo que ha sido hecho por él, de lo que le espera, y de la gloria que queda. Toda su perspectiva ha cambiado; y esto ha ocurrido porque él mismo ha sido cambiado.
¿Qué es el cristiano? No es alguien que lee el Sermón del Monte y dice: 'Voy a vivir así, voy a seguir a Cristo y a' emular su ejemplo. Esa es la vida que voy a vivir y lo haré con mi gran fuerza de voluntad.' Nada de eso. Les diré qué es el cristiano. Es alguien que se ha convertido en Hijo de Dios y que posee una relación única con Dios. Esto lo hace 'especial'. '¿Qué hacéis de más?' Debería ser especial, ustedes deberían ser especiales, porque son personas especiales. Dicen que la progenie cuenta. Si es así, ¿cuál es la progenie del cristiano? Es ésta, que ha nacido de nuevo, que ha nacido espiritualmente y es hijo de Dios. ¿Se dan cuenta de la forma en que lo expresa nuestro Señor? 'Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen.' ¿Por qué? '¿Para que seáis como Dios?' No: 'Para que seáis hijos' —no simplemente de Dios— 'seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos.' Dios se ha convertido en Padre de los cristianos. No es el Padre del no cristiano; para ellos es Dios y nada más, el gran Legislador. Pero para el cristiano, Dios es Padre. Luego, nuestro Señor tampoco dice, 'Sed perfectos como vuestro Dios es perfecto.' No, gracias a Dios, sino 'Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.' Si Dios es nuestro Padre debemos ser especiales, no podemos evitarlo. Si la naturaleza divina está en nosotros, y ha entrado en nosotros por medio del Espíritu Santo, no se puede ser como cualquier otro; hay que ser diferente. Y esto es lo que se nos dice acerca del cristiano en toda la Biblia, que Cristo mora en su corazón con abundancia por medio del Espíritu Santo. El Espíritu Santo está en él, lo llena, actúa con su poder en lo más recóndito de su personalidad, enseñándole su voluntad. 'Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer.' Y, sobre todo, el amor de Dios ha sido derramado en su corazón por medio del Espíritu Santo. Ha de ser especial, debe ser único, no puede evitarlo.
¿Cómo puede un hombre que nunca ha tenido el amor de Dios derramado en su corazón amar a su enemigo y hacer todas esas cosas? Es imposible. No puede hacerlo; y además no lo hace. Nunca ha habido un hombre fuera de Cristo que lo haya podido hacer. El Sermón no es una exigencia exorbitante de esta clase. Cuando se lee por primera vez, lo descorazona y lo desanima a uno. Pero luego recuerda que es hijo del Padre celestial, que no queda uno abandonado a sí mismo sino que Cristo ha venido a morar en uno. No somos sino ramas de la Vid. Ahí están el poder, la vida y el sostén; nosotros no tenemos sino que producir fruto.
Concluyo, pues, con esta penetrante pregunta. Es la pregunta más profunda que un hombre puede tratar de contestar en esta vida. ¿Hay algo especial en mí? No pregunto si vivimos una vida moral, recta, buena. No pregunto si oramos, ni si vamos a la iglesia con regularidad. No pregunto nada de esto. Hay personas que hacen todas estas cosas y con todo no son cristianos. Si esto es todo, ¿qué hacemos más que los otros, qué hay en mí que sea especial? ¿Hay en nosotros algo de esta cualidad especial? ¿Hay algo de nuestro Padre en nosotros?
Es un hecho que los hijos a veces no se parecen mucho a sus padres. La gente los mira y dice: 'Sí, se parece algo a su padre después de todo,' o 'Veo algo de su madre; no mucho, pero algo hay.' ¿Hay sólo eso de nuestro Padre en nosotros? Esta es la piedra de toque. Si Dios es nuestro Padre, de una forma u otra, el parecido familiar estará ahí, las huellas de nuestro parentesco inevitablemente se manifestarán. ¿Qué hay de especial en nosotros? Dios nos conceda que al examinarnos a nosotros mismos, podamos descubrir algo de ese carácter único y de esa separación que no sólo nos divide de los demás, sino que proclama que somos hijos de nuestro Padre que está en los cielos.
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