CAPITULO XLI
Pájaros y Flores

En estos versículos 25-30 hemos venido examinando la afirmación general de nuestro Señor respecto al terrible peligro que se cierne sobre nosotros en esta vida y nace de la tendencia a interesarnos demasiado, de distintas formas, por las cosas del mundo. Propendemos a afanarnos acerca de la vida, acerca de lo que comeremos y beberemos, y también acerca de nuestro cuerpo, cómo lo vestiremos. Llama la atención ver cómo tantas personas parecen vivir por completo en esta línea; toda su vida se reduce a comer, beber y vestir. Dedican todo el tiempo a pensar en estas cosas, a hablar acerca de ellas, a discutirlas con otros, a argumentar sobre ellas, a leer acerca de las mismas en distintos libros y revistas. Y el mundo de hoy hace todo lo que puede para que todos vivamos de esta forma. Echemos un vistazo a los libros de los puestos de ventas y veremos cómo se ocupan de eso. Esta es la mente del mundo, este es su círculo de interés. La gente vive para esas cosas, y se preocupa por ellas de todas las formas. Sabiendo esto y siendo conscientes de los peligros, nuestro Señor, ante todo, nos da una razón general para evitar esa trampa específica.
Pero una vez que nos ha amonestado de no afanarnos acerca de lo que hemos de comer o beber, o acerca de lo que hemos de vestir, pasa a examinar por separado cada aspecto de la cuestión. El primer aspecto se examina en los versículos 26 y 27, y trata de nuestra existencia, de la continuación y sostenimiento de nuestra vida en el mundo. He aquí el pensamiento: "mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?" Algunos dirán que la afirmación del versículo 27 pertenece a la sección siguiente, pero a mí me parece absolutamente claro que debe, por las razones que diremos en unos instantes, formar parte de esta primera sección.
Respecto a la cuestión general del comer y sostenimiento de la vida, nuestro Señor nos ofrece un argumento doble. O, si lo preferimos, dos argumentos principales. El primero se deriva de los pájaros del cielo. Adviértase que a este respecto el argumento ya no procede de lo mayor a lo menor; más bien va en dirección contraria. Una vez fundamentada la proposición en un nivel inferior, la eleva al nivel superior. Comienza con una observación general, llamando la atención respecto a algo que es un hecho de la vida en este mundo. "Mirad las aves del cielo!' Contemplémoslas. 'Mirad' no siempre implica el significado de observación intensa. Solamente nos pide que miremos algo que tenemos delante de nosotros. Veamos lo que está delante de nuestros ojos —estos pájaros, estas aves del cielo—. ¿Qué se puede argumentar basándose en ellas? Que estos pájaros siempre disponen de comida.
Hay una gran diferencia entre la forma en que se sostiene la vida de los pájaros y la del hombre. En el caso de los pájaros alguien se la proporciona. En el caso del hombre, va envuelto un cierto proceso. Siembra, luego recoge la cosecha que ha crecido de la semilla sembrada. Después pasa a almacenarla en graneros y conservarla hasta que la necesita. Esta es la forma de proceder del hombre, y es una forma adecuada, es la forma que nuestro Señor mandó al hombre después de la Caída, "Con el sudor de tu rostro comerás el pan" (Gen. 3:19). Desde el comienzo de la historia, el tiempo de sembrar y de cosechar, lo determinó Dios mismo, no el hombre, de manera que éste, desde un principio, tuvo que sembrar, cosechar y almacenar. Tiene que hacerlo, y así es como puede sostenerse. Por esto el mandato de no 'afanarse' no puede significar que tengamos que sentarnos a esperar que el pan nos llegue milagrosamente cada mañana. Esto no es bíblico, y quienes se imaginan que esto es la vida de fe, han entendido mal la enseñanza de la Biblia.
Pero el hombre nunca ha de preocuparse por esas cosas. No debe pasar la vida mirando al cielo, preguntándose qué tiempo va a hacer, y si va a poder conseguir algo para guardar en el granero. Esto es lo que nuestro Señor condena. El hombre tiene que sembrar, Dios se lo manda así. Pero tiene que depender de Dios, que es el único que puede hacer crecer la semilla. Nuestro Señor llama la atención acerca de los pájaros. Nada hay más obvio en cuanto a ellos que el hecho de que siguen vivos y que en la naturaleza encuentran alimento —gusanos, insectos y todas las cosas que los pájaros comen—. El sustento está disponible para ellos. ¿De dónde procede? La respuesta es que Dios se lo suministra. Ahí está, es un simple hecho de la vida, y Dios nos dice que lo observemos. Estas avecillas que no toman medidas en el sentido de preparar o producir alimento para sí mismas, lo tienen disponible. Dios cuida de ellas. Se preocupa de que tengan qué comer. Se preocupa de que tengan sostén para la vida. Esta es una simple afirmación del hecho. Ahora nuestro Señor toma ese hecho y saca dos conclusiones vitales del mismo. Dios se ocupa así de los animales y de los pájaros sólo por medio de su providencia general. No es su Padre; "Mirad las aves del cielo... y vuestro Padre celestial las alimenta". Esta afirmación es muy interesante. Dios es el Hacedor, el Creador y el Sostenedor de todas las cosas; se ocupa de todo el mundo, no sólo del hombre, por medio de arreglos providenciales generales, y sólo de esta manera. Adviértase entonces el sutil cambio, que introduce el argumento más profundo de todos: "vuestro Padre celestial las alimenta".
Dios es nuestro Padre, y si nuestro Padre cuida tanto de las aves con las que tiene una relación sólo de providencia general, cuánto mayor debe ser por necesidad su cuidado por nosotros. Un padre terrenal puede ser cariñoso, por ejemplo, con los pájaros y animales; pero es inconcebible que un hombre alimentara a simples criaturas olvidándose de sus propios hijos. Si así ocurre en el caso de un padre terrenal, cuánto más cierto será en el caso de nuestro Padre celestial. Esta es la primera deducción.
Vemos el método que tiene nuestro Señor de razonar y argumentar; todas y cada una de las palabras son importantes y deben estudiarse con cuidado y detalle. Observen la sutil transición de Dios, quien cuida providencialmente de las aves del cielo, a "vuestro Padre celestial". Y al seguir su argumentación en estos versículos veremos que es algo absolutamente básico y vital. A lo largo de la vida en este mundo advertimos y observamos estos hechos de la naturaleza, como se suele llamarlos; pero como somos cristianos, debemos mirarlos con un entendimiento más profundo y decirnos a nosotros mismo, 'No; las cosas de la naturaleza no suceden porque sí. No existen de una manera fortuita, como nos quisieran hacer creer muchos científicos modernos. En absoluto. Dios es el Creador, y Dios es el sostenedor de todas las cosas que existen. Cuida incluso de los pájaros, y los pájaros conocen por instinto que su alimento está ahí, Dios se cuida de que esté ahí. Muy bien, pues; pero ¿que puedo decir en cuanto a mí mismo? Ahora recuerdo que soy hijo de Dios, que Él es mi Padre celestial. Para mí, Dios no es simplemente Creador. Es el Creador, pero es más que eso; es mi Dios y padre en el Señor Jesucristo y por medio del Señor Jesucristo'. Así deberíamos razonar, según nuestro Señor; y en cuanto lo hacemos así, resultan completamente imposibles la ansiedad y preocupación. En cuanto comenzamos a aplicar estas verdades, desaparece de inmediato y por necesidad todo temor.
Esta es, pues, nuestra primera deducción de esta observación general de la naturaleza, y debemos tenerla presente. Dios es nuestro Padre celestial si somos verdaderos cristianos. Debemos añadir esto, porque todo lo que estamos diciendo se aplica sólo a los cristianos. De hecho podemos ir más allá y decir que, si bien Dios trata de una forma providencial a todo el género humano —como hemos visto en él capítulo anterior, donde dice que Dios "hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos'— estas otras afirmaciones específicas de nuestro Señor, aquí en este caso, se aplican sólo a los hijos de Dios, a aquellos que son hijos de su Padre celestial en nuestro Señor y Salvador Jesucristo y por medio de Él. Y sólo el cristiano sabe que Dios es su Padre. El apóstol Pablo en la Carta a los Romanos dice que nadie sino el cristiano puede decir 'Abba, Padre". Nadie reconocerá a Dios como su Padre, ni confiará en Él a no ser que el Espíritu Santo more en él. Pero, dice nuestro Señor, si tienen esta relación con Dios, entonces se darán cuenta de que es pecado el angustiarse y preocuparse, porque Dios es nuestro Padre celestial, y si se ocupa de las aves del cielo mucho mayor cuidado tendrá de nosotros.
La segunda deducción la plantea nuestro Señor así, "¿No valéis vosotros mucho más que ellas?." De nuevo arguye de menor a mayor. Significa, como se dice en otro lugar, "No valéis vosotros mucho más que las aves?''. Este es el argumento que se deduce de la verdadera grandeza y dignidad del hombre, en especial del hombre cristiano. En este caso, sólo podemos presentar el mecanismo del argumento. Más adelante debemos ahondar más en él, pero ahora hemos de decir que no hay nada más notable, en toda la enseñanza bíblica, que la doctrina del hombre, este énfasis en la grandeza y dignidad del hombre. Una de las objeciones definitivas contra la vida irreligiosa, pecaminosa y no cristiana, es que es ofensiva para el hombre. El mundo piensa que está engrandeciendo al hombre. Habla acerca de la grandeza humana y afirma que la Biblia y su enseñanza humillan a la naturaleza del hombre. La verdadera grandeza humana ha ido atenuándose porque incluso en su mejor formulación, resulta indigna la visión naturalista y mundana del hombre. Aquí tenemos la verdadera grandeza y dignidad: el hombre ha sido hecho a imagen de Dios, y por consiguiente, en cierto modo, igual a Dios, el Maestro y Señor de la Creación. Nuestro Señor viene en una forma humilde y baja; pero es precisamente al mirarlo a Él que uno ve la verdadera grandeza del hombre. Aunque nació en un establo y fue colocado en un pesebre, es allí, y no en los palacios de los reyes, donde vemos la verdadera dignidad del hombre.
El mundo tiene una falsa idea de la grandeza y dignidad. Para encontrar la concepción real del hombre, se debe acudir al Salmo 8 y a otros lugares de la Biblia. Ante todo se debe mirar al Señor Jesucristo, y mirar también la descripción que hace el Nuevo Testamento del hombre 'en Cristo', hecho a su imagen. Entonces se verá lo pertinente que es este argumento de menor a mayor —"¿No valéis vosotros mucho más que ellas?" Pero Dios se ocupa de estas aves; tiene un valor, a sus ojos son preciosas. ¿Acaso no ha dicho que ninguna de ellas puede caer sin que lo sepa "vuestro padre celestial?" Si esto es así, entonces mirémonos a nosotros mismos para darnos cuenta de lo que somos a los ojos de Dios. Recordemos que Él nos ve como a hijos suyos en el Señor Jesucristo, y de una vez por todas dejaremos de preocuparnos y angustiarnos por estas cosas. Cuando uno se ve como hijo suyo, entonces sabe que Dios cuidará de uno sin lugar a dudas.
Hay, sin embargo, un segundo argumento implicado en este primero, argumento basado en la inutilidad y futilidad de los afanes. Estas son las palabras de nuestro Señor: "¿Y quién de vosotros podrá por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?" Este argumento ha de examinarse con mucho cuidado. Para empezar, debemos determinar con exactitud qué dice la afirmación, y a este respecto existen dos opiniones. Cuando preguntamos cuál es el significado de este término 'estatura', vemos que hay dos respuestas posibles. La mitad de los expertos dicen que 'estatura' significa altura, y normalmente hablamos de estatura pensando en la altura de una persona. Pero la palabra griega que se emplea para 'estatura' también significa longitud o duración de la vida. Y se emplea en ambos sentidos, tanto en griego bíblico como en griego clásico. Por eso de nada sirve preguntar, "¿Qué dice el texto griego?" porque no lo dice; la palabra se puede usar en ambos sentidos. Por ello no se puede decidir en función del griego.
¿Qué enfoque tomamos, pues? El contexto debe sin duda determinar y decidir este asunto. ¿Qué es un codo? Equivale a 40 centímetros, y si eso se tiene en mente, la mención de la 'estatura' no puede significar simplemente altura. Es completamente imposible, debido a que nuestro Señor también aquí procede de menor a mayor. ¿Podríamos imaginar alguien que esté realmente angustiado para medir 40 centímetros a su altura? Resulta ridículo sólo el pensarlo. No se puede referir a la altura; se debe referir a la duración de la vida. Lo que dice nuestro Señor es esto: "Cuántos de vosotros, con todas estas preocupaciones y ansias, viviendo con tantos afanes, pueden prolongar la duración de la vida siquiera por un instante?" Hablamos de la duración de la vida, y este es el argumento que nuestro Señor emplea, porque sigue tratando aquí de nuestra vida en el mundo. La afirmación básica es, "No os afanéis por vuestra vida". No está pensando en el cuerpo, sino en la existencia, en la continuación de la vida en este mundo. El introducir aquí en la enseñanza la idea de altura, estaría completamente fuera de lugar. No; nuestro Señor se refiere en este versículo a la duración y extensión de la vida, y precisamente debido a la obsesión que tienen por ella, tantas personas viven angustiadas por sus necesidades corporales. Desean extender y prolongar su vida.
Ahora bien, dice nuestro Señor de hecho, hagámosle frente a este asunto, a este argumento. Con todo lo que uno hace, con todos los tremendos esfuerzos, con todas las angustias y ansiedades, ¿hay alguien que pueda prolongar la duración de su vida siquiera por un instante? Y la respuesta a esta pregunta es que no se puede. Esa es una de las cosas que son muy obvias, pero que todos tendemos a olvidar. No las recordamos como deberíamos; pero es indiscutiblemente verdadera. El hecho es que no podemos prolongar nuestra vida en este mundo, aunque tratemos de hacerlo de distintas formas. El millonario puede comprar toda la comida y bebida que desee, pero no puede prolongar su vida. Se nos dice que "el dinero todo lo puede". Quizá sea así en muchos aspectos pero no en éste en el cual el millonario no tiene ninguna ventaja sobre la persona más pobre del mundo.
Podemos ir más lejos. Los conocimientos y habilidades médicas no pueden prolongar la vida. Pensamos que pueden, pero es porque no lo sabemos. Todas estas cosas las determina Dios, y por eso, incluso los médicos, a menudo se sienten frustrados y perdidos. Dos pacientes que parecen estar en las mismas condiciones reciben el mismo tratamiento. Uno se recupera y el otro muere ¿Cuál es la respuesta? la respuesta es que "nadie puede añadir un codo a la duración de su vida". Es un gran misterio, pero no podemos eludirlo. El tiempo de nuestra vida está en las manos de Dios, y hagamos lo que hagamos, con toda nuestra comida y bebida y recursos médicos, con todo lo que sabemos, con toda la ciencia y capacidad, no podemos añadir ni en lo más mínimo a la duración de la vida de un hombre. A pesar de todos los adelantos modernos en conocimientos, nuestros tiempos siguen estando en las manos de Dios, y en consecuencia, arguye nuestro Señor, ¿por qué todas estas preocupaciones, por qué toda esta excitación, por qué todo este afán y preocupación? La vida es un don de Dios. Él la da y Él decide el fin de la misma.
Él la sostiene, y estamos en sus manos. En consecuencia, cuando tendamos a sentirnos preocupados y angustiados, tratemos de reflexionar y decir: "no puedo ni comenzar ni continuar ni terminar la vida; todo eso está por completo en sus manos. Y si lo más grande está bajo su control, también le puedo dejar lo más pequeño". Uno no puede extender la propia vida ni en un codo; en consecuencia, reconozcamos la futilidad y pérdida de tiempo y energía que conlleva el preocuparse por estas cosas. Hagamos lo que nos corresponde; sembremos, cosechemos y almacenemos en graneros; pero recordemos que el resto está en las manos de Dios. Uno puede tener las mejores semillas disponibles en el mercado; uno puede tener los mejores arados y todo lo necesario para sembrar; pero si Dios no diera el sol y la lluvia no habría cosecha. Dios está en última instancia en la raíz de todo. El hombre ocupa su lugar y hace su trabajo, pero Dios es quien da el incremento. Esto es lo que hay que recordar siempre, y se aplica siempre y en todas las circunstancias.
Ahora debemos volver nuestra atención a la sección que comienza con el versículo 28. "Y por el vestido, ¿por qué os afanáis?" Este es el segundo aspecto —el cuerpo y el vestido—. "Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aún Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?" También aquí se arguye de menor a mayor. También aquí se nos pide que observemos un hecho de la naturaleza. Pero en esta ocasión emplea un término ligeramente más fuerte. Antes fue "mirad las aves del cielo", ahora es "considerad los lirios del campo". Quiere decir, desde luego, que debemos meditar acerca de estas cosas y examinarlas en un nivel más profundo.
Nuestro Señor plantea el argumento como antes. Primero mirad los hechos, los lirios del campo, las flores silvestres, la hierba. Los expertos han dedicado muchas páginas tratando de decidir exactamente qué quiere decir 'lirios'. Pero no cabe duda que se refería a algunas flores comunes que crecían en los campos de Palestina, y que todo el mundo conocía muy bien. Y dice, mirad estas cosas — consideradlas; no se esfuerzan, ni tejen, y sin embargo vedlas—. Mirad lo maravillosas que son, mirad lo bellas que son, mirad su perfección. Ni siquiera Salomón en toda su gloria se pudo vestir como una de ellas. Entre los judíos era proverbial la gloria de Salomón. Uno puede ver en el Antiguo Testamento la magnificencia de su vida, la ropa maravillosa y toda la vestimenta del rey y de su corte, sus palacios de madera de cedro con muebles dorados e incrustados de piedras preciosas. Y sin embargo, dice nuestro Señor, todo esto parece insignificante cuando se compara con uno de estos lirios. En las flores hay una cualidad esencial, su forma, su diseño, su textura y sustancia, su color, nada de lo cual el hombre, con todos los recursos, puede llegar a imitar verdaderamente. En todo esto el hombre ve la mano de Dios; ve la creación perfecta, ve la gloria del Todopoderoso. Esa pequeña flor a la que quizá nadie ve durante toda su existencia en este mundo, que quizá desperdicia la fragancia de sus pétalos en el aire del desierto, a esa flor, Dios la viste perfectamente. Este es el hecho ¿no es cierto? y si lo es, saquemos la conclusión. "Y si la hierba del campo... Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros hombres de poca fe?" Si Dios hace todo esto por las flores del campo, ¿cuánto más hará por tí? ¿Por qué es así? He aquí el argumento. "Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros?" ¡Que argumento tan poderoso es éste! La hierba del campo es transitoria, efímera. En épocas remotas solían cortarla para quemarla como combustible. Así se horneaba el pan. Primero se cortaba la hierba y se secaba y luego se ponía en el horno y se le prendía fuego para producir un gran calor. Luego se le ponía encima el pan que estaba ya listo para ser horneado. Así se solía hacer, y así era en tiempo de nuestro Señor. Por ello se entiende lo poderoso del argumento. Los lirios y la hierba son efímeros; no duran mucho, de esto somos todos muy conscientes. No podemos hacer que las flores duren; en cuanto las cortamos comienzan a morir. Hoy las tenemos con toda su belleza exquisita y perfección, pero mañana ya se han marchitado. Estas cosas maravillosas vienen y van, y así terminan. Sin embargo, nosotros somos inmortales; somos no solamente criaturas temporales, sino que pertenecemos a la eternidad. No es cierto en un sentido verdadero que hoy estemos aquí y mañana allá. Dios ha puesto la eternidad en el corazón del hombre; el hombre no está destinado a morir. No se aplica al alma aquello de "polvo eres y al polvo volverás". Uno continúa, continúa. No sólo poseemos dignidad y grandeza naturales, sino que tenemos también una existencia eterna que va más allá de la muerte y del sepulcro. Al darnos cuenta de esta verdad acerca de nosotros mismos, ¿se puede creer que el Dios que nos ha hecho y destinado a esto va a olvidarse del cuerpo mientras estemos en este mundo? Claro que no. "Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a nosotros, hombres de poca fe?"


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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