CAPITULO XXXIII
Ayuno

Pasamos ahora a examinar la tercera ilustración que nuestro Señor da en cuanto al modo en que debemos conducirnos en esta cuestión de la justicia personal. En los capítulos cuarto y quinto volveremos a estudiar en forma detallada su enseñanza sobre la oración, especialmente en lo que se suele llamar el 'Padre Nuestro'. Pero antes de hacerlo, me parece que deberíamos tener muy presentes y claras estas tres ilustraciones específicas de la justicia personal.
Recordarán que en esta sección del Sermón del Monte, nuestro Señor habla acerca de la justicia personal. Ya ha descrito al cristiano en su actitud general hacia la vida — su vida mental, si lo prefieren—. Aquí, sin embargo, examinamos más la conducta cristiana. La afirmación general de nuestro Señor es ésta: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro padre que está en los cielos."
Ya hemos indicado que nuestro Señor muestra que la vida cristiana puede dividirse en tres sectores principales. Está el aspecto o porción de nuestra vida en el que hacemos el bien a otros —la limosna. Luego, el aspecto de nuestra relación personal íntima con Dios —nuestra vida de oración. El tercero es el que vamos a examinar ahora al estudiar los versículos 16-18, —el aspecto de la disciplina personal en la vida espiritual de uno, considerada especialmente en función del ayuno.
Es importante, sin embargo, señalar que lo que nuestro Señor dice aquí acerca del ayuno se puede aplicar igualmente a toda la cuestión de la disciplina en nuestra vida espiritual. Tengo relación con hombres y mujeres; tengo relación con Dios, y tengo relación conmigo mismo. O podríamos expresar esta división triple en función de lo que hago a otros, lo que hago respecto a Dios, y lo que me hago a mí mismo. El último punto es el tema que nuestro Señor contempla en este corto párrafo.
No podemos examinar esta afirmación acerca del ayuno sin hacer algunas observaciones preliminares generales. Creo que a todos nos debe sorprender de inmediato el hecho de que se produzca constantemente la necesidad de variar el énfasis, no sólo en nuestra predicación del evangelio, sino también en todo el enfoque hacia él, y en nuestra forma de pensar acerca del mismo. Aunque la verdad es una y siempre la misma, con todo, como tiene una índole polifacética, y como la naturaleza humana es lo que es como resultado del pecado, hay épocas particulares de la historia de la iglesia que necesitan un énfasis especial en cuanto a aspectos específicos de la verdad. Este principio se encuentra en la Biblia misma. Hay quienes quisieran que creyéramos que hay un gran conflicto en el Antiguo Testamento entre los sacerdotes y los profetas, entre los que hacían énfasis en las obras y los que hacían énfasis en la fe. La verdad es, desde luego, que no hay tal conflicto, que no hay contradicción. Había quienes subrayaban falsamente aspectos específicos de la verdad, y necesitaban ser corregidos. Lo que quiero destacar es que cuando el énfasis sacerdotal ha estado muy en boga, lo que se necesita sobre todo es el énfasis en el elemento profetice O, en otras épocas, cuando ha llamado la atención excesivamente lo profético, es necesario restablecer el equilibrio, recordar a las personas lo sacerdotal y destacarlo.
Lo mismo ocurre en el Nuevo Testamento. No hay contradicción verdadera entre Santiago y Pablo. Los que dicen que en su enseñanza se contradicen mutuamente, tiene una visión muy superficial del Nuevo Testamento. No se contradicen, sino que cada uno de ellos, debido a ciertas circunstancias, fue inspirado por el Espíritu Santo para enfatizar ciertos aspectos de la verdad. Santiago trata evidentemente con personas que tendían a afirmar que, si alguien dice creer en el Señor Jesucristo, todo lo demás no importa, no hay que preocuparse de nada más. Lo único que se les puede decir a tales personas es: "La fe sin obras está muerta". Pero si uno trata con personas que están constantemente centrando la atención en lo que se hace, con personas que hacen énfasis en las obras, entonces hay que ponerles de relieve este aspecto y elemento tan importante de la fe.
Me acuerdo de todo esto en este contexto, porque sobre todo en el caso de los evangélicos, todo este asunto del ayuno casi ha desaparecido de nuestra vida e incluso del campo mismo de nuestra consideración. ¿Cuan a menudo y hasta qué punto hemos pensado en esto? ¿Qué lugar ocupa en nuestra visión total de la vida cristiana y de la disciplina de la vida cristiana? Me parece que el hecho es que muy pocas veces, y quizá nunca, hemos pensado en ello. Me pregunto si habremos ayunado alguna vez. Me pregunto si ni siquiera se nos ha ocurrido que deberíamos examinar el asunto del ayuno. El hecho es que no, que todo este tema parece haber desaparecido por completo de nuestra vida, de nuestro mismo pensar cristiano.
No es difícil descubrir la causa de ello. Ha sido obviamente la reacción contra la enseñanza católica en todas sus formas. Los católicos, ya sean de la iglesia Anglicana ya de la iglesia Romana, o de cualquier otra entidad, colocan en lugar muy prominente este aspecto del ayuno. Y el evangelicalismo no es sólo algo en sí mismo y por sí mismo; también es siempre, además, una reacción y el peligro de una reacción cualquiera es siempre el llegar demasiado lejos. En este caso concreto, debido a la falsa importancia que los católicos le dan al ayuno, tendemos a ir al otro extremo y olvidarnos por completo del mismo. ¿No es ésta la razón por la cual la gran mayoría de nosotros nunca hemos ni siquiera examinado con seriedad este asunto del ayuno? Pero me he dado cuenta de que es un tema que poco a poco se está volviendo a examinar entre los evangélicos. No puedo decir que lo haya advertido hasta ahora en la literatura evangélica de Gran Bretaña; pero ciertamente toda esta cuestión del ayuno va adquiriendo una mayor importancia en la literatura evangélica que nos viene del otro lado del Atlántico. A medida que las personas comienzan a considerar con una nueva seriedad los días y los tiempos por los que estamos pasando, y a medida que muchos están comenzando a desear el reavivamiento, la cuestión del ayuno se va volviendo más y más importante. Probablemente, el lector descubrirá que se está dedicando cada vez más atención a este tema; es, pues, bueno que lo examinemos juntos. Aparte de eso, sin embargo, aquí lo tenemos en el Sermón del Monte; y no tenemos derecho a ser selectivos con la Biblia. Debemos tomar el Sermón del Monte como es, y he aquí que se nos plantea la cuestión del ayuno. Por ello debemos examinarla.
Nuestro Señor en esta situación concreta estaba preocupado solamente por un aspecto del tema, y era la tendencia a hacer estas cosas para ser vistos por los hombres. Le preocupaba este aspecto exhibicionista, que en consecuencia debemos necesariamente examinar. Pero me parece que, ante la negligencia del tema por parte nuestra, es adecuado y provechoso también que lo examinemos en una forma más general, antes de llegar al punto específico que enfatiza nuestro Señor.
Examinémonos desde esta perspectiva. ¿Cuál es en realidad el lugar del ayuno en la vida cristiana? ¿En qué punto entra, según la enseñanza de la Biblia? Esta es aproximadamente la respuesta: Es algo que se enseña en el Antiguo Testamento. Bajo la ley de Moisés, los hijos de Israel recibieron el mandato de ayunar una vez al año, y esto obligaba tanto a la nación como al pueblo por siempre. Más adelante leemos que, debido a ciertas emergencias nacionales, la gente misma escogió ciertos días de ayuno adicionales. Pero el único ayuno que Dios mismo mandó en forma directa fue ese gran ayuno anual. Cuando pasamos a la época del Nuevo Testamento, vemos que los fariseos ayunaban dos veces a la semana. Dios nunca les mandó que lo hicieran así, pero así lo hacían, y lo convirtieron en una parte vital de su religión. Siempre existe la tendencia, entre ciertas clases de personas religiosas, de ir más allá de la Biblia, y ésta es la posición que adoptaron los fariseos.
Si examinamos la enseñanza de nuestro Señor, encontramos que, si bien nunca enseñó el ayuno de forma directa, sí lo hizo de forma indirecta. En Mateo 9 nos dice que se le formuló una pregunta específica acerca del ayuno. Le dijeron, "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? Jesús les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Pero vendrán días en que el esposo les será quitado y entonces ayunarán!' Me parece que en este pasaje, en forma muy clara, está implícita la enseñanza del ayuno y casi diría la defensa del mismo. Es evidente, de todos modos, que nunca lo prohibió. De hecho, la enseñanza que estamos examinando en este momento obviamente implica la aprobación del mismo. Lo que dice es, "cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro", de manera que, naturalmente, era algo que nuestro Señor consideraba como justo y bueno para los cristianos. Y recordemos que Él mismo ayunó cuarenta días y cuarenta noches cuando estuvo en el desierto sometido a la tentación del diablo.
Luego, pasando de la enseñanza y práctica de nuestro Señor a las de la iglesia primitiva, vemos que fue algo que los apóstoles practicaron. En la iglesia de Antioquia, cuando enviaron a Pablo y a Bernabé a su viaje apostólico, lo hicieron sólo después de haberse dedicado a la oración y al ayuno. De hecho, la iglesia primitiva, ante cualquier ocasión importante o ante la necesidad de tomar una decisión vital, parecía practicar siempre, no sólo la oración, sino también al ayuno. El apóstol Pablo, al referirse a sí mismo y a su vida, habla acerca de haber ayunado a menudo. Fue claramente algo que formó parte regular de su vida. Los que se interesan por la crítica textual, recordarán que en Marcos 9:29, se cita a nuestro Señor diciendo: "Este género con nada puede salir, sino con oración y ayuno!' Es probablemente acertado decir que la palabra 'ayuno' debería eliminarse de acuerdo con los mejores documentos y manuscritos; pero esto no tiene importancia en cuanto al punto en general, porque poseemos todas las otras enseñanzas que muestran muy claramente que el Nuevo Testamento inculca, en forma concreta, el ayuno como algo adecuado y valioso. Y cuando examinamos la historia de la iglesia, encontramos exactamente lo mismo. Los santos de Dios de todas las épocas y en todos los lugares no sólo han creído en el ayuno, sino que lo han practicado. Así fue en el caso de los Reformadores protestantes, así fue en el caso de los Wesleys y Whitefield. He de admitir que lo practicaron más, antes de que se hubieran convertido de verdad; pero siguieron ayunando también después de su conversión. Y quienes conocen la vida de este gran cristiano chino, el pastor Hsi de China, recordarán que cuando se hallaba ante alguna dificultad, o problema nuevo o excepcional, invariablemente ayunaba además de orar. El pueblo de Dios ha creído que el ayuno no solamente es bueno, sino que es de gran valor e importancia bajo ciertas condiciones.
Si éstos son, pues, los antecedentes históricos, examinemos ahora este asunto de una forma un poco más directa. ¿Qué es exactamente el ayuno? ¿Cuál es su propósito? No cabe duda de que, en último término, es algo que se basa en la comprensión de la relación entre cuerpo y espíritu. El hombre es cuerpo, mente y espíritu, los cuales están íntimamente relacionados ente sí y actúan estrechamente el uno sobre el otro. Los distinguimos porque son diferentes, pero, debido a esa mutua relación e interacción, no debemos separarlos. No hay duda de que los estados y condiciones corporales físicos influyen en la actividad de la mente y del espíritu, de modo que el ayuno debe considerarse dentro de esta relación peculiar de cuerpo, mente y espíritu. Por lo tanto, el ayuno significa abstinencia de comida con fines espirituales. Esta es la noción bíblica del ayuno que debe distinguirse de la puramente física. La noción bíblica del ayuno es que, por ciertas razones y fines espirituales, las personas se deciden a abstenerse de comer, este punto es muy importante, y por ello debemos presentarlo también de una forma negativa. Recientemente leía un artículo acerca de este tema, y el escritor de refería a esa afirmación del apóstol Pablo en 1Corintios 9:27 donde dice: "Pongo (mi cuerpo) en servidumbre!' El apóstol dice que lo hace a fin de poder trabajar con más dedicación. El autor del artículo afirmaba que ahí teníamos una ilustración del ayuno. Esto no es más que lo que yo llamaría parte de la disciplina general del hombre. En todo momento hay que mantener sometido al cuerpo, pero eso no debe decir que uno siempre debe ayunar. El ayuno es algo excepcional, algo que el nombre hace de vez en cuando con un fin especial; en tanto que la disciplina debe ser constante. Por ello no puedo aceptar textos como esos de: "pongo mi cuerpo en servidumbre", y, "mortificad vuestros miembros, que están en la tierra", como parte de la enseñanza acerca del ayuno. En otras palabras, la moderación en el comer no es ayuno. La moderación en el comer es parte de la disciplina del cuerpo; es una forma muy buena de mantener el cuerpo en servidumbre; pero no es ayuno. Ayunar significa abstenerse de comer por algunos propósitos especiales, tales como la oración, la meditación o la búsqueda de Dios por alguna razón específica o bajo alguna circunstancia excepcional.
Para completar este punto, deberíamos añadir que el ayuno, si lo concebimos adecuadamente, no sólo debe limitarse a la comida y bebida. El ayuno debería realmente incluir también la abstinencia de todo lo que es legítimo en sí mismo y por sí mismo, con el fin de alcanzar alguna meta espiritual especial. Muchas funciones corporales que son buena? y normales y perfectamente legítimas, por razones peculiares, en ciertas circunstancias, deberían someterse a control. Esto es ayunar. Esta sería una definición general de lo que significa ayunar.
Antes de examinar las formas en que ayunamos, veamos cómo debemos considerar y enfocar el problema en general. También en este caso, la división es sencilla, P.D.-que, en último término, no tenemos sino la forma equivocada y la forma correcta. Hay ciertas maneras erróneas de ayunar. He aquí una de ellas: Si ayunamos de forma mecánica, o simplemente por ayunar, me parece que estamos violando la enseñanza bíblica respecto a, este asunto. En otras palabras, si uno hace del ayuno un fin en sí mismo, algo de lo cual uno dice, "Bien, como soy cristiano, tengo que ayunar tal día y tal hora del año porque es parte de la religión cristiana", más valdría que no lo hiciera. El elemento esencial del ayuno pierde cuando se hace de esta forma.
Esto no es exclusivo del ayuno. ¿No vimos acaso lo mismo en el asunto de la oración? Es bueno que las personas, si pueden, dediquen ciertos momentos especiales a la oración. Pero si me confecciono mi programa para el día y digo que a tal hora debo orar, y oro sólo por cumplir con el programa, ya no estoy orando. Lo mismo sucede en el caso del ayuno. Hay personas que lo toman precisamente de esta manera. Se hacen cristianos; pero prefieren estar bajo cierta especie de ley, les gusta estar bajo reglamentos. Les gusta que les digan exactamente lo que deben hacer y lo que no deben hacer. En un día específico de la semana no deben comer carne, y así sucesivamente. Esto no es vida cristiana; sino no comer en un día determinado. Luego cierto período del año uno debe abstenerse de comer, o comer menos, y así por el estilo. Hay un peligro muy sutil en ello, es una violación total de la enseñanza bíblica. Nunca se debe considerar el ayuno como un fin en sí mismo.
Pero a esto hay que agregarle algo que ya he indicado, y que se puede expresar así; jamás se debe considerar el ayuno como parte de nuestra disciplina. Algunos dicen que es muy bueno que un día a la semana no comamos ciertas cosas, o que en cierto período del año nos abstengamos de otras. Dicen que es bueno bajo el punto de vista de la disciplina. Pero la disciplina es algo que debe ser permanente, es algo perpetuo. Siempre debemos disciplinarnos a nosotros mismos. Acerca de esto no puede haber discusión alguna. En todo tiempo debemos mantener al cuerpo sometido, siempre debemos tirar de las riendas de nosotros mismos, siempre debemos mostrarnos disciplinados en todos los aspectos. Por ello, es erróneo reducir el ayuno simplemente a una parte del proceso de disciplina. Antes bien, es algo que hago a fin de alcanzar el ámbito espiritual más elevado de oración a Dios, meditación o intercesión intensa. Y esto lo sitúa en una categoría completamente diferente.
Y esta es otra forma equivocada de considerar el ayuno. Hay algunos que ayunan porque esperan resultados directos e inmediatos de ello. En otras palabras, tienen de él una especie de visión mecánica, lo que a veces he llamado, por falta de una ilustración mejor, la visión 'traga-monedas'. Se pone una moneda en la ranura, se tira de la palanquita, y así se logra el resultado. Esta es la idea que tienen del ayuno. Si se quieren ciertos beneficios, dicen, ayunemos; si se ayuna se obtendrán. Esta actitud no es exclusiva del asunto del ayuno. Vimos antes, al tratar de la oración, que hay muchos que la consideran de esta forma. Leen relatos de cómo algunas personas en un tiempo determinado decidieron pasar la noche entera en oración y, como consecuencia de ello, se produjo un avivamiento. Por eso deciden que también ellos tendrán una reunión de oración toda una noche, y esperan que se dé el avivamiento. "Como oramos, se debe dar el avivamiento!' O se encuentra también en relación con la enseñanza acerca de la santidad. Algunos dicen que si uno obedece ciertas condiciones, obtendrá una bendición, habrá un resultado inmediato y directo. Debo decir que en ninguna parte de la Biblia se encuentra esto, ni en conexión con el ayuno ni con ninguna otra cosa. Nunca se debe ayunar por conseguir resultados directos.
Permítanme decirlo en forma más clara todavía. Hay personas que defienden el ayuno como una de las maneras y métodos mejores para obtener bendiciones de Dios. Algunos de los recientes escritos a los que me he referido, parecen ser, lamento decirlo, culpables de ello. Hay gente que escribe acerca de su propia vida y dice, "Vean, mi vida cristiana parecía desarrollarse siempre en medio de flaquezas y miserias; no me sentía feliz. Mi vida parecía ser una serie de subidas y bajadas. Era cristiano, pero parecía que no poseía lo que poseen otras personas que conozco. Y así fue durante años. Había recorrido casi todas las convenciones, había leído libros que trataban del tema. Pero nunca parecía conseguir la bendición. Entonces cayó en mis manos la enseñanza que subraya la importancia del ayuno; ayuné y recibí la bendición!' Luego sigue la exhortación: "Si desea esa bendición, ayune!' A mí me parece que esta doctrina es muy peligrosa. Nunca se debe hablar así acerca de nada en la vida espiritual. Estas bendiciones nunca son automáticas. En el momento en que comenzamos a decir, "como hago esto, obtendré eso", significa que nosotros somos los que controlamos la bendición. Esto es ofender a Dios y violar la gran doctrina de su soberanía final y última. No, nunca debemos defender el ayuno como medio de bendición.
Examinemos otro ejemplo. Tomemos el asunto de los diezmos. He aquí otro tema que ha sido puesto nuevamente de relieve. Hay, desde luego, una base bíblica muy buena en favor del diezmar; pero hay muchos que enseñan la cuestión del diezmar en forma equivocada. Alguien escribe un relato de su vida. Dice también que su vida cristiana no era satisfactoria. Las cosas no le salían bien; incluso tenía problemas financieros en el negocio. Entonces cayó en la cuenta de la enseñanza acerca del diezmar y empezó a hacerlo. De inmediato su vida se vio inundada de gozo. No sólo esto, si no que su negocio también comenzó a prosperar. He leído libros que de hecho llegan hasta a decir lo siguiente: "si realmente desea prosperar, diezme!' En otras palabras, "Usted diezma, y el resultado se sigue necesariamente; si desea la bendición - diezme!' Es lo mismo que en el caso del ayuno. Toda esta enseñanza no tiene nada de bíblica. De hecho, es peor que eso; va en detrimento de la gloria y majestad de Dios mismo. Por consiguiente, nunca deberíamos defender el ayuno, dedicarnos a él o practicarlo, como método o medio de obtener una bendición directa. El valor del ayuno es indirecto, no directo.
Lo último que nos queda por examinar es que obviamente debemos tener mucho cuidado en no confundir lo físico con lo espiritual. No podemos ver esto en forma exhaustiva ahora, pero, después de haber leído relatos acerca de personas que han practicado el ayuno, sí siento que cruzan la frontera entre lo físico y lo espiritual. Describen cómo, después de las dificultades físicas preliminares de los tres o cuatro días primeros, y sobre todo después del quinto día, suele llegarles un período de claridad mental excepcional; y a veces algunos de estos amigos lo describen como si fuera puramente espiritual. Claro que no puedo probar que no sea espiritual; pero sí podría afirmar que hombres que no son cristianos y que se someten a un período de ayuno, invariablemente dicen lo mismo. No puede caber la menor duda de que el ayuno puramente en el ámbito físico y corporal, es bueno para el organismo si se hace adecuadamente; y no cabe duda de que tras él vendrán la claridad de mente, cerebro y comprensión. Pero debemos siempre tener mucho cuidado en no atribuir a lo espiritual lo que se puede explicar adecuadamente por lo físico. Volvemos a encontrarnos con un gran principio general. Es lo que algunos de nosotros diríamos a aquellos que atribuyen ciertos efectos especiales a la fe y a la santidad, y también a aquellos que están siempre dispuestos a llamar milagroso a algo que cierta e indiscutiblemente, no es tal. Perjudicamos la causa de Cristo si pretendemos que es milagroso algo que se puede explicar fácilmente en un nivel natural, este mismo peligro —la confusión entre lo físico y lo espiritual— está presente en el asunto del ayuno.
Así pues, una vez examinados algunos de los aspectos falsos en este tema del ayuno, veamos ahora cuál es la forma correcta y adecuada. Ya la he sugerido. Se ha de considerar siempre como el medio para un fin, y no como un fin en sí mismo. Es algo que se debe hacer solamente si uno se siente impelido o guiado a ello por razones espirituales. No ha de hacerse porque un cierto grupo de la iglesia obligue a ayunar el viernes, o durante el período de cuaresma, o en cualquier otro tiempo. Esas cosas no hay que hacerlas mecánicamente. Hay que disciplinar nuestra vida, pero hay que hacerlo durante todo el año, y no tan sólo en ciertos días establecidos. Debo disciplinarme a mí mismo siempre, y debo ayunar solamente cuando el Espíritu de Dios me guíe a hacerlo, cuando me halle empeñado en algún propósito espiritual importante, no según reglas, sino porque siento que existe una necesidad especial de concentrarme enteramente, con todo mi ser, en Dios y en mi adoración a Él. Este es el momento de ayunar, y ésta es la forma de enfocar este asunto.
Pero veamos el otro aspecto. Después de haberlo examinado en general, veamos la forma en que ha de hacerse. El modo equivocado es llamar la atención hacia el hecho de que lo estamos haciendo. "Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan!' Es evidente que al hacerlo de esta forma, la gente se daba cuenta de que se dedicaban al ayuno. No se lavaban la cara ni ungían la cabeza. Algunos de ellos incluso iban más allá; se desfiguraban la cara y se ponían ceniza sobre la cabeza. Deseaban llamar la atención hacia el hecho de que estaban ayunando, y por ello tenían el aspecto triste, infeliz, y todo el mundo los miraba y decía, "Ah, se está dedicando al ayuno. Es una persona muy espiritual. Mírenlo; miren lo que se está sacrificando y sufriendo por su devoción a Dios!' Nuestro Señor condena esa actitud y sus consecuencias. Para Él, cualquier forma de anunciar el hecho de lo que estamos haciendo, o llamar la atención acerca de ello, es completamente reprensible, como en el caso de la oración y de la limosna. El principio es exactamente el mismo. No hay que ir tocando la trompeta para proclamar lo que uno hace. No hay que detenerse en las esquinas de las calles ni en lugares prominentes en la sinagoga cuando se ora. Y del mismo modo no hay que llamar la atención hacia el hecho de que está uno ayunando.
Pero estamos no sólo ante el problema del ayuno. Me parece que este principio abarca toda la vida cristiana. Condena igualmente el tratar de aparentar piedad, o la adopción de actitudes piadosas. A veces resulta patético observar la forma en que 1a gente hace esto, incluso al cantar himnos —la cabeza levantada en ciertos momentos y el ponerse de puntillas. Esto son artificiosidades, y cuando lo son, resultan muy tristes.
¿Podría hacer una pregunta para que la examinemos? ¿Hasta qué punto el asunto del vestir entra en todo lo señalado anteriormente? Para mí, éste resulta ser uno de los puntos más difíciles y llenos de perplejidad en relación con nuestra vida cristiana, y me siento indeciso entre dos opiniones. Comprendo bastante bien, e incluso me inclino en favor de la práctica de los cuáqueros que solían vestirse en forma distinta de la otra gente. La razón era que querían mostrar la diferencia entre el cristiano y no cristiano, entre la iglesia y el mundo. Decían que no debemos asemejarnos al mundo; debemos aparecer diferentes. Todo cristiano debe decir 'amén' a eso, hasta cierto punto. No puedo entender al cristiano que desea presentarse como la persona mundana, típica del mundo, ya sea en el vestir, ya sea en cualquier otro aspecto —la vulgaridad, el estrépito y la sensualidad de las cosas del mundo. Ningún cristiano debería querer presentarse así. De modo que hay algo muy natural en cuanto a esta reacción en contra de ello y a ese deseo de ser diferente.
Pero, por desgracia, ese no es el único aspecto que tiene el tema. El otro aspecto es que no es necesariamente cierto que por el vestido se conozca a la persona. Sí indica hasta cierto punto lo que la persona es, pero no del todo. Los fariseos llevaban ropa especial y 'ensanchaban sus filacterias', pero eso no garantizaba que fueran verdaderamente justos. De hecho, la Biblia enseña que a fin de cuentas no es eso lo que distingue al cristiano del no cristiano. Lo que constituye la diferencia es lo que soy. Si soy justo, todo lo demás seguirá espontáneamente. Por ello no doy a entender que soy cristiano vistiéndome de una forma particular, sino siendo lo que soy. Pero reflexionemos acerca de ello. Es un tema interesante y fascinador. Creo que lo más probable es que ambas afirmaciones sean ciertas. Colmo cristianos deberíamos desear todos no ser como los mundanos, y sin embargo al mismo tiempo nunca debemos llegar hasta el punto de decir que lo que realmente indica lo que somos es nuestra vestimenta. Esa sería la forma equivocada de hacerlo; y la recompensa sería la misma que en el caso de todos esos métodos falsos —'De cierto os digo que ya tienen su recompensa". La gente considera que los que ayunan de esa forma son muy espirituales y que son gente excepcionalmente santa. Obtendrán la alabanza de los hombres, pero ésa es toda la recompensa que recibirán; porque Dios ve en lo secreto, ve el corazón y "lo que los hombre tienen por sublime, delante de Dios es abominación!'
¿Cuál es, pues, la forma adecuada? Digámoslo primero en forma negativa. Lo primero es que no significa hacer todo el esfuerzo posible para no ser como los fariseos. Muchos piensan esto, porque nuestro Señor dice, "Pero tú, cuando ayunes unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto!' Dicen que no sólo no debemos desfigurar el rostro, sino que debemos hacer todo el esfuerzo posible para esconder el hecho de que estamos ayunando, e incluso tratar de dar la impresión opuesta. Pero eso es un malentendido total. No había nada excepcional en el hecho de lavarse el rostro y ungirse la cabeza. Eso era el procedimiento normal, corriente. Lo que nuestro Señor dice aquí es, "cuando ayunes sé natural!'
Podemos aplicar esto en la forma siguiente. Hay algunos que tienen tanto temor de que se piense de ellos que son unos pobres porque son cristianos, o tienen tanto miedo de que se les llame necios porque son cristianos, que propenden a llegar al otro extremo. Dicen que debemos dar la impresión de que ser cristiano es ser brillante y feliz, y por ello, en vez de vestir en forma desaliñada, debemos ir al extremo opuesto. En consecuencia, hacen todo el esfuerzo posible para no parecer descuidados, y el resultado es que son tan malos como los que son culpables de desaliño. El principio de nuestro Señor es siempre éste: "olvídense de los demás siempre!' A fin de no parecer tristes, no hay que ir con sonrisas estereotipadas, hay que olvidarse del rostro; hay que olvidarse de uno mismo; hay que olvidarse por completo de los demás. Lo equivocado es ese interés por las opiniones ajenas. No hay que preocuparse de la impresión que causa; hay que olvidarse y entregarse totalmente a Dios. Hay que ocuparse sólo de Dios y de agradarle. Es necesario preocuparse sólo de su gloria y honor.
Si nuestra preocupación mayor es agradar a Dios y glorificar su nombre, no tendremos dificultad ninguna en todas estas cosas. Si alguien vive por completo para la gloria de Dios, no hace falta indicarle cuándo ha de ayunar, ni la clase de ropa que ha de ponerse ni ninguna otra cosa. Si se ha olvidado de sí mismo y se ha entregado completamente a Dios, el Nuevo Testamento dice que el hombre sabrá cómo comer, beber y vestir porque lo hará todo para la Gloria del Padre. Gracias a Dios, la recompensa del que es así, es segura, cierta, y garantizada, y es también grande —"Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público". Lo único que importa es que seamos justos delante de Dios y nos esforcemos en agradarle. Si esta es nuestra preocupación, podemos dejar en sus manos lo demás. Quizá no nos recompense durante años: no importa. La recompensa llegará. Sus promesas nunca fallan. Aunque el mundo quizá no sepa nunca lo que somos, Dios lo sabe, y en el gran día se anunciará ante el mundo entero. "Tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público!'
"Los hombres ni te oyen, ni te aman, ni te alaban: El Maestro encomia: ¿qué son los hombres?"


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión