CAPITULO   XXI
No Matarás

En el párrafo que comprende los versículos 21-26 tenemos el primero de una serie de seis ejemplos que nuestro Señor propuso de su interpretación do la ley de Dios en contraposición a la de los escribas y fariseos. Les quiero recordar que así vamos a interpretar el resto de este capítulo, más aún todo lo que queda del Sermón del Monte. Todo él es, en un sentido, exposición de esa afirmación sorprendente: 'Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.' Se contrastan, pues, no la ley que se dio por medio de Moisés y la enseñanza del Señor Jesucristo, sino la falsa interpretación de la ley de Moisés, y la genuina presentación de la misma por parte de nuestro Señor mismo. Esta distinción la hace el apóstol Pablo en Romanos 7, donde dice que en otro tiempo pensó que cumplía la ley a la perfección. Luego vino a comprender que la ley decía 'No codiciarás,' y que esto lo condenaba. Tero venido el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí.' No se había dado cuenta de que lo que importaba era el espíritu de la ley, y que codiciar es tan reprensible bajo la ley como la acción misma. Esto es lo que está implícito como principio en toda la exposición de la ley que nuestro Señor hace en este pasaje.
Una vez definida su actitud respecto a la ley y proclamado que había venido a cumplirla, y después de haber dicho a sus oyentes que debían comprender bien lo que decía, nuestro Señor pasa a dar estos ejemplos prácticos. Nos ofrece seis contraposiciones, cada una de las cuales se introduce con la fórmula: 'Oísteis que fue dicho a los antiguos... pero yo os digo.' Examinemos ahora el primer ejemplo.
Los escribas y fariseos eran culpables de restringir el significado e incluso las exigencias de la ley, y aquí tenemos una ilustración perfecta de ello. Dijo Jesucristo: 'Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.' Es importante que entendamos bien esto. 'No matarás' está en los Diez Mandamientos, y si los fariseos enseñaban 'no matarás,' sin duda que enseñaban la ley. ¿En qué se puede criticar a los escribas y fariseos a este respecto? Esto tenemos la tentación de decir y preguntar. La respuesta es que le habían agregado algo a esto: 'No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio.' Pero, alguien puede seguir arguyendo, ¿acaso la ley no dice precisamente esto, 'cualquiera que matare será culpable de juicio? La respuesta es que sí, que la ley decía esto, como se puede ver en Números 35:30,31. ¿Dónde está pues el error? Está en que los fariseos, al yuxtaponer estas dos cosas, habían reducido el contenido de este mandamiento 'No matarás' a una cuestión de cometer verdadero homicidio. Al agregar lo segundo a lo primero habían debilitado el mandamiento.
Lo segundo que hicieron fue reducir y confinar las sanciones que acompañaban a este mandamiento a un simple castigo de manos de magistrados civiles. 'Cualquiera que matare será culpable de juicio.' 'Juicio' en este caso significa corte local de justicia. La consecuencia es que enseñaban simplemente, 'No debes matar porque si lo haces corres peligro de que el magistrado civil te condene.' Esta era su interpretación total y completa del gran mandamiento que dice: No matarás. En otras palabras, habían vaciado el mandamiento de su gran contenido y lo habían reducido a una simple cuestión de homicidio. Además, no mencionaban para nada el juicio de Dios. Parece que sólo importaba el juicio de la corte local. Lo habían convertido en algo puramente legal, de sólo la letra de la ley que decía: 'Si cometes homicidio, se seguirán ciertas consecuencias.' La consecuencia de esto era que los fariseos y escribas se sentían muy bien con la ley interpretada así; sólo importaba no ser reo de homicidio. Que alguien cometiera homicidio era, desde luego, algo terrible, y si sucedía lo acusaban ante la corte para que se le impusiera el castigo correspondiente. Pero, mientras no se cometieran homicidios de hecho, todo iba bien, y el mandamiento 'No matarás' quedaba cumplido, y podía decirse a sí mismo, 'He observado y cumplido la ley.'
'No, no,' dice el Señor Jesucristo. En esto se ve precisamente cómo el concepto general de justicia y ley propio de la enseñanza de estos escribas y fariseos se ha convertido en una farsa completa. Han restringido de tal modo la ley, la han limitado tanto, que de hecho ya no es la ley de Dios. No transmite la exigencia que Dios tuvo en mente cuando la promulgó. La han colocado simplemente, y por conveniencia, entre límites y medidas que les permiten sentirse muy contentos de sí mismos. Por esto dicen que han cumplido por completo la ley.
Hemos visto antes que tenemos aquí uno de los principios rectores que nos permite entender esta interpretación falsa de la ley de la que eran culpables los escribas y fariseos. Tratamos de indicar también que estamos frente a algo en lo que nosotros solemos caer. Nos es posible situarnos frente a la ley de Dios tal como se halla en la Biblia, pero interpretarla y definirla de tal modo que la convirtamos en algo que podemos observar muy fácilmente porque lo hacemos en una forma negativa. Por esto podemos llegar a persuadirnos de que todo anda bien. El apóstol Pablo, como hemos visto, como consecuencia de ese mismo proceso, pensaba antes de convertirse que había cumplido perfectamente la ley. Pensaba así porque se le había enseñado en esta forma y creía en la misma falsa interpretación. Y mientras ustedes y yo aceptemos la letra y olvidemos el espíritu, el contenido y el significado, podemos llegar a persuadirnos de que somos justos frente a la ley.
Veamos, sin embargo, cómo nuestro Señor pone al descubierto esa falacia y nos muestra que si la consideramos así entendemos mal el significado de la santa ley de Dios. Presenta su idea y exposición en tres principios que pasamos a analizar.
El primer principio es que lo que importa no es la letra sino el espíritu. La ley dice: 'No matarás'; pero esto no significa tan sólo: 'No cometerás homicidio.' Interpretarla así es definir la ley en una forma que nos permite pensar que podemos cumplirla. Con todo podemos muy bien ser culpables de violar esta misma ley en una forma sumamente grave. Nuestro Señor pasa a explicarlo. Este mandamiento, dice, incluye no sólo el acto físico de matar, sino también la ira contra un hermano. La verdadera forma de entender el 'No matarás' es ésta: 'Cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio.' 'No escuchéis,' dice de hecho, 'a estos escribas y fariseos que dicen que sólo corréis peligro de juicio si matáis de hecho a alguien; yo os digo que si os enojáis contra un hermano sin razón os exponéis precisamente a la misma exigencia y al mismo castigo de la ley.' Ahora comenzamos a ver algo del verdadero contenido espiritual de la ley. Ahora debemos también ver, sin duda, el significado de sus palabras cuando dice que hay que 'cumplir' la ley. En esa antigua ley dada por medio de Moisés estaba todo ese contenido espiritual. La tragedia de Israel fue que no acertaron a verlo. No imaginemos, por tanto, que como cristianos ya no tenemos nada que ver con la ley de Moisés. No, la antigua ley exige al hombre que no se enoje sin causa contra su hermano. Colmo cristianos, albergar enemistad en el corazón es, según nuestro Señor Jesucristo, ser culpable de algo que, delante de Dios, es homicidio. Odiar, enojarse, albergar ese sentimiento desagradable y odioso de resentimiento hacia una persona es homicidio. No hay que enojarse con el hermano. Albergar ira en el corazón contra cualquier persona, y sobre todo hacia los que pertenecen a la fe, es, según nuestro Señor, algo tan reprensible delante de Dios como el homicidio.
Pero esto no es todo. No sólo no debemos enojarnos; nunca debemos ni siquiera mostrar desprecio. 'Cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio.' Indica una actitud de desprecio, esa tendencia que, por desgracia, todos estamos conscientes de ello, anida en nuestro corazón. Despreciar a un hermano llamándolo 'necio' es, según nuestro Señor, algo que, delante de Dios, es terrible. Y desde luego que lo es. Nuestro Señor a menudo repitió esto. ¿Se han fijado en algunas de esas listas de pecados que utiliza? 'Del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios,' y así sucesivamente. Démonos cuenta de que nos parecemos mucho a estos escribas y fariseos en la forma en que hablamos de homicidios, robos, embriaguez y ciertos otros pecados. Pero nuestro Señor siempre incluye a los malos pensamientos con los homicidios, y cosas como peleas, enemistades, engaños y muchas otras que no consideramos como tan malas. Y desde luego que, en cuanto nos detenemos a pensar en ello y a analizar la situación, vemos cuan verdad es. Desprecio, sentimientos de burla y mofa, nacen del espíritu que en última instancia conduce al homicidio. Por varias razones quizá no dejemos que se exprese en verdadero homicidio. Pero, por desgracia, a menudo nos hemos matado unos a otros en el pensamiento y el corazón, ¿no es cierto? Hemos fomentado pensamientos contra personas, y esos pensamientos son tan malos como el homicidio. Ha habido esta clase de perturbación en el espíritu y nos hemos dicho unos a otros, 'necio.' Oh, sí, hay muchas formas de destruirse sin llegar al homicidio. Podemos destruir la reputación de alguien, podemos quebrantar la confianza de alguien en sí mismo por medio de críticas o de averiguar faltas ocultas. Esto indica nuestro Señor en este pasaje, y el propósito que lo guía es mostrar que todo esto va incluido en el mandamiento, 'No matarás.' Matar no significa solamente destruir la vida físicamente, significa todavía más tratar de destruir el espíritu y el alma, destruir a la persona en la forma que sea.
Nuestro Señor pasa luego al tercer punto: 'Cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego.' Esto significa expresión ofensiva, difamación. Significa el odio y enemistad de corazón que se manifiestan de palabra. Creo que, a medida que avanzamos en este estudio, podemos ver, como indiqué en el capítulo uno, que es un error terrible y peligroso de los cristianos pensar que, por ser cristianos, el Sermón del Monte no es para nosotros, o sentir que es algo que no sirve para los cristianos de hoy. Nos habla a nosotros, hoy; penetra en lo más profundo de nuestro ser. Se nos presenta no sólo el homicidio de hecho, sino todo lo que se alberga en el corazón, sentimientos y sensibilidades, y en último término en el espíritu, como equivalente a homicidio para Dios.
Estamos, sin duda, frente a una afirmación muy importante. '¿Quiere decir,' pregunta alguien, 'que la ira es mala siempre? ¿que siempre está prohibida?' '¿Acaso no hay ejemplos,' pregunta otro, 'en el mismo Nuevo Testamento en los que nuestro Señor habló de esos fariseos en términos fuertes; cuando, por ejemplo, se refirió a ellos como a "ciegos" e "hipócritas", o cuando se volvió a la gente para decirles, "¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer", e "insensatos y ciegos"? ¿Cómo puede prohibir eso y luego emplear él mismo esos términos? ¿Cómo reconciliar esta enseñanza con Mateo 23 donde maldice a los fariseos? Estas preguntas no son difíciles de contestar.
Cuando nuestro Señor lanzó las maldiciones, lo hizo con carácter judicial. Lo hizo como quien ha recibido autoridad de Dios. Nuestro Señor pronuncia sentencia final sobre los fariseos y escribas. Colmo Mesías, tiene autoridad para hacerlo. Les había ofrecido el evangelio; se les había brindado todas las oportunidades. Pero ellos las habían rechazado. No sólo esto, debemos recordar que nuestro Señor siempre dice tales cosas contra la religión falsa y la hipocresía. Lo que en realidad censura es la justicia propia que repudia la gracia de Dios e incluso se justificaría a sí misma delante de Dios y lo rechazaría. Es judicial, y si ustedes y yo en alguna ocasión podemos decir que empleamos tales expresiones en ese sentido, entonces no caemos en ese pecado.
Lo mismo ocurre con los Salmos imprecatorios, que turban a tanta gente. El Salmista, bajo inspiración del Espíritu Santo, pronuncia sentencia no sólo contra sus propios enemigos, sino contra los enemigos de Dios y contra aquellos que ultrajan a la Iglesia y al Reino de Dios tal como aparecen en él y en la nación. En otras palabras, nuestra ira debe dirigirse sólo contra el pecado; nunca debemos enojarnos con el pecador, sino sólo sentir pesar y compasión. 'Los que amáis a Jehová, aborreced el mal,' dice el Salmista. Ante el pecado, la hipocresía, la injusticia, y todo lo malo deberíamos sentir ira. Así se cumple, desde luego, la exhortación del apóstol Pablo a los efesios: 'Airaos, pero no pequéis.' Las dos cosas no son incompatibles. La ira de nuestro Señor fue siempre una indignación justa, ira santa, expresión de la ira de Dios mismo. Recordemos que 'La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad' (Ro. 1:18). 'Nuestro Dios,' contra el pecado, 'es fuego consumidor.' No cabe duda de ello. Dios odia el mal. La ira de Dios se desencadena contra él y se derrama sobre él. Esto es parte esencial de la enseñanza bíblica.
Cuanto más santo nos hacemos, tanta más ira sentimos contra el pecado. Pero nunca debemos, repito, airarnos contra el pecador. Nunca debemos airarnos con una persona como tal; debemos distinguir entre la persona y lo que hace. Nunca debemos ser culpables de sentir desprecio ni de ofender. Así, creo, se puede distinguir entre ambas cosas. 'No imaginéis que entendéis bien este mandato,' dice de hecho Cristo, 'sólo porque no habéis cometido homicidio.' ¿En qué estado está vuestro corazón? ¿Cómo reaccionáis ante lo que sucede? ¿Sentís el corazón lleno de furia cuando alguien os hace algo? ¿U os airáis contra alguien que en realidad no os ha hecho nada? Esto es lo que importa. Esto quiere decir Dios cuando afirma, 'No matarás.' 'Jehová mira el corazón,' y no le preocupa sólo la acción externa. Dios no permita que creemos una especie de auto justicia convirtiendo la ley de Dios en algo que sabemos que ya hemos cumplido, o que estamos seguros no es probable que violemos. Que cada uno se examine.
Pasemos ahora a la segunda afirmación. 'Nuestra actitud  no ha  de ser negativa,   sino positiva. Nuestro Señor lo dice así. Después de haber subrayado el aspecto negativo pasa a formularlo de manera positiva así: 'Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.' Estamos frente a algo muy importante y significativo. No solo no hay que anidar pensamientos malos y homicidas en el corazón contra otro; el mandamiento de no matar significa realmente que deberíamos tomar medidas para reconciliarnos con nuestro hermano. El peligro es que nos detengamos en lo negativo, y creamos que, como no hemos cometido homicidio, ya todo está bien. Pero hay un segundo paso que hemos olvidado. 'Muy bien,' decimos, 'no debo cometer homicidio ni debo decir cosas desagradables contra la gente. Debo vigilar las palabras; aunque tenga ganas de decir algo, no debo hacerlo.' Y tendemos a detenernos ahí y decir: 'Mientras no diga cosas así todo va bien.' Pero nuestro Señor nos dice que no debemos detenernos ni siquiera ahí, es decir, en el no anidar pensamientos y sentimientos en el corazón. Ahí se detienen muchos. En cuanto esos pensamientos feos e indignos quieren salir a flote, tratan de pensar en cosas agradabas y positivas. Está muy bien esto, con tal de no detenerse ahí. No sólo debemos reprimir estos pensamientos indignos y ofensivos, dice Cristo; tenemos que hacer más que esto. De hecho debemos eliminar la causa del problema; debemos aspirar a algo positivo. Debemos llegar a tal punto que no haya ningún malentendido ni siquiera en espíritu entre nuestro hermano y nosotros.
Nuestro Señor sustancia esto recordándonos en los versículos 23 y 24 un peligro muy sutil en la vida espiritual, el terrible peligro de tratar de expiar por los fracasos morales tratando de compensar el mal con el bien. Me parece que sabemos algo de esto; todos debemos reconocernos culpables de ello. Se trata del peligro de ofrecer ciertos sacrificios rituales para cubrir los fracasos morales. Los fariseos eran expertos en esto. Iban al templo con regularidad; eran siempre meticulosos en estas materias de detalles y minucias de la ley. Pero juzgaban y condenaban constantemente a los demás con desprecio. Evitaban que la conciencia los acusara diciendo, 'Después de todo doy culto a Dios; llevo mi ofrenda al altar.' Me parece que puedo repetir que todos sabemos algo de esta tendencia a no enfrentarnos directamente con la acusación que el Espíritu Santo hace que sintamos en el corazón y a decirnos: 'Bien, a fin de cuentas hago esto y aquello; hago muchos sacrificios; ayudo en eso; dedico tiempo a esa actividad cristiana.' Mientras tanto no nos enfrentamos con la envidia que sentimos hacia otro cristiano, o con algo en nuestra vida personal, privada. Compensamos una cosa con otra, pensando que este bien compensa aquel mal. No, no, dice nuestro Señor. Dios no es así: 'Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación' (Le. 16:15). Esto, nos dice, es tan importante, que, incluso si me encontrara frente al altar con una ofrenda para Dios, y de repente recordara algo que he dicho o hecho, algo que hace que otra persona tropiece o yerre; si descubriera que en mi corazón anidan pensamientos ofensivos e indignos contra él o que le crean obstáculos, entonces nuestro Señor nos dice (y lo quiero decir con toda reverencia), que deberíamos, en cierto sentido, incluso dejar esperando a Dios en lugar de seguir ahí. Debemos reconciliarnos con el hermano y luego volver a hacer la ofrenda. Delante de Dios de nada vale el acto de culto si aceptamos un pecado conocido.
El Salmista lo dice así, 'Si veo iniquidad en mi corazón, el Señor no me oirá.' Si, en la presencia de Dios, y cuando trato de darle culto, sé que hay pecado en mi corazón y que no lo he confesado, mi culto de nada vale. Si uno está en enemistad consciente con alguien, si uno no le habla a otra persona, o si uno anida pensamientos desagradables que le crean obstáculos a esa otra persona, la Palabra de Dios asegura que para nada sirve el culto que pretendemos darle. De nada valdrá, el Señor no oirá. O tomemos lo que dice 1 Juan 3:20: 'Si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas.' De nada sirve orar a Dios si se sabe que se está en enemistad con un hermano. Dios no puede querer saber nada del pecado y la iniquidad. Es tan puro, que ni siquiera lo puede mirar. Según nuestro Señor el asunto es tan vital que incluso hay que interrumpir la oración, se debe, por así decirlo, dejar esperando a Dios. Vayamos a reconciliarnos, dice; no se puede estar en paz con Dios hasta que se esté en paz con los hombres.
Permítanme sintetizar lo dicho con el gran ejemplo que se encuentra en el Antiguo Testamento en 1 Samuel 15. Dios ha dado los Mandamientos y quiere que se observen. Recuerdan que en una ocasión Dios le dijo a Saúl que destruyera completamente a los amalecitas. Pero Saúl pensó para sí que no tenía por qué ir tan lejos y dijo, 'Voy a perdonar a algunas personas y a reservar lo mejor del ganado para sacrificárselo a Dios.' Pensó que estaba bien, y comenzó a adorar y alabar a Dios. Pero llegó el profeta Samuel y le preguntó: '¿Qué has hecho?' Saúl le respondió: 'He cumplido con lo que Dios me ha mandado.' 'Si has cumplido lo que Dios te ha mandado, dijo Samuel, '¿qué significa el balido de ovejas y el bramido de vacas que oigo? ¿Qué has hecho?' 'Decidí reservar algunos animales,' dijo Saúl. Entonces Samuel pronunció estas palabras terribles e importantes: '¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros.' Le tengo lástima al rey Saúl porque me parece entenderlo muy bien. No hacemos lo que Dios nos dice; y cuando le ponemos límites a lo que nos manda, nos parece de alguna manera que realizar un acto de culto lo compensará, y que todo quedará bien, pensando que el Señor se complace tanto en holocaustos y sacrificios como en que se obedezca su voz. Desde luego que no. 'Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios.' Dejen la ofrenda; vayan a reconciliarse con el hermano; eliminen el obstáculo. Luego regresen; y entonces, y sólo entonces, tendrá valor. 'Obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros.'
Unas palabras tan sólo acerca del último principio. Permítanme insistir en el apremio de todo esto dada nuestra relación con Dios. 'Ponte de a-cuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.' Sí, dice Cristo, así es de apremiante y urgente. Se debe hacer de inmediato; no te demores para nada, por qué ésta es tu situación. Es su manera de decir que debemos siempre recordar nuestra relación con Dios. No sólo tenemos que pensar en función de nuestro hermano al que hemos agraviado, o por el que sentimos enemistad, debemos siempre pensar en nosotros frente a Dios. Dios es el Juez, Dios es el Justificados. Siempre nos exige estas cosas, y tiene poder sobre todos los tribunales del cielo y de la tierra. Es el Juez, y sus leyes son absolutas. Tiene derecho a exigir hasta el último cuadrante. ¿Qué debemos hacer, pues? Llegar lo más pronto posible a un acuerdo con Dios. Cristo dice aquí que estamos 'en el camino.' Estamos en este mundo, en la vida, caminando, por así decirlo, por la senda. Pero de repente llega nuestro adversario y nos dice: '¿Qué pasa con lo que me debes?' Bien, dice Cristo, poneos de inmediato de acuerdo con él o se pondrá en marcha el proceso legal, y se os exigirá hasta el último cuadrante. Esto no es más que un símbolo. Ustedes y yo estamos de viaje por este mundo, y ahí está la ley con sus exigencias. Es la ley de Dios. Dice: '¿Qué ocurre con tu relación con el hermano, qué ocurre con eso que hay en tu corazón? No les has prestado atención. Arréglalo de inmediato, dice Cristo. Quizá no estés aquí mañana y vas a ir a la eternidad como estás. 'Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino.'
¿Cómo se sienten ante todo esto? Al ver la exposición que nuestro Señor hace de esta santa ley, ¿sentimos las exigencias de la ley? ¿Estamos conscientes de la condenación? ¿Qué piensan de lo que han dicho y pensado, de lo que han hecho? ¿Estamos conscientes de todo esto, de la condenación absoluta de todo ello? Es Dios quien exige por medio de la ley. Doy gracias a Dios por el mandato que nos dice que actuemos cuanto antes mientras estamos de camino. Doy gracias a Dios porque no pide mucho. Sólo pide esto, que reconozca este pecado y lo confiese, que deje de utilizar la autodefensa y auto justificación, aunque esa otra persona me provocó. Debo limitarme a confesarlo y a admitirlo delante de Dios sin reservas. Si puedo de hecho hacer algo en la práctica respecto a ello, debo hacerlo de inmediato. Debo humillarme, ponerme en ridículo por así decirlo, y permitir que la otra persona se regocije en mi mal si es necesario, con tal de que haga todo lo que pueda para eliminar la barrera y el obstáculo. Luego El me dirá que todo está bien. Dirá, 'te lo perdonaré todo porque, aunque eres un pecador terrible, y lo que me debes nunca 10 podrás pagar, he enviado a mi Hijo a tu mundo para que pague por ti. El lo ha borrado todo. No lo hizo porque tú eres bueno, amable y agradable, no lo hizo por ti porque tú no has hecho nada contra mí. Lo hizo mientras tú eras enemigo, odioso, con odio hacia mí y hacia otros. A pesar de tu indignidad e inmundicia lo envié. Y vino voluntariamente y se entregó a la muerte. Por todo esto te perdono por completo.' Demos gracias a Dios por ello, por tanta bondad para con nosotros, pecadores inmundos. Sólo pide esto, confesión y arrepentimiento total, hacer lo que pueda en cuanto a restitución, y reconocer que recibo el perdón sólo como resultado de la gracia de Dios manifestada perfectamente en el sacrificio amoroso y desinteresado del Hijo de Dios en la cruz. Reconciliémonos cuanto antes. No nos demoremos. Sea de lo que fuere de lo que en estos momentos seamos culpables, dejemos la ofrenda, y salgamos a reconciliarnos. 'Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino.'


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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